domingo, 16 de abril de 2017

CAPÍTULO 26



¡Hola! Como sé que soy horriblemente tardona para actualizar, decidí hacer un pequeño recuento de nombres y esas cosas, porque entiendo que puede ser un poco difícil de seguir con tanto niño.
Víctor tiene 20 chicos de once años a su cargo. De esos 20, los únicos que tenemos medianamente identificados son 9, los 9 que no van a dormir a sus casas los dines de semana. Los 9 protagonistas de esta historia.

  1. Damián. Hijo del presidente, adorable, cariñoso, carita de niño bueno. Muy, muy sensible. Sufre ataques de pánico de vez en cuando.
  2. Benjamín. Un niño de familia muy humilde, con gran corazón, bastante valiente. Su hermano mayor es Lucas, está también en el internado y es alumno de Víctor. Sus padres no parecen preocuparse demasiado de ellos.
  3. Votja. Extranjero, deportista, aún no sabemos por qué está en el internado (quiero decir, por qué tan lejos de su casa o por qué no estudia en un colegio normal). Cleptómano.
  4. Bosco. Inocente y confiado, siempre con deseo de agradar. Su madre tiene cáncer y su padre le pidió que estuviera en el internado mientras ella se recuperaba y él se hacía cargo de varios problemas económicos.
  5. Óliver. Deportista, alto y maduro para su edad. Le cuesta mucho coger confianza y no suele meterse en líos.
  6. Borja: Mordaz, algo venenoso en sus palabras, con poco espíritu de equipo y de compañerismo. Siempre a la gresca, a veces sabe cómo hacer daño. Mentiroso compulsivo. Pero no deja de ser un niño y de reaccionar como uno. También es inteligente y bastante amanerado.
  7. Wilson: Tiene bastante carácter y de momento poco más sabemos de él.
  8. Gabriel: Poco sabemos de su personalidad, solo que ya se metió en algún lío. Deportista.
  9. José Antonio: Suele pasar bastante desapercibido. Apenas ha salido todavía.

¿Quiénes son los malos del cuento? Bueno, claramente hay un bueno, que es Víctor. Él es diferente a los demás profesores. Sus “antagonistas” son el director y el señor López, demasiado rígidos, estirados y apegados a las normas. No parecen muy compasivos, en especial el tal “Iván López”, a quien los niños pintan como un monstruo y no parece que exageren demasiado.
Otros personajes:
Enrique (profesor de Gimnasia, es de lo mejorcito del internado después de Víctor),
Darío y Nando (estudiantes de segundo, a cargo del señor López),  
Jacobo, Lucas (hermano de Benja) y el resto de estudiantes de último año, a los que Víctor da clase de Historia.

Y aquí termina esta recapitulación, para que empiece el capítulo ;)

***

Me encontraba ante un dilema con fácil solución pero difícil ejecución. Antes de que llegara al padre de Votja, tenía que informar al director. No tardaría mucho en enterarse de que había un padre en el internado fuera del horario establecido. La cuestión era cómo hacerle participe de su visita sin contarle el motivo. No quería meter en problemas a Votja.

Suspirando, porque se acababa el tiempo, llamé a la puerta del despacho del señor Bennett. Escuché un ronco “adelante” y entré.

  • Señor Medel. ¿Qué puedo hacer por usted?

No me pasó inadvertido que ya no era “Víctor”. Debido a lo que pasó con Lucas me había ganado su enemistad. Lo normal entre profesores de un mismo colegio era tutearse, aunque en mi largo historial de centros en los que había trabajado había llegado a ver de todo.

  • Venía a decirle que el padre de uno de mis alumnos va a venir hoy…

  • ¿A hablar conmigo? – se extrañó, seguramente porque no recordaba haber concedido ninguna cita.

  • No, a ver al chico – respondí.

  • No es fin de semana.  – me recordó, sin levantar la vista de sus papeles.

  • Lo sé, pero se trata de Votja. Su padre no va a poder venir prácticamente nunca…

  • Entiendo. ¿Lo saben en conserjería?

Parpadeé, gratamente sorprendido. Pensé que iba a poner alguna pega, aunque solo fuera porque se lo estaba diciendo yo. Pero la verdad era que las visitas fuera de hora no eran tan extrañas allí. Los padres de muchos de los niños eran famosos o grandes empresarios, con una vida complicada y una agenda casi imposible de cuadrar.

  • Sí, ya se lo he dicho.

  • Intentaré recibirle, pero no sé si me va a ser posible, tengo que ocuparme de varios asuntos. Encárguese usted de atenderle…

  • Por supuesto.

  • ¿Sucede algo con el niño? – preguntó el director, cuando ya iba a salir triunfante de allí.

  • N-no… Solo… no está pasando una buena racha. Su padre cree que tal vez le venga bien ver a un especialista – respondí. No era del todo una mentira. Al menos, eso me dije para convencerme.

  • ¿Un psicólogo? Aquí tenemos uno.

  • Sí, pero… Ya sabe cómo son algunos padres, digamos…adinerados. Quiere que su hijo vea alguien de fuera.

El director resopló y rodó los ojos.

  • No diga más. Estoy harto de los padres ricachones y sus exigencias. Un padre de un chico de tercero me acaba de pedir que permita que su hijo utilice ropa de marca en vez del uniforme deportivo para la competición de baloncesto del viernes.

Sonreí, intentando mostrarme amable y conciliador. Estábamos teniendo una conversación bastante cordial y él debía de pensar lo mismo, porque dejó lo que estaba haciendo y se puso de pie, mirándome como si quisiera decirme algo. Le vi luchar con las palabras durante unos segundos y al final resopló.

  • No hace ni una semana que trabaja aquí. El otro día, cuando llegó, le dije que me alegraba de tener a alguien que no… fuera a desquitarse con los muchachos. Sigo pensando así. Pero tengo el presentimiento de que vas a ser un grano en el culo mientras estés aquí – terminó, pasando a un tono mucho más informal. -  No quiero que todos mis profesores sean como Iván, pero Dios me libre de que todos sean como tú. – se sinceró y aquello me sorprendió un poco. ¿Estaba intentando arreglar las cosas después de la discusión que habíamos tenido por lo de Lucas? ¿A él tampoco le gustaba la rigidez del maldito “señor López”?

  • Solo soy fiel a mis principios. Siempre lo seré.

El director gruñó como toda respuesta y entonces sonó el teléfono de su despacho. Me hizo un gesto con la cabeza para que le dejara atender la llamada en privado. Salí de allí con la sensación de que tal vez no fueran a despedirme tan pronto como pensaba.

El padre de Votja llegó apenas media hora después de que acabaran las clases. Fui a recibirle a la entrada y le estreché la mano. Le di la bienvenida y charlamos brevemente de cosas superficiales, como las dimensiones del terreno o lo bien cuidado que estaba el jardín.

  • Votja está ansioso por verle – le dije, al poco rato. – Le dije que le esperara en su cuarto y es un milagro que me haya hecho caso, pero en realidad no me sorprende. Es un chico muy obediente.

El hombre soltó una risa algo sarcástica, pero no venenosa.

  • Eso será aquí. En casa es un nido de problemas.

No habló con ninguna acritud, sino más bien como diciendo “echo de menos a mi nido de problemas”.

Le guié por los pasillos hasta llegar a la habitación de los chicos. Votja esperaba en la puerta asomando la cabeza y, cuando nos vio llegar, echó a correr hacia nosotros para chocarse con su padre. El hombre estaba preparado, así que no se dejó derribar y le sostuvo en un abrazo. Le dijo algo en su idioma natal. No entendí ninguna de las palabras, pero sonó como un saludo afectuoso. Votja le respondió de la misma manera. Luego, por deferencia hacia mí, hablaron en la lengua que teníamos en común.

  • Cualquiera diría que llevas años sin verme.

  • Años no, pero sí dos semanas  - protestó Votja.

El padre lució algo culpable por unos segundos.  Me di cuenta de que en realidad no sabía por qué estaba Votja en aquél colegio. Es decir, ¿por qué enviarle tan lejos de su casa? ¿Para que aprendiera otro idioma? ¿Para asegurarle una mejor educación?

  • Estoy aquí ahora. Aunque no estoy nada contento con las cosas que he escuchado.

Votja agachó la cabeza automáticamente. Intercambiaron un par de frases de nuevo en su lengua y aquella vez, por el tono, era a todas luces un regaño. Votja miró a su padre con ojos vidriosos mientras murmuraba algo y sentí que aquella conversación debían tenerla en privado, a pesar de que yo no pudiera entender nada.

Lamenté que hubiera empezado con los reproches tan pronto. Era cierto que aquel era el motivo de su visita, pero podían haber hablado un rato de algo agradable en vez de ir directamente al grano.

En algún punto de su inteligible conversación, el tono del hombre se volvió algo más duro y Votja abrió mucho los ojos. Luego replicó algo con voz suplicante, pero creo que no le sirvió de nada. Suspiré.

  • No hace falta que nos quedemos en el pasillo. Podemos pasar al cuarto o podéis salir al jardín para hablar con más tranquilidad – sugerí.

  • ¿Y puedo salir del colegio? – preguntó Votja.

  • Si es con tu padre sí, claro. – respondí. Eso era una buena idea. Salir de allí, despejarse… Pasar algo de tiempo juntos…

  • ¿Podemos, papá? – inquirió Votja, esperanzado.

  • Está bien. Ve a por una chaqueta.

Votja fue, correteando. Creo que le faltaba poco para dar saltitos de alegría, todo regaño olvidado ante la perspectiva de pasar un rato con su padre. Una vez más, pensé que un internado no era lugar para ningún niño.

  • Volveremos antes de la hora de la cena. Me gustaría hablar con usted entonces, si puede ser.

  • Por supuesto – respondí.

Votja y su padre se fueron, y yo deseé que pudieran entenderse. El chiquillo no era un ladrón. Solo un niño alejado de su hogar, que había desarrollado un impulso enfermizo.

Como iban a estar fuera al menos un par de horas, volví con el resto de mis chicos. Apenas había hablado con ellos ese día, centrado en el problema de Votja. Estaban haciendo los deberes en el cuarto, con más o menos silencio.

  • Soy yo, ¿o tenéis muchos deberes todos los días? – pregunté, reparando por primera vez en el hecho de que cada tarde les veía en la misma posición.

  • Mogollón – se quejó Damián. – Diez ejercicios de mates, siete de lengua, una redacción de inglés, un mapa de sociales, un…

  • No te olvides del examen del viernes – apuntó Benja.

  • ¡Mierda! ¡Me había olvidado! Ups…. Perdón por decir “mierda”… - añadió, mirándome a mí.

Intenté disimular una sonrisa, porque efectivamente no podían decir esas palabras, pero es que ese niño era demasiado tierno.

  • Sí que parecen muchos deberes. Y eso que aún no empezaron los entrenamientos. ¿Qué harán los deportistas cuando empiece su programa?

  • A ellos les mandarán menos deberes – explicó Bosco. – Pero a los demás no… ¿Tú no podrías hablar con los profesores para que no se pasen tanto?

  • ¡Bosco, cállate! – reprendieron varios de sus compañeros.

Fruncí el ceño. Esos niños estaban muy asustados. Mis años de experiencia docente me habían enseñado que cada niño es un mundo, pero ninguno actuaba así… Como si pensaran que a la menor protesta les caería el universo encima. Los chicos de once años se quejan prácticamente por todo, y normalmente depende del adulto ver cuándo se quejan con motivos y cuándo no.

En tan solo una semana, esos niños habían aprendido que era mejor estarse callados. ¿Qué clase de guardián había sido el señor López para ellos? En el internado eran estrictos, lo pillaba. Pero ni siquiera un profesor estricto hace que tengas tanto miedo…

  • Sí, claro que puedo. Y lo haré. Para algo soy vuestro guardián. A veces los profesores olvidamos que tenéis más de una asignatura. El curso acaba de empezar, si ya os meten tanta caña no sé qué harán luego.

  • ¿Lo veis? Y lo dice él que da clase a los mayores – dijo Benja.

  • ¿Eso qué quiere decir? – me extrañé.

  • Pues que… los mayores tienen que estudiar más…

  • ¿Así que yo debería ser más exigente? Mmm… le diré a tu hermano que tú me diste la idea.  – le chinché. Benja me miró con horror un segundo antes de darse cuenta de que estaba bromeando. Luego sonrió.

  • ¿Solo das clase a los mayores? – se interesó José Antonio.

  • Este año sí. Pero en otros coles he dado a vuestro curso.

Entonces, se abrió la veda de preguntas y de pronto todos dejaron sus libros para bombardearme a preguntas sobre mi vida. Me gustó que fueran cogiendo confianza y también que se tomaran un descanso, así que estuve un rato respondiéndoles, hasta que me di cuenta de algo.

  • ¿Y Borja? ¿Está estudiando en la biblioteca o algo?

Todos se quedaron callados de golpe. Empezaron a mirarse entre sí, escondiendo algo que yo claramente ignoraba.

  • ¿Chicos? ¿Debería preocuparme? ¿Salió al jardín o algo así? Tiene que hacer los deberes primero, pero bueno, entiendo que quiera tomar algo de aire… - murmuré, y fui a mirar por la ventana a ver si le veía.

  • No… no salió, Víctor. O bueno, a lo mejor sí. Pero…te…te está evitando. – dijo Damián. Me giré justo a tiempo para ver cómo le tiraban una almohada.

  • ¡No seas chivato, Damián!

  • ¡Pero si no dije nada! No le dije lo que hizo…

  • ¡Ahora es como si se lo hubieras dicho! – replicó Gabriel. – Seguro que estás disfrutando que se la vaya a cargar…

  • ¡No, qué va!

  • ¡A ver, a ver! – alcé un poco la voz, para frenar la pelea antes de que comenzara. - ¿Qué es lo que me estáis ocultando? ¿Borja se metió en algún lío?

Recibí varios asentimientos.

  • Uno gordo… - murmuró Benjamín.

  • ¿Cómo de gordo? – me preocupé, porque empezaba a sonar como algo serio.

  • En realidad es muy fino. Fino como una tarjeta roja… -  comentó Gabriel.

  • ¿Le dieron una tarjeta roja? – quise confirmar. Ese estúpido papel…

  • Sí…. En clase de Gimnasia – añadió Benjamín.

  • ¿Enrique? ¿Enrique le dio una tarjeta roja? – me extrañé. Enrique me había demostrado que se preocupaba sinceramente por los alumnos y que era capaz de saltarse las normas del centro cuando eran injustas.

  • Ahá…

Decidí ir a hablar con él para que me aclarara lo que había pasado. Además, a lo mejor así tenía una pista de dónde se estaba escondiendo Borja. Odiaba que sintiera que tenía que esconderse de mí.

Enrique estaba en la habitación de los alumnos de tercero, que eran los chicos que estaban a su cargo y por tanto donde él dormía.

  • Ah, me preguntaba cuánto ibas a tardar en venir -  me dijo, como saludo. Me conocía lo bastante como para saber que si uno de mis niños me venía con una tarjeta roja yo iría a hablar con el profesor que se la había dado.

  • Esto… hola… Los chicos me han contado… Borja no estaba y me dijeron que… ¿podemos hablar en privado? – le pedí. No quería que sus alumnos nos escucharan.

  • Claro. – respondió, y salió del cuarto a hablar conmigo. – Te aseguro que yo no voy regalando esos papelitos. Los odio. En siete años, este será el segundo que doy. Como mucho el tercero. Y todavía me lo pensé más al tratarse de ti y de tus chicos, porque sé cómo eres.

Estuve tentado de preguntar cómo se suponía que era, pero no quería provocar una discusión.

  • ¿Qué fue lo que hizo Borja?

  • En la clase de hoy estaban jugando al voleibol.  Borja es… bastante malo en los deportes. Es decir, en estos primeros días he podido comprobar que lo suyo no es la Gimnasia. Sé que muchos chicos están aquí por los estudios y no por el deporte, así que estoy acostumbrado a no medir a mis alumnos por el mismo baremo. Óliver, por ejemplo. En cuatro años podría ser atleta olímpico. No voy a evaluar igual a uno y a otro porque sería muy injusto. He tenido antes chicos con pocas habilidades deportivas, pero lo de Borja es… un caso único. A los veinte minutos me he cansado de verle sufrir y le he sentado en el banquillo. Pensé que le estaba haciendo un favor pero él... no se lo tomó bien. Me tiró el balón a la cabeza y comenzó a insultarme delante de toda la clase. Lo siento, Víctor, pero no puedo permitir eso. Es su segunda semana aquí, si empieza así le va a ir fatal.

Quise enfadarme con él y gritarle que estaba siendo demasiado estricto, pero en el fondo sabía que tenía que estarle agradecido porque no hubiera decidido castigarle él ahí mismo, delante de todos los demás. Otro en su lugar lo hubiera hecho. Puede que yo mismo en su lugar lo hubiera hecho. Ningún profesor tiene por qué aguantar que un alumno le pegue y le insulte…

  • Una tarjeta roja – susurré. – No sé… no sé qué se supone que debo hacer ahora…

  • Sí, sí lo sabes. Pero la decisión es tuya. Yo ya tomé la mía al dejar que te encargaras tú.

Suspiré.

  • Antes que nada tengo que encontrarle. No sé dónde se puede haber metido.

  • Buena suerte con eso…


Me recorrí medio internado antes de dar con él. Resultó que estaba en un rinconcito semiescondido de la biblioteca, leyendo un libro gordísimo que tenía un dragón en la portada.

  • Hola – saludé, en cuanto reparó en mí. Entreabrió la boca, como si por unos segundos se hubiera olvidado de que se estaba escondiendo.

  • Ho…la.

Tras dudar unos instantes, decidí sentarme a su lado.

  • ¿Qué estás leyendo? – le pregunté. Me dejó ver el título y confirmé que se trataba de un libro de fantasía. La letra era muy pequeña y me pareció admirable que un chico de su edad fuera capaz de leer libros tan largos.  - ¿Está interesante?

  • Sí…

Borja no estaba muy hablador en ese momento. No podía culparle.

  • Me han dicho que tienes algo para mí… - decidí que esquivar el tema no tenía sentido. Esperé que él lo viera de la misma forma y no me equivoqué, porque metió la mano en su mochila para sacar un papel rojo. Lo cogí con ambas manos y empecé a leer. Solté un pequeño silbido. – Vaya…. Enrique olvidó decir lo creativo que fuiste con los insultos. ¿Todo esto le llamaste?

Borja agachó la cabeza en lugar de responder. Se miró las uñas como si por ignorarlo el problema fuera a desaparecer.

  • Tengo que firmar esto ¿no? – le pregunté y él asintió. – Y tú tienes que disculparte con Enrique. A lo grande. Hablo de una señora disculpa, Borja, porque esto fue… esto fue…. Te pasaste.

Se encogió un poquito sobre su asiento.

  • ¿Por qué no me lo has dado después de comer, mm? ¿Intentabas esconderte de mí? – le pregunté, intentando que mi voz sonara despreocupada. Buscando que se sintiera seguro para hablar.

  • Pensé que cuando lo vieras me matarías…

  • Bueno, pues ya lo  he visto. Y no te he matado ¿no?

  • Aún no – matizó él.

  • Creo que podemos descartar el asesinato, Borja – respondí, intentando mantener el sentido del humor. - … No tienes que tenerme miedo. Sé que es la primera vez que te metes en problemas conmigo, pero pensé que habíamos establecido que podéis confiar en mí.

  • ¿Incluso con una tarjeta roja? – preguntó él, mordiéndose el labio.

  • Incluso con una tarjeta roja. No estoy contento, tú estás en problemas, pero no tienes que tener miedo.

  • ¿En cuántos problemas? – murmuró. ¿Había una causa biológica para que todos ellos sonaran adorables cuando se metían en líos?

  • Oh, en muchos. Pero no voy a seguir hablando de esto aquí. Vamos a la habitación.

Borja puso una mueca, pero se levantó y empezó a andar sin echar a correr, lo que me indicó que estaba volviendo al cuarto. Puse una mano sobre su hombro.

  • Gracias por ponerlo fácil…

  • No serviría de nada si intento huir. No se puede salir del internado, hay demasiada seguridad. Y solo me metería en más problemas.

  • Chico listo. Pero es que además no tienes por qué hacerlo. No sé cuántas veces tengo que repetir que no debes tenerme miedo. Pero lo seguiré diciendo hasta que te lo creas.

“Ninguno de vosotros tendrá miedo nunca más” me dije. “Eso es una promesa”.

Volvimos al cuarto y todos mis chicos fijaron la vista en sus libros, ignorándonos deliberadamente, conscientes de que Borja se la había cargado. Me di cuenta de que tenerles allí iba a ser un problema.

  • Chicos, ¿por qué no salís un rato al jardín? – sugerí, y prácticamente echaron a correr fuera de la habitación. Deseé que no se hubieran ido tan rápido. Eso me hubiera dado unos segundos más para pensar en qué iba a hacer. Suspiré. – Borja… ¿Por qué le hablaste así a Enrique? Él dice que únicamente te mandó sentar…

  • ¡MANDÓ SENTAR A LA NENAZA MIENTRAS LOS DEMÁS JUGABAN! – chilló, con rabia.

Su ira me golpeó por sorpresa, pero después me detuve a analizar sus palabras. Damián había dicho una vez que Borja era homosexual. Yo no sabía si era cierto, pero algo en el chico delataba cierta…cierta pluma. No se trataba solo de que fuera sensible, como Damián o incluso Benja. Era… algo más. Algo en su forma de moverse, de hablar. Algo en su esbelta figura. Borja era amanerado y si los demás lo notaban, él lo notaba también. De ahí lo de autollamarse “nenaza”. Seguramente había percibido el gesto de Enrique como un ataque a su cuestionada hombría. Como si le mandara sentar por ser débil, mientras los “machos”, seguían practicando deporte.

  • Ay, chico, estás tan equivocado… ¿Crees que ser malo en los deportes te hace… qué, menos hombre? ¿Una nenaza? ¿Acaso las mujeres no pueden ser buenas en los deportes? ¿Acaso ser poco atlético es sinónimo de no ser un hombre?

Borja me miró confundido. El chico listo que solía tener respuestas para todo se había quedado mudo.

  • Bueno, no…. No digo eso, pero…

  • ¿Pero qué? ¿Si no puedes seguir el ritmo de los demás, entonces qué? ¿Acaso ellos pueden seguir el tuyo en todo lo demás? Apuesto a que no muchas personas de tu edad pueden leer un libro como el que tú estabas leyendo.  Tienes tus propias habilidades, Borja, y también cosas que se te dan mal. No eres una nenaza por eso. Diablos, ¿me has visto a mí con una pelota? Mejor que no lo hagas, te estarías riendo hasta los cuarenta.

Me sentí escudriñado. Borja me estaba taladrando con la mirada como para ver si le decía la verdad.

  • Escucha…. Si tus compañeros se meten contigo… Quiero que me lo digas. Si alguien te dice alguna vez… Si alguien te hace sentir mal por tu forma de ser o por las cosas que se te dan mal, quiero saberlo. Porque entonces quienes estarán en problemas serán ellos. Pero hoy… el que está en problemas eres tú. Porque no puedes hablarle a Enrique como lo hiciste.

Borja miró al suelo y balanceó un poco los pies, incómodo.

  • No pensé lo que dije….

  • Pues lo tienes que pensar.

  • No pasará otra vez…
Suspiré, y me senté en una de las camas. Le indiqué por gestos que se sentara a mi lado.

  • Cuando las normas se incumplen hay unas consecuencias ¿entiendes eso? No hablo de aquí dentro. Aquí dentro yo puedo coger, hacerme el ciego y fingir que no ha pasado nada. Pero ahí fuera, en el mundo real, si haces algo que vaya contra la ley, o simplemente incumples una norma de tráfico, tendrás consecuencias, mayores o menores. Sé que teóricamente lo sabes. Sabes cómo funciona el mundo y sabes que las cosas son así. Pero si yo ahora te enseño que puedes librarte de las consecuencias, empezarás a pensar que tal vez puedes incumplir algunas normas sin que pase nada. Y no aprenderás nada de lo que ha pasado. Es por eso que tengo que castigarte, porque lo que has hecho no ha sido ninguna tontería. Has pegado e insultado a un profesor. Enrique podría haber hecho hasta que te expulsaran.

  • ¡Pues que me expulsen! – rabió Borja. - ¡Yo nunca quise estar aquí!

  • Entiendo que este lugar no te guste y no sé por qué te trajeron aquí, pero…

  • Por maricón – susurró.

  • ¿Cómo dices?

  • Me trajeron aquí por maricón – repitió, mirando al infinito. – Escuché discutir a mi madre y a mi padrastro. Él la decía que me había hecho demasiado blando y que aquí me enseñarían…

  • No digas más. No digas “me ensañarían a ser un hombre”, porque cojo un avión, voy a tu casa, y le digo cuatro cosas a…


  • No necesitas coger un avión, viven a veinte minutos.

  • ¿Qué? ¿Y te hacen dormir aquí en fin de semana? ¿Por qué? ¡Podrías ir a tu casa perfectamente!

Borja no me respondió y se limitó a mirarme de una forma que me indicaba que él mismo había pensado eso muchas veces. De pronto me dieron muchas ganas de abrazarle y… lo hice. Lo más sorprendente de todo, es que él no se resistió.

  • Ahora te entiendo un poco mejor, chico. Y sé que no quieres estar aquí, pero no creo que hacer que te expulsen sea la mejor de las ideas. Tienes un expediente brillante y este lugar podrá darte el futuro que quieras… si no la fastidias por el medio a base de faltar al respeto a tus profesores.

Borja se apretó un poco más contra mí, no sé si deseando que dejara de regañarle o simplemente disfrutando del contacto.

  • Enrique no estaba insinuando nada al pedirte que te sentaras. Lo sabes ¿no? Lo hizo por ti. – le expliqué. Era importante que lo entendiera.

  • Ya no podía más – reconoció. – Se me iban a salir los pulmones por la boca…

  • Por eso mismo.

  • Snif…

Le miré sorprendido, para comprobar que estaba llorando. Me mordí el labio y levanté la cabeza hacia el techo. ¿Qué debía hacer?

  • Borja, sabes que has traído una tarjeta roja…. Sabes lo que eso significa.

  • Snif… sí, señor…snif…

  • Pero yo no pienso pegarte con la paleta.

  • Snif…

  • Había pensado usar una regla, pero tampoco voy a hacerlo. Sin embargo, si haces algo como esto otra vez, iré a por la regla que tengo en mi escritorio. ¿He sido claro?


Borja entreabrió los labios, sorprendido, y asintió enérgicamente.

  • Bien. Y ahora ven aquí, muchachito. No sonrías tanto. No dije que fuera a ser suave contigo. – intenté hacerme el duro, pero creo que no funcionó, entre otras cosas porque quizás él ya supiera que no tenía ninguna regla en mi escritorio.

Dejó que le tumbara encima de mis piernas sin hacer ningún escándalo y me di cuenta de que era bastante más alto que Benjamín. Borja llegaba con las manos a tocar el suelo, pero no quería sostenerle en el aire, así que me eché más para atrás para que se apoyara sobre la cama.

Aquello nunca dejaría de ser raro para mí. De niño, cuando me castigaban en la escuela, era todo mucho más impersonal y el profesor siempre usaba algún objeto. Yo había decidido tiempo atrás hacerlo de otra forma, especialmente con chicos aún pequeños como Borja. Pero no dejaba de sentirse mucho más… paternal.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

  • Au…

  • No le tirarás balones intencionadamente a la gente.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

  • Y no insultarás a nadie, mucho menos a tu profesor.

  • Sí, señor…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

  • Víctor, Borja. No me llames señor. Está bien… no vuelvas a hacerlo ¿vale? Sabes que he sido blando contigo. No me hagas arrepentirme de serlo.

Borja se levantó y me miró con ojos acuosos a punto de rebosar.

  • ¿Quieres llorar? Puedes hacerlo si quieres…

  • Nunca lloro cuando me castigan….

  • Ah, yo sé que eso no es cierto, a veces es inevitable. Pero además sé que no suelen castigarte como yo lo hago. Otros profesores te dicen que te inclines sobre una mesa…

  • Snif… sí…

  • Bueno, pues yo no. Y conmigo puedes llorar si quieres. No le diré a nadie, ¿mm?

Borja me miró con orgullo unos segundos, intentando aguantar. Me levanté y le abracé de nuevo, y entonces le escuché llorar contra mi camisa. Masajeé su nuca suavemente y le reconforté lo mejor que pude.

  • Ya está… Ya ha pasado y no tenemos que hablar de esto nunca más… Ahora va a ser la hora de merendar y después tienes que hacer los deberes, ¿eh? No creas que te vas a escaquear. Y recuerda que debes disculparte con Enrique.

  • ¿Y qué le digo?

  • Estoy seguro de que encontrarás las palabras. Por lo que leí en esa nota, tienes un vocabulario muy colorido.

Borja se ruborizó ligeramente, pero le saqué una sonrisita. Se separó y se frotó los ojos con el dorso de la mano.

  • …. No le digas a los demás que me abrazaste, ¿eh?

Rodé los ojos.

- No se me ocurriría.

6 comentarios:

  1. Me encantó. Lo tomaré como regalo de cumpleaños. Gracias Dream por seguir otorgándonos el gusto de leer tus maravillosas historias. Te mando un cordial saludo.

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  2. Hola DreamGirl, si que tardas mucho con tus historias :( esta en particular me gusto mucho tiene mucha ternura, me encanta los personajes, unos bastantes agresivos otros muy nobles y muy dulces. El maestro en particular me encanta, creo que si sus hijos y su esposa le hubiesen dado la oportunidad de conocer a ese hombre jamas lo hubieran dejado solo.

    También a mi parecer, Enrique es exquisito me encanta su caracter y me gustaría que saliera un poquito ;)

    Cuídate mucho chica que pronto puedas seguir esta linda historia y suerte con sus estudios ;) que todo te salga muy bien.

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  3. El recuento del principio estube genial pero a mi no me hizo falta jaja tus historias son inolvidables y con las tardanzas... Cuando hay calidad uno espera.

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    1. Este capi estuvo muy lindo, yo también estoy tentada de ir a la casa de los padres de Borja a decirle unas cuantas verdades. Adoro tu profe!

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  4. Que bien fue recordar cada personaje ...
    Ese profe es único!!!
    Y los papás de Borja uuuff sin comentarios!!!

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  5. Hay que me encanto este capi, me como a Borja a besos toditos <3

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