Páginas Amigas

martes, 26 de julio de 2016

CAPÍTULO 14:




CAPÍTULO 14:

Fui al gimnasio lo más deprisa que pude, para ver qué estaba haciendo Enrique con Lucas. Aún no sabía si Enrique era una persona en la que pudiera confiar al cien por cien. Parecía menos estúpido que Iván o que el director, pero todavía había un par de cosas de él que no me convencían. Sin embargo, cuando llegué, vi que mis temores eran infundados. Lucas estaba tumbado sobre unas colchonetas y Enrique fingía un bostezo en una silla cercana.

  • ¿Eso es lo máximo que aguantas? – se burlaba Enrique, pero no dejaba de ser un tono amistoso – Debilucho.

Observé a Lucas y enseguida entendí que estaba haciendo abdominales.

- ¡Llevo ochenta! – jadeó Lucas, como diciendo que eso no lo haría un debilucho.

  • ¡Más quisieras! Yo he contado setenta y cinco y te dije que hicieras cien. Y veinte flexiones.

  • Grrr. Es el castigo más estúpido que me han puesto nunca – protestó el chico.

  • Para que no se te ocurra hacer más excursiones a la cocina. –replicó Enrique. - No te quejes, que te vendrá bien para ponerte en forma.

Cuando entendí que no había nada preocupante en aquella situación, me acerqué a Enrique y me puse a su lado.

  • ¿Ejercicio? – le pregunté, sin poder ocultar mi incredulidad.

  • Lo he hecho antes un par de veces. Cuando venga el director tiene que parecer que le he castigado, y él estará todo sudado y jadeante, así que dará el pego. – me respondió, en voz baja, para que Lucas no nos oyera. - Y por otro lado, a lo mejor si bombea un poco de sangre a ese cerebro adolescente que tiene, aprenda a ser más discreto y a no dejarse pillar tan fácilmente.

Así que no era el único que hacía “trampas” con el director. Era bueno saberlo. El sistema de Enrique no me parecía del todo malo: Lucas podía hacer cien abdominales perfectamente, era un ejercicio que hacían a veces en clase. No era nada excesivo para él y al mismo tiempo Enrique lo utilizaba como regaño. Igual se lo copiaba alguna vez.

  • He hablado con su padre. Nunca he visto menos interés por un hijo, pero me ha dado permiso para actuar en su nombre. Así que le diré al director que la familia se opone.  ¿Crees que bastará? – le pregunté a Enrique, puesto que él llevaba allí varios años.

  • Tendría que valer. Pero si hay algo que es ese hombre, es cabezota. Tanto si se le mete en la cabeza que un chico no será castigado, como si se le mete que lo será.

  • ¿Sí? Bueno, pues yo lo soy más – le aseguré. – Y no tengo nada que perder.

  • Excepto tu empleo – me recordó.

  • Sí, pero no me servirá de nada si trabajo en un lugar que odio y que me hace odiarme a mí mismo. Ya acepté trabajos de mierda para mantener a mis hijos. Me niego a hacer lo mismo para mantener a mi esposa y su estratosférica y desproporcionada pensión.

  • ¿Eres divorciado, no? Me pareció entender eso por un par de comentarios…

  • Sí, sí lo soy. Algún día te contaré esa historia, tal vez con un café – respondí, amablemente, pero indicando que tampoco me apetecía dar detalles.

  • ¡¡Oye, no me estás mirando!! – se quejó Lucas - ¡Ya hice los cien!

  • Ya, claro, y mil también ¿no? No te dio tiempo a hacer más de diez. – replicó Enrique. Lucas resopló, y continuó con el ejercicio.

  • ¿Por qué lo torturas? – pregunté, aguantando la risa por lo graciosa que era la cara de indignación de Lucas.

  • Tengo que hacerme un poco el malo. Además, así se entretiene. Cuando vinimos aquí estaba muy nervioso. No quiero que piense en lo que puede pasar cuando venga el director. El deporte le mantiene la mente ocupada.

Sonreí a Enrique, contento de encontrar a alguien que también pensara en el bienestar de los chicos en un sentido profundo de la palabra, más allá de la salud y la comida. Estuvimos en silencio por un rato, observando a Lucas con sus abdominales, y Enrique le dejó descansar un poco antes de hacer las flexiones.

  • Ve y bebe agua. Luego haz las flexiones y diez sentadillas. – le indicó.

  • ¿Qué? ¡No dijiste nada de las sentadillas! ¡No seas injusto!

  • Pues lo digo ahora. ¿Qué son esas confianzas, vamos a ver? – le reprochó Enrique, haciéndose el enfadado. Lucas fue al baño a beber sin discutir más. – Es un buen chico. – me dijo, cuando ya no nos podía oír. – Desde que fui su guardián le he cogido, a mi pesar, cierto cariño. Es algo solitario, muy centrado en acabar los estudios cuanto antes, pero si alguien tiene un problema le ayuda, aunque no sea amigo suyo. Y es bastante obediente. Él sabe perfectamente que ha hecho más de cien abdominales, y que me he inventado lo de las sentadillas. Y aún así seguro que lo hace.

  • ¿Por qué dices lo de “a tu pesar”? Ya me dijiste algo parecido ayer… No entiendo por qué no les quieres coger cariño…

  • Tarde o temprano tendrás que hacer algo que no te guste, Víctor, y entonces me entenderás. No siempre podrás ganar tus batallas contra el director. A veces es mejor que los chicos te odien desde el principio a que te lleves bien con ellos y de pronto te desprecien.

  • A ti te pasó. – deduje – Cuando tú eras como yo, el recién llegado, te pasó. Si algún día me quieres contar… Pero pensar así es un error. No tienes que hacer nada que no te parezca correcto. Lo que has hecho con Lucas demuestra que estos chicos te importan de verdad, y te hace mejor profesor que cualquiera.

  • ¿Y cuándo hagan algo malo en serio? ¿Y si alguna vez tienes que ser duro con ellos? Con ese chico, Damián, que solo le conoces de dos días y ya parece adorarte. ¿Qué harás si un día le pillas haciendo algo grave? ¿Serás capaz de reprenderlo? Si te has encariñado con él, no podrás. Por eso los padres nos los envían a nosotros. Tenemos que ser capaces de hacer lo que ellos no pueden.

  • Personalmente, no estoy dispuesto a hacer nada que no haría como padre – le respondí. – Te equivocas, Enrique, pero creo que chicos como Lucas te harán darte cuenta de que esa forma de pensar no tiene sentido. Los chicos suelen dar lo que reciben. Si se les trata con amabilidad y respeto, serán amables y respetuosos. Si se les enseña a base de miedo, serán violentos y rencorosos. Tal vez no delante de quien los castiga, porque no son tontos, pero por dentro, que es lo importante, se volverán así. Estos niños no son problemáticos. Esto no es un reformatorio. Solo son chicos normales, que han entrado aquí por méritos escolares o deportivos, así que son más responsables que la mayoría. Si hacen alguna tontería, les corregimos, y con el tiempo sabrán que lo hicimos por su bien. Pero sus padres no les envían aquí para que les “enderecemos”, y si lo hacen, se equivocan, porque no es mi trabajo enderezar a nadie como si fuera un palo torcido.

Enrique no tuvo ocasión de responderme, porque Lucas volvió del baño. Se había mojado también el pelo y la cara, y le dedicó a Enrique una mirada de indignación muy graciosa antes de ponerse con las flexiones.

  • Apuesto a que hago más de las que puedes hacer tú – le retó, pero enseguida se dio cuenta de que Enrique no estaba de humor. Creo que mis palabras le habían dejado pensativo.

Pensando, seguramente, que era culpa suya, por algo que hubiera hecho, Lucas agachó la cabeza y apoyó las manos en el suelo, haciendo una flexión vacilante porque no debía tener mucha fuerza en los brazos. Para animarle y para dejar a Enrique a solas con sus pensamientos, me agaché junto a Lucas.

  • Y yo te apuesto a que yo hago el doble – le dije. Lucas me sonrió. Antes no me había ni saludado, pero pude ver en sus ojos que estaba agradecido porque hubiera intentado defenderle con el director.

La verdad es que hacía un tiempo que no hacía deporte, y que tenía más del doble de la edad de Lucas, así que consideré que tenía muy pocas oportunidades de ganarle. Di mi mejor esfuerzo e hice diez flexiones casi del tirón, bastante más rápido que él, pero cuando llegué a la número treinta, mis brazos dijeron que no podían más. Lucas consiguió hacer treinta y una, como si se hubiera propuesto hacer al menos una más que yo, para ganarme. Luego los dos nos dejamos caer, y nos reímos.

  • Ah, con que encima te ríes. Será que no estás lo bastante cansado – dijo Enrique, de nuevo con su actitud medio burlesca.

  • ¡No! ¡Sí estoy, Enrique, de verdad que no puedo más! – dijo Lucas, con la respiración algo entrecortada. – Uff, verás que agujetas voy a tener.

Para pincharle un poco yo también, iba a recordarle que le quedaban diez sentadillas, pero entonces se escuchó el timbre que señalaba el final del desayuno. Automáticamente Lucas puso una expresión abatida, y Enrique frunció un poco el ceño.

  • Ven, Lucas. Ponte allí de pie y estate callado, ¿eh? Deja que Víctor y yo hablemos por ti. – le indicó, y él recogió las colchonetas.

A los pocos minutos el gimnasio empezó a llenarse de alumnos de todos los cursos. Como allí no había sillas, se sentaron en el suelo. Algunos, que sabían para qué estaban allí, miraron a Lucas con compasión. Otros solo parecían confundidos o curiosos, porque no sabían lo que había pasado.

En cuanto vi entrar al director le abordé, más decidido que nunca.

  • Los padres del chico se oponen a esto – le solté, sin rodeos.

  • ¿Ha hablado con ellos? – preguntó, sorprendido.

  • Con el padre.

  • No acostumbramos a llamarles antes de una sanción, Víctor, es usted… - comenzó el director, pero me quedé sin saber lo que era, porque Enrique se nos acercó.

  • Director, le recuerdo que ya en una ocasión se cometió una injusticia con este chico, y que incluso terminó en el médico. Yo ya le he dejado el mensaje suficientemente claro, no necesita ser castigado nuevamente.

  • Lo de aquella vez fue un terrible incidente. Soy consciente de que usted ya lo ha castigado y por eso solo me encargaré de recalcar el mensaje.

Apreté los puños. Enrique había tenido razón, el director era un cabezota.

- ¿Sería capaz de enfrentarse a la demanda de un padre solo por su orgullo? – le increpé.-  Si toma esta medida ante una tontería así, ¿qué hará si descubre a un alumno bebiendo? ¿Directamente lo mata? ¡No sea intransigente, hombre de Dios, y detenga esto, que aún está a tiempo!

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