CAPÍTULO
47: PRIMEROS ENCUENTROS
Nada estaba yendo como se suponía que tenía
que ir. Era jueves por la mañana, faltaban horas para la fiesta de papá, y él
estaba de un mal humor terrible. Al principio pensé que se debía al parte que
Alejandro había traído a casa el martes, pero por lo visto fue por la reunión
que tuvo con el director después de eso, en la que hablaron de mí, de
Alejandro, y de Cole. El director no debió de reaccionar como papá esperaba a
la situación con el enano y sus acosadores, porque desde entonces estaba serio
y murmuraba incoherencias a cada rato.
Había decidido dejar que las cosas se
calmaran solas, porque a Aidan no solía durarle el mal humor por mucho tiempo,
pero la cosa no mejoraba y no iba a ser el gran día que había planeado si no
conseguía que él disfrutara un poco. Le embosqué en la cocina mientras
terminaba de hacer la comida para intentar averiguar dónde estaba el problema.
-
Así que… ayer el director te dijo que no puede hacer
nada por Cole… - empecé.
-
Más o menos. No con esas palabras, pero es lo que
vino a significar. Dijo que “son cosas de críos” y que no debo darle
importancia. Por lo visto, para él si el acosador no tiene quince años o más,
no es “bulling” o como sea que lo llamen. – gruñó papá, y dejó caer la sartén
con demasiada fuerza antes de mirarme - ¿No se da cuenta de que los matones no
surgen de la nada? ¿Qué empiezan así y terminan… terminan metiendo puñales en
las taquillas de la gente? – dijo, en referencia a lo que Jack hizo conmigo.
Supongo que el hecho de que el chico que se metía con Cole fuera hermano de
Jack solo empeoraba las cosas para papá.
-
Bueno, al menos estarán pendientes para que no
vuelva a pasar…
-
No pueden vigilarle las veinticuatro horas del día,
y tampoco quiero eso. Quiero que mi hijo pueda ir al colegio sin preocuparse de
otra cosa que de aprender.
-
Lo sé, papá… ¿Ayer como le fue al enano? ¿Tuvo algún
problema?
-
No que yo sepa, pero Cole no suele contarme estas
cosas por más que le pregunte sobre ello. Esa es otra cosa que me da rabia: ya
van dos veces que intenta ocultarme que se meten con él.
-
Supongo que no quiere preocuparte… o parecer débil.
– murmuré. En eso el enano y yo pensábamos igual.
-
¿Parecer débil? ¡Es mi hijo! ¡Si tiene problemas
quiero saberlo, jamás pensaré que sea débil por eso!
-
Seguramente pensará que debería ser capaz de frenar
él solo a ese abusón…
-
Pues piensa mal. – masculló, y aplastó las judías
como si tuvieran culpa de algo.
Esperé unos momentos pensando que no estaba
consiguiendo nada, y carraspeé para hacerme notar.
-
¿Te pasa…algo más? Entiendo que estés preocupado por
Cole, pero… llevas dos días hablando solo y diciendo cosas sobre el director
que normalmente te enfadan cuando las decimos nosotros.
Papá suspiró, y dejó todo para mirarme. Noté
que se estaba pensando si debía responderme o no.
-
No es solo lo de Cole. El director dijo algo… bueno,
más bien lo insinuó… Me dio a entender que te has perdido demasiadas clases.
¡Como si hubiera sido decisión tuya! Le dije que mientras estuvieras en
rehabilitación no podrías volver, y que además necesito estar seguro de que
estás bien… desde lo que pasó, te cansas con mucha facilidad. Y el colegio no
está realmente bien equipado para… sillas de ruedas. Tu médico dijo que al
menos debías pasar un mes en casa.
-
¿Voy a perder el curso? – pregunté, alarmado. Era mi
último año, se suponía que me iba a graduar.
-
¡No! No, claro que no. No voy a dejar que eso pase.
Pero, con la apendicitis y… ahora esto…
-
Seguro que supero el límite de faltas…
-
Tienes un justificante médico, Ted.
-
Pero aun así. Seguro que el primer trimestre lo
pierdo.
-
Pues ya lo recuperarás al segundo. – me aseguró.
Tenía demasiada fe en mí. No era un estudiante brillante. Tampoco pésimo, pero
no brillante. Me costaría mucho ponerme al día.
-
No quiero repetir… - susurré.
Aidan se acercó a mí y me agarró la cara con
un gesto entre firme y cariñoso.
-
No lo harás, Ted. Pero no debes preocuparte ahora de
eso. Tu prioridad tiene que ser ponerte bien. Parece que no, porque ya estás en
casa y todo fue muy rápido, pero corriste mucho peligro. Recién ahora puedo
asimilarlo. – me confesó. - Por eso
estoy tan molesto. El director parece más preocupado por lo que dice el
reglamento sobre las asistencias que de tu salud.
Entendía el punto de papá, pero no sabía que
entendía él por “ponerme bien”. La cabeza me dolía a veces, y dormía como doce
o trece horas en vez de las ocho o nueve de antes de la operación. Aún tenía
inflamado algo dentro de mi cráneo, y lo que los médicos querían era asegurarse
de que la hinchazón remitía sin complicaciones. Supongo que eso era “ponerme
bien”. Pero ¿qué había de mis piernas? ¿Volvería al colegio aunque no pudiera
andar?
Sentí que me faltaba el aire y que me ardía
la cara. No soportaba pensar que tal vez nunca lograría caminar. Podía perder
no solo el curso escolar, sino mi vida entera. Ya nada sería lo mismo…
Me esforcé por apartar esos pensamientos, y
salí del cuarto para que Aidan no viera mi expresión. Aquél día se trataba
sobre hacer sentir bien a papá, y ya lo tenía todo planeado. Parecía que hablar
conmigo le había calmado un poco y estaba de mejor humor. Mi trabajo era
conseguir que la fiesta terminara de animarle.
Había gastado todo mi dinero en contratar un catering. Tenía
trescientos dólares en una cuenta, que estaba pensada para una urgencia por si
me quedaba sin gasolina y efectivo. Lo malo era que solo me quedaban diez pavos
para comprarle un regalo a papá, y mis hermanos no estaban mucho mejor de
dinero. En total teníamos sesenta dólares, y pensé que era mejor hacerle un
buen regalo entre todos que varias cosas cutres. El único problema era que a
cuatro horas de que comenzara la celebración, aún no teníamos el regalo.
Alejandro me mandó un mensaje en ese momento. Se suponía que en el
colegio no podía usar el móvil, pero era inútil decírselo. También se suponía
que yo estaba castigado sin móvil, pero Zach tenía uno antiguo, y me lo dejó
para poder organizar todo aquello, ya que papá había requisado el mío.
“¿LE HAS COMPRADO ALGO YA?” decía su mensaje.
“NO SE HA DESPEGADO DE MÍ NI UN MOMENTO”
respondí, y me mordí el labio.
No había forma de que me dejara salir solo de
casa. Se había convertido en mi guardaespaldas. Me llevaba a rehabilitación,
luego íbamos a tomar algo y después a casa. Él se ponía a hacer tareas
domésticas y en ninguna parte del proceso yo desaparecía de su vista.
“HE TENIDO LA IDEA PERFECTA. LA GATA DE UNA COMPAÑERA HA TENIDO GATITOS. POR 60 PAVOS ME VENDE EL ÚLTIMO QUE LE QUEDA Y ALGUNAS COSAS QUE NECESITAREMOS COMO UNA CAMA, COMIDA Y COSAS ASÍ” respondió, y me envió una foto.
Era una auténtica monada, un animalito pequeño y atigrado con ojos muy
grandes, pero papá nos mataría si traíamos un animal a casa…
“¿HAS PERDIDO EL JUICIO?”
“¡A PAPÁ LE GUSTAN LOS GATOS!” replicó, y me envió un montón de
emoticonos con la cara de un gato.
“A PAPÁ LE GUSTAN TODOS LOS ANIMALES, PERO NO EN CASA!!!”
Alejandro era demasiado imprudente. Lo último
que necesitaba papá era algo más de lo que ocuparse… Aunque era una cosita tan
mona… Y los gatos no eran como los peces o así, que a veces viven poco tiempo.
Era un amigo para toda la vida… o al menos para muchos años… Era un buen
regalo, y normalmente nos valdría mucho más dinero…
No pude hacerle llegar mis dudas a Alejandro, porque papá salió de la
cocina en ese momento, y me pilló con el móvil en la mano. La cara que me puso
me heló la sangre.
-
¿De dónde has sacado eso?
-
Es… el viejo móvil de Zach…
-
Dámelo – me exigió, y prácticamente me lo sacó de
las manos. Esperé los gritos y los fuegos artificiales, pero simplemente se me
quedó mirando, muy enfadado. Había sido muy descuidado… recé porque no leyera
los mensajes y lo descubriera todo… Me quedé allí esperando, porque papá no
decía nada. – No sé qué más hacer – dijo al fin- Te dejé muy claro que estabas
castigado sin teléfono, te pillé tratando de saltártelo y te lo volví a
repetir. ¿Es que ahora vas a empezar a ignorar lo que te digo? ¿Vas a incumplir
cualquier castigo que te ponga?
-
No, papá, no…yo…
-
No voy a castigarte esta vez – me informó – Tú
sabrás lo que haces. Sigue sacando teléfonos de quién sabe dónde si tan
importante es para ti. – sentenció, y volvió a la cocina aún bastante enfadado.
En ese momento me sentí horrible. No
soportaba eso; prefería mil veces que me gritara o me estuviera echando la
bronca durante horas a que simplemente
se fuera así, como dejando caer que le había decepcionado. Me empeñé en pensar
que no estaba haciendo nada malo, que todo era para darle una sorpresa, y creo
que eso me ayudó a no sentirme tan mal. Aún así tuve la necesidad de ir a ver
cómo de enfadado estaba y supe que mucho, porque cuando entré en la cocina
apenas se dignó a mirarme.
-
Lo siento…
No
obtuve ninguna respuesta, así que probé otra vez.
-
Perdón… yo… perdóname.
Nada. Genial: tratamiento de silencio. No
recordaba que papá hubiera hecho eso nunca antes, aunque supongo que desde su
punto de vista yo nunca había pasado tan olímpicamente de él. A Aidan le
molestaba bastante que le desobedeciéramos así…. Supongo que a cualquier padre,
pero él además se lo tomaba como algo personal. Creo que a veces sentía que
tenía que pelear por tener autoridad sobre nosotros, ya que no era nuestro
padre biológicamente hablando.
-
AIDAN´S POV –
Últimamente todo eran malas noticias tras malas noticias. Necesitaba
con urgencia un respiro. Un día sin problemas, sin accidentes, sin hospitales,
sin partes del colegio, sin directores estúpidos… Estaba tan cabreado por cómo
habían manejado desde el colegio la situación de Cole y la de Ted… Me estaba
planteando seriamente cambiarles de lugar, pero sabía que las cosas no se
hacían así. Que no podía precipitarme tanto y que mis hijos, seguramente, no
querían ir a un nuevo colegio. Al menos no a mitad de curso.
Hablar con Ted del asunto me ayudó a
desahogarme un poco. No quería preocuparle sobre lo que dijo el director sobre
él, pero tampoco me creía con el derecho de negarle esa información. Tenía que
saber lo que había, aunque yo no pensaba dejar que le trataran injustamente.
Haría lo posible porque no tuviera que repetir curso.
Las cosas en la rehabilitación de Ted habían
estado mejor. Se disculpó con el médico e hizo sus ejercicios sin protestar. Se
cansaba muy rápidamente, pero había conseguido ponerse de pie un par de veces,
y yo me lo tomaba como una buena señal.
Decidí ir a ver si podía animarle a
intentarlo de nuevo en casa, pero cuando me topé con él le vi con un móvil en
la mano. No me lo podía creer… ¿Cuántas veces iba a tener que regañarle por lo
mismo? Él no era así… Siempre había sido muy cabezota, pero no solía ignorar
los castigos… Es más, muchas veces no tenía que vigilarle para que los
cumpliera. Siempre había podido confiar en él en ese sentido. Sabía asumir sus
errores y las consecuencias.
Me sentí enormemente irritado por esa
rebeldía repentina. ¿Era una especie de fase? Ted era mi hijo mayor (bueno,
después de Michael, aunque yo no había intervenido mucho en su educación) pero a veces parecía que en lo
de ser adolescente iba un paso por detrás de Alejandro. Tal vez de pronto iba a tener dos Alejandros
en casa.
Le hablé con algo de dureza, dispuesto a ser
firme con él. Si los castigos no servían entonces tenía que hacerle notar que
estaba molesto. No iba a dejarme camelar por sus disculpas y sus reflexiones
habituales. Iba a estar enfadado por lo menos un rato… aunque no me lo puso
nada fácil cuando vino a la cocina a pedirme perdón. Esos ojos eran trampa. Me
concentré en las sartenes, porque no podía soportar cuando me miraba así.
Estuvimos así en un incómodo silencio durante
un rato, hasta que sonó una pequeña alarma que había puesto en mi reloj de
muñeca.
-
Es hora de que vaya a por tus hermanos – le hice
saber, porque tampoco iba a estar sin dirigirle la palabra.
-
¿Puedo ir contigo? – me pidió. Levanté la cabeza
para decirle que no, pero entonces me topé con el temblor de su labio y sus
ojos brillantes. Tal vez estaba llevando mi enfado demasiado lejos, porque en
ese momento pareció muy vulnerable.
-
Está bien. – accedí. De todas formas necesitaba
salir de allí. Ted necesitaba estar en algún sitio que no fuera el médico o la
casa. Y tal vez pudiera ver a sus amigos o a su novia. – Había pensado en ir
andando, dando un paseo. Pero puedo coger el coche y que Alejandro y los
gemelos vuelvan andando.
-
No, no, podemos ir dando un paseo. No me importa.
Llevo ruedas incorporadas ¿no ves?
Me estremecí al oírle hacer un chiste sobre
eso, pero me dije que era buena señal. Que era algo bueno el que pudiera
bromear al respecto.
Apagué el fuego, recogí un par de cosas y
cogí las llaves. Luego empujé la silla de Ted hacia la salida. A él no le
gustaba que le empujaran, prefería moverla solo, pero no podías hacer todo el
camino hasta el colegio con la fuerza de sus brazos porque se agotaría
enseguida, así que yo fui detrás de él, empujando.
Fue un viaje bastante silencioso, hasta que
él echó bruscamente el freno en una de las ruedas.
-
¿Cuánto tiempo más vas a estar enfadado conmigo? –
me abordó.
-
¿Cuántas veces más vas a ignorar lo que te digo?
¿Cuántas veces tratarás de coger un móvil de aquí a que te devuelva el tuyo?
-
Nunca – aseguró. – De verdad lo siento…
Sabía que era sincero y de todas formas no me
salía estar serio con él por más tiempo, así que le acaricié el pelo, contento
porque ya no lo tenía tan corto.
-
Lo sé, campeón. Ya está olvidado.
Giró la cabeza y me dedicó una de sus
sonrisas plenas que tanto me alegraban. Quitó el freno a la rueda y seguimos
avanzando, pero cuando quedaba poco para llegar me pregunté si no sería
demasiado para él dejar que todos sus compañeros le vieran así…
-
Ted, seguramente tus compañeros estén saliendo de
clase… - le recordé.
-
Ya sé.
Me mordí el labio y decidí ir directo al
grano.
-
Igual te hacen muchas preguntas… Cuando te vean,
pues…
-
… se quedarán mirando la silla. Lo sé… De todas
formas ya se enteró todo el mundo. Salí en las noticias ¿recuerdas? Y ya me han
preguntado por Facebook. Ahora solo… lo verán.
Supuse que tenía razón. No era algo de lo que
hubiera que esconderse, además, y me alegró que él lo viera también así.
-
Eres muy valiente, grandullón. –le alabé.
Llegamos al colegio, y efectivamente Ted se
convirtió en el blanco de varias miradas, la mayoría muy indiscretas. No
pareció reaccionar ante este hecho y actuó con bastante normalidad. Al menos
hasta que salió Alejandro: entonces los dos se apartaron y empezaron a hablar
con mucho secretismo. Eso me dio muy mala espina.
-
¿Qué tramáis vosotros dos? – pregunté.
-
Nada, papá.
-
Nada de nada.
-
Aham. ¿Y tú no vas a decirme ni hola? – le reproché
a Alejandro.
-
Hola.
-
Qué gracioso. Mira, ahí están vuestros hermanos.
¿Uh? ¿Qué le pasa a Harry? – me extrañé. Venía arrastrando los pies sin ninguna
energía, y se agarraba la muñeca. Esperé a que se acercara con algo de
impaciencia - ¿Estás bien, hijo?
-
Me duele la muñeca…
-
¿Te caíste?
-
No, me hice daño en gimnasia.
-
¿Por qué no me llamaron? – me indigné.
-
No fue nada… es sólo que ha empezado a dolerme más
ahora.
-
¿Quieres ir al médico?
-
No, de verdad, la puedo mover.
Le examiné el brazo con cuidado. No parecía
tener nada, no estaba rojo ni hinchado.
-
Te pondré hielo cuando lleguemos a casa – le dije, y le di un beso en la
muñeca y otro en la frente.
-
Ay, papá, jo… - protestó, y miró furtivamente para
asegurarse de que nadie nos había visto. Rodé los ojos y saludé también a Zach.
Mientras iban saliendo el resto de mis hijos,
Ted se vio rodeado de un grupo de amigos y compañeros. Reconocí a parte de su
equipo de natación, y todos se mostraron muy atentos con él. Finalmente
apareció también su novia. Agustina prácticamente había colapsado la línea
telefónica de mi casa, con sus largas llamadas a Ted, pero cuando le vio reaccionó como si llevara
siglos sin hablar con él. No pude escuchar lo que se decían, pero sí pude ver
claramente como ella se agachaba, le daba un beso, y los demás chicos empezaban
a silbar. El beso se prolongó y me pregunté si acaso podían respirar. Después
ella se sentó sobre las piernas de Ted, y me planteé cómo diablos iba a
separarles para llevármelo a casa.
Mis hijos pequeños también se habían fijado
en su hermano, y a Hannah le había entrado la risa tonta. Durante un segundo
estuve dudando sobre si debía dejar que vieran aquello, pero no tenía muchas
formas de impedirlo y en verdad no era algo malo. Aunque sabía que aquello iba
a traer muchas preguntas…
-
¿Qué está haciendo Ted, papi? – preguntó Alice.
-
Está… está besando a Agustina, mi amor. Es un beso
de novios.
-
Oh. ¡Yo también quiero!
-
No, no, princesita. Ted lo hace porque…porque es
mayor. Ya te llegará el momento – respondí. “Dentro
de muuuucho, muuucho tiempo” añadí para mí.
Hice un poco de tiempo hablando con mis niños
para que Ted pudiera hablar un rato con Agus, aunque lo que es hablar no
hablaron mucho. Caray. Intentaba no mirar, porque era muy incómodo, pero no
podía evitarlo. Finalmente Ted se despidió y vino con nosotros. Esperaba verle
con una sonrisa de enamorado, pero en lugar de eso su expresión mostraba cierta
preocupación. No fui el único en notarlo.
-
¿Esa cara pones después de besarte con un pivonazo?
– dijo Alejandro – Tío, no te la mereces.
Ted miró al suelo, avergonzado, y decidí
salvarle lo más posible de las bromas de sus hermanos.
-
Venga, va, chicos, vamos a casa.
-
¡Yo quiero ir aquí! – pidió Alice, sentándose encima
de Ted.
-
No puedes ir encima de tu hermano, Alice.
-
¡Pero tiene ruedas! – se quejó.
-
Sí, pero no es un coche - dijo Alejandro, y se la puso en los hombros
para que no protestara.
La enana estuvo feliz de ir tan alta y poder
verlo todo. Cogí su mochila para que no le pesara tanto a Alejandro, aunque de
hecho había notado que mi hijo cada vez estaba más fuerte. ¿Es que todos iban a
crecer de golpe?
Ted se quedó un poco atrás, porque le costaba
girar las ruedas así que volví a ponerme tras él, manejando su silla.
-
¿Pasó algo malo, campeón? Parecías… mmm… muy
contento con Agustina… pero ahora estás como preocupado…
-
No quiero hablar de eso… - murmuró, mirándose las
manos.
-
Como quieras. – respondí, un tanto sorprendido.
Instantes después le escuché resoplar.
-
No me gusta que… es decir… me pone algo nervioso
cuando… me da vergüenza que nos besemos en público. Me da vergüenza besarla, en
realidad, pero ella no parece tener problemas con eso. Es solo que va como diez
pasos por delante que yo, como si tuviera mucha experiencia, aunque dice que
Jack fue su primer novio.
-
Ella es menos tímida. ¿Eso es algo malo?
-
¡No! Pero…
-
Si te dan vergüenza las escenitas como la de hace un
momento, díselo. Ella no tiene forma de saberlo si no lo haces.
-
No puedo decirle eso. – se horrorizó.
-
¿Por qué no?
-
Porque pareceré… ¡pareceré una nenaza!
Me quedé mirando al infinito mientras
intentaba encontrarle un sentido a su forma de pensar. Aunque no tuviera mucha experiencia en el
campo amoroso, tenía claro que cualquier relación, de cualquier tipo, debe
basarse en la confianza y en la sinceridad…
-
Si no le dices nada, seguirás poniéndote incómodo en
casos así, y ella acabará por pensar que tu problema es con ella. Eres tímido.
Mucha gente lo es. No es cuestión de ser más o menos hombre o más o menos
masculino. Es una cuestión de personalidad.
Emitió una especie de gruñido de asentimiento,
y noté como poco a poco se convencía. Decidí insistir solo un poco más.
-
No se trata de quién tenga más o menos experiencia,
campeón, sino de que los dos estéis a gusto.
-
Supongo que tienes razón…
-
De todas formas, la puerta del colegio tampoco es el
mejor lugar. – dejé caer. Sabía que la peor forma de conseguir que un
adolescente dejara de hacer algo era decirle que no podía hacerlo, así que
intenté ser un poco más sutil. Pero sabía que en colegio no querían esas
“muestras de afecto” en público, y en esos momentos quería que Ted le cayera lo
mejor posible al director.
Enseguida volvió a estar más animado y empezó
a comportarse más como un joven enamorado:
-
¿Viste cómo sonrió al verme? – preguntó, con una
inmensa cara de felicidad.
-
Claro que sí – sonreí yo también, contento por él, y
porque realmente me agradaba su novia.
Llegamos a casa y cada uno fue a su cuarto a
dejar sus cosas, para luego bajar corriendo al comedor. Se notaba que había
hambre.
Percibí una atmósfera extraña, como si
estuvieran escondiéndome algo. Era raro que tuvieran un secreto colectivo, pero
sabía que no conseguiría nada preguntando, así que me limité a observar. Todos
parecían bastante excitados, especialmente los más mayores.
-
HARRY´S POV-
Desde luego, aquél no iba a pasar a la
historia por ser mi mejor plan. Supongo que estaba un poco oxidado, pero lo
cierto es que no se me ocurrió otra cosa para sacar a papá de casa que fingir
que me había hecho daño en la muñeca. Comencé el teatro al salir de clase,
haciendo notar que me dolía. Cuando terminamos de comer empecé a quejarme más y
a decir que el dolor era más fuerte.
-
¿Tanto te duele? – me preguntó Ted, preocupado.
-
¡No, idiota! ¡Es para sacar a papá de aquí! ¡Haré
que me lleve al médico! – susurré.
-
Oh.
-
Tiene que parece que tienes algo – intervino
Alejandro, que nos había oído. Él era el
experto en pellas y falsas enfermedades. Me cogió el brazo y empezó a frotarme,
como quien intenta hacer que otra persona entre en calor.
-
¿¡Pero qué haces!?
-
Tiene que estar rojo para que parezca inflamado –
respondió, y apretó mi muñeca con fuerza.
-
¡Au!
-
Shhh. No te voy a hacer daño. Calla.
Grrr. ¡Ya me estaba haciendo daño! Pero podía
aguantarlo. Le dejé hacer y enseguida mi piel comenzó a enrojecerse, haciendo
más creíble mi actuación. Con la piel aún irritada fui a donde papá y le dije
que me dolía por tercera vez en un minuto.
-
Papi… me duele…
-
...Vamos al médico ahora mismo, cariño. – dijo,
dejando los platos a medio guardar. - ¡Ted! ¡Alejandro! Me voy con Harry.
Espero que no tardemos mucho. Si pasa cualquier cosa me llamáis al móvil
¿entendido?
-
¡Sí!
-
¡Sí!
-
Bien. Vamos, campeón. – me envolvió con un brazo y
caminó conmigo hacia la puerta. Tuve tiempo de intercambiar una mirada con Ted,
esperando que pudiera prepararlo todo mientras yo entretenía a papá. Yo ya
había hecho mi parte.
Si quería que a Ted le diera tiempo a montar
una fiesta sorpresa, con globos, regalos, e invitados, tenía que llevar aquello
hasta el final. Tenía que ir al hospital y hacer como que realmente me había
lastimado la muñeca. Una vez Barie fingió un esguince en el pie. No sé
exactamente por qué: creo que para llamar la atención de papá, pero también
puede ser que no quisiera ir a la clase de educación física. No lo sé. El caso
es que papá jamás supo que era mentira. El médico dijo que era una pequeña
torcedura, la puso una tobillera y la mandó varios días de reposo. Yo la
descubrí por qué la vi apoyar el pie sin problemas una vez. Pero nadie más se
enteró. Así que lo de mi mano podía ser creíble también. Podía decirle al
doctor que me la había torcido haciendo el pino o algo así.
Mientras iba en el coche y papá conducía, no
pude evitar pensar que debería haber elegido otra cosa. Ya habíamos pasado
demasiado tiempo en hospitales. Aquél día iba sobre hacer feliz a papá, no
traerle malos recuerdos.
-
¿Puedes moverla, Harry? – me preguntó, cuando ya
estábamos llegando. Supongo que estaba pensando en qué decirle al médico.
-
Sí… pero me duele…
Entramos al hospital directamente por la
parte de urgencias. Papá dejó el coche a un lado, para dejar pasar a otras
personas. Salimos del coche y entramos al edificio, y el se dirigió a un
mostrador de información con la tarjeta del seguro en la mano. Habló con una
mujer, tomaron algunos datos y nos
indicaron que fuéramos a la sala de espera. Como no me pasaba nada “grave”,
seguramente iban a tardar un poco.
El tiempo siempre pasaba más lento en las
salas de espera, y yo no llevaba muy bien el estar quieto sin hacer nada. Papá
lo sabía y por eso empezó a hacerme preguntas sobre el colegio y mis amigos
para distraerme. Fue bueno hablar con él sin ninguna clase de interrupción por
parte de Kurt o los demás enanos.
Como veinte minutos después nos llamaron, y
me hicieron una radiografía, que por lo visto era algo que se hacía siempre en
estos casos, por descarte. Después me atendió un médico que me movió la mano y
me preguntó dónde me dolía. Fingí que me dolía en varios movimientos.
-
Es posible que tengas un pequeño esguince… No creo
que merezca la pena escayolarte… Llevarás una muñequera un par de días ¿de
acuerdo? Nada de coger peso, ni de mover la mano. Y te aplicarás hielo dos
veces al día. Si te duele mucho puedes tomar un antinflamatorio.
Aunque me hablaba a mí, en realidad estaba
mirando a papá, como asegurándose de que tomaba nota de todo.
-
Entendido. Muchas gracias, doctor – dijo papá. -
¿Puede hacer un justificante? Para la clase de gimnasia.
- Por supuesto. Nada de gimnasia por una
semana, y después, con calma.
El doctor rellenó el papeleo y papá y yo salimos
de allí. Había sido fácil. Nadie había sospechado nada, todo había ido bien.
Suspiré.
-
Caray, campeón. Estás muy pálido ¿eh? ¿Te hizo daño?
– preguntó papá, mientras nos dirigíamos hacia el coche.
-
N-no mucho.
-
Compraremos la muñequera antes de ir a casa. No
tengo ninguna de tu talla. – me dijo. En ese momento abrí la puerta del coche…
con la mano que supuestamente me dolía. - ¡Harry! – exclamó papá, pensando que
me habría hecho daño. Pero yo no había emitido ni un solo quejido. Papá frunció
un poco el ceño, pero no me acusó de nada. – Ten cuidado, hijo. El doctor dijo
que no la movieras.
-
Y-ya…
Condujo rumbo a la farmacia, y compró una
muñequera de mi talla. La farmacéutica se ofreció a ponérmela para ver si
realmente me valía. Aquella cosa era realmente ajustada y apretaba bastante. Me
sentí un poco estúpido por llevar algo así. Abrí y cerré la mano para comprobar
que podía mover los dedos. Supuse que tendría que cargar con eso un par de
días, y seguir con el teatro…
Cuando salíamos de la farmacia, que estaba solo a un par de manzanas de casa,
me pareció ver a Alejandro, que llevaba algo en las manos, y parecía tener
problemas con ello. Debía de ser el gatito que le quería regalar a papá. Si nos
cruzábamos en ese momento toda la sorpresa se fastidiaría.
-
¡Ay, ay! ¡Me duele! – gimoteé y me agarré la mano,
girándome hacia papá y casi derribándole, con movimientos escandalosos.
-
¿Qué? Pero… hijo, ¿qué pasó? Un momento… ¿a ti no te
dolía la otra mano? ¿Esa en la que llevas la muñequera?
¡Mierda! ¡Me había agarrado la mano
equivocada!
-
Vale, Harry… ¿Qué pasa aquí? – preguntó papá,
cruzándose de brazos.
Me quedé sin habla, porque no tenía
literalmente nada que decir. Me había pillado. ¿Qué podía decirle para no echar
a perder lo de la fiesta?
-
¿Ha pasado algo hoy en gimnasia? ¿No quieres ir, o
algo así? – insistió, completamente convencido ya, por mi mutismo, de que todo
había sido mentira. No parecía muy enfadado, así que asentí, por ver si colaba.
Papá suspiró – Cariño, solo tendrías que habérmelo dicho. ¿Estáis haciendo algo
difícil? Ayudé a tu hermana con el pino. Podría ayudarte a ti también.
-
Es que… me da miedo saltar el potro – murmuré, lo
cual no era mentira del todo.
-
¡Oh! Campeón, no pasa nada… Tu saltas muy alto,
seguro que puedes pasarlo sin problemas…
-
Me asusté…
-
Por eso te inventaste lo de la mano ¿mm? – me dijo,
y me revolvió el pelo. Era todo un alivio que no estuviera enfadado. – Vaya.
Así que acabo de comprar una muñequera por nada.
-
Lo siento…
-
Está bien, Harry, no pasa nada… Pero no puedo dejar
que te saltes la clase. Ni presentar este justificante que es una mentira. No
se consigue nada huyendo de los problemas, enano. Sé que tu profesor es un tipo
agradable. Te enseñará a saltar y se ocupará de que no te pase nada, pero si te
sigue dando miedo yo te ayudaré.
-
Vale…
Papá tiró un poco de mí para acercarme a él y
abrazarme.
-
Me alegro de que tu mano esté bien – me dijo. – No
vuelvas a mentirme ¿eh?
Fue un regaño pequeño, que pasó casi
desapercibido. No se había molestado conmigo. Asentí y dejé que me mimara un
rato.
-
Vámonos a casa, campeón. ¡Mira que hora es! ¡Son
casi las seis!
Sonreí sin poderlo evitar. Ese era todo el
tiempo que Ted me había pedido. Objetivo conseguido.
-ALEJANDRO´S
POV-
En cuanto papá se fue con Harry, todos nos pusimos manos a la obra con
la decoración. Poco después vino la gente del catering que había contratado
Ted, y nos dedicamos a repartir la comida en platos.
Michael había pedido salir más temprano aquél
día, para llegar a tiempo. Nos dijo que
su jefe estaba más dispuesto a hacerle favores últimamente, porque le
tenía lástima, aunque no nos explicó por qué. Cuando él llegó, nos pusimos a
hablar entre Ted, él y yo sobre el tema del gato. Tras discutirlo un rato al
final estuvimos de acuerdo, así que le envié un mensaje a mi compañera y fui a
su casa para cogerlo.
Resulta que hay un montón de cosas que es
necesario saber para cuidar un gato bebé. Me vi bombardeado de información, y
luego me dio un pequeño transportín, una cama y un paquete de comida. Me las vi
y me las deseé para cargar todo eso, sobretodo porque al gatito no le gustaba
demasiado estar metido en esa especie de jaula de transporte. Probé a sacarle
de ahí y llevarle en brazos, pero no se estaba quieto. Fue un viaje a casa
bastante movidito, pero finalmente lo conseguí.
Cuando entré en casa, pude ver los cambios
que habían hecho mientras yo estaba fuera. Ted había preparado una especie de
mural con fotos de papá y mis hermanos estaban firmando debajo y poniéndole
dedicatorias.
-
Cada día estoy más convencido de que naciste con el
sexo equivocado, Ted – dije, nada más entrar. - ¿Crees que a papá le gustará
una mariconada como esta?
-
Hablo el macho que va por ahí regalando gatitos. –
contraatacó.
-
A papá le encantará – apoyó Barie. – Yo he elegido
las fotos ^^
-
Papá odia las fotos – repliqué, aunque estaba seguro
de que el detalle le iba a encantar. – Bueno qué ¿no queréis ver al gato?
Inmediatamente me vi rodeado de todos mis
hermanos, encabezados por Barie y Alice. En ese momento no hubiera querido ser
el gato por nada del mundo, porque no le dejaban ni respirar.
-
Hola, bonito.
-
Hola, cosita.
-
¿Te ha tratado bien ese bruto?
-
Gatito :3
El gato fue rotando de unos brazos a otros,
excepto a los de Michael, que estaba muy ocupado mirando las fotos. Quizá él no
había visto ninguna de esas antes.
-
Son fotos antiguas. En esa de ahí es mucho más
joven, tenía unos treinta o así. – le informé.
-
Bueno, cumple treinta y ocho. Tampoco es ningún
vejestorio. Solo me saca veinte años… - murmuró. Creo que eso le estaba dando
mucho en lo que pensar.
-
Verás cuando cumpla cuarenta. Le veo con una de esas
“crisis de la mediana edad”. Se echará una novia de la edad de Ted y se hará
algún tatuaje.
Michael soltó una carcajada, y yo también me
reí. No, papá no parecía de esos.
No tuvimos tiempo para mucho más, porque en
ese momento escuchamos el coche de papá en la entrada.
-
¡Oh, no! ¡Aún no ha llegado la gente! – protestó
Ted.
- Venga, venga, luces apagadas, todo el mundo
escondido. Ted, da igual, vendrán luego. Se va a sorprender igual. – dijo
Michael, y empezó a poner a los enanos detrás del sofá. Apagué la luz y me
escondí también.
Todos nos quedamos en silencio, y en ese
momento reparamos en que Ted se había quedado en medio del cuarto, sin saber
dónde esconderse por la silla, con el gato encima de sus piernas. Ya era
demasiado tarde, porque la puerta se estaba abriendo.
Michael se levantó corriendo, empujó la
puerta con todas sus fuerzas y echó el pestillo. Escuchamos gritar a papá desde
el otro lado.
-
¿¡Chicos!? ¿Qué pasa con la puerta? ¡Abridnos!
-
¡Esconde el gato, corre! – apremió Michael.
Ted miró a un lado y a otro con nerviosismo,
y al final se lo metió debajo de la sudadera.
Papá aporreó la puerta, sin dejar de gritar nuestros nombres.
- Cambio de planes, fuera, fuera, todos
fuera. Salid. A la de tres gritamos “feliz cumpleaños”
Entre risas, tropiezos, y algo de ansiedad,
salimos de los escondites y nos pusimos delante de la puerta.
-
Uno….dos….y….
Michael corrió el pestillo, y dejó que papá
entrara en casa.
-
AIDAN´S POV-
¿Me habían cerrado la puerta en las narices? Eso ya era demasiado.
Sentí que me iba enfadando más y más conforme pasaban los segundos, hasta que
al final conseguí abrir la puerta. Abrí la boca para decir algo, pero entonces….
-
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!
- gritaron todos.
-
Con un poquito de retraso – añadió Ted.
Reparé entonces en los globos, la serpentina,
los carteles, un mural con fotos… y el hecho de que Michael estaba en casa,
algo más pronto de lo usual.
-
¿Qué es esto? -
pregunté sorprendido. Mire a Harry, que me sonreía ampliamente, como
todos los demás.
-
Es una sorpresa – dijo Kurt, y saltó para que le
cogiera en brazos - ¿Te gusta?
-
Me encanta, campeón – conseguí decir, aún sin
creérmelo del todo - ¿Lo habéis hecho vosotros? ¿Y toda esa comida? ¿Y…?
-
Ted lo ha organizado todo. Los demás hemos ayudado
un poco – dijo Michael.
Mire a Ted, que en ese momento parecía entre
feliz y avergonzado. ¿Cómo había hecho todo eso? ¿Y por qué? ¿Por mí? Me
sentí muy conmovido, y no dejé de pensar en cómo había podido montar
todo eso sin que yo me diera cuenta.
-
Por eso estaba usando el móvil de Zach… no podía
darle el fijo a los del catering… y esta mañana hablaba con Alejandro,
ultimando cosas… - me explicó.
Y yo me había enfadado con él. Idiota de mí.
Le abracé bien fuerte, agradecido por
aquello, pero entonces escuché un gemidito que no salía de Ted. Me separé un
poco, extrañado, y vi que algo se movía bajo la ropa de mi hijo. Una cabecita
peluda asomó bajo su chaqueta y soltó un pequeño maullido.
-
¿Y esto?
Pude ver como Ted se ponía nervioso e
intercambiada miradas con sus hermanos.
-
Es tu regalo de cumpleaños… - me explicó, sacando al
animalito de su escondrijo y extendiendo los brazos para que lo cogiera.
-
¿Me habéis regalado un gato? – pregunté, sin estar
seguro de haber entendido bien. Por reflejo, recogí al pequeño de los brazos de
Ted y noté lo suave que era. Tenía unos ojos enorme y brillantes y parecía muy
indefenso.
-
Siempre has querido tener una mascota…y nosotros
también – empezó Alejandro. Supongo que tocaba el discurso para convencerme. –
No dará muchos problemas. No hay que sacarles a pasear como a los perros y son
muy limpios… y es muy pequeño… y a Alice le encanta.
Le miré mal. Lo de Alice era jugar sucio. La
enana miraba el gatito de una forma que me dejaba claro que si decía que no
podíamos quedárnoslo me iba a odiar para siempre.
-
Gatito – dijo mi pequeña, como para confirmarlo.
Miré a la pequeña bolita peluda. Algo tan
chiquitito no podía ser tan difícil de cuidar…claro que lo mismo pensaba de los
bebés, hasta que tuve uno.
Me habían tendido una trampa en toda regla.
Ellos sabían perfectamente que si me preguntaban si podíamos tener una mascota,
la respuesta era un no. Pero aquella vez no habían preguntado. Y me la habían
regalado. Y ahora yo no podía decir que no sin sentirme terriblemente mal.
El gatito me lamió la mano, como para
recordarme su presencia. Le acaricié las orejas y emitió un sonido débil, como
un ronroneo. Pero qué mono era…
-
¿Es macho o hembra? – pregunté.
-
Macho – respondió Alejandro.
-
¿Tiene nombre?
-
El que le pongas tú.
Si le ponía un nombre era como la
confirmación definitiva de que me lo iba a quedar. Jugueteé un poco con él,
mientras me lo pensaba. Metí un dedo en su pequeña boquita y me mordisqueó con
sus dientecitos aún minúsculos.
-
¿Eres un pequeño tigrecito, eh? – susurré, y moví el
dedo para sacarlo. Soltó un pequeño bufidito. – Mmm… el pelaje también me
recuerda a un tigre… tal vez deba llamarle así.
-
¡No! ¡Es un león! – dijo Kurt.
-
¿Ah sí? – sonreí - ¿Le llamamos Leo?
-
¡Sí! – dijo Kurt, contento por haber ayudado a
elegir su nombre.
Levanté al gato por encima de mi cabeza y le
observé desde todos los ángulos, como familiarizándome con él.
-
¿Te gusta ese nombre? Leo. – le dije, y el gato
abrió la boca en lo que parecía un bostezo. Sonreí – Gracias chicos…. Ha sido
muy dulce de vuestra parte…
Escuché un enorme suspiro.
-
No se ha enfadado – dijo Ted.
-
Sí se hubiera enfadado por esa cosita es que no
tiene corazón – dijo Zach.
-
Bueno, no me gusta que me hagan encerronas, ¿eh? Y
ya sabéis lo que opino sobre tener animales, siendo tantos. Pero un regalo es
un regalo y si lo cuidamos entre todos estará bien.
-
No te hagas el duro, que te ha encantado – replicó
Michael. Tuve que darle la razón.
-
Esto es increíble, chicos. Os habéis esforzado mucho
y… muchas gracias..
Paseé por la habitación viendo todos los
adornos, y me detuve a ver las fotos, con algo de vergüenza por verme así
expuesto en un papel.
-
¿Y toda esta comida solo para nosotros? Es
demasiado. – comenté, viendo las bandejas con sandwhiches, bollos, patatas,
canapés, croquetas, y más.
Mis hijos sonrieron con complicidad, pero
antes de que pudieran decir nada, sonó el timbre. Entonces entendí que no era
solo para nosotros. Habían planeado aquello bien a fondo, y había invitados. No
recordaba la última vez que había celebrado mi cumpleaños con alguien que no
fuera de mi familia…básicamente porque nunca lo había hecho.
En los diez minutos siguientes, aquello fue una
entrada constante de gente. Vino nuestro vecino, el señor Morrison, y me regaló
una pluma estilográfica con un aspecto tan elegante que me daba miedo tocarla
no la fuera a romper. También vino gente de mi editorial: mi ilustrador, Matt,
y mi editor, Roy. Y Ted había invitado también a gente de la parroquia: amigos
míos, supongo, pero mis habilidades sociales nunca habían sido muy buenas.
Jamás me habría animado a invitarles por mí mismo. Gracias a eso me di cuenta
de que mi círculo de amistades, que normalmente yo reducía a un par de
personas, en verdad era de ocho o de diez.
Yo ya no esperaba a nadie más, pero entonces
el timbre sonó otra vez.
-
Por fin – oí susurrar a Ted.
Su expresión era extraña. Estaba algo
inquieto, pero también ansioso. ¿A quién más habría invitado?
-
HOLLY´s POV –
Me había encerrado en mi cuarto. Había echado el pestillo y me había
sentado en la cama, tratando de ignorar los gritos que llegaban desde el otro
lado de la puerta. Sabía que era una mala madre por hacer eso, pero tampoco les
haría ningún bien a mis hijos si me echaba a llorar delante de ellos.
Pasaron cinco minutos antes de que me diera
cuenta de que los gritos ya habían acabado. Entonces escuché un golpeteo en mi
puerta. Me aseguré de no tener rastro de lágrimas y la abrí. Era Scarlett.
-
¿Mami? – preguntó, como si no estuviera segura de si
debía entrar, aunque la hubiese abierto. La abracé, porque necesitaba abrazar a
alguien y porque abrazarla a ella siempre era reconfortante. – No lo ha dicho en serio, mami. Ya sabes
cómo es.
Me separé de ella y asentí, intentando ser
fuerte. Intentando convencerme de que era cierto, y Sean no sentía realmente
las palabras que había dicho. A veces era fácil pensar que su única intención
era la de hacerme daño, pero yo sabía que no era así...
“Tendríais
que haber muerto los dos, pedazo de puta”
Era triste que un crío de catorce años manifestara tanto odio.
-
¿Dónde está?
-
En el salón… - respondió Scarlett. Ella se lo había
tomado mejor de lo que pensaba. Creí que la peor reacción iba a ser la suya, no
la de Sean. Generalmente Scarlett entraba en pánico cuando yo salía de casa, y
su tío tampoco estaba.
Fui al salón, y vi a Sean tumbado en el sofá,
jugando con el móvil. Me dedicó una mirada de desprecio cuando entré y luego ya
no me miró más, centrado en la pantalla e intentando hacer como que yo no
estaba. Sabía que si le quitaba el móvil para hablar con él se pondría agresivo
y me daría una patada y realmente no quería empezar una pelea en ese momento,
sino terminarla. Así que le hablé desde una distancia prudencial, sabiendo que
con móvil o sin él no iba a poder evitar escucharme.
-
No sé que es lo que esperas de mí. Sólo voy a un
cumpleaños de un amigo, Sean.
-
¡Amigo mis cojones! Es ese escritor ¿no? ¿Es que no
hiciste bastante por él con ese programa?
-
Solo estaba haciendo mi trabajo. Y ahora voy a
desearle un feliz cumpleaños.
-
Ya te lo he dicho: si vas con él, aquí no vuelvas. –
me gruñó.
-
No vas a echarme de mi propia casa.
-
No es tuya, es del imbécil de tu hermano – contra
atacó. Y lo peor es que tenía razón. Tal
y como le encantaba recordarme, vivía en la casa de mi hermano pequeño, porque
no fui capaz de pagar la hipoteca de nuestra antigua casa.
-
Sean, no voy a dejar que hables así. A tu tío y a mí
nos respetas.
-
Oh, a él sí, pero a las putas como tú en todo caso
las escupo.
Suspiré. Hasta el cambio más pequeño
provocaba en él esa clase de reacciones desproporcionadas. Percibía cualquier
cosa como una agresión hacia él y se defendía con todo su arsenal. Era fácil enfadarse
con él cuando se ponía en ese plan, pero así no conseguiría nada…
-
Quiero que te disculpes, Sean. Ahora.
Debía de estar más enfadado de lo que había
creído, porque en ese momento me tiró el móvil a la cabeza, con demasiada
puntería. El golpe me dio en el lado derecho, y me dolió bastante.
Inmediatamente después se dejó caer en el sofá, como cansado, y en paz. Conocía
esa señal: había vuelto a la normalidad.
Segundos después, abrió un poco los labios. Esa señal también la conocía: se
sentía culpable.
-
Mamá… yo…
-
Ya lo sé, cariño. – me acerqué a él, con algo de
precaución, pero ya parecía haberse calmado del todo. Esa vez no había sido muy
fuerte. - ¿Te tomaste hoy la medicina?
-
Sí…
Me senté a su lado y le rodeé con un brazo.
Él no dejó de mirarme entre arrepentido y asustado. El bruto de su tío le había
hecho pensar que debía esperar fuertes represalias después de escenas como la
de hacía un momento. Aaron no sabía
reaccionar bien en esas situaciones.
Lo cierto era que yo tampoco sabía cómo reaccionar.
Sabía que no podía culparle totalmente por sus palabras y sus acciones cuando
estaba en medio de uno de esos ataques de ira, pero al mismo tiempo el
terapeuta había remarcado la importancia de ayudarle a controlar esos impulsos.
Le acaricié el pelo y le dejé apoyarse en mi
hombro, sabiendo que le gustaba estar cerca de mí en momentos así, como para
comprobar que todo estaba bien.
-
No se lo digas al tío… - me pidió. No pude evitar
acordarme de cuando esa frase era “no se lo digas a papá”.
-
No se lo diré – le tranquilicé, y le seguí
acariciando. – Pero has perdido dos puntos, cielo.
Sean
me miró con un puchero sobreactuado. La prueba de que ya estaba calmado
era que estaba haciendo eso, y no insultándome o empujándome.
-
Pero ya casi tenía cincuenta… - protestó.
Sabía que cuando consiguiera cincuenta puntos
tendría un premio. Cuando su terapeuta nos sugirió aquello me pareció demasiado
infantil para alguien de catorce años, pero en cierto sentido la mente de Sean
ERA infantil, y no funcionaba del todo
como la del resto.
-
Ya los recuperarás. Lo estás haciendo bien,
últimamente. Lo de hoy solo fue… un bache.
Asintió, e hizo más grande su puchero. Se
apretó un poco más contra a mí, y me hizo sonreír, al verle tan cariñoso. Mi
pequeño…
-
¿Te enfada que vaya a ese cumpleaños? – le pregunté.
-
Sí.
-
¿Por qué?
Era importante que aprendiera a expresar las
cosas que le frustraban de una forma no violenta.
-
¿Vas a salir con él? – me preguntó en vez de
responderme. Decidí ser sincera.
-
No lo sé…
-
¡Ni siquiera le conocemos!
-
¿La idea te gustaría más si le conocieras? –
inquirí.
-
Depende.
Le miré a los ojos. Esos ojos azul oscuro tan
inquietantes que había heredado de su abuelo.
- Si decido que voy a seguir viéndole, os lo
presentaré. ¿Quieres eso?
-
Está bien –aceptó.
Levantó la mano y acarició mi frente en el
punto donde me había dado con el teléfono. Se mordió el labio.
-
No se lo digas al tío… por favor…snif… - me suplicó.
Sus ojos se inundaron de lágrimas que no llegó a derramar. Le di un beso buscando
calmarle.
-
Tranquilo, Sean. Sé que no querías hacerme daño.
-
Perdón…
-
Te perdono, pollito – le dije, y sonrió, porque así
solía llamarle cuando era pequeño.
Le estuve acariciando el pelo por un buen
rato, hasta que me di cuenta de que se había quedado dormido. Me levanté con
cuidado de no despertarle, y le arropé. Justo en ese momento entró Sam en casa.
-
Hola.
-
Hola, hijo. ¿Qué tal te ha ido todo?
-
Bien, muy cansado. ¿Y tú?
-
Bien – le mentí.
-
Holly…
A él no podía engañarle. Tampoco podía hacer
que me llamara mamá, al menos no siempre. Hacía un par de años que me lo dijo
por primera vez, pero no había dejado de llamarme “Holly”.
-
No es nada, Sam, en serio.
-
¿Se trata de Sean?
Asentí, sin decir nada, y recogí los juguetes
de West, que estaban desparramados por el salón, como siempre.
-
Algunos días son más difíciles que otros – comenté,
observando el cochecito blanco que le encantaba a mi hijo. – Hay veces que digo
“ey, no pasa nada, va mejorando”. Y otros en los que pienso que en realidad no
le pasa nada, como dice tu tío, y me pregunto si es que simplemente soy una
mala madre que no le puede controlar.
-
Nadie inteligente diría jamás que tú eres una mala
madre. Lo que le ocurre a Sean no es culpa tuya, y creo que lo haces bastante
bien con él. Eres la única persona que consigue que se calme rápido.
-
Pero le tengo miedo. Tengo miedo de mi propio hijo –
susurré, abrumada por mis propias emociones – Tengo miedo de que se haga daño,
de que me lo haga a mí, o a los pequeños… Tengo miedo de no ser buena para él,
de no poder ayudarle…
-
No sé lo que habrá pasado, pero sí que le ayudas…
-
Les dije que esta tarde iba a salir, y se puso como
loco. Dijo que yo también tendría que haber muerto. Se puso tan…tan furioso que
corrí a esconderme al cuarto. Después volví, me tiró el móvil a la cara, y ya
se calmó. – me desahogué. – No es nada que no haya pasado otras veces, pero me
pregunto si alguna vez va a mejorar. Si… si alguna vez voy a sentir que soy
buena para mis hijos.
Sam se acercó a mí y me abrazó. No era muy dado
a hacer eso, así que disfruté del momento. Cuando le abracé, mis manos dieron
con sus rastas y jugueteé con ellas un poco. Tenía el pelo muy largo y se había
hecho eso en el pelo hacía varios meses, para horror mío y de su tío, pero ya
me había acostumbrado y tenía que reconocer que le quedaban bien.
-
No se me ocurre a nadie mejor. Tienes muchos hijos,
cuatro de ellos con necesidades especiales. Y te ocupas de todos ellos. Claro
que hay días terribles, pero no dejes que te rallen la cabeza. Eres buena madre,
Sean ha mejorado mucho, y tú tienes
derecho a rehacer tu vida.
Esa última frase dio justo en el blanco de lo
que me estaba rondando la mente. La reacción de Sean me había hecho pensar que
no debía seguir intentando acercarme a Aidan.
-
No haces nada malo por salir de casa de vez en
cuando, mamá. Lo necesitas. Y lo que te haga bien a ti, nos hace bien a
nosotros – concluyó. Sonreí por que me dijera mamá.
-
Gracias, Sam. Y gracias también por quedarte hoy… Sé
que tenías planes…
-
Ey. Siempre me dices que pase más tiempo con mis
hermanos. Seguro que a Scarlett le encantará que pase la tarde aquí – me dijo.
Tener a alguien como Sam alrededor era
similar a la paz espiritual, o algo.
-
¡Sam, Sam! – gritó West, que pasó en ese momento por
el salón y le vio. Corrió hacia él y soltó un gritito feliz cuando Sam le cogió
en brazos.
-
Hola, microbio.
Les dejé a los dos jugando y empecé a poner
sillas alrededor de la mesa del comedor. La casa de mi hermano era grande para
una sola persona, pero muy pequeña para todos nosotros. Mis dos hijas
compartían cuarto, y los cinco chicos dormían juntos. Los trillizos dormían
conmigo y Sam dormía con mi hermano. Los cuartos eran pequeños, y estábamos
hacinados. Los únicos sitios donde podían hacer los deberes eran la mesa del
comedor para los mayores y la mesita del salón, para los pequeños.
Después miré el reloj y vi la hora que era.
Tenía que preparar a los trillizos y tenía que prepararme yo, si quería llegar
alguna vez al cumpleaños de Aidan.
-
Puedo quedarme también con los trillis – se ofreció
Sam.
-
No hijo, te volverías loco con tanto crío. Solo
encárgate de que hagan los deberes ¿vale? No tardaré mucho.
-
Tranquila.
Fui a despedirme de los demás, y a decirles
que fueran a hacer los deberes. Luego vestí a los trillizos –lo cual fue más
difícil de lo que parece porque no se quedaban quietos ni un segundo- y por
último cogí el regalo que había pensado para Aidan. No habría sabido qué
regalarle de no haber leído cientos de entrevistas sobre él, en las que decía
que le gustaba llevar colgantes en el cuello, y que nunca tenía suficientes
porque se le rompían jugando con sus hijos.
Metí a los bebés en el coche, en sus
respectivas sillitas, y reuní fuerza mental para hacer aquello. No podía
olvidarme de que iba a conocer a los hijos del hombre que me gustaba que, por
si no era suficiente presión, era además un escritor al que admiraba muchísimo.
Aparqué el coche cerca de su casa. Miré a mis
tres pequeños por el espejo retrovisor, y les sonreí.
-
Mami está loca. Pero loca, loca. –les dije.
-
“oca” – repitió Tyler, con un gorgorito. Era el que
estaba más despierto de los tres. Dante y Avery iban medio dormidos.
Les saqué de la sillita y caminé hasta la
entrada de la casa. Me llegaba el ruido de varias voces amortiguadas. Me quedé
allí delante sin atreverme a llamar, pero entonces Avery, que iba en mis
brazos, estiró la mano y tocó el timbre, porque le encantaba apretar botones.
Bueno, al menos me había ahorrado como
cinco minutos de indecisión.
-
Ay madre…ay madre, ay madre, ay madre…. –susurré.
La puerta empezó a abrirse y mi pulso se
aceleró considerablemente.
-
AIDAN´S POV-
Holly estaba en mi puerta con cara de pánico y de cansancio. Tres bebés
que eran clones exactos unos de otros – o al menos así me pareció entonces- la
rodeaban. Uno estaba en sus brazos, y otros dos la agarraban las piernas.
Tenían el pelo de un llamativo color rojo, y eran bastante pálidos.
Me quedé ahí clavado, sin saber qué hacer o decir. Jamás me habría
imaginado que Ted iba a invitar a Holly. Estoy seguro de que tenía una
expresión estúpida en la cara.
-
¡Papá! ¡Déjala pasar! – me dijo Ted.
Cierto, estaba bloqueando la puerta. Me aparté con movimientos torpes.
-
Ho…hola… - ella pareció encontrar su voz antes que
yo .
-
Qué bien que hayas venido – sonreí, aún incrédulo,
pero feliz.
-
Esto… feliz cumpleaños.
-
Feliz cuñaños :3 – repitió el bebé que llevaba
encima. Qué mono era. Le sonreí, y me agaché para hablar con los otros dos
nenes.
-
Hola. Yo soy Aidan – me presenté. Uno de los bebés
se escondió detrás de su madre. – Tranquilo, peque, no voy a hacerte nada…
-
Dante es muy tímido. – explicó Holly. – Se relajará
en cuanto vea que lo hacen sus hermanos.
-
Yo soy tímido también – le dije al enano, y hablé
con el otro bebé. - ¿Y tú cómo te llamas?
-
Tyler.
-
Hola, Tyler. ¿Me das un beso?
El bebé levantó la cabeza para mirar a su madre y luego se soltó para
venir hacia mí y darme un beso en la mejilla. Luego me pasó la mano por la cara
en un gesto que venía a significar “raspas”.
- Pincha. – me acusó, y yo me reí. Eran tan tiernos….
-
Así que… son trillizos. – comenté, mirando a Holly
de nuevo. Ella asintió, con una sonrisa
de circunstancias. – Caramba. Es… wow… y yo casi muero con los mellizos.
-
Oh, tengo de esos también. Dos parejas de mellizos.
Un movimiento a mi espalda llamó mi atención. Bárbara estaba
literalmente dando botecitos, agarrada del brazo de Alejandro. Se moría por
conocer a los bebés.
-
Pasad, pasad. Hay sillas por ahí. Y comida… si
quieres puedo calentar un biberón para los nenes, o algo de leche. – me ofrecí. No sabía si aún tomaban biberón
o no.
Bárbara no aguantó más y se acercó a nosotros, sonriendo tanto que no
sé cómo no le dolía.
-
¡Hola! – saludó a Holly - ¡Has traído bebés!
Tal como lo dijo casi pareció que los bebés eran como un complemento, o
algo así. Algo que uno simplemente “trae” a una fiesta. Holly debió de pensar
así también, porque soltó una pequeña carcajada.
-
¿Te acuerdas de mí? – preguntó Bárbara.
-
Claro. ¿Bárbara, verdad? Ellos son Dante, Tyler, y
Avery.
-
¡Son preciosos! ¡Hola, bebés!
-
No los pierdas de vista o te los robará – le
aconsejé a Holly, en tono de broma.
Bárbara me miró mal, pero Holly parecía divertida. Me la quedé mirando unos segundos, y cuando
me di cuenta de que estaba siendo poco discreto, carraspeé.
-
Ven, te presentaré a los demás. A Ted ya le
conoces… Y él es…
Estaba a punto de decir “Alejandro”, cuando el susodicho soltó un
bufido acompañado de una mirada no precisamente amigable.
-
¿Qué hace ella aquí? – gruñó.
-
¡Alejandro! ¿Qué modales son esos? – regañé.
-
Tío, te dije que la había invitado – dijo Ted.
-
¡No, a mí no me dijiste nada!
-
¿Ah, no? Se me debió pasar…
-
¿¡Qué hace aquí!? – insistió. – Es esa periodista
¿no? Tú no estás invitada. Vete a asaltar otro catering, aquí no tenemos suficiente
comida para ti.
Sacudí la cabeza, seguro de que había entendido mal. Aquello fue
demasiado. Estaba siendo muy grosero… y esa insinuación referente a la comida
era algo que no le iba a permitir.
-
¡ALEJANDRO!
N.A.: Esta historia ya ha cumplido dos años. No me
lo puedo creer. ¿Qué mejor ocasión que esta para poner el primer punto de vista
de Holly? Espero que os caiga bien. J
Me encanto espero que estas dos grandes familias se unan,continuala pronto por favor.
ResponderBorrarMe encanto demasiado y comprendo a Barie, yo veo bebes y soy como un iman para ellos, no lo puedo evitar para nada y metiste un lindo y tierno gatito!!!!! *w*
ResponderBorrarPD: ame la imagen de aidan *¬*
PD2: Quier matar a Alejandro por lo que dijo >;C
Que genial que actualizarás me dormi a la 1 de la mañan por leerte
ResponderBorrarExtraordinario capitulo Dream!!
ResponderBorrarY muchas felicidades por estos dos años!!
Waoo la historia se pone cada vez más intensa con la llegada de holly!!
Ese Alejandro reaccionó muy mal con su llegada!! Y de seguro lo van a castigar por su culpa :( ...
Ohh.. genial como siempre, me dio penita con Ted cuando Aidan lo ignoro, Holly pobre que drama con ese hijo violento, y Alejandro siempre dejando un cierre interesante... jajaja es que es tan celosito.
ResponderBorrarHermoso relato Dream
ResponderBorrarPero lo.dejaste en la mejor parte
Un abrazote
Marambra