CAPÍTULO 20: PUERILIDAD
Aquella noche Héctor tuvo problemas para conciliar el
sueño. No dejaba de pensar en la sombra qué había visto y en sus posibles
significados. La voz que había oído le había dado un mensaje conciso: cuida de
mis hijos. ¿Acaso el fantasma de Clara le estaba persiguiendo?
Finalmente consiguió dormir algunas horas, pero menos
de las que hubiera necesitado. Tal como ocurrió el día anterior, le despertaron
unas risas correspondientes a dos niños jugando, pero aquella recordó
perfectamente por qué. Esa era su nueva vida. Esos niños formaban parte de
ella.
Se levantó con algo de pereza y fue a verles,
observándoles desde la puerta del cuarto. Tizziano le hacía cosquillas a su
hermana y ella se revolvía totalmente a su merced. La escena le dio ternura,
pero también le dio qué pensar. Ya había tenido suficiente tiempo para
conocerles un poco y se había dado cuenta de que no se comportaban como niños
de su edad. Su aspecto físico no era el de dos adolescentes, pero eso se podía
atribuir a la genética y a la mala alimentación. Pero su actitud, su
infantilismo, le preocupaba. Es decir, les hacía adorables, pero ¿no era signo
de ningún problema? Tal vez, un retraso en la madurez. Alguno de esos
trastornos raros que se veían a veces por la tele. A nivel de inteligencia,
parecían niños promedio. Pero a nivel madurativo o a nivel social…
Habría tiempo para indagar más en el asunto. De
momento tenía que crear una relación con ellos. Pensando en esto, se metió en
el cuarto para liberar a Clitzia y cambiar los bandos, empezando a hacer
cosquillas a Tizziano. El niño le regaló una risa fuerte y clara, hasta que
Héctor cambió el lugar de la tortura y empezó a hacerle cosquillas en el pie.
Tizziano se apartó bruscamente, dio un pequeño estornudo y de pronto se tapó
con la manta. Héctor se dio cuenta de que el ánimo juguetón se había esfumado.
-
Tizz, ey. ¿Te hice daño? – preguntó, con voz dulce.
-
No le gusta que le hagan cosquillas en el pie – intervino
Clitzia. – Pero en seguida se le pasa. ¿Hoy también vamos a desayunar?
-
Claro que vamos a desayunar, calabacita, todos los días.
Pero, ¿qué tiene tu hermano? – insistió, e intentó retirar la manta, pero
Clitzia no le dejó.
-
Saldrá en un rato, de verdad.
Héctor suspiró y frunció el ceño. He ahí otra cuestión
que le preocupaba: los diversos traumas que arrastraban esas criaturas. Aunque
desconocía los detalles, sabía que Clitzia había pasado por algo horrible, que
ninguna niña tendría que sufrir. Y Tizziano, además de pensar que en cualquier
momento iba a ser abandonado, de pronto se escondía bajo la manta. ¿Cómo iba a
lidiar con todo eso? Él no tenía ni idea de cómo ayudarles. Tendría que
llevarles al psicólogo, por supuesto. Pero, como persona a cargo de ellos, ¿no
debería hacer algo? No sabía si era mejor hacer preguntas o ignorar el tema.
Tratarlo con naturalidad o fingir que no pasaba nada.
-
Bueno. Lo siento, Tiz. ¿Quieres que me quede?
-
¡No! – respondió una voz aniñada bajo la manta.
Héctor decidió dejarle tranquilo y darle espacio, pero
se sintió muy frustrado. Salió del cuarto y bajó las escaleras hacia el
comedor. María ya había comenzado a servir el desayuno y reparó enseguida en su
expresión.
-
¿Qué ocurre?
-
No sé si estoy preparado para cuidar de ellos – confesó
Héctor. – No sé si doy la talla.
Era una sensación nueva para él, la de no ser bueno en
algo.
-
Claro que da la talla – le aseguró María. – Todos los padres
se sienten así alguna vez, Héctor. Lleva solo un par de días con ellos, es
normal que se sienta abrumado. Pero esos niños están empezando a confiar en
usted.
-
Sí tú lo dices… ¿Hay una magdalena para Cli? Le prometí que
tendría una si se comía todo lo de su plato.
María sonrió afablemente, feliz de consentir a esos
pequeños con cualquier dulce que quisieran.
-
Es una niña muy tierna – comentó.
-
¿Demasiado, no? ¿No te parece demasiado tierna para alguien
de doce años? – se interesó Héctor. – Es más una adolescente que una niña.
-
Con todo lo que esos chicos han pasado, pueden ser niños si
así lo desean – replicó la cocinera.
Héctor se dijo que tenía razón. Tal vez era solo un
mecanismo de defensa. Una forma de protegerse de las cosas malas. Cuando
acabaran las vacaciones les matricularía en un colegio, se relacionarían con
otros chicos de su edad y probablemente empezarían a actuar de forma más normal.
En el piso de arriba, Clitziana se había metido con
Tizziano bajo la manta. Trataba de calmar a su hermano, sin mucho éxito.
-
¿Qué vamos a hacer, Cli? – le preguntó, asustado.
-
Él es nuestro padre ahora, tal vez…
-
Él no es nuestro padre – la cortó. - Y será todo lo majo que
quieras, pero no está preparado para esto. No quiero terminar en un
laboratorio, ya sabes lo que nos decía mamá.
Clitzia no tuvo respuesta para eso. Se quedaron allí
debajo hasta que Tiz volvió a la normalidad. Después bajaron a desayunar, pero
Tizziano se vio envuelto en un abrazo nada más poner un pie en el comedor.
-
¿Estás bien, piccolo? – le susurró Héctor. El niño solo
asintió, feliz, aunque algo incómodo por esa muestra de afecto. - ¿Qué haces
descalzo? Anda, ve a ponerte unas zapatillas.
-
Quiero desayunar.
-
Claro, Tiz. Ahora desayunas, pero ve a calzarte.
-
¡No! – protestó el niño y corrió a sentarse, colocando los
pies encima de la silla y ocupando muy poquito espacio.
-
Tizziano, no seas cabezota. El desayuno no se va a ir a
ningún sitio, te lo prometo, pero ve a calzarte.
-
¡No! Así estoy bien.
Héctor respiró hondo para reunir
paciencia. No podía enfadarse por esas tonterías. Pero nadie decía que no
pudiera fingir un poco…
-
¿Voy a tener que darte unos azotes tan temprano para que me hagas
caso?
Tiz negó efusivamente con la cabeza y
Héctor tuvo que morderse una sonrisa, porque se veía muy tierno haciendo eso.
-
Entonces ve a por las zapatillas.
-
Bueno – refunfuñó el niño y subió a calzarse.
Bajó enseguida, con unas zapatillas de estar por casa
que Héctor le había comprado. Se sentó al lado de Clitzia y empezó a comer los
cereales. Ese día no hubo dramas con la leche y Héctor lo agradeció
infinitamente. Los dos hermanos terminaron lo que María les había puesto y
Clitzia recibió su magdalena. Héctor le ofreció una a Tizziano también, pero no
quiso.
-
Bueno, querías ir al cine, ¿no? ¿Miramos a ver que películas
hay?
Tizziano sonrió y asintió con entusiasmo. Héctor
decidió en ese momento que si eran algo infantiles, por él estaba mejor que
bien. Despertaban su instinto de protección.
Y eso era genial, porque protección era algo que iban
a necesitar.
Ya quiero saber porque los niños dicen que no quieren acabar en un laboratorio
ResponderBorrarTerry
Por qué huyen y de qué esos chiquillos. Quiero sabeeeeerrrr.
ResponderBorrarGrace
Tenía mucho que no leía de ellos.. ojalá me encuentre más capis de estos chicos!!
ResponderBorrarMe intriga mucho su historia y saber que es por lo que han pasado..