El
resto de la mañana transcurrió con normalidad. Marcos quiso saber sobre sus
sobrinos y Rubén le puso al día en pequeños intervalos, mientras veían la tele.
Gabriel permaneció siempre en la misma habitación que ellos, pero a una
distancia prudencial.
Marcos
se dio cuenta de que su hermano se estaba durmiendo. Había madrugado mucho, por
no decir que apenas había dormido, para llegar a su casa bien temprano. Se dio
cuenta de todos los sacrificios que Rubén hacía por él. Desde que habían muerto
sus padres hacía poco más de un año, se había vuelto más sobreprotector de lo
que siempre había sido. Le sacaba ocho años y, en algún punto a partir de los
dieciséis, dejó de ser el hermano que le chinchaba para convertirse en el
hermano que le sacaba de cualquier problema.
Gabriel
se acercó un poco en cuanto vio que Rubén se había dormido.
-
No tienes que tenerle miedo – le dijo Marcos. - Aunque esté más fuerte que las
pesas del gimnasio que levanta todos los días, en el fondo es un blandito.
-
Te he oído – gruñó Rubén, con los ojos aún cerrados.
-
¿No estabas dormido?
-
Más quisieras. Dije que vendría para ayudarte y eso haré.
-
Lo cierto es que tendría que hacer algunas compras... - admitió Marcos, con
cierta vergüenza.
-
Pues ve.
Marcos
miró a Gabi, que les observaba con atención.
-
Ve – insistió Rubén. - Yo me quedaré con la fierecilla.
-
No sé si...
-
Aunque te cueste creerlo, puedo cuidar de un mocoso, Marcos. Hay quien diría
que incluso de dos. No sé, pregúntale mañana a Rebeca a ver qué te dice.
Tras pensárselo un poco, Marcos aceptó. Lo cierto era que tenía que comprar los regalos de Navidad, además de algo de comida si iba a alojar a su hermano y a su familia.
-
Sé amable con él – ordenó.
-
¿A quién se lo dices, a la fiera o a mí? - preguntó Rubén.
-
A ti, por supuesto.
Rubén
se hizo el ofendido y se hundió en el sofá, con un mohín infantil que le restó
bastantes años. Marcos fue a por su cartera y las llaves y se puso el abrigo.
Gabi le siguió con la mirada, pero no hizo ningún gesto. ¿Estaría entendiendo
que iba a salir? Marcos sabía que era inútil, pero sintió el impulso de
aclarárselo.
-
Vengo enseguida – le prometió.
Abrió
la puerta y se marchó. Estuvo un buen rato paseando. Entró a una tienda de ropa
y compró un bolso para su cuñada. El regalo de su hermano lo tenía desde hacía
tiempo: había mandado arreglar el viejo tocadiscos de su padre. A Rubén le
gustaba mucho la música y además apreciaba esos detalles de anticuario. Siempre
decía que los discos antiguos tenían un sonido especial. Después entró en una
juguetería y compró algo para Pedro y Jaime, sus sobrinos, dispuesto a
consentirles porque era su tío favorito -y el único que tenían-. Compró varios
juguetes para cada uno y, cuando observó su carro, supo que tenía que comprar
algo para Gabriel también. Pero, ¿el qué? El niño se extrañaría ante los
colores vivos y la textura del plástico de cualquier cosa que vendieran en esa
tienda. Entonces se fijó en la sección de los balones. Simple y sencillo, uno
de los juguetes más antiguos de la historia. Patear y rodar: Gabriel lo
pillaría enseguida. Seguro que había tenido algo parecido a un balón alguna
vez, aunque solo fuera patear una piedra. Y sería una forma estupenda de pasar
tiempo con él y estrechar vínculos. No es que Marcos fuera muy bueno en los
deportes, pero la cuestión era encontrar algo que le gustara al niño y que
pudiera llevarse con él si finalmente les separaban. Cuando les separaran.
Marcos no quería pensar en eso.
Volvió
a su casa casi una hora y media después de haber salido de ella y no se
esperaba encontrar la imagen que le recibió: Gabriel lloraba intensamente, con
lágrimas, gruñidos y llanto. Un llanto que sonaba perfectamente humano y
abolutamente conmovedor. Pero aquello no era lo más impactante: de no haberlo
visto no lo había creído, pero Gabi lloraba en los brazos de Rubén, que le
mecía suavemente para calmarle.
-
¿Qué pasó?
En
cuanto Gabriel escuchó la voz de Marcos, corrió hacia él y se puso a tocarle
entero, como si quisiera comprobar que era de verdad. Levantó su brazo, y casi
parecía que estaba comprobando que estuviera bien, que no tuviera heridas, que
todo siguiera en su sitio.
-
Creo que se pensó que le habías abandonado – le explicó Rubén.
El
corazón de Marcos subió hasta su garganta y ahí se hizo un nudo que solo logró
resolver en parte cuando atrapó a Gabi entre sus brazos, en un abrazo
semiforzoso.
-
No voy a ir a ningún lado – le aseguró.
Después
de unos segundos, Gabi se revolvió para que le soltara y reparó por primera vez
en las bolsas que Marcos llevaba consigo. Intentó mirar dentro, pero Marcos las
apartó delicadamente.
-
Ah, ah. No hasta Navidad.
Gabi
no le entendió y siguió intentando abrir la bolsa. Marcos le agarró para
apartarle y entonces el niño le dio un mordisco. Marcos aguantó el dolor como
pudo y le agarró el pelo firme pero suvemente.
-
No.
Eso
había funcionado otras veces, pero no aquella. Gabriel se lanzó a atacarle, con
uñas, dientes y toda la rabia que cabía en su pequeño cuerpecito. Aunque a
decir verdad, no era tan pequeño y le estaba haciendo bastante daño.
-
Esto no es por la bolsa, ¿verdad? Es porque me fui – adivinó, mientras luchaba
por separar a Gabi.
Rubén
vino en su ayuda y agarró al niño, pero entonces él se volvió el objeto de su
ira también. Gabriel le golpeó con fuerza en el brazo, pero soltó un aullido
porque le dolió más a él que a Rubén. Se enfadó más entonces y le mordió
la mano. Rubén frunció el ceño más de lo que parecía posible fruncirlo.
-
Voy a respetar lo que me has dicho, pero ganas de soltarle una palmada no me
faltan – le dijo y se limitó a llevar al niño a un dormitorio, meterle dentro y
cerrar la puerta. Si Gabi sabía abrirla, no lo hizo, pero se escucharon varios
golpes. - A ver si se calma un poco. Supongo que podemos considerarlo un burdo
tiempo fuera.
Marcos
se acercó a su hermano con preocupación.
-
¿Te ha hecho daño?
-
No más del que te ha hecho a ti – replio Rubén. - No puedes dejar que siga
haciendo eso, hermano. Así no vas a avanzar con él. No te estoy diciendo que le
hagas daño, eso jamás. Pero, si hay un niño con el que no puedes razonar, es
con él.
Marcos
tenía que admitir que su hermano tenía un punto de razón, pero no quería
aceptarlo. Él no quería regañar a Gabi y mucho menos castigarle de alguna
forma. Una vez puso a su sobrino en la esquina y se sintió él peor que el crío.
¿Y ahora Rubén le pedía que pegara a Gabriel? ¿A esa cosita llena de rabia y
miedo? ¿Acaso no le había visto llorar antes? ¿Su hermano pensaba que él sería
capaz de resistir un llanto como ese otra vez?
Los
ruidos dentro de la habitación se volvieron más violentos y Marcos se preocupó
al pensar que el niño se podía lastimar. Abrió la puerta y encontró la cama
totalmente deshecha, el colchón en el suelo y varios objetos esparcidos por
toda la estancia. Algunos de ellos, como la lámpara de noche, estaban
rotos.
Gabi
se agachó para recoger un pedazo de cristal y Marcos se apresuró a quitárselo.
Le dio un golpecito en la mano, sin pensarlo, para que la abriera, y Gabi lo
hizo y después se miró la mano, como extrañado.
Marcos
dudó un segundo. Dudo dos. Al tercero, agarró al niño por el brazo. Al cuarto, hizo
un movimiento, pero se detuvo a medio camino.
-
No puedo, Rubén – susurró. Sabía que su hermano le estaba observando, desde la
puerta.
Rubén
no dijo nada y le ayudó a recoger la habitación. Por lo menos, Gabriel parecía
más calmado y ya no les atacaba.
Hermosa hitoria querida Dream, me encanto. Continuala por favor
ResponderBorrarUn Abrazo
CathBlueRed
Bueno en pasos cortos pero está avanzando con el niño..
ResponderBorrarEsta historia me gusta mucho y me encantó encontrar capítulos de ella!!