Páginas Amigas

martes, 26 de julio de 2016

CAPÍTULO 12:



CAPÍTULO 12:

Quedaban cinco minutos para que me sonara el despertador. Fuera de mi cuarto, en la habitación grande, los chicos hacían algo de ruido, pero yo me estaba haciendo el tonto. No me apetecía salir de la cama todavía.

Aquél era mi segundo día en el internado y mi primer día dando clase. Aunque suene estúpido, estaba nervioso. Pero eso era algo bueno: si a mis cuarenta y dos años seguía poniéndome nervioso antes de una clase, quería decir que me importaba mi trabajo, y que me lo tomaba en serio. En esos minutos previos a que sonara el despertador, repasé mentalmente lo que iba a decir en el aula, y cómo iba a introducir el tema 1 del libro. Normalmente no hubiera empezado el primer día dando temario, pero los chicos ya habían perdido una semana, mientras se ajustaba el personal.

Finalmente, me obligué a mí mismo a levantarme y, aún en pijama, abrí la cortina de mi cuarto. Algunos chicos todavía estaban dormidos, mientras los demás se lanzaban almohadas y reían, pero sin armar demasiado escándalo. Lo normal, cuando juntabas veinte niños de la misma edad en un cuarto. La imagen me hizo sonreír. Estaba acostumbrado a despertar y estar solo en casa. Aquello era un agradable cambio.

Al verme, todos se sentaron sobre la cama como si no hubieran estado haciendo bulla, peor no pudieron ocultar sus sonrisas pícaras. Damián me saludó con la mano, y le devolví el saludo. La noche anterior me había costado que se durmiera. Por lo visto, solían enfadarse con él porque no quería irse a la cama a su hora, pero enseguida descubrí que le daba miedo dormir a oscuras. Acordé con él que yo dejaría mi luz encendida, y así la habitación se iluminaría a través de mi cortina, dejando dormir a quienes estaban acostumbrados a la oscuridad. Damián me lo agradeció con un abrazo. Quien opinara que ese niño era difícil, era porque no estaba acostumbrado a sentarse un momento y escuchar a las personas, para ver qué les preocupa.

Salí de mi cuarto y les di los buenos días.

  • ¿Cómo habéis dormido? Veo que sois madrugadores… casi todos.  – añadí, mirando a Benjamín, que seguía durmiendo. ¿Cómo podía dormir con los demás haciendo ruido a su alrededor?

  • ¿No te ha molestado la luz?  - me preguntó Damián, con algo de timidez.

  • Qué va, yo duermo con un antifaz.

  • ¡Ala! ¿Cómo las señoras mayores? – preguntó Borja, riéndose. Los demás le miraron mal, temiendo que me fuera a tomar mal la broma.

  • Serás atrevido. A ver si te parezco una señora mayor ahora – bromeé, y le levanté con un solo brazo para tirarlo sobre la cama, haciéndole cosquillas en el proceso. Borja se empezó a reír cada vez más alto y enseguida tuve cola de los demás chicos, que me pedían que les hiciera lo mismo.

Aquél juego tendría que haber terminado por despertar a Benjamín, al igual que había despertados a los otros dos remolones que seguían durmiendo, pero él seguía tumbado. Incluso me llegué a preocupar, y me acerqué a él, porque además ya tenía que levantarse, para comenzar el día. Lo que pasaba era que dormía con tapones. Chico listo. Le moví un poco para despertarle.

  • Mmffg….

  • Mmffgggg a ti tambien, Benja – me reí – Buenos días.

Benjamín se envolvió en las mantas, tapándose hasta la cabeza. Qué mono era. Le hice cosquillas en los pies y pataleó, riendo. Salió de las mantas y se quitó los tapones. Me dedicó una sonrisa mientras ponía los pies a buen recaudo.

  • No vayas a tener malas ideas de nuevo – me dijo, tapándoselos con la manta.

  • No prometo nada – respondí, y me fui a ver a los otros dos chicos que, aunque ya despiertos, aún estaban sentados en la cama, bostezando con mucho sueño. Eran Wilson y José Antonio, con los que aún no había tenido mucho trato. Dormían en camas contiguas.

- Buenos días, chicos. ¿Hace sueño?

  • ¿Tú que crees? – me gruñó Wilson.

Aquella hubiera sido la mejor mañana posible, de no ser esa respuesta. Me dije que era normal que despertaran un poco malhumorados. Yo mismo no era de buen despertar, en las noches en las que dormía poco.

  • Me imagino que sí. Ahora en la ducha os despejáis, a mí siempre me ayuda mucho.

  • Pues a mí lo que me ayuda es dormir sin que un grupo de idiotas me despierte. – replicó Wilson.

Fruncí el ceño. Ese tono y ese lenguaje se acercaba y casi traspasaba el límite de lo que estaba dispuesto a permitir. Pero me decidí a ser la parte conciliadora.

  • Siento si te hemos despertado, solo estábamos jugando un rato. De todas formas ya era hora de levantarse. – le dije, y opté por dejarle tranquilo mientras hablaba con el otro chico. - ¿Has dormido bien, José Antonio?

  • Más o menos…

  • ¿Y eso? – le pregunté.

  • Hubiera dormido mejor sin esa puñetera luz – intervino Wilson.

  • Cuida la forma en la que hablas. Y ayer os pregunté si os molestaba… con la cortina echada no se notaba mucho…- respondí, preguntándome si después de todo había hecho bien en dejar la luz encendida.

  • No molestaba – me aseguró José Antonio. – En verdad a mí tampoco me gusta dormir a oscuras.

Le sonreí y miré el reloj. Tenían que ir yendo a ducharse para que les diera tiempo a todos antes de desayunar.

  • ¿Quién está listo para ir a la ducha? – pregunté, y unos cinco o seis alzaron la mano. El baño tenía plaza para seis, así que era perfecto. – No tardéis mucho, que les tiene que dar tiempo a los demás.

  • A mí me da igual si no me da tiempo – dijo Wilson, haciendo ademan de volver a meterse en la cama. No le dejé.

  • No, no te da igual, y en cualquier caso a mí no me da. Y basta ya de ese tono y esas respuestas. No me gusta ponerme serio tan temprano, pero si tengo que hacerlo, lo haré, ¿entendido?

  • Sí…

  • Bueno, eso está mejor. Entiendo que estés gruñón por las mañanas, pero tienes que intentar controlarte un poco.

  • Perdón…

  • No pasa nada – respondí, aliviado porque todo quedara en eso, y le revolví el pelo. – Prepara tu ropa, anda. Verás que después de la ducha y de desayunar, con el estómago lleno, te sientes mejor.

Sin más incidentes, se ducharon y vistieron y cuando estuvieron todos listos y yo también, fuimos al comedor. La costumbre del internado era esperar en la puerta hasta que abrieran, o eso me habían dicho, por eso me extrañé al ver el comedor abierto de par en par. Me extrañé más cuando vi que, pese a estar abierto, nadie entraba.

  • ¿Qué ocurre? – pregunté, a un grupo de profesores.

  • El cocinero dice que falta una jarra de leche. No es mucho, pero está seguro de que había más.

Automáticamente miré a Benjamín, por alguna razón, supongo que asociando “leche” con “gato”.

  • Bueno, ¿y qué pasa? Un poco más o un poco menos de leche no hace tanta diferencia ¿no?

  • No, claro, pero eso quiere decir que algún estudiante entró en las cocinas sin permiso. Y además el muy cafre se dejó la nevera abierta. Por suerte estaba medio vacía, así que no se ha estropeado nada. El director está esperando a que vengan todos para tratar de averiguar quién ha sido.

  • Vale… gracias…

Me fui con mis chicos y particularmente me acerqué a Benjamín.

  • ¿Lo has oído? – le pregunté. Él negó con la cabeza. – Alguien entró en la cocina y cogió leche. ¿Tú sabes algo?

  • No, Víctor, de verdad que no.

  • Está bien, te creo, pero tenía que preguntar. Eres la única persona que conozco que saca comida a escondidas para un gato, y sé que les gusta la leche.

  • No, no soy el único…. – murmuró.

  • ¿No? ¿Quién más?

Benjamín miró a un chico alto, casi tan alto como yo, que justo estaba mirando en nuestra dirección con sus ojos grises.

  • Mi hermano.

Lo dijo en un tono que evidenció que creía que él había sido el culpable. Suspiré. Dichoso gatito, qué problemas me traía. Iba a ir a hablar con el chico, que además era uno de los que iba a tener en clase, pero Iván me interceptó.

  • ¿Qué tal ayer con Darío y Fernando?

  • Oh…. Bien, asumieron sus errores. Estoy seguro de que no lo volverán a hacer.

  • Yo no estoy tan seguro, porque sé que apenas les castigaste – me reprochó.

  • Puedo asegurarte que sí lo hice, y que lo que hice fue suficiente. Si me disculpas, tengo que ir a hablar con uno de los de último año… - le dije, y fui hasta el hermano de Benjamín. Creí recordar que se llamaba Lucas.

Iba a enfrentar aquello de forma calmada y con discreción, buscando a ver cómo le echaba un cable, porque la verdad, me parecía una tontería que pudiera cargársela por algo así. Sin embargo, cuando me acerqué a él, me pareció percibir algo extraño bajo su chaqueta. También era extraño que llevara chaqueta dentro del edificio, aunque otros chicos también llevaban porque hacía algo de frío. Miré con más atención, y vi que el bulto de su chaqueta era un gato. El gato. Le agarré del brazo y le arrastré por el pasillo, hasta alejarnos de los demás. Él se dejó hacer, sorprendidísimo porque no me conocía.

  • ¿Te has vuelto loco? ¿Has metido el gato aquí? – le solté, sin rodeos. Se asombró porque conociera la existencia del gato.

  • Es que esta noche ha llovido… y me daba pena… así que antes de dormir fui a por él y…

  • Y le diste de comer ¿no? Y se te olvidó cerrar la nevera. Grrr.

El chico parecía consciente de que se había metido en un problema, o en varios, y me miraba algo desesperado. Era un milagro que no hubieran descubierto al gato todavía, aunque luego recordé que en su cuarto no había guardián aún, y seguramente sus compañeros le guardaron el secreto.

  • Dame al gato. Yo le sacaré de aquí. Le dejaré en el jardín, no hace falta que me mires así. Pero tú ve pensando en qué vas a decir si averiguan que el de la nevera fuiste tú.

  • Eso no será un gran problema… Me echarán una bronca y me quitarán las salidas de los fines de semana, pero tampoco salgo mucho igual. Si digo que fui yo en vez de dejar que lo averigüen no harán nada más…

Parecía bastante seguro de eso y esperé que tuviera razón. De todos modos, no había sido nada tan grave como para que tomaran otras medidas.

  • Está bien, pues ve, rápido. – le insté – Soy Víctor, por cierto. Soy el guardián de tu hermano.

  • Ya, te vi cuando te presentaron. En…encantado.

  • Ya hablaremos en otro momento. Ahora voy a sacar a este bicho antes de que se arme.

Discretamente, aprovechando que nadie me prestaba atención porque todos estaban concentrados en el comedor, fui a la puerta principal y la abrí un poco. Puse al gato en el suelo, y le empujé con cuidado para que saliera. Después volví deprisa al comedor, para que no me echaran en falta.

El hermano de Benjamín estaba hablando con el director, y por la cara de este ya le había dicho que él había sido el que se coló en la cocina. El director se enfadó tanto que por un segundo pensé que había sido tan bruto de decirle que la leche era para un gato, en vez de contar una mentira piadosa, pero no se trataba de eso:

  • Esto es serio, Lucas. Sabes perfectamente cómo se castiga aquí a los ladrones. – dijo el director, lo bastante alto como para que el resto pudiéramos oírlo.

¿Qué? ¿Ladrón? Pero si sólo fue un poco de leche… No había robado nada… No podía estar hablando en serio, ¿de verdad iba a hacer semejante montaña de un grano de arena tan pequeño?





2 comentarios:

  1. Pobre gato, aunque sea su culpa. Y que lindo los hermanitos cuidándolo ¡Ya odio al director! ¡Y a la escuela en general! Voy corriendo al siguiente capitulo, ahora si me fije hasta donde te quedaste, para que cuando llegue a ese capitulo sepa que es el ultimo y no me pase como la otra vez, que casi me tiro al suelo a patalear xD

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  2. Apenas leo tu historia, y he de decir que me ha encantado, pero... A la mierda con ese director, venga, que solo ha sido un poco de leche, y para una buena causa

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