Páginas Amigas

martes, 19 de julio de 2016

CAPÍTULO 9:




CAPÍTULO 9:

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Gabriel y Óliver respiraban con agitación, recuperándose del esfuerzo físico, y no dejaban de mirarme como esperando una explosión atómica. Los otros dos chicos me miraban de la misma manera. Yo no había logrado distinguir quién me había dado la patada, pero ellos debían de pensar que iba a matarlos a todos. En verdad, que me dieran a mí había sido lo de menos, porque sabía que no había sido su intención. Era la pelea en sí lo que me hacía fruncir el ceño y taladrarles con los ojos.

Iván parecía aún más cabreado que yo. Me sorprendió un poco que no empezara a gritar, porque se veía que tenía ganas. En lugar de eso  resopló y comenzó a caminar nerviosamente alrededor de los cuatro chicos. El resto de los alumnos habían ido despejando el comedor, instigados por los profesores.

  • Pelearse en el comedor, ignorar a vuestro guardián…¡golpear a un guardián cuando os está separando! Si queríais ganárosla, enhorabuena, porque lo habéis conseguido. Oh, pero os aseguro que de esto os vais a acordar. Os vais a acordar toda la vida, porque me vais a hacer quedarme aquí esta tarde ocupándome de vosotros cuando yo ya tenía planes. – barbotó Iván.

  • Lo siento mucho, señor… - respondió uno de sus chicos. ¿Les hacía llamarle señor? ¿Siendo su guardián? Qué frío.

  • ¡Me toca un pie que lo sientas, Darío! Te voy a quitar las ganas de pelear. Y a los otros tres también.

  • Perdón, señor López… - murmuró Óliver.

Cada vez que escuchaba “señor López” no podía evitar pensar que el nombre era de personaje de cómic. Se volvía muy difícil tomarle en serio. Debería decir que le llamaran Iván, a secas.

  • ¡Agh! ¿Cómo lo hacemos? – preguntó Iván, mirándome a mí.

Medité mis opciones cuidadosamente. Algo me decía que tenía que evitar a toda costa que fuera Iván quien lidiara con aquello. Por la forma en la que les estaba hablando, su enfado era considerable y ya había oído demasiadas cosas de Iván como para pensar que pudiera ser capaz de controlarse.

  • ¿Tenías planes? – pregunté, en el tono más amistoso que pude.

  • Se supone que a las siete acaba nuestro horario. Podemos salir del centro hasta las diez. Y mi mujer no tiene por qué aguantar que encima de tener una jornada laboral tan excesiva me quede tiempo extra.

Oh. Así que estaba casado. Me fijé por primera vez en el anillo de su mano. Por eso se había quejado del horario con el director durante la comida. Desde luego, aquél trabajo no era el más adecuado para un hombre casado. Prácticamente te exigía vivir en el internado. Pocas parejas se conformarían con verte apenas tres horas al día, y dormir contigo solo un día a la semana. Era casi como una relación a distancia.

  • No te preocupes, yo me encargaré de esto – le propuse.  – Hablaré con tus chicos también. Tú ve con tu mujer.

Iván me miró con asombro y luego con gratitud.

  • Lo aprecio mucho, Víctor, de verdad. – me dijo, con voz suave, y luego endureció el tono para hablar con sus alumnos. – Bien, sabandijas. Ya lo habéis oído. Os vais con Víctor y pobres de vosotros si después tiene alguna queja.

Los dos chicos tragaron saliva fuertemente. No me gustó mucho eso de “sabandijas”, porque no sonó como un apodo amistoso que les hubiera puesto. Esperé a que Iván saliera del comedor, y entonces relajé un poco mi postura.

  • Vale… ¿tú eres Darío, no? ¿Y tú? – le pregunté al otro chico.

  • Nando…Fernando, señor.

  • No hace falta que me llames señor. ¿Alguno de los cuatro me va a decir a qué vino esta pelea?

Se miraron entre sí, poco dispuestos a decir nada. Me puse frente a Gabriel y Óliver.

  • ¿Chicos? Recordad lo que dije sobre la sinceridad. Me gustaría oír de vuestros propios labios lo que ha pasado.

Gabriel dio un paso al frente con los brazos rígidos y los puños apretados, con determinación.

  • Ellos se metieron con Damián, por lo que pasó en el pasillo. Dijeron que era un debilucho….Y les oí planear una broma contra él para cuando volviera.  Vale que aún no le conozco bien, pero Damián siempre ha sido amable conmigo…Con los de mi clase no se meten. – declaró, firmemente.

Una parte de mí se sintió complacida por ese espíritu de unión y de compañerismo. Pero no había sido la forma correcta de resolver las cosas y no podía dejarlo pasar.

  • Si les oíste planear algo malo, debiste decírselo a algún adulto, no liarte a puñetazos. ¿Y supongo que Óliver te ayudó? – pregunté, mirando al otro chico.

  • Eran dos contra uno...- respondió el aludido. Suspiré.

  • Los cuatro os habéis comportado como salvajes. Sabéis perfectamente que las peleas no están permitidas. – les dije, y caminé hacia la puerta del comedor, para cerrarla. No quería que nos interrumpieran. – Efectivamente, Darío y Nando, meterse con Damián no estuvo nada bien. ¿Os gustaría que se metieran con vosotros por algo que no podéis controlar? Y ni siquiera lo hicisteis con él delante, lo cual no sé si es mejor o peor, pero desde luego es de cobardes.

Los dos chicos agacharon la cabeza. No parecían malos muchachos. Me sentía especialmente perdido con ellos, porque no era su guardián e iba a tomar ese papel momentáneamente. Era probable que mi forma de proceder fuera distinta a la de Iván. No sabía a lo que estaban acostumbrados.

  • Sabéis que tengo que castigaros ¿no? A los cuatro.

Prácticamente asintieron al unísono. Entonces, como a cámara lenta, los dos chicos de segundo se giraron y se apoyaron sobre la mesa que tenían tras su espalda. Gabriel y Óliver me miraron como preguntándome si tenían que hacer lo mismo. Bueno, eso me dio una pista de que no iba desencaminado al pensar que mi forma de hacer las cosas era distinta a la de Iván.

  • Nando, Darío, levantad. Conmigo no es así.

Se levantaron y se giraron hacia mí con idénticas expresiones de confusión. Suspiré. Por un segundo me planteé si ellos eran demasiado mayores para castigarles como había hecho con Benja. Solo eran un año mayor que mis chicos. ¿Qué tenían? ¿Doce, trece? Decidí que no lo eran.

  • Quiero que los cuatro miréis a esa pared. Os iré llamando uno a uno. Os habéis metido en este lío juntos pero aun así quiero que tengáis algo de privacidad. Primero irás tú, Gabriel. – anuncié.

  • ¿Por qué yo? – protestó. Levanté una ceja, pensando que aquello fue una reacción bastante infantil.

  • Porque lo digo yo, para empezar. A mí me parece un buen motivo. ¿Y a ti?

Gabriel tragó saliva.

  • Pe… perdón.

  • No pasa nada – le tranquilicé, y cogí una de las muchas sillas del comedor, para sentarme – En realidad te llamé a ti primero porque fuiste el primero en contarme qué pasó, y pensé premiarte acabando con esto cuanto antes. Ven aquí, Gabriel.

Gabriel caminó hasta mí con un mohín en el rostro. Seguramente estaba pensando “pues vaya premio”. Los demás se giraron contra una pared, aunque tardaron un poco en hacerlo, como quien se siente perdido en una situación.  

Una vez llegó a mi lado, Gabriel se mostró expectante, sin saber qué hacer. Le ayudé un poco, agarrándole del brazo e indicándole con gestos que se tumbara encima de mis piernas. Cuando lo entendió abrió mucho los ojos e intentó resistirse. Le solté, y le miré serio:

  • No lo pongas difícil, Gabriel…

  • ¡Hace mucho que no me castigan así! – protestó.

  • Pues así es como yo lo hago. A no ser que prefieras esperar a que vuelva el señor López y se encargue él, o que vayamos al despacho del director a contarle lo que ha pasado.

  • ¡No, no, eso no!

  • Eso pensé.

Lo intenté otra vez y ya no se resistió, aunque se agarró fuerte de mi brazo, como si tuviera miedo de caerse. Le sujeté bien para que perdiera ese miedo. Mientras él se hacía a la idea de estar ahí encima, pensé en lo que iba a hacer. Se habían peleado, y de una forma muy brutal, además. Era algo típico de chicos de esa edad, pero quería cortarlo de raíz. Levanté la mano relativamente alto, y la dejé caer sobre su pantalón. Estuve así por un buen rato, esperando escuchar algún sonido de su parte, pero Gabriel ni se quejaba, ni me pedía que parara, ni nada. Parecía como si aquello estuviera siendo demasiado suave para él. Al final, empezó a emitir pequeños gruñidos.

  • Le pedirás perdón a Nando y a Darío, ¿vale, Gabi? – pregunté, con voz suave, y frotando su espalda, consciente de que había sido un poco duro con él.

  • ¡No pienso pedirles nada a esos cabrones! – chilló.

Genial. Aquello solo había servido para enfurecerle. Suspiré, y levanté un poco la rodilla, haciendo que él también se alzara ligeramente. Volví a subir la mano y la baje más rápido y más fuerte.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

  • No es el mejor momento para responder así, Gabriel – le regañé. Nando se giró entonces, y miró hacia nosotros con curiosidad. No sé qué le sorprendió tanto de lo que vio, pero sus ojos se abrieron como platos. – Nando, mirando a la pared.

Esperé a que lo hiciera, y luego dejé la mano sobre la espalda de Gabriel. Para mí había sido más que suficiente, pero si él seguía furioso no iba a servir de nada.

  • Te estoy castigando por meterte en una pelea, Gabriel. Y una pelea es cosa de dos. Tú respondiste a sus provocaciones y…

  • ¡Con Damián y Borja no fuiste así! – me interrumpió, chillando - ¡Todos lo oímos y conmigo estás siendo peor!

Ahí estaba: el primer reclamo. Le levanté, porque quería mirarle a la cara mientras hablábamos. Él me devolvió una mirada de rencor.

  • A ellos les perdoné, tienes razón. No se pelearon tan fuerte como vosotros y en general mostraron una mejor actitud, pero entiendo que te moleste. En otra ocasión, tal vez seas tú el que se libre de un castigo. De todas formas, yo no iba a ser tan duro contigo… Pero es que tú has elegido estar enfadado, en vez de intentar comprender lo que te digo.

Gabriel soltó un bufidito y giró la cara, como para no verme. Su indignación era palpable.

  • Antes os hablé de que el que decide en último lugar soy yo ¿recuerdas? Y de que no siempre os pareceré justo. Ahora dime, ¿qué debería hacer, según tú? ¿Dejaros a los cuatro sin castigo? Eso hubiera sido posible si os hubierais detenido cuando el primer profesor os lo mandó. Pero seguisteis. Os estabais haciendo daño. Y el señor López estaba muy enfadado, creo que casi has tenido suerte de que me encargue yo.

Gabriel puso una expresión tristona que estaba muy, muy cerca de ser un puchero.

  • Pero no me gusta… - susurró, muy bajito.

Sonreí un poco, y le atraje hacia mí, para abrazarle un segundo.

  • Ya sé que no te gusta, Gabi. A mí tampoco. Por eso tienes que intentar no pelearte más, ¿está bien? – le dije, y esperé a que asintiera. - ¿Les pedirás perdón? – pregunté otra vez y volvió a asentir. Relajé los hombros, aliviado. – Muy bien, Gabriel. Puedes hacerlo ahora o luego ¿de acuerdo? Pero quiero que vayas a mirar esa pared con los demás.

Gabriel asintió por tercera vea y caminó hacia el resto. Cuando llegó a la pared, le vi apretar las manos, y luego suspirar:

  • Lo siento. Perdona, Nando, por haberte pegado. Perdona, Darío, por haberte tirado al suelo.  

  • Esa ha sido una buena disculpa, Gabi. – le felicité. Le estaba infantilizando un poco, pero el chico ni siquiera había llorado para desahogarse después del castigo y sabía que aún estaba muy sensible. – Ahora tú, Óliver, ven. – le llamé, pero el chico no se movió. – Óliver…

Le observé, preguntándome si iba a tener que enfrentarme a una negativa en rotundo a obedecer, pero al final el chico se dio la vuelta. Solamente que estaba llorando en silencio y que cuando caminó hacia mí, parecía demasiado nervioso.

  • ¿Qué ocurre?

Óliver se mordió el labio y no me respondió. Terminó poniéndose a mi lado y frotándose las manos.

  • ¿Qué ocurre, Óliver? – repetí. – Habla tranquilo.

  • Es que…nunca… nunca me han pegado – murmuró, tan bajito, que tuve que hacer un esfuerzo por entenderle. Me sorprendí bastante.

  • ¿Nunca? ¿Ni cuando ibas a otro colegio? ¿Ni en casa? ¿Nunca?

Óliver negó con la cabeza. Con razón estaba tan nervioso. Durante unos segundos, no supe cómo reaccionar. Luego me levanté, y puse una mano sobre su hombro.

  • Debes de ser un chico muy tranquilo entonces, ¿no? Y muy obediente.

No dijo nada, pero algo en su expresión me decía que efectivamente no estaba acostumbrado a meterse en problemas. No se trataba entonces de que hubiera tenido suerte, sino de que no solía hacer nada para merecer un castigo.

- No tengas miedo – le tranquilicé. – A ver, chicos, dejadnos solos un momento. Esperad fuera ¿de acuerdo? Gabriel, tú si quieres te puedes ir.

Los tres se giraron, se miraron, me miraron, y luego casi corrieron hasta la puerta. Salieron y la volví a cerrar. La verdad es que no había esperado encontrarme en aquella situación. Óliver me miraba entre preocupado y asustado y yo no estaba seguro de saber cómo tratarle.

6 comentarios:

  1. ¡Que rayos! Como dejas la historia así D: Iba al siguiente capitulo y me tope como si me pegara contra un muro que ya no hay más! Me has dejado alborotada arañando paredes y con ganas de más, bueno no, eso suena raro, pero si que quiero leer más de esta historia ¡Actualiza pronto! Es una buena historia, aunque me da cosa pensar que finalmente no son sus hijos y en algún momento dejara de verlos :(

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  2. Amy querida, pare de estudiar por leer tu capitulo asi que te lo digo inmediatamente ACTUALIZA ESTE CAPITULO AHORA MISMO!!!!!

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  3. Dream, no se vale dejar un capítulo así! Tendrás que actualizarlo muy, muy pronto.

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  4. Cómo es que un hombre así (tan bello, bueno, gentil, amoroso y paciente) está solo?!!!!! Mejor dicho, lo dejaron solo. Algo muy, pero muuuuy malo debió ocurrir en medio para que la esposa lo dejara y lo apartara de sus hijos. Éste hombrecito parece un sueño de persona, como todos los papás de los que escribes!
    Tu historia me encantó y me atrapó en un instante. Gracias por compartir tu talento.

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  5. Estaba emocionada leyendo y antes de seguir leo el comentario de que no hay más, que injusticia!
    Muy muy buena la historia, xfa continúa pronto.

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  6. Dream que buena historia hiciste!!
    Muchas felicidades!!
    Ojalá sigas escribiendo más capis para regalarnos!!
    La dejaste muy emocionante!!
    Y ese “señor Lopez" me cae muy mal!!....
    Pero Víctor es increíble!!!

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