Páginas Amigas

miércoles, 25 de enero de 2017

CAPÍTULO 7



CAPÍTULO 7

Marcos se sentía un intruso en su propia casa. Fruncía el ceño mientras observaba a Gabriel, que estaba subido en el sofá, en cuclillas y agazapado como si estuviera encerrado en una jaula de la que no podía salir. Una jaula de terror.

Cualquier intento de acercarse a él se había visto truncado al recibir un bufido de advertencia. Gabriel había adoptado una pose defensiva y Marcos no sabía de qué sería capaz si traspasaba la frontera invisible de su espacio de seguridad, marcada por la mesita de su salón. Había decidido esperar, para ver si con el paso de los minutos el chico se calmaba por su cuenta y entendía que allí no corría peligro. Pero los minutos pasaron y Gabriel no cambió su posición.

Alicia observaba la escena acongojada, apretándose las manos con fuerza mientras se obligaba a no intervenir, entre otras cosas porque no sabía cómo manejar esa situación. No sabía calmar al niño, eso era algo que solo Marcos había logrado antes. Todo aquello la hacía sentir una inútil. ¿Para qué había estudiado una carrera? ¿Para qué había estado cinco años ejerciendo?

-         Tal vez, si me voy… - sugirió Alicia.

Marcos le dedicó una mirada que fue a todas luces un grito de socorro. En momentos como ese, Alicia se daba cuenta de lo joven que era. Quizá demasiado joven para la responsabilidad que había puesto sobre sus hombros.

-         O mejor no… - añadió, a raíz de aquella mirada. Por lo general solía dejar que los niños se instalaran solos en su nuevo hogar, para que empezaran a crear vínculos con sus tutores lo antes posible, y por no inmiscuirse en un momento que solía ser íntimo. Pero algunas familias necesitaban algo de ayuda, y enseguida entendió que Marcos la necesitaba desesperadamente. Si tan solo supiera qué hacer…

-         ¿Debería dejarle solo? – preguntó Marcos. – Si salgo del salón, a lo mejor se baja del sofá… Pero también puede romper algo o hacerse daño…

Hubieran intentado bajarle por la fuerza de no ser porque esa había demostrado ser una mala táctica. Marcos le había forzado a entrar en el piso y a causa de eso Gabriel se había atrincherado en el sofá, sintiéndose totalmente amenazado.

-         Tú eres lo único que le resulta conocido de esta habitación. Es mejor que no te pierda de vista.

-         Sí me ve tranquilo, se calmará – reflexionó Marcos y respiró hondo, buscando expulsar todas las dudas y miedos que le carcomían. – Vamos, Gabriel, no pasa nada… El hospital no es tan diferente a esto, solo es una casa diferente.

Sabía que estaba gastando saliva inútilmente y que sus palabras no serían comprendidas, pero tal vez el tono de su voz lograra hacer algún bien. Gabriel estaba marcando territorio: había atravesado el corto pasillo desde la entrada hasta el salón y había tomado aquél cuarto como su puesto de defensa. Marcos no estaba seguro de por qué hacía aquello, ni de si el niño buscaba salir de aquellas cuatro paredes o proclamarse dueño del lugar, como el oso que llega a una nueva cueva y se apresura a impregnar las paredes con su olor, para mantener alejados a los demás animales. Probablemente estuviera haciendo ambas cosas a la vez.

Marcos probó a dar un paso a la derecha y, al ver que no pasaba nada, continuó hasta rodear el sofá. Gabriel se limitó a seguirle con la mirada. Marcos caminó con pasos lentos hacia la cocina.

-         ¿A dónde vas? – protestó Alicia.

-         A buscar una forma de hacerle bajar – respondió Marcos y se dio prisa en coger algo que el niño ya reconocía: plátanos y mandarinas. En el hospital había comido ambas cosas y especialmente el cítrico le encantaba. Marcos se la tenía que pelar, pero devoraba la fruta en cuestión de segundos.

Como ambos eran frutos de cáscara, los colocó en el suelo, algo alejados del sofá.

-         ¿Tienes hambre, Gabriel? – preguntó, al ver que el niño atendía a todos sus movimientos. – Tendrás que bajar aquí para comerlo.

Marcos sintió una punzadita de culpabilidad. Se sentía mal al tratarle como un animalito al que había que domesticar. Pero se dijo que no le estaba haciendo ningún daño, y que las formas de comunicación primarias eran las únicas que entendía por el momento.

 Gabriel estiró ligeramente la mano,  como si tuviera la ilusa esperanza de poder alcanzar la fruta desde allí. Había abandonado el hospital después de desayunar, pero hacía ya unas horas de eso y tenía hambre. En aquella semana se había acostumbrado a comer incluso cuando ya estaba saciado y le molestaba la sensación de su estómago protestando por estar vacío. Era como si el recuerdo de varias noches de hambruna se concentrara alrededor de su ombligo en aquellos momentos.

Cuando asumió que su brazo no se iba a estirar y que la fruta no iba a acercarse sola, Gabriel dio un pasito, hasta quedar justo en el borde del sofá, y luego se detuvo, indeciso a la hora de abandonar por completo su improvisada fortaleza. Finalmente, se deslizó con movimientos suaves, ágiles y muy silenciosos y, en menos de lo que a Marcos le llevó dar un parpadeo, estaba junto a la fruta. Se hizo con una de las mandarinas y se la tendió para que le quitara la cáscara. Marcos sonrió. Aquello fue para él como una pequeña prueba de confianza. Gabriel ya había aprendido a acudir a él cuando necesitaba algo, aunque fuera tan simple como pelar una mandarina, y él había averiguado como conseguir que el niño le hiciera caso en cosas concretas como bajarse de un sofá.

-         Espero que esto funcione también si le da por subirse a una estantería o a una lámpara – se le ocurrió decir en voz alta, cayendo por primera vez en la cuenta de todos los peligros que podía encontrar en una casa un niño curioso sin el menor conocimiento de los objetos cotidianos ni de las normas básicas de seguridad. 

-         No creo que haga eso. Más bien parece muy asustadizo. Aunque no sepa lo que es una lámpara y que puede soltarse del techo, sí sabe que está alta y que es peligroso…. – comentó Alicia, pero Marcos comenzaba a conocerla lo suficiente como para saber que no estaba tan segura como sonaba.

Súbitamente, Marcos se vio abrumado por un montón de miedos. ¿Y si el niño se hacía daño estando bajo su cuidado? Tenía claro que no podía dejarle solo, pero empezaba a pensar que tampoco podía llevarle con él a la librería. No todavía. Como la tienda era suya, supuso que podía tenerla cerrada por unos días, pero justo antes de las vacaciones las ventas solían incrementarse. Perdería un buen dinero si la dejaba sin abrir, pero no parecía tener más opciones. Gabriel no estaba preparado para conocer otro lugar, y menos uno lleno de estanterías y con olor a libro viejo. No soportaría la continua entrada de clientes y seguramente no sería capaz de quedarse esperando mientras él trabajaba. No es como si pudiera darle un libro para que se entretuviera leyendo.

***

Marcos sabía que ese momento tenía que llegar alguna vez. El momento en el que se quedara a solas con Gabriel, en su casa. Estaba seguro de que Alicia ya había permanecido allí mucho más de lo que acostumbraba cuando “entregaba” a un niño a una familia de acogida. Pero aún así le costó verla marchar por la puerta y cerrar, como si su presencia fuera una especie de garantía de que nada podía descontrolarse.

Era ya la hora de comer, Alicia se había ido a su casa –o a seguir trabajando, la verdad era que no se lo había preguntado- y Marcos supuso que debía ir poniendo la mesa para introducir a Gabi en lo que iba a ser su primera comida en su nuevo hogar. El niño no se había movido del rinconcito del suelo en el que se había sentado a comerse la mandarina. Lo observaba todo con sus grandes ojos azules mientras permanecía en una inusual quietud, sobre todo si se tiene en cuenta que llevaba en esa postura más de una hora.

-         Vamos a comer, Gabi – anunció Marcos, en un tono alegre. Inconscientemente, había decidido que el hecho de que el niño no le entendiera no era motivo para no hablarle. Al menos percibía que había alguien con él y poco a poco iría aprendiendo cosas.

Gabriel le miró, como hacía siempre que le hablaba, con una mezcla de interés y fascinación. Intentando descifrar, seguramente, que significaban aquellos sonidos tan extraños. 

-         Comer – repitió Marcos, deseando que el niño pudiera entender la palabra. Se llevó la mano al estómago en un gesto que le hizo sentir bastante tonto, y después la movió hacia su boca, intentando imitar mediante mímica el acto de alimentarse.

De haberse tratado de cualquier otro niño, Marcos hubiera elegido como menú pizza, macarrones, hamburguesa o cualquier otro plato que fuera delicioso a sus ojos, a modo de bienvenida. Pero sabía que Gabriel se limitaría a mirar esos platos con extrañeza y asco, poco dispuesto a comer cosas con muchos ingredientes o excesivamente elaboradas. Irónicamente, lo que Gabi mejor había comido en el hospital habían sido espinacas, un plato generalmente odiado por los niños, pero que a él debía parecerle lo que era: una planta cocinada, y por tanto, algo seguro de comer. También toleraba las sopas de verduras, y eso era lo que Marcos había comprado: una sopa de verduras precocinada, que solo tuvo que calentar un par de minutos en una olla. Mientras lo hacía, se sintió miserable. Quería hacerle entender a Gabi que tenía que sentirse contento de estar allí, que todo iba a ir bien, que aquél día era una fiesta, la fiesta de su bienvenida. ¿Cómo iba a lograr eso con una triste sopa de verduras?

No estaba teniendo remordimientos. Marcos estaba muy seguro de querer ocuparse de Gabriel, sentía que estaba unido a él desde que le había encontrado muerto de frío en la nieve. Pero sabía que para cuidar bien de él no bastaba con desearlo. Era mucho más complicado que eso, había muchos factores a tener en cuenta y a ratos se sentía incapaz de poder con todo. Aunque había pensado varias veces en aquél “primer día con Gabi”, nunca había llegado a imaginar cómo sería realmente. Cómo sería acoger a un niño que a todos los efectos era mudo, sordo, e incapaz de reaccionar a la interacción más básica.

Aunque eso no era del todo así. Tal vez no pudiera expresarlo, pero Gabriel sentía, y ya se lo había demostrado en varias ocasiones. Solo tenía que encontrar la forma adecuada de comunicarse con él. Una que no incluyera palabras, hasta que supiera entenderlas. En realidad, algo le decía a Marcos que ese chico era muy inteligente. Sus ojitos vivaces parecían confirmarlo.

Súbitamente, pensó que una sopa no era comida suficiente para un niño. Él estaba acostumbrado a comer poco, muy poco, porque tenía la mala costumbre de picar entre horas. Desde que vivía solo se había habituado a comer solo un plato, casi como si de un almuerzo americano se tratara. Pero los niños tenían que comer más, estaban en pleno crecimiento. Gabriel tenía que comer más: estaba muy delgado. Abrió la nevera buscando algo que pudiera ser del gusto del niño, pero nada le convencía. A Gabriel le gustaban las cosas que podía comer con la mano, que no tenían sabores muy fuertes y más verdura que carne. De pronto, mirando en el congelador, encontró la respuesta: patatas fritas. Eso le gustaba a todos los niños. Se podía comer con la mano. No tenía muchos colores ni era muy extraño a la vista. Había muchas posibilidades de que a Gabi le gustara. Marcos sacó una bolsa y echó aceite en una sartén, dispuesto a hacer la prueba. El niño tenía que ir ampliando poco a poco sus gustos alimenticios y aquél le parecía un buen punto por el que comenzar.

Mientras las patatas se freían, Marcos dedicaba miradas fugaces al salón, donde estaba Gabriel. Le preocupaba lo que pudiera hacer cuando no le estaba observando, pero el niño parecía bastante tranquilo. Se había quitado los zapatos y ahora se estaba peleando con los calcetines. Marcos solo podía imaginar cuánto le habría costado a Alicia calzarle.

Cuando las patatas estuvieron listas, Marcos las metió en el microondas para que no se enfriaran mientras se tomaban la sopa. Sirvió dos platos, los llevó a la mesa y se sentó en su silla, esperando a ver lo que hacía Gabi. ¿Entendería que tenía que sentarse también? Durante unos segundos, el niño se limitó a observarle. Luego se levantó del suelo con agilidad, sin necesidad de apoyar las manos, y ladeó la cabeza, como si alguna idea pesara mucho en su cerebro como para mantenerla erguida. Se acercó a Marcos y emitió un gruñido que pareció un gemidito de protesta. Señaló uno de los platos.

-         Eso es, ese es tuyo.

La sonrisa de Marcos no podía ser más amplia. En un impulso, agarró a Gabriel y le estrechó contra su cuerpo, en un abrazo fuerte y cálido como el que hubiera querido darle cuando entró en la casa, si no hubiera salido corriendo.

-         Aprendes rápido – le dijo, con orgullo. Esperaba que al menos pudiera entender que estaba contento con él. – Ven, siéntate aquí.

Gabriel miró la silla con detenimiento. Marcos creyó que había entendido la instrucción, pero no parecía muy convencido ni dispuesto a hacerlo. Seguramente no estaba acostumbrado a comer en una mesa. En el hospital había comido desde su cama, y aún eso tenía que haberle resultado extraño. Finalmente, Gabriel se sentó, aunque contorsionó las piernas, en una postura encogida que solo alguien muy flexible hubiera podido adoptar. No parecía cómodo, y a los pocos segundos se levantó. Marcos observó atónito cómo arrastraba la silla hasta acercarla a la suya. Sus movimientos eran torpes, pero al mismo tiempo sabía lo que estaba haciendo. Las patas de la silla provocaron un chirrido desagradable contra el sueño, hasta que Gabi se detuvo. Solo entonces se volvió a sentar, apoyando la cabeza y parte del cuerpo sobre el propio Marcos.


- Ah, te gustó el abrazo ¿no? – le chinchó, pero entonces cayó en la cuenta de que eran muchas las posibilidades de que no hubiera recibido más en toda su vida, o al menos en mucho tiempo. Le rodeó con el brazo y le apretó contra sí mismo. Gabriel levantó la mirada hasta que sus ojos se cruzaron. El niño nunca sonreía, no estaba acostumbrado a ese gesto, pero Marcos hubiera jurado que se sentía feliz. 

3 comentarios:

  1. Genial, no puedo esperar para leer el siguiente capítulo!

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  2. Creo que solo puedo comentar esto con un : 😍😍😍

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  3. Dream estoy impresionada con esta nueva historia!!
    Me leí tus 7 capítulos y me quedé con ganas de mucho más!!
    De verdad que esta genial y me tienes mega intrigada!!

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