Luis POV
Me desperté con el radiante sol de playa, y los
graznidos de las garzas que entraban por la ventana abierta, a la cual ya le
habíamos puesto mosquitero.
Un par de semanas después de que nos mudáramos
a Puerto Escondido, la vida pasaba lentamente para mí, pues estaba de
vacaciones forzadas y Daniel se había ido a vivir con el Pastor. Durante este
tiempo Jonathan había pasado a ser un amigo muy cercano para mí, casi como un
primo.
Me senté en mi cama y vi que él seguía dormido
en la suya. El reloj de mi celular mostraba las 7:02. Agarré una toalla, unos shorts
azul claro de nadar, un traje de baño tipo speedo y una playera polo blanca con
un escudo azul marino en el pecho, y me dirigí en crocs a la única regadera que
había en la casa. Mi papá acababa de salir de bañarse y me saludo con un “buenos
días” que yo correspondí, e inmediatamente me encerré en el baño para que nadie
me ganara la regadera.
El agua estaba casi fría, pues solamente
tenían un calentador solar y en las mañanas no funcionaba muy bien, así que me
di un baño rápido y salí después de vestirme.
El olor del desayuno me hizo rugir el estómago,
y entré a la cocina a ver que habían preparado, y ayudar a poner la mesa. Antes
ese era el trabajo de la muchacha, pero como tampoco tenía mucho que hacer, no
me quejaba demasiado.
Después de un rato, cuando ya todos estaban
levantados y arreglados, nos sentamos a comer. Noté que Jonathan se había
puesto ropa de la que le había regalado y que yo ya casi no usaba, hoy llevaba
un short beige y una polo blanca parecida a la mía pero más deslavada. El único
que no estaba a era el papá de Jonathan, pues el entraba a trabajar a las 6 de
la mañana. Comimos animadamente, y aunque la comida era muy sencilla, cocinaban
muy rico.
Mis papás se fueron al seminario y yo me quedé
solo con Jonathan, su hermana y su madre. Se suponía que Jonathan estaba en
Homeschooling y que tenía que estudiar con las copias de libros de texto que
tenía , pero la verdad es que estudiaba muy poco y a sus papás no parecía
importarles demasiado con que aprobará los exámenes que el gobierno hacía para
regularizar a los adultos analfabetas y darles certificados de estudios, el
nivel de los cuales era bajísimo.
Así que mientras Noemí y la hermana Betty
lavaban los trastes del desayuno Jonathan y yo nos salimos de la casa y caminamos
las dos cuadras que nos separaban de la playa, de ahí caminamos por el borde de
la playa unos cientos de metros hacia la zona hotelera, chapuzando los pies en
las olas y haciendo carreritas cortas.
Cuando íbamos a llegar Jonathan me hizo una
seña para que me detuviera un momento, y me di cuenta por qué: había un reptil arrastrándose
hacia el mar.
—No te asustes, no pica—me dijo seguramente
notando que me había puesto pálido—solamente estrangulan a sus presas, pero tu
eres demasiado grande para ella.
—No sabía que había víboras marinas.
—Pues algunas serpientes nadan, y no solamente
en agua dulce. Aunque no es una víbora sino una serpiente, porque no es
venenosa. —me corrigió
Llegamos
a la zona hotelera, que estaba llena de turistas, y cambiamos nuestra actitud. Yo
me relajé y puse una sonrisa, mientras Jonathan se distanciaba un poco y ponía
una expresión más seria. Buscamos entre los grupitos de gente hasta que me fije
en uno formado por varios chicos y chicas, me di cuenta que eran españoles por
su inconfundible acento.
Me acerqué a ellos sonriente y Jonathan me
siguió a una distancia corta.
—Hola amigos. ¿Cómo están? ¿Disfrutando la
playa mexicana?
—Sí—respondieron algunos de ellos, los otros
absortos en saborear sus cervezas y otras bebidas.
—Yo también. Yo soy de la ciudad de México, y
en el hotel me recomendaron a este guía turístico para que me enseñara las
mejores playas de aquí, pero me dice que solamente acepta grupos de más de 5
personas.
Jonathan sonrió y los saludo con la mano.
—¿En serio hay mejor playa que esta?—dijo un chico
fornido dándole un sonoro sorbo a su coco alcoholizado y besando a una chica
pelirroja, para después hacer una seña con sus brazos de contemplación al
firmamento.
—Si jefe, playas con menos gente, ruido y
basura, playas llenas de caracoles de mar, o la de las tortugas. —dijo Jonathan,
y a lo último las chicas reaccionaron con emoción.
—¿Tortugas de mar? Yo quiero ver eso.
—Sí. Y por la época probablemente vean la
marcha de las tortuguitas bebés de sus nidos al mar.
—O también puedo llevarlos al barco-bar. —a
eso los chicos también se emocionaron y después de un rato de discusión
acordaron todos que irían primero a la playa de las tortugas y luego al barco-bar.
—¿Cuál es tu tarifa? —pregunto uno de los
chicos.
—10 dólares por persona, todo el recorrido.
Los chicos sin problema sacaron los billetes y
se los pagaron a Jonathan. Eran 8 así que teníamos 80 dólares, al final del día
él me daría la mitad.
—¿Y cómo nos vamos?
—Podemos ir caminando, pero mi recomendación
es que renten una lancha.
Entre todos pagaron a un lanchero por el
recorrido y así nos subimos todos a la lancha con rumbo a la playa de las
tortugas.
Daniel
POV
Por mi parte habían pasado varias semanas de
enseñanzas bíblicas, doctrinales y de evangelismo. Comenzaba a entender la base
de su doctrina y aprendí casi de memoria los versículos sobre los que
sustentaban sus creencias, aunque mientras más leía la Biblia más percibía que
distorsionaban todo. También aprendí las técnicas de manipulación, que usaban
para su evangelismo.
“La gente cuando está pasando por un momento
difícil como una enfermedad, un despido, la muerte de un ser querido o un
divorcio, es cuando están más sensibles a escuchar la palabra.” Había dicho el
pastor y yo lo había traducido en mi mente como “más vulnerables a nuestra ideología
distorsionada”.
Estaba en otra de las reuniones cuando uno de
los
A veces las reuniones eran en un gran salón de
conferencias con todos los alumnos del seminario presentes, pero normalmente
nos separaban por edades, sexo, casados y no casados, etc… en clases más
pequeñas con alguno de los pastores o “hermanos más sabios”.
Estaba en una de estas, conformada
exclusivamente paras los más prometedores candidatos a pastores, y en esta
ocasión nos instaban a dedicarnos en cuerpo y alma a la evangelización sin
preocuparnos demasiado de casarnos o de éxitos académicos o profesionales. “Eso
llegará por añadidura” nos dijo el pastor visitante haciendo referencia a un
versículo que dice que busques primero las cosas de Dios.
Uno de los jóvenes de la iglesia local, que
ayudaba en la organización del seminario, entró y me tocó el hombro para
señalarme que saliera un momento.
―Lamento interrumpirlo hermano Daniel, pero Ruth
está enferma y el pastor me encargo que le pidiera que lleve a su esposa y a
sus hijos a la casa. ―Me dijo entregándome las llaves de la camioneta que le
habíamos regalado.
Genial, así que ya me agarraban de chófer, ¿o
era que me consideraba como un hijo y tenía la confianza de pedírmelo? Me
guardé la duda para mí y asentí tomando las llaves.
Caminé hacia el salón donde me dijeron que
estaban, y llegué para ver a la pobre mujer cargando a su pálida hija y discutiendo
con su hijo.
―No John, ya te dije que lo siento, pero no te
puedes quedar. Tu papá dijo que tenías que nos regresáramos todos.
―Pero estábamos a punto de hacer la
representación de la batalla de Gedeón―se quejó el niño todavía disfrazado de
soldado antiguo.
―Gracias Daniel, que bueno que llegaste, ¿me
ayudas por favor? ―me dijo ignorando a su hijo y extendiéndome una maleta con
las cosas de sus hijos y su bolsa.
Yo tomé las cosas y la seguí hacia el
estacionamiento, y noté que John al quedarse sin opciones comenzaba a caminar
detrás de nosotros. Cuando llegamos abrí las puertas y guarde las cosas en la
cajuela, mientras su mamá acomodaba a Ruth en el asiento de en medio. John se
subió a la camioneta de malas y azotó la puerta de la camioneta.
―Perdón―dijo algo asustado, pero nadie le
respondió
Yo encendí la camioneta y salí del
estacionamiento, y conduje lo más rápido que pude sin arriesgar un accidente,
pero no fue lo suficientemente rápido, pues Ruth no aguantó y vomitó. Su mamá
alcanzó a poner un suéter debajo para que no ensuciara toda la camioneta, pero
por mala suerte era de John, quien inmediatamente gritó:
―¡NO! Cómo se te ocurre vomitar en mi suéter.
¡Cochina! ―le gritó enojado a su hermana.
Alcancé a ver por el retrovisor que su hermana
lo miraba triste y con su cara todavía pálida por el dolor.
―Perdón. ―dijo con dificultad
―Claro que no te perdono, vomitaste encima de
mi suéter.
―Ya cállate, John. No es su culpa. Y déjame
decirte que ya te ganaste la vara, has estado con mala actitud y esto ya es el
colmo, gritándole a tu hermana cuando se siente mal.
John se cruzó de brazos y yo me apuré a llegar
sin intervenir en la discusión, aunque por un lado estaba de acuerdo en que
castigaran al niño. No estaba de acuerdo con los métodos de disciplina de esta
gente, pero el niño había sido súper desconsiderado con su hermana y sí merecía
un castigo.
Cuando llegué uno de los chóferes del Señor Pedro
me abrió la reja y estacioné la camioneta al lado de una Expedition Max
propiedad de su familia.
—Gracias Daniel.—me dijo al bajar de la
camioneta—me puedes ayudar a meter las cosas en lo que yo atiendo a Ruth y a
John.
Yo asentí, consciente que el tipo de atención
que les daría a sus hijos sería diametralmente opuesta. Pero en ese momento
Ruth volvió a vomitar en el suelo.
—No, sabes qué. Daniel, por favor encárgate tu
de John, yo tengo que ver que tiene esta niña.—Me dijo.
—Con mucho gusto—dije yo y John me miró
horrorizado, a lo que yo puse cara de confusión.
—¿De refiere a que le eche un ojo mientras
usted atiende a su hija, no? —pregunté para cerciorarme de haber entendido
bien.
—No Daniel, eso también, pero necesito que tu castigues
a John.
Yo me quedé petrificado del shock. ¿De verdad
pretendía esta mujer que castigara a su hijo? Pero ni siquiera me dio tiempo de
protestar y se dirigió a la casa cargando a Ruth. El chófer que nos había
abierto la puerta se acercó con una manguera a limpiar la vomitada, así que yo tomé
las cosas de la cajuela y cerré la camioneta. Noté que John me seguía sin decir
nada, aunque se había portado muy mal, ahora que me tocaba a mi estar a cargo
ya no me parecía buena idea castigarlo. Entré a la casa y dejé las cosas de los
niños y de su mamá en el cuarto del pastor, y después entré a nuestro cuarto.
John estaba sentado en su cama con la cabeza gacha, yo cerré la puerta y me
metí al baño a lavarme las manos pues me había ensuciado un poco con el suéter
de John, mientras pensaba como decirle que yo no le iba a pegar, pero que tenía
que llorar de mentira y decirles a sus papás que si lo había corregido.
Salí del baño,
tomé la vara y me senté en mi cama.
—John, tu sabes que te portaste muy mal y
fuiste muy grosero con tu mamá y con tu hermana cuando ella se sentía muy mal.
No es su culpa estar enferma.—Comencé a hablar con él. Pero él se bajó los
pantalones claros de pana y calzoncillos blancos de algodón y se inclinó sobre
mi regazo como pudo, pues no alcanzaba por su estatura.
Yo me quedé mudo por un momento y sentí como
la adrenalina se me subía, pues no era lo que me esperaba.
—No John, yo no quiero pegarte. —dije
demasiado tarde pues me había malentendido
—Pero yo me porté mal y necesito que me
corrijan.—me dijo con una sinceridad (adoctrinamiento?) qué me hizo
estremecerme.
Yo me quedé pasmado pensando por un momento,
pero la situación era incómoda pues tenía un niño desnudo en frente, así que
tuve que tomar una decisión rápida. El niño parecía convencido de que merecía el
castigo, y seguramente no seguiría mi plan de engañar a sus padres, así que
solamente me metería yo en problemas y perdería la confianza del pastor. Si
realmente quería salvar a todos los niños y niñas que estaban sufriendo la
tiranía en sus casas, incluyendo al pequeño John tenía que seguir simulando que
me había convertido realmente.
Así que sin estar convencido del todo, jalé a
John para acomodarlo entre mis piernas y como no puso resistencia fue bastante
fácil. Sus pálidas nalgas habían quedado justo en frente de mí, y se veían muy
vulnerables ante la vara que sostenía con mi mano derecha. Traté de recordar
las cosas que le había dicho a su hermana, para ser capaz de pegarle, y no pude
evitar preguntarme si mis padres habían tenido que hacer lo mismo las primeras
veces que nos pegaron a Luis y a mi.
Swish solté el primer batazo justo en medio de
las dos nalgas. Estás rebotaron con el impacto y casi inmediatamente una ligera
marca rosada se formó en donde la vara había impactado. Sentí el cuerpo del
niño tensarse, pero no hizo ningún ruido ni intento de defenderse.
Swish dejé caer la vara por segunda vez, con
menos fuerza, pero al parecer no hizo ningún efecto. Así que di el tercero
considerablemente más fuerza
Swish silbo la vara en un tono más agudo
Auuu! Gritó John, pues no se la esperaba tan
fuerte.
—Perdón—dije instintivamente y me detuve.
Estuve paralizado así un momento más, hasta
que sentí a John revolverse en mi regazo y girar la cabeza hacia mí.
—¿No sabes castigar con la vara?—me preguntó
en su infantil tono, desde su extraña posición. —¿A ti también te pegan tus
papás y mi papá, no?
Yo asentí con la cabeza.
—Sí sé porqué me han castigado—dije lo que
bajo ninguna otra circunstancia admitirá ante un niño más chico que yo. —pero
es mi primera vez que castigo a alguien.
Me miró con simpatía y me dijo
—Se supone que tengo que llorar para que el
castigo me purifique de mis pecados.—me dijo bajando la voz.—A veces trató de
llorar rápido pero no siempre puedo. —admitió avergonzado.
Yo no pude evitar acariciarle la cabeza de
ternura. Estaba haciendo lo que se me hacía impensable comprender de mis padres:
lastimando y maltratando a seres humanos indefensos y débiles, a los que se
suponía que debía cuidar.
Sentí algo en mis ojos. ¿Eran lágrimas? ¿En
serio estaba llorando?
—Tal vez verme llorar te ayude a llorar más
rápido. —le dije casi sollozando. Y volví a acomodarlo.
Swish swish swish. Di tres varazos rápidos con
fuerza moderada que lo hicieron saltar y escuche que ahogaba una exclamación de
dolor. Una pequeña marca más rojiza sobresalía donde los nuevos varazos
intersectaban a los anteriores.
Swish swish
Continué atrapando con mis piernas sus piernas
y presionando mi brazo izquierdo sobre su espalda, pues se estaba moviendo
mucho ya. Ante estos últimos si exclamó de dolor.
—Ya Daniel—rogó, pero yo continué
Swish Swish
—Ya Ya Ya! Escuché que exclamaba y comenzaba a
sollozar, justo antes de que yo dejara caer el próximo varazo.
Solté la vara y lo levanté de un tirón, un
poco bruscamente pero no intencionalmente. Noté que tenía lágrimas en los ojos
y se las enjugué con el dorso de mi mano, justo antes de hacer lo mismo con las
mías. Acto seguido lo abracé.
—Ya está, campeón, ya pasó. Le dije
sujetándolo en un fuerte abrazo. Y dejé que llorara un rato en mi pecho.
Cuando ya se había calmado un poco (y yo
también). Lo separé un poco y le subí con cuidado su calzoncito y después su
pantalón. Hizo una mueca de dolor pero no se quejó más.
—Gracias por la corrección.—dijo la frase
ritual.—Y gracias por preocuparte por mí y no querer pegarme. —dijo después con
sinceridad. Yo le agité el pelo café que le colgaba en un fleco corto mal
despeinado.
Caminé hacia el baño para lavarme la cara y
sonarme, pero me di cuenta que John me miraba confundido, y yo le devolví la
mirada aún más confundido.
—Falta la oración. —me dijo cuando se percató
que yo no comprendía.
Ah. Yo me regrese y me hinqué en la cama,
cruzando las manos en señal de oración, y el hizo lo mismo.
—Padre mío, perdona mi pecado y mi rebeldía
para con mi madre, y perdóname por haber lastimado a mi hermana con mis
palabras. En el nombre de tu hijo. Amén.
—Amén.—correspondí yo y me levanté ahora sí al
baño a lavarme la cara.
Cuando John había hecho lo mismo, guardé la
vara en su lugar y abrí la puerta.
—Ahora ve a ver como está tu hermanita. —le
dije y el asintió con una sonrisa y salió del cuarto. Yo cerré la puerta otra
vez y me dejé caer en mi cama a meditar, pues me sentía muy raro.
Luis POV
Unas horas después
Ya habíamos ido a la playa de las tortugas, en
la que los turistas habían ayudado a las pequeñas crías a llegar al mar y donde
los que mejor se lo habían pasado con las tortugas eran las chicas. Ahora
estábamos en el barco-bar, donde los chicos se estaban dando vuelo con la falta
de implementación respecto a la edad legal para beber, y algunas chicas también
estaban tomando un poco.
Yo estaba contemplando el atardecer y pensando
en la diferencia de gente que había en este puerto.
—¿Tú no tomas?—me sobresaltó alguien
sentándose al lado de mí en la mesa.
Miré quién era buscando un pretexto para no
tomar, pues no quería tener problemas con mi padre esta noche.
―Aquí también es ilegal tomar antes de los
18―dije aunque lo ilegal no era tomar sino vender a menores la bebida.
―Pues como que aquí no les importan mucho las
leyes, ¿no? ―dijo señalando con un ademán el barco lleno a reventar de
adolescentes alcoholizados.
―Jajaja―no pude evitar reírme― eso es cierto.
Me ofreció un poco de su cerveza y yo acepté,
tomando un poco de la cerveza helada.
―¿Curioso, no? ―siguió su monologo―Venir hasta
Méjico a tomar cerveza europea y pagar el triple de su valor. ―dijo señalando a
la botella que ahora yo detenía.
―Bueno, pero no solo es la cerveza. ―Protesté
yo en defensa de mi país. ―Es el ambiente, la playa, la música, la falta de
reglas.
―No lo puedo negar. ¿Cómo dijiste que te
llamabas?
―Luis. ―dije y acto seguido―encantado de
conocerte.
―Igualmente. ―respondió con una sonrisa―yo soy
Elena.
Me fijé por un momento en la chica. Tenía idea
de haberla visto ya varias veces en el recorrido, con un chico muy fuerte que
andaba encima de ella todo el tiempo. Era pelirroja, con facciones finas y una
cara bonita y sus ojos eran cafés amielados.
―¿En qué pensabas? ―me preguntó
―Solamente disfrutaba el
atardecer―respondí―¿no es hermoso?
―Sí, pero se notaba que estabas pensativo, no
solamente contemplativo.
―Y tu novio―le pregunté tratando de cambiar de
tema
―¿Ese?―señaló al chico fornido y que ahora
además tenía la cara enrojecida por la borrachera y contemplaba embelesado las
semidesnudas bailarinas del bar. ―ya quisiera ser mi novio. Me lo tiro, pero de
novio ni regalado.
Yo me quedé un poco sorprendido porque creí
que los españoles eran relativamente más conservadores.
―¿Qué edad tienes? ―me preguntó y estuve a
punto de mentir
―15 años, ¿por qué? ―mentí un poquito
―No sé, dímelo tú. ―se encogió de hombros―¿aquí
es importante o es como el alcohol, irrelevante?
―Un poco más―reconocí―¿qué edad tienes tú? ―dije
y sentí que se me ruborizaban las mejillas y se me aceleraba el ritmo cardiaco.
―16 años. ¿Supongo que no será un problema?
Iba a decirle que no cuando una potente voz me
interrumpió
―ATENCIÓN PASAJEROS―Se escuchó en las bocinas
del pasajeros.―EL CAPITÁN DEL BARCO LES INFORMA QUE NUESTRO PRÓXIMO DESTINO ES
EL HOTEL CARACOL. SIGAN DISFRUTANDO SU ESTANCIA POR FAVOR
En seguida el reggaetón volvió a las bocinas
del barco. Noté que Jonathan me hacía señas de que revisara mi celular, pero
esto era más importante. Apagué mi celular aunque noté varios mensajes de texto
de él.
―Supongo que no. ―dije estúpidamente, como si
no hubiera pasado.
―¿Perdón? ―me dijo como si hubiera dicho
alguna incoherencia.
―No nada. ―murmuré rojo de vergüenza.
―Jajaja. Son tan ingenuos ustedes los
mexicanos. Claro que te entendí―me dijo haciéndome cosquillas en el pecho. A lo
que inmediatamente yo sentí otro golpe de adrenalina y excitación.
Habíamos llegado al hotel y algunos pasajeros
se estaban bajando, pero en ese momento personal del barco-bar pasó diciendo
que todos los menores de edad tenían que bajarse aquí, porque había un
operativo de la policía en su próximo destino. Muchos estaban tan alcoholizados
que literalmente los bajaron a empujones.
―Parece que hasta aquí llegó la fiesta hoy. ―
dijo Elena.
―Supongo que sí
La ayudé a bajar del barco y entramos a un área
común del hotel junto con los demás chicos españoles y otros 20 adolescentes en
distintos estados de ebriedad. Noté que Jonathan nos seguía con cara de
preocupación.
―Voy a pedir un taxi hotelero para ellos. ―me
susurró en el oído―tenemos que irnos rápido de aquí.
Yo asentí, sin comprender el porque de su
prisa.
―Cuál es su hotel, ¿señorita? ―le preguntó a
Elena y ella le dijo que se hospedaban en el Santa Fe.
Jonathan habló con una recepcionista del hotel
y pidió un taxi hotelero para que los llevara.
―¿Y el de usted? ―me preguntó para continuar
la simulación.
―Yo estoy hospedado en este. ―Mentí. ―Muchas
gracias. ―y saqué un billete de 5 dólares y se lo dí.
―¿Y eso por qué es? ―me preguntó Elena
acariciándome el hombro.
―Propina
―Ah, ¿se le tiene que dar propina? ―me
preguntó y sin esperar mi respuesta les sacó un billete de diez dólares a cada
uno de los chicos más borrachos, incluyendo su “novio”, y se los dio a
Jonathan. ―Muchas gracias, estuvo genial el recorrido.
Cuando la camioneta llegó por ellos, yo me
despedí de Elena.
―Hasta luego―le dije despidiéndome con un beso
en la mejilla. ―un placer haberte conocido.
―Hasta muy pronto―me dijo―¿Sabes? Había
decidido tirarme a por lo menos un mexicano en este viaje, y ya encontré a
quién―lo último me lo susurró poniendo una servilleta en mi bolsa del short.
―Hey. Despierta. ―Me sacudió del hombro
Jonathan pues me había quedado petrificado y con una sonrisa congelada.
―¿Qué?
―Nos tenemos que ir ya.
Yo lo seguí cuando salió del hotel. Y saqué la
servilleta iluminándola con el flash de mi iphone.
Era un número telefónico con la clave lada de
España.
Unas cuadras después, donde la iluminación
pública era cada vez menor, llegamos a la casa de Jonathan.
Entramos y estaban todos sentados ya en la
mesa, cenando.
―No te imaginas hermano, que tristeza sentí al
ver a todos esos chicos atrapados en las garras del enemigo y del alcohol, bajando
de ese barco. ―Escuché, mientras me sentaba en mi lugar, que le decía el papá
de Jonathan a mi papá.
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