Páginas Amigas

martes, 19 de julio de 2016

CAPÍTULO 4:




CAPÍTULO 4:

Al terminar la comida, los alumnos de primero me esperaron tal como les había pedido. Estaban de pie junto a la puerta, cuchicheando y algo nerviosos. A medida que me fui acercando a ellos, fueron haciendo silencio.

  • Hola, chicos. Gracias por esperar. Solo quería hablar con vosotros, para presentarnos mejor y saber vuestros nombres. A Damián ya le conozco. Javier y Benja, recién lo hago. ¿Y los demás?

Uno a uno fueron diciéndome su nombre. Miré a aquellos veinte chicos con cierta sensación de vértigo: estaba a cargo de todos ellos. Si se encontraban mal, si tenían algún problema, era a mí a quien debían acudir. Yo tenía que encargarme de que se portaran bien, de que estuvieran sanos y de que fueran felices. En definitiva, debía de ser para ellos la familia que no tenían allí dentro: para mí ese era todo el propósito de los guardianes en aquél lugar. Había tenido pocas posibilidades de ejercer como padre y a mis cuarenta y dos años no me sentía capaz de ser el “padre sustituto” de tantos niños. Sentía que debía ejercer ese papel especialmente con los que se quedaban allí también los fines de semana: Damián, Benjamín, Borja, Gabriel, Wilson, José Antonio, Óliver, Bosco, y Votja.

Eran niños de varias nacionalidades y de todas las clases sociales. La mayoría eran ricos. No es que fuera un colegio elitista al que solo pudieran acceder personas con dinero, sino que generalmente eran las familias con una vida profesional exitosa las que tenían que viajar constantemente y las que decidían dejar a sus hijos en un internado durante el curso escolar, para no trasladarles constantemente. Pero el colegio era prácticamente gratuito, porque a él se accedía por métodos académicos o deportivos, como las grandes universidades. Por eso mismo también había algunos niños de los que se podía decir a simple vista que eran pobres. Por el estado del uniforme y los zapatos de Benjamín, podía apostar que o sus padres no se preocupaban por él, o apenas tenían un centavo.

  • Muy bien chicos, no os entretengo más, que tenéis clase por la tarde, pero luego quiero hablar con vosotros sobre algunas normas y cosas que creo que es necesario que todos tengamos en cuenta. ¿Alguno tiene actividades extraescolares? ¿Sí? De acuerdo, entonces os espero en cuanto acaben. A las seis en el dormitorio ¿está bien? Sin falta.

  • Sí, señor. – dijeron algunos.

  • Sí, Víctor.  – dijeron Damián, y unos pocos más.

  • Víctor está bien. ¿Qué clases tenéis esta tarde? – les pregunté. Esa era una de las cosas que iba a hablar con ellos: quería conocer su horario y las actividades de todos.

  • Lengua y educación física.

No recordaba quién era le profesor de lengua pero el de educación física era Enrique. Tenía planeado preguntarles en algún momento sobre sus clases y profesores favoritos. Me despedí de ellos y les dejé ir al aula, mientras yo me dediqué a recorrer los terrenos del colegio. No empezaría a impartir clase hasta el día siguiente, así que tenía ese tiempo muerto que no sabía cómo matar. Una persona más sociable habría ido a la sala de profesores para confraternizar con los compañeros de trabajo, pero a decir verdad yo prefería estar solo un rato, pensando en mi nueva situación.

El internado era tal y como me lo había imaginado, aunque quizás algo más frío incluso. Yo había crecido en un lugar como aquél, y por eso sabía lo solitario que podía llegar a ser. Era importante crear cierto sentido de unión con los compañeros y con los profesores, o sino aquello podía llegar a parecerse demasiado a una cárcel para niños. Claro que los profesores éramos los enemigos, así que poca unión iba a haber en ese sentido…

El jardín del internado era bastante bonito. Se notaba que alguien se ocupaba de cuidarlo. Bajo un árbol había un banco de piedra, y decidí sentarme allí unos momentos. No estaba exactamente escondido, pero me daba la sombra y quizás eso hizo que un chiquillo que salía furtivamente del internado no reparara en mi presencia. Me quedé quieto, observando a ver qué hacía, y le vi rodear el edificio. Me dispuse a seguirle desde la distancia y vi que se detenía frente a unos rosales, agachándose y estirando la mano como si quisiera tocar algo. En cuanto me acerqué más, confirmé lo que ya sabía: era Benjamín.

Me coloqué tras él y carraspeé, para hacerle notar mi presencia.

  • Ejem. ¿Tú no deberías estar en clase?

Benjamín se irguió de un salto y del ímpetu casi se choca conmigo.

  • Vi…Víctor…

  • ¿Qué haces aquí? – le pregunté.

Benjamín se mordió el labio, pero no hizo falta que me respondiera porque entonces escuché un maullido. Bajé los ojos hasta donde él había estado mirando y descubrí un gatito blanco oculto tras las flores. Benjamín se puso entre él y yo, como si yo fuera alguna clase de depredador natural de gatitos.

  • Se llama Mancha… Viene aquí de vez en cuando pero el jardinero siempre lo echa… Cuando puedo, guardo un poquito de mi comida y se la traigo antes de las clases de la tarde, pero hoy nos llamaste y no me dio tiempo…

  • ¿Así que te saltaste tu clase? – inquirí, pese a todo algo conmovido por verle tan encariñado con el animal. – ¿Y qué pensabas decir cuando tu profesor me informara?

  • Iba… iba a llegar tarde diciendo que estaba en el baño porque me encontraba mal…

  • Ah, muy bonito, así que ibas a mentir – le regañé. Benjamín agachó la cabeza, pero luego la levantó, decidido.

  • No lo eches. No le digas a nadie que está aquí, por favor… Me gusta que venga… Es lo más parecido a una mascota.

Como es lógico, las normas del internado no permitían que los alumnos tuvieran mascotas y supuse que si llegaba a los oídos del director que los chicos alimentaban a un gato que había cogido la costumbre de colarse, se encargaría de impedirle el paso o incluso lo cogerían y lo llevarían a una perrera. Benjamín parecía tan encariñado con el animalito que aquello se me hacía una crueldad, aunque era lo que debía hacerse…

  • No te preocupes por él y piensa en ti mismo, Benjamín, que salir del internado en horas de clase es algo muy serio. Sabes perfectamente que no lo puedes hacer. Y más vale que te vayas enterando ya de que odio las mentiras, y si descubro que me mientes a mí o a cualquier otro profesor estarás en muchos problemas.

Benjamín hizo circulitos con el pie, manchando su zapato de tierra. Miró al suelo en lugar de mirarme a mí y se quedó callado, como si el gatito que estaba cuidando le hubiera mordido la lengua.

  • Te me vas para clase ahora mismo, y después hablaremos – le dije. Me estaba costando mucho regañarlo. ¿Desde cuándo era tan blando?

  • ¿Y Mancha? – se atrevió a preguntar.

  • No sé quién es Mancha. Yo solo he visto a un alumno desobediente salir en horas de clase, quién sabe con qué intención. – respondí, haciéndome el tonto.

Benjamín abrió los ojos gratamente sorprendido e hizo un gesto de victoria con el brazo. Contuve una sonrisa.

  • Vamos, a clase. Y ni se te ocurra mentirle al profesor. Le dices que habías salido y que yo te mandé entrar de nuevo ¿entendido? Después le preguntaré, y no te gustará lo que pase si le mientes.

  • Pero… si le digo que salí me castigará…

  • Le dirás que de eso ya se va a encargar tu guardián.

Benjamín tragó saliva, mucho menos contento, y asintió. Con pasitos lentos entró de nuevo en el edifico y me dedicó una mirada triste antes de cerrar la puerta tras él. Suspiré, y me quedé viendo al gatito. Era pequeño aún, aunque tampoco se trataba de un minino.

- Te parecerá bonito. Mi primer día aquí y ya metes en problemas a uno de mis chicos – le dije al gato, como si me pudiera entender.

Estuve un rato más en el jardín, adquiriendo algo de paz interior. Pensé que había puesto en exceso nervioso al muchacho: aún no me conocía y no sabía qué esperar de mí. Muchos profesores contarían aquello como un intento de escape, pero yo no, ni siquiera había llegado a la valla exterior y esa no había sido nunca su intención.

El resto de aquella primera hora me la pasé frente a la puerta de la clase de los chicos, una vez logré encontrarla, para abordar al profesor nada más saliera. Cuando sonó el timbre, el hombre abandonó el aula con su maletín en la mano.

  • Diego… ¿verdad? – le pregunté. – Creo que Benjamín llegó tarde a la clase…

  • Ah, sí. Eres su guardián, ¿no? El muy descarado me dijo que había salido fuera, pero no te preocupes, ya me he encargado yo.

  • ¿Eso que quiere decir? – pregunté, frunciendo el ceño. Aquello no había entrado en mis planes. Asomé la cabeza y busqué a Benjamín con la mirada, pero no estaba allí, y tampoco había salido.

  • Le envié al despacho del director. Es lo normal cuando llegan tarde.

Abrí la boca y me llamé estúpido por no saber aquello.

  • Pero… yo le dije que viniera, es decir… Le encontré, y lo iba a hablar con él después.

  • Ah, ¿no era mentira? Pensé que me estaba tomando el pelo. En fin, está con el director Bennett.

Sin apenas despedirme, caminé rápidamente hacia la oficina del director, aprovechando que era uno de los pocos lugares a los que ya sabía ir sin perderme. Maldije en silencio el cerebro del profesorado medio. En serio, si un chico llega tarde a clase, lo mejor para despertar su interés y que otro día llegue pronto es echarlo ¿no? Para que así en vez de diez minutos de explicación se pierda una hora entera. Grr.

Benjamín estaba esperando fuera, sentado en un banquito. Tenía las manos fuertemente apretadas contra la madera y la mirada algo perdida. Estaba muy quieto, aunque algo me decía que por dentro estaba todo nervioso. Justo cuando llegué hasta él, se abría la puerta del despacho. Agradecí que el director hubiera estado ocupado hasta entonces.

  • Bien, Benjamín, pasa. Tu profesor dice que saliste fuera y por eso llegaste tarde…

  • Señor Bennett, yo encontré a Benjamín en el jardín. Le dije que fuera a clase y que después hablaría con él, pero le echaron. El profesor aún no me conoce, así que debió creer que se lo estaba inventando, pero yo ya estaba informado y me estaba encargando de ello. – intervine, poniendo la mano en el hombro de Benjamín, para que no pasara.

El director sostuvo mi mirada durante unos segundos y supe que no le gustó ni un pelo que me entrometiera así. Creo que pensó que lo estaba desautorizando. Con mal pie empezaba…

  • En ese caso, encárguese usted – me retó, y caminó hacia su escritorio, de donde cogió una regla y me la tendió. – Benjamín, salir del internado sin permiso son diez azotes. Tu guardián te los dará. Inclínate sobre la mesa.

Seguramente en ese instante se me desencajó la mandíbula. Mientras yo aún trataba de asimilarlo, Benjamín obedeció al director y se apoyó sobre el escritorio con un autodominio que yo en ese momento admiré mucho.

Estaba en una encrucijada. Si no lo hacía podía perder mi trabajo y no podía permitírmelo. Pero aquello me parecía un error, en primer lugar porque el que estaba siendo desautorizado era yo, en segundo lugar, porque me parecía una medida demasiado severa y en tercer lugar, porque esa no era mi forma de hacer las cosas.

El director me observaba con atención y su presencia me ponía tenso. Benjamín merecía un castigo, pero no así… Me puse detrás de él y volví a ver sus manos tensas, aferradas esta vez a la mesa.

  • Benjamín. Cuéntalos. – ordenó el director.

Bueno, en mi línea habitual, el empleo me duraba poco tiempo.

  • No voy a hacerlo. – dije, con calma, dejando la regla sobre la mesa, cerca de Benjamín. Puse una mano en su espalda, para tranquilizarle.

  • ¿Cómo dice?

  • No lo haré – repetí. – Levanta de ahí, Benjamín.

  • Señor Medel, le recuerdo que es usted el guardián de este chico. Salir del internado es una de las infracciones contempladas en el reglamento y es su deber asegurarse de que no se repite.

  • Y pensaba asegurarme de ello, pero no así.

Benjamín se levantó, confundido, y nos miró a uno y a otro con ojos de cervatillo asustado. Los dos pudimos ver como el director se iba poniendo azul, furioso y contrariado, y esperé oír mi despido en cualquier momento.

  • Es que… el reglamento dice que los castigos son en privado, director – musitó Benjamín. – Y está usted delante…

El señor Bennett detuvo su furia por un instante y la tonalidad de su piel mejoró ligeramente.

  • ¿Era eso? ¿Por eso se negó? – inquirió. – Está bien, eso sí puedo entenderlo – aceptó el director, y se dispuso a abandonar su propio despacho. – Le espero fuera.

Durante unos momentos, fui incapaz de entender lo que había pasado. Luego puse ambas manos sobre los hombros de Benjamín.

  • No tienes que hacer esto.

  • Prefiero que seas tú a que sea él… Y si no lo haces te despedirá, tú también has visto lo enfadado que estaba.

  • Sí, lo he visto, pero ese es mi problema.

  • Yo no quiero que te despida – me dijo. – Me has caído bien. Has guardado el secreto de Mancha…

Me conmovió bastante con esas palabras.

  • Si quiere despedirme, será su decisión. Yo ya he tomado la mía – le indiqué.

- Y yo la mía y ya sabía que podía meterme en problemas. – replicó, y me cogió de la mano – Venga, está escuchando. Si no vendrá él y encima estará enfadado y me irá peooor.

Estaba alucinando por el hecho de que me estuviera pidiendo que le castigara. Enseguida comprendí que estaba muy acostumbrado a ello. Llevaba solo unos días en aquél colegio, pero en los anteriores debía de haber estado a menudo en situaciones como esa. En contraste con su pequeño tamaño, me pareció de pronto un chico bastante maduro.

Lentamente, sabiendo que tal vez fuera lo mejor para los dos, me senté en una silla y tiré de él para que se acercara.

  • ¿Qué haces? – se extrañó.

  • No te voy a pegar con la regla. Pero si voy a darte un castigo por salir a deshora, aunque había planeado hacerlo después y en el dormitorio – le expliqué, y le moví sin demasiada dificultad para que se tumbara encima de mí.

Le escuché contener la respiración y luego jadeó sonoramente.

  • ¡No puedes hacer esto, no soy un niño! – protestó.

  • La cosa es – le respondí – que para mí sí lo eres, y en eso tienes suerte porque es lo que hará que te castigue como uno en vez de como pretendía tu director.

Le vi luchar contra la idea, pero finalmente se quedó como un peso muerto sobre mis piernas.

  • ¿Tengo que contarlos? – me preguntó. Me parecía tan antinatural verle tan tranquilo. Yo a su edad me rebelaba, pataleaba, gritaba e incluso hasta mordía con tal de evitar un castigo…

  • No hace falta.

Puse la mano izquierda sobre su espalda para sujetarle, por si acaso su buena actitud se acababa al comenzar, y levanté la derecha bastante alto. Luego lo pensé mejor y la bajé un poco: no quería darle demasiado fuerte. Cuando me sentí lo bastante decidido, la bajé rápidamente sobre su pantalón y repetí varias veces, más rápido de lo que habría pretendido.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Me detuve en el número diez, puesto que el número propuesto por el director era lo único que me había parecido adecuado. Enseguida me arrepentí de haberlo hecho tan rápido: seguro que había hecho que le picara más. Esperé su reacción, inseguro acerca de si iba a escuchar un llanto, pero Benjamín estaba en silencio. En vista de que no se movía, le levanté, y le dejé de pie frente a mí.

Me miró fijamente, parpadeando cada pocos segundos, sin decir nada, sin hacer nada. Solo era una pequeña bolita de miedo y confusión parada frente a mí, esperando mis órdenes. Dejé mi mano sobre su cabeza, en un gesto que pretendía ser amable.

  • No puedes salir del internado sin permiso. Por eso te he castigado. Ya has sido reprendido y perdonado. – le dije. – Puedes ir a tu siguiente clase y no volveremos a hablar de esto. Pero primero espera aquí hasta que hable con el director.

Asintió, con la boca entreabierta. Le esperé unos segundos a ver si acaso iba a llorar con retardo, pero nada. Caminé hacia la puerta, y salí cerrando tras de mí. El señor Bennett esperaba al otro lado.

  • No ha utilizado la regla – me acusó. No estuve seguro de cómo lo supo, aunque quizá las paredes fueran endebles y lo había escuchado todo.

  • No. No le voy a dar una lección a él solo porque usted me la quiera dar a mí – repliqué. El director puso una mueca de indignación, pero no le dejé interrumpirme. – Esta mañana me dijo que tuviera cuidado de no sobrepasarme. Si le hubiera pegado con eso por una travesura sin maldad alguna, me habría sobrepasado.

  • Su concepto de travesura no concuerda con el mío. Si se hubiera escapado no…

  • Él no pretendía escapar. De ser así yo también me habría preocupado. Pensé que como guardián podía decidir cómo castigarle. Si cada decisión que tome la tengo que consultar primero con usted, entonces todo el concepto de ser guardián carecería de sentido, y todos los chicos estarían bajo su cargo inmediato.
Los ojos del director me taladraron durante más tiempo del que normalmente le llevaría a una persona el responder. Me sentí aliviado cuando por fin apartó la mirada.

  • Que el chico no llegue tarde a su segunda clase. – dijo solamente. – Y tenga cuidado: algunos padres de hecho prefieren que a sus hijos se les castigue con la regla y no con la mano. Si el niño va contando historias y le acusan de algo, el centro no dará la cara por usted.

¿Había insinuado lo que creía que había insinuado? ¿Pero cómo se atreve? Iba a decirle cuatro cosas, pero Benjamín asomó la cabeza.

  • Víctor, llegaré tarde a educación física…

  • Corre, Benja. Yo voy contigo, aunque creo que Enrique es lo bastante razonable como para no armártela él también. – le dije, y los dos fuimos apresuradamente hacia el gimnasio. Cuando llegamos le detuve un momento e hice que me mirara – Estoy muy orgulloso de ti y siento haber tenido que castigarte.

  • Pensé que ya no íbamos a hablar de eso…

  • Tienes razón. Ve a clase, y pásalo bien – le dije, y choqué la mano con él, antes de que desapareciera por la puerta que daba a los vestuarios.

2 comentarios:

  1. Asdasjhshsg <3 me encanta! :D Adoro la personalidad de Victor ¡Seguiré leyendo!

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  2. Asdasjhshsg <3 me encanta! :D Adoro la personalidad de Victor ¡Seguiré leyendo!

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