Los niños del país de la
eterna primavera.
Capítulo 3: Como niño rico
-Hijo, ya salte,
ya tenemos que irnos. – le dijo Horacio a su hijo.
-Bueno papá-
Manuel se despidió de los chicos Fernández Strauss y salió de la alberca. Pero
ya hacía un poco de aire y como ya no había casi sol se empezó a enfriar y empezó
a tiritar de frío. Pero para su suerte en ese momento la señora Fernández, que
había estado cocinando algo para cenar, salió con varias toallas.
-Ten hijo,
no te vayas a enfermar. – le dijo dándole una toalla.
-Muchas
gracias, señora. – Le respondió Manuel un poco ruborizado. Pero la señora
Fernández ya estaba llamando a sus hijos y dándoles las otras toallas.
Manuel se
envolvió en la toalla, recogió su ropa que había dejado secando en el camastro
y se la puso cubriéndose con la toalla. Aunque no pudo evitar hacer una mueca
de incomodidad cuando el jeans rozó su trasero.
-¿No quieren
quedarse a cenar? – dijo la señora
-No, muchas
gracias de verdad, pero mi esposa y mi hija deben estar esperándonos para
cenar. Muchas gracias – y se dirigió a su hijo- apúrate Manuel, ya nos vamos.
El chico
acabó de vestirse mientras su papá se despedía de su jefe y de sus hijos. Después
se fueron al garage donde aparcado a lado de las dos camionetas BMW de los
Fernández estaba su sencillo Tsuru color blanco.
Manuel se
subió al asiento del copiloto y su papá puso el radio en el camino a su casa en
Tlayacapan.
Cuando llegaron
la mamá estaba un poco inquieta cuando los saludo, pero como no dijo nada
decidieron que no era importante y se sentaron a cenar con mi familia. Manuel le
contó las travesuras que habían hecho a su hermanita de ocho años, pero
obviamente omitió algunos detalles como la paliza que les habían dado a
Jonathan y a él.
Cuando habían
terminado de cenar la mamá le sugirió a Manuel que se llevara a su hermanita a
ver un rato la tele al piso de arriba donde estaban los cuartos de la familia.
Manuel entendió que querían hablar un rato a solas y les hizo caso. Nunca se
imaginó de que hablarían sus padres.
-Ay Horacio,
no sé cómo decírtelo. ¿Nuestro hijo? ¡Nuestro propio hijo! ¿Cómo puede ser?
-Tranquila
mujer. ¿Qué pasa? Explícamelo para que lo podamos resolver.
-Mejor ven a
verlo tu mismo. – Le dijo su esposa y sacó una maleta y la abrió mostrando
varios gajos fajos de billetes y de paquetes de unas plantitas secas y otros de
polvo blanco.
-¿Qué? ¿Qué
es esto, María?
-Lo encontré
debajo del colchón de Manuel, estaba tendiendo la cama y pensé que sería buena
idea voltear el colchón por una temporada. Y me encontré con esto.
Horacio se
desplomó en una silla tratando de asimilar lo que veía, y cuando su esposa se
puso a llorar la abrazo.
-María,
amor, es nuestro hijo, y no vamos a perderlo, así tengamos que hacer lo
imposible, así tengamos que sacrificar nuestras vidas o hacer lo impensable. Lo
vamos a recuperar. Pero te pido que confíes en mí, por más duro que sea, por
más difícil que sea. – Y una vez que su esposa se había calmado un poco le
explicó el plan que tenía para castigar a su hijo, y aunque al principio le
costaba aceptarlo, al final cedió por el bien de su hijo.
Horacio
llamó a su hijo y María subió con la niña para distraerla con la televisión,
pero en su mente y en su corazón no dejaba de rezar por su hijo y por su
esposo.
Manuel se
quedó congelado cuando vio la mochila en manos de su padre. Y se espantó aún
más al ver las lágrimas en los ojos de su padre.
-¿Cómo puede
ser Manuel? En verdad ¿Cómo puede ser?
-Papá, no es
lo que parece.
-¿Y entonces
que es Manuel? ¿Billetes de Monopoly, pasto seco y talco? Por favor Manuel, sé
perfectamente que significa esto.
-Papá… - el
chico se quedó mudo y una lágrima se le corrió por la mejilla
-¿Papá qué?
Hijo, ¿Papá qué?
-Papá
perdón, de verdad, no lo voy a volver a hacer, por favor papá perdóname. No me
corras de la casa por favor papá. – y el niño se desplomó en el suelo llorando.
Horacio se
acercó a su hijo y lo abrazó. Le era difícil no ablandarse al ver a su hijo
así, pero por su bien tenía que ser fuerte.
-Hijo,
mírame, nunca te voy a correr de la casa, eres mi hijo. Pero por eso mismo me
voy a encargar de que en verdad esto no vuelva a ocurrir.
—¿Qué vas a
hacer Papá?
—Para
empezar esto hijo—dijo tomando todos los paquetes y vaciándolos en el excusado.
—Te voy a
castigar hijo, y no va a ser un castigo leve. Necesitas recordar que estas
cosas no se hacen. No solamente estás arruinando muchas vidas por unos
miserables pesos, sino que un día puedes acabar colgado de un puente. ¿Eso es
lo que quieres hijo? Porque yo no, y así tenga que hacer lo que más me duele no
me importa, si es por tu bien lo voy a hacer.
—¿Qué vas a
hacer Papá?
—Ya te dije,
te voy a castigar. Te voy a dar una paliza que no se te va a olvidar por el
resto de tu vida, mejor unos varazos ahorita que unos balazos después. Espérame
aquí.
El niño se
quedó pasmado en el suelo tratando de procesar todo, sus padres habían
encontrado su secreto, estaban terriblemente dolidos y aterrorizados, y le iban
a dar un castigo que ni en sus peores pesadillas había soñado.
Horacio
salió al pequeño jardín donde recientemente habían sembrado unos árboles
frutales, y cortó dos varas del ciruelo. Alguna vez un ocupado señor Armando le
había pedido que preparará una vara para castigar a alguno de sus vástagos, así
que siguió el proceso que había aprendido cortando las hojas y rebajando los
nudos contra algo limoso, solo que en dos varas un poco más grandes.
Cuando
Horacio entró su hijo seguía en el suelo.
—Hijo por
favor levántate —le dijo ayudándolo a pararse.
—Papi, por
favor no —dijo el chico como niño asustado al ver las varas en la mano de su
papá.
—Hijo por
favor, bájate los pantalones e inclínate en el sillón.
Después de
unos instantes en los que Manuel no movió ni un músculo, Horacio volvió a
hablar : —Hijo por favor, hazme caso, o si no tendré que pedirle a tu madre que
venga a ayudarme.
Y lentamente
Manuel se dirigió al sillón, desabrochó su pantalón y lo dejó caer hasta sus
rodillas.
—También el
bóxer hijo
—No papá
—si hijo, no
está sujeto a discusión.
Y en gran
desesperanza y con gran vergüenza Manuel bajó también su bóxer hasta las
rodillas antes de inclinarse en el sillón. Se sentía tan vulnerable, tan fuera
de lugar. ¿Qué hacía él, a sus 13 años, inclinado en el sillón desnudo de la
cintura para abajo y apunto de recibir una soberana paliza? Ni en sus peores
pesadillas.
Swish! Ahhh!
Manuel gritó
de dolor y trató de bloquear los golpes con las manos, pero su papá alcanzó a
deternerle los brazos contra su espalda
SWISSH!
SWISSH! SWISSH!
Los azotes
fueron seguidos de gritos de dolor de un atormentado niño recibiendo azotes a
los que no estaba acostumbrado. Y es que Horacio, un hombre bastante fuerte, no
estaba dando golpes suaves con la vara.
Después de
10 el niño estaba deshecho en lágrimas y le costaba respirar pues estaba
hiperventilando. Horacio hizo una pausa y lo dejó recuperarse unos 5 minutos,
pero después le dijo —hijo todavía no hemos terminado.
—Papi, por
favor, ya no puedo más, por favor, me voy a morir.
—Créeme
hijo, eso es precisamente lo que este castigo va a evitar, que te maten a
balazos. Así que aunque me parta el corazón, tengo que terminar el castigo.
Lo ayudó a
colocarse en posición, pues parecía que no tenía fuerza ni para eso. Tomó la
otra vara y comenzó el castigo colocándose del otro lado del sillón.
SHWISH
SHWISH, después de cada varazo se escuchaba un lastimoso gemido como el de
alguien que ya no tiene fuerza ni para llorar.
Y así el
padre del chico acabó el doloroso castigo con 10 varazos más.
Al terminar
el niño solamente se dejó caer al suelo y trató de rascarse la piel de su trasero
para aliviar el insufrible escozor. Pero su padre lo detuvo para que no se
lastimara más y le dio mejor un vaso de agua fría para que se aliviará con eso.
La escena
era bastante triste, pues el niño que lloraba desconsolado en los brazos de su
lloroso padre tenía las nalgas totalmente llenas de feas marcas rojas que acababan
en morado donde la punta de la vara había hecho su salvaje contacto.
Arriba la
mamá le tapaba los oídos a su hija que seguía viendo la televisión mientras se
enjugaba las lágrimas con los codos
Después de
un rato el niño se había calmado un poco y después de sonarse la nariz y
enjuagarse la cara con agua fría se dirigió a su papá.
—Pa tu sabes
que a esta gente no le va a gustar nada. —dijo el niño señalando la maleta y derramando
nuevas lágrimas.
—Lo sé Manu,
lo sé, no te preocupes, yo te voy a cuidar y me voy a encargar de que no te
molesten hijo. Ahora vente a dormir.
Y Horacio lo
cargó con cuidado a su cuarto y lo puso en su cama. Al dejarlo ya estaba
quedándose dormido, y no pudo evitar lo que hacía unos 8 años no hacía, le dio
un beso de buenas noches.
Pero cómo fue que Manu cayó en eso??
ResponderBorrarAhora si le fue muy mal pobre pero en lo que está metido no es un juego eso es muy peligroso!!
Que bueno fue encontrar un capi más!!