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sábado, 2 de septiembre de 2017

Capítulo 66: EL AMOR VENCE AL MIEDO



Capítulo 66: EL AMOR VENCE AL MIEDO


Algo había pasado entre papá y Holly en la breve conversación que habían tenido, porque ella se tuvo que enjugar los ojos y se fue rápidamente. Quise preguntarle a papá, pero aquél no parecía un buen momento. Además, Andrew me distrajo al agarrarme del brazo. Sentí un escalofrío ante el contacto.

-         ¿Es su novia? – me preguntó.

-         No sé si soy yo quien debe responderte a esa pregunta… - murmuré, prudente.

-         Ya sé que están saliendo. Pero no sé si van en serio.

-         ¿Y cómo es que lo sabes? Van en serio. Papá siempre va en serio.

-         ¿Siempre? No es como si hubiera tenido otras parejas. – replicó él.

-         De nuevo, ¿cómo lo sabes? – contesté. Andrew parecía estar demasiado bien informado sobre nuestra vida para alguien que no había formado parte de ella.

No me respondió y tampoco siguió haciendo preguntas, pero observó a Aidan mientras volvía hacia nosotros como si quisiera leerle la mente. Papá estaba triste, lo cual concordaba muy poco con el hecho de que Michael iba a volver a casa, y creo que se dio cuenta porque inmediatamente cambió su expresión por una sonrisa genuina. Eliah también se acercó a nosotros y su mueca triunfal fue el preludio de sus buenas noticias.

-         Michael tiene que ir a recoger sus cosas. Nosotros vamos también, tú depositas el cheque y después se puede ir contigo.

-         ¿De verdad?

Papá no se lo podía creer y yo, en parte, tampoco. Pero el juez había fijado una fianza, papá la podía pagar y el abogado decía que todo estaba solucionado, así que tal vez  tenía que empezar a creérmelo.

-         ¿Michael se negó a desestimar el juicio? – preguntó John. Me daba la sensación de que a él no le caía bien Eliah.

-         Dijo que quería… defenderse.

-         Claro, seguro que no influyó para nada el asunto del dinero – rezongó John.

-         ¿Qué quiere decir? – le pregunté, preocupado, antes de que pudiera hacerlo papá. .

John me miró a los ojos antes de responder.

-         Por la conversación que tuve con tu hermano, saqué tres cosas en claro: uno, es una buena persona; dos, necesita una dosis de realidad y de control en su vida y tres, se parece demasiado a Aidan.

-         ¿A mí? – se extrañó papá. Seguramente estaba pensando lo mismo que yo: Michael no se le parecía en nada.

-         Sí. Los dos tenéis un gran complejo de Mesías que os hacen tomar decisiones nobles y arriesgadas. También tenéis una culpabilidad crónica y egocéntrica que os hace pensar que todos los males del mundo se deben a vosotros. Michael piensa que gran parte de esto es su culpa, y lo cierto es que, aunque Greyson sea el gran culpable, él tampoco hizo las cosas bien. El caso es que si Eliah le mencionó que yendo a juicio puede conseguir una compensación económica, Michael vio su oportunidad.

-         ¿De ganar dinero? – se extrañó Andrew.

-         De devolvérselo a Aidan.

Papá abrió mucho los ojos. La vista había sido tan rápida que probablemente no había tenido tiempo de pensar en que efectivamente Michael había rechazado la posibilidad de la desestimación, ni en los motivos que había tenido para hacerlo.

-         Si… si hubiéramos desestimado esto se habría acabado… Ahora tenemos que ir a juicio – murmuró Aidan. - …Lo voy a matar. Lo voy a abrazar, le voy a comer a besos, y luego lo voy a matar.

-         Estoy seguro de que tendréis mucho de lo que hablar. Pero primero vamos a ocuparnos de que vaya a casa. – zanjó Eliah, al parecer sin sentir una pizca de remordimiento. Nos metimos en el coche, y papá condujo hasta la cárcel. Yo no dejaba de pensar en Michael y en la noche tan difícil que tenía que haber pasado.



-         MICHAEL’s POV –

Todo había pasado tan deprisa… El nuevo abogado hablando de la fianza… Papá en aquella sala, mirándome desde su banco, tan cerca pero a la vez tan lejos… Nunca pensé que se pudiera llegar a necesitar tanto un abrazo. Creo que aquellos meses con él me habían hecho físicamente dependiente, o algo, porque no era normal lo mucho que quería mandar al juez a la mierda e ir a abrazar a Aidan.

Pensé que iba a tener que hablar más. Pensé que me harían alguna pregunta complicada, pero al parecer eso iban a dejarlo para el juicio. Aquello solo era una vista…. Y yo me había negado a que desestimaran el caso. ¿Habría hecho bien? ¿Y si Aidan se echaba para atrás y no pagaba mi fianza? No le podría culpar, era mucho dinero. Aun así, yo había hecho bien: era mucho lo que le debía a Aidan, no solo la fianza, y si podía pagarle aunque solo fuera un poquito me sentiría satisfecho. Incluso aunque tuviera que volver a la cárcel.

Me sacaron por una puerta trasera y volvieron a meterme en un furgón. Miré a mi alrededor, asustado. ¿Qué iba a pasar después? Ya debería conocer los distintos protocolos de entrada y salida en prisión, pero lo cierto era que cada vez había sido diferente. Nunca había entrado una tropa de policías a detenerme, armados hasta los dientes, por ejemplo.

En los furgones de los traslados nunca estás solo. Siempre hay un policía contigo, por si intentas escapar. La mayoría eran seres de tamaño descomunal y cara de pocos amigos, pero si les hablabas solían responderte, así que probé suerte.

-         ¿Qué va… qué va a pasar ahora? – titubeé.

-         Ya has oído al juez. Volvemos a la cárcel.

-         Pero… ¿después?

-         Yo tengo órdenes de llevarte de vuelta. No sé qué va a pasar después – replicó el tipo.

Me quedé mirando mis manos esposadas, intentando controlar los nervios y el miedo. Tenía la boca seca. El furgón dio un frenazo y yo me sobresalté.

-         Tranquilo, hombre. Es solo un semáforo – dijo el policía. Me observó con ojo crítico, yo estaba jadeando.

Intenté concentrarme en mi respiración, como otras veces, pero no funcionó. No podía respirar bien, mis músculos se contraían demasiado rápido. Enseguida empecé a notar un hormigueo en la mano, y entendí que tenía un ataque de pánico.

-         ¡Donahow! ¡Donahow! ¿Estás bien? – exclamó el policía – Si esto es alguna especie de truco….

No podía doblar las manos, las tenía totalmente frías y agarrotadas, y enseguida empecé a notar frío en los pies también. El policía pareció llegar a la conclusión de que aquello no era ninguna estratagema para intentar escapar y dio un par de golpes a la pared del furgón, para que el conductor parara. Noté cómo la velocidad disminuía y al poco nos detuvimos, seguramente a un lado de la carretera aunque, como no había ventanas, no podía saberlo.

-         Túmbate. – me aconsejó el policía y apoye la espalda en el largo banco que atravesaba el furgón. – Voy a suponer que no tienes asma…

-         No  - le confirmé.

-         En ese caso, no deberías estar respirando así. Tranquilízate, respira hondo.

Me volví a sobresaltar cuando la puerta se abrió bruscamente. El conductor se había bajado y había venido a ver lo que pasaba.

-         ¿Qué ocurre?

-         ¿Tienes agua? – pidió el primer policía, sin responderle.

El conductor desapareció, y enseguida volvió a aparecer con una botella. Me la dio, y también puso algo de música, en la radio.

-         ¿Llamamos a una ambulancia? – preguntó. No supe si hablaba conmigo o con su compañero, pero por si acaso, negué fervientemente.

-         No, ya me siento mejor. Gracias por… por parar el coche.

-         ¿Tomaste algo, chico? – preguntó el policía. Supe que se refería a algún tipo de droga.

-         No está colocado, Frank – respondió el conductor. – Solo está asustado.

El conductor parecía el tipo de persona que penaba que los presos también eran seres humanos, con emociones humanas, tales como el miedo. El tal Frank no debía de compartir su misma opinión.

-         Asustado el compañero al que agredió. Si ya está bien, vámonos. Arranca el coche.

Mientras el conductor volvía a su asiento y retomábamos la marcha, pensé con horror que oficialmente yo era un “agresor de policías”. Eso significaba que si iba a la cárcel, los presos iban a ser el menor de mis problemas. Los “tipos buenos” que me tenían que defender, jamás me iban a perdonar el haberme metido con uno de los suyos. O ganaba a Greyson o me podía dar por muerto….

Cuando llegamos a la cárcel ya me había recuperado por completo y cambié de custodios al atravesar una de las puertas. Los guardias me indicaron que esperara mientras hablaban con alguien por teléfono.

-         Donahow, van a pagar tu fianza. Recoge tus cosas en esa sala de allí y espera a que te llamen.

Tardé unos segundos en procesar el significado de aquellas palabras. Me iba a casa. Aidan iba a pagar la fianza. No tenía que entrar allí, al menos no de momento. Casi corrí a la habitación que me indicó el guardia.

Me entregaron mis objetos personales, uno a uno, y en el último momento el guardia me dio una carta.

-         Es de tu compañero de celda – me dijo. – Me pidió que te la diera. Solo has pasado aquí una noche, y por lo visto has hecho un gran impacto.

Inmediatamente pensé en Pinzas. Qué amable de su parte escribirme…

Oh. No era de Pinzas. Era una nota de George.

Bien hecho, chico. Sabia decisión no dejar que desestimaran el caso. Sigue así, con la boca cerrada, y tal vez a tu familia no tenga que pasarle nada.

Apreté los puños, arrugando la nota en el proceso. Sin pretenderlo, había hecho justo lo que George quería. ¿Debería haber hecho que desestimaran el caso, entonces? …. ¿El nuevo abogado me había aconsejado mal? Incluso en la distancia, Greyson seguía manejando los hilos. Lo que parecía correcto no lo era y una vez más yo me sentía atrapado en las garras de un hombre más listo y más poderoso que yo.

El guardia me pidió que revisara si estaban todas mis pertenencias y yo lo hice, algo distraído, sin dejar de pensar en cómo podía beneficiar a Greyson el que yo fuera a juicio. Porque así podía meterme en la cárcel, claro. La cuestión era si me creía tan estúpido como para no defenderme y declarar en su contra…. Aunque había amenazado a mi familia. Ese, sin duda, era un motivo de peso. Pero, ¿acaso iban a estar a salvo si yo acababa en la cárcel? ¿Acaso no sabían demasiado ya?

-         ¡Donahow! – gruñó el guardia, un poco molesto. Creo que llevaba llamándome un rato, pero estaba absorto y no le había oído. – Ya puedes irte.

Abrió una puerta lateral para mí y me le quedé mirando sin comprender del todo. ¿Así sin más? ¿Salía por esa puerta y ya estabas? ¿Habría venido Aidan a recogerme? La cárcel estaba en medio de la nada… Como no hubiera venido iba a tener problemas para volver a…. ¿Volver a dónde? ¿Si Aidan no estaba significaba que estaba harto y no podía volver a su casa?

¿Por qué pensaba eso, si había estado en el juicio? ¿No significaba eso que aún no se había rendido conmigo? Y John había dicho que… había dicho que Aidan…

Respiré hondo, antes de que me diera otro ataque de pánico, y salí. Para salir del terreno de la cárcel, tenía que atravesar un enorme patio y cruzar una valla en la que había varios hombres apostados. Al otro lado de la valla, estaban Ted y Aidan.

-         No corras – me advirtió la voz de un guardia, a mis espaldas.

Estuve a punto de mandarle a la porra y volar hacia mi familia, pero entonces comprendí el por qué de la advertencia: si salía corriendo, alguno de los vigilantes se podía pensar que estaba escapando y aquello podía terminar muy mal. Del tipo “alguien disparando una pistola” mal. Así que me tuve que contener y recordarme a cada paso que no podía echar a correr. El camino hasta la valla se me hizo eterno. Cuando todavía estaba lejos, vi como Aidan le decía algo a Ted, pero no pude entenderlo. Finalmente, la puerta de la valla se abrió para mí y, antes de que pudiera traspasarla, Aidan me rodeó con los brazos y apretó como si su objetivo fuera impedirme respirar.

-         Michael… - susurró y le escuché respirar hondo, para calmarse. – Hijo, estaba tan preocupado… ¿Estás bien? Nunca más van a separarte de mí.

Aquello sonó como una promesa solemne y deseé que pudiera cumplirla. Me centré en su pregunta y traté de buscar una respuesta que no le alarmara.

-         Solo ha sido una noche… - murmuré, todavía sin soltarme. No estaba preparado para romper el abrazo.

-         Te hicieron daño en el hombro, me fijé en el juzgado. – me reprochó, como diciendo “no trates de ocultarme cosas”.

-         No es nada. El médico de aquí me atendió…

Aidan iba a decir algo más, pero en ese momento sentí que alguien me aprisionaba por detrás. Mi primera reacción fue ponerme tenso y por poco le doy un codazo en las costillas a Ted, antes de darme cuenta de que era él, que solo quería unirse al abrazo. Al contrario que Aidan, él se separó enseguida, seguramente avergonzado por ese gesto antinatural entre hermanos de la misma edad.

-         Siento mucho lo que has pasado… - me dijo. Le miré para ver si lo decía de verdad. Para ver si no… me guardaba rencor. ¿Sabía él toda la historia? ¿La sabia Aidan? ¿Sabía que Greyson era mi antiguo socio y que me había ordenado que hiciera daño a su familia?

-         Vámonos a casa – pidió Aidan, separándose finalmente. – Quiero salir cuanto antes de este lugar.

-         No más que yo – le aseguré, y empezamos a caminar rumbo al parking, donde habría dejado el coche.

Pensé que habían venido ellos dos solos, pero en el parking estaban los dos abogados… y Andrew. También le había visto en el juzgado. ¿Qué me había perdido? ¿Qué hacía él allí? ¿Desde cuándo se hablaban él y Aidan?

-         Me alegro de verte sin esas esposas, chico – me saludó John. Correspondí con una media sonrisa, porque había sido amable conmigo. Después me di prisa por meterme en el coche. No quería hablar con nadie, solo quería llegar a casa cuanto antes.


-         AIDAN’s POV –


Tuve que esforzarme por ser educado al despedir a John y a Eliah, porque quería quedarme a solas con mi familia cuanto antes. El dilema vino a la hora de despedir a Andrew. Él dijo que ya se iba y una parte de mí quiso impedírselo. Pero otra, más grande, deseaba que se fuera.

-         No tienes por qué irte… - murmuró Ted.

-         Sí, Ted, tendrá cosas que hacer – repliqué yo, intentando ser políticamente correcto.

-         Bueno… Puedes volver cuando quieras. Gracias por… por traer a Eliah.

-         Sí, gracias por eso – corroboré, aunque no estaba seguro de estar realmente agradecido. Eliah había sacado a mi hijo de la cárcel, pero solo temporalmente: Michael iba a ir a juicio y Eliah no parecía preocupado por eso. O estaba muy seguro de ganar, o mi hijo le importaba una mierda.

-         No hay de qué. Yo… Cuídate, Aidan.

Esas palabras me sorprendieron. Hacía mucho que Andrew no era tan agradable conmigo. Tan… normal. Cerré la puerta detrás de él con la esperanza de volver a abrirla pronto. Ya había vuelto una vez, nada le impedía regresar de nuevo…

Pero tenía otras cosas en las que pensar. Concretamente tenía un hijo al que abrazar durante horas y días incluso. Me giré en busca de Michael y sufrí un microinfarto cuando no le vi en el salón. En seguida di con él, en la cocina, asaltando la nevera. Tragó con fuerza un trozo de queso y me devolvió una mirada culpable.

-         Ayer no cené – se justificó. – Y hoy apenas me entraba el desayuno sabiendo que tenía la vista. Me muero de hambre.

Solté una risita y me dispuse a prepararle un tentempié.

-         Eso puede esperar – me dijo, y me agarró por el brazo, como si quisiera decirme algo. No le dejé hablar y le abracé, tal y como me pedía cada célula del cuerpo. – Te he echado tanto de menos… - susurró.

-         Y yo a ti, mi vida. Y yo a ti. Espero que no tengas planes por los próximos treinta años, porque no pienso soltarte.

-         Suena bien para mí.

Fui con él al salón y nos sentamos en el sofá, donde podía tenerle a mi lado sin asfixiarle. Tal vez necesitaba su espacio y le agobiaba que le estuviera abrazando cada dos segundos… Sin embargo, él se recostó sobre mi hombro, como dejando claro que no tenía ningún problema por olvidarse momentáneamente de que tenía dieciocho años.

Le rodeé con el brazo y estuvimos básicamente en silencio durante un rato. A veces, uno de los dos hacía algún comentario trivial, esquivando sutilmente los acontecimientos de las últimas horas. En un determinado momento, Ted entró con un sándwich para Michael, porque al final yo no le había preparado nada de comer.

-         Gracias, Ted – dijimos Michael y yo a la vez. Nos sonreímos por la coincidencia.

-         No es nada… Papá, le he escrito a Alejandro diciéndole que Michael ya está en casa…

-         ¡Mier…coles!  Le escribí al salir del juzgado, pero ahora no le he dicho nada. Gracias otra vez.

-         Había pensado que… que tal vez podíamos llamar al colegio y sacar a todos de clase antes… - sugirió Ted con timidez.

-         No es una buena idea, hijo. No sería responsable por mi parte hacer que pierdan más horas de clase este trimestre y además tengo cosas que hablar con Mike y quiero aprovechar antes de que estén todos.

Noté cómo Michael se ponía algo tenso ante mis palabras, pero luego se relajó y asintió. Ted suspiró y asintió también.

-         Estaré en mi cuarto estudiando un poco… - susurró, y nos dejó a solas, como lanzando una indirecta de que ya iba siendo hora de que habláramos. Algo en su lenguaje corporal me hizo pensar que Ted estaba molesto, tal vez porque no había hecho caso a su sugerencia de ir a por sus hermanos.

La habitación se quedó en silencio cuando él se fue. No sabía cómo debía abordar las cosas. Nada de aquello tenía que ser fácil para Michael y yo aún tenía muchos vacíos y zonas en blanco respecto a su relación con Greyson… con mi padre. No quería que nada en mis palabras sonara a reproche y aún así tal vez algún reproche fuera necesario, porque Michael me había estado mintiendo quién sabe sobre cuántas cosas.

-         ¿Qué te pasó en el hombro? – le pregunté. Decidí empezar por ahí, porque me pareció un tema bastante neutral y además necesitaba saber qué le había pasado.

-         Mmm. Nada grave.

-         Michael, no estoy enfadado contigo, pero las mentiras, las medias verdades y el ocultar información se van a acabar. Quiero la respuesta más sincera y detallada posible a todas las preguntas que te haga, ¿queda claro? – le dije, firmemente. Me separé un poco de él para taladrarle con la mirada. Nada iba a volver a ponerle en peligro, ni siquiera él mismo.

-         Sí, señor…

-         No “señor”, Michael. Solo hay dos formas en las que mis hijos pueden llamarme: “papá” o “papi”. A ti te dejo una tercera dado que aún te estás acostumbrando, pero que sepas que “papá” me gusta mucho más que “Aidan”.

-         Ted a veces te llama “Aidan”  - replicó. – Y “señor”.

-         Pues, como hermano mayor, ya puedes irle enseñando cómo me tiene que llamar – respondí, en un tono que combinaba firmeza con cariño y le hizo sonreír un poco.

-         No pienso decirte “papi”. No soy Alice.

-         Sí, eso creo que lo sé. Es difícil confundirte con tu hermanita de cuatro años. Y ahora deja de desviar el tema. ¿Qué pasó con tu hombro?

-         Uno de mis compañeros de celda me clavó un tenedor – respondió con un suspiro. Apreté los puños.

-         ¿Por qué?

-         Quería entregar un mensaje.

-         ¿Qué mensaje? ¿De quién? – intenté controlar mi frustración. Me ponía nervioso tener que sacarle las respuestas así, con sacacorchos, pero no quería ser áspero con él.

-         De Greyson. Creo … Creo que le pagó para que me metiera miedo y no… y no contara todo lo que sé.

No supe qué responder ante eso. ¿El odio de ese hombre hacia Michael llegaba tan lejos? ¿Había pagado a un matón para aterrorizar a mi hijo? ¿Y ese hombre era mi padre biológico? ¿No podía cambiarme los genes?

-         Pensé que hoy iban a hacerme más preguntas y que por eso me amenazaba, pero creo… creo que querían que fuera a juicio. – siguió diciendo Michael. - Me entregó una nota esta mañana, cuando recogí mis cosas. Creo que las amenazas son…son “ apostreriori”…

-         A posteriori, Michael.

-         Como sea. Creo que eran advertencias para… para el juicio. No quiere que declare en contra de Greyson… Pero yo lo voy a hacer igual. Voy a contarlo todo, papá. No voy a dejar que me controle más.

Vi determinación en sus ojos, pero yo no podía dejar de pensar en lo que había dicho: Greyson y su… su gorila… querían que Michael fuera a juicio. ¿Qué tendría planeado? ¿Y si se guardaba algo bajo la manga? ¿Algo que pudiera hacer que mi hijo volviera a la cárcel?

-         Tienes que contármelo todo, Michael – le urgí. - ¿Cómo exactamente te controlaba? ¿Qué tiene ese hombre contra ti? ¿Te chantajea con algo? Sea lo que sea, puedes decírmelo, hijo. No me importa lo que hayas hecho, no me importa lo que está en el pasado, tan solo quiero que me digas la verdad. Necesito saberlo todo para poder protegerte.

-         Protegerme… Eso es lo que yo pretendía, papá. Aunque no me creas, todo lo que yo quería era proteger a Ted… y luego a ti. – susurró. Sus ojos brillaban de una forma en la que no los había visto antes. Me di cuenta de que, por fin, estaba conociendo al verdadero Michael. Debajo de todas sus capas.

-         Te creo, hijo, claro que te creo. ¿Por qué no iba a hacerlo?

-         Porque… te he mentido tanto… - murmuró, con la voz quebrada. Limpié las lágrimas de sus ojos antes incluso de darme cuenta de que estaba llorando. Pese a su altura, pese a su edad, pese a toda su experiencia viviendo solo, tuve más claro que nunca que Michael era mi bebé. Y nadie iba a hacerle daño a ninguno de mis bebés. Y quien ya se lo había hecho pagaría un alto precio.

-         Estoy seguro de que no querías hacerlo. – respondí, sin pensarlo, pero una vez lo dije me sonó verdaderamente cierto. Michael era un buen chico que había caído en las garras de un mal hombre. – No más mentiras, ¿está bien? Ahora estás a salvo. Estás a salvo – repetí, abrazándole. – Antes no sabía…  Para ser sinceros, siempre sospeché que algo pasaba contigo, pequeño, pero nunca supe el qué. Ahora que lo sé, puedo protegerte. Nadie va a acercarse a ti. Nadie te hará daño. Y no vas a ir a la cárcel de nuevo, así tenga que contratar a todos los abogados del estado. 

Michael se relajó entre mis brazos y quise pensar que aquello era un reflejo de que se sentía seguro. Seguí haciéndole preguntas sin soltar el abrazo y Michael me respondió con la verdad absoluta, sin guardarse nada y sin soltar malas palabras. La ira que normalmente le corroía había… desaparecido.

-         Pensar que estuve tres meses enviándote cada mañana a su lado… - gruñí, cuando me estaba contando que aquellos meses en la comisaría solo habían sido una tapadera para que Greyson pudiera seguir controlándole.

-         Tú no lo sabías, papá. Al principio, yo no lo sabía tampoco… No estaba seguro de… lo que planeaba… Pensé que solo me tenía ahí para poder tenerme controlado y obligarme a robar cosas… Como aquél día… Cuando casi me rompo la mano…

-         Espera, espera. ¿Me estás diciendo que ese día estuviste haciendo algo para Greyson? – le pregunté, acordándome de lo que había pasado esa tarde. Michael había bebido y le dolía mucho la mano. No me quería contar por qué. Tuvimos una pelea horrible y después… le salvó la vida a Dylan, cuando se tragó el macarrón. Al final conseguí que me dijera que había participado en una redada y por eso se había hecho daño en la mano. Recordé que me puse furioso al pensar que le habían llevado a perseguir criminales, pero él me dijo que fue un imprevisto, que no estaba planeado… Y yo no había sabido si creerle…

-         Me pidió que robara un diamante de un tipo rico que daba una fiesta o algo así. Me colé en su casa y logré cogerlo, pero el tipo me descubrió y me dio en la mano con una de las cosas que tenía expuestas, un martillo super antiguo.

-         ¿Te pidió que robaras? – repetí, intentando asimilarlo. No era la primera vez que insinuaba que Greyson hacía esa clase de cosas, pero me impactó mucho saber que había pasado mientras Michael estaba conmigo y yo había sido incapaz de darme cuenta. Qué imbécil era.

-         Quería negarme, incluso quería contártelo, pero os acababa de conocer… Ted acababa de volver del hospital y no sabía si él le había mandado allí en primer lugar. Pensé que le había envenenado y la apendicitis había sido solo una tapadera. Él me hizo creer eso…

-         ¿Te amenazó con la vida de tu hermano? – quise asegurarme, sin poder creer por cuántas cosas había pasado Michael sin que yo lo supiera.

-         Desde el principio. Desde antes de conoceros. Después aprendió que también podía amenazarme con la tuya…

Apreté su mano en un gesto que pretendía ser reconfortante. John ya me había contado que Michael había estado amenazado por Greyson, pero no sabía qué porcentaje de aquello era cierto: Michael no me parecía una persona fácil de asustar. Pero en aquella conversación me estaba quedando claro lo mucho que ese hombre –con el que me negaba a estar biológicamente relacionado- le atemorizaba. Me sorprendía que ahora estuviera dispuesto a ir a juicio y comprobé una vez más lo valiente que mi muchacho era.

-         Lo que pasó ese día… Yo… Aidan, siento cómo te traté. – murmuró, mirándose los pies. De entre todo lo que podía salir de su boca en esos momentos, aquello era lo que menos me esperaba.

-         Hace ya mucho de eso, Michael, y ya lo hablamos, ¿recuerdas? Para mí, quedó perdonado y olvidado ese mismo día.

-         Pero nunca me castigaste… No en serio, al menos.

Acaricié su mejilla, algo tímidamente porque no sabía si el gesto era demasiado cariñoso, pero él cerró los ojos y ladeó la cabeza, encantado.

- Me parece que la vida ya te ha castigado demasiado – susurré.

-         Fue el día que te convencí de que ya estaba mayor para… eso. Y dijiste que solo me castigarías si hacía algo ilegal o peligroso…. Todo lo que he estado haciendo estos tres meses es ilegal y peligroso – murmuró, mirándome con los ojos algo hundidos. – Todo era parte del plan de Greyson…

-         Él es el único que merece ser castigado. – sentencié, dándome cuenta de que una parte de Michael aún esperaba que yo estallara en gritos en su contra, culpándole de lo que no era culpa suya. – Aunque no creo que todo lo que has hecho fuera parte de su plan. Cuidaste de tus hermanos. Te hiciste parte de nuestra familia. Me llamaste papá – ejemplifiqué. Debí escoger mal mis palabras, porque Michael se mordió el labio.

-         En realidad eso también era parte de su plan. Yo… se suponía que tenía que firmar los papeles de la adopción. Por eso no los firmé. Era lo único que podía hacer para… rebelarme. Él quería que yo…fuera tu heredero para… para cargarse a Andrew y quitarte a ti del medio, y que yo, es decir él, tuviera acceso a vuestro dinero. Pensé que ese era todo su plan, pero más adelante me di cuenta de que no era por el dinero y el testamento que me enseñó de Andrew era falso y…

-         Espera, espera, Michael, no tan rápido. Me cuesta seguirte. ¿Qué tiene que ver Greyson con los papeles de la adopción? Te los di yo…

-         Él sabía que me los darías.  Quería que me los dieras. Su plan consistía en que yo… me ganara tu confianza. Y lo hice… en cuestión de horas. Se lo oculté a Greyson durante semanas. Aun sigue sin saber que siempre he tenido los papeles, pero en algún punto llegó a averiguar que tú… me importabas de verdad.

Parpadeé. Medité cuidadosamente sobre aquellas palabras y sus muchas implicaciones. Se suponía que Michael tenía que estafarme y lo hubiera hecho, por el bien de su hermano, si no se hubiera convertido en mi hijo. Su amor hacia mí impidió que el miedo de perder a Ted fuera suficiente. Años enteros viviendo bajo la sombra de Greyson, y Michael por fin se había vuelto en su contra, aún casi sin saberlo, porque había encontrado algo por lo que valía la pena luchar. Salvando las distancias, algo parecido me pasó a mí cuando Ted me hizo cambiar de vida.

-         ¿Estás enfadado? – preguntó Michael, porque yo aún no le respondía.

-         Busca la emoción contraria, y eso es más o menos lo que estoy sintiendo.

-         ¿Por qué? Te… te estoy diciendo que te mentí… Te estafé, durante todo este tiempo.

-         ¿De verdad? ¿Era mentira cuando me llamaste papá? ¿Cuándo me dijiste que te gustaba estar aquí, que me querías a mí, que querías a tus hermanos? ¿Era mentira lo que escribiste en aquél cuento, recién llegado a casa? Porque creo que ahora, por primera vez, puedo entender lo que esa historia significaba. Nunca has sido un lobo. Siempre has sido un cachorro disfrazado y asustado. Tenías que fingir algo que acabó convirtiéndose en realidad.

Michael me escuchó sin apartar sus ojos azules de los míos, como si quisiera leer a través de ellos.  Como efecto de lo que encontró en mi mirada, o quizá de mis palabras, volvió a recostarse sobre mí, más mimoso todavía de lo que siempre me había parecido. ¿Había estado conteniendo esa faceta necesitada? Siempre había estado más que dispuesto a darme un abrazo, pero ahora parecía incapaz de dejar de abrazarme alguna vez.

-         Me gusta eso. “Cachorro”. Mejor que “campeón”. Es más original. No es justo que Alice sea la única con mote propio. – se quejó y no pude evitar soltar una risita.

Me hizo gracia ese repentino ataque de celos contra “la pitufa”, pero sobre todo me gustaba lo que esos pensamientos delataban: Michael se veía como parte de la familia. Me gustó verle así de relajado, y si todo lo que hacía falta era buscar un nuevo apodo cariñoso, podía ser mi cachorro y todo lo que él quisiera.

-         También siento lo que pasó ese día – continuó, tras un rato de silencio. – El cuento… lo que pasó con Cole… Nunca te llegué a contar toda la verdad sobre eso, aunque me quedé cerca porque fuiste muy… mm… convincente.

-         No estoy orgulloso de cómo manejé las cosas esa vez – le susurré, acariciándole el pelo como hacía a veces con Alejandro. – De un tiempo a esta parte creo que controlo mejor mi temperamento. Eso te lo debo a ti, me has entrenado en respirar hondo y evitar ataques cardíacos prematuros – le chinché, pero puede que en parte fuera cierto. Puede que lidiar con los problemas de Mike, y sufrir con Ted en el hospital me hubieran hecho más… paciente. Adquirir más autocontrol, algo de lo que siempre había carecido, y de ahí mi pasado de adicción.

-         No hiciste nada malo…

-         Me enfadé demasiado y fui muy agresivo. Tampoco estuvo bien la forma en que reaccioné en el hospital, cuando fui a verte las primeras veces. Fue arrogante de mi parte pensar que podía darte órdenes cuando aún apenas me conocías. No tenía ningún derecho a reprenderte, y me hubiera gustado comenzar con el pie derecho en lugar de con el izquierdo. Tal vez ahora podamos empezar de nuevo, ¿mm? Esta vez, sin secretos entre nosotros. Estás haciendo un buen trabajo campe… cachorrito. – rectifiqué, y le hice sonreír con algo de vergüenza.

-         No fuiste agresivo. Nunca lo eres y, además, tenías motivos para enfadarte. El enano me pilló hablando con Greyson, no con un amigo. Yo estaba enfadado porque te había pedido dinero para poder traerme a casa. No sabía lo que Cole había oído ni lo que había podido entender, así que me asusté y… le amenacé, porque en eso han consistido casi todas mis interacciones antes de conocerte. Greyson me amenazaba a mí, yo amenazaba a los tipos a los que me hacía robar, los guardias del reformatorio me amenazaban más… Hasta hace muy poco, creía que si querías que alguien hiciera algo, la mejor forma era amenazarle… Incluso a veces ahora pienso que…

-         ¿Qué, Michael? Continúa, hijo, puedes decir lo que sea…  - le animé, al ver que se interrumpía.

-         Tú también amenazas a veces, pero son amenazas más amables. Así consigues que los enanos… Bueno, y los demás, te hagan caso.

-         Supongo que puede verse así… Pero no todas las amenazas son iguales.

-         No, no lo son… Y yo a Cole le asusté mucho.

-         Pero lo arreglaste. Te tiene mucho cariño ahora – le aseguré. – Nadie te guarda rencor por nada, Michael.

-         Ni por… ¿lo de ayer?

-         ¿Lo de ayer? No veo cómo nada de lo que pasó ayer puede ser culpa tuya.

-         La policía entró armada en tu casa… - me recordó, como si alguna vez pudiera olvidarlo.

-         Es NUESTRA casa y no fue culpa tuya en absoluto.

-         Si nunca me hubieras traído aquí, no hubieran venido – replicó.

-         Y si nunca hubiera adoptado a Ted, no hubiera pasado horas en el hospital con él. ¿Qué me quieres decir con eso? Me alegro de haberte traído y de que, si tenías que pasar por ese infierno, haya sido rodeado de las personas que te quieren. Las cosas malas pasan sin que queramos, Mike, y muchas veces provocan “inconvenientes” en los demás. Claro que me hubiera gustado que Alice y los enanos nunca hubieran visto un arma tan de cerca, pero tú no querías que eso pasara. Tú no querías que nada de esto pasara. Y, mírame bien, no hiciste nada para merecerlo. Ahora que conozco toda o casi toda la historia, puedo ver que todos los delitos que hayas cometido alguna vez en tu vida jamás hubieran tenido lugar de no haber conocido a Greyson.

-         No soy un santo… He hecho muchas cosas malas que se podían haber evitado si hubiera actuado de otra manera. Te he hecho cosas horribles a ti, sin que Greyson haya tenido nada que ver. Le hice daño a Harry. Una vez casi te pego a ti.

Supe exactamente a qué se refería con eso último. Aquél día, no hacía tanto, en realidad, Michael había estado borracho, agresivo… y tremendamente dañado por dentro. Después de eso había estado deprimido por un tiempo y aún a veces creía pillarle con una mirada de tristeza en los ojos, cuando él creía que no estaba prestando atención.

-         Ese día parecías muy disgustado. ¿Ocurrió algo en la comisaría? – le pregunté.

Por primera vez en aquella larga y reveladora conversación, Michael tuvo reticencias para responder. Le escuché suspirar y le vi debatirse consigo mismo, hasta que finalmente me decidí a agarrarle la mano, para recordarle que podía confiar en mí.
-         Ese día me enteré de que habían condenado a mi padre a muerte. – susurró, arrastrando las palabras.

Me quedé congelado. Sabía que el padre de Michael era un delincuente y que iba a pasar el resto de su vida en una celda. Aquello ya me parecía demasiado duro para mi hijo, el saber que nunca podría compartir los grandes momentos de su vida con su padre biológico. Desde los seis años había tenido que crecer sin él, y el tipo además tampoco le escribía, seguramente carcomido por los remordimientos y la culpabilidad. Pero la pena de muerte… Michael iba a perder a su padre. Le iba a perder para siempre… Por eso reaccionó así aquél día. Por eso llegó borracho….

-         Mi pequeño…. – le apreté contra mí, deseando poder hacer algo para ahorrarle ese sufrimiento. Tal vez…. – Existen recursos. Apelaciones… Le pagaré los mejores abogados, veremos qué se puede hacer, Michael.

Él negó con la cabeza.

-         Es culpable. Aunque a veces quiera negarlo, sé que es culpable. Es un asesino.

-         Aunque sea culpable, eso no significa que no merezca la oportunidad de defenderse. Conseguir… un mejor trato.

No quería darle falsas esperanzas, pero tampoco rendirme sin luchar.

-         No debería importarme… snif… Ese hombre ya no es mi padre…snif… No es nada para mí, nunca lo ha sido. – declaró, pero su tono de voz no era creíble. Solo trataba de convencerse a sí mismo. Le limpié los ojos, porque había comenzado a llorar, y besé su frente, buscando reconfortarle.

-         Claro que te importa. Compartiste seis años de tu vida con él. Es tu padre biológico. Le quieres y estoy seguro de que él te quiere a ti. Eres lo mejor que ha hecho, su mayor logro. Nunca estará entre mis personas favoritas, pero te tengo gracias a él. Y por eso haré lo que esté en mi mano por ayudarle.

Michael se quedó callado, dejando que le mimara con los ojos cerrados. Me hubiera gustado tanto ser capaz de protegerle de aquél dolor.

-         Gracias, papá. Siempre consigues que me sienta mejor… Ese día también hiciste que me sintiera mejor.

-         ¿Ah, sí? No recuerdo haber hecho nada. De hecho te castigué, y sabiendo lo que ahora sé no debería haberlo hecho.

-         Lo necesitaba – me confesó. – Además, me lo busqué yo solito. No debí pagar mi rabia contigo, es algo que siempre hago y que no está bien.

Esa reflexión me impactó mucho y también que dijera que lo necesitaba. Fue muy maduro de su parte decir algo así, y me dejó sin palabras durante un rato. Michael parecía querer repasar conmigo todos los líos en los que se había metido en aquellos meses, como para contarme lo que realmente había pasado en esas ocasiones y yo no sabía.

-         ¿Y el día de la insulina? – pregunté, tras unos segundos. - ¿Qué pasó ese día? ¿Por qué fuiste a casa de Andrew, Greyson te obligó?

-         No, Greyson no tuvo nada que ver. Ese día simplemente fui un idiota. Quería conocerle. Quería conocer al hombre al que tenía que estafar. El problema de Greyson es con él, no contigo, aunque te quiera usar a ti para hacerle daño a él. Me parecía absurdo, si no teníais ningún contacto… Pero ahora sé que Andrew te quiere más de lo que intenta hacer ver.

Solté un gruñido como toda respuesta. Siempre sería escéptico ante la idea de que Andrew realmente se preocupara por mí, pero aquél último día había comprobado que no era tan indiferente a mis problemas como siempre me había demostrado. Había estado ahí para mí, me había recomendado un abogado, y tal vez, solo tal vez, estuviera dispuesto a cambiar. Lástima que hubiera decidido hacerlo justo cuando yo descubría que en realidad no era mi padre.

Pensé en lo que Michael había dicho. Incluso cuando no seguía órdenes directas de Greyson, su vida estaba influenciada por él: había ido a ver a Andrew para conocer al hombre con el que Greyson estaba obsesionado. Ese tipo era peligroso, no solo por lo obvio, sino porque había calado muy hondo dentro de mi hijo. Michael era un buen chico y no iba a dejar que nadie le contaminara.

Todavía tenía cientos de preguntas más, cientos de cosas que quería aclarar, pero Ted carraspeó al pie de las escaleras, para llamar nuestra atención.

-         Papá, ¿no oyes el teléfono? – me preguntó. Parpadeé, confundido. Era verdad, el teléfono estaba sonando, pero decidí ignorarlo. No quería hablar con nadie en ese momento. Seguramente fuera un periodista, de todas formas, que quería información o declaraciones sobre el resultado de la vista. No pensaba hacer ningún comentario ni hablar con ninguno de ellos. Solo había una periodista con la que hubiera estado dispuesto a hablar, de no haberla echado de mi vida hacía tan solo unas horas.

Ted no esperó a que le respondiera, y cogió el teléfono.

-         ¿Dígame? Sí, un momento. Papá, es para ti.

Le miré extrañado. Ted no me pasaría el teléfono si se tratara de un periodista. Ni tampoco tendría esa cara de preocupación. Cogí el inalámbrico con repentino cansancio, harto de problemas y de no poder estar en paz ni siquiera por un día.

Era la secretaria del colegio, diciéndome que había habido un problema con mis hijos y que tenía que ir a recogerlos. Debía de ser nueva, porque no reconocí su voz, y la otra secretaria sabía que conmigo tenía que especificar de qué hijos se trataba, puesto que tenía diez escolarizados allí.

-         ¿Recoger a quiénes? – pregunté, sujetándome el puente de la nariz a medida que me iba calentando. Aquél no era el día para que mis hijos la montaran en el colegio. No era el día.  – Tengo bastantes hijos.

-         Oh, perdone. A Harry y Zachary. El director quiere hablar con usted, se han estado peleando con otros chicos de su clase. Nada grave, no se preocupe, ellos están bien.

Exhalé con frustración y pude escuchar mi propia respiración a través del teléfono, como con eco.

-         Harry y Zach son mis hermanos. Es mi papi también. – escuché, al otro lado del teléfono. Reconocí la voz de Kurt. ¿Qué hacía él fuera de clase? ¿Se habían puesto de acuerdo para portarse mal el día en el que yo iba a estar ocupado con Michael? ¿Acaso no se habían dado cuenta aquella mañana que yo no podía más? ¿No podían ayudarme ni durante cinco horas?

La secretaria habló con otra mujer durante unos segundos, pero no pude entender lo que decían. Imaginé que se trataba de la profesora de mi hijo pequeño.

- También tiene que recoger a Kurt, señor Whitemore. Lo siento, le acaban de traer… - empezó la mujer. Se la veía agobiada y confundida. – No, pequeño, estáte quieto, siéntate ahí…

Lo que faltaba. Encima de lo que sea que hubiera hecho, Kurt estaba dándole problemas a la pobre mujer.

-         Póngame con él – la pedí y escuché cómo llamaba a mi hijo para que cogiera el teléfono.

-         Hola, papi – su vocecita sonaba triste, seguramente porque sabía que le iba a regañar.

-         Hola, campeón. – saludé, amable pese a todo. No me soné demasiado sincero, estaba enfadado con él, pero no quería ser cruel en mis palabras ni en mi forma de tratarle.

-         ¿Vas a venir a por mí? – me preguntó. Sonaba como si estuviera lloriqueando.

-         Pues no lo sé, Kurt – respondí, fallando en mi intento de ocultar mi rabia. Claro que tenía que ir a por él. Todavía podía hablar con el director y decirle que no podía acercarme y que Harry y Zach podían venirse solos, pero Kurt era aún demasiado pequeño. Aunque los gemelos le podían traer… Pero eso me haría quedar como un padre irresponsable con el colegio. El director querría hablar conmigo sobre la pelea y sobre lo que hubiera hecho Kurt, que ya podía ser grave para que mandaran a casa a un niño de seis años. – Ahora mismo tengo que estar con tu hermano. No tengo tiempo para niños que se portan mal.

Dudé sobre si había hecho bien en decirle eso. Kurt tenía tendencia a malinterpretar mis palabras y podía pensar que no quería estar con él. No debería haber usado esa expresión: aunque estaba enfadado, siempre tenía tiempo para mis enanos. Era solo que no quería separarme de Michael, no todavía, y me frustraba tener que hacerlo porque ellos eran incapaces de portarse bien.

Kurt me había preguntado si iba a ir a por él y yo había sido tan burro de decirle que no. ¿Qué clase de padre hacía eso? Mi hijo era pequeño todavía, no quería que sintiera que lo abandonaba en el colegio.

Me extrañó el silencio que recibía desde el otro lado de teléfono. Hubiera esperado que Kurt se enfadara, o se pusiera triste o incluso que llorara por lo que le había dicho, pero en lugar de eso se quedó callado. Lo tomé como una señal de que mis palabras realmente le habían impactado.

-         Sé bueno con la señorita, ¿vale, Kurt? Siento haberte dicho eso. Claro que voy a ir a recogerte.

Más silencio. Entonces sí, Kurt comenzó a llorar, como con efecto retardado. Me lo merecía, por no medir mis palabras. Le escuché cada vez más lejos del teléfono, por lo que deduje que lo había vuelto a coger la secretaria.

-         Lo lamento, señor Whitemore, está muy asustado. ¿Cuánto cree que va a tardar? – la voz no era la de la secretaria, sino la de la profesora de Kurt.

¿Asustado? ¿De mí? No era para tanto… No había sido tan borde, ni siquiera le había gritado.

-         No mucho, una media hora, pero dígale que no llore…

-         Debe de dolerle mucho, pobrecito. Hemos intentado darle manzanilla, pero la ha vomitado también.

Casi suelto el teléfono. Enfermo. Kurt estaba enfermo, no se había portado mal. Como tenía que ir a por los gemelos por haberse peleado, había asumido que Kurt estaba en líos también. Me di cuenta que nunca había llegado a oír el motivo por el que mi bebé no estaba en clases. Simplemente había pensado lo peor, porque sabía que mi pequeño podía ser un trasto, aunque nunca antes había tenido que ir a buscarle por mal comportamiento. Me enviaban notas y me pedían reuniones, pero Kurt aún era pequeño como para hacer algo realmente serio.

Kurt siempre se asustaba cuando se ponía malo. Lloraba mucho cuando le dolía la tripa y lo único que le calmaba era que yo paseara con él en brazos por el pasillo. Y en lugar de estar ahí para hacerle sentir mejor, yo le había regañado demasiado duramente, como si hubiera hecho algo malo.

-         Salgo ahora mismo para allá, llegaré lo antes que pueda. – dije, y colgué. No pedí hablar otra vez con él porque prefería estar allí cuanto antes, y poder conversar en persona.

-         ¿Qué pasa, papá? ¿Qué ha hecho el enano? – inquirió Ted.

-         Él nada, solo está malo. Harry y Zach se han peleado. Tengo que ir al colegio a por los tres. Michael, siento mucho, mucho, tener que dejarte solo. No tardaré, ¿vale?

Michael asintió, pero sus ojos me demostraron que no estaba preparado para quedarse solo. No después de aquella noche tan horrible.

-         ¿Por qué no vamos contigo? – sugirió Ted. - Se alegrarán al ver a Michael.

Miré a mis dos hijos mayores y supe que aquella era la única opción con la que me sentía mínimamente cómodo. Yo tampoco estaba preparado para separarme de Mike.

-         Está bien. Vamos al coche, anda. Kurt está con vómitos y encima le he dejado llorando.

-         ¿Y eso? – preguntó Ted, mientras abría la puerta.

-         No preguntes – le pedí y cogí las llaves antes de salir de casa.


-         ZACHARY’S POV –

-         Papá nos va a matar – murmuró Harry, mientras esperábamos sentados frente a la puerta del despacho del director.  – Aunque esos idiotas se lo merecían.

Asentí, dándole la razón en ambas ideas. La espera se estaba haciendo interminable. Me froté la cara, donde uno de los imbéciles con los que nos habíamos peleado me había dado un puñetazo, y me pregunté cuánto iba a tardar papá en llegar. ¿Le habrían llamado ya?

Estiré la mano para alcanzar mi mochila y saqué un momento el móvil, para volver a leer el mensaje que me había mandado Alejandro hacía solo un rato:

MICHAEL YA ESTÁ EN CASA. TE DIJE QUE NO LE AGUANTABAN NI EN LA CÁRCEL.

Después había añadido varias sonrisas y una cara de alivio. Sonreí, como la primera vez que lo había leído, pero Harry, a mi lado, soltó un gruñido. Él seguía molesto porque los chicos con los que nos habíamos peleado se habían librado de ir con el director y no le parecía justo. Pero yo sabía que nosotros teníamos un largo historial de meternos en problemas en el colegio y probablemente nos iban a echar por unos días. De ahí que nos hubieran enviado con el director.

-         ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? – me reprochó.

-         No estoy tranquilo. Papá nos va a matar – repetí, lo que parecía ser nuestro mantra cada vez que nos metíamos en problemas. – Pero Michael está en casa. Todo vuelve a la normalidad. Nadie está en peligro, y tú y yo nos la vamos a cargar. Es el equilibrio natural del universo.

A su pesar, Harry sonrió un poquito también. Seguimos esperando en silencio un poquito más, hasta que alguien se nos acercó corriendo por el pasillo. Era Kurt, que venía lloriqueando, seguido de la nueva secretaria del colegio, que estaba sustituyendo a la antigua por una baja. Se abrazó a mí e intentó sentarse encima.

-         Enano… ¿Pero qué pasa? ¿Por qué no estás en clase? – me extrañé. En todos mis años en el colegio, nunca había venido a buscarme entre lágrimas ninguno de mis hermanos. Nos saludábamos en el patio y cuando nos veíamos en el pasillo, pero nada más.

-         Estoy malito, Zach  - lloriqueó, mimoso. – Me duele la tripa.

-         Ya he avisado a vuestro padre, está viniendo. – dijo la secretaria. – Tienes que esperarle ahí conmigo, cariño.

-         ¿No se puede quedar aquí? – pregunté. – Papá tiene que venir aquí de todas formas. Aquí estará más tranquilo.

La secretaria lo pensó un poco y asintió, pero se quedó en el pasillo que juntaba su salita con el resto del colegio, para no abandonar su puesto pero tampoco dejarnos solos. Yo sostuve a Kurt y acaricié su espalda, buscando hacerle sentir mejor. Hacía ya un tiempo que el enano no se ponía malo, pero aún así cada pocos meses se cogía algún virus en el estómago, algunos más fuertes que otros. Este debía ser de los fuertes para que llorara así en medio del colegio.

-         Papá se ha enfadado conmigo, Zach – gimoteó el enano. Intercambié una mirada de desconcierto con Harry.

-         ¿Contigo? ¿Por qué?

-         Por estar malito…snif…

-         Papá no se enfada por eso, enano. Está enfadado con nosotros, no contigo – le dije – No tienes la culpa de estar enfermo. ¿Te duele mucho?

Kurt asintió y se acurrucó mejor sobre mis piernas. Me dio vergüenza pensar que alguien podía vernos, pero todos estaban en clase y mi hermanito se encontraba mal, así que le rodeé con un brazo y le dejé ahí, dispuesto a ser su sillón provisional.

Papá llegó varios minutos después. Sus ojos enseguida se posaron en Kurt y me gustó la cara que puso al verle acurrucado encima de mí. Era una expresión que auguraba que tal vez no fuera a enfadarse tanto conmigo.

En seguida vi a Ted y a Michael detrás de papá. Me levanté sin soltar a Kurt y fui a saludar a mi hermano. Había sido horrible ver cómo se lo llevaban. No podía olvidarme de su cara llena de lágrimas cuando la policía le sacaba a la fuerza de nuestra casa.

-         ¡Michael! – dijimos Kurt y yo a la vez. Él se colgó de su cuello.

-         Eso, y a mí que me salude el vecino – protestó papá, sintiéndose ignorado, pero sonrió y abrazó a Harry, que se había puesto de pie pero no se había acercado. Luego vino y me abrazó a mí también. Suspiré aliviado, porque de momento no parecía “tan” enfadado.

Por último, se acercó a Kurt y le sacó de entre los brazos de Michael para sostenerle en los suyos.

-         ¿Cómo estás, enano? – le preguntó, mientras le daba un beso en la frente. Me entraron dudas de si lo hizo para saludarle o era una forma de medirle la temperatura.

-         Papi, ¿estás enfadado?

-         No, corazón. Siento mucho, mucho, lo que te dije por teléfono. No has hecho nada malo. Quiénes sí están en líos son tus hermanos. – añadió, lanzándome una mirada mucho menos alentadora que la de antes. Glup.

-         Papá, tú no lo entiendes, es que… - comenzó Harry, pero papá le interrumpió.

-         Luego me contáis vuestra versión. Hablemos con el director cuanto antes para poder ir a casa a cuidar de tus hermanos.

Le miré extrañado. Entendía lo de cuidar a Kurt, pero ¿a quién más? Después me fijé en Michael y en sus enorme ojeras. Mi hermano mayor seguramente también necesitaba cuidados, aunque de otro tipo.

Justo en ese momento el director abrió la puerta. Probablemente le habían avisado por teléfono de que papá ya estaba.

- Ted, Mike, esperad aquí con Kurt, por favor – les pidió papá, y ellos se sentaron justo donde habíamos estado Harry y yo segundos antes. Papá, mi gemelo, y yo, entramos al despacho del director.

Fue horrible. El director no nos echó un cable para nada, en todo caso uno al cuello. Pintó las cosas incluso peor de lo que eran. Le dijo a papá que nosotros éramos muchas cosas, pero nunca habíamos sido matones y eso me hizo sentir fatal. Luego añadió que teníamos muchas faltas leves acumuladas y que, con esto, no le quedaba otra que expulsarnos por tres días. Cuando término de hablar se hizo un silencio incómodo y la tensión podía cortarse con un cuchillo.

-         ¿Tenéis algo que decir? – dijo papá, entre dientes. Harry empezó a decir que el director no se lo había contado todo, pero yo sabía que papá no se refería a eso. Él quería que nos disculpáramos.

-         … Lo sentimos mucho. – murmuré. No soné demasiado sincero y papá seguramente no estaría contento, pero el director no me conocía tanto y pareció bastarle.

-         Lo sé, Zachary. No eres un mal chico y tu hermano tampoco, pero esto no puede volver a pasar. – me respondió.

Papá y él intercambiaron un par de fórmulas corteses y después salimos de allí. Si papá no estaba contento antes, después de cómo nos había vendido el director tenía que estar furioso. Lo había hecho ver como si no hubiera sido una pelea, sino nosotros dando una paliza a tres pobres chicos inocentes. ¡Ja! ¡Inocentes las narices!.

-         Tres días de expulsión. Brillante, hijos, brillante. Justo en la época de exámenes, para terminar de rematarlo. – nos dijo papá, mientras cogía a Kurt de los brazos de Ted. Era admirable como podía mimar a mi hermanito mientras nos taladraba a nosotros con la mirada.

-         ¡No fue nuestra culpa, papa! ¡Ellos empezaron! ¡Y encima solo les van a mandar una nota a casa! ¡Y a nosotros nos expulsan! ¡No es justo! – protestó Harry. Iba a secundar sus palabras, hasta que mi hermano tuvo la brillante idea de soltar una patada al banco para descargar su frustración. Papá le miró como si fuera a matarle allí mismo.

-         ¿Sabes lo que no es justo? ¡Que me llamen del colegio porque os habéis metido en una pelea justo hoy! ¡Sabíais que hoy era la vista de vuestro hermano!

-         ¡Hubieras tenido que venir igual, a por Kurt! – replicó Harry, alzando un poco la voz.

-         ¡Ese no es el punto, Harry! – replicó papá. - ¿Es que no podéis estar un solo día sin meteros en problemas?

-         ¡Si tan jodidos somos no habernos dejado hoy en clase y habernos llevado al juzgado!

-         No te preocupes, que a este paso terminarás tú solo en uno y bien pronto – le soltó papá. Auch. ¿Tantos problemas dábamos? Bueno, Harry, porque se lo había dicho solo a él. ¿Tanto la liaba que papá pensaba que iba a terminar teniendo problemas con la ley?

- ¿Pero qué rayos te pasa, papá? – intervino Ted. – Si no puedes hablar con ellos sin ser un imbécil mejor cállate.

Abrí la boca y no me creí capaz de cerrarla en un futuro próximo. ¿Ted había insultado a papá? …¿Ted? Jamás le creí capaz de hacerlo, aunque me pareció recordar que hubo una vez que también lo hizo, casi un año antes…

Ted también pareció sorprendido de su propio arrebato. Pero nadie estaba tan asombrado como papá. Poco a poco, le vimos entrecerrar los ojos y dar un paso hacia Ted, que a su vez retrocedió.

-         ¿Qué me has llamado? – le preguntó. Odiaba eso: ¿para qué rayos preguntaba si lo había oído perfectamente?

Ted estaba como congelado. Retrocedió un par de pasos más y de pronto echó a correr, hacia la salida, alejándose de nosotros. Nos pilló tan de sorpresa que ninguno fue tras él. El enfado de papá desapareció y parpadeó varias veces, como en shock.

-         ¿A dónde ha ido? ¿Por qué se ha ido así? ¡Ted! – le llamó, inútilmente, porque Ted ya no podía oírle. - ¿Qué le pasa?

-         Te enfadaste con él por cómo te hablo – dijo Harry. – Seguramente pensó que le ibas a castigar.


-         AIDAN’s POV –


-         ¿Aquí? – me extrañé.

¿Harry tenía razón? ¿Ted salió corriendo porque pensó que iba a castigarle? Él sabía que yo no haría eso. No en el colegio, delante de todo el mundo. Y además Ted nunca huía de mí. Él se acercaba siempre, desde bien pequeño, sin huir de las consecuencias. Desde muy niño siempre se quedó quieto cuando yo le regañaba, sin hacer berrinches, ni armar escándalos, sino mirándome con unos ojitos llenos de arrepentimiento. Eso me robaba el corazón, y más de una vez le sirvió para librarse de un castigo.

Rebobiné mentalmente unos segundos para intentar ver lo que había pasado desde los ojos de mi hijo. Estaba molesto con los gemelos, y encima Harry se puso a discutir y patear el mobiliario. Me frustraba que no pudiera entender que había escogido el peor momento para pelearse, si es que alguno era bueno. ¿Y si se hubiera hecho daño, como Ted? ¿Y si él hubiera hecho daño a alguien más? El director dijo que los otros chicos habían quedado bastante magullados. No podía soportar el pensamiento de que alguno de mis niños volviera a acabar en el hospital, ni tampoco la idea de que ellos pudieran ser responsables de que otra persona acabara allí.  Así que me frustré con Harry, y le dije… Le dije una burrada, en ese momento me di cuenta. Ningún hijo mío iba a acabar en un juzgado. Eran buenos niños. Los gemelos y Alejandro a veces me traían de cabeza, pero tenían buen corazón. Jamás harían daño a otra persona, no daño en serio. Eran algo impulsivos pero… yo también lo era. Debían llevarlo en la sangre. Tan solo tenía que esforzarme por enseñarles a mantener esa impulsividad bajo control… Así como yo tenía que hacer un mejor trabajo controlando la mía.

Ted, como tantas otras veces, había hecho de freno por mí. No me iba a dejar que hablara así a sus hermanos y eso… eso era bueno. Era bueno que fuera capaz de hablar conmigo, cuando creía que estaba siendo injusto. Solo me hubiera gustado que hubiera sido capaz de hacerlo sin insultarme. Le regañé por eso, bueno, en realidad apenas empecé un regaño, cuando él salió corriendo. ¿Me había pasado con él también? No le había gritado…

No era propio de él asustarse así, de la nada. Claro que… la última vez que le había regañado, había sido injusto con él, excesivamente duro y horriblemente desconsiderado con su derecho a la intimidad. Tal vez Ted aún tenía eso presente. Tal vez, aunque me había perdonado, nunca iba a poder olvidar cuando le castigué por coger el coche.

- ¿Me tiene miedo? – susurré, más para mí mismo que otra cosa, pero aún así los gemelos, Kurt y Michael me escucharon. Kurt por cierto estaba hecho bolita contra mí, tristón no sé si por estar malo o por que hubiera regañado a sus hermanos.

-         Eso parece… - dijo Zach.

-         No lo creo – replicó Harry. – No creo que sea por ti. Ayer reaccionó de forma parecida con Andrew, cuando discutieron. Se acojonó.

Le miré con atención. ¿Qué estaba pasando con mi chico? ¿Qué señales me había perdido? Ted parecía estar bien para mí, pero evidentemente algo estaba fallando. Suspiré. Demasiado para un solo día, como siempre. El estrés de tener doce hijos iba a acabar conmigo algún día. Era difícil que todos estuvieran en la misma página: a salvo, seguros, tranquilos y felices. 

-         Voy a ir a buscarle. Esperad aquí…. Harry, tú ven conmigo.

-         ¿Y por qué yo? – se quejó, desconfiado.

-         Porque tengo que hablar contigo y no puedo partirme por la mitad y porque cuatro ojos ven más que dos. No tengo ni idea de dónde puede estar tu hermano.

Eché a andar hacia la salida y Harry se vino conmigo. Se mantenía algo alejado de mí, pero me dije que era una reacción lógica, dadas las circunstancias. Me acerqué yo, y pasé un brazo por sus hombros.

-         Tregua, ¿vale? No discutamos más, al menos hasta estar en casa. Allí prometo que te escucharé, y oiré tu versión y todo lo que tengas que decirme.

-         Hum. ¿Tengo que buscar un abogado o tendré un juicio justo? – me replicó. El reproche detrás de su juego de palabras no me pasó inadvertido.

-         Siento haberte dicho eso. No es verdad y no he pensado que lo sea ni por un segundo. Tu hermano ha hecho bien en saltar a defenderos. Esa no era forma de hablar contigo.

-         ¿Está Ted en problemas? – me preguntó.

-         Primero tenemos que encontrarle. – le dije, justo cuando atravesábamos las verjas de salida del colegio.

Por suerte, Ted no había ido muy lejos. Solo estaba sentado en el banco de la esquina, con los codos apoyados en las piernas y la cabeza entre las manos. Respiré, aliviado. Había creído que había salido corriendo de verdad, quién sabe a dónde ni por qué.

-         Espera aquí… - le pedí a Harry, y caminé hasta el banco intentando hacerme notar, para que se diera cuenta de que me acercaba.

Ted no levantó la cabeza, pero tampoco se movió. Seguramente me había visto, pero no mostró ninguna reacción. Me senté a su lado.

-         ¿Hay algo interesante en el suelo? – le pregunté, porque dada la forma en que estaba apoyado sobre sus codos, tenía la mirada fija en las baldosas.

-         Tres hormigas están llevando una pipa a cuestas – murmuró.

Me fijé en las hormigas en cuestión y no dije nada, hasta que desaparecieron de nuestra vista. Ted no  parecía muy dispuesto a hablar de lo que había pasado y yo no sabía muy bien cómo sacar el tema.

-         Hoy estoy algo cansado, Ted, y todavía me dura el… susto… de todo lo que ha pasado. Tuve mucho miedo por Michael y no me quería separar de él. Por eso no he escogido bien mis palabras ni con el enano, ni con Harry. ¿Por lo visto tampoco contigo? – concluí, mi última frase en forma de pregunta.

-         No me has dicho nada – respondió él, confirmando lo que yo pensaba.

-         No pretendía sonar agresivo, ni nada.

-         Ya sé que no. Yo no debí hablarte como lo hice.

-         Esa es una conversación que podemos dejar para luego – le dije y, muy despacio, me atreví a poner una mano en su espalda. - ¿Volvemos dentro? Tengo que llevar al enano a casa. Luego volveré a por el resto de tus hermanos, cuando sea la hora.

-         Puedo venir yo a por ellos – se ofreció.

-         Bueno, lo vamos viendo. Ya sé que siempre puedo contar contigo, campeón. – le aseguré, y me levanté del banco, esperando que él lo hiciera conmigo.

También se levantó y parecía más tranquilo que cuando salió corriendo. Estuve tentado de agarrarle de la mano para que no saliera corriendo de nuevo, pero sabía que eso le avergonzaría mucho. Volvimos con Harry y él también miró a su hermano con preocupación, pero luego con agradecimiento.

-         Ey, si papá tiene razón, ¿puedo pedirte que seas mi abogado? - le preguntó. Creo que intentaba imitar a su gemelo, que siempre destensaba el ambiente con un poco de humor.

-         Soy tu abogado desde el día que naciste, enano – replicó Ted, y le revolvió el pelo.

Más tranquilo al ver que estaba bien, me reuní con los demás y fuimos al coche. Kurt tuvo un par de náuseas antes de entrar, pero no llegó a vomitar.

-         ¿Y si vomita dentro del coche? – preguntó Michael. Había estado muy callado desde que llegamos al colegio.

-         Pues nada, luego lo limpio y ya. Es un viaje corto, de todas formas.

Todos se sentaron lejos del enano en aquél coche de nueve plazas, como para alejarse de posibles accidentes. Ted fue el único que se puso a su lado, en la fila de en medio, haciéndole mimos para que se sintiera mejor. Kurt se sentó encima de él y seguramente lo hubiera hecho conmigo de no estar conduciendo.

-         Peque, siéntate bien, que es peligroso. Ponte en tu silla, ¿sí? Ted, abróchale el cinturón.

Kurt se sentó en una de las muchas sillas para niño que tenía en el coche, de varios tamaños en función de sus edades. Le miré a través del espejo retrovisor y le noté algo pálido.

-         Pobre microbito. ¿Quieres que ponga música? – le pregunté, y Kurt asintió.

Cerró los ojos mientras yo encendía la radio y antes de llegar a casa se había quedado dormido. Con cuidado de no despertarle y con la ayuda de Michael para abrirme las puertas, cogí a Kurt en brazos y le metí en casa. Le dejé en el sofá y le acaricié la carita. Cuando dormía Kurt parecía un angelito feliz.

Tras observar a mi bebé por unos segundos, me giré a los otros cuatro hijos que tenía en casa en ese momento.

-         Os quiero a todos en el piso de arriba, vamos a intentar dejarle dormir por un rato. Cada bicho a su cuarto, ale, ale.

Ted me dio la mochila de Kurt, que había sacado del maletero, y fue el primero en subirse. Los demás le siguieron, aunque Zach se giró un momento antes de poner el pie en la escalera.

-         ¿Qué pasa, campeón?

-         Nada, solo miraba.

-         ¿El qué?

-         Si echas espuma por la boca. – respondió, lengualarga como siempre. – Quiero saber si me vas a comer.

Fingí un gruñido de león, que por cierto me quedó muy logrado, y él soltó una risita para después desaparecer por las escaleras. No me sobraba el tiempo antes de ir a recoger a los demás y tenía que subir a hablar con los cuatro, pero me obligué a esperar un poco antes de ir con ellos. Quería asegurarme de estar bajo control para no volver a meter la pata hablando de más. Fui a la cocina y puse a cocer un poco de arroz aguado para Kurt, ya que dudaba que con la tripa así pudiera comer otra cosa.

Después de echar un último vistazo al peque y comprobar que seguía durmiendo, subí al cuarto de los gemelos. Estaban hablando a susurros, pero se quedaron callados en cuanto llamé a la puerta. Entré, y me apoyé sobre la mesa larga que compartían, mientras ellos me miraban desde cada una de sus camas.

-         Así que… Un buen día en el colegio, ¿no? – empecé, para romper el hielo, porque ninguno de ellos dos parecía estar dispuesto a ser el primero en hablar.

Harry y Zach intercambiaron una mirada y vi cómo el primero se mordía el labio y ponía cara de frustración. Seguramente habían acordado que fuera Zach el que respondiera a mis preguntas. Sabia decisión: Harry no siempre era capaz de controlarse y, aunque Zach a veces también se ponía respondón, no era por maleducado sino por su necesidad constante de hacer chistes que le hicieran sentir cómodo. Quería escucharles a los dos, pero de momento me conformaba con conseguir algún tipo de respuesta.

-         Sentimos que hayas tenido que venir con todo lo de Michael y eso, papá… - murmuró Zach.

-         En realidad… - comencé y suspiré. – Incluso en el día más ocupado iría a buscaros al fin del mundo si hiciera falta, campeón. Lo que me molesta, hoy y cualquier otro día, es tener que ir a por vosotros porque os habéis ganado una expulsión.

-         Pero estás más picado porque fue justo hoy – replicó Harry. Zach intentó lanzarle una patada desde su cama, pero no llegaba.

-         ¡Zach! – le recriminé. – Sin violencia. Tienes razón, Harry, estoy más picado. Tenía muchas cosas que hablar con tu hermano, porque ha pasado una de las peores noches de su vida y os puedo asegurar por lo que voy sabiendo que tiene varias donde elegir.

-         No pretendíamos darte problemas – continuó Zach. – Te aseguro que nosotros no queríamos que nos expulsen…

-         Ya me imagino, ya. Pero da la casualidad de que a uno no lo expulsan porque sí, hijo. Provocasteis una pelea y eso fue la gota que colmó un vaso bastante lleno de líos, salidas de tono y cagadas en general.

-         ¡Nosotros no provocamos la pelea! – protestó Harry. - ¡Ellos llevaban todo el día dando por culo!

-         Lo que Harry quiere decir… – intervino Zach, antes de que pudiera llamarle la atención a su gemelo por esa forma de hablar. – es que nosotros dimos el primer golpe, pero no iniciamos la pelea. Se estaban metiendo con nosotros.

Le miré con atención. Me debatí entre el “eso no justifica que os liéis a golpes” y el “¿qué os dijeron, cariño?” y finalmente llegué a un término medio.

-         Me gustaría saber qué pudieron decir para que os lanzarais a su cuello hasta el punto de hacerles varios moretones, según dijo el director.

-         El director exagera. Apenas les dimos un par de golpes y además eran tres contra dos. Si no saben pelear es su problema. – bufó Harry.

-         Harry… - le advertí.

-         Se metieron con Michael, papá. Y con Ted. Dijeron que somos una familia de delincuentes – me dijo Zach.

Le miré con incredulidad. No porque no le creyera, sino porque era horrible pensar que la gente pudiera ser tan cruel. Mi familia estaba pasando momentos terribles y los compañeros de mis hijos lo tomaban como una oportunidad para hacerles daño.

-         Tú sabes que eso no es cierto, campeón. No son más que mentiras que habrán oído en la tele o por ahí. No tienes que hacerles caso…

-         ¡No pueden decir algo como eso e irse de rositas! – protestó Zach.

Suspiré, porque no estaba del todo convencido de lo que yo mismo iba a decir, pero por el bien de mis hijos necesitaba que sonara sincero.

-         Con pelear no se arregla nada. Tenéis que ser capaces de controlaros cuando alguien intenta fastidiaros, porque tened claro que esos chicos solo querían eso, molestaros, y lo peor es que lo consiguieron. No tenían ningún derecho a decir eso, pero vosotros no podéis reaccionar a golpes.

-         Es fácil decirlo ahora, pero en ese momento los golpes parecían bien… - murmuró Zach.

-         Más que bien – corroboró Harry.

-         ¿Y ahora? ¿Ahora os sigue pareciendo bien? – inquirí.

-         S… ¿no? – dijo Zach, no muy seguro. Sabía la respuesta que yo quería, pero él no estaba de acuerdo conmigo.

-         Ya sabemos que no quieres que nos peleemos, pero no vamos a dejar que se metan con nuestra familia, te pongas como te pongas, me grites lo que me grites y así me despellejes lentamente – gruñó Harry.

Me acerqué a él y se desinfló, olvidando toda su bravuconería, pero yo solo quería abrazarle. Al verse entre mis brazos se relajó.

-         Me enorgullece que defiendas así a tus hermanos y no pienso gritarte ni despellejarte, pero había otras formas de conseguir justicia, hijo. Esta es una de esas situaciones donde hablar con un profesor no te hace un chivato, sino inteligente. ¿Qué habéis conseguido así? Os han expulsado y la razón que pudieras tener para estar molestos ha quedado enmascarada por lo que habéis hecho. Oficialmente, habéis hecho más “ruido” que ellos y el director no ha prestado atención a lo que hicieron ellos. – les expliqué, aunque yo me iba a ocupar de que el colegio fuera debidamente informado y se ocupara de frenar esos malditos comentarios.

-         No es justo que a nosotros nos expulsen y a ellos no, papá – se quejó Zach.

-         Tal vez no, pero es cierto que llevabais varias cosas acumuladas, Zach, como tu gracia con el globo de harina del otro día.

Zach agachó la cabeza, y suspiró. Harry también se rindió en el rinconcito que se había hecho entre mis brazos.

-         ¿Algo más que añadir? – les pregunté.

-         Nop – dijo Zach.

-         Ya puedes ir con Kurt… - probó Harry.

-         Buen intento, mocoso. Pero me temo que no hemos terminado de hablar. Ahora toca la parte fea.

Harry soltó un gruñido y me dio un golpe en el brazo. Durante unos segundos no supe cómo reaccionar: creo que ninguno de mis hijos había hecho eso nunca. Es decir, Ted a veces, cuando jugábamos o yo le tomaba el pelo; o los peques, cuando se enfadaban. Pero ninguno de mis hijos, y mucho menos los mayores de diez, me habían pegado nunca como respuesta al hecho de que les fuera a castigar. No era lo más sensato para hacer en ese momento, la verdad, pero Harry no me había dado fuerte, no me había hecho daño, y yo me sentí más curioso que enfadado.

-         Me parece que necesitas calmarte – le recomendé. - ¿Qué ha sido eso?

Harry me miró, inseguro. Se debatía entre el enfado y el remordimiento y, finalmente, movió la mano y me acarició el brazo que acababa de golpear. Fue como si de pronto tuviera diez años menos y me estuviera diciendo “sana, sana” como a los bebés. Me tuve que morder el labio para no sonreír, y aún así creo que no hice un buen trabajo, porque Harry esbozó también una sonrisa tímida.

-         Te tengo muy malcriado, ¿sabías?  ¿Por qué me pegaste?

-         Perdón…. No te pegue… Fue solo… mmm…

Subí su barbilla para mirarle a los ojos y luego agaché la cabeza para besarle en la frente. Harry se estaba poniendo muy alto. No todos mis hermanos habían heredado la descomunal estatura de mi padre, pero Harry y Zach iban por ese camino y el estirón había tenido lugar en pocos meses o incluso semanas, ya que a principio de curso eran de los bajitos de su clase. Por un segundo me detuve a pensar que yo no lo había heredado de Andrew sino de… Greyson. Pero a él no le recordaba tan alto, por la única vez que le había visto. Lo habría heredado de mi abuelo, entonces. Pero ni él ni Greyson eran personas en las que quisiera pensar en ese momento.

-         Mírate. ¿Cómo sigues cabiendo en tu ropa?  - le pregunté. Harry pareció confundido por el brusco cambio de tema.  - ¿Quién te ha dado permiso para crecer? – le sonreí y le revolví el pelo. – Si hasta estás dejando atrás a tu hermano.

Conforme los años pasaban, Harry y Zach cada vez se parecían menos. Eran hermanos, así que siempre iban a tener rasgos en común, pero Harry era definitivamente más esbelto. Demasiado. Estaba muy delgado y me recordé que no era la primera vez que aquél pensamiento me venía a la cabeza. Me apunté mentalmente el estar más pendiente de lo que comía.

-         Te prohibo que te hagas más alto – bromeé.

-         Siempre he sido muy desobediente – replicó, contento al ver que yo no estaba enfadado.

Suspiré, como rindiéndome al crecimiento natural de todo cuerpo humano y me dije que estaba bien siempre que pudiera seguir sintiéndome más alto que él por unos años más.

-         Demasiado bien lo sé – le respondí, y le di una palmadita cariñosa. – Anda, mocoso, sal un momento y déjame hablar con tu hermano. Quédate en el pasillo.

Harry puso un mohín, pero me hizo caso y consideré una pequeña victoria el que no se pusiera difícil. Me quedé a solas con Zachary y lo primero que pensé es que ya en el colegio había sido cariñoso con su gemelo y después en casa también. Le debía a él el mismo trato o le crearía celos. Además, él era el más mimoso de los dos, así que seguro que estaba esperando al menos un abrazo como el que le había dado a su hermano.

-         ¿Qué haces ahí tan lejos? – pregunté, en falso tono de enfado. – Ven aquí, que no muerdo.

Tiré de él para poder rodearle con los brazos y él enseguida me correspondió.

-         Eso de que no muerdes… hay opiniones – me dijo, y me dedicó una de sus medias sonrisas arrebatadoras.

Me agaché para mordisquear su hombro como toda respuesta. Zach se rió porque le hice cosquillas y se revolvió como una lagartija. Sentí que los dos necesitábamos eso para liberar la tensión. Lamentablemente, después tuve que ponerme serio.

-         Estás en un buen lío, ¿mm?

-         Lo sé… ¿Por qué primero yo? – me preguntó, con algo muy parecido a un puchero.

-         No sé, campeón. Sé que odias esperar. En cambio a tu hermano le viene bien tener un tiempo para pensar.

Zach no dijo nada y volvió a abrazarme, como pidiéndome que le mimara un poco más. Le acaricié el pelo, pero sabía que solo estaba dilatando las cosas.

-         Luego te abrazo otra vez, campeón. Ahora tengo que ponerme un poco serio contigo. Que no esté enfadado no significa que esté contento con lo que habéis hecho.

Zach se separó de mala gana y se llevó las manos al cierre de su pantalón. Se las sujeté.

-         ¿Entiendes por qué? – le pregunté.

-         En realidad no. Entiendo lo que nos has dicho antes, pero no es como si nos hubiéramos peleado por una tontería. Teníamos motivos.

-         Nunca hay motivos para hacer daño a alguien, Zach. En una pelea ninguno se controla y, aunque ahora lo intentes racionalizar, en ese momento no te peleaste porque pensaras que tenías razón, sino simplemente porque estabas cabreado. No puedes ir por ahí pegando a cualquiera que te enfade.

-         Ya sé -  bajó la mirada, sintiéndose algo avergonzado. Eso me indicó que sabía que yo tenía razón y lamentaba lo que había hecho.

-         ¿Tú estás bien? ¿Llegaron a hacerte algo? – le pregunté, maldiciéndome por no haberme preocupado antes de eso. Los gemelos no tenían ninguna señal en la cara, pero eso no quería decir que los otros chicos no les hubieran golpeado.

-         Estoy bien. Estaría mejor si mi padre fuera un poco menos estirado. – me acusó. ¿Estirado? Hum. ¿Después de haberles dado como veinte abrazos?

-         Lástima que estés atrapado conmigo. – respondí, y le solté las manos que había estado sosteniendo.

Zach suspiró y se desabrochó el pantalón. Nunca o casi nunca tenía que pelear con ellos para que aceptaran un castigo. A veces intentaban convencerme para que cambiara de idea, pero al final siempre cedían. No me consideraba tan intimidante como para que sintieran que no tenían otra opción, así que sabía que era porque llegábamos a un punto en el que ellos entendían que habían actuado mal. Pocas veces les castigaba sin hablar con ellos primero. Eso ayudaba a que, además de verme como el malo, pudieran comprender por qué lo hacía.

Me senté en su cama y Zach se sacó el pantalón. Prefería sacárselo del todo a bajárselo y, por algún motivo, yo también prefería que lo hiciera. Aunque a veces fuera absurdo porque yo en realidad casi nunca era “tan malo”, y casi tardaban más en quitarse la ropa que yo en castigarles.

Mi hijo caminó hasta mí y, aunque no quería fijarme, vi algo que no me gustó en la tela de sus boxers.

-         ¿No tienes otros? – le pregunté. Él siguió mi mirada y se ruborizó un poco. Estaban descosidos y medio rotos. Negó con la cabeza.

-         Limpios no.

-         Esos te los lavé ayer. Y no estaban rotos cuando los metí en tu cajón.

-         Me quedan pequeños – susurró. Sus mejillas adquirieron un rojo intenso. – Se rasgaron al ponérmelos.

-         Campeón, habérmelo dicho. Tengo pendiente compraros ropa nueva, de todas formas.

-         Desde lo de Ted has estado muy ocupado. Esto podía esperar.

Chasqueé la lengua. Yo solía estar pendiente de esas cosas, pero a veces, con tantos hijos, era imposible darme cuenta de cuándo se acababa el champú y quién necesitaba ropa nueva. Los mayores habitualmente me lo decían; con los pequeños tenía que estar más atento. Pensé en lo distintos que eran mis hijos entre sí: Barie me había pedido un vestido nuevo a pesar de que tenía como cinco, y Zach no era capaz de decirme que necesitaba calzoncillos, porque lo consideraba menos importante que el resto de cosas que estaban pasando.

-         El fin de semana iremos al centro comercial y lo solucionamos. De todas formas quería comprarle una cosa a Michael.

-         ¿El qué? – curioseó.

-         Es un secreto.

-         ¡Un secreto para  él, no para mí! Porfa…

Me hizo gracia el tonito que puso y no me costaba nada satisfacerle en algo tan sencillo.

-         Una bicicleta. De momento no puede conducir, ni tiene carnet, pero nada le impide montar en bici. Además, creo que nunca tuvo una. ¿Crees que es una buena idea? Vosotros las tenéis en el garaje y no les hacéis ni caso…

-         Porque yo prefiero usar patines. Yo creo que le gustará, papá. Sobre todo por tener una propia, y no compartir la de Ted. Es como que… esta casa está llena de nuestras cosas… pero él aún no tiene mucho. Tiene dieciocho años de basura que acumular.

Sonreí, por esa forma de decirlo y porque le pareciera una buena idea.

-         Y ahora, ¿podemos dejar de hablar mientras uno de los dos está en calzoncillos, por favor? Es raro de narices. – me dijo.

- Como si a ti te importara. Como si no te hubiera visto así cientos de veces. – repliqué, pero estuve de acuerdo en que era hora de terminar.

Tomé su brazo con suavidad y le acompañé mientras se tumbaba encima de mis piernas. Froté su espalda mientras tanto él como yo nos preparábamos.

- Sabes que estoy furioso por lo que esos chicos os dijeron. Entiendo lo que sentisteis y de alguna manera me consuela saber que no peleasteis por una tontería. Pero no puedo, ni quiero dejar que eso sirva para justificaros. Algo así no puede volver a pasar, Zach, y solo para que lo tengas en mente si lo haces de nuevo volveremos a estar exactamente en esta posición, que no nos gusta a ninguno de los dos.

-         Sí, papá…. Lo siento…

-         Lo sé, campeón, porque eres un buen chico que solo tiene que aprender a controlar sus impulsos.

Seguí frotando su espalda unos segundos más y luego me detuve. Los años habían hecho que esa fuera una especie de indicación no verbal de que iba a comenzar.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ay… PLAS PLAS PLAS

Nunca usaba la misma fuerza con Zach que con Alejandro, ni la misma con Alejandro que con Ted. Era consciente de sus distintas edades y, aunque seguramente Zach hubiera podido aguantar si le castigaba como a Ted, le estaría haciendo más daño del que pretendía. No necesitaba que le doliera durante horas, ni siquiera durante minutos. Se trataba de causar una impresión, no un trauma. A los pequeños muchas veces les daba palmadas que eran más ruido que otra cosa. Ellos se impactaban por el sonido y así yo no necesitaba ser duro con mis bebés. Decidí hacer algo así con Zach y por eso ahuequé la mano las siguientes veces, usando menos fuerza que al principio pero provocando un ruido más fuerte.

PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Papi! PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS

-         ¡Es muy fuerte! – protestó, y se levantó de encima para frotarse. No estaba llorando, pero sus ojos estaban llenos de agua. Cuando parpadeó, se le escapó una lágrima.

-         Eso es porque hiciste una tontería muy grande. Te han expulsado tres días, hijo, esto no es ninguna broma – le respondí, evitando decir que en realidad le estaba dando bastante flojo. Lo sabía entre otras cosas porque ni siquiera me picaba la mano.

No es que él estuviera exagerando o fingiendo, es que el ruido fuerte le había sorprendido y estaba en un momento en el que se volvía muy vulnerable y susceptible, con las emociones a flor de piel. Contrajo la cara y sorbió un poco por la nariz, antes de volver a tumbarse.

-         ¿Me vas a pegar sin los boxers? – gimoteó, escondiendo la cara entre sus brazos. La pregunta me desconcertó unos instantes, hasta que recordé una situación similar en la que le había advertido que si se levantaba le pegaría sin ropa interior. De hecho, había llegado a cumplir mi amenaza porque se levantó varias veces seguidas.

-         No, campeón. Pero no vuelvas a levantarte. Ya casi acabamos.

-         Snif…

PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Lo siento, papá. Me portaré bien en el cole, de verdad…- su voz me delató que estaba llorando. Su forma de hablar también había sido algo infantil y me conmovió un poco. Acaricié su espalda y le ayudé a levantarse.

-         Estoy seguro de que sí, campeón. – le dije, y le estreché en un abrazo. Le miré a la cara y le limpié las lágrimas, terminando la operación con un beso en su mejilla. Él cerró los ojos con vergüenza y enseguida escondió el rostro en mi hombro. – Ya está, ya está. Perdonado, ¿mm? Perdonado del todo. Perdonadísimo. Ya no llores.

Zach se calmó enseguida, pero aún no se soltó ni yo tenía prisa porque lo hiciera. Dibujé círculos en su espalda con la mano y le escuché respirar cada vez más despacio, relajado. Ojalá fuera capaz de mantener un perfil bajo por un tiempo. Odiaba regañarle y odiaba que tuviera problemas en el colegio, sobre todo en ese colegio donde estaban pasando cosas que no me gustaban demasiado, como la amarga recepción de Ted o los diversos abusones que habían molestado a varios de mis chicos.

-         Como he sido muy malo contigo no estás castigado, campeón, pero quiero que me hagas un favor estos días que estás expulsado. – le dije, y Zach se separó un poquito para mirarme con atención. – Quiero que ayudes a tu hermano con los estudios. Siguen siendo días de cole, así que no podéis salir, y como vais a pasar mucho tiempo en casa y son ya los exámenes, quiero que estudiéis mucho. Sé que tú no tienes problema, pero sabes que a Harry le cuesta ponerse, así que quiero que seas un buen ejemplo, ¿vale?

Zach asintió y volvió a apoyar la cabeza en mi hombro. Sonreí, por verle tan mimoso, y le acaricié el pelo por un ratito.

-         ¿Ya estás mejor? – pregunté tras unos minutos y el asintió, pero luego negó con la cabeza. - ¿Eso qué significa?

- Que sí, pero no te lo digo para que así me sigas mimando.

Le apreté el costado, con cariño y para hacerle cosquillas y me contuve para no comérmelo a besos.

-         Luego te mimo más, bicho, pero ahora tengo que hablar con tu hermano. Ya le hicimos esperar mucho, ¿mm?

Zach soltó un gruñidito, poco dispuesto a soltarse todavía, pero era un niño de buen corazón y no quería prolongar innecesariamente los nervios de su hermano. Suspiró y separó de mí. Caminó hasta uno de sus cajones y sacó unos pantalones viejos que usaba para estar en casa y una camiseta. Sin ningún reparo, se vistió delante de mí. Para que luego se quejara de que le daba vergüenza, mocoso este.

Cuando estuvo listo salió del cuarto y se cruzó con Harry, que entró lentamente prolongando cada paso lo más posible.

-         Hey, campeón. Siento haberte hecho esperar tanto – le dije.

Normalmente hubiera recibido como respuesta algo así como “no, si no es como si tuviera prisa por hacer esto”, pero esa vez Harry se quedó callado, lo que me hizo pensar que sí se le había hecho largo el rato que había estado en el pasillo.

-         ¿Estás bien? -  le pregunté. No dejaba de mirarse las manos en lugar de mirarme a mí.

-         Desde el pasillo se oye todo – me susurró. – Todo – añadió, por si no había quedado claro a qué se refería.

Oh. Así que había oído el castigo de su hermano. Intentaba evitar eso, pero a veces ocurría.

-         ¿Y qué? ¿He sido muy malo? – intenté suavizar la situación.

Harry se mordió el labio y no me respondió. Era raro para mí verle tan callado y estaba claro que estaba reprimiendo alguna idea en esa cabecita suya. Palmeé un ladito de la cama de Zach, de la que no me había levantado, para que se sentara a mi lado.

-         ¿Qué ocurre, campeón? No sé lo que habrás oído, pero tu hermano y yo estamos bien. Él ha sido tan valiente como sé que vas a ser tú y ya hemos hecho las paces.

Harry asintió y no dijo nada más, pero aún parecía distante. Le observé bien e intenté adivinar lo que estaba pensando.

-         Te ha puesto nervioso, ¿verdad? Oírlo todo mientras esperabas te ha puesto de los nervios.

Esa vez, Harry asintió más vehementemente, indicando que había dado en el clavo.

-         Lo siento, cariño. No sabía que desde el pasillo se iba a escuchar. Pero así has oído también que no va a ser tan malo, ¿mm?

-         Nunca lo es – suspiró. – Pero eso no lo hace ni siquiera un poquito más fácil.

-         Lo sé, campeón. – le rodeé con el brazo y le apreté, como para darle ánimos.

No pude evitar sentirme raro: no solo le consolaba después de castigarle, sino que ahora también le consolaba antes de castigarle. ¿No era hipócrita por mi parte? Seguro que Harry prefería cualquier otra compañía menos la mía. Por eso había veces en que se iba corriendo justo después…

-         Vamos a terminar con esto, ¿está bien?

Por tercera vez, Harry asintió, pero con más inseguridad que en las ocasiones anteriores. Esa era la mejor respuesta que iba a conseguir dada la situación, así que le hice ponerse de pie frente a mí. Aproveché para echarle un vistazo rápido en busca de moratones o señales.

-         ¿Alguna herida de guerra? – le pregunté. Negó suavemente. - ¿Ni golpes en la cabeza?

-         No. Solo me llevé un empujón y ni siquiera me tiró al suelo.

Suspiré, aliviado. A simple vista se notaba que estaba bien, pero Ted me había hecho temer a las lesiones silenciosas. Harry dio un pasito hacia mí, tímidamente.

- Pantalones fuera, campeón. – le indiqué. Zach lo había dado por supuesto. Harry siempre tenía la esperanza de que le dejara conservar los pantalones. Muchas veces lo hacía.

Harry suspiró y se bajó los pantalones, pero no se los quitó del todo. Como si quisiera acabar de una vez, se tumbó encima de mis piernas. Me sorprendí un poco por la rapidez de su movimiento, pero pasé a acariciarle la espalda como había hecho con su hermano. También intenté recordar lo que le había dicho a él para usar más o menos las mismas palabras.

-         Esos chicos no debieron molestaros así. No debieron decir nada sobre tus hermanos. Entiendo por qué te enfadaste, pero no puedo justificar que les pegaras. No puede volver a pasar.

Esperé recibir alguna clase de respuesta, pero Harry se quedó callado. Sabía que me había oído, así que lo dejé pasar. Dejé de frotar su espalda y levanté la mano derecha.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS

Al igual que con su gemelo, empecé a darle palmadas de poca intensidad pero que sonaron mucho. Sin embargo, Harry empezó a llorar desde antes, estrujándome el corazón un poquito. Me agarró la mano que tenía libre y reconocí su pulso firme. Siempre me agarraba con fuerza, como si se fuera a caer, o como si estuviera liberando tensiones a través de mi mano.

PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS … Ya… ¡papá, ya!

Me detuve un segundo. Su grito sonó caprichoso, casi como si tuviera un berrinche y no me gustó demasiado. Instantes después me soltó la mano e intentó taparse. Esperé sin decir nada, sabiendo que la paciencia tendría mejor resultado que el enfado. A los pocos segundos, Harry apartó la mano.

-         Snif…

-         Muy bien, campeón. – le felicité. – Ya falta poco.

PLAS PLAS PLAS PLAS Aichs

PLAS PLAS PLAS Uhh…PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Ya está. Ya ha terminado. – le froté la espalda otra vez, y esperé a ver qué quería hacer. ¿Sería de esas veces en las que se enfadaba conmigo y se iba?

Por el momento, Harry se levantó, se colocó los pantalones y se quedó mirando al suelo. Luego alzó la cabeza y me miró con una cara triste y lágrimas en los ojos. Esa expresión le hacía parecer tan pequeño… Me traía a la mente su versión de tres años, puchereando cuando se despertaba de la siesta o se le acababa el pastel. No pude resistirme y le abracé, sin saber quién lo necesitaba más, si él o yo.

Harry se dejó abrazar por un rato, pero se separó mucho antes que su hermano.

-         ¿Estamos bien? – tanteé. Un Harry silencioso no solía ser bueno. Indicaba que estaba enfadado o deprimido, y yo no quería ninguna de las dos cosas, aunque no podía hacer nada para evitar lo primero y pensaba a toda costa evitar lo segundo. Quería saber si estábamos en un buen lugar o si me iba a guardar rencor por un tiempo.

-         Sí. Estaríamos mejor si no me hubieras pegado – me reprochó. Sonreí, porque no estuviera enfadado y le despeiné un poco. Su pelo era demasiado tentador.

-         Podríamos habérnoslo ahorrado si no te hubieras metido en una pelea. También te habrías ahorrado la expulsión.

Harry puso una mueca.

-         Menudos tres días me esperan… - murmuró.

-         Ah, ¿esa parte no la oíste? Ya le dije a Zach que no estáis castigados. Pero sí espero que estudies para los exámenes y toooodo lo que tienes que recuperar.

Dejó escapar el aire con fuerza y asintió. La idea no le entusiasmaba y no se esforzó por disimularlo, pero estaba bastante seguro de que me iba a hacer caso. Principalmente porque yo iba a estar en casa y no pensaba dejar que se levantara de la silla en toda la mañana más que para picar algo e ir al baño.

-         Listo entonces. Puedes ir empezando desde ahora. Yo voy a hablar con tus hermanos y después voy al cole a por los demás.

-         ¿Vas a regañar a Ted? – me preguntó con curiosidad. No supe si por simpatía hacia su hermano o para ver si él también se la cargaba cuando me insultaba.

-         Voy a hablar con él, enano cotilla, y lo que hablemos no es asunto tuyo. – le dije, e intenté hacerle cosquillas, pero tenía buenos reflejos y me esquivó.

-         No deberías castigarle. Le debes una porque le castigaste injustamente por lo del coche – me dijo, mirándome seriamente y cruzándose de brazos. – La cagast… fastidiaste mucho esa vez y eso vale como por tres castigos. Así que tienes que dejar pasar lo de hoy.

Me divertía su pose de “hablo en serio, así que hazme caso” y al mismo tiempo me gustó que se la jugara por Ted. Era bueno que sus hermanos empezaran a devolverle las muchas veces que él había hablado en su favor.

-         ¿La defensa tiene algo más que añadir? – le pregunté, alzando una ceja.

-         Solo que si le castigas me pasaré estos tres días haciendo de tu vida un infierno.

Levanté la ceja todavía más.

-         ¿Y quién saldría perdiendo si me aprietas demasiado las teclas? – inquirí.

-         Tú – respondió, sin ninguna duda. – Odias enfadarte conmigo – añadió después, con una sonrisa.

Mocoso descarado. Le di un abrazo rápido y una palmada.

-         Deja que yo trate con tu hermano y tú preocúpate por no meterte en más líos.

-         No prometo nada – replicó, con una risita.

-         Harry… - advertí, algo más serio.

-         Seré un ángel… caído – me dijo, y se marchó para que no pudiera responderle.

Por un segundo me sentí algo molesto porque no me tomara en serio. Después me dije que yo mismo había incentivado sus bromas y que en realidad prefería verle así que triste y desanimado. Ahora, que los gemelos no tenían vergüenza era un hecho. Y que yo babeaba por ellos, también.

Me fui a buscar a Ted y el primer sitio en el que miré fue en su cuarto. Aunque les habían dicho que subieran a sus habitaciones, no había sido realmente una orden, solo quería que dejaran dormir a Kurt en el piso de abajo, y por eso no me alteré cuando no vi a Ted en su dormitorio. Además, había tardado un poco más de media hora en hablar con Harry y Zach, así que era normal que hubiera salido.

Tampoco vi a Michael, pero a él le escuchaba hablar en el piso de abajo. Me asomé y le vi sentado en el sofá con Kurt mimoseando encima. El peque debía de haberse despertado y él le estaba haciendo compañía. Se veían tan adorables que por un momento pensé en dejar a Ted para después y hablar con Michael primero, pero realmente quería terminar mi puesta al día con Mike sin que nadie nos interrumpiera, así que lo mejor era hablar antes con su hermano.

Inspeccioné la casa en busca de mi hijo, obligándome a no ponerme nervioso. No podía ser tan sobreprotector y empezar a preocuparme por perderles de vista unos minutos. Ted tenía diecisete años, no diecisiete meses. Pero nadie me podía culpar después de casi perderlo. Mi esfuerzo tenía que hacer para no atármelo en la cintura con una cuerda corta.

Finalmente le encontré en mi propio cuarto, tumbado en la cama al lado de Zach. Estaban usando la lamparita de mi mesilla para hacer sombras con las manos en la pared. Hacía mucho que no jugábamos a eso. A los pequeños les solía encantar.

-         Un perro – traté de adivinar la figura que estaba haciendo Ted. Los dos se contorsionaron para mirarme, ya que me había quedado en el umbral de la puerta.
-         ¿Cómo sabes que es un perro y no un lobo? – replicó Zach.

- Porque el lobo tendría el morro más largo. Así – dijo Ted y movió un poco las manos y proyectó otra sombra. Se le daba bastante bien.

-         Deberíamos hacer esto todos juntos, podríamos hacer una historia completa. Cada uno podría ser un animal. – propuse.

-         Primero tendrías que enseñar a Alice a hacer un unicornio – dijo Zach. - ¿Hemos hecho esto con la enana alguna vez? Ya no me acuerdo.

-         Un par de veces – respondió Ted. – Cuando era más pequeña. La primera vez intentó coger la sombra, como si se pudiera agarrar.

Las palabras de Ted proyectaron ese recuerdo en mi memoria y sonreí. Definitivamente, íbamos a hacerlo más a menudo. Michael nunca había estado.

Ted se estiró para apagar la lamparita y la colocó derecha. Luego se incorporó un poco, para mirarme. Desprendía su habitual atmósfera de serenidad, lo que me indicó que ya había hecho las paces consigo mismo y lo que sea que le había estado preocupando en el colegio como para salir corriendo así.

-         Voy a por un vaso de agua – murmuró Zach.

Fue su manera poco sutil de dejarnos solos. Cuando salió, cerró la puerta.

-         ¿Cuál es el veredicto? – le pregunté. - ¿Zach se ha estado quejando de mí?

-         De hecho ha dicho que has sido muy cariñoso. Demasiado cariñoso.

-         ¿Demasiado? – me extrañé.

-         Dice que al principio eso le puso nervioso. Le hizo pensar que de veras le ibas a matar y por eso estabas siendo tan amable, intentando tranquilizarlo. Lo de matar iba en sentido figurado – añadió, al ver que ya iba a protestar.

-         Si soy seco, malo. Si soy cariñoso, malo también. Parece que no hay una buena forma de hacer esto – suspiré.

-         A mí me gusta que seas cariñoso. Y a Zach también. Dudo que a alguien no le guste. Hace que sea más fácil aceptar el hecho de que estás en problemas – me confesó.

-         Es bueno saberlo. ¿Y tú estás en problemas?  - le pregunté, captando un brillo de culpabilidad en sus ojos.

-         ¿Eso no deberías decirlo tú? – contraatacó. – Sí lo estoy…

-         ¿Ah, sí? ¿Te gustaría desarrollar esa idea?

-         No realmente…

-         Algo debe hacerte pensar eso. – insistí. - ¿Tu padre te ha regañado? – le pregunté, hablando como si se tratara de otra persona.

-         Todavía no. Salí corriendo cuando iba a hacerlo. – respondió Ted, siguiéndome el juego.

-         ¿Y por qué hiciste eso? ¿Te gritó, el muy bruto?

-         Qué va. Casi nunca grita. Aunque no le hace falta, puede poner un tono muy severo.

Tuve que contener una sonrisa ante eso. ¿Cómo que severo? ¿Severo yo? ¿Severo cuándo? Por alguna razón, cuando lo dijo me hizo pensar en una imagen envejecida de mí mismo. Como veinte años más, mínimo. ¿Y a qué tono se refería exactamente?

-         ¿Por qué iba a regañarte, en primer lugar? Ese padre tuyo suena como un tipo muy gruñón.

-         Es lo contrario a eso, aunque hoy sí estaba un poco más irritable de lo normal.

-         ¿Lo estaba?

-         Ahá. Se enfadó mucho con mis hermanos pequeños por meterse en líos en el colegio y les dijo algo horrible. Y creo que tampoco fue amable con mi hermanito más pequeño. – dijo Ted.  Él no sabía muy bien lo que había pasado con el enano, pero probablemente detectó que me sentía culpable por algo y Kurt había preguntado cuando llegamos si yo estaba enfadado.

-         Definitivamente, sí suena como un gruñón.

-         Tuvo una noche difícil – contestó Ted – Y sí es verdad que los gemelos la liaron un poco…

-         Aún así, tú le dirías algo por ser malo con ellos.

Ted se encogió un poco.

-         Sí… Más o menos es por eso que me metí en problemas…

-         ¿Por defender a tus hermanos? – exclamé, exagerando un tono escandalizado. – Ah, no, de verdad que ese tipo parece un imbécil.

-         Justo eso le llamé… - susurró, mirándose los pies.

-         ¿A tu padre? Mmm. Pero tal vez se lo merecía.

-         No creo que se lo mereciera. Y aunque así fuera, no debí llamárselo. Es mi padre.

-         Debías de estar muy enfadado con él… - tanteé.

-         Un poco – admitió.

-         ¿Por hablar mal a tus hermanos?

-         Sí… Y por no dejar que los demás volvieran a casa antes para recibir a mi hermano mayor. Y por… echar a mi padre biológico cuando yo quería que se quedara. Y por…

-         ¿Por… ? – le animé, tomando nota de muchas cosas. Así que estaba molesto conmigo antes de lo de Harry. Me había parecido notar algo cuando solo estábamos Michael, él y yo en casa, pero luego había actuado con normalidad.

-         Por quedarse a mi hermano mayor solo para él. Me puse un poco celoso… - reconoció. Con los años, había aprendido que, aunque las mejillas de Ted no podían enrojecer, había otras señales físicas que indicaban cuándo se avergonzaba por algo, como una forma muy particular de arrugar el ceño, distinta a cuando estaba enfadado. La forma en la que lo estaba arrugando justo en ese momento.

-         ¿Celoso de tu hermano o de tu padre? – indagué, considerando todo aquello muy interesante. Estaba siendo una charla mucho más productiva de lo que había imaginado al empezar con aquella tontería de fingir que no estabamos hablando de mí.

-         De los dos, supongo, pero más de mi padre… Tenía celos de que él pudiera estar con Michael y yo no.

-         Tal vez tenía algo importante que hablar con él. – sugerí.

-         Tal vez yo quería estar delante y enterarme también. – murmuró.

Medité sobre eso. La conversación con Michael me pareció una que necesitábamos tener los dos solos, de padre a hijo, pero tal vez fuera cierto que había partes que bien podían incumbir a toda la familia, como la explicación a alguno de los arranques furiosos de Mike. Quizá estaba bien que al menos alguno de sus hermanos supiera la clase de cosas por las que había tenido que pasar, para saber cómo tratarlo y lo mucho que tenían que intentar hacerle sentir querido.

-         Puede que tu padre solo intentara protegerte… Quizás pensara que hay cosas que no necesitabas saber, dado que además recientemente has escuchado un par de noticias que seguramente te hayan dado mucho en qué pensar – le dije, pensando en lo que Andrew nos había desvelado a los dos, que venía a significar que en realidad no éramos hermanos, sino primos.

Ted se quedó en silencio y su mirada se ensombreció, ante el peso de una verdad que nos iba a costar mucho tiempo asimilar.

-         ¿Estás enfadado también por eso? – seguí preguntando, pensando que era una reacción natural. Yo sí que estaba enfadado, y quería zarandear a Andrew hasta que me explicara por qué lo había hecho.

- No… Por eso solo estoy… triste.

En ese punto decidí mandar a la porra el pequeño juego que nos traíamos y le abracé.

-         Nada ha cambiado, canijo. Sigo siendo yo. Sigo siendo papá.

-         Pero no eres mi hermano. – susurró, casi con un gemido.

-         Nunca hemos tenido ocasión de realmente serlo. Pero debemos de ser los primos más cercanos del universo.

Ted sonrió un poquito y apretó sus brazos contra mi espalda.

-         Es un padre muy especial ese que tengo. Quiere protegerme de todo. Incluso de la verdad – me dijo, retomando el juego de las identidades.

-         Parece el trabajo normal de un padre. No es como que el tuyo haya tenido mucho éxito protegiéndote últimamente… - le dije, rozando levemente su cabeza. Su pelo ya había recuperado su longitud habitual.

-         Lo hace muy bien. Pasa que no puede controlarlo todo. Aunque lo intenta y nos mantiene bien derechitos – bromeó.

-         ¿Ah, sí? ¿Y qué hace para teneros así? ¿Tiene muchas normas?

-         No muchas. Pero las que tiene se cumplen. O si no estás en un buen lío.

-         Uy, ya parece un gruñón otra vez.

-         ¡No lo es! Ni siquiera sabe enfadarse en serio. A veces lo intenta, pero no engaña a nadie. – me aseguró.

-         Ah. Puedes estar tranquilo, entonces. Si al final tienes razón y estás en problemas, no tienes de qué preocuparte.

-         Sí tengo. Conmigo sí se va a enfadar – respondió, sonando triste otra vez. Más bien miserable.

-         ¿Por qué? Si dices que nunca lo hace. No sería justo que no se enfadara con los demás y sí contigo.


-         Pero es que yo le insulté – casi gimoteó. – Y para rematarlo salí corriendo.

-         No creo que esté molesto porque salieras corriendo. Más bien preocupado.

-         No tiene de qué preocuparse – me aseguró ahora él a mí.

-         No creo que pueda evitarlo. Es tu padre: preocuparse por ti va en su trabajo. Además tiene que morirse por saber por qué te fuiste así.

Ted se estuvo mirando las manos un buen rato en lugar de responderme, pero decidí esperar sin insistirle. Estaba siendo bastante abierto, así que confié en que eventualmente me lo dijera.

-         Unos tipos me golpearon hace poco cuando estaba con mi novia – empezó. Debía de resultarle más fácil contarlo como si verdaderamente yo no fuera yo y no supiera lo que había pasado. – Me dieron una paliza y fui incapaz de defenderme. Estuve en el hospital y luego en una silla de ruedas. Después todo parecía estar bien, pero… Ya ha pasado un par de veces que cuando alguien se enfada conmigo se me llena la cabeza con imágenes de aquella noche. Todo lo que quiero entonces es salir corriendo.

Mi niño…

-         Pero… tu padre nunca te haría daño… ¿No?

-         Sé que no. Por eso no me alejé demasiado y me senté en un banco cuando volví a pensar con claridad.

Mi pobre bebé. Había sido un iluso al pensar que sus únicas secuelas iban a ser físicas. Había estado bien por unos días, sin embargo, pero supongo que el trauma iba poco a poco calándole dentro.

-         Menos mal. Tu padre se hubiera muerto de miedo si no te encontraba…

-         Lo sé… Es por eso que creo que también estoy en problemas por salir corriendo. Por eso y porque sé que no debo irme cuando me está regañando.

-         Creo que él será comprensivo con eso. Si no si que sería realmente un gruñón y un bastardo.

Ted abrió un poco los ojos porque me insultara a mí mismo, pero no dijo nada al respecto.

-         ¿Y cómo crees que te vaya a ir por haberle insultado? – seguí preguntando, sabiendo ya de antemano que Ted iba a ser demasiado duro consigo mismo, como siempre. Y yo tenía parte de culpa de eso.

-         Las últimas dos veces que le insulté no me fue muy bien…

-         ¿Dos veces? ¿Seguro que no fue solo una? – pregunté, porque no tenía en mente más que aquella vez, casi un año atrás, al volver tarde del cine. Nunca iba a poder olvidar lo mucho que lloró aquella noche. Tardé seis meses en ser capaz de volver a castigarle.

-         Sí. La última fue hace poco, en mitad de un castigo por mentirle e ir a enfrentar a los matones que me pegaron. Él estaba siendo muy bueno conmigo y yo me lo merecía, así que le insulté para hacerle enfadar.

Recordé ese maldito día y el miedo que había pasado.

-         ¿Así que ahora tú decides lo que mereces y lo que no? ¿Eso no debería decirlo tu padre? – inquirí.

-         Sí, pero es que él siempre es demasiado bueno conmigo.

-         Aunque eso fuera cierto, ¿no deberías simplemente dejarlo estar y disfrutar de tu suerte?

-         Puede que mi suerte se haya acabado hoy… - murmuró.

Pensé que ya era el momento de hablar en serio, sin usar más la tercera persona.

-         No hiciste nada tan malo, Ted. Y, solo para que lo sepas y te relajes, ninguno de los dos va a cambiar de posición en esta conversación. – le informé. Él captó la indirecta enseguida.

-         ¿Ah, no? – se extrañó - ¿Por qué?

Resoplé. ¿No podía simplemente aceptarlo y ya? En serio, ¿por qué tenía que discutir su buena suerte? Pero supuse que sí necesitaba una razón. Iba a ser difícil dado que ni yo mismo lo tenía claro.

-         En verdad hay muchos motivos, Ted. Harry dice que estoy en deuda contigo por la última vez, y un punto de razón tiene. Además hiciste bien en frenarme, porque no debí hablarle a sí a tu hermano. Me gustaría que lo hubieras hecho sin insultarme, pero puedo ver que no te sientes particularmente orgulloso de eso. Estabas picado conmigo y se te escapó, aunque hasta entonces hiciste un buen trabajo controlando tu enfado. Yo no pretendía alejarte de Michael, ni de Andrew. Y tal vez sí debería haber recogido a tus hermanos del colegio. Si lo hubiera hecho quizás Zach y Harry no hubieran llegado a pelear. – le dije, y me senté a su lado en la cama. – No estás pasando por una buena época y lo último que quiero es ser un motivo más para que lo pases mal. Tal vez no me tengas miedo, pero si saliste corriendo fue porque algo en esa situación te recordó a lo que viviste con Agustina. Odiaría pensar que te he dado motivos para creer que… No sueles hablarme mal, ni siquiera eres especialmente respondón como los gemelos, y puede que por eso mismo sobrerreaccionara la primera vez que lo hiciste. No lo has vuelto a hacer, porque la última vez no cuenta, y yo no le puedo dar tanta importancia a una sola palabra. Le he dejado pasar muchas faltas de respeto a Alejandro y a Michael. No puedo ser más exigente contigo solo porque no me tengas acostumbrado a eso. Y todo eso no son más que excusas, porque el verdadero motivo es que creo que no te lo mereces. Hay otras formas de enseñarte qué cosas no pueden volver a pasar y por eso vas a meter el dinero de tu paga en el tarro.

Ted me escuchó sin interrumpirme. Pude ver que estaba luchando contra la idea. Él era más duro consigo mismo de lo que nunca podría llegar a ser yo, y su sentimiento de culpabilidad muchas veces llegaba a ser malsano. Mi mente recordó fugazmente aquél episodio cuando tenía trece años y se hirió la mano de tanto rascarse porque pensaba que yo había llegado a una especie de límite y estaba harto de él. Impulsado por ese recuerdo, le agarré el brazo para llamar su atención.

-         Eso es lo que he decidido y eso es lo que va a pasar. Nada más. Cuando cometes un error, tienes que enfrentar unas consecuencias, pero tú no escoges cuáles son. Puedes protestar si alguna vez crees que soy demasiado duro contigo, pero ni siquiera tienes permitido pensar que he sido demasiado blando. Que tú creas merecer una cosa y yo haga otra no significa que ya no quiera tratar contigo o que me haya cansado de llamarte la atención. Te estás haciendo mayor, eres mayor ya, y vas a tener que aprender a lidiar con la culpabilidad. Harás cosas en la vida que merezcan que te sientas culpable. Esto no. Esto fue una tontería. Y no quiero que te tortures por ello. – le dije, y le abracé mientras esperaba que mis palabras fueran entrando en su cerebro y se quedaran allí para siempre.

Él me devolvió el abrazo y le escuché suspirar. Apoyó la cabeza en mi hombro y no se separó de mí cuando me respondió.

-         No tengo dinero para meterlo en el tarro – murmuró. – Me lo gasté todo este mes.

En mí. Se lo gastó en mí y en mi fiesta de cumpleaños.

-         Entonces tú limpiarás la arena de Leo por una semana. – le indiqué. – Así otra vez lo pensaréis dos veces antes de regalarme un gato.

-         No me importa limpiar su arena. Merece la pena por ver la cara que pones cuando se sube a tu cama con tu camiseta en la boca, como si fuera su presa. Te derrite cuando hace eso y no puedes disimularlo.

Sonreí, porque tenía razón, y pensé en el gatito por un momento, preguntándome dónde podía estar. A veces se escondía durante horas debajo del sofá o en algún hueco ridículamente pequeño y solo salía para comer o beber.
-         No es el único gatito que se sube a mi cama – le dije. - ¿Cómo acabasteis aquí Zach y tú?

-         Le vi salir después de que le… de que hablaras con él, y vine a hacerle compañía. Estaba un poco de bajón, así que se me ocurrió lo de las sombras para distraerle un rato.

-         Nunca dejaré de asombrarme de lo buen hermano que eres, canijo.

Ted se volvió a avergonzar. ¿Es que ni siquiera podía decirle un cumplido? Se echó para atrás sobre el colchón y se tumbó, mirando al techo. Puse una mano sobre su pelo y él cerró los ojos, anticipándose a mis caricias.

-         ¿Quieres dormir un rato? – le pregunté. La pasada noche no había sido precisamente una noche de descanso.

-         No. Tengo que ir a por los enanos al cole. Tú tienes que quedarte aquí con Kurt y haciendo la comida. Ya es casi la hora de que salgan.

Suspiré. Era verdad y él tenía razón. Tenía que quedarme con Kurt, y además debía seguir hablando con Michael.

-         No me gusta demasiado que vayas solo…

-         El médico dijo vida normal, papá. Te recuerdo que hoy iba a volver a clases si no… hubiera habido imprevistos.

-         Touché. Pero llévate el móvil y me llamas si pasa algo o si simplemente te sientes cansado o…

-         Me llevo el móvil. Pero no va a pasar nada.

-         Solo ten cuidado – insistí, algo intranquilo.

Ted asintió y fue a prepararse para salir. Aún no podía conducir, así que ir hasta el colegio iba a llevarle un rato. Bajó al primer piso y yo fui detrás de él. Sonrió al ver a Kurt medio dormido en brazos de Michael, que le estaba leyendo un cuento.

-         Mírale, todo un padrazo – se burló. Michael le lanzó una mirada envenenada.

-         Enano, ¿no eres ya un poco mayor para esto? – se quejó Michael.

-         ¡No mayor! – protestó Kurt.

-         Es normal que con seis años le lean cuentos, Mike. Sobre todo si está malito y mimoso. ¿Cómo te sientes, campeón? ¿Michael está cuidando bien de ti?

Kurt asintió y para remarcarlo se acomodó mejor en el regazo de su hermano.

-         No quiero que se vuelva a ir – declaró Kurt, con un gimoteo. Los recuerdos de la tarde anterior debían de estar agolpándose en su pequeña cabecita. Los enanos pasaron bastante miedo.


- No va a ir a ningún sitio, campeón. – le aseguré, mirando a Michael a los ojos, como diciéndole “Es una promesa”. 

6 comentarios:

  1. Maravilloso como siempre. Cualquier padre se puede equivocar, sobre todo en un momento de tanta tensión. Aidan es demasiado bueno como hermano, primo, papá o lo que sea. Casi te podría decir que leer tu historia más de una vez me ha hecho ver a mi familia con otros ojos. Un capítulo largo pero que de verdad no lo parece. Solo queda pedirte que actualices pronto.
    Un abrazo Dream,
    Wenseslao

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  2. Dream que capítulo tan más bueno te has mandado...
    Pero déjame decirte que me quitas una preocupación y me sumas dos más...
    Porque es que esperaban que Michael llegara al juicio!!
    no sé pero pensé que iba acabar cobrando Michael cuando Aidan dijo que después de abrazarlo lo iba a matar
    Mm y quiero saber también como es que Andrew de la nada los esta ayudando... aayy Dream son tantas cosas...
    Espero continúes pronto posfiiiss!!

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  3. Lo leí dos veces super hermoso, actualiza porfa que nos dejas con ganas de seguir leyendo

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  4. Por favor por favor por favor tienes que continuar con esta historia.

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  5. continua porfa :"v, desde hace casi un año que estoy con la intriga de que es lo que pasa :"v, es la historia que más amo en el mundo :"v

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