jueves, 18 de julio de 2019

CAPÍTULO 11





El resto de la mañana transcurrió con normalidad. Marcos quiso saber sobre sus sobrinos y Rubén le puso al día en pequeños intervalos, mientras veían la tele. Gabriel permaneció siempre en la misma habitación que ellos, pero a una distancia prudencial. 

Marcos se dio cuenta de que su hermano se estaba durmiendo. Había madrugado mucho, por no decir que apenas había dormido, para llegar a su casa bien temprano. Se dio cuenta de todos los sacrificios que Rubén hacía por él. Desde que habían muerto sus padres hacía poco más de un año, se había vuelto más sobreprotector de lo que siempre había sido. Le sacaba ocho años y, en algún punto a partir de los dieciséis, dejó de ser el hermano que le chinchaba para convertirse en el hermano que le sacaba de cualquier problema. 

Gabriel se acercó un poco en cuanto vio que Rubén se había dormido. 

- No tienes que tenerle miedo – le dijo Marcos. - Aunque esté más fuerte que las pesas del gimnasio que levanta todos los días, en el fondo es un blandito.

- Te he oído – gruñó Rubén, con los ojos aún cerrados.

- ¿No estabas dormido?

- Más quisieras. Dije que vendría para ayudarte y eso haré.

- Lo cierto es que tendría que hacer algunas compras... - admitió Marcos, con cierta vergüenza.

- Pues ve.

Marcos miró a Gabi, que les observaba con atención. 

- Ve – insistió Rubén. - Yo me quedaré con la fierecilla.

- No sé si...

- Aunque te cueste creerlo, puedo cuidar de un mocoso, Marcos. Hay quien diría que incluso de dos. No sé, pregúntale mañana a Rebeca a ver qué te dice. 

Tras pensárselo un poco, Marcos aceptó. Lo cierto era que tenía que comprar los regalos de Navidad, además de algo de comida si iba a alojar a su hermano y a su familia. 

- Sé amable con él – ordenó.

- ¿A quién se lo dices, a la fiera o a mí? - preguntó Rubén.

- A ti, por supuesto. 

Rubén se hizo el ofendido y se hundió en el sofá, con un mohín infantil que le restó bastantes años. Marcos fue a por su cartera y las llaves y se puso el abrigo. Gabi le siguió con la mirada, pero no hizo ningún gesto. ¿Estaría entendiendo que iba a salir? Marcos sabía que era inútil, pero sintió el impulso de aclarárselo. 

- Vengo enseguida – le prometió.

Abrió la puerta y se marchó. Estuvo un buen rato paseando. Entró a una tienda de ropa y compró un bolso para su cuñada. El regalo de su hermano lo tenía desde hacía tiempo: había mandado arreglar el viejo tocadiscos de su padre. A Rubén le gustaba mucho la música y además apreciaba esos detalles de anticuario. Siempre decía que los discos antiguos tenían un sonido especial. Después entró en una juguetería y compró algo para Pedro y Jaime, sus sobrinos, dispuesto a consentirles porque era su tío favorito -y el único que tenían-. Compró varios juguetes para cada uno y, cuando observó su carro, supo que tenía que comprar algo para Gabriel también. Pero, ¿el qué? El niño se extrañaría ante los colores vivos y la textura del plástico de cualquier cosa que vendieran en esa tienda. Entonces se fijó en la sección de los balones. Simple y sencillo, uno de los juguetes más antiguos de la historia. Patear y rodar: Gabriel lo pillaría enseguida. Seguro que había tenido algo parecido a un balón alguna vez, aunque solo fuera patear una piedra. Y sería una forma estupenda de pasar tiempo con él y estrechar vínculos. No es que Marcos fuera muy bueno en los deportes, pero la cuestión era encontrar algo que le gustara al niño y que pudiera llevarse con él si finalmente les separaban. Cuando les separaran. Marcos no quería pensar en eso. 

Volvió a su casa casi una hora y media después de haber salido de ella y no se esperaba encontrar la imagen que le recibió: Gabriel lloraba intensamente, con lágrimas, gruñidos y llanto. Un llanto que sonaba perfectamente humano y abolutamente conmovedor. Pero aquello no era lo más impactante: de no haberlo visto no lo había creído, pero Gabi lloraba en los brazos de Rubén, que le mecía suavemente para calmarle. 

- ¿Qué pasó?

En cuanto Gabriel escuchó la voz de Marcos, corrió hacia él y se puso a tocarle entero, como si quisiera comprobar que era de verdad. Levantó su brazo, y casi parecía que estaba comprobando que estuviera bien, que no tuviera heridas, que todo siguiera en su sitio. 

- Creo que se pensó que le habías abandonado – le explicó Rubén.

El corazón de Marcos subió hasta su garganta y ahí se hizo un nudo que solo logró resolver en parte cuando atrapó a Gabi entre sus brazos, en un abrazo semiforzoso. 

- No voy a ir a ningún lado – le aseguró.

Después de unos segundos, Gabi se revolvió para que le soltara y reparó por primera vez en las bolsas que Marcos llevaba consigo. Intentó mirar dentro, pero Marcos las apartó delicadamente. 

- Ah, ah. No hasta Navidad.

Gabi no le entendió y siguió intentando abrir la bolsa. Marcos le agarró para apartarle y entonces el niño le dio un mordisco. Marcos aguantó el dolor como pudo y le agarró el pelo firme pero suvemente. 

- No.

Eso había funcionado otras veces, pero no aquella. Gabriel se lanzó a atacarle, con uñas, dientes y toda la rabia que cabía en su pequeño cuerpecito. Aunque a decir verdad, no era tan pequeño y le estaba haciendo bastante daño. 

- Esto no es por la bolsa, ¿verdad? Es porque me fui – adivinó, mientras luchaba por separar a Gabi.

Rubén vino en su ayuda y agarró al niño, pero entonces él se volvió el objeto de su ira también. Gabriel le golpeó con fuerza en el brazo, pero soltó un aullido porque le dolió más a él que a Rubén.  Se enfadó más entonces y le mordió la mano. Rubén frunció el ceño más de lo que parecía posible fruncirlo.

- Voy a respetar lo que me has dicho, pero ganas de soltarle una palmada no me faltan – le dijo y se limitó a llevar al niño a un dormitorio, meterle dentro y cerrar la puerta. Si Gabi sabía abrirla, no lo hizo, pero se escucharon varios golpes. - A ver si se calma un poco. Supongo que podemos considerarlo un burdo tiempo fuera.

Marcos se acercó a su hermano con preocupación. 

- ¿Te ha hecho daño?

- No más del que te ha hecho a ti – replio Rubén. - No puedes dejar que siga haciendo eso, hermano. Así no vas a avanzar con él. No te estoy diciendo que le hagas daño, eso jamás. Pero, si hay un niño con el que no puedes razonar, es con él.

Marcos tenía que admitir que su hermano tenía un punto de razón, pero no quería aceptarlo. Él no quería regañar a Gabi y mucho menos castigarle de alguna forma. Una vez puso a su sobrino en la esquina y se sintió él peor que el crío. ¿Y ahora Rubén le pedía que pegara a Gabriel? ¿A esa cosita llena de rabia y miedo? ¿Acaso no le había visto llorar antes? ¿Su hermano pensaba que él sería capaz de resistir un llanto como ese otra vez?

Los ruidos dentro de la habitación se volvieron más violentos y Marcos se preocupó al pensar que el niño se podía lastimar. Abrió la puerta y encontró la cama totalmente deshecha, el colchón en el suelo y varios objetos esparcidos por toda la estancia. Algunos de ellos, como la lámpara de noche, estaban rotos. 

Gabi se agachó para recoger un pedazo de cristal y Marcos se apresuró a quitárselo. Le dio un golpecito en la mano, sin pensarlo, para que la abriera, y Gabi lo hizo y después se miró la mano, como extrañado. 

Marcos dudó un segundo. Dudo dos. Al tercero, agarró al niño por el brazo. Al cuarto, hizo un movimiento, pero se detuvo a medio camino. 

- No puedo, Rubén – susurró. Sabía que su hermano le estaba observando, desde la puerta.


Rubén no dijo nada y le ayudó a recoger la habitación. Por lo menos, Gabriel parecía más calmado y ya no les atacaba.

2 comentarios:

  1. Hermosa hitoria querida Dream, me encanto. Continuala por favor
    Un Abrazo
    CathBlueRed

    ResponderBorrar
  2. Bueno en pasos cortos pero está avanzando con el niño..
    Esta historia me gusta mucho y me encantó encontrar capítulos de ella!!

    ResponderBorrar