Páginas Amigas

domingo, 25 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 21:



CAPÍTULO 21:

Cuando acabaron de merendar, me reuní con ellos en la habitación y les pedí que se sentaran todos en el suelo, frente a mí. Wilson seguía esquivando mi mirada, pero no parecía enfadado, sino más bien avergonzado. Le sonreí cuando nuestras miradas por fin se cruzaron, para indicarle que yo ya había olvidado lo que había pasado y que él podía hacer lo mismo.

Mientras ellos hablaban entre sí, medité mis palabras para asegurarme de escoger las correctas.

-         Chicos, alguien de esta habitación está cogiendo cosas que no son suyas. Os llevo repitiendo esto todo el día y sé que ya estáis cansados de oírlo, pero es que sigo sin saber quién es el culpable. Por eso os pregunto una vez más: ¿quién ha sido? –inquirí, pero no obtuve ninguna respuesta. Esperé unos segundos y solo recibí silencio, así que decidí presionar un poco más. - Ya habéis visto lo que ha pasado esta mañana con uno de los mayores – les recordé, y por el rabillo del ojo vi como Benja se ponía tenso. – No quiero eso para ninguno de vosotros.

-         Era el hermano de Benja ¿no? – preguntó Damián. Miré a Benjamín para ver si estaba de acuerdo con que lo supieran y como no dio signos de oponerse, asentí. De todas formas ya debían saberlo por cómo había actuado él en el gimnasio y seguro que lo habían hablado entre ellos durante las clases. – Tuvo suerte, pensé que iban a darle mucho más…

-         Enrique le castigó ya antes – replicó Gabriel. – Y esa paleta es más grande que la que usan contigo.

-         Tienes razón, Damián, tuvo suerte y es que él en realidad no robó nada. Solo cogió un poco de leche. Y aun así mira lo que le pasó – apunté. – Ahora imaginad lo que haría el director si descubre que aquí dentro hay alguien que roba compases, libros y navajas, o al menos que los coge para esconderlos en otro sitio luego, aunque el compás de Benja aún no ha aparecido.

-         Nos mata seguro… - murmuró Damián. – Yo no quiero que me peguen con eso otra vez. – gimoteó, con una cara de pena que era el paso previo a un puchero.

-         Yo no voy a permitir que eso pase – le tranquilicé. – Pero por eso mismo quiero saber ya quién fue. Por más que yo me enfade, no seré tan duro como el director.

-         En cuanto sepas quién fue se lo dirás – replicó Borja. – Primero nos castigarás tú y luego él, así funcionan las cosas aquí.

-         Así funcionaban. Os repito que yo no voy a hacer eso. Pero sí necesito saber quién fue, porque si esto va a más, no podré defenderos.

-         Benjamín y yo somos inocentes, porque dos de las cosas que desaparecieron eran nuestras – declaró Borja. Estaba esencialmente de acuerdo con él y además me atrevía a decir que Bosco y Damián no habían sido tampoco. Pero no podía descartar a nadie.

-         Para mí, todos sois inocentes, hasta que se demuestre lo contrario. Pero como nadie ha dado la cara, al mismo tiempo tengo que presuponer que habéis sido todos. Así que os tengo que pedir que salgáis del cuarto por un rato, porque voy a registrarlo.

-         ¿Qué?

-         ¡No, no puedes!

-         ¡Eso es una violación de nuestra privacidad!

Varias voces se opusieron con vehemencia y unos cuantos más manifestaron su desacuerdo con miradas iracundas o gruñidos incoherentes. Esperé un rato a que se calmaran, pero eso no funcionó para todos.

-         ¡No puedes revisar mis cosas, seguro que es un delito! – protestó Borja.

-         En realidad, las normas del centro me permiten hacerlo. El verdadero delito es coger cosas ajenas.

-         ¡Se lo diré a mi padre y él hará que te despidan! – me amenazó Borja. Benjamín le dio un golpe fuerte en el brazo. - ¡Au!

-         ¡Benjamín! Pídele perdón – le regañé.

-         ¡No puede hablarte así! – se quejó Benjamín. Solo me conocía de hacía dos días y aun así percibí en su voz el mismo tono de admiración que pondría al hablar de su deportista favorito.

-         Ya me encargo yo de regañarle – le dije, suavemente, enternecido por su defensa. – Pero tú no le puedes pegar.

-         Perdón…

-         Su padre no puede hacer que le despidan – le tranquilizó Damián. – Él no tiene padre.

Sorprendido, miré a Borja para confirmarlo. Su expresión de rabia contenida contra Damián me hizo ver que era cierto. Así pues, su amenaza había sido otra de sus mentiras. ¿También me había mentido al decir que él no era el ladrón? En ese momento dejé eso de lado, porque lo que acababa de descubrir era más importante.

-         Sé más delicado, Damián. – le reproché. – Siento mucho escuchar eso, Borja. Entiendo que no te guste que mire entre tus cosas, pero es necesario.

-         ¿Cómo sabrás qué cosas son de cada uno? – replicó.

-         Mientras esperáis fuera, me haréis una lista. Os iré llamando uno por uno cuando esté con vuestras cosas y las veremos juntos.

-         No. Mientras espero fuera, llamaré a mi padrastro. No será mi padre, pero es mejor que el tuyo – añadió, mirando a Damián.

-         No es muy difícil ser mejor que el mío – murmuró él, en vez de entrar al trapo y ponerse a pelear.

La verdad, cuanto más sabía de los nueve chicos que no volvían a sus casas durante el fin de semana, más se me desgarraba el corazón.

-         Llama a quien quieras, Borja, pero hazme esa lista, ¿está bien? Ahora salid. No tardaré mucho. – les dije.

-         ¿De verdad tienes que hacerlo? – me preguntó Damián, mirándome con sus ojos irresistibles. – No es que esconda nada, pero no me gusta que miren entre mi ropa y mis cosas secretas. Además, lo tengo todo muy desordenado y seguro que me regañas por eso.

Sonreí ante su sinceridad casi infantil.

-         No te regañaré. Yo también soy un poco desordenado – le confesé y le guiñé un ojo. – Y tus cosas secretas seguirán siendo un secreto, te lo prometo. Me lo llevaré a la tumba.

Por alguna razón, sentí que no necesitaba preocuparme por esas “cosas secretas”. Que no iba a encontrar nada peligroso, prohibido o salido de tono. Quizás alguno de ellos me diera algún susto, pero estaba seguro de que Damián no.

Poco a poco fueron saliendo y yo comencé con la tarea de revisar cada uno de los espacios del cuarto, incluyendo estanterías, armarios y camas. No estaba seguro de lo que iba a encontrar. El libro y la navaja habían aparecido en lugares diferentes: quien sea que estuviera cogiendo las cosas, no las escondía en el mismo sitio. Tal vez pudiera encontrar alguna pista, o al menos el compás de Benjamín.

En la primera cama no había nada, ni entre las sábanas ni bajo el colchón. Volví a hacer la cama y llamé al dueño para ver con él el armario y su estantería. Era Javier y él tenía pocas cosas porque volvía a su casa los fines de semana.

-         No me dio tiempo a acabar la lista. – me dijo, cuando le llamé.

-         No pasa nada. En verdad ando buscando el compás de Benjamín. Y con la lista de los demás podré ver si les falta algo. Tú también dime si echas algo de menos.

Además de los libros de clase, Javier tenía algún libro de lectura. Pude ver que le gustaba el género fantástico. Tenía también un mp3 y una videoconsola portátil. Entre sus materiales escolares solo había un compás: el suyo.

-         ¿Tienes todo? – le pregunté. Javier volvió a mirar su estantería y frunció un poco el ceño. - ¿Javier?

-         Tenía un muñeco de plástico, de estos pequeños que tocan en las bolsas de patatas. Se me habrá caído.

-         O no – murmuré yo. 

Le dije que lo buscaría y le pedí que llamara al siguiente. Uno por uno fueron pasando y a nadie más le faltaba nada. El compás de Benjamín no aparecía. Después de ocho chicos, de los que no dormían allí los fines de semana, fue el turno de Damián. Él me trajo una lista bastante larga: su familia tenía dinero y él estaba interno todos los días, así que se había llevado al colegio todo lo que pudiera llegar a necesitar a lo largo del tiempo. Fue difícil revisarlo todo, porque eran muchas cosas y porque realmente era bastante desorganizado. Varias veces pensé que le habían desaparecido cosas que luego encontraba en lugares insospechados, como dentro de un zapato. Él no dejaba de mirar al suelo, avergonzado por su pequeño caos.

-         Uno de estos días te ayudo a ordenar – le dije y le revolví el pelo. Solo nos faltaba un baúl que había a los pies de su cama. Deduje que ahí estaban sus cosas secretas. Lo abrí y no pude contener una sonrisa. Además de un par de toallas y una almohada extra, el baúl estaba lleno de peluches. - ¿Por qué no los tienes sobre la cama? – le pregunté. Era raro almacenar los peluches de aquella manera.

-         Se reirían de mí. Ya soy grande para dormir con eso.

Recordé que a Damián le costaba dormir con las luces apagadas, y que los primeros días había tenido problemas a la hora de acostarse. Seguramente, dormir sin sus peluches estando acostumbrado a ellos no le ayudaba. Metí la mano en el baúl y saqué un peluche de un dragón. Eso no era demasiado infantil, de hecho estaba bastante bien. Lo puse sobre su cama.

-         Si alguien se ríe se vendrá a dormir conmigo. Veremos a ver si eso le hace tanta gracia. ¿Te parece?

Damián asintió y colocó bien al peluche sobre la cama.

-         A Draco le gusta estar sobre la almohada – susurró. Yo a ese niño me lo llevaba. Le robaba y no le devolvía nunca más, para asegurarme de que nada le hacía perder esa adorabilidad que tenía.

-         Oh, claro. ¿Se llama Draco?

Volvió a asentir y me dedicó una sonrisa tímida. Se la devolví, aunque luego se me congeló en los labios unos segundos, cuando me asaltó una duda. ¿Debía levantar todos los peluches, para ver si escondía algo más en el arcón? Un compás era algo pequeño y el muñeco de Javier, aún más. Aunque no me gustaba la idea, porque en verdad estaba convencido de la inocencia de Damián, sentía que debía hacerlo, así que empecé a sacar uno por uno todos los peluches. Había más de diez.

-         Ahora los guardo – le aseguré. Me sentía mal haciendo eso, para mí era un claro signo de desconfianza y además yo hubiera odiado que buscaran así entre mis cosas.

Bajo sus peluches no había nada. Pero entonces, en uno de ellos, descubrí una cremallera. Era de esos peluches que se podían usar también para guardar cosas.

-         ¿Lo puedo abrir? – le pregunté.

-         ¡No! – se apresuró a responder y forcejeó conmigo. Hasta entonces Damián no se había opuesto a que mirara nada.

-         Damián, déjame verlo – dije, en tono firme.

Él luchó un poco más, pero finalmente lo soltó. Abrí el peluche y descubrí una foto, en la cual reconocí al presidente. Era normal que tuviera una foto de su padre. También tenía una que debía ser de su madre y luego algo de dinero, en billetes. Se suponía que todo el dinero lo entregaban en el colegio, y que cuando querían algo lo pedían y se lo daban, para evitar que lo perdieran. Pero entendía que quisiera tener algunos billetes de reserva, sin sentir que tenía que andar pidiéndolo a un encargado. Era normal que quisiera tener esa libertad. Por un momento me planteé que el dinero pudiera no ser suyo, pero en verdad lo dudaba. El dinero de los demás estaba a buen recaudo, bajo la jurisdicción del internado.

Dentro del peluche había algo más. Había un reloj de pulsera, con aspecto de ser algo caro. Damián se puso algo nervioso cuando lo toqué.

-         ¿Damián? ¿Es tuyo? – le pregunté. Él tenía un reloj digital en la muñeca izquierda. ¿Para qué iba a querer dos relojes?

Damián no me respondió y eso me confirmó que él no era el dueño de aquél objeto. Cerré los ojos. Me sentí traicionado, porque era el último de quien me lo esperaba. Me enfurecí, porque él no necesitaba coger nada ajeno, tenía de todo y se había buscado un lío gordo así de la nada.

-         ¿Tú eres el ladrón? – pregunté, sin poder contener mi furia.

-         ¡No soy un ladrón! – protestó. - ¡No me llames eso!

-         ¿El reloj es tuyo, o no? – insistí.

-         No… - admitió.

Dejé escapar el aire fuertemente por la nariz. ¿Tenía que ser justamente él?

-         No me pegues… porfa… - me pidió, como si supiera que era mi debilidad y quisiera ponérmelo aún más difícil.

-         Eso está fuera de discusión – repliqué. – Vete a mi cuarto y piensa en lo que has hecho. Piensa en cómo te sentirías tú si te quitan algo importante para ti, como tus peluches. Después iré y hablaré contigo.

Los ojos de Damián se humedecieron, pero antes de que llegaran a derramar, se fue corriendo a mi cuarto y se sentó sobre mi cama. Suspiré. Aún podía verle, por la pared de cristal. Salí a decirles a los demás que no iba a revisar a nadie más, pero que esperaran un poco antes de entrar. Luego fui con Damián, a mi habitación. Se había frotado los ojos y los tenía rojos.

-         ¿Dónde están las otras cosas? – le pregunté. Damián me miró en ese momento con una expresión de confusión demasiado buena como para ser una mentira. – El compás de Benjamín. ¿Dónde está? Y Javier también ha perdido algo, una figurita pequeña, de plástico. Tienes que devolverlas. ¿De quién es este reloj?

-         De mi padre – respondió Damián, más confundido todavía. - ¿Piensas que soy yo el que les está quitando las cosas a los demás?

Parpadeé.

-         ¿De tu padre?

-         Lo cogí antes de venir aquí… Era su reloj favorito, pero tenía más. Lo cogí porque quería acordarme de él y también porque… porque quería castigarle, por dejarme aquí. – me confesó. – Sé que estuvo mal…

Así que se trataba de eso. Me sentí un estúpido por haber dudado de él. También estaba aliviado, al comprobar que no me había equivocado al tenerle por un buen chico. Me senté en mi silla para estar a su altura y me aseguré de que me miraba.

-         Cuando tengas ocasión, tienes que devolvérselo. Seguro que lo ha estado buscando. Si quieres tenerlo como recuerdo, se lo tienes que pedir.

Damián asintió, mirando al suelo. Apretó las manos, sobre sus pantalones.

-         Él me dejó aquí. Me sacó de mi casa, porque le molestaba. Me parecía justo quitarle algo a cambio.

-         Entiendo como te sientes, Damián, y es normal que estés enfadado, pero a veces las cosas no salen como uno quiere… Seguro que tu padre no tuvo más remedio que…

-         Si tuvo – me cortó. – Pero así puede trabajar horas y horas sin preocuparse de buscar una niñera.

-         Seguro que no lo hizo por eso, este colegio es muy bueno, y pensará que es lo mejor para ti.

-         No tardó ni un año. – murmuró. – No esperó ni un año para librarse de mí.

Iba a preguntar “¿un año desde qué cosa?”, pero entonces algo en su mirada me lo dijo. Me di cuenta de que, aunque había visto una foto suya, no había hablado de su madre. Y entonces recordé que el presidente era viudo. Damián debía sentir que su padre no se había demorado en deshacerse de él cuando su madre murió y lo peor es que no podía asegurar que estuviera desencaminado en su teoría.

Tras mirarle un poco más, me levanté de la silla, y le di un abrazo. Damián se puso de pie para abrazarme mejor y me apretó bien fuerte. En ese momento odié mi trabajo más que nunca. Odié estar a cargo de un montón de niños cuya presencia en ese lugar indicaba que, de una forma o de otra, sus familias no funcionaban correctamente. El lugar de un hijo, siempre, siempre, está con su padre.

-         Yo me alegro de que estés aquí – le dije. – Así he podido conocerte.

Damián se separó y me sonrió, algo vergonzoso.

-         Pensabas que yo era el ladrón, ¿a que sí? – me preguntó.

-         Por un segundo lo pensé – admití. – Parecías muy culpable por tener ese reloj. Pero me alegro mucho de estar equivocado. Así puedo darte un chicle en lugar de un castigo – le respondí y abrí uno de mis cajones, donde guardaba un par de chicles de fresa. Damián lo aceptó con una sonrisa más amplia y lo abrió en ese momento, para empezar a mascarlo. – Guárdame el secreto ¿eh? No tengo para todos.


Me dedicó una mirada pícara, como sintiéndose especial porque le diera solo a él. La verdad es que lo era. Damián tenía algo que lo hacía especial a mis ojos, aunque aún no sabía del todo qué. 

8 comentarios:

  1. Ay Dream esta historia esta cada vez mejor..me encanta

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  2. hay dios, me encanto esta capi y siento q demian es hijo de el y q por eso el padre lo envio

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  3. Genial como siempre. Yo comparto la teoría de que Damian es su hijo biológico, pero veremos.

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  4. La verdad es que no me gustaría que fuera el hijo, he leído por ahí una historia con una trama similar y me encantaría que esta fuera por otros caminos. Pero sólo tú sabes qué pasará en un futuro con tus bellos personajes, por lo pronto, disfruté muchísimo el capítulo y claro que adoré la ternura de Damián.

    Hermoso capi

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  5. Si que no sea xq en watt pad hay dos historias que se llaman "el internado" y el niño termina siendo hijo biológico del profesor. Solo que no estan tan bien escritas como esta.

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    1. No, no es su hijo biológico. Víctor tiene dos hijos que igual salen en algún momento, pero él sabe quiénes son, me parece que los nombré en los primeros capítulos.
      Ahora me diste curiosidad con las historias de wattpad y me iré a mirar xD

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  6. :3 que hermosa la historia, la amo de verdad, los chicos me encantan Damian es un amor de niño una ternurita.

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  7. Me gustan mucho los diálogos...
    Y si mencionaste lo de los hijos de Víctor ...
    Y me gusta su forma de ser de él!!..

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