Páginas Amigas

domingo, 18 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 5



CAPÍTULO 5


-         Por la presente, nombro a John Duncan como nuevo sheriff de la región – declaró el alcalde, poniendo una estrella dorada en el pecho de John.

Aceptó el cargo con un asentimiento y miró a las personas que se habían congregado para asistir al nombramiento. Agradeció su presencia con una sonrisa y solo entonces se dio cuenta que se esperaba de él que diera un discurso. Carraspeó, para aclararse la voz y darse ánimos.

-         Hace algo más de un año llegué a este pueblo como forastero, habiéndolo perdido todo en el camino, y no recibí más que amabilidad y comprensión. Los Olsen me acogieron bajo su techo y por ello les estaré eternamente agradecido, pero no fueron los únicos en demostrarme su generosidad. Recuerdo que usted me prestó algunos de los instrumentos que uso para curtir el cuero, señor Tomilson, y me fió en la tienda hasta que tuve algo de dinero para pagarle. Tal vez no haya crecido aquí, pero me he acostumbrado a ver este pueblo como un hogar. Un hogar que defenderé con todos mis medios, con lo que espero pagar parte de la deuda que sé que guardo con todos ustedes.

La multitud emitió un rugido y estalló en vítores, celebrando que tenían un nuevo sheriff.

John se vio obligado a complacer a varios de los asistentes en su intento de entablar una conversación con él y se mostró lo más conversador que pudo mientras intentaba no perder de vista a James, consciente de que el muchacho debía de estar sumamente aburrido. No le gustaba dejarle mucho tiempo solo. Desde que su familia murió, los demás niños del pueblo le trataban o bien como un apestado o bien como una atracción de feria, y hacían preguntas sobre lo ocurrido que para el chico resultaban muy dolorosas.

Pero al mismo tiempo sabía que debía relacionarse con los demás muchachos, así que casi se alegró cuando dejó de verle entre la gente. Seguramente se había ido a jugar por ahí con los otros chicos, comportándose como correspondía a un muchacho de trece años. Mientras corretearan por las calles del pueblo estaban seguros, y más si iban en grupo. John se relajó y se alegró por él, consciente de que no le hacía ningún bien pasar los días encerrado en la posada.

Cuando la gente se dispersó, John decidió comprar algunas cosas para su nueva casa. Se habían trasladado aquella mañana. El hogar destinado para el sheriff era modesto, pero muy acogedor. Era un edificio de madera, con un cobertizo que servía para guardar herramientas y demás enseres y que John había pensado utilizar para trabajar el cuero, ya que realmente le gustaba hacerlo y no quería renunciar a ese especie de pasatiempo que además podía proporcionarles algún dinero extra. Cuando fue a la única tienda del pueblo, la que llevaba el señor Tomilson, no pudo evitar recolocar su recién estrenada estrella, orgulloso de ser alguien por una vez. Alguien a quien los demás podían admirar, en vez de despreciarle por quién había sido su padre. Quién iba a decir que el hijo de un delincuente acabaría siendo sheriff.

- Gran discurso ese que has dado, Duncan. – alabó el comerciante. Se llevaban bastante bien, pero eran de edades diferentes así que no tenían una relación demasiado cercana. El hombre le llamaba su apellido, pero se ahorraba formalidades como la de decirle “señor”. John sabía que no lo hacía por despreciarle.

-         Nunca he sido un gran hablador – respondió, algo avergonzado por el halago. – Vengo a ver si puedes venderme una vajilla y unos cubiertos. No necesito nada lujoso, es solo por James y para mí, pero he visto que en la casa no hay.

-         Tal vez esperan que comas con un cazo. ¿Para qué van a molestarse de que el sheriff esté bien alimentado o incluso de que tenga un plato sobre el que comer?  – replicó el señor Tomilson. No desperdiciaba ninguna oportunidad de criticar a los poderosos. John sabía que culpaba al alcalde de cualquier cosa, incluso del mal tiempo. Había aprendido que lo mejor en esas situaciones era no responder a sus quejas, para no alentarle. – Ahora mismo tengo esta de aquí. A no ser, claro, que quieras una cubertería de plata. En ese caso tendré que encargarla a la ciudad y tardará unos días.

-         No, no, eso es innecesario.

-         Se nota que no tienes una mujer a la que contentar – bromeó el comerciante. – Las señoras siempre quieren la vajilla de plata.

-         James y yo nos arreglaremos perfectamente con esta otra.  Dime cuánto te debo.

John le pagó mientras el hombre envolvía los platos y los cubiertos cuidadosamente. En el último momento se acordó de que también quería algunas herramientas, por si tenía que hacer reparaciones en la casa. No quería coger las del señor Olsen, porque correspondía al chico decidir qué hacer con ellas.

-         Vas un poco cargado. ¿No has traído al muchacho para que te ayude? – le preguntó el señor Tomilson.

- Está en algún lugar, metiéndose en líos, espero, con los demás chicos – se rió James. Recordó alguna de sus hazañas de juventud, que incluía más de una ventana rota como víctima de sus chiquilladas.

-         Ah, mi muchacho estará con él, entonces. No le esperes antes de la hora de cenar, nunca vuelve antes. Y estáte tranquilo, que son buenos chicos. No harán nada malo.

-         Ya lo sé, este sitio es muy tranquilo…. De no ser por aquellos hombres… Pero nunca salen del pueblo ¿no?

-         No, no, Billie sabe perfectamente que no debe ir más lejos de la granja de los Johnson. Es totalmente seguro. A veces hacen alguna chiquillada, pero…

-         Eso es lo que se supone que deben hacer – concluyó John, con una sonrisa. – Como dije, espero que se estén metiendo en algún lío. James necesita divertirse un poco.

El señor Tomilson le devolvió la sonrisa y pensó que debía decirle a su mujer que les invitara, a él y a James, a cenar con ellos en alguna ocasión. Muchos vecinos tenían sus dudas respecto a si John sabría manejar al chico, habiendo criado a dos niñas y a ningún varón. Pero, por lo que veía, John tenía el rasgo más importante a la hora de hacerse cargo de un muchacho: se preocupaba por él. Se veía que le tenía afecto. Y eso es más de lo que podía decir de alguno de esos supuestos matrimonios respetables.

John se despidió del comerciante y volvió a su nueva casa. La sentía vacía sin James, pero le esperó pacientemente mientras trabajaba en un trozo de cuero que quería que se convirtiera en unos pantalones para el niño. Cuando se acercó la hora de la cena, empezó a mirar hacia la puerta con preocupación. Nunca había sido sobreprotector, pero los padres del chico habían muerto apenas dos semanas atrás: se creía en el derecho de ser un poco precavido. Se asomó a la calle, y entonces vio como la chiquillería del pueblo, de todas las edades, volvía ya a sus hogares preguntando a voz en grito que si ya estaba la cena. John observó la escena con una sonrisa y esperó la llegada de James pero, cuando volvían los últimos rezagados, él no estaba entre ellos.

John frenó a un chico pelirrojo que debía rondar la edad de James y le preguntó por él. El chico respondió que no le había visto en todo el día, que con ellos no había estado y que dudaba que se hubiera ido con los más pequeños. John le dejó ir, sintiendo que se le caía el alma a los pies. Si no había estado con los niños, ¿dónde se había metido aquella tarde?

Perfecto nuevo sheriff que era, que en su primer día perdía la única cosa de valor que le quedaba. ¿Y si los criminales habían vuelto, y habían aprovechado la confusión de la multitud congregada para su nombramiento para llevarse al muchacho?

Como no sabía dónde estaba ni tenía ninguna pista de cómo encontrarlo, decidió salir en su busca antes de que se hiciera de noche. La primera media hora le buscó con cierta tranquilidad: tal vez solo necesitaba estar solo, para asimilar lo que había pasado, ya que en esos días apenas se había separado de John. Pero a medida que pasaba el tiempo y seguía sin aparecer, John comenzó a inquietarse. No se atrevía a alejarse demasiado del pueblo, por si James volvía y no le encontraba. Angustiado, decidió volver a casa y buscar ayuda entre los vecinos. Entre dos o tres personas le encontrarían antes. Justo cuando iba a llamar a la puerta de una de las casas, le vio a lo lejos, regresando. Caminó hacia él sintiéndose muy aliviado.

-         James, caramba, me estaba preocupando. No me importa si te vas a jugar con los chicos, pero si vas tu solo y no me di… ¿qué es eso? ¿Viene contigo? – se interrumpió John, al ver que un perro de raza inespecífica, más bien un chucho, seguía a James a muy poca distancia. Antes de darle tiempo a responder, John se fijó en otra cosa. - ¿Por qué vienes tan sucio? ¿Dónde has estado? – inquirió, pero nada más formular la  pregunta, conoció la respuesta: la mina. James había vuelto a la mina. La misma a la que sabía que no podía ir, porque su padre se lo había prohibido un millar de veces, y no sin motivo. El lugar estaba a punto de derrumbarse.

James se miraba los zapatos, ligeramente encogido porque sabía lo mucho que John iba a enfadarse. Había perdido la percepción del tiempo, y cuando se dio cuenta de lo tarde que era, corrió todo lo que pudo para volver a casa.

-         Siento haber tardado, yo…

-         ¡Eso es lo de menos! ¿Estuviste en la mina?

-         Y-yo…

Aquellos balbuceos fueron toda la confirmación que James necesitaba. Resopló y trató de tranquilizarse.

-         Vamos a casa – le ordenó, y el niño se apresuró a seguirle. El perro seguía a James. – Él no viene ¿eh?

Pese a todo, el perro les siguió todo el camino y se quedó en la puerta, expectante. John le miró con curiosidad, sin entender qué tenía que ver James con aquél animal.

-         ¿Por qué fuiste a la mina? – le preguntó, mientras se resignaba a que el perro también entrara y cerraba la puerta.

-         Porque… porque Spark vive ahí… Solo… solo iba a verle, como otras veces, no iba a tardar mucho, pero hubo un derrumbe y yo…tenía…tenía que sacarle de allí.

-         ¿¡Que la mina se derrumbó!? ¿Contigo dentro? – exclamó John. Dedujo que “Spark” era el perro. - ¿Estás bien? ¿Te golpeó alguna roca?

-         Estoy bien… logré salir a tiempo.

Convencido de que el chico estaba bien, John dio rienda suelta a su enfado. 

-         ¿Cómo se te ocurre hacer algo tan insensato? ¡La vieja mina está sellada por algo! ¡Tu padre te impidió ir en muchas ocasiones!

-         Lo...lo siento, yo…

-         No, aún no lo sientes. Pero lo vas a sentir. Vete al cobertizo. – murmuró, casi en un susurro. James no pareció sorprenderse ante aquella orden pero John sí se sorprendió al decirla. Era como si su cerebro hubiera tomado una decisión antes de ser consciente de ello.

John paseó por el cuarto principal de la casa sintiendo cómo los ojos del perro seguían sus movimientos. James se había puesto en peligro de una manera estúpida. Lo había hecho ya muchas veces, en vida de su padre, y por lo visto tenía pensado seguir haciéndolo. Las minas sufrían derrumbes con el paso de los años, era algo elemental que el chico sabía perfectamente, pero eso no le disuadía. En tal caso, tendría que disuadirle él.

Se preguntó a sí mismo por qué estaba tan enfadado. James había hecho eso otras veces… Pero ninguna de esas otras veces él había sido el responsable de su cuidado. Ninguna de las otras veces había pensado que estaba a salvo jugando con otros chicos para luego descubrir que había corrido un riesgo estúpido. Tampoco ayudaba que hubiera tardado en volver, porque aún le duraba el susto.

Tuvo muy claro lo que el señor Olsen haría en su lugar. La cuestión era ¿estaba él preparado para actuar como el señor Olsen? ¿Para actuar como si fuera el padre del chico? Le había reprendido en un par de ocasiones, pero nunca había sido nada serio. Aquello iba a ser diferente. Ya le había avisado a James que él sería más duro si él hacía algo más grave.


Sin dejar de caminar nerviosamente por la casa, John finalmente reunió la determinación suficiente como para ir al encuentro de James. El niño le esperaba sentado en el taburete que John había usado antes para trabajar. Se le veía nervioso,  y no dejaba de hacer círculos con el pie en la arena.


John estudió la situación durante unos segundos. No llevaba cinturón ese día, llevaba tirantes, y de todas formas no quería usar aquello para disciplinar al muchacho. Incluso doblado, era demasiado largo y difícil de controlar y no quería arriesgarse a lastimarlo. Bien sabía que Olsen alguna vez había sido demasiado duro con él. Sus ojos se detuvieron entonces en un trozo de cuero sobrante, que había cortado para ajustar el tamaño de la tela que había estado trabajando. Aquél retal era ancho, no muy largo, y flexible. John lo cogió lentamente, como estudiando su idea.

James le miró fijamente con los ojos muy abiertos. No dijo nada, pero aquella mirada lo decía todo.

-         ¿Entiendes por qué está vez voy a darte más que un par de palmadas? Esto no fue una chiquillada. Desobedeciste algo que se te ha repetido muchas veces y te pusiste en peligro. El primer día, cuando saliste de la posada sin mi permiso, también me enfadé, pero las circunstancias eran otras y decidí ser comprensivo. Ya han pasado dos semanas, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no tengo demasiadas exigencias y que no me enfado por tonterías. Estaba un poco molesto porque no volvieras siendo tan tarde, pero el hecho de que estuvieras en la mina directamente me pone furioso. La gente muere en ese lugar. Si te cae una roca encima, tal vez no tengas la suerte de sobrevivir hasta que alguien acuda a rescatarte.

-         Lo siento mucho… De verdad lo siento…

John puso un dedo bajo la barbilla del niño, para hacer que le mirara.

-         Puedo ver que lo sientes. Me alegro de que lo hagas, eso quiere decir que eres consciente de que has estado mal. En otras ocasiones, eso bastará para librarte de un castigo, pero no hoy. No cuando tu vida ha corrido peligro y yo he podido perder al único ser querido que me queda. He visto morir a demasiada gente como para permitirte ser imprudente. Tengo que asegurarme de que no se repite, y lo cierto es que no es la primera vez que te ves en problemas por esto mismo. La única diferencia es que ahora estás en problemas conmigo.

James asintió, como indicando que entendía. En verdad no sabía con qué responder a las palabras de John, así que espero que un asentimiento bastara. Así debió ser, porque John no le exigió otra respuesta. Sin decir nada, John caminó hasta el arcón en el que guardaba las pieles suaves que decidía quedarse en lugar de trabajarlas, porque podían servir para el invierno. Sacó una de ellas y la colocó sobre el arcón.

-         Apóyate aquí – le pidió.

James obedeció, con movimientos lentos como si quisiera alargar el tiempo. A John no le importó, iba a pasar de todas formas. Cuando el chico se colocó como le pedía, John respiró hondo. Se sentía muy raro haciendo aquello, quizá porque durante muchos meses aquél niño había sido solo alguien a quien entretener y enseñar cosas, y no alguien a quien corregir. Pero ahora solo le tenía a él. Levantó la mano con el cuero y la bajó con cierta velocidad.

ZAS   

Esperó un segundo, para ver la reacción de James, intentando averiguar si había usado más fuerza de la necesaria. Pero el chico se quedó quieto y mudo como una estatua.

ZAS  ZAS  ZAS ZAS

John había alzado el brazo una sexta vez, pero entonces notó un dolor punzante en el tobillo. Sin que se diera cuenta, el perro le había seguido, y ahora le estaba mordiendo el pie, seguramente en su intento por defender a James. John dejó escapar un gemido y sacudió la pierna para sacarse al perro de encima. No era ni muy grande ni muy pequeño, pero sus dientes sin duda eran poderosos.

James, al ver lo que estaba pasando, se levantó del arcón, y se tumbó sobre el perro en ademan protector. John le observó durante unos segundos, extrañado. Luego, se levantó el pantalón para ver su tobillo, con dos puntitos de sangre.

-         James, levántate. No voy a golpear al perro. – le dijo, tras evaluar su herida y ver que no era nada grave.

James giró la cabeza para mirarle, pero no se movió, como si no se fiara de él. John resopló, y dejó el cuero en el arcón.

-         Mira, ¿ves? Estoy desarmado. – dijo, con cierto sentido del humor. James soltó su férreo agarre sobre el perro y se apartó un poco.

John se acercó al perro y le cogió por la piel del cuello, donde sabía que no le haría daño. Le sacó del cobertizo con movimientos lentos para no asustarle.

-         Fuera. Ahí. Quieto. Eso es. –le dijo al animal, con frases cortas y firmes para asegurarse su obediencia.

Después se giró hacia James y vio que seguía arrodillado en el suelo, observándole. Tenía los ojos rojos y a John le dio mucha pena verle así. Se acercó a él y James se levantó del suelo, con la cabeza agachada. John colocó ambas manos en los brazos del chico, en un gesto que pretendía ser amable aunque quizá no fuera percibido de la misma manera. Le dedicó una larga mirada, como intentando adivinar el pensamiento del muchacho.

-         Siempre que ibas a la mina ¿ibas a verle a él? – le preguntó y obtuvo un asentimiento. - ¿Por qué no se lo dijiste a tu padre la primera vez que le viste? Seguro que un buen perro guardián hubiera sido muy apreciado.

James le miró sorprendido y luego negó con la cabeza.

-         Spark era mío – le explicó. – Desde que era un cachorro. Un día destrozó parte de la cosecha de mi padre, revolviendo la tierra, y él salió con un rifle, dispuesto a dispararle. Me le llevé de allí y busqué un lugar para él, un sitio donde nadie le fuera a molestar o a echar. Al final, encontré la mina. Me preocupaba que pudiera morir de hambre, pero es listo y sabe cazar. Yo iba a visitarle cuando podía.

John entendía que se sintiera unido al animal. Él mismo había tenido un perro en su antiguo hogar, hasta que murió de viejo. Sabía la clase de compañero inseparable que uno podía encontrar en un buen perro.

-         Ese lugar no es seguro ni para él ni para ti. Tendrías que haberle llevado a otro sitio. Y tendrías que habérmelo dicho a mí, en lugar de ir hoy. Decidiste ocultarme la existencia de Spark como si yo te hubiera dado motivos para pensar que le haría algún daño.

-         No… no lo pensé…

-         Pues tendrías que haberlo pensado. En lugar de una nueva mascota hoy podríamos haber tenido un funeral. – le replicó. James permaneció con la cabeza agachada hasta que el significado completo de aquella frase caló dentro de él.

-         ¿Significa eso que nos lo podemos quedar? – preguntó, con una ilusión contenida, como si no se atreviera a emocionarse demasiado.

-         El perro duerme fuera, en el patio. Cuando llueva podrá entrar al cobertizo. Será tu responsabilidad acordarte de darle de comer. Y mañana mismo le das un buen baño, porque creo que está lleno de pulgas.

James lo celebró con una gran sonrisa que murió enseguida en sus labios. Inseguro, dio unos pasos titubeantes hasta el arcón y cogió el trozo de cuero. Se lo tendió a John con la mirada perdida.

-         No, ya fue suficiente. Llévalo a tu habitación – le dijo John. – Será un recordatorio de cómo quiero que te comportes.

James no esperó a que se lo repitieran dos veces y corrió a hacer lo que le pedía. John se sentó sobre el arcón, repentinamente agotado. Se frotó el tobillo y lanzó una mirada resentida al perro. ¿Tenía que morderle tan fuerte?

-         Maldito chucho. La próxima vez te tiró a un pozo. – gruñó, aunque sabía que era una amenaza vacía. Primero, porque jamás sería capaz de cumplirlo. Y segundo, porque el perro no podía entender el significado de sus palabras.

Le hubiera gustado darle a James la privacidad que seguramente necesitaba, pero era ya muy tarde y al menos él se moría de hambre: debían apresurarse si querían llegar a tiempo de cenar en la posada. John fue a buscarle, preparado para encontrarle de mal humor y quizás algo lloroso. Lo que no se esperaba era que le hallaría llorando sin ningún disimulo. Tal vez pensó que él no iba a ir a verle o tal vez le daba igual que le viera llorar. En cualquier caso, le pareció extraño verle desecho en lágrimas, cuando apenas se había inmutado durante el castigo.

Se acercó a la cama donde el niño estaba tumbado y puso una mano sobre su espalda, a modo de consuelo y para indicar su presencia, por si acaso no le había visto.

-         No llores, James. – le pidió, en un susurro.

-         Snif… lo sien…snif…lo siento, John. Snif… Siento haberte preocupado.

John sonrió ligeramente e hizo que el chico se levantara. Le apretó entre sus brazos con fuerza, aunque conteniéndose, porque no sería la primera vez que le rompía a alguien una costilla con ese mismo gesto.

-         Yo también lo siento. Siento haber usado eso contigo, cuando bien sé que solo te movías por las buenas intenciones de cuidar de tu amigo de cuatro patas. No será algo que haga a menudo ¿mmm? Yo sé que tú no me vas a dar motivos para enfadarme contigo. Ahora límpiate la cara y las manos y prepárate para una regañina de la señora Howkings cuando vea lo sucia que llevas la camisa. No te da tiempo a cambiarte o nos perderemos la cena.

James se dio prisa en asearse un poco y salieron de la casa. Una vez en la posada la señora Howkings puso el grito en el cielo al ver las manchas de tierra en la ropa de James, pero apenas pudo expresar su espanto porque el niño le contó que había rescatado a su perro y que John le dejaba quedárselo. Cuando le contó los detalles del suceso, la mujer miró de reojo a John, intuyendo que algo más había pasado entre ellos. En aquellos días había aprendido a leer el lenguaje corporal del hombre y del niño y percibía algo de tensión, especialmente por parte de James. Sabía que la mina era un lugar peligroso y se imaginó que John le había reprendido. Lo confirmó cuando el hombre, sigiloso como una sombra, sacó el cojín de su silla para poner un doble acolchado sobre la de James.

Esa noche John encontró que su sopa estaba fría y sosa, mientras que James aseguraba que la suya estaba deliciosa. La terrible mirada de la posadera le indicó que la diferencia de sabores no era ningún accidente y le previno de hacer algún comentario. John se concentró en su plato, abochornado porque sentía que de alguna forma a él también le estaban castigando. Al final de la cena, la señora Howkings le dio a James un hueso para el perro, y el niño se lo agradeció como si le hubiera dado un lingote de oro. Incapaz de contenerse, se adelantó para llevárselo enseguida a Spark, mientras John se despedía de la posadera.


5 comentarios:

  1. Me encanta esta historia. Aunque la verdad nunca pensé que lo de la mina podría ser un perrito.

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  2. Me gusto jejeje que lindo, es muy noble de parte de James, ya comprendo, en ese caso yo hubiera hecho lo mismo

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  3. la historia es hermosa, me da gusto que la sigas. pero lo de la posadera fue genial. justicia poética jajajaja
    Grace

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  4. Jajaja que lindo que el perro defienda a James!!...
    Esos dos cada vez tienen mejor comunicación!!!...

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  5. Cómo me gusta esta historia. Amo a John!!!! Pobre James, pienso que se arriesgó tanto sólo por buscar proteger ese pedacito de pasado que aún le queda con la presencia del perrito. Me encantó....aunque no comparto el castigo de la Sra. Howkings. jejeej

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