Luis POV continuación
―No te
imaginas hermano, que tristeza sentí al ver a todos esos chicos atrapados en
las garras del enemigo y del alcohol, bajando de ese barco.
Yo le dirigí una mirada
de sorpresa y preocupación a Jonathan.
―Mi papá es
jardinero en el hotel Caracol―me susurro al sentarse
―Todas esas vidas
jóvenes siendo destruidas en el pecado, cuando podrían estar sirviendo al Reino
de los Cielos evangelizando y discipulando. ―continuó lamentándose su papá.
Jonathan se
sirvió caldo de pescado y me pasó la cacerola para que yo me sirviera también.
―Den gracias a
Dios por los alimentos. ― Su papá nos indicó pasándonos la canasta con
tortillas calientes.
Yo cerré los ojos
para fingir respeto mientras Jonathan hacía una oración rápida de gratitud por
los alimentos. Pero cuando los abrí para empezar a comer, noté que el papá de
Jonathan nos miraba con intensidad y seriedad. En ese momento se paró de la
silla y levantó a Jonathan de un tirón del cuello de su playera.
―Estaban ahí, ¿qué
hacían ahí? ―exclamó enojado mientras Jonathan trataba de alejarse de su
enojado padre.
—No papá claro
que no. ¿Dónde?
—Y todavía tienes
el descaro de mentirme.
—No papá, perdón.
No es como tu piensas, estábamos trabajando, de guías turísticos. Yo no tomé
nada de alcohol.
—¿Y quién te dio
permiso de trabajar como guía turístico en ese ambiente lleno de pecado?
Para ese momento
mi papá ya se había levantado de la mesa y se acercó a mí.
—Luis. Dime la
verdad. —me miró con ojos amenazantes.—¿Tomaste?
—No, no. Dije yo
asustado.
—¿Y entonces por
qué tu aliento huele a alcohol?
Estaba muerto.
—Solamente fue
una cerveza papá, quise decir que no me había emborrachado.
Para ese momento el
papá de Jonathan lo había jalado fuera del comedor hasta la sala, y mi papá me
jaló del brazo y me sacó también.
Jonathan estaba
parado paralizado mientras su padre sacaba un cinturón de piel de cocodrilo de
uno de sus pocos muebles. Tenía un aspecto aterrador, de un color negruzco, las
escamas sobresalían a lo largo de este.
Jonathan
retrocedió aterrorizado mientras su padre doblaba el cinto y lo sujetaba del
lado de la hebilla, pero este lo agarró del hombro y lo giró un poco.
Zas sonó el
cintarazo y Jonathan gritó doblandose de dolor, pero su padre no lo soltó y lo
volvió a girar con bastante fuerza.
ZAS Jonathan
volvió a gritar
Zas Zas
Jonathan se tiró
al suelo, llorando y tratando de sobarse, y pude ver que se le estaba formando un
moretón en la parte descubierta de su pierna izquierda que uno de los azotes
había alcanzado. Pero su padre lo volvió a levantar.
Zas zas
Ouuuuuuch!
Jonathan exclamó
dos gritos más de dolor cuando los últimos dos cinturonazos cayeron, y cayó al
suelo hincado cuando su padre lo soltó, llorando y sobándose incontrolablemente
esperando a que el dolor bajara de intensidad.
Yo y mi papá nos
habíamos quedado inmóviles ante la escena, y salimos del trance cuando el papá
de Jonathan le ofreció a mi papá el cinturón de cocodrilo.
—No hermano,
gracias, pero yo voy a castigar a Luis con la vara, como dice la Biblia.—respondió
él y por primera vez en mi vida estaba agradecido de que mis padres creyeran en
la literalidad de ese versículo.
—¿De verdad dice
la Biblia que tiene que ser con una vara el castigo?—Preguntó él.
—El pastor dice
que preferentemente sí, pues es un instrumento natural que es suficientemente
doloroso sin causar daño permanente.—continuó mi papá—“La necedad está ligada
en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él”—citando
el versículo de Proverbios
—Es que a veces
no sé qué hacer, hermano. Casi no lo castigo, pero tal vez se me pasa la mano a
veces. Siento que si no le doy bien a mi hijo se va a reír del castigo. —dijo
mirando a su hijo adolescente que seguía en el suelo sobándose, aunque ya había
dejado de llorar.—¿Me enseñarías como debo castigarlo ahorita que castigues a
Luis?
—Claro que sí,
hermano.—mi padre accedió y me soltó un momento del brazo.
Yo miré
horrorizado como mi padre salía del cuarto con una vara que mi mamá había
cortado en la mañana, y caminé hacia el sillón cuando me jaló ligeramente hacia
él.
—Cuando ya saben
controlarse y ya están grandes lo mejor es que se inclinen sobre la cama o el
sillón.—comenzó a decirle mi padre como si le estuviera dando una clase.—Bájate
el short.—me dijo dirigiéndose a mí.
Yo sospechaba que
eso me lo iba a pedir. Y aunque no me agradaba la idea, no tenía mucha opción,
así que me bajé el short azul claro que traía, quedándome solamente en un
speedo azul oscuro.
Mi papá me lo
bajó de un tirón.
—No
papá!—Protesté yo subiéndomelo de nuevo.
—¿También le
bajas los chones?—Preguntó él papá de Jonathan a mi papá
—Sí. Respondió mi
papá. Así es más efectiva la disciplina, y obliga al hijo a tomar una actitud
de humildad, pero además te permite ver cómo va el castigo es más difícil sobrepasarse.
Mi papá volvió a
intentar bajarme el speedo, pero yo le detuve la mano como pude.
—O va a ser por
las buenas o va a ser por las malas.—me advirtió mi papá.
Pero yo no quería
que me pegara desnudo en frente de un chico de mi edad, además de que Noemí se
había quedado en el comedor con las mamás, pero en cualquier momento podía
asomarse. Así que comencé a forcejear con mi papá.
—Hermano ayúdame
por favor a detenerlo.—le pidió mi papá al papá de Jonathan. Entre los dos me
tumbaron sobré el sillón, mi papá deteniéndome los brazos y el papá de Jonathan
las piernas. Tal vez contra mi papá sólo si hubiera podido, pero contra los dos
era imposible, porque además el papá de Jonathan estaba fuertísimo.
Y así
inmovilizado, mi papá me bajó el speedo dejándome desnudo de la cintura para
abajo, y comenzó a azotarme con la vara.
Yo estaba
desesperado, y me moría de vergüenza, aunque por lo menos era un chico el que
estaba presenciando mi castigo y no una niña, además de que a Jonathan ya lo
habían castigado así en frente de nosotros.
Juas. El primer
varazo impacto mis pompas y yo hice un esfuerzo enorme por ahogar un grito,
mientras sentía como mis músculos se tensaban con el ardor que se formó.
Juas el siguiente
silbido vino acompañado de un ardor más fuerte, y no pude evitar exclamar de
dolor mientras intentaba alcanzar mi trasero con mis manos, pero estaba
fuertemente sujetado.
Juas Juas Juas
Los varazos
cayeron uno tras otro, acumulando fuego en mis pompas. Mi papá me estaba dando
más fuerte que de costumbre. Y yo apenas escuchaba sus regaños tras la niebla
de dolor.
—Nunca más
vuelvas a tomar, y no puedes decidir que vas a ser guía turístico sin pedirme
permiso primero.
Yo le rogaba que parara,
y trataba de soltarme, pero era en vano. Uno tras otro los varazos cayeron generando
un ardor insoportable, el último siempre peor que el anterior. No pude mantener
la cuenta, pero deben haber sido unos 20. Cuando finalmente mi papá me soltó yo
estaba llorando incontrolablemente y solamente me dediqué a frotarme las pompas
tratando desesperadamente que el dolor se difuminara.
Finalmente,
cuando ya había bajado un poco el dolor, traté de ponerme el speedo, pero no
pude. Así que adolorido caminé hacia mi cuarto, tapándome enfrente con mis
manos y busqué un short más blando entre mi ropa. Me detuve un momento enfrente
del espejo a mirar. Tenía las pompas llenas de marcas rojas que atravesaban de
lado a lado hasta los muslos, y en un extremo dos de las marcas terminaban en
morado. Me pusé el short y después salí del cuarto al baño a sonarme y a
lavarme la cara.
Mi papá y el papá
de Jonathan ya habían regresado al comedor, y Jonathan estaba parado en la
sala. Nos nuestros ojos se cruzaron por un momento, pero inmediatamente
desviamos la mirada. Esta no había sido una experiencia agradable para ninguno
de nosotros. Y fue así como entramos al comedor y terminamos de comer lo poco
que pudimos, de pie y con ojos rojos de tanto llorar. Yo había intentado
sentarme en la silla para brincar inmediatamente con una exclamación de dolor,
y Jonathan ni siquiera lo había intentado.
Esa noche, cuando
Jonathan cerró su puerta, se bajó los shorts y los calzoncillos blancos que
traía y se acostó boca abajo en su cama, pude ver los enormes moretones que el
cinturón de cocodrilo le había dejado. A los dos nos habían castigado desnudos
en frente del otro, así que ya no había mucho que ocultar al otro, además de
que de lo contrario esta noche sería una pesadilla. Yo decidí hacer lo mismo,
para poder dormir un poco menos adolorido. Las marcas que me había dejado la
vara ya estaban menos hinchadas, aunque varias particularmente rojas seguían
visibles, y dos pequeños moretones donde la punta de la vara había impactado
con mucha fuerza. Definitivamente el castigo más fuerte se lo había llevado
Jonathan, aunque no por ello el mío había sido poca cosa.
A la mañana siguiente.
—Qué dice mamá
que ya vengas a desayunar.
Unos gritos
femeninos y juveniles me despertaron. La luz que entraba por la ventana estaba
particularmente brillante, lo que implicaba que nos habíamos quedado dormidos
más tarde de lo normal, seguramente por el efecto agotador de la paliza.
—Perdón.—Exclamó
Noemí saliendo rápidamente y cerrando la puerta. Y yo me di cuenta en ese
momento por qué. Jonathan y yo estábamos desnudos, y la niña había entrado sin
tocar la puerta. Con mucha vergüenza me puse un bóxer y un short. Ya casi no
tenía dolor, a menos que presionara alguna de las marcas que todavía eran
visibles. Jonathan se vistió también apresuradamente y salió a encarar a su
hermana.
—¿Por qué no
tocaste la puerta? ¿Me viste desnudo?
—Perdón. —exclamó
ella. —casi no, además no fue mi intención. Mamá no te deja dormir desnudo.
Yo no tenía ni
idea sí también me había visto a mi, pero me daba más vergüenza preguntar.
—Y a ti te tiene
prohibido entrar sin tocar.—siguieron peleándose—espérate a que se entere de
que me viste desnudo.
—No Johnny, por
favor no le digas. —rogó su hermana, reduciendo su tono de desafío.
—Pero si fue sin
querer. ¿A poco aún así te pegaría?
—Sí. —dijo ella
con tristeza.
—Bueno no le diré
nada, pero tu no le dirás a nadie del castigo que nos dieron ayer.
—Trato hecho
—OK.
Yo me di cuenta
que nadie estaba usando el baño así que decidí aprovechar para meterme a bañar,
pero buscando mi toalla que había dejado colgada en algún lugar de la casa para
que se secara, vi mi ropa enrollada al lado del sillón, pues la había dejado
abandonada la noche anterior. Recordando con vergüenza y dolor el castigo de ayer
recogí mi ropa y la llevé al cuarto, pero cuando saqué mi celular y mi cartera,
una servilleta cayó al suelo. Ya la había arrugado y la iba a tirar, cuando noté
unos números escritos con una letra que no reconocía. Con curiosidad la
desdoblé, y en eso recordé el encuentro con la chica española, que había
olvidado por completo debido al severo castigo. Para ese momento Jonathan ya me
había ganado la regadera, así que me senté en mi cama y añadí el contacto para
escribirle un WhatsApp.
“Visto por última
vez hoy a las 3:11am” Decía el perfil.
“Buenos días
Elena. Soy Luis. ¿Cómo la pasaste anoche después del barco-bar?” envié el
mensaje pero ni siquiera marcó las dos palomitas de que le hubiera llegado.
Unas horas
después
El día pasó
lentamente, y en vez de hacerla de guías de turistas, Jonathan, Noemí y yo anduvimos
por el puerto viendo en que nos gastábamos el dinero que habíamos ganado el día
anterior.
Estábamos en una
gran heladería cuando me llegó un mensaje. Yo había revisado varias veces mi
WhatsApp durante el día, pero de Elena no había habido señales de vida.
“Por fin, mexicanito,
logré deshacerme de mis estúpidos compañeros de viaje. Te espero a las 7pm en
el cuarto 104.”
“Ok” respondí yo
cinco minutos y varios intentos de mensaje borrados después.
—¿no te la vas a
tomar?—me pregunto Noemí—Se está derritiendo
“Pero ni sabes de
qué hotel.”
—Ahorita—dije yo
sin prestarle demasiada atención a la malteada de vainilla
“Santa Fe le
dijiste al guía.”
—Si no te la vas
a tomar dámela
—No porque te vas
a poner gorda—le increpó su hermano
“Listillo” y dos
minutos después “ya sabes, te espero.”
—¿Dónde puedo
comprar condones?—le dije a Jonathan, olvidando por completo la malteada y la
presencia de Noemí.
—¿Con
qué?—Preguntó esta.
—Cordones—dijo
rápidamente Jonathan lanzándome una mirada fulminante.—para los zapatos.
—Te puedes tomar
mi malteada. —le dije—solamente trae un popote nuevo.
—Perdón—le dije a
Jonathan cuando estaba fuera de rango.
—Está bien, pero
ten más cuidado. He escuchado que en las farmacias, y que en los centros de salud los regalan.
Después de perder
el tiempo otro rato, pasamos a una farmacia, y aunque el vendedor se me quedó
viendo muy raro, aceptó el dinero y no me dijo nada.
Llegué un poco
antes de que lo previsto al hotel, y esperé en uno de los jardines a qué dieran
las 7pm. Busqué el cuarto y toqué la puerta discretamente. Cuando nadie salió
en cinco minutos, volví a tocar más fuerte. Unos minutos después Elena abrió.
Yo me quedé mudo,
e inmediatamente sentí la excitación y la adrenalina subir por mi cuerpo. Ella
estaba en una faldita corta y una blusa que se le pegaba deliciosamente.
Seguramente se dio cuenta de que me había quedado embelesado, porque se río
nerviosamente y me metió al cuarto cerrando la puerta.
—Perdón por no
abrir, tenía los audífonos puestos.
—No te
preocupes.—dije yo sin saber qué mas decir o hacer.—Te ves guapísima.
—Y tu también
estás muy guapo, mexicanito. Platícame de ti. ¿Qué te gusta hacer?—abrió dos
cervezas y me dio una.
—Pues me gusta el
tenis, he competido a nivel nacional.
—¿De verdad?
—Sí. ¿A ti que te
gusta hacer?
—Viajar, ver
series de Netflix, las fiestas, la música Metálica.
—Claro, ¿a quién
no le gustan las fiestas? Pero la música metálica ¿en serio?
—Sí, ¿o a ti qué
te gusta? No me digas que el pop
—Claro que no. —Me
defendí. —Los clásicos. Beatles, Queen, Kansas.
—¿Regetón?
—A todos nos
gusta, pero no lo admitimos porque se considera naco.
—¿Qué significa
naco? Por cómo lo dices no suena bien.
—Corriente
básicamente
La cerveza estaba
haciendo su efecto pues me estaba poniendo de buenas y sentía que no podía haber
problemas.
—Te voy a poner las
mejores canciones de Latinoamerica, y las más nacas también—le dije conectando
mi celular al chromecast del cuarto.
Y así estuvimos
un rato riendo y escuchando los Ángeles Azules, Ozuna y hasta alguna de Vicente
Fernández. Riendo y acercándonos cada vez más.
—Tengo
calor.—dijo de pronto y se quitó la blusa así sin más. —y yo me quedé
boquiabierto ante la vista de sus pechos en su brassiere.
—¿Tu no tienes
calor? Me preguntó. Asentí y ella hizo señas para que me acercara. Cuando le
hice caso ella me quitó la playera. De pronto estábamos ya besándonos, nuestra
piel tocándose. Estaba dejando que ella me guiará, pues era mi primera vez. Ella
metió su mano en mí short y yo le acaricié una pompa debajo de su falda.
—¿Qué es eso?—gritó
de pronto empujándome hacia atrás y haciéndome caer al suelo.
Yo la mire
horrorizado, sin entender que había hecho mal.
—¿Qué es eso? ¿Por
qué no me dijiste que tenías una enfermedad?
—¿Qué cosa, qué
enfermedad? —pregunté, todavía sin comprender
—¿Es de
transmisión sexual?
—¿Qué cosa? No
puedo tener ninguna enfermedad de transmisión sexual, nunca antes he tenido
sexo con otra persona. —me defendí, y luego me arrepentí. Pero ella me miró
sorprendido.
—¿Entonces que
tienes en las nalgas? ¿Porque se siente raro?
Entonces
comprendí que había pasado. Y me eché a reír.
—¿De qué te ríes?
—exigió más enojada todavía.
—Si te digo que
es, tu también te vas a reír.
Me miró
inquisitivamente.
Yo me bajé el
short y el bóxer y le mostré
—Son las marcas
de la paliza que me dieron mis papás ayer. —le dije ruborizándome. ¿Pero es qué
acaso podían salir peor las cosas?
—Fue su turno de
echarse a reír.
—¿Qué? ¿Te gusta
el sadomasoquismo? —fue su turno de echarse a reír. —debes saber que yo a eso
si no le entro. —Pero cuando vio mi expresión dejó de reírse.
—No. Me estás
mintiendo. Eso es imposible. ¿Qué edad tienes?
—14.
—¿Me estás
diciendo que a los 14 años tus padres zurran como castigo?
Yo asentí, triste
y avergonzado.
Ella se acercó y
miró de cerca las marcas y luego pasó sus dedos por encima. Yo instintivamente
me tensé.
—Perdón. ¿Te
duele?.
—Ahorita
prácticamente no, pero ayer, ni te imaginas.
—Pu** país
tercermundista
—Hey— protesté
yo. —los españoles eran famosos por las tundas que le daban a sus hijos.
—Hace un siglo
—Pero tampoco
creas que toda la gente es así en México, mis padres están en una secta que es
extremista.
—¿Cómo el
talibán?
—Pues algo así
pero sin las pistolas.
Guardamos
silencio un momento.
—¿Qué harían tus
padres si se enterarán de que estás aquí? —ella rompió el incomodo silencio. Una
melancólica canción de Enrique Iglesias de fondo.
—Me darían una
paliza terrible.
—Y aun así viniste.
—Pará estar con
una chica tan guapa como tú, lo vale.
Ella sonrió y
terminó de desvestirse, mientras yo me ponía el condón como podía. Después me abrazó
y nos subimos a la cama.
Me encantó la parte de la canción de Enrique Iglesias jajaja
ResponderBorrarPobres chicos les dieron demasiado fuerte y no hicieron nada tan grave como para que los castigaran tan fuerte..
De verdad que esta historia me intriga mucho!!