Páginas Amigas

lunes, 8 de julio de 2019

Capítulo 13




Luis POV
Me desperté con el radiante sol de playa, y los graznidos de las garzas que entraban por la ventana abierta, a la cual ya le habíamos puesto mosquitero.
Un par de semanas después de que nos mudáramos a Puerto Escondido, la vida pasaba lentamente para mí, pues estaba de vacaciones forzadas y Daniel se había ido a vivir con el Pastor. Durante este tiempo Jonathan había pasado a ser un amigo muy cercano para mí, casi como un primo.
Me senté en mi cama y vi que él seguía dormido en la suya. El reloj de mi celular mostraba las 7:02. Agarré una toalla, unos shorts azul claro de nadar, un traje de baño tipo speedo y una playera polo blanca con un escudo azul marino en el pecho, y me dirigí en crocs a la única regadera que había en la casa. Mi papá acababa de salir de bañarse y me saludo con un “buenos días” que yo correspondí, e inmediatamente me encerré en el baño para que nadie me ganara la regadera.
El agua estaba casi fría, pues solamente tenían un calentador solar y en las mañanas no funcionaba muy bien, así que me di un baño rápido y salí después de vestirme.
El olor del desayuno me hizo rugir el estómago, y entré a la cocina a ver que habían preparado, y ayudar a poner la mesa. Antes ese era el trabajo de la muchacha, pero como tampoco tenía mucho que hacer, no me quejaba demasiado.
Después de un rato, cuando ya todos estaban levantados y arreglados, nos sentamos a comer. Noté que Jonathan se había puesto ropa de la que le había regalado y que yo ya casi no usaba, hoy llevaba un short beige y una polo blanca parecida a la mía pero más deslavada. El único que no estaba a era el papá de Jonathan, pues el entraba a trabajar a las 6 de la mañana. Comimos animadamente, y aunque la comida era muy sencilla, cocinaban muy rico.
Mis papás se fueron al seminario y yo me quedé solo con Jonathan, su hermana y su madre. Se suponía que Jonathan estaba en Homeschooling y que tenía que estudiar con las copias de libros de texto que tenía , pero la verdad es que estudiaba muy poco y a sus papás no parecía importarles demasiado con que aprobará los exámenes que el gobierno hacía para regularizar a los adultos analfabetas y darles certificados de estudios, el nivel de los cuales era bajísimo.
Así que mientras Noemí y la hermana Betty lavaban los trastes del desayuno Jonathan y yo nos salimos de la casa y caminamos las dos cuadras que nos separaban de la playa, de ahí caminamos por el borde de la playa unos cientos de metros hacia la zona hotelera, chapuzando los pies en las olas y haciendo carreritas cortas.
Cuando íbamos a llegar Jonathan me hizo una seña para que me detuviera un momento, y me di cuenta por qué: había un reptil arrastrándose hacia el mar.
—No te asustes, no pica—me dijo seguramente notando que me había puesto pálido—solamente estrangulan a sus presas, pero tu eres demasiado grande para ella.
—No sabía que había víboras marinas.
—Pues algunas serpientes nadan, y no solamente en agua dulce. Aunque no es una víbora sino una serpiente, porque no es venenosa. —me corrigió
 Llegamos a la zona hotelera, que estaba llena de turistas, y cambiamos nuestra actitud. Yo me relajé y puse una sonrisa, mientras Jonathan se distanciaba un poco y ponía una expresión más seria. Buscamos entre los grupitos de gente hasta que me fije en uno formado por varios chicos y chicas, me di cuenta que eran españoles por su inconfundible acento.
Me acerqué a ellos sonriente y Jonathan me siguió a una distancia corta.
—Hola amigos. ¿Cómo están? ¿Disfrutando la playa mexicana?
—Sí—respondieron algunos de ellos, los otros absortos en saborear sus cervezas y otras bebidas.
—Yo también. Yo soy de la ciudad de México, y en el hotel me recomendaron a este guía turístico para que me enseñara las mejores playas de aquí, pero me dice que solamente acepta grupos de más de 5 personas.
Jonathan sonrió y los saludo con la mano.
—¿En serio hay mejor playa que esta?—dijo un chico fornido dándole un sonoro sorbo a su coco alcoholizado y besando a una chica pelirroja, para después hacer una seña con sus brazos de contemplación al firmamento.
—Si jefe, playas con menos gente, ruido y basura, playas llenas de caracoles de mar, o la de las tortugas. —dijo Jonathan, y a lo último las chicas reaccionaron con emoción.
—¿Tortugas de mar? Yo quiero ver eso.
—Sí. Y por la época probablemente vean la marcha de las tortuguitas bebés de sus nidos al mar.
—O también puedo llevarlos al barco-bar. —a eso los chicos también se emocionaron y después de un rato de discusión acordaron todos que irían primero a la playa de las tortugas y luego al barco-bar.
—¿Cuál es tu tarifa? —pregunto uno de los chicos.
—10 dólares por persona, todo el recorrido.
Los chicos sin problema sacaron los billetes y se los pagaron a Jonathan. Eran 8 así que teníamos 80 dólares, al final del día él me daría la mitad.
—¿Y cómo nos vamos?
—Podemos ir caminando, pero mi recomendación es que renten una lancha.
Entre todos pagaron a un lanchero por el recorrido y así nos subimos todos a la lancha con rumbo a la playa de las tortugas.
 Daniel POV
Por mi parte habían pasado varias semanas de enseñanzas bíblicas, doctrinales y de evangelismo. Comenzaba a entender la base de su doctrina y aprendí casi de memoria los versículos sobre los que sustentaban sus creencias, aunque mientras más leía la Biblia más percibía que distorsionaban todo. También aprendí las técnicas de manipulación, que usaban para su evangelismo.
“La gente cuando está pasando por un momento difícil como una enfermedad, un despido, la muerte de un ser querido o un divorcio, es cuando están más sensibles a escuchar la palabra.” Había dicho el pastor y yo lo había traducido en mi mente como “más vulnerables a nuestra ideología distorsionada”.
Estaba en otra de las reuniones cuando uno de los
A veces las reuniones eran en un gran salón de conferencias con todos los alumnos del seminario presentes, pero normalmente nos separaban por edades, sexo, casados y no casados, etc… en clases más pequeñas con alguno de los pastores o “hermanos más sabios”.
Estaba en una de estas, conformada exclusivamente paras los más prometedores candidatos a pastores, y en esta ocasión nos instaban a dedicarnos en cuerpo y alma a la evangelización sin preocuparnos demasiado de casarnos o de éxitos académicos o profesionales. “Eso llegará por añadidura” nos dijo el pastor visitante haciendo referencia a un versículo que dice que busques primero las cosas de Dios.
Uno de los jóvenes de la iglesia local, que ayudaba en la organización del seminario, entró y me tocó el hombro para señalarme que saliera un momento.
―Lamento interrumpirlo hermano Daniel, pero Ruth está enferma y el pastor me encargo que le pidiera que lleve a su esposa y a sus hijos a la casa. ―Me dijo entregándome las llaves de la camioneta que le habíamos regalado.
Genial, así que ya me agarraban de chófer, ¿o era que me consideraba como un hijo y tenía la confianza de pedírmelo? Me guardé la duda para mí y asentí tomando las llaves.
Caminé hacia el salón donde me dijeron que estaban, y llegué para ver a la pobre mujer cargando a su pálida hija y discutiendo con su hijo.
―No John, ya te dije que lo siento, pero no te puedes quedar. Tu papá dijo que tenías que nos regresáramos todos.
―Pero estábamos a punto de hacer la representación de la batalla de Gedeón―se quejó el niño todavía disfrazado de soldado antiguo.
―Gracias Daniel, que bueno que llegaste, ¿me ayudas por favor? ―me dijo ignorando a su hijo y extendiéndome una maleta con las cosas de sus hijos y su bolsa.
Yo tomé las cosas y la seguí hacia el estacionamiento, y noté que John al quedarse sin opciones comenzaba a caminar detrás de nosotros. Cuando llegamos abrí las puertas y guarde las cosas en la cajuela, mientras su mamá acomodaba a Ruth en el asiento de en medio. John se subió a la camioneta de malas y azotó la puerta de la camioneta.
―Perdón―dijo algo asustado, pero nadie le respondió
Yo encendí la camioneta y salí del estacionamiento, y conduje lo más rápido que pude sin arriesgar un accidente, pero no fue lo suficientemente rápido, pues Ruth no aguantó y vomitó. Su mamá alcanzó a poner un suéter debajo para que no ensuciara toda la camioneta, pero por mala suerte era de John, quien inmediatamente gritó:
―¡NO! Cómo se te ocurre vomitar en mi suéter. ¡Cochina! ―le gritó enojado a su hermana.
Alcancé a ver por el retrovisor que su hermana lo miraba triste y con su cara todavía pálida por el dolor.
―Perdón. ―dijo con dificultad
―Claro que no te perdono, vomitaste encima de mi suéter.
―Ya cállate, John. No es su culpa. Y déjame decirte que ya te ganaste la vara, has estado con mala actitud y esto ya es el colmo, gritándole a tu hermana cuando se siente mal.
John se cruzó de brazos y yo me apuré a llegar sin intervenir en la discusión, aunque por un lado estaba de acuerdo en que castigaran al niño. No estaba de acuerdo con los métodos de disciplina de esta gente, pero el niño había sido súper desconsiderado con su hermana y sí merecía un castigo.
Cuando llegué uno de los chóferes del Señor Pedro me abrió la reja y estacioné la camioneta al lado de una Expedition Max propiedad de su familia.
—Gracias Daniel.—me dijo al bajar de la camioneta—me puedes ayudar a meter las cosas en lo que yo atiendo a Ruth y a John.
Yo asentí, consciente que el tipo de atención que les daría a sus hijos sería diametralmente opuesta. Pero en ese momento Ruth volvió a vomitar en el suelo.
—No, sabes qué. Daniel, por favor encárgate tu de John, yo tengo que ver que tiene esta niña.—Me dijo.
—Con mucho gusto—dije yo y John me miró horrorizado, a lo que yo puse cara de confusión.
—¿De refiere a que le eche un ojo mientras usted atiende a su hija, no? —pregunté para cerciorarme de haber entendido bien.
—No Daniel, eso también, pero necesito que tu castigues a John.
Yo me quedé petrificado del shock. ¿De verdad pretendía esta mujer que castigara a su hijo? Pero ni siquiera me dio tiempo de protestar y se dirigió a la casa cargando a Ruth. El chófer que nos había abierto la puerta se acercó con una manguera a limpiar la vomitada, así que yo tomé las cosas de la cajuela y cerré la camioneta. Noté que John me seguía sin decir nada, aunque se había portado muy mal, ahora que me tocaba a mi estar a cargo ya no me parecía buena idea castigarlo. Entré a la casa y dejé las cosas de los niños y de su mamá en el cuarto del pastor, y después entré a nuestro cuarto. John estaba sentado en su cama con la cabeza gacha, yo cerré la puerta y me metí al baño a lavarme las manos pues me había ensuciado un poco con el suéter de John, mientras pensaba como decirle que yo no le iba a pegar, pero que tenía que llorar de mentira y decirles a sus papás que si lo había corregido.
Salí del baño,  tomé la vara y me senté en mi cama.
—John, tu sabes que te portaste muy mal y fuiste muy grosero con tu mamá y con tu hermana cuando ella se sentía muy mal. No es su culpa estar enferma.—Comencé a hablar con él. Pero él se bajó los pantalones claros de pana y calzoncillos blancos de algodón y se inclinó sobre mi regazo como pudo, pues no alcanzaba por su estatura.
Yo me quedé mudo por un momento y sentí como la adrenalina se me subía, pues no era lo que me esperaba.
—No John, yo no quiero pegarte. —dije demasiado tarde pues me había malentendido
—Pero yo me porté mal y necesito que me corrijan.—me dijo con una sinceridad (adoctrinamiento?) qué me hizo estremecerme.
Yo me quedé pasmado pensando por un momento, pero la situación era incómoda pues tenía un niño desnudo en frente, así que tuve que tomar una decisión rápida. El niño parecía convencido de que merecía el castigo, y seguramente no seguiría mi plan de engañar a sus padres, así que solamente me metería yo en problemas y perdería la confianza del pastor. Si realmente quería salvar a todos los niños y niñas que estaban sufriendo la tiranía en sus casas, incluyendo al pequeño John tenía que seguir simulando que me había convertido realmente.
Así que sin estar convencido del todo, jalé a John para acomodarlo entre mis piernas y como no puso resistencia fue bastante fácil. Sus pálidas nalgas habían quedado justo en frente de mí, y se veían muy vulnerables ante la vara que sostenía con mi mano derecha. Traté de recordar las cosas que le había dicho a su hermana, para ser capaz de pegarle, y no pude evitar preguntarme si mis padres habían tenido que hacer lo mismo las primeras veces que nos pegaron a Luis y a mi.
Swish solté el primer batazo justo en medio de las dos nalgas. Estás rebotaron con el impacto y casi inmediatamente una ligera marca rosada se formó en donde la vara había impactado. Sentí el cuerpo del niño tensarse, pero no hizo ningún ruido ni intento de defenderse.
Swish dejé caer la vara por segunda vez, con menos fuerza, pero al parecer no hizo ningún efecto. Así que di el tercero considerablemente más fuerza
Swish  silbo la vara en un tono más agudo
Auuu! Gritó John, pues no se la esperaba tan fuerte.
—Perdón—dije instintivamente y me detuve.
Estuve paralizado así un momento más, hasta que sentí a John revolverse en mi regazo y girar la cabeza hacia mí.
—¿No sabes castigar con la vara?—me preguntó en su infantil tono, desde su extraña posición. —¿A ti también te pegan tus papás y mi papá, no?
Yo asentí con la cabeza.
—Sí sé porqué me han castigado—dije lo que bajo ninguna otra circunstancia admitirá ante un niño más chico que yo. —pero es mi primera vez que castigo a alguien.
Me miró con simpatía y me dijo
—Se supone que tengo que llorar para que el castigo me purifique de mis pecados.—me dijo bajando la voz.—A veces trató de llorar rápido pero no siempre puedo. —admitió avergonzado.
Yo no pude evitar acariciarle la cabeza de ternura. Estaba haciendo lo que se me hacía impensable comprender de mis padres: lastimando y maltratando a seres humanos indefensos y débiles, a los que se suponía que debía cuidar.
Sentí algo en mis ojos. ¿Eran lágrimas? ¿En serio estaba llorando?
—Tal vez verme llorar te ayude a llorar más rápido. —le dije casi sollozando. Y volví a acomodarlo.
Swish swish swish. Di tres varazos rápidos con fuerza moderada que lo hicieron saltar y escuche que ahogaba una exclamación de dolor. Una pequeña marca más rojiza sobresalía donde los nuevos varazos intersectaban a los anteriores.
Swish swish
Continué atrapando con mis piernas sus piernas y presionando mi brazo izquierdo sobre su espalda, pues se estaba moviendo mucho ya. Ante estos últimos si exclamó de dolor.
—Ya Daniel—rogó, pero yo continué
Swish  Swish
—Ya Ya Ya! Escuché que exclamaba y comenzaba a sollozar, justo antes de que yo dejara caer el próximo varazo.
Solté la vara y lo levanté de un tirón, un poco bruscamente pero no intencionalmente. Noté que tenía lágrimas en los ojos y se las enjugué con el dorso de mi mano, justo antes de hacer lo mismo con las mías. Acto seguido lo abracé.
—Ya está, campeón, ya pasó. Le dije sujetándolo en un fuerte abrazo. Y dejé que llorara un rato en mi pecho.
Cuando ya se había calmado un poco (y yo también). Lo separé un poco y le subí con cuidado su calzoncito y después su pantalón. Hizo una mueca de dolor pero no se quejó más.
—Gracias por la corrección.—dijo la frase ritual.—Y gracias por preocuparte por mí y no querer pegarme. —dijo después con sinceridad. Yo le agité el pelo café que le colgaba en un fleco corto mal despeinado.
Caminé hacia el baño para lavarme la cara y sonarme, pero me di cuenta que John me miraba confundido, y yo le devolví la mirada aún más confundido.
—Falta la oración. —me dijo cuando se percató que yo no comprendía.
Ah. Yo me regrese y me hinqué en la cama, cruzando las manos en señal de oración, y el hizo lo mismo.
—Padre mío, perdona mi pecado y mi rebeldía para con mi madre, y perdóname por haber lastimado a mi hermana con mis palabras. En el nombre de tu hijo. Amén.
—Amén.—correspondí yo y me levanté ahora sí al baño a lavarme la cara.
Cuando John había hecho lo mismo, guardé la vara en su lugar y abrí la puerta.
—Ahora ve a ver como está tu hermanita. —le dije y el asintió con una sonrisa y salió del cuarto. Yo cerré la puerta otra vez y me dejé caer en mi cama a meditar, pues me sentía muy raro.
Luis POV
Unas horas después
Ya habíamos ido a la playa de las tortugas, en la que los turistas habían ayudado a las pequeñas crías a llegar al mar y donde los que mejor se lo habían pasado con las tortugas eran las chicas. Ahora estábamos en el barco-bar, donde los chicos se estaban dando vuelo con la falta de implementación respecto a la edad legal para beber, y algunas chicas también estaban tomando un poco.
Yo estaba contemplando el atardecer y pensando en la diferencia de gente que había en este puerto.
—¿Tú no tomas?—me sobresaltó alguien sentándose al lado de mí en la mesa.
Miré quién era buscando un pretexto para no tomar, pues no quería tener problemas con mi padre esta noche.
―Aquí también es ilegal tomar antes de los 18―dije aunque lo ilegal no era tomar sino vender a menores la bebida.
―Pues como que aquí no les importan mucho las leyes, ¿no? ―dijo señalando con un ademán el barco lleno a reventar de adolescentes alcoholizados.
―Jajaja―no pude evitar reírme― eso es cierto.
Me ofreció un poco de su cerveza y yo acepté, tomando un poco de la cerveza helada.
―¿Curioso, no? ―siguió su monologo―Venir hasta Méjico a tomar cerveza europea y pagar el triple de su valor. ―dijo señalando a la botella que ahora yo detenía.
―Bueno, pero no solo es la cerveza. ―Protesté yo en defensa de mi país. ―Es el ambiente, la playa, la música, la falta de reglas.
―No lo puedo negar. ¿Cómo dijiste que te llamabas?
―Luis. ―dije y acto seguido―encantado de conocerte.
―Igualmente. ―respondió con una sonrisa―yo soy Elena.
Me fijé por un momento en la chica. Tenía idea de haberla visto ya varias veces en el recorrido, con un chico muy fuerte que andaba encima de ella todo el tiempo. Era pelirroja, con facciones finas y una cara bonita y sus ojos eran cafés amielados.
―¿En qué pensabas? ―me preguntó
―Solamente disfrutaba el atardecer―respondí―¿no es hermoso?
―Sí, pero se notaba que estabas pensativo, no solamente contemplativo.
―Y tu novio―le pregunté tratando de cambiar de tema
―¿Ese?―señaló al chico fornido y que ahora además tenía la cara enrojecida por la borrachera y contemplaba embelesado las semidesnudas bailarinas del bar. ―ya quisiera ser mi novio. Me lo tiro, pero de novio ni regalado.
Yo me quedé un poco sorprendido porque creí que los españoles eran relativamente más conservadores.
―¿Qué edad tienes? ―me preguntó y estuve a punto de mentir
―15 años, ¿por qué? ―mentí un poquito
―No sé, dímelo tú. ―se encogió de hombros―¿aquí es importante o es como el alcohol, irrelevante?
―Un poco más―reconocí―¿qué edad tienes tú? ―dije y sentí que se me ruborizaban las mejillas y se me aceleraba el ritmo cardiaco.
―16 años. ¿Supongo que no será un problema?
Iba a decirle que no cuando una potente voz me interrumpió
―ATENCIÓN PASAJEROS―Se escuchó en las bocinas del pasajeros.―EL CAPITÁN DEL BARCO LES INFORMA QUE NUESTRO PRÓXIMO DESTINO ES EL HOTEL CARACOL. SIGAN DISFRUTANDO SU ESTANCIA POR FAVOR
En seguida el reggaetón volvió a las bocinas del barco. Noté que Jonathan me hacía señas de que revisara mi celular, pero esto era más importante. Apagué mi celular aunque noté varios mensajes de texto de él.
―Supongo que no. ―dije estúpidamente, como si no hubiera pasado.
―¿Perdón? ―me dijo como si hubiera dicho alguna incoherencia.
―No nada. ―murmuré rojo de vergüenza.
―Jajaja. Son tan ingenuos ustedes los mexicanos. Claro que te entendí―me dijo haciéndome cosquillas en el pecho. A lo que inmediatamente yo sentí otro golpe de adrenalina y excitación.
Habíamos llegado al hotel y algunos pasajeros se estaban bajando, pero en ese momento personal del barco-bar pasó diciendo que todos los menores de edad tenían que bajarse aquí, porque había un operativo de la policía en su próximo destino. Muchos estaban tan alcoholizados que literalmente los bajaron a empujones.
―Parece que hasta aquí llegó la fiesta hoy. ― dijo Elena.
―Supongo que sí
La ayudé a bajar del barco y entramos a un área común del hotel junto con los demás chicos españoles y otros 20 adolescentes en distintos estados de ebriedad. Noté que Jonathan nos seguía con cara de preocupación.
―Voy a pedir un taxi hotelero para ellos. ―me susurró en el oído―tenemos que irnos rápido de aquí.
Yo asentí, sin comprender el porque de su prisa.
―Cuál es su hotel, ¿señorita? ―le preguntó a Elena y ella le dijo que se hospedaban en el Santa Fe.
Jonathan habló con una recepcionista del hotel y pidió un taxi hotelero para que los llevara.
―¿Y el de usted? ―me preguntó para continuar la simulación.
―Yo estoy hospedado en este. ―Mentí. ―Muchas gracias. ―y saqué un billete de 5 dólares y se lo dí.
―¿Y eso por qué es? ―me preguntó Elena acariciándome el hombro.
―Propina
―Ah, ¿se le tiene que dar propina? ―me preguntó y sin esperar mi respuesta les sacó un billete de diez dólares a cada uno de los chicos más borrachos, incluyendo su “novio”, y se los dio a Jonathan. ―Muchas gracias, estuvo genial el recorrido.
Cuando la camioneta llegó por ellos, yo me despedí de Elena.
―Hasta luego―le dije despidiéndome con un beso en la mejilla. ―un placer haberte conocido.
―Hasta muy pronto―me dijo―¿Sabes? Había decidido tirarme a por lo menos un mexicano en este viaje, y ya encontré a quién―lo último me lo susurró poniendo una servilleta en mi bolsa del short.
―Hey. Despierta. ―Me sacudió del hombro Jonathan pues me había quedado petrificado y con una sonrisa congelada.
―¿Qué?
―Nos tenemos que ir ya.
Yo lo seguí cuando salió del hotel. Y saqué la servilleta iluminándola con el flash de mi iphone.
Era un número telefónico con la clave lada de España.
Unas cuadras después, donde la iluminación pública era cada vez menor, llegamos a la casa de Jonathan.
Entramos y estaban todos sentados ya en la mesa, cenando.
―No te imaginas hermano, que tristeza sentí al ver a todos esos chicos atrapados en las garras del enemigo y del alcohol, bajando de ese barco. ―Escuché, mientras me sentaba en mi lugar, que le decía el papá de Jonathan a mi papá.
Continuará…

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