CAPÍTULO 74: LOCURAS DE ADOLESCENCIA
Estaba intentando mantener la calma y me
concentré excesivamente en el tenedor que tenía en la mano, para asegurarme que
pinchaba la comida en lugar de triturarla. No iba a dejar que mi rabia echara a
perder todas mis oportunidades. Papá tenía que entrar en razón. Si era capaz de
hablar con él sin gritar y sin enfadarme, seguro que lo entendía…
- Pero papá, ya te he dicho que no tendría que
conducir. Mike me llevaría y me traería, ya tiene que ir a buscar a Fred
así que no le importa - le expliqué, pensando que en eso estaba el
problema, en que no quería que cogiera el coche todavía. El médico había
pospuesto la revisión que me tocaba antes de Nochebuena y teníamos cita al
día siguiente. Eso me tenía un poco nervioso, estaba deseando que me
dijera que ya podía conducir y retomar los entrenamientos de
natación.
- No es por eso, Ted – me respondió, con calma,
pero algo cansado, porque llevábamos con esa conversación desde el
principio de la cena.
Me habían invitado a una fiesta y, aunque no era
la primera vez que me invitaban, era la primera vez que quería ir: Agus también
iba a estar allí, además de mis amigos. Pero papá no me dejaba.
- ¿Es porque te lo estoy diciendo ahora, con poca
antelación? Me acaban de invitar, sino te lo habría dicho antes – le
aseguré. Sabía que a papá no le gustaba que le avisáramos de que íbamos a
quedar con solo horas de diferencia. Esperar al último segundo para
pedirle permiso era una forma de chantaje y un signo de que más que
pedirle permiso le estabas consultando.
- No, Ted. Es porque es una fiesta por la noche, en
una casa sin padres.
- Pero, ¿qué pasa con eso? Vale, seguramente habrá
alcohol, tú lo sabes y yo lo sé, pero no voy a beber. ¿Es que no confías
en mí? – le pregunté. No pensaba tomar más que refrescos. Fred y Agus
tampoco bebían; Mike a veces, pero nunca me presionaba para que yo lo
hiciera.
- Ese no es el punto y no quiero hablar de esto
delante de tus hermanos – dijo, para zanjar el tema.
- Pero no es nada malo, solo te estoy pidiendo
permiso…
- Y yo ya te he dicho que no.
Me sonó demasiado cortante y noté la mano de
Barie en mi pierna, como recomendándome que me callara. No era justo, no había
hecho nada malo.
Me costó un poco y casi tuve que morderme la
lengua, pero esperé a que termináramos de cenar y a que los enanos se fueran
para volver a la carga.
- ¿Estás enfadado por lo de la tele y la estás
pagando conmigo o qué? – le dije, mientras me ponía a su lado para cargar
el lavavajillas. Le tocaba a Alejandro, pero le había dicho que lo hacía
yo para así poder hablar con papá.
- No estoy enfadado. Tampoco estoy contento, pero
tu hermano lo hizo sin querer. No estoy pagando nada contigo, hijo, pero
no quiero que vayas a esa fiesta.
- ¿Pero por qué? – insistí. – Y por favor no me
digas lo de “porque lo digo yo y punto”. Siempre me das una razón. No
estoy castigado, ni nada, tendría que poder salir… La fiesta terminará más
tarde, pero yo volveré antes de mi toque de queda.
Aidan suspiró, pero pude ver que en parte se
rendía, al menos a la parte de darme una explicación. Yo le estaba hablando
bien, así que decidió compartir sus motivos.
- Claro que confío en ti, es en los demás en
quienes no confío. Alcohol, porros… no veo la necesidad de que estés en un
lugar así.
- No tiene por qué haber nada de eso, papá. Si el
ambiente es muy malo daré media vuelta. Solo seremos varios del cole
juntos en una casa escuchando música…
- Sin padres – insistió.
- No tengo doce años, pa – protesté. – Muchas veces
he ido a casa de Mike sin que estén sus padres.
- A casa de Mike, no de un compañero
cualquiera.
Me frustré. Desde mi punto de vista, Aidan no
estaba siendo razonable.
- ¿Y cuál es la diferencia? – pregunté.
- Alcohol y porros – insistió.
- Hay alcohol y porros en otros lugares, papá.
Cuando voy al cine, algunos chicos de mi edad están fumando en la puerta.
Cuando paso por el parque, veo a varios haciendo botellón. Pero nunca he
bebido ni fumado y tú lo sabes – le dije. – Siempre paso de largo.
- Entonces, ¿por qué no pasas de largo ahora? Nada
bueno puede salir de ahí.
- Agustina va – susurré.
- Puedes decirle a Agus que venga aquí o puedes
salir con ella y con Fred y Mike. Pero no irás a esa fiesta.
- Pero ellos quieren ir. Y… y yo también. Nunca he
ido a una. No voy a hacer nada malo, papá, de verdad.
- He dicho que no, Ted y empiezo a cansarme de que
me insistas, ¿bueno?
- ¡Pero es que estás siendo injusto! – protesté y
me soné demasiado parecido a Kurt. ¿Por qué rayos se me agudizaba la voz
cuando me quejaba? No quería que pareciera un capricho infantil, pero así
es como había sonado.
- Injusto o no, ya te he dicho lo que hay.
Le miré durante unos segundos, pero nada en sus
ojos me indicó que fuera a cambiar de opinión. No había siquiera un atisbo de
duda. Mi padre se había cerrado en banda, cosa que no era del todo habitual en
él y creo que por eso me dio tanta rabia: muchas veces lograba llegar a un
acuerdo con él, pero esa vez me topé contra un muro. Salí de la cocina con
pasos furiosos, demasiado furiosos, creo, y por eso me frenó antes de que
saliera:
- Lo voy a decir una sola vez, Theodore, como
intentes escaparte para ir a esa fiesta, además de llevarte el castigo de
tu vida, te cerraré con llave si es preciso, ¿me oyes?
Ahí se había pasado. Se había pasado mucho. ¿En
serio me creía capaz de algo así?
- Sí, señor. Alto y claro – le respondí.
Subí a mi habitación e intenté no dar un
portazo, aunque no tuve demasiado éxito. Alejandro, Michael y Cole me miraron
sin decir nada. Me tiré sobre la cama sin siquiera quitarme el pijama.
- AIDAN’S POV –
“Maldita sea, chico, solo quiero lo mejor para
ti”, pensé para mis adentros, mientras le veía
marchar. Y, sin embargo, cuando escuché cerrarse de golpe la puerta del cuarto
de Ted, supe que me había equivocado. Desde luego, la última amenaza estuvo
totalmente fuera de lugar. Pero tampoco había manejado la conversación anterior
de la mejor manera.
Alejandro había ido a una fiesta parecida y
había acabado bebiendo y tomando una tarta de marihuana. Esas cosas se suelen
descontrolar: un montón de gente joven, un montón de alcohol, no llevan a nada
bueno. Pero era normal que mi hijo sintiera curiosidad. Era normal que Ted
quisiera ir si sus amigos también iban. Sabía que si me decía que no iba a
beber, podía creerle. Sabía, como él mismo había dicho, que tenía otras muchas
ocasiones de hacerlo. Yo no podía vigilarle cuando salía con sus amigos o con
su novia. Pero entonces, ¿cuál es el punto de ir a una fiesta así? Si no vas a
beber, ¿para qué quieres ir a un lugar donde todo el mundo va a terminar
borracho? Ni siquiera tenía la excusa de un cumpleaños, como Alejandro. Si yo
hubiera sabido el ambiente real de aquella fiesta, no hubiera dejado que Jandro
fuera.
Si era sincero conmigo mismo, no se trataba solo
del miedo a lo que pudiera hacer o a lo que pudiera pasarle allí. También tenía
miedo de que Ted saliera de noche. La última vez que había estado tan tarde en
la calle había vuelto escoltado por la policía y lleno de golpes que le
llevaron al hospital. Solo había salido solo una vez desde entonces, con su novia,
a plena luz del día.
“Ya bueno, igual como padre tenías derecho a
prohibirle que fuera si pensabas que no era bueno para él, pero no a hablarle
así” me dije. Ted solo me estaba dando argumentos para que le dejara ir, yo
no tenía por qué haber sido tan cortante.
Decidí subir a arreglar las cosas con él, pero
por el camino me interceptó Zach. Me echó una mirada insegura y después me dio
un abrazo.
- Buenas noches, papá.
- Hasta mañana, campeón. ¿Te vas a la cama ya? Es
pronto todavía.
Zach se encogió de hombros.
- Mmm. ¿Es cosa mía o estás enfermo?
- ¿Enfermo? – preguntó, extrañado.
- Sí, enfermo de mimitis – le dije y sonreí. Le
revolví el pelo. - Sabes que no estoy enfadado, ¿no?
Asintió y se miró los pies.
- Pero lo estaré si cuando suba no estás metido en
mi cama – dejé caer.
- ¿En tu cama?
- Sí. Podemos ver una peli si quieres – le propuse.
La única televisión que quedaba en la casa estaba en mi cuarto.
Zach sonrió, tentado por la idea.
- ¿Puedo decírselo a Harry?
- Claro. A cuantos hermanos quieras, con tal de que
quepamos todos. Pero a ti te quiero bien pegadito a mí, bicho. Tú vas a
dormir conmigo hoy.
Zach sonrió todavía más.
- ¿Y puedo hacer palomitas?
- ¿Palomitas en la cama? Pero bueno, ¿acaso mi
cuarto te parece un cine? – exclamé, con falsa indignación.
- Unas poquitas – pidió, con ojitos
manipuladores.
- Ya sabes dónde están. Cuidado con el microondas –
le instruí. – No me puedo creer que tengas hambre, si acabamos de
cenar.
- Para tomar guarrerías siempre hay hambre,
papá.
Rodé los ojos y le dejé preparando las
provisiones mientras yo iba con Ted.
- Se rumorea que va a haber peli en mi cuarto –
dije, mirando a Michael, Alejandro y a Cole. – Quien antes llegue, antes
pilla sitio. Ted y yo ahora vamos.
Entendieron la indirecta y salieron volando de
la habitación.
- No quiero hablar contigo – me bufó Ted, mirando
su móvil.
- Estás enfadado, ¿eh?
- ¿Qué te dio esa impresión? – me espetó, pero
luego se mordió el labio y me miró con culpabilidad. Intenté no reírme. Mi
mocoso no podía ponerse desafiante sin arrepentirse inmediatamente
después.
- Llámalo intuición – respondí, con su misma dosis
de sarcasmo. – Escucha, sé que estuve fuera de lugar ahí abajo.
- ¿Me vas a dejar ir? – preguntó,
esperanzado.
- No, campeón, pero quiero que entiendas por
qué.
- Por joder – me gruñó.
- Theodore, esa boca. Enfadado puedes estar,
maleducado no porque no lo eres.
- Perdón – murmuró, haciéndose pequeñito sobre su
cama. Pero luego se volvió a erguir y me miró con enfado. – Si no vas a
dejarme ir entonces déjame solo. A no ser que hayas venido a cerrar la
puerta para que no me escape.
- Eso estuvo mal de mi parte, Teddy. No tendría que
habértelo dicho, perdona.
Resopló y vi que luchó por seguir enfadado, pero
nunca le duraba más de dos minutos.
- No me llames Teddy. No soy un osito – replicó, en
esa frase ya tan nuestra, que siempre me hacía sonreír. – Tu osito está
furioso – añadió, en un tono infantilón intencionado.
- Uy, ¿y tiene garras el osito? ¿O las tiene
escondidas? - pregunté siguiéndole el juego.
- Las está afilando.
- Ay. Eso suena peligroso.
Me reí un poco, me acerqué a él y le di un
beso.
- Nunca os prohíbo algo por joder, hijo. No pienses
eso, si yo lo único que quiero es que seas feliz – le aseguré.
- Has dicho una palabrota – se burló. – Cinco euros
al tarro.
- ¡Mira el mocoso este! – empecé a hacerle
cosquillas, pero Ted me hizo una pinza con las piernas y me sorprendió
cuando pudo conmigo y me tiró sobre la cama. Se puso encima de mí y
jugamos un rato haciendo el bruto. ¿Cuándo se había puesto tan fuerte? Ya no
tenía que dejarme ganar, sino más bien luchar con todas mis fuerzas para
que mi hijo no me humillara.
- ¡Gané! – anunció, triunfal, cuando me hizo una
llame inmovilizadora. Me soltó e hizo un gesto con el brazo para celebrar
su victoria. Los treinta y ocho años me vinieron todos de golpe, pero me
dije que no me estaba haciendo viejo, es que él se había hecho mayor. Eso
era aún peor.
- Por pura suerte – repliqué.
- Nah, te ganó un lisiado.
- Ted, no digas eso de ti mismo. No estás
lisiado.
- Temporalmente incapacitado, entonces, sin poder
nadar ni conducir…
- Pero ya no cojeas – le hice notar. – Poco a poco,
campeón. Tómate las cosas con calma, ¿bueno?
- ¿Eso va por la fiesta también? ¿Cuándo tenga
veintiuno sí me dejarás ir?
- ¿Cuándo tengas veintiuno piensas seguir
pidiéndome permiso para salir?
- Claro – dijo, como si fuera evidente. – Pero no
te haré caso y ya no me podrás pegar – añadió, en un tono que evidenciaba
que estaba bromeando.
- ¿No? ¿Te pondré en la esquina, entonces?
- Ño. Nada de castigos feos porque ya seré grande –
declaró, con voz de niño pequeño. Le salía muy lograda y me hizo
reír.
- Anda, niño grande. Vamos a ver la película antes
de que nos toque sentarnos en el suelo.
Ted se vino conmigo y yo agradecí a los cielos
lo fácil que mi hijo se olvidaba de sus enfados. No soportaba estar de malas
con él.
Todos mis hijos se habían sumado al plan de la
película, así que mi cama y el suelo alrededor de la cama estaban invadidos de
niños y almohadas. Era una imagen preciosa, el tenerles allí a todos juntos, y
además Zach se había ocupado de dejarme un hueco en la cama a su lado. Me
coloqué allí y enseguida fui atacado por varias cabecitas que decidieron que mi
tripa era un buen lugar para apoyarse.
- Papi, tendrías que estar más gordito, así serías
más cómodo – me sugirió Barie.
- Sí, total, a tu edad, ¿para qué necesitas
los abdominales? – apuntó Madie.
- ¿Cómo que a mi edad? ¿Cómo que a mi edad, pulga
descarada? – la piqué el costado.
- ¡Shhh! Todos callados o no reparto las palomitas
– amenazó Zach.
Dejó varios boles repartidos por toda la
habitación y luego le dio al play para poner la película. Habían elegido Tarzán
y Alice escondió la cabeza en el pecho de Ted cuando salió el tigre.
- No pasa nada, bebé, no puede hacerte nada.
La peque se asomó no muy segura y estuvo viendo
la peli un rato más, pero a los quince minutos se había dormido. También se
durmieron Hannah y Kurt, y Barie bostezaba intentando luchar contra el sueño.
Para cuando la película acabó, Cole y ella parecían más dormidos que despiertos.
Dylan estaba sorprendentemente despejado, a pesar de que su hora de dormir
habitual ya se había pasado.
Entre Michael, Ted y yo, llevamos a los enanos a
su cama. Harry recogió algunas palomitas que se le habían caído y los demás me
dieron un beso y se fueron a su cuarto.
- No sé si puedo con Barie - dijo Michael.
- Déjala aquí. Buenas noches, campeón.
- Buenas noches, papá… aún suena raro.
- No, qué va, suena increíble.
Sonrió y se fue a dormir. Me quedé con Zach y
Barie y me tumbé en medio de los dos.
- Ya soy mayor para esto pero por hoy voy a fingir
que no – me dijo Zach, revolviéndose para encontrar una postura cómoda,
que por lo visto consistía en quedarse toda la manta para él.
- Nada de mayor. Eres mi bebé.
- Ay, papá – protestó, con una risita.
No tardamos mucho en dormirnos, habían sido unos
días agotadores, al menos para mí. Las vacaciones siempre lo eran.
Esa noche tuve una pesadilla, provocada
seguramente por el recuerdo de Andrew y la factura del hospital y por la
discusión que había tenido con Ted. En el sueño, yo encerraba a Ted dentro de
un cofre y él gritaba para que le dejara salir, pero yo perdía la llave y él se
quedaba allí para siempre. Era un sueño estúpido, pero me desperté sudando a
las dos de la mañana y no podía volver a dormirme. Me quedé pensando mientras
observaba la lenta respiración de Barie y Zach.
Primero pensé si estaba sobreprotegiendo a Ted,
encerrándole en un cofrecito metafórico. No llegué a ninguna conclusión. Es
decir, sabía que era sobreprotector, pero tampoco creía que mis miedos fueran
infundados. La mayoría de los padres no dejan que sus hijos vayan a las fiestas
y por eso estos les mienten y van a escondidas… Pero Ted no había ido a
escondidas. Ted había venido de frente a pedirme permiso. ¿No era esa una
prueba de que tenía suficiente cabeza como para saber comportarse en un lugar
así?
Poco a poco, mis pensamientos fueron desviándose
hacia caminos más turbios. Me pregunté si, de haberle criado él, Andrew hubiera
encerrado a Ted tal como hacía conmigo.
Aquel maldito armario siempre estaba vacío, era
como si su única misión fuera retenerme a mí. En la casa de Andrew sobraban
habitaciones y ese mueble pertenecía a un cuarto sin huésped. Por regla
general, cuando me encerraba ahí, me dejaba sin comer. Solo abría
ocasionalmente para darme agua, pero a mí me gustaba pensar que aprovechaba
esas visitas para comprobar si yo estaba bien. Solía hacerlo cuando dejaba de
llorar y de gritar, así que tal vez le asustaba no escucharme.
Por las noches, quitaba la llave por si
necesitaba ir al baño. Durante el día tenía que aguantarme las ganas. Y más me
valía no aprovechar para meterme en la cama o mi tiempo dentro del armario
aumentaba.
Recordé una ocasión, cuando yo tenía nueve años,
en la que Andrew me metió ahí dentro sin ningún motivo. Es decir, no es que
nada de lo que yo pudiera hacer justificara aquel abuso, pero normalmente me
encerraba ahí cuando hacía algo que a su juicio estaba mal, aunque no siempre
fuera objetivamente malo. Una vez me encerró porque me dio por cantar
constantemente una canción de los dibujos, por ejemplo. El caso es que siempre
había una razón, un motivo por el que acababa ahí dentro y yo aprendía a no
volver a hacer eso de nuevo. Pero aquella vez yo no había hecho nada. Estaba
tranquilamente en mi cuarto, haciendo los deberes. Andrew vino y sin decir
palabra me llevó hasta el armario.
- ¡No, no, papá, no hice
nada, no he hecho nada!
- Entra ahí, Aidan – me
ordenó, pero no esperó a que lo hiciera y me metió él. Cerró la puerta y
me sumí en la oscuridad.
- ¡No, papá, no, voy a
ser bueno, déjame salir, déjame!
Andrew no me respondió. Nunca me respondía. Yo
no dejaba de intentarlo, sin embargo, y grité hasta que me dolió la garganta.
Lloré durante varios minutos más y pensé que tenía muchas ganas de ir al baño y
aún quedaba mucho para la noche. Durante las horas que pasaba allí encerrado,
siempre dejaba volar mi imaginación. Algunas de mis mejores historias, que no
escribiría hasta mucho después, se me ocurrieron allí dentro. El tiempo parecía
pasar más rápido cuando estaba en mi mundo de fantasía.
Había aprendido a leer las horas. Saber medir el
tiempo era importante, para saber cuánto me quedaba, aunque aquella vez Andrew
no había dicho durante cuánto iba a estar. Lo normal cuando había colegio al
día siguiente era que me dejara salir por la mañana, pero a veces se le
olvidaba que tenía clase o no le importaba. Nunca me había dejado más de tres
días. Cuando mi profe nos enseñó lo básico sobre qué significa lo que marcan
las agujas del reloj, yo le robé uno a Andrew y lo llevaba siempre conmigo en
la muñeca. O él no se dio cuenta de que se lo había cogido, o le dio
absolutamente igual.
Esa noche, cuando las agujas marcaron las 12, yo
me mantuve atento para escuchar a papá quitar la llave y así poder ir al baño,
porque lo necesitaba con mucha urgencia. Pero Andrew no vino. Aquella noche no
me abrió la puerta y, cuando amaneció al día siguiente, yo me había orinado en
los pantalones.
Andrew vino a abrirme sobre las diez de la
mañana. Mi hora de ir al colegio ya se había pasado. La casa estaba hecha un
desastre, llena de vasos y botellas. Olía a colonia, a colonia de mujer. Andrew
me había encerrado porque había tenido una fiesta, una orgía, más bien y yo a
mis nueve años ya sabía en qué consistían. Había presenciado varias, por eso no
entendía por qué aquella vez me había encerrado.
- Le dije a tu profesora
que estabas en casa de tus abuelos – me dijo, como única explicación.
Con mi profesora. Se había acostado con mi
profesora. La pobre infeliz mantuvo durante meses la esperanza de que él la
fuera a llamar, lo supe por la forma en la que me miraba en clase.
¿Me oyó gritar mientras se estaba acostando con
papá o mi voz quedó ahogada por el armario y sus gemidos de placer? Nunca me
atreví a preguntárselo. La casa era muy grande, yo estaba en otro piso y dentro
de un armario, era factible que no me hubiera oído. Además, yo no había estado
gritando constantemente. Una vez entendí que no me iba a dejar ir al baño, me
resigné.
¿Por qué tenía que tener tan buena memoria? ¿Por
qué no podía simplemente olvidar mi infancia, como si nunca hubiera existido?
Era como si alguien en mi cerebro sintiera placer por reproducir una y otra vez
mis recuerdos más dolorosos.
Me harté de estar en la cama y me levanté con
mucho cuidado de no despertar a Zach y a Barie. Me puse las zapatillas y bajé a
la cocina a por un vaso de agua. Casi me da un infarto cuando al encender la
luz vi a Ted allí sentado.
- No me estaba escapando, solo no podía dormir – me
aclaró, antes de poder decirle nada.
Estaba en pijama y con un vaso de leche, era
evidente que salir a la calle no estaba entre sus planes inmediatos.
- Lo sé, Ted. Yo tampoco podía dormir – le aclaré y
decidí imitarle y calentarme un poco de leche. - ¿Quieres cacao?
Asintió y se lo pasé.
- ¿Por qué no podías dormir? – me preguntó.
- Tú primero.
- Tuve una pesadilla. No recuerdo sobre qué.
Los terrores nocturnos de Ted habían sido una
constante durante toda su vida. Me podía sentir muy identificado, porque a mí
me pasaba también.
- Podrías haber ido a buscarme – le reproché, pero
sabía que era una batalla inútil. Ted se sentía demasiado mayor para hacer
eso.
- Ahora tú – me recordó.
- Yo también tuve una pesadilla – respondí, sin
querer entrar en detalles.
Bebimos en silencio durante un rato y Ted me
miró con algo de picardía antes de levantarse a por una galleta. Cómo estaba
tan delgado comiendo como comía es algo que nunca entenderé, pero verle con ese
aire travieso me daba años de vida.
- Ji – soltó una risita triunfal por su botín y por
un segundo volvió a ser mi bebé de cinco años buscando por toda la casa
los dulces de Halloween que yo había escondido para que no comiera
demasiados.
- Goloso.
- Como tú – contraatacó y eso no se lo podía negar.
De hecho se me antojó una galleta a mí también y Ted sonrió, feliz de
haberme hecho ceder a la tentación.
- ¿Ya no estás molesto conmigo? – quise
cerciorarme.
- Un poquito – admitió. – Mike y Fred no dejan de
mandarme fotos y parece que se lo están pasando en grande.
- No quiero impedirte que te lo pases bien, Ted.
Solo quiero evitar que estés rodeado de drogas y alcohol.
- No hay drogas. Pero sí alcohol – reconoció. –
Creo que Mike está un poco borracho.
Me sorprendía cada vez que Ted compartía algo
así conmigo. No me mentía sobre sus amigos, y eran esas pequeñas cosas donde
uno podría decir que además de padre e hijo éramos hermanos, en un sentido
difuso de la palabra, dados los últimos acontecimientos. Bebí un sorbo de la
leche y entonces me caló por completo el significado de lo que Ted me estaba
diciendo.
- ¿Que Mike está borracho? – le increpé. - ¿No han
vuelto todavía? ¿No era él el que conducía?
Ted abrió mucho los ojos, cuando entendió lo que
quería decir. Mike tenía que llevar a Fred y seguramente a Agustina a su casa.
Por lo que yo sabía, ni Agus ni Fred conducían todavía, o al menos no tenían
coche.
- ¡No puede coger el coche! – exclamó Ted.
- No lo haría, ¿no? No es tan impudente.
Ted dudó unos segundos y se mordió el
labio.
- No estoy seguro. Espero que no…
- Creo que lo mejor será que llame a sus
padres.
Ted volvió a morderse el labio. No quería vender
a su amigo.
- Espera, déjame que le escriba. Le preguntaré cómo
se vuelven…
Sacó su móvil y habló un rato con sus
amigos.
- Agus ya está en su casa, se ha vuelto con unas
amigas. Pero Mike y Fred siguen allí – me informó.
Mike le mandó un audio y Ted lo reprodujo
delante de mí. Sonaba claramente ebrio y, entre risas, le dijo que no pensaba
abandonar su coche y que además no tenían otra forma de volver.
Intercambié una mirada de preocupación con mi
hijo.
- Ese es uno de esos momentos donde tengo que ser
responsable y darte el teléfono de su casa, ¿verdad? – me preguntó. – Me
va a matar. Pero mejor que me odie a que se estampe con el coche.
Me dio un número de teléfono y miré la hora. Las
dos y media de la mañana. Yo nunca dejaba a Ted salir hasta tan tarde. ¿Mike
tenía permiso o se habría escapado? Lo sentía por él, pero no podía dejarle
coger el coche en ese estado.
Marqué el número de los padres, consciente de
que seguramente les iba a despertar, pero no me lo cogieron al primer intento.
Probé una segunda vez, y nada. Ted rebuscó en su agenda, pero no tenía el móvil
de ninguno de ellos.
- Espera, puede que yo lo tenga – recordé.
No soy una persona muy sociable. No me gusta
intercambiar teléfonos con otros padres y participar de los típicos grupos de
Whatsapp. Además, con tantos hijos, a treinta alumnos por clase y sesenta
padres, podría volverme loco. Pero Mike era el mejor amigo de Ted y había
pasado muchas tardes en mi casa. Sus padres me habían dado su número por si
ocurría cualquier cosa. Lo busqué bien y enseguida encontré el móvil de su
padre. Le llamé y me respondió una voz somnolienta. Le conté lo que ocurría
intentando no cavar demasiado hondo la tumba de Mike, pero no obtuve la
respuesta esperada. La madre de Mike estaba de viaje y su padre tenía turno de
noche en el hospital. No podía ir a recogerle y me ofrecí a hacerlo yo y a que
pasara la noche en mi casa. Cuando me despedí, apreté mucho el teléfono.
- ¿Es más importante su trabajo que su hijo? –
susurré, con frustración.
- Es cardiocirujano, papá. No puede irse del
hospital así como así – intercedió Ted.
- Tal vez, pero Mike pasa mucho tiempo solo. Me da
pena – suspiré. - ¿Dónde es esa fiesta?
Ted me dio la dirección y fui a vestirme
rápidamente para coger el coche. Le pedí que echara un ojo a sus hermanos y,
antes de salir, me detuvo un segundo.
- Papá… Creo que entiendo por qué no querías que
fuera. Demasiados riesgos. Prefiero un padre sobreprotector a uno ausente
– me dijo.
Le sonreí y fui a por el coche, antes de que
Mike hiciera una tontería.
Cuando llegué, era obvio que esa fiesta era un
descontrol. No me hubiera extrañado que algún vecino hubiera llamado a la
policía. No me fue difícil encontrar a Mike, porque estaba con Fred discutiendo
en el jardín. Fred intentaba quitarle las llaves.
- ¡Mike, no puedes conducir así! – le gritaba.
- ¡Y tú no puedes conducir a secas, no tienes
carnet!
- Será mejor que conduzca yo, entonces – intervine
en ese momento, y le quité las llaves a Mike sin dificultad.
- ¡Aidan! – me saludó Mike, sorprendido y con una sonrisa
estúpida en la cara.
Fred, más lúcido y consciente de la situación,
se extrañó de verme allí.
- Ted no está aquí, señor Whitemore – me aclaró.
- Ya lo sé, está en casa. He venido a por vosotros.
Mike no puede coger el coche si ha bebido.
- ¡Estoy bien! – protestó el aludido.
- No, no estás bien y si fueras mi hijo… - me mordí
la lengua. Había visto a ese crío desde que era un enano, no quería que le
pasara nada malo. – Hoy vas a dormir en mi casa. Sube a mi coche, mañana
podrás venir a recoger el tuyo.
- ¡No pienso dejarlo aquí!
- Oh, ya lo creo que sí – le dije y me guardé sus
llaves en el bolsillo. – Al coche. Fred, tú también. Te llevaré a tu casa.
- S-sí, sí, señor.
- No me llames señor, Fred. Y no pongas esa cara:
tú no has bebido, por lo que veo.
Fred asintió, pero se miró los pies.
- Tu padre no sabe que estás aquí, ¿verdad? –
adiviné.
- No, señor. Dije que iba a dormir a casa de
Mike.
Me encontré ante una encrucijada. Lo correcto
sería llevar a Fred a su casa y que enfrentara las consecuencias por su pequeña
tontería adolescente pero, dado el historial de su padre, no podía estar seguro
de que el chico fuera a estar a salvo si hacía eso. ¿Y si el hombre se cabreaba
y le volvía a golpear? Ted me había dicho que las cosas parecían ir mejor entre
ellos, no había habido más “accidentes”, pero no me iba a arriesgar.
Rayos, ¿cómo se le ocurría mentir y escaparse
con el padre que tenía?
·
Tienes diecisiete años, Fred, así que te voy a
dar una opción como el semiadulto responsable que se supone que eres. O bien te
llevo a tu casa o te vienes a dormir a la mía, pero entonces lo harás bajo mis
términos. El padre de Mike lo dejó a mi cargo y él se encargará de hablar con
él si así lo cree oportuno, pero si vienes conmigo de alguna manera estaré
encubriendo tu mentira y eso no me gusta. No puedes mentir y hacer lo que te
venga en gana, así que en mi casa estarás castigado. Nada de ordenador. Nada de
salir al jardín. Nada de tele, de todas formas ahora mismo no tenemos porque
hubo un pequeño percance. Le diré a Ted que no tienes permiso para hacer
ninguna de esas cosas. Si se me ocurre alguna tarea para ti te la mandaré. El
móvil te lo quedas por si te llama tu padre, pero preveo para ti una mañana
bastante aburrida.
·
Fred entreabrió los labios con sorpresa, pero
finalmente asintió. Menos mal, porque si se hubiera negado poco habría podido
hacer, obviamente llevarle a su casa no era una opción real: no pensaba
exponerle a la ira de un hombre que había demostrado que no se sabía
controlar.
Fred la estaba sacando barata, pero no era mi
hijo. No es como si pudiera decirle “una semana sin salir y sin tecnología”.
Solo tenía poder sobre él mientras estuviera en mi casa.
·
¡Tío, te está castigando! – exclamó Mike y
empezó a reírse, como si fuera muy gracioso.
·
·
Yo me estaría calladito, porque creo que tu
padre esté muy contento – le dije y eso hizo que se pusiera serio. – Ahora, los
dos al coche.
·
Los dos subieron a la parte de atrás y yo me
puse al volante. Fue un trayecto silencioso. Ted parecía muy avergonzado y a
Mike le estaba entrando sueño.
- Tío Aidan – me dijo Mike, cuando paré el coche
frente a mi casa. – Gracias por venir a por mí.
Me sorprendió que me lo agradeciera y me
enterneció que me llamara “tío”, como cuando era pequeño. Hacía unos cuatro
años que Mike había empezado a espaciar sus visitas, porque ya se podía quedar
solo en casa y sus padres no necesitaban buscar algún amigo con quien dejarle.
Más o menos desde entonces era solo “Aidan” para él, y “tío” en muy raras
ocasiones.
- Siempre que lo necesites, Mike – le
aseguré.
Salí del coche y abrí la puerta de casa.
- Pasad. Sin hacer ruido, por favor. Los peques
están durmiendo.
Los chicos entraron y se quitaron los abrigos.
Ted salió a recibirnos y fue un momento bastante incómodo. Ninguno dijo nada,
creo que mi hijo se sentía culpable por haber delatado a Mike con su padre y
Mike y Fred se sentían avergonzados.
- Vale, como es muy tarde, idos directamente
a dormir. Con más tiempo lo habría preparado de otra manera, pero creo que
os tenéis que quedar en los sofás – me disculpé. Eran unos sofás grandes,
con espacio para siete u ocho personas, así que podían tumbarse los dos y
estar cómodos. – Os traeré mantas. Mike, ya sabes dónde está el baño. ¿Te
encuentras bien?
Asintió, lentamente.
- Si necesitáis algo, mi habitación es la del fondo
del piso de arriba. La de Ted es la primera, ¿de acuerdo?
Los dos asintieron, modositos. Creo que les daba
mucha vergüenza aquella situación.
- ¿Habéis cenado? – se me ocurrió de pronto.
- Sí – dijo Fred.
- No – respondió Mike.
- ¿Fred? ¿Estás seguro de que has cenado o tengo
que añadir mentirme a mí a la lista de tonterías que hiciste hoy?
- No he cenado – admitió, con las mejillas
ardiendo.
- Vale. Venid a la cocina, entonces.
- No hace falta, es muy tarde…
- He dicho que vengáis a la cocina – repetí y los
dos me siguieron.
- Ted, ¿siempre es tan intimidante? – le oí
susurrar a Fred.
- Mi padre no es intimidante, pero no va a dejar
que estés sin comer.
Ted nos acompañó mientras les preparaba unos
sándwiches y se los comían. De nuevo, todo fue bastante silencioso. Era muy
tarde ya, había sueño y sentimientos encontrados.
- Tío Aidan, ¿cuándo me vas a devolver mis llaves?
– preguntó Mike.
- Me tengo que pensar si te las devuelvo o se las
doy directamente a tu padre – le respondí. – En cualquier caso, eso será
mañana y de paso quiero que me cuentes en qué diablos estabas pensando.
- Pues… yo…
- Mañana – insistí. – Ahora es muy tarde y tenéis
que dormir. Así que, a la cama los tres.
- Buenas noches, pa – dijo Ted y me dio un abrazo
rápido y tímido, porque estaban sus amigos delante. – Buenas noches,
chicos.
- Hasta mañana – respondió Mike.
Les acompañé al sofá y les bajé un par de
mantas.
- Buenas noches. Que durmáis bien.
Subí a mi cuarto y por el camino revisé a todos
mis hijos. Coloqué la manta de Alejandro, recogí los peluches de Hannah del
suelo y finalmente llegué hasta mi cama. Me cambié y me tumbé, durmiéndome casi
al instante.
- TED’S POV -
¿Desde cuándo Mike era tan tonto? ¿De verdad
pensaba conducir después de haber bebido? Si a mí se me ocurría algo semejante
era niño muerto. Su padre, sin embargo, le echaría una bronca monumental y
luego le dejaría en paz. Le castigaría sin salir, seguramente, pero volverían a
dejarle solo y Mike saldría, porque no soportaba estar en su casa cuando no
había nadie más en ella. Le conocía demasiado como para saber lo solo que se
sentía.
Me fui a dormir pensando que tenía que invitarle
a casa más a menudo. Con todo lo que había pasado últimamente yo me había
aislado un poco de mis amigos.
Al día siguiente me desperté tardísimo y papá
también, los dos con sueño por la pequeña aventura de la noche anterior. Pero
los enanos ya se habían despertado y estaban algo inquietos. Papá y yo salimos
al pasillo cuando escuchamos los lloriqueos de Kurt.
- ¿Qué pasó, bebé? – preguntó papá.
- Leo me arañó – gimoteó, enseñando un pequeño
arañazo en su bracito. No era nada serio, solo un par de líneas rojas, sin
sangre.
- Le estaba tirando de la cola – explicó Harry.
- ¡Cállate, chivato, acusica, que la boca te pica!
– le gritó Kurt.
- Sin chillar – le regañó papá. - ¿Por qué le
tirabas de la cola? Eso le hace daño, peque.
- Solo estaba jugando.
- Bueno, pero así no. Ven que te eche
desinfectante, aunque no creo que sea necesario, pero por si acaso.
Papá se le llevó en brazos al baño y yo bajé al
piso de abajo, a empezar con el desayuno y a saludar a mis amigos. Mike y Fred
estaban despiertos, pero todavía tumbados en el sofá.
- Buenos días.
- ¿Buenos? – protestó Mike. – Me va a estallar la
cabeza.
- Eso te pasa por beber – le criticó Fred.
- En eso tiene razón. Pero te daré una aspirina,
espera.
Fui a buscarla y se la di con un vaso de
agua.
- Gracias. Gracias por… ya sabes, por todo. Tu
padre no tenía que ir a recogernos…
- Claro que tenía – repliqué. - No podías conducir
así, Mike.
- Ya lo sé – admitió, mirándose las manos.
- ¿Qué os apetece desayunar? – pregunté, para
cambiar de tema. – Tenemos de todo, básicamente. Fred, tú nunca has comido
aquí, ¿no? Ya verás la locura que es.
- Es una locura ya. Todo es demasiado… ruidoso - me
dijo, y tenía razón. Se escuchaban correteos, risas, voces. Yo ya estaba
acostumbrado al ruido de once hermanos y casi no lo notaba.
Me puse a preparar las cosas en la cocina y poco
a poco mis hermanos fueron bajando. Papá les debía haber dicho que teníamos
visita, porque Barie se vistió a pesar de que en vacaciones solía bajar a
desayunar en pijama. El resto de mis hermanos no fueron tan formales.
- ¡Hola!
- ¡Hola, Mike! ¡Hola, Fred!
- ¿Cuándo vinisteis?
Mis hermanos saludaron a mis amigos y se
sentaron alrededor de la larga mesa.
- Mmm. Ayer salimos hasta tarde y Aidan nos vino a
recoger – explicó Mike, adornando un poco la realidad.
Papá llegó el último, con Kurt pataleando en sus
brazos. El enano tenía una especie de rabieta.
- ¡No quiero, no quiero, no quiero! ¡No quiero
llevar calcetines! – gritaba.
- Pues los tienes que llevar igual, Kurt, al menos
hasta que encuentres las zapatillas. Hace frío para ir descalzo y además
te puedes clavar algo.
- Créeme, enano, ir descalzo en esta casa no es una
buena idea – comentó Alejandro.
- ¡No quiero!
Papá le intentó sentar en su silla, pero
Kurt no estaba por la labor.
- Basta, ¿eh? O me enfado – le advirtió papá.
- Pues enfádate, ¡tonto!
- ¿Te pongo en la esquina tan temprano? – preguntó
y con eso Kurt se calló. – No se insulta a papá. ¿Qué se dice?
- Perdón…
- Bueno – aceptó papá y le dio un beso.
El enano parecía emberrenchinado todavía, así
que le dio algo de espacio. Sirvió el desayuno con mi ayuda.
Mike se puso a hablar con mi hermano Michael. No
habían tenido mucha ocasión para hacerlo hasta entonces. Creo que se cayeron
bien instantáneamente. Fred estaba más callado, abrumado por tanta gente y
tantas manos yendo y viniendo cogiendo cosas.
- ¿Me lo hashes? – le pidió Alice a Fred,
entregándole un trozo de pan.
- Quiere que se lo untes de mermelada – explicó
papá. – Trae, pitufa, ya lo hago yo.
- No, lo hago yo, no es problema – respondió Fred y
se lo preparó. – Toma, peque.
- Ashas.
- ¿Y a mí, porfa? – pidió Hannah, y Fred lo hizo
también.
Papá estaba ocupado friendo un poco de
bacon.
- Aquí nunca te aburres, ¿no, Ted? – me preguntó
Fred, como fascinado. Mike y él eran los dos hijos únicos.
- Nunca – sonreí.
Miré a Kurt por si él necesitaba ayuda con la
tostada también y me encontré con que mi hermano estaba aplastando unos
bollitos y metiéndolos en la jarra de leche de la que nos servíamos todos.
- ¡Kurt! ¡No hagas guarradas! – le dije, y le quité
los bollitos, por lo cual me llevé un manotazo.
Papá resopló, dejó lo que estaba haciendo y se
agachó junto a Kurt.
- No se juega en la mesa y no se dan manotazos.
Pídele perdón a Ted y vete a la esquina – le indicó.
- ¡No! ¡Que se vaya él a la esquina!
- Él no fue quien se portó mal.
Kurt se cruzó de brazos y miró a papá con
enfado. Sentí que le estaba echando un pulso y Aidan lo sintió también.
- A la esquina, Kurt.
- ¡No!
- Cuento hasta tres. Uno…
- ¡NO!
- Dos…
- ¡NO, NO, NO, NO!
Kurt cogió su cuchara y la tiró al suelo con
fuerza.
- Y tres. Kurt, vete a tu cuarto – dijo papá.
- ¡NO!
- No era una pregunta. Vete a tu cuarto, ahora.
Papá le habló serio, algo más serio de lo que
solía hablarle a los peques y Kurt pareció pensárselo. Finalmente, estiró los
brazos pidiendo upa, pero papá se resistió, aunque pude ver que tenía ganas de
hacerlo.
- Después te cojo en brazos, cariño. Ahora haz lo
que papá te ha dicho.
Kurt puso un puchero y empezó otro berrinche.
Papá optó por ignorarle y yo sabía que debía hacer lo mismo, pero era realmente
difícil porque el enano tenía una potencia realmente impresionante. Finalmente,
un par de minutos después, Kurt se calmó considerablemente.
- Después te cojo en brazos, Kurt – repitió papá,
como si no hubiera pasado nada. – Ve a tu cuarto, peque.
Kurt se frotó los ojos y finalmente se levantó
de la mesa. Fred y Mike parecían realmente incómodos, poco acostumbrados a esas
escenas. Papá se agachó para recoger la cuchara de mi hermano y suspiró.
- El peque empezó el día con el pie izquierdo –
murmuré.
- Está como gruñón. A lo mejor no ha dormido bien –
dijo papá.
Yo sabía que era muy probable que el enano se
hubiera ganado unas palmadas, por pegarme, hacer berrinches, trastear con la
comida, tirar la cuchara y desobedecer a papá. No eran cosas graves, solo
niñerías, pero veía muy difícil el librarle de un castigo. Había estirado
demasiado la cuerda.
- Ahora vengo – susurró papá y salió de la
cocina. Ahí tuve mi confirmación de lo que iba a pasar.
- Perdón por eso, mi hermanito normalmente es
adorable – me disculpé, mirando a mis amigos.
Nos quedamos en silencio y entonces escuché las
voces de papá y Kurt en el salón, aunque no pude entender lo que decían. El
peque no debía haberse ido a su habitación.
- Está en plan desobediente hoy, ¿eh? - murmuró
Madie, dándose cuenta también de que no había hecho caso en eso tampoco.
Entonces escuchamos cinco sonidos
característicos, cinco palmadas que se escucharon mucho, pero yo sabía que no
era tan horrible como parecía. Kurt protestó un poco a partir de la tercera y
luego empezó a llorar, fuerte y agudo. Se me quitó el hambre y a varios de mis
hermanos también.
- Se lo estaba buscando – comentó Michael, con
un suspiro. - Papá le ha dado varias oportunidades.
No le respondí. Me centré solo en observar a mis
amigos para ver sus reacciones. No recordaba si Mike había presenciado alguna
escena parecida en alguna de sus visitas. Papá solía ser bastante
cuidadoso, no le gustaba ni pretendía avergonzarnos. En cualquier caso, Mike
conocía los métodos de papá. Yo se lo había contado porque tenía mucha
confianza con él, aunque con los años me había vuelto más reservado. Claro que
había omitido cuidadosamente decirle que papá me castigaba así todavía. Creo
que él se pensaba que lo hacía solo con los enanos y por mí estaba bien
así.
Para Fred, en cambio, aquello fue un shock.
Juraría que se puso más pálido de lo que ya era.
- ¿Le ha pegado? - preguntó, visiblemente
impactado.
Yo no quería que malinterpretara las cosas. Pero
no sabía cómo explicarle que aquello no tenía nada que ver con lo que hacía su
padre. Entendía que si no lo ves y solo lo oyes, parece mucho más traumático de
lo que en realidad es. La forma tan desgarrada en la que Kurt lloraba tampoco
ayudaba a mi intención de hacerle entender a Fred que papá no era un monstruo.
- AIDAN'S POV -
Cuando fui en busca de Kurt, me sorprendió verle
en el sofá. Estaba acurrucado de forma muy tierna con la manta y vi sus
calcetines en el suelo. Los recogí y me senté a su lado.
- ¿Por qué te los has quitado? Papá te dijo que no
lo hicieras, ¿mm?
Kurt me miró sin decir nada y subió un
poco más la manta hasta taparse la boca con
ella.
- Tenemos que hablar de lo que ha pasado, peque.
Estoy algo enfadado contigo, porque no me has hecho caso y le has pegado a
Ted y has tirado la cuchara y has estropeado los bollitos que son para que
desayunemos todos, ¿mm? Sabes que con la comida no se juega y por eso Ted
te regañó un poquito. Pero no fue malo contigo, así que no tenías que
reaccionar así.
Kurt se tapó entonces por completo, cabeza
incluída, y yo tiré de la manta para verle la cara.
- Si papá te dice que te pongas los calcetines,
tienes que ponértelos. Si papá te dice que vayas a la esquina, tienes que
ir a la esquina. Y si te digo que vayas a tu cuarto, tienes que ir a tu
cuarto.
- No quiero ir a mi cuarto porque allí me vas a
gritar – protestó.
- ¿Eso crees? - pregunté, extrañado. Intentaba no
gritarles demasiado, especialmente a los peques, pero no siempre lo
conseguía. El día anterior había gritado mucho delante de él, cuando lo de
la tele, pero había sido en el salón y no en su cuarto y había sido a su
hermano, y no a él. ¿De dónde sacaba la idea de que en su habitación le
iba a gritar?
- Ahá.
- Pero no te estoy gritando ahora, ¿verdad?
Kurt asintió, con un puchero.
- No, Kurt. Ahora te estoy regañando, pero no te
estoy gritando. Son cosas diferentes, peque. Te regaño porque te has
portado mal.
Mi niño lloriqueó, como cuando era más pequeño y
le despertaba de su siesta. Estaba irritable y mordió la mantita, pero no con
rabia.
- Abre la boca, campéon – le pedí. - Ábrela más,
eso es.
Le levanté la cabeza para que mirara al techo y
le observé los dientes. Le estaba saliendo uno y tenía toda la encía inflamada.
- Ah, eso tiene pinta de doler. Por eso está tan
gruñoncito hoy mi campeón, ¿no? Pobrecito – le dije, en tono mimoso, y le
di un abrazo. Kurt se recostó sobre mí y le di un beso en la cabeza. -
Entiendo que estés molesto, bebé, y ahora papá buscara algo frío para que
te metas en la boca y te calme. Pero nadie tiene la culpa de eso, ¿mm? No
es para que estés enfadado con papá y le desobedezcas. Ni con Ted. Ni con
Harry más temprano, cuando me contó lo que pasó con Leo.
- Perdón, papito – susurró.
- Está bien, mi amor. Pero quiero que te vayas a
esa esquina y que intentes pensar en todo lo que papá te ha pedido que
hicieras y no has hecho.
- No, papi, esquina no.
- Lo siento, campeón, pero sí. Desobedecer a papá
tiene consecuencias – le expliqué y traté de que se levantara para
llevarle al rincón, pero entonces Kurt me dio un pisotón con bastante
fuerza. Suspiré.
- Esto es tanto culpa tuya como mía, tendría que
haber hecho esto antes y nos habríamos ahorrado la mitad de la escena – le
dije y me volví a sentar. Le tumbé sobre mis rodillas y bajé su
pantaloncito del pijama.
PLAS PLAS... snif… PLAS Ay.... PLAS... Au...
PLAS BWAAAAAAAAAAAAAA
Le di la vuelta y le coloqué la ropa, dejándole
sentado encima de mis piernas. Froté su espalda mientras lloraba, conmovido por
la intensidad de su llanto. Era un llanto cansado, como si fueran las doce de
la noche en lugar de la mañana.
- Ya pasó, mi vida, ya pasó – le dije. Aproveché
para ponerle los calcetines sin dejar de hacerle mimos en la espalda y en
la carita. Le levanté para darle un abrazo y que se colgara de mi cuello y
empecé a pasear con él por la habitación. - ¿Sabes por qué te he
castigado? - le pregunté, y Kurt asintió, pero cuando trató de hablar le
resultó algo difícil. - Vamos, campeón, shhh, cálmate. Te va a hacer mal,
llorar así.
Saqué un pañuelo para que se sonara y después de
eso pareció algo más tranquilo.
- Porque... snif... me quité los calcetines...
snif... y te pisé... snif.... y le pegué a Ted... snif.... y tiré la
cuchara... snif... y aplasté los bollos... snif... y no me fui a la
esquina... snif... ni a mi cuarto.
- Muy bien, bebé. ¿Vas a intentar no hacerlo más?
- Nunca, nunca... snif.
Sonreí y le di un beso.
- Ya no te duele el culito, ¿a que no?
- N-no... snif... No.
Estaba prácticamente seguro, pero escuchárselo
fue un alivio.
- Entonces ya no llores, campeón. ¿Sabes la mejor
medicina para los dientes de niño grande que están saliendo?
- ¿Un besito? - me preguntó.
- Eso siempre – me reí y le di un beso. - Pero hay
algo casi mejor: un helado.
El frío contra la encía le ayudaría a aliviar la
inflamación.
- ¿Qué me dices, tomamos helado para desayunar? -
le pregunté.
Su carita cambió por completo y me regaló una
sonrisa infantil ultra tierna.
- ¡Síii!
Le llevé en brazos hasta la cocina y noté muchos
pares de ojos encima. Seguramente lo habían oído. Genial, linchamiento público.
Kurt no se dio cuenta de cómo nos miraban sus hermanos y los amigos de Ted y
volvía a ser mi niño dulce y mimoso que balanceaba las piernecitas contento
mientras descansaba la cabeza en mi hombro.
- Cómo mola estar de vacaciones. Duermo más y
desayuno helado – declaró, como quien hace una reflexión muy
importante.
- Estar de vacaciones es lo mejor del mundo –
coincidí, mientras abría el congelador. - Elije el sabor.
- ¡Chocolate!
- No sé ni para qué pregunto. ¿Blanco o negro?
- Quiero helado mulato, papá.
- ¿Mulato? - me extrañé.
- Mi profe dice que la gente que no es negra del
todo, se llama mulata.
- Ah, pues tiene razón, campeón. Pero no existen
los helados mulatos – le expliqué.
- ¿Cómo qué no? ¿Y los que son marrones por fuera y
blancos por dentro, qué son?
Me tuve que reír ante la seguridad con la que lo
dijo.
- Podemos llamarlos helados mulatos, si quieres –
accedí.
- ¿Ted es mulato, papá?
- Sí, campeón.
- ¿Y Michael?
- También – respondí, mientras abría el helado que
quería y se lo daba.
- ¿Y Ale?
- No, Jandro no. Él es mestizo.
- ¿Y eso qué quiere decir?
- Que mi madre y mi padre eran de razas diferentes,
pero ninguno era negro, enano – respondió el aludido, acercándose a
nosotros. - Oye qué morro, yo también quiero helado.
- ¿Te están saliendo los dientes a ti
también?
- No.
- Entonces te esperas hasta después de comer.
- Jo.
Senté a Kurt en su silla y le dejé feliz
lamiendo su helado. Me senté yo también, para tomar mi desayuno, y me fijé en
que casi todos habían terminado ya.
- Id a jugar, si queréis. Mike, Fred, con vosotros
quiero hablar un segundo. Esperadme en el cuarto de Ted.
Mike asintió y se levantó de la mesa como el
resto, pero Fred se puso muy rígido y se quedó absolutamente quieto. Sus ojos
eran los de un animalito atrapado. Ted me hizo un gesto con la cabeza,
señalando a Fred y a Kurt alternativamente. Esperé a que todos se fueran para
decirle nada, y cuando solo quedamos Kurt, Ted, Fred y yo, me acerqué al chico
lentamente, para no sobresaltarle.
- ¿Qué ocurre, Fred?
- N-nada.
- Solo quiero hablar con vosotros de lo de
ayer.
Fred no dijo nada y se quedó mirando su taza
vacía.
- ¿Escuchaste lo que pasó con mi hijo? - le
pregunté. - Mi intención no era que lo oyeras, lamento si te resultó
incómodo.
Fred siguió sin responder, pero le vi encogerse.
Madre mía, ese chico tenía tanto miedo. Lamenté no haberle roto la nariz a su
padre cuando tuve la oportunidad de hacerlo.
- No le he hecho daño, Fred – le aseguré.
Kurt se sacó el helado de la boca y nos miró con
curiosidad.
- Papá solo me ha hecho pampam. Si has sido malo te
hará a ti también, pero no tienes que tener miedo. ¿A que no, Ted?
Ted dejó escapar una tosecilla. La inocencia de
mi enano podía provocar situaciones muy incómodas.
La expresión de horror de Fred lo dijo todo.
Hasta el momento, estaba preocupado por Kurt y por la posibilidad de que yo
lastimara a mis hijos como su padre le lastimaba a él, pero tras las palabras
del peque se planteó seriamente cuáles eran mis intenciones al decir que quería
hablar con él.
- No voy a hacer nada de eso – aclaré,
rápidamente. - Fred, tú no eres mi hijo. Ni se me pasaría por la
cabeza.
Me miró con inseguridad, como buscando algún
indicio de que le estuviera mintiendo.
- No tienes que tener miedo – le aseguré, con voz
dulce. - No te he traído a mi casa para hacerte daño.
Poco a poco, pareció convencerse y, con mucha
vergüenza, se levantó y salió corriendo escaleras arriba. Ted y yo nos
miramos sin saber qué decir, pero Kurt acabó con la tensión del momento.
- Mira, Tete, me está saliendo un diente – le dijo,
y se lo enseñó. Aún no asomaba por la encía.
- Ya lo veo, enano. Una muelita.
Cogí al peque en brazos y le estampé un beso en
la mejilla.
- Ha sido muy tierno que intentaras consolar a
Fred, cariño – le felicité.
Kurt soltó una risita, porque por lo visto le
hice cosquillas y se volvió a meter el helado en la boca.
- ¿Por qué no vas con Ted a ver si encontráis tus
zapatillas? Así podrás quitarte los calcetines, ¿bueno?
Kurt asintió y miró a Ted, pero este tenía una
falsa expresión de enfado, con los brazos cruzados. Me recordó a mí cuando
hacía un poco de teatro con alguno de los enanos.
- ¿No vienes, Tete? - preguntó el enano, con un
puchero.
- ¿Ah, quieres que vaya?
- Claro.
- ¿No se te olvidó decirme algo?
Kurt puso carita de concentración y de
preocupación, pero no encontró una respuesta a la pregunta de su hermano. Me
miró a mí en busca de ayuda.
- Creo que Ted está esperando una disculpa,
campeón. Le pegaste antes.
Los ojos de mi niño se iluminaron cuando
entendió lo que quería y abrazó a Ted de la cintura.
- Perdón, Tete.
- Perdonado, hermanito. Vamos a buscar a ver si las
encontramos.
Se fueron escaleras arriba y una vez más
agradecí contar con la ayuda de Ted para ir enseñándole el mundo a sus hermanos
pequeños. La importancia de disculparse es algo que se va aprendiendo poco a
poco y el enano ya era muy bueno pidiendo perdón, en parte gracias a que Ted se
lo recordaba cuando hacía falta y daba un buen ejemplo cuando le tocaba
disculparse a él. Si solo se lo hubiera dicho yo, probablemente no tendría
tanto efecto: yo era “papá” y le decía un montón de cosas. Pero si su hermano
mayor también se disculpaba y le recordaba que debía hacerlo, Kurt se
acostumbraba a que eso era algo normal. Mi pequeño no era apenas orgulloso ni
rencoroso.
Dediqué unos segundos más a morirme de amor y
honra paternal por las diversas cualidades de mis hijos y después subí para
hablar con Mike y Fred. Las diferencias de confianza y carácter entre ambos
eran evidentes: Mike estaba medio tumbado sobre la cama de Ted y Fred estaba de
pie, como si no quisiera tocar nada.
- Habéis puesto una litera – comentó Mike, cuando
me vio entrar.
- Sí. Es verdad, la última vez que vinisteis no
llegasteis a subir. Tenéis que venir más a menudo, ¿eh?
- No sé yo, tío Aidan. Viéndote en la faceta de
padre estricto no sé yo si quiero, ¿eh? - se burló. Muchachito
descarado.
- ¿Cómo va la resaca, mocoso lengualarga? - le
pregunté.
- Bien. Ted me dio una aspirina antes.
- Perfecto, así te puedo gritar sin sentirme
culpable. ¿En qué carajo estabas pensando? ¡Si no llego a ir a por ti
habrías conducido borracho! ¿Es que quieres matarte?
El cambio repentino en el tono de la
conversación sorprendió a Mike, que se incorporó y miró al suelo exactamente de
la misma forma que Zach cuando le echaba alguna bronca.
- No estaba pensando... Era el alcohol hablando por
mí...
- ¿Y para qué bebes en primer lugar? ¡No tienes
edad de hacerlo y si te toca conducir está absolutamente fuera de
discusión!
- Yo... ehm... Todo el mundo bebe, Aidan.
- Todo el mundo no. Fred, aquí presente, no. Ted
tampoco.
- Bueno, pero yo sí – replicó, algo chulito.
- Pues que sea la última vez – le dije. Antes de
que me respondiera, decidí continuar y hablarle de una forma que pudiera
significar algo para él. - Te conozco desde que era un crío, Mike. No
quiero que te pase nada malo. Puedes divertirte perfectamente sin beber.
- Pero no puedo olvidar – susurró.
- ¿Olvidar el qué?
- Nada, déjalo.
- No, Mike, dímelo – le pedí, pero no me respondió.
Suspiré. - El alcohol no te hace olvidar, realmente. Los problemas se van
solo por unos pocos minutos, pero siempre vuelven, y a veces vuelven
empeorados. Pase lo que pase, beber no es la respuesta.
- ¡A mí me ayuda! - protestó.
- ¿En qué?
- ¡Me ayuda a no acordarme de que esta conversación
tendría que estar teniéndola con mi padre y no contigo! - exclamó. - Me
ayuda a no pensar que tu pasas más tiempo con cualquiera de tus hijos que
mis padres conmigo, ¡y eso que tienes doce!
Auch. Pobre niño.
- Siempre que me necesites, Mike, puedes contar
conmigo – le aseguré. - Ven aquí.
No esperé a que reaccionara y tiré de él para
darle un abrazo. Al principio estaba tenso, pero luego se relajó.
- No es que no me quieran. Yo sé que me quieren
mucho. Pero tener un hijo es más que darle de comer y exigirle buenas
notas, ¿sabes? - me dijo.
- Sí, claro que lo sé. ¿Se lo has dicho a ellos?
¿Les has dicho que necesitas que estén más presentes en tu vida y que
trabajen menos?
- Después del curso que viene me voy a la
universidad. No voy a pedirles que cambien su vida cuando solo voy a estar
con ellos años y medio más.
- Uno no deja de tener un hijo porque se vaya a la
universidad, Mike. Serán tus padres para siempre, y precisamente porque te
estás haciendo mayor deberían aprovechar el tiempo que puedan pasar ahora
contigo, antes de que tengas tu propia vida y sean ellos los que reclamen
tu atención y pidan que les visites – le hice notar.
- No me escucharán. Y menos ahora. Van a estar muy
enfadados conmigo – murmuró.
- Seguro que no tanto. Puedes decirles que yo ya te
eché una buena bronca, ¿mm?
- Se supone que los tíos están para consentir, te
has salido del papel – me reprochó.
- Demasiado consentido te tengo. Anda, ve a que Ted
te enseñe su batería nueva. ¿Os quedáis a comer y luego ya vais a casa? -
le pregunté.
- Mejor antes. No quiero que papá se enfade
más.
- Bueno, como quieras. Hasta entonces, diviértete.
Y no te metas en más líos.
- Lo intentaré – respondió, con una media sonrisa
pícara y salió del cuarto.
Me giré hacia Fred. Tenía menos relación con ese
chico y sin embargo me inspiraba mucha compasión. Temblaba como una hoja de
árbol al viento y me di cuenta de que no estaba demasiado acostumbrado a
meterse en problemas.
- Escaparse no fue una idea muy brillante, ¿eh? -
le dije.
- No, señor.
- Aidan, Fred. Ya te he dicho que me llames Aidan.
¿Tantas ganas tenías de ir a esa fiesta?
Se encogió de hombros.
- Tenía ganas de salir. El plan me daba
igual.
- Un plan que implique mentir a tu padre nunca es
una buena idea, y en tu caso con un doble motivo. Primero, porque mentir a
un padre siempre está mal. Y segundo, porque estás reconstruyendo tu
relación con el tuyo y eso no significa solo que él tiene que luchar para
ganarse tu confianza de nuevo, sino que tú tienes que aprender a confiar
en él también. Mentir no es el camino.
Fred entreabrió un poco los labios, como si no
hubiera pensado en eso. Dudaba que hubiera habido mucha reflexión entorno a su
decisión, en realidad. Fue solo un impulso adolescente.
- Primera y última vez, ¿estamos?
- Sí, se... Sí, Aidan.
- Bueno, entonces tú también ve a ver la batería de
Ted.
- Pensé que dijiste... Es decir, dijiste que
mientras estuviera aquí estaba castigado – susurró, muerto de
vergüenza.
- Sin tecnología y ciertos privilegios, sí, pero no
sin hablar con Ted, ni nada de eso.
Fred sonrió un poco y pareció más joven al
hacerlo. Por lo que había visto, no era un chico demasiado sonriente, al
contrario que Mike.
- Ah, y muchas gracias por estar pendiente de
las enanas en el desayuno.
- No fue nada.
Se ruborizó, salió del cuarto y yo me senté en una de
las camas, resoplando. Como si tuviera pocos adolescentes a mi cargo, ahí
estaba, intentando meterles sentido común a otros dos.
El resto de la mañana transcurrió bastante
tranquila. Cuando se acercó la hora de comer, acompañé a Mike a por su coche y
llevé a Fred a su casa. Para su padre, había estado durmiendo en casa de un
amigo y me dije que, al menos parcialmente, era verdad.
Por la tarde fui con Ted a la revisión del
médico y nos dieron buenas noticias. El doctor dijo que podía volver a conducir
y a entrenar. Ted estaba eufórico y no veía la hora de tomar el coche, que
además tenía la radio nueva que le había comprado. Le di la oportunidad esa
misma tarde: les dije a mis hijos que podíamos ir al centro comercial a por una
tele nueva.
- Papá, pero ¿para eso tenemos que ir todos? -
protestó Harry, poco aficionado a esos lugares.
- Había pensado que también podríamos comprarle
algún detalle al señor Morrinson. Seguro que él os ha comprado algo a
vosotros.
Esa idea ya le gustó más, porque estaba bastante
unido al anciano vecino. Así que nos pusimos en marcha y Ted corrió hacia el
garaje.
- Un momento, ahora os subís. Necesito unos
momentos a solas con mi bebé – pidió y yo rodé los ojos, pero estaba
contento de verle tan feliz.
- MICHAEL'S POV -
Ted estaba insoportable desde que le habían
dicho que podía conducir. No dejaba de hablar de su coche, y de lo mucho que lo
había extrañado y casi parecía que estuviera hablando de una persona y no de
una máquina.
Papá también era muy molesto, repitiéndole mil
veces que condujera con cuidado y que si notaba algo extraño o se mareaba o le
dolía la cabeza parase en el arcén enseguida. Madre mía, el médico le había
dado vía libre, ¿es que ni siquiera eso era suficiente para Aidan?
Debía reconocer, sin embargo, que la enorme
sonrisa de Ted compensaba un poco de exasperación. Mi hermano no había tenido
una buena racha y que todo volviera a la normalidad era importante para
él.
Ir al centro comercial con tanto niño pequeño es
agotador. No sé cómo papá podía hacerlo, aunque supongo que estaba
acostumbrado. Sentó a Alice en el carrito y Kurt protestó, diciendo que él
también quería.
- Solo necesitamos un carro hoy, peque – trató de
explicarle papá, pero Kurt puso un pucherito y yo sabía que papá iba a
ceder. Le iba mucho mejor cuando ponía esa carita que cuando hacía
un berrinche.
- Porfa, papi, toy cansado.
- Estás vaguito, me parece a mí – replicó Aidan,
pero me hizo un gesto para que cogiera otro carro.
Kurt era demasiado grande para ir en el asiento
de bebés, así que simplemente le subí al carrito y papá le dijo que se sentara
y se agarrara bien.
- Si nos llama la atención algún encargado le pones
esos mismos ojos manipuladores que me pones a mí ¿eh? - le avisó. -
Hannah, ¿tú también quieres?
Aidan trataba de ser justo con los caprichos que
concedía, especialmente con los enanos, para evitar que se sintieran
desplazados y se pusieran celosos.
Hannah negó con la cabeza y agarró el carrito
que llevaba yo.
Fuimos a la sección de electrodomésticos, que
estaba casi al final. Uno se daba cuenta de que papá había educado bien a mis
hermanitos cuando pasabas con ellos por la sección de juguetes y la de
chucherías varias y apenas pedían nada. Cuando Hannah preguntó si podían
comprar una muñeca, papá le explicó que acababa de tener regalos por Navidad.
- La muñeca no es realmente necesaria, ¿verdad?
- No, papi – aceptó Hannah, y no volvió a
preguntar.
Kurt sí se puso algo más difícil cuando vio unas
galletas que por lo visto eran sus favoritas, pero papá le silenció rápido
también.
- Papá ya ha dicho que no, Kurt, y sabes que por
más que insistas no las compraré. Otro día, peque.
Kurt puso un minipuchero, pero no dijo nada más.
Estaba muy mono haciendo eso y papá no pudo resitirse y le dio un beso. Con
eso, mi hermanito volvió a sonreír. Fue todo un alivio que no optara por
hacer una pataleta. Papá muchas veces les complacía en pequeñas cosas como unas
galletas o unas patatas, pero no siempre, tanto para enseñarles que no siempre
se podía conseguir todo, como para no darles demasiadas guarrerías, que tampoco
era bueno y también para no volverse pobre de solemnidad.
Estuvimos un rato eligiendo tele. A mí en
realidad me daba igual cual cogiéramos, así que desconecté un rato de la
conversación. Alejandro me dio un toquecito en el brazo para llamar mi
atención.
- Mira a ese tipo – susurró.
Estaba señalando a un chico algo mayor que yo,
con el pelo rapado, varios pircings en la nariz, la boca y las orejas, un
tatuaje que le sobresalía por el cuello y una escarificación en el brazo
derecho.
- ¿Crees que papá me dejará hacerme un pircing
algún día? - preguntó, con voz soñadora.
- Tú le tienes más calado que yo – respondí. Cuando
recién les estaba conociendo, ya hubo una discusión parecida y Aidan no me
pareció muy dispuesto a ceder. - En la oreja, tal vez. A mí me dejó
conservar ese. Pídeselo por tu cumpleaños.
Yo me quedé mirando al chico, pero no por los
pircings, sino por lo que tenía en el brazo. En la cárcel había visto muchos
tipos así, pero generalmente sus escarificaciones eran feas, con mensajes
violentos o agresivos e incluso alguna esvástica. La de ese chico era bonita,
era una especie de flor.
Cargamos la tele en el carro, papá compró un par
de cosas para el vecino y después volvimos a casa, pero yo no podía dejar de
pensar en las modificaciones que ese tipo llevaba en el cuerpo.
Cuando llegamos a casa, papá se puso a instalar
la televisión.
- Deberías haber dejado que viniera el técnico – le
dijo Ted. - Eres demasiado cabezota.
- Pero dijo que no iba a venir hasta mañana o
pasado, tienen mucho follón estos días. Puedo hacerlo, no será tan difícil
– replicó Aidan y se puso manos a la obra.
Al ver a papá ocupado, pensé que esa era mi
oportunidad. Tomé a Alejandro del brazo y le llevé al baño conmigo.
- ¡Ay! ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Qué hacemos aquí?
¿No querrás que te pinche la insulina? Porque las agujas me dan mal rollo.
- No – le tranquilicé. - Quiero que me ayudes a
hacer esto – le dije y le enseñé con el móvil un vídeo de cómo hacer una
escarificación.
Se puso blanco, casi como si tuviera
náuseas.
- ¿Te has vuelto loco? ¿Quieres que te mutile? - se
escandalizó.
- Solo es cortar piel.
- ¿No hay que estar anestesiado para eso?
- Aguanto bien el dolor – le aseguré.
- ¿Y no sería mejor que fueras a un sitio... no
sé... profesional?
- Claro, con un dinero que no tengo – repliqué. -
Segurito que papá me lo daría, vamos – añadí, con sarcasmo.
- Esa es otra cosa: papá. Si haces eso te matará.
Lo sabes, ¿no?
- Para cuando se dé cuenta ya estará hecho y no
tendrá remedio.
Alejandro me miró durante varios segundos y
luego soltó una risita nerviosa.
- Estás loco, Michael – me dijo. - ¿Qué te querrías
hacer, de todas formas?
- Ya lo tengo pensado – le expliqué. - Voy a por un
boli. Espérame aquí, ¿vale?
Él asintió y yo fui rápidamente a por un
bolígrafo y volví. Me saqué el pantalón.
- Tío, sin streaptease – protestó Alejandro, con
cara de asco.
- Cállate, estoy en gallumbos, me ves así todos los
días en el cuarto e incluso en bolas.
Me senté en el suelo del baño y dibujé en mi
muslo derecho una jaula abierta con un pájaro saliendo de ella. De pronto se me
antojó un poco cursi y me preocupó que Alejandro pudiera reírse, pero se limitó
a observarme con curiosidad.
- Dibujas bien – comentó.
- Gracias. No tan bien, no lo suficiente como para
falsificar cuadros – le expliqué. Era algo que Greyson había intentado
enseñarme, pero tuvo que conformarse con que falsificara códices y
documentos. - ¿Lo ves? No es muy grande, no es para tanto.
- Si papá lo ve, sí le parecerá para tanto.
- Bueno, pero es en la pierna, tampoco es algo que
suela ver -contrataqué.
- Cof, cof, cof – fingió una tosecilla molesta
antes de puntualizar: - Salvo cuando te castiga. O cuando sales del cuarto
el calzoncillos... Si empiezas a ser pudoroso de pronto le harás
sospechar. Además, si te lo haces sangrarás mucho, tendrás que vendarte y
te dolerá. No sé cómo vas a ocultárselo.
- Tú deja que yo me preocupe de eso, ¿vale? ¿Me vas
a ayudar o no?
- Supongo que sí – accedió al final. - Pero me
debes una, esto me va a dar mucha grima.
Sonreí. Sabía que Alejandro era el hermano
adecuado para estas cosas. Ni quería pensar en lo que me hubiera dicho
Ted.
- Lo que quieras. Incluso si quieres pruebo y te
hago un pircing.
- No, déjalo, prefiero hacerlo en una farmacia o en
un sitio así. Bueno, ¿y cómo va esto? ¿Qué necesitas exactamente de mí?
- No puedo cortarme a mí mismo – le expliqué, con
algo de vergüenza. - Me daría demasiada impresión y además, en cuanto me
empezara a doler me sería difícil mantener el pulso. Me haría un
destrozo.
- ¿Quieres que yo te corte? - preguntó, aunque me
parecía obvio.
- Pues sí...
- Me lo temía. Voy a potar – me aseguró. - ¿Con qué
te lo hago?
Me hizo cierta gracia que a pesar del evidente
desagrado que le causaba estuviera dispuesto a seguir adelante. Eso es lo que
yo llamaba fidelidad de hermanos.
Cogí una de las cuchillas de afeitar y la
desarmé, sacando las hojas afiladas de metal.
- Tienes que cortar en esta parte y en esta otra
haces un cuadrado, para quitar esta sección de piel – comencé a
explicarle. Lo había visto hacer una vez, en la trena. - Ten, mira otra
vez el vídeo.
- Puaj, Michael, de verdad que da mucha
grima.
- No es para tanto.
- Tenemos que poner una toalla debajo. Vas a
sangrar - me advirtió y me di cuenta de que tenía razón. Cogí una toalla y
me senté encima, extendiéndola debajo de mi pierna. - ¿Estás seguro de que
vas a aguantar sin anestesia?
- Que sí.
- Hay que desinfectar esto – me dijo, señalando la
cuchilla. Yo rodé los ojos, pero él se mostró tajante. - No tardamos nada,
en el cajón de las tiritas hay alcohol – me indicó y se levantó para
cogerlo y echar un poco sobre la cuchilla.
Quise decirle que dudaba que eso sirviera
de mucho si no me desinfectaba también la pierna, así lo hacían en las series
de médicos antes de hincar el bisturí, pero eso habría borrado el dibujo que
había hecho con el boli a modo de guía y lo cierto es que el tiempo jugaba en
nuestra contra. Papá no iba a estar ocupado para siempre.
- La mujer del vídeo usa anestesia – insistió,
mientras observaba mi pierna con aprensión.
- ¿Quieres dejarlo ya? No necesito una jodida
anestesia.
- Vale, vale.
Puse ambas manos en el suelo, una a cada lado de
mi cuerpo y Alejandro se arrodilló a mi derecha. El baño era amplio, pero
nosotros dos lo llenábamos.
Acercó la cuchilla a mi muslo y le tembló un
poco el pulso. Le agarré la mano para que se tranquilizara.
- No pasa nada – le aseguré. - Yo te iré indicando.
Tiene que ser un corte profundo o no se hará cicatriz y es lo que
buscamos.
Finalmente, respiró hondo y me hizo un corte con
la cuchilla, demasiado superficial, pero dio igual: se hizo evidente que sí necesitaba
anestesia. Solté un grito y me llevé el dedo índice doblado a la boca, para
morderlo.
- Michael, ¿estás bien?
Alejandro se asustó. Entró en pánico y más al
ver que la sangre comenzaba a brotar y a caer por mi pierna.
- Estoy bien – le mentí. - Solo se siente raro,
pero puedo aguantarlo.
- No sé... No creo que pueda hacerlo – me
dijo.
- Por favor, Jandro – le pedí. Probé con el
apelativo cariñoso que Aidan utilizaba a veces a ver si así se dejaba
convencer. - No puedo hacerlo solo.
Respiró hondo un par de veces, asintió y volvió
a acercarse. Hizo otro corte cercano al primero, lo que vendría a ser uno de
los barrotes de la jaula y aquella vez no pude reprimir un grito. Dolía
demasiado, joder.
Alejandro no parecía encontrarse bien. Creo que
estaba mareado. Bueno, podíamos descartar la de doctor como una de sus posibles
profesiones.
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir
nada, escuchamos que alguien aporreaba la puerta.
- ¿Michael? ¿Alejandro? ¿Estáis los dos ahí? ¿Ocurre
algo?
Mierda. Mierda, mierda, mierda.
- No, va todo bien. Enseguida salgo – grité,
mientras empezaba a recoger como un loco. La toalla estaba un poco
manchada. - Deshazte de esto – le susurré a Alejandro, señalando la
cuchilla.
- ¿Y dónde quieres que la meta? - replicó.
- ¿Está Alejandro contigo? - preguntó papá desde el
otro lado.
- N-no.
- Michael, no me mientas. ¿Qué está pasando? -
insistió, pero no esperó a que respondiera. Escuché un sonido metálico y
la puerta se abrió. Después del incidente con los frasquitos de insulina,
cuando fue necesario reinstalar la puerta, papá había optado por poner una
cerradura en lugar de solo un cerrojo, de tal forma que él siempre pudiera
entrar en el baño si había algún problema, aunque hubiéramos echado el
pestillo.
Del susto, Alejandro dejó caer la cuchilla al
suelo con un tintineo, haciendo que los ojos de papá se fijaran
alternativamente en la hoja manchada de sangre y en mi pierna. Le costó un par
de segundos asimilar lo que estaba viendo.
- ¡MICHAEL! ¿Estás bien? - se angustió y corrió a
mi lado a examinarme la herida.
Parecía peor de lo que era. La sangre goteaba en
un hilito desde mi muslo hasta mi tobillo.
- Tranquilo, papá, no es nada – balbuceé.
- ¿Qué no es nada? Vale, ahora mismo me vais a
decir QUÉ NARICES ESTABAIS HACIENDO. ¿Por qué tenías esa cuchilla? ¿TÚ LE
HAS HECHO ESO? - le preguntó a Alejandro, más enfadado de lo que recuerdo
haberle visto nunca. Más enfadado incluso que cuando fui con Ted a buscar
a los que le habían pegado.
- Yo se lo pedí – aclaré, antes de que asesinara a
mi hermano. - No es lo que parece, solo me estaba ayudando a hacerme una
escarificación.
- ¿UNA QUÉ? ¿PERO ES QUE HAS PERDIDO EL JUICIO? ¿Le
has pedido a tu hermano que te corte?
Aidan estaba alucinando, confundido, furioso y
preocupado a partes iguales. Alejandro le tendió mi móvil y le puso el
vídeo.
- Es esto – le explicó.
Papá aguantó solo unos segundos. Luego dejó el
móvil de mala manera y me agarró del brazo. Por un segundo pensé que iba a
pegarme ahí mismo, pero en lugar de eso me zarandeó, me abrazó y volvió a
examinar mi pierna, todo eso en menos de treinta segundos. Sin decir nada cogió
un poco de algodón del botiquín, lo mojó en agua y empezó a lavarme la herida.
Observé como la tinta del boli se corría a la vez que mi sangre.
A continuación, cogió desinfectante y me lo echó
y no pude contener un siseo.
- Au, que escuece – protesté, débilmente. Fue un
gran error de mi parte. Papá había enmudecido después de ver el vídeo,
pero creo que solo se estaba conteniendo porque no quería decir burradas.
Después de mi queja, no se ocntuvo.
- ¿Y ACASO PENSABAS QUE RAJARTE ENTERO Y ARRANCARTE
LA PIEL TE IBA A HACER COSQUILLAS? ¿TIENES LA MENOR IDEA DE LO QUE ESTABAS
HACIENDO? ¿LAS INFECCIONES QUE TE PUEDES COGER? ¡POR DIOS, MICHAEL, ERES
DIABÉTICO! ¡TIENES QUE TENER ESPECIAL CUIDADO CON LAS INFECCIONES, SOBRE TODO
EN LAS PIERNAS!
- Lo más peligroso es en el pie – susurré. Quise
pegarme yo mismo por interrumpirle.
- ¡ME DA ABSOLUTAMENTE IGUAL! ¡LESIONARTE
VOLUNTARIAMENTE NUNCA ES UNA OPCIÓN! ¿QUIÉN EN SU SANO JUICIO BUSCA
DEJARSE CICATRICES? ¡SON PARA SIEMPRE! ¡Y ENCIMA LO HACES CON UNA CUCHILLA
DE AFEITAR! ¡CON UNA CUCHILLA DE AFEITAR! - repitió y volvió a
zarandearme. Estaba gritando tanto que resonaba en las paredes del baño y
el efecto era atronador. - ¡NO TENGO PALABRAS PARA ESTO, MICHAEL!
- ¡Pues para no tener palabras lo estás soltando
todo! - repliqué. Inmediatamente después sentí antes que escuché una
palmada. No puedo decir que fuera inesperada. Tenía que aprender a cerrar
la boca, pero estaba nervioso. Papá gritando daba algo de miedo, aunque
era algo que jamás admitiría en voz alta.
- ¡Te aconsejo que cierres el pico porque estoy tan
enfadado que ni yo mismo sé que voy a hacer!
Por una vez en mi vida, decidí hacerle caso y no
abrir la boca para nada que no fuera responder a preguntas directas.
- En la escala de tonterías esto está muy alto,
Michael, pero es que además de estúpido fue peligroso. ¿Llego a tardar un
poco más y con qué me habría encontrado? ¡En el peor de los casos, te
desmayas de dolor y contraes una infencción del carajo y en el mejor te quedas
con una maldita cicatriz por el resto de tu vida! ¿Cómo diablos se te
ocurre hacer algo así? - preguntó, frustrado, pero al menos ya no
gritaba.
- Vi a un chico en el centro comercial que tenía
una y me dio la idea – musité.
Aidan se llevó las manos al pelo y las dejó un
rato ahí, como si ese gesto le ayudara a pensar.
- ¿Viste a un tipo con una cicatriz y te pareció
buena idea tener una? - me gruñó.
- No son solo cicatrices, es arte. Decoración. Es
mi cuerpo, lo decoro como quiero.
Vale, hasta ahí mis intenciones de estarme
calladito y no hablar de más. Los ojos de Aidan se encendieron. No me
gustó la forma en que me miró y me encogí un poco. Él se dio cuenta, porque
tomó una respiración larga y eso le ayudó a serenarse.
- Vete a mi habitación – me ordenó. - No puedo
hablar contigo ahora mismo, estoy demasiado alterado.
No supe cómo sentirme ante sus palabras. Una
parte de mí consideró que papá no quería hacerme daño y por eso quería calmarse
antes de seguir echándome la bronca. Otra pensó que la había embarrado tanto
que ya no quería verme y probablemente nunca quisiera verme de nuevo. Tal vez
por fin estuviera tomando consciencia de que tenía un maldito delincuente en su
casa, acostumbrado a estar con gente que se cortaba con cuchillas de afeitar y
dispuesto a enseñarle eso a sus hijos.
Me agaché para recoger mis pantalones antes de
irme, pero papá me detuvo con un gesto.
- Déjalos aquí. No los vas a necesitar.
Tragué saliva con fuerza y salí del baño. Todos
mis hermanos tenían convenientemente cerradas las puertas de sus habitaciones.
Querían darle privacidad al reo de muerte, supongo.
- AIDAN'S POV -
La imagen de la sangre en la toalla y en
la pierna de Michael no se iba a ir nunca de mi retina. Cuando entendí a qué se
debía quise abalanzarme sobre Alejandro y darle de palmadas hasta que se me
rompiera la mano, pero me di cuenta de que, aunque él había empuñado la
cuchilla, casi toda la culpa era de Michael.
No sabía cómo hacerle comprender la estupidez
que casi había hecho. Le grité por pura desesperación y no me siento orgulloso
de haber perdido así la compostura, pero al menos no le había pegado.
Castigarle en aquel estado de furia hubiera sido un error imperdonable.
Me sentí a punto de perder la batalla con el
autocontrol, así que le envié a su habitación. Alejandro y yo nos quedamos a
solas en aquel cuarto de baño y traté de no volcar mi enfado hacia él. Tampoco
había obrado bien, pero no podía frenarme con un hijo para pagarla con el
otro.
Alejandro no se había movido de un rincón del
baño durante todo ese rato y tampoco hizo ningún gesto cuando me agaché a coger
la toalla para dejarla en el cesto. Recogí la cuchilla y varios trozos de
plástico, que habían sido el caparazón de la cuchilla. Los tiré a la basura y
me lavé las manos. También me lavé la cara con agua fría y eso me hizo sentir
algo mejor. Solo entonces me sentí preparado para hablar con Jandro.
- Pensé que había conseguido hacerte entender lo de
no jugar con cuchillos ni cosas afiladas muchos años atrás – comencé.
- Michael me lo pidió – susurró, sin apenas voz. -
Me dijo que le ayudara a hacerse eso.
- ¿Y a ti te pareció bien? Hasta donde yo sé,
tienes cerebro propio y una mente bastante privilegiada, además, siempre
me he enorgullecido de que mis hijos son muy inteligentes.
Alejandro se miró las manos y solo entonces me
percaté de que las tenía manchadas de sangre. Se las cogí para ver si era suya
o de Michael y no vi ninguna herida. Le acerqué al lavabo para que se
limpiara.
- No me pareció bien – murmuró, mientras se frotaba
las uñas. - Pensé que era una locura y no acepté a la primera, pero él
estaba muy convencido. Michael no suele pedirme ayuda a mí y no quería
fallarle.
Le giré para que me mirara y levanté su
barbilla.
- Tú nunca le fallarás a tu familia – le aseguré. -
No serás mejor hermano por decir que sí a cualquier cosa que se le ocurra.
Serás mejor hermano si le impides hacer tonterías. Cercenarse la piel no
es algo en lo que le tengas que ayudar.
- ¿Cercenar? - preguntó, poco familiarizado con la
palabra.
- Cortar, mutilar. Hacerse daño. Si Kurt te dice
que quiere meter la mano en el fuego a ver qué se siente, ¿le ayudarías a
hacerlo?
- ¡No!
- Pues con esto igual. Aunque él piense que es una
buena idea, tú sabes que no lo es, porque si lo fuera, me lo habríais
dicho a mí. Hacer algo a escondidas implica que sabes que no tienes
permiso y no tener permiso significa que no puedes hacerlo. Puedes pensar
que soy injusto, sobreprotector, o un padre pésimo, pero las decisiones
las tomo yo. Da igual como de guay, divertido y original os parezca algo,
si tienes que hacerlo a escondidas de mí, es que NO puedes hacerlo – le
dije y sorprendentemente, Alejandro asintió, sin discutirme. Creo que toda
aquella situación le había impactado bastante, empezando por la sangre y
continuando con mis gritos.
- Le corté con una cuchilla – musitó de pronto y
sus ojos se llenaron de lágrimas a una velocidad increíble. Antes de darme
cuenta, soltó un sollozo y se tapó la cara con las manos. Se las quité
para poder darle un abrazo.
- Ey, no, no, cariño, shh. Él te pidió que lo
hicieras. No es que eso haga que esté bien, pero no es como si le hubieras
atacado. No te estoy acusando de eso.
- Ya lo sé... snif... pero aún así le corté... snif
- Ya, mi vida, ya. Sé que no querías hacerle daño.
Sé que esa no fue tu intención en ningún momento – le aseguré y froté su
espalda, haciendo circulitos que esperaba que fueran reconfortantes.
- ¿Podemos acabar con esto ya? - susurró. - ¿Y
saltarnos la parte donde me gritas?
Era el segundo de mis hijos que hacía referencia
ese día a lo mucho que le disgustaban mis gritos. Me hice el firme propósito de
no gritar más, pero ellos tampoco me lo ponían fácil. Es decir, ¿qué cosas me
hacían gritar? ¿Que rompieran una televisión de mil dólares por un accidente
totalmente evitable? ¿Que se mutilaran su propio cuerpo o ayudaran a un hermano
a que se mutilara? No sé, me parecían cosas bastante lógicas por las que perder
la calma. Pero era mi trabajo intentar no hacerlo.
- Esa parte nos la podemos saltar, pero hay otra
que no – le dije, sin deshacer el abrazo todavía.
Alejandro soltó un gruñidito, pero no opuso
mucha resistencia.
- En realidad creo que me sentiré mejor después –
me confesó y eso me sorprendió mucho y me dejó sin habla durante varios
segundos. - Al menos, una parte de mí lo hará. Otra protestará cuando
quiera sentarse – añadió. Le acaricié el pelo y me separé de él un poquito
para sonreírle.
- Con suerte, esa segunda parte te recordará que
las cuchillas sirven solo para afeitarse. Vamos a tu cuarto, campeón.
Puse una mano en su nuca y le froté el cuello.
Caminé con él hasta su habitación, donde Cole estaba fingiendo leer un libro. Y
digo fingiendo porque lo tenía del revés. Seguramente había estado atento a lo
que pasaba, como todos los demás, que tenían que haberme oído explotar.
- Cole, cariño, ¿por qué no vas a ver la tele un
rato y me dices si la he sintonizado bien?
Mi peque asintió y nos dejó a solas. Yo me senté
en una de las camas y Alejandro se colocó delante de mí, mirando hacia mis
pies.
- ¿Hay algo interesante en mis zapatos? - le
pregunté.
- Los tienes sucios – murmuró.
- Tomo nota. ¿Alguna razón porque te fijes en eso
en lugar de mirarme a mí?
- Me da vergüenza.
Por segunda vez en menos de cinco minutos,
levanté su barbilla.
- No puedo decirte lo que debes sentir, pero no
tienes que tener vergüenza de mirarme. Te quiero más de lo que puedes
imaginar y eso no va a cambiar por más errores que cometas.
Alejandro estiró los labios en una media sonrisa
ladeada.
- Ahora escúchame. Si tu hermano te pide que le
empujes desde un sexto piso no lo puedes hacer y si te pide que le hagas
cortes en las piernas, tampoco. ¿Entendido?
Jandro asintió y, como me parecía que todo
estaba claro, tiré un poquito de él hasta tumbarle, repartiendo su peso entre
mis piernas y la cama. Empezó a llorar en ese mismo momento y eso me estrujó el
corazón. Froté su espalda hasta que noté que se tranquilizaba un poco.
- Será rápido, campeón - le prometí, y levanté la
mano.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
Llevaba un pantalón vaquero y me planteé si
debería habérselo bajado, pero estaba seguro de que estaba sintiendo aquellas
palmadas con pantalón o sin él y Alejandro necesitaba más un golpe de efecto
que una lección dura. Ya se sentía bastante culpable.
PLAS PLAS PLAS PLAS... Ay... PLAS PLAS PLAS
PLAS.... snif.... PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS... ow... PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS
Alejandro se revolvió sin poder evitarlo, así
que rodeé su cintura con la mano izquierda para sujetarle.
- Papi... snif... ¿falta mucho?
No solían preguntarme eso, así que dudé un poco
antes de responderle.
- No, campeón.
PLAS PLAS PLAS... ay... PLAS PLAS... ah... PLAS
PLAS PLAS PLAS... snif... PLAS
Los lloriqueos de Alejandro se convirtieron en
llanto y se quedó quieto y sin fuerzas sobre mis piernas, dejando que yo
sostuviera todo su peso. Las últimas diez fueron rápidas y menos fuertes, pero
es probable que él no notara ninguna diferencia.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
- Ya está, Jandro, ya está – susurré, mientras
empezaba a frotar su espalda para que se calmara. Le dejé desahogarse por
unos segundos, sabiendo que lo necesitaba, y después volví a las palabras
reconfortantes. - Ya pasó, campeón. Shhh, tranquilo. Te has portado muy
bien, cariño.
- Pero... snif... si he llorado... snif... como un
bebé.
- ¿Y cuándo te he dicho yo que no puedas llorar? Si
a mi me dieran el castigo que acabo de darte, habría llorado mucho más –
le aseguré.
- ¿De verdad?
Eso le dio curiosidad y giró la cabeza para
mirarme. Le incorporé y le senté a mi lado y automáticamente él se tumbó para
apoyar la cabeza en mi regazo. Todavía atesoraba esos momentos en los que me
dejaba consolarlo, porque no siempre había querido que lo hiciera.
- Claro. Desde mucho antes. Hubiera hecho toda una
pataleta para que no me castigaran y tú nunca haces eso.
- Hace tiempo comprobé que no sirve de nada –
murmuró.
- Chico listo – afirmé y le acaricié el pelo. -
Pero una cosa es no hacer pataletas y otra ser tan valiente como tú.
Alejandro se hizo pequeñito, con repentina
timidez.
- Dime más cosas bonitas – susurró, tan bajito que
apenas le oí. Me reí por lo infantil que había sonado.
- ¿Qué quieres que te diga? ¿Lo mono que eres
cuando estás mimoso? ¿Lo grande y fuerte que te estás poniendo? ¿Lo mucho
mucho que te quiero?
Alejandro sonrió y soltó un bostezo.
- Mmm. Alguien necesita dormir pronto hoy, me
parece. Aún no, bicho, primero ve a ducharte, ¿sí? Después, si quieres, te
hago un sándwhich y te vas a la cama.
- ¿Con queso fundido? - preguntó, tentado por la
idea.
- Mucho, mucho queso fundido.
Su sonrisa se hizo más grande y se estiró para
desperezarse.
- ¿Mañana puedo jugar con el juego nuevo?
Uno de sus regalos de Navidad había sido un
videojuego y aún no había podido estrenarlo, debido al desastre con la tele.
Estaban de vacaciones, evidentemente podía hacer lo que le diera la gana para
entretenerse, así que tenía que haber alguna intención oculta tras su pregunta.
Entendí que estaba comprobando si estaba castigado. Decidí que no lo
estaba, aunque Michael no iba a poder decir lo mismo.
- Claro, campeón. Pero a lo mejor juego contigo y
te gano – le chinché.
Le dejé reuniendo sus cosas para la ducha y fui
a mi habitación para tratar con Michael. Se estaba tocando la herida de la
pierna, así que antes de nada fui a por una tirita de las grandes para
tapársela.
- No te la toques – le advertí, mientras le
colocaba el apósito.
- Pero me escuece – protestó, poniendo los dedos
sobre la tirita.
Le di un golpecito en la mano.
- Peor será si se te infecta.
Gruñó, pero dejó la mano quieta.
- No tendrías por qué haber castigado a Alejandro –
me reprochó. - Fue mi culpa, yo se lo pedí.
- ¿Le pusiste una pistola en la cabeza?
- No...
- Entonces él también tomó una decisión estúpida.
Aunque desde luego la tuya se lleva la palma.
- Solo quería grabarme algo que es importante para
mí – protestó.
- ¡Pues lo escribes en un cuaderno, Michael, no en
tu cuerpo y menos con cicatrices!
- ¿Eso quiere decir que con tinta sí podría? ¿Me
dejarías hacerme un tatuaje?
- Este no es el momento de discutir eso – le
corté.
En realidad, era mayor de edad, si quería
hacerse un tatuaje podía ir a una tienda y hacérselo, por más que a mí no me
gustara. Era un tema que tendríamos que tratar más pronto que tarde, pero yo
esperaba que fuera tarde.
- Le pediré a Ted consejos sobre cómo convencerte.
Él siempre consigue todo lo que quiere.
- Todo no. Ayer no le dejé ir a la fiesta – le
recordé. - Pero ahora no estamos hablando de tu hermano, sino de ti y tu
imprudencia. Pretendías cortarte trozos de piel, Michael. Crear cicatrices
permanentes en tu cuerpo. Y, por si eso fuera poco, lo estabas haciendo en
un baño, sin ayuda de un profesional y sin anestesia.
Michael agachó la cabeza.
- Fue un impulso.
- Pues los impulsos hay que controlarlos – le
dije.
- ¿Como tú has controlado el de gritarme? -
contratacó.
- No, como he controlado el de estrangularte con
mis propias manos – repliqué. - Pero no he debido gritarte, en eso tienes
razón. Me asusté al ver la sangre.
- Ya sé que fue una tontería, ¿vale? Dolía mucho
más de lo que me esperaba.
- Claro que dolía, Michael, consiste en arrancarse
varias capas de piel y llegar hasta la carne. Si es que me duele solo de
decirlo.
- A mí me duele más, créeme.
- ¿Quieres que vayamos al médico? - le pregunté. -
No me pareció profundo, pero...
- No – me interrumpió. - Son superficiales, no
necesita puntos.
- ¿Seguro? Tal vez deberíamos dejar que un médico
decida eso.
- Me he hecho suficientes cortes y heridas a lo
largo de mi vida, Ai... papá – me respondió, y eso me hizo abrazarle, por
todas las veces en las que él había necesitado un padre para curarle y
reconfortarle y no lo había tenido.
- Y aún así, pretendías hacerte una tú mismo. Pero
nunca más. Me voy a segurar de que lo pienses dos veces antes de hacer una
tontería como esta – le dije, y Michael comenzó a alejarse descaradamente.
- Vamos, ven aquí.
- No, papá - protestó.
- Michael, ven aquí – repetí, pero él se fue al
otro extremo de la cama y se hizo el sordo. - ¿Tengo que ir yo a por ti?
- ¿Me darás más si vienes a por mí? - preguntó. A
veces, en algunos aspectos, se me olvidaba que no había vivido siempre
conmigo. Solo llevaba tres meses viviendo bajo mis normas, había tantas
cosas que aún no sabía...
- No lo sé, nunca he tenido que hacerlo – respondí.
Mentira cochina. - Siempre lo pensáis mejor y aceptáis lo que habéis hecho
mal.
- Eso es jugar sucio, no puedes apelar a mi
conciencia en un momento así.
- Es precisamente cuando tengo que apelar a tu
conciencia – repliqué.
Michael suspiró, se puso de pie y se acercó a
mí.
- Buen chico – le alabé. - Solo una cosa más: estás
sin móvil una semana.
- ¿Qué? ¿Por qué sin móvil?
- Porque con eso buscaste cómo hacerte esa
atrocidad.
Dejó escapar el aire en un suspiro cansado.
- Se quedó en el baño – me recordó y yo asentí,
tomando nota para cogerlo luego.
- Solo será una semana y solo el móvil. Es poco y
lo sabes. Ahora túmbate – le pedí, aunque siempre les ayudaba a hacerlo y
más aquella vez, recordando sus cortes recientes en la parte delantera del
muslo. - Un poco más atrás. La herida sobre la cama. ¿Te duele?
- Te preocupas por la herida cuando estás a punto
de dejarme sin culo – bufó.
- Claro, porque eso es una lesión de verdad y lo
que voy a hacer no. Respóndeme. ¿Te duele sí o no?
- No más que antes.
- Bien. Como te quede cicatriz... - empecé, pero no
se me ocurría nada para acabar la amenaza, así que lo dejé ahí.
Le rodeé la cintura con el brazo. Todavía estaba
en calzoncillos y, no pude evitar fijarme en el dibujo de Batman que tenían.
Michael había escogido esos expresamente, creo que porque nunca había tenido
opción de tener algo parecido.
- Sé que hay muchas cosas que quieres hacer, muchas
cosas que quieres probar y tienes derecho a ello. Tienes derecho a
concederte un par de caprichos después de toda una vida de renuncias. Pero
nunca, bajo ningún concepto, puedes experimentar con cosas que son
peligrosas o daniñas para ti – declaré. Después levanté la mano y la dejé
caer rápidamente.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS... Au... PLAS
PLAS... Ay... PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… Muy rápido, papá... PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS... Ouch... PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS.... Grr... PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
- Estás siendo muy duro, no fue para tanto –
protestó.
- ¿Que no fue para tanto? PLAS ¡Estamos hablando de
cortes con una cuchillas, Michael!
- ¡Bueno, pero no es como si le hubiera hecho daño
a nadie!
- ¡Te lo hiciste a ti! PLAS PLAS ¡Eres una de las doce cosas más valiosas
que tengo, así que no puedes hacerte daño! PLAS PLAS
En ese punto, le escuché empezar a llorar de
verdad. Ya no protestó más y se quedó muy quietecito, apretando la
almohada.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Ya, papá... por
favor... Ya entendí... PLAS PLAS PLAS PLAS
En el mismo instante en el que puse la mano en
la espalda, para darle a entender que había terminado, Michael se levantó. El
movimiento fue tan brusco que primero tuve miedo de que se mareara y luego
pensé que estaba enfadado y quería alejarse de mí. Pero Michael solo se pasó un
brazo por la cara, para limpiarse, y luego se frotó con fuerza por encima de
los calzoncillos, sin ningún tipo de vergüenza.
- Ven aquí, campeón. En unos segundos pasará solo –
le aseguré y le abrí los brazos. Lentamente, Michael se acomodó entre
ellos. Apenas lloraba, al menos no comparado con Alejandro, pero sí tenía
las mejillas y los ojos húmedos, así que le pasé el dedo para secárselas.
- Te quiero mucho, lo sabes, ¿no? Por eso me he asustado tanto.
- Estabas muy enfadado – me acusó.
- Porque fue una tontería muy grande. Pero ya no lo
estoy, ni siquiera un poquito – le aseguré, y le di un beso en la frente.
Eso le hizo sonreír.
- ¿Puedo irme a ver a Jandro? - me preguntó.
- Claro, si no está en la ducha...
Yo hubiera preferido mimarle un poco más, pero
creo que se estaba sintiendo un poco avergonzado.
- ¿Estás bien? - quise cerciorarme. Michael había
demostrado ser bastante mimoso en otras ocasiones.
- Sí.
- ¿Seguro? ¿Dónde está el fuego, que te vas tan
rápido?
- Es que acabo de recordar que llevo los
calzoncillos de Batman – susurró, mirando al suelo.
Apenas pude contener una carcajada. Llevaba más
de media hora sin pantalones y se daba cuenta en ese momento.
- Bueno, ¿y qué?
- Que son de niño – protestó.
- Michael, si los hacen de tu talla, es porque más
gente de tu edad o similar los llevan – le indiqué. Lo pensó durante unos
segundos.
- Puedo ver al amigo friki de Ted, el tal Fred,
llevándolos.
- Pues yo prefiero no imaginarme a los amigos de
mis hijos sin pantalones – repliqué. Si vieras mi cajón, tengo unos
de Iron Man.
- ¡No te creo! - exclamó, con un asomo de
sonrisa.
- De verdad. Le compré unos a Zach y también había
de mi tamaño.
Eso le hizo sentir mucho mejor. Soltó una risita
y por un segundo pareció poco más que un niño travieso. Mi niño travieso... con
ideas peregrinas que implicaban cuchillas y laceraciones.
Me acerqué para despeinarle, aprovechando que el
pelo ya le había crecido bastante. Empezaban a formársele tirabuzones raciales
y pensé que su pelo largo tenía que ser muy bonito.
- Necesitas un champú especial para esto ¿no? Y no
te lo laves tan a menudo ahora. Cada semana, como mucho.
- ¿Cómo lo sabes? - se sorprendió.
- He criado un hijo negro, Mike. Me he informado
sobre estas cosas. Vuestro pelo es más seco y quebradizo. No se ensucia
tanto y en cambio se estropea con facilidad. ¿Te lo quieres dejar largo?
- A lo mejor, pero se me pone muy rizado, muy a lo
afro.
- Eso quiero verlo – sonreí y él sonrió también,
con algo de timidez.
- Voy a ver a Jandro, seguro que has sido muy malo
con él.
- Eso siempre. Malo es mi segundo nombre – dije y
le observé marchar.
Le vi salir de su cuarto en seguida, sin
embargo, con unos pantalones en la mano y cara de preocupación.
- ¿Qué ocurre?
- Alejandro me ha echado. Creo que está llorando,
no lo sé, se está tapando con la almohada.
Me preocupé y entré a su habitación, para
encontrarle aovillado sobre su cama.
- Ey, campéon. ¿Qué pasa? ¿Ya te has duchado? -
pregunté, aunque por su pelo mojado era evidente. - ¿Te sientes mal?
- Snif.
- ¿Quieres un abrazo? Sabes que todo está bien,
¿no? ¿Estás triste porque te he castigado?
- Snif... snif...
Me hice un hueco y medio me tumbé a su lado,
abrazándole y obligándole a sacar la cara de la almohada.
- ¿Qué ocurre, Jandro? Sabes que puedes decirme lo
que sea.
- No hace... snif... ni tres días... snif... que me
metí en problemas – lloriqueó. - No paro de cagarla y cada vez más a lo
grande.
- Eso no es verdad, cariño, llevabas una muy muy
buena racha, y si no me crees pregúntaselo a Ted, que él mismo me lo dijo
el otro día. Un par de errores no va a cambiar eso. Además, sé que no
tenías mala intención. Solo fuiste imprudente y eso va en el pack de ser
adolescente.
Me miró no muy convencido y le di un beso en la
frente.
- Te vas a cansar de mí, porque no aprendo nunca –
insistió.
- Claro que aprendes. ¿Vas a volver a cortar a tus
hermanos con una cuchilla? - le pregunté y negó frenéticamente con la
cabeza. - ¿Lo ves? Mi bebé es un chico muy listo y yo sé que se va a
esforzar por portarse bien. Nunca me voy a cansar de ti, Jandro – añadí,
en un tono más serio. - Eso es algo que nunca, nunca, va a pasar. Siempre
serás mi hijo, mi orgullo y una de las razones de mi felicidad.
Sonrió ligeramente y reptó por la cama para
acercarse más a mí. Le envolví con un brazo, posesivamente. Michael nos observó
desde la puerta.
- Acaparador, que a mí también me ha castigado –
protestó y vino a tirarse encima de nosotros.
- Ay, no, no, quita, que me aplastas.
- ¡Te aguantas!
Comenzaron a jugar, haciendo el tonto, y yo en
el medio. El espacio era muy reducido, dado que aquello era una litera, pero
ninguno de los tres quería estar en otro lado en ese momento.
FOTO MIKE:
FOTO FRED:
Fueron dos muy buenos capitulos!!
ResponderBorrarMe gusta mucho que Jano quiera apoyar a Michael jajaja pero esa no es la forma!!
Ese chico debe ser más consiente de lo que hace y más sabiendo que tiene diabetes que eso puede traerle muchas complicaciones