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miércoles, 7 de agosto de 2019

CAPÍTULO 78: EL JUICIO







CAPÍTULO 78: EL JUICIO

Los días pasaron más rápido de lo que parecía posible. Es un efecto cronológico muy propio de las vacaciones, pero en aquella ocasión me dio la impresión de que una semana y media transcurrió en tan solo un parpadeo: de pronto era la víspera del juicio de Michael. 

Aquellos días habían sido una locura. Eliah pasaba tanto tiempo en casa, planificando el juicio con nosotros, que papá le ofreció el sofá por si quería quedarse a dormir. Andrew no vino, pero porque, según el abogado, tenía asuntos ineludibles. Papá y yo intentábamos no pensar en que esos asuntos probablemente implicaban matar gente. ¿Qué haces en un caso como ese? No puedes denunciarle por asesinato cuando tenía el permiso de las personas que hacen las leyes. El mundo es un lugar complejo donde a veces no importan los actos sino quién los haga. Creo que en parte por eso papá no quería que los enanos supieran sobre el trabajo de espía de Andrew. No quería que pensaran que estaba “guay”, porque aquello no era una película. Aquello era de verdad y moría gente, gente con nombes y apellidos, gente que tal vez mereciera la muerte, pero papá no estaba a favor de que ningún humano fuera verdugo de otro. Ni yo tampoco. 

Me pregunté por qué nos lo había contado a Michael y a mí. Supuse que nos creía lo bastante mayores como para poder encajar que mataba como medio de vida. Además, había altas probabilidades de que el tema saliera en el juicio. Y papá confiaba en nuestra discrección para no contárselo a nadie. Me dijo que se lo había dicho a Holly y que tal vez no había sido muy prudente, aunque se fiaba de ella. Pero después de haber tenido un tiempo para asimilarlo, se dio cuenta de que nadie más debía saberlo. Andrew lo mantenía en secreto por alguna razón. Probablemente ni siquiera tenía permiso para compartirlo con nosotros y se había saltado esa prohibición. 

Aidan sí les había expuesto a mis hermanos la verdad sobre Greyson, porque consideró que merecían una explicación a por qué de pronto nos podía adoptar. No había sido una conversación fácil y, especialmente los más pequeños, habían quedado muy confundidos. Ni siquiera sabían bien quién era Greyson. Papá les dijo que era un hombre malo que tenía la culpa de que Michael estuviera en problemas con los señores del juzgado. Creo que tampoco entendían del todo lo que estaba en juego en el juicio. Simplemente escuchaban mucho esa palabra y sabían que era importante.

- ¿Tu papá es un hombre malo? - preguntó Alice. - ¿Más malo que Andrew?

Qué triste que una nena de cuatro años no piense en su padre como el ser más maravilloso del mundo, sino como en un “hombre malo”. Aunque supongo que ese no era su padre. Su padre era Aidan y Alice le adoraba. 

- Mucho más malo – respondió Aidan, pero ya no parecía tan afligido con la idea. Había hecho las pases con su pasado, más o menos.

Los mayores también estaban confundidos al principio. Dejé de ser un traidor por odiar a Andrew solo al setenta por ciento y no al cien por cien, porque todos entendieron que Greyson le había destrozado la vida a él también, violando a su novia y dejándola embarazada. Papá omitió decir “violación” delante de los pequeños, pero con los más grandes utilizó palabras más exactas. No todos mejoraron su opinión sobre Andrew; Harry y Alejandro seguían viéndole como el Innombrable enemigo público número uno, pero la mayoría estábamos de acuerdo en que Greyson era un problema mayor.

Viéndolo con perspectiva, papá no tendría que habérselo contado. Es decir, estoy totalmente a favor de contarle las cosas a los niños, con un lenguaje adecuado para su edad, pero solo debe hacerse si vas a tener tiempo de acompañarles en el proceso de aceptación de esas noticias. Papá no tuvo ese tiempo, no para hablar detenidamente con cada uno de ellos, porque además las clases empezaron de nuevo. 

El día antes del juicio, al salir del colegio e ir todos juntos a buscar a Dylan al suyo, nos dimos cuenta de que algo no iba bien. Estaba teniendo la madre de todas las crisis y había varios profesores y también algunos padres intentando calmarle. Dylan gritaba e intentaba autolesionarse y como había manos que se lo impedían, dio unos cuantos arañazos, para finalmente terminar pegándole un tortazo a su profesora.

En el colegio de Dylan estaban acostumbrados a escenas como esa, pero mi hermanito había avanzado tanto últimamente, que verle así fue un jarro de agua fría para todos. Por lo general, en ese centro trabajaban profesionales que sabían cómo tratarle -papá se dejaba una pasta todos los meses para asegurarse de que mi hermanito estaba rodeado de personas que le entendían-. Fue un doctor el que le aconsejó que buscara un colegio de educación especial, porque los alumnos con autismo suelen ser expulsados al menos una vez en su vida de los colegios normales, donde no pueden manejarlos ni entienden del todo su comportamiento. 

Como digo, en el colegio de Dylan sabían manejar sus crisis, pero en aquella ocasión mi hermanito la tuvo en la puerta del edificio, rodeado de un montón de padres y de otros alumnos, que tal vez intentaron ayudar, pero solo empeoraron la situación. Mi hermanito odiaba las multitudes y que varias personas le hablaran a la vez, porque no sabía en quién fijarse. Uno pensaría que vivir con once hermanos le había acostumbrado a eso, pero al parecer su nivel de tolerancia para con nosotros era mayor que su nivel de tolerancia con el resto del mundo. Muchos autistas tienden a funcionar mejor en entornos familiares. Como cualquier persona, en realidad. 

Papá se acercó al mogollón y fue apartando a la gente con mayor o menor delicadeza.

- ¡L-le... le ha pegado! - exclamó un compañero, mayor que Dylan, tal vez de la edad de Alejandro. - ¡Ha p-pegado a la profe!

- ¡Ya no soy tu amigo, Dylan! - gritó otro niño, este más pequeño, tal vez de la edad de mi hermano.

- Bryan, no digas eso – intervino la maestra, tocándose la mejilla porque el golpe que mi hermano le había dado había sido fuerte. 

Dylan se estaba balanceando violentamente hacia delante y hacia atrás y su mirada no estaba fija en ningún punto concreto. 

- ¿Qué ha pasado? - preguntó papá, intentando comprender la situación.

- Ha entregado una tarea con otro nombre – explicó la maestra. - Me he dado cuenta al salir y le he preguntado que quién es Dylan Greyson, pero no me ha respondido y se ha empezado a poner nervioso. Le he dicho si estaba jugando a ser otra persona, pero me ha dicho que no, que su nuevo apellido es ese. Cuando le he dicho que se llama Dylan Whitemore, se ha puesto así.

Papá suspiró. El enano tenía un cacao importante en la cabeza. Antes de que pudiera decir nada, sin embargo, algunos de los niños que estaban junto a Dylan empezaron a gritarle, que es algo que definitvamente no debes hacer cuando mi hermano está en medio de una crisis. 

- DYLAN, ERES MALO, NO SE PEGA.

- ¡VAS A IR CON EL DIRECTOR, DYLAN!

Mi hermano empezó a respirar muy rápido, y emitía ruiditos, como gemidos. Madie y Barie intervinieron en ese momento, alejando a esos niños de Dylan. Irónicamente, el chico más mayor, el mismo que se había escandalizado porque mi hermano golpeara a su profesora, le dio entonces un manotazo a Madie. Era un tipo alto, algo gordito y con relativa fuerza, así que mi hermana soltó un gritito. Pude ver su furia, pero se contuvo muy bien: ella sabía tratar con personas con necesidades especiales. 

- Dylan tiene que calmarse –  dijo, con tranquilidad. - Los gritos no le ayudan, solo le ponen más nervioso.

El labio de mi hermana empezó a sangrar un poquito. Ese chico le había dado justo en la boca. Alejandro montó en cólera y se abalanzó sobre él, pero Madie le sujetó. 

- Ha sido sin querer. No quería hacerme daño, ¿verdad?

- ¡Te ha roto el labio! – gruñó Alejandro.

- No exageres, solo es una pequeña heridita – replicó Madie. Yo no estaba tan convencido de eso, estaba seguro de que se le iba a hinchar, pero sabía que no podía dejar que Alejandro la tomara con ese chico, así que me comí mi propia rabia y le separé, aunque una parte de mí quería apoyarle.

La presencia de papá contribuyó a apaciguar a Dylan. Le hizo contar hasta diez repetidas veces, mientras le ayudaba a concentrarse solo en él. Los mirones por fin se fueron dispersando y mi hermano, lentamente, retiró las manos de sus oídos y dejo de balancearse. 

- ¿Tienen un papel y un boli? - le preguntó Aidan a las profesoras. Una de ellas fue a buscar lo que les pedía. Papá se sentó en las escaleras con Dylan encima. A veces, después de una crisis, mi hermanito estaba más receptivo al contacto, como si quisiera sentirse contenido. Papá tomó el papel y escribió varias palabras en él. - Mi padre se llama Roger Murray o Roger Greyson – le explicó. - Pero él no es tu papá. Tu papá biológico es Andrew Whitemore, así que tu apellido sigue siendo Whitemore. Yo sigo siendo Aidan Whitemore. Así lo pone en mi carnet de conducir. ¿Lo ves? - le dijo, y sacó su cartera para enseñárselo. - Y hay algo más importante que eso. Greyson solo me ha dado su sangre, pero no por ello es mi padre. Igual que yo no te di mi sangre y sí soy tu padre, ¿verdad?

Dylan asintió. Pasó los dedos por cada una de las letras de “Whitemore” con la caligrafía de papá. 

- Tienes que pedirle perdón a tu profesora, peque – continuó papá.

Dylan no respondió durante más segundos de los que parecían lógicos en una conversación, pero papá esperó con paciencia, sabiendo que mi hermano tenía que regresar por sí mismo de cualesquiera que estuvieran siendo sus pensamientos en ese momento. 

- Perdón – dijo al final, sin dirigirse a nadie en particular.

Papá le hizo un gesto a la maestra para que se acercara. 

- A tu profe, cariño – insistió papá.

- Perdón – repitió mi hermano, haciendo un esfuerzo por mirar a la mujer, que le sonreía.

- No pasa nada, Dylan. Siento todo esto, ha habido un poco de descontrol a la salida – se disculpó la maestra.

- Vosotros no tenéis culpa de nada – le aseguró papá. - Al contrario, quiero daros las gracias por tener tanta paciencia. Mi familia está pasando por muchos cambios ahora.

- Los cambios son difíciles para un niño como Dylan, pero nos adaptaremos poco a poco, ¿verdad?

Dylan asintió y se bajó de las piernas de papá para ir a coger una piedrecita que había llamado su atención por alguna razón. La observó durante un rato y luego se la ofreció a su maestra, que la aceptó como si fuera una piedra preciosa. 

Se nos acercó una mujer que llevaba de la mano al chico que había pegado a Madie. Pensé que venía a pedir disculpas también, pero en vez de eso se dirigió a papá con tono indignado. 

- Su hija no debería haber agarrado al mío sin su permiso. Le ha estresado – le increpó.

Papá abrió la boca para responder, pero Madie dio un paso hacia delante. Me preocupaba un poco lo que fuera a decir, mi hermanita tenía mucho carácter y podía soltar algo así como “a mí me ha estresado que le gritara a Dylan y me arreara un manotazo, vieja bruja”. Pero su respuesta distó mucho de ser la que esperaba: 

- Lo siento, señora, no me di cuenta.

La mujer se marchó con su hijo, aún visiblemente molesta, y papá se levantó para examinar cuidadosamente el labio de Madie. Puso una mueca y le dijo que en casa se lo curaría. 

- No tenías por qué disculparte, princesa. No hiciste nada malo. No fuiste borde con ese chico, solo tratabas de que le diera espacio vital a tu hermanito.

- Algunos padres son muy sobreprotectores con los niños con discapacidad – dijo Madie, encogiéndose de hombros. - Esa mujer ya tiene suficiente con lo que lidiar en su vida como para que yo me ponga a discutir con ella.

Papá la envolvió con un brazo y besó su frente. 

- Estoy muy orgulloso de ti, cariño.

Madie sonrió y se restregó sobre el abrigo de papá, buscando mimos. Después volvimos a casa. Había mucho que hablar sobre el día siguiente, pero lo primero en la lista de mi padre era ocuparse del labio de Madie, así que envolvió un poco de hielo en un trapo para ella y se aseguró de que se lo pusiera en la boca por un buen rato. 

Mientras papá se ocupaba de eso y yo ayudaba a Kurt y a Hannah con sus deberes en la mesa del salón, Michael tenía una batalla con el tarro que guardaba sus galletas sin azúcar e iba perdiendo. 

- ¿¡Por qué coño no se abre!? - gruñó, golpeando el bote contra la mesa.

Yo miré a papá, él suspiró y dejó a Madie un momento para acercarse a mi hermano mayor. Le quitó el tarro de las manos y lo abrió con facilidad. No era difícil ver que lo único que pasaba era que Michael estaba histérico y por eso no lograba abrir el bote y de paso pagaba su frustración con el objeto. 

- Gracias. Puñetero tarro del demonio.

- ¿Alguna palabrota más que quieras enseñarle a tus hermanos pequeños? - inquirió papá.

- Esas ya las conocen. ¿A que sí, enanos? ¿A que sabéis lo que significa “coño” y “puñetero”?

- ¡Michael! - regañó papá.

- No. ¿Qué significa “coño”? - preguntó Kurt, con curiosidad. 

- Mira Michael, si no tuvieras un muy buen motivo para estar nervioso, ahora mismo tendrías la boca llena de jabón, ¿me oyes? - le dijo Aidan.

- Tú no haces eso. Él no hace eso, ¿no? - me preguntó.

- No que yo sepa – respondí.

- Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas – gruñó Aidan, pero no estaba hablando en serio. Era su refunfuñeo habitual de cuando le estábamos buscando las cosquillas, pero no quería perder la paciencia. Michael se iba a enfrentar a algo muy fuerte al día siguiente, así que papá le estaba dando manga ancha con los tacos y las palabrotas. 

- Inténtalo – le retó Michael. - No te digo por dónde te meto el jabón.

- ¡Michael! - esa vez, le regañé yo. Vale que papá estuviera en modo zen y comprensivo por lo del juicio, pero ni siquiera entonces podía hablarle así. 

- ¡Argh! ¡Me voy a dar una ducha! - anunció. - ¿Cuándo viene Eliah?

-  Dentro de una hora - le informó papá, justo antes de que Michael desapareciera escaleras arriba rumbo al baño. 

- Diría que necesita una tila, pero creo que la necesitas tú más que él – le dije, intentando destensar el ambiente. - Para no matarle y eso.

- Papi, ¿qué es coño? - insistió Kurt.

- Es lo que las chicas tienen ahí abajo, hijo. En lugar del pene – le explicó papá, con naturalidad. 

- Oh. ¿Y por qué eso es una palabra fea?

- Buena pregunta, enano. No es una palabra fea de por sí, pero hay otras formas de llamarlo, que son más educadas. Además, no es algo que digas en una conversación. Al igual que tampoco está bien hablar de pis y de caca.

Miré a papá alzando una ceja. ¿Estaba comparando el sexo con mear y cagar? Bueno, supongo que todo son cosas que deben hacerse en privado. Y estaba bien para que mi hermano entendiera que eran temas no aptos para hablar con cualquiera. 

Kurt se quedó pensativo, mordisqueando su lápiz, pero yo sabía que las preguntas no se habían acabado ahí. 

- Papi, ¿las niñas hacen pipí con el coño, entonces? No tienen pilila, ¿verdad?

Papá le había dicho que se llamaba “pene”, pero no era una palabra que Kurt escuchara con frecuencia y debía de pensar que tampoco estaba muy bien decirla, porque solía utilizar el eufemismo “pilila”. O tal vez se lo había escuchado así a algún compañero de clase. 

- No, Kurt, no tienen pilila.

- ¿Hannah tampoco? - insistió, mirando a la aludida, que frunció su ceñito con indignación, aunque no parecía tener muy claro por qué se indignaba.

- Hannah tampoco. Es algo más complicado que eso, campeón. El cuerpo humano es muy complejo y lo irás estudiando poco a poco en el cole. Lo importante es que no puedes decir esa palabra, ¿vale?

- ¿Es como decir “cojones” en lugar de “pilila”? - preguntó Kurt y yo tuve que taparme la boca para no reírme. Mi hermanito era muy curioso y sonaba de veras adorable cuestionándose todas esas cosas con esa vocecita inocente.

- ¿Dónde has escuchado eso tú? - se horrorizó papá. - Ya, ya, no me respondas, de tus hermanos. Grrr. Recuérdame que les cante las cuarenta a Alejandro y a Michael. Y a Harry también, por si acaso. Sí, enano, es exactamente así. Bueno, exactamente así no. Una cosa es el pene y otra los testículos, pero para el caso es lo mismo. Son palabras soeces, ¿entiendes? Eso significa que es grosero decirlas. Algunas de ellas no se dicen nunca y otras se dicen solo a veces, pero son palabras de grandes. 

- ¿Y cuál es la palabra buena para “coño”? - quiso saber el peque, aparentemente ajeno al mal rato que estaba pasando mi padre. 

- Que hagas la resta, esa es la palabra buena – intervine yo, intentando reconducir la conversación.

- Yo le digo “agujerito” – replicó Hannah.

Papá se llevó la mano a la nuca y se frotó, sin saber cómo frenar aquello. Era normal que sintieran interés. Al fin y al cabo, eran sus cuerpos. 

- ¿Agujerito sí se puede decir, papi? - preguntó Kurt.

- No, Kurt, ya te he dicho que de esas cosas es mejor no hablar, ¿vale? Hasta cuando seas mayor. Y ahora venga, a hacer los deberes. Tú también, princesa.

- No soy princesa, papi – protestó Hannah.

- ¿No? ¿Ya no te gusta que te llame así?

Hannah se quedó en silencio. 

- Está bien, peque, intentaré no decírtelo más. Pensé que te gustaba.

- Sí me gusta, pero Jenny dice que no puedo ser la princesa. Que si me vas a adoptar entonces es que soy huérfana y los huérfanos solo pueden ser sirvientes.

¿Pero qué...? ¿Quién era esa Jenny? ¿Cómo se atrevía a decirle eso a mi hermanita? Los ojos de papá se entrecerraron tanto como los míos, pero él supo disimular mejor su enfado. 

- ¿Le contaste a tu amiguita lo de la adopción? Jenny se equivoca, Hannah. Tú no eres huérfana, tú siempre has tenido un papá, que soy yo, ¿mm? Pero ahora lo pondrá también en un papel. Y no eres sirviente de nadie – aclaró.

- ¡Sí lo soy! ¡Cuando jugamos ya no me deja ser la princesa!

Grrr. 

- Pues eso no está bien, peque. En los juegos hay que turnarse. A veces tú serás la princesa y a veces lo será ella. Pero para papá siempre, siempre serás la princesa – añadió Aidan, haciéndole un mimo. - Tienes que hablar con Jenny, cariño, y decirle que no está bien que te diga esas cosas y que así no se juega.

- Bueno - respondió Hannah, no muy segura. Yo sabía que los padres de Jenny iban a recibir un mensaje furioso de un escritor que era también papá gallina y sobreprotector.

Mientras nosotros teníamos esa interesante conversación a cuatro que iba desde la anatomía básica del hombre y la mujer hasta las niñitas mandonas que ya con seis años apuntan maneras de diva, Michael debió de tener algún tipo de problema en el baño, porque le oímos despotricar y dar pisotones fuertes. 

Le deseé suerte a papá, porque estaba claro que no lo iba a tener fácil. 

- AIDAN'S POV -

Michael estaba al borde de un ataque de nervios y yo no sabía si era mejor dejarle solo o hacerle compañía. La verdad es que yo tampoco estaba mucho mejor, pero creo que tenía más autocontrol. Al menos tenía que evitar que hiciera una burrada, así que decidí subir al baño a ver cuál era el problema. 

Se había hecho un cortecito al afeitarse. Michael estaba en la fase en la que le gustaba tener un pequeño rastrojo de barba y aparentar ser más adulto, pero el afeitado había sido sugerencia del abogado. Una apariencia más infantil le convenía ante el jurado. También quería elegir su ropa. Lo haría esa misma tarde, cuando viniera. 

- ¡Maldita cuchilla de los cojones! - barbotó Michael.

- Acabo de tener una conversación de lo más incómoda con tus hermanitos gracias a tu vocabulario, así que por favor, ya basta – le dije. No me quería enfadar con él ese día.

Michael soltó un bufido como toda respuesta y yo le quité la cuchilla de las manos. Intentaba bloquear de mi mente la imagen de una cuchilla similar, desprovista del plástico, lastimando su pierna. Ganas no me faltaban de impedirle acercarse a algo afilado por el resto de su vida, pero sabía que era un impulso poco razonable. No me quedaba más remedio que confiar en que no volviera a tratar de hacerse una escarificación. 

- Deja que lo haga yo – me ofrecí.

- ¿Afeitarme? - preguntó, extrañado. - Pero...

- ¿Nunca has ido a un barbero? Tómame como tu peluquero personal – le dije y Michael no puso objecciones, aunque no se le quitó esa expresión de desconcierto.

Le hice sentarse en el taburete y terminé de pasar la cuchilla por su cuello y su barbilla. 

- Intenta usar más espuma – le sugerí.

Me pregunté quién le habría enseñado a afeitarse. Tal vez nadie. Tal vez había tenido que aprender solo. Recordé cómo había sido mi propia experiencia. Había visto afeitarse a Andrew varias veces y cuando tenía diez años decidí que yo quería hacerlo también. Lógicamente, no tenía un solo pelo y lo único que conseguí fueron varios cortes que escocieron mucho. A Andrew le pareció bastante gracioso cuando me encontró en el baño y me hizo una foto. Me pregunté dónde las guardaba. Las fotos, quiero decir. No me hizo demasiadas y en su casa no había ningún marco, ni ningún albúm. 

Sacudí la cabeza. A los dieciséis fue la primera vez que tuve que afeitarme realmente y no dejó de ser un desastre. Andrew me dio un billete sin decir nada y supe que era para que fuera a una peluquería cuando necesitara un afeitado. Lo que en verdad yo hubiera querido era que me enseñara, pero él solía solucionarlo todo así, soltando un billete. Al menos se había dado cuenta de que había intentado rasurarme. Puede que me prestara más atención de la que yo creía. 

- Es muy extraño que otra persona pase una cuchilla tan cerca de tu yugular – susurró Michael, sacándome de mis pensamientos. Me di cuenta de que estaba algo tenso.

- Jamás te haría daño, hijo.

- Lo sé, pero aún así da impresión. Aunque también es agradable – confesó. - Hace como cosquillas.
Le sonreí, a través del espejo. 

- Levanta un poco la barbilla – le pedí. Terminé de afeitarle y luego le di la loción para que se la echara.

- Suave como el culito de un bebé – susurró. - Esto no servirá para que el jurado se trague que soy un niño bueno.

- No, es verdad. Bastará con que te observen unos segundos para que se den cuenta de que en verdad lo eres, pero no por tu aspecto, sino por cómo eres por dentro.

- Entonces solo verán un ladrón estúpido y palabrotero - replicó.

Giré el taburete para obligarle a mirarme de frente. 

- Cuidadito con lo que dices – le avisé. - Es de mi hijo de quien estás hablando. Y no es ningún ladrón, ni ningún estúpido. Palabrotero sí, pero no porque su padre no se esfuerce por enseñarle a hablar bien.

Michael esbozó una media sonrisa y se levantó para recoger la loción y las otras cosas. De pronto, sin ningún tipo de aviso, me dio un abrazo, y yo le correspondí con mucho gusto. Le di un beso en la cabeza. 

- Todo va a salir bien, canijo. Recuerda que ahora tienes un abuelo espía. Él puede hacernos desaparecer. Si hace falta, nos mudamos una temporada al Caribe – bromeé.

Michael sonrió otra vez, pero después se quedó pensativo. 

- ¿Abuelo? ¿Por qué iba a querer ser mi abuelo? No soy nada suyo – objetó.

- O acepta a todos mis hijos o ya puede ir dando media vuelta y buscándose otra familia. Opciones no le faltan – mascullé, recordando a mis dos hermanos perdidos.

Según la información que me había pasado mi padre, Dean vivía allí mismo en California, en Hollywood, pero Sebastian vivía en Inglaterra. Eso me hizo plantearme si Andrew tenía más hijos por el mundo. Tal vez ni él mismo lo sabía. Aunque a la vez parecía tener a toda su descendencia bastante controlada. El informe que me había pasado era muy completo. 

- ¿Qué quieres decir? - preguntó Michael, ajeno a mis pensamientos y a la confesión que Andrew me había hecho.

- Nada. Oye, ¿no ibas a ducharte? ¿Por qué no te has afeitado después?

- Me ducho esta noche, antes de dormir. Mejor dicho, antes de meterme en la cama y pasar toda la noche en vela con dolor de estómago.

- Ah, no, nada de eso. Esta noche duermes conmigo. Y no era una pregunta.

- Como si tu fueras a dormir mejor – replicó y no le dije nada poque tenía razón. - Gracias por preocuparte tanto por mí – susurró y esas palabras me apretujaron el corazón.

- Eso no se agradece. Me preocupo porque te quiero.

Michael estuvo en plan mimoso hasta que llegó el abogado. Entonces se puso serio y mantuvo una pose tranquila que yo sabía que no se correspondía en nada con lo que sentía. Todavía me asombraba de las diversas personalidad de Michael. No, no eran personalidades, eran capas de un experto falsificador, que por falsificar, se falsificaba a sí mismo. Pero conmigo se permítía ser el de verdad. 

Fue una tarde larga, porque Eliah hizo el enésimo simulacro de juicio. Cuando Michael le dijo que estaba cansado de repetir lo mismo tantas veces, el abogado respondió que se limitaba a seguir órdenes estrictas de Andrew. 

- Ese hombre te puso una pistola en la cabeza, Michael – le dijo. - Y se va a sentar a testificar como un policía honorable e inocente. Te va a entrar miedo, te va a hervir la sangre y yo necesito que tengas tan claro lo que tienes que responder que ninguna de esas cosas importe.

Eliah sabía lo que hacía y parecía determinado a salvar a mi hijo. No solo eso, sino que quería conseguir que se abriera una causa en contra de Greyson. Había presentado suficientes pruebas en la fase de instrucción como para que eso fuese posible, pero tenía que quedar claro que Michael había actuado únicamente mediante coacción. No bastaba solo conque le declararan inocente. El jurado tenía que entender que mi hijo era una víctima y que el verdadero delincuente era Roger. 

Tal como Michael había predicho, ninguno de los dos logró dormir mucho aquella noche, pero algo sí pudimos descansar. El amanecer nos pilló durmiendo y el despertador hizo su trabajo implacablemente. Michael se estiró con un gemidito de protesta, hasta que de pronto recordó que día era y abrió los ojos violentamente. Tragó saliva con fuerza y me miró. 

- Buenos días, campeón. ¿Preparado para limpiar tu nombre?

Asintió, con sus ojos cristalinos llenos de terror. No conseguí que desayunara nada y no quise obligarle por miedo a que los nervios le hicieran vomitar. Él y yo teníamos que irnos muy pronto hacia el juzgado. Ted y Alejandro se ocuparían de llevar a los demás al colegio. Era un juicio cerrado, así que no podían entrar en la sala. Mis hijos mayores lo habían entendido, sabian que no era algo que yo les prohibiera y que no había nada que pudiera hacer. 

Los minutos previos al juicio están algo borrosos en mi memoria. Mientras esperábamos en un banco, Michael me dio la mano, al principio pensé que buscando mi consuelo, pero luego entendí que quería ofrecerme el suyo. 

- Ya he hecho esto otras veces – susurró. - Es la primera que entro acompañado y sin esposas. Eso ya es de por sí una gran mejora. Pase lo que pase, no voy a olvidar lo que has hecho por mí, Aidan. Estos meses han sido los mejores de mi vida.

- No te despidas, eso ha sonado a despedida – protesté, sintiendo vértigo de pronto.

- Si me encuentran culpable, no tendremos mucho tiempo para hablar – me explicó. - Me llevarán directamente a la cárcel. 

- Eso no va a pasar – repliqué. - Eliah está convencido de que vamos a ganar. Vamos a demostrar que Greyson es corrupto.

- Para hacer eso, Andrew es una pieza clave. Yo no le veo por aquí, ¿y tú? - me dijo. - Ya tendría que haber llegado. No creo que quede muy bien que uno de nuestros testigos no se presente. 

Me di cuenta de que tenía razón. ¿Sería capaz de dejarme tirado en un momento así? Su historial de ausencias en momentos de necesidad era kilométrico. 

- No le necesitamos – le dije, tratando de convencerme. - Te acusó de tener armas y dinero robado y no encontraron nada cuando registraron nuestra casa.

- Pero sí que agredí a Greyson – me recordó. - Eso es suficiente para considerar que he roto el trato que consiguió sacarme de prisión antes de tiempo.

- Trato que Greyson no tenía autoridad para ofrecerte. Una prueba de su corrupción.

- Si lo hizo, es porque puede hacerlo pasar por legal, Aidan. Igual que Andrew con tu adopción.

No tuve ocasión de responderle, porque nos hicieron pasar en ese momento. Nos habían registrado a la entrada del juzgado, pero nos volvieron a revisar para ver que no llevábamos cámaras. El interés en que lo que pasara en aquella sala fuera secreto debía de ser muy alto. 

Eliah y el fiscal estaban hablando entre ellos, pero se separaron cuando nos vieron entrar. Eliah nos estrechó la mano y nos invitó a sentarnos en una mesa que había a la derecha, frente al estrado. El fiscal se sentó a la ziquierda. 

- ¿Y Andrew? - nos preguntó.

- No ha llegado – respondí, con un temblor en la voz.

- Va a venir – me aseguró. Ese hombre le tenía demasiada fe. Hasta donde sabía, eran amigos o lo más parecido que Andrew tenía a uno.

El proceso comenzó en cuanto un oficial anunció al juez. Un señor de edad considerable entró por una puerta distinta a la que habíamos utilizado nosotros y se sentó en frente. En un lateral, estaba el jurado. Doce personas que tenían en sus manos el destino de mi hijo. 

- Ni un solo negro – comentó Michael, en tono de quien ya se lo esperaba.

Yo estaba sentado justo detrás de él y podía oírle perfectamente. De nuevo, tenía razón. No había ningún afroamericano en el jurado. Había seis hombres blancos, un hispano, y cinco mujeres. 

- Tienes los ojos azules – le replicó Eliah. - Y te he vestido como un pijo blanco. No eres lo bastante oscuro como para que te tengan miedo.

En ese momento, me sentí fuera de lugar. Ellos dos sabían mucho más sobre el sistema judicial que yo. Conocían su funcionamiento, sus fallos, sus prejuicios.  

El fiscal planteó su acusación. Eliah dio un discurso de defensa. Creo que fue bastante bueno, pero ya no estaba seguro de nada. Entonces vino la explicación de algunas pruebas. El fiscal presentó un parte de lesiones del día en el que Michael le dio un puñetazo a Greyson, el mismo día que la policía entró en mi casa como si en ella viviera un terrorista. Por fin, llamó a Greyson a declarar. 

Roger entró en la sala con paso firme y lento. Le observé bien, sintiendo que en las anteriores ocasiones no le había prestado la atención necesaria. No era tan alto como Andrew y como yo, pero tampoco era un hombre bajo. Aún así, estaba claro que yo me parecía más a mi abuelo que a él. No pude encontrar muchos rasgos en común entre nosotros y eso me agradó. 

Se sentó en el estrado, frente a un micrófono y juró decir la verdad. Dudaba que tuviera intención de cumplir esa promesa. 

El fiscal se acercó a Roger y comenzó con sus preguntas: 

- Detective Greyson, ¿cómo conoció al señor Donahow?

- Hace cuatro años me asignaron un caso de falsificación y robo. Encontraron pruebas en la casa del señor Donahow que le convirtieron en el principal sospechoso.

- ¿Registraron su casa?

- No, el señor Donahow era por entonces menor de edad y se había escapado de su familia de acogida. Le buscaban por eso, sin sospechar que tenía relación con los delitos que yo estaba investigando. Al entrar en el piso en el que se creía que vivía ilegalmente, encontraron las pruebas.

- Encontraron libros y tinta y papel antiguo, ¿verdad?

- Protesto, señoría, pretende dirigir al testigo – dijo Eliah.
- Se admite. Replantee la pregunta, señor fiscal.

- En realidad estamos hablando de delitos por los que ya ha sido juzgado, señoría – se defendió el fiscal. - Pero lo preguntaré de otra manera. ¿Es Michael Donahow un falsificador?

- De literatura, sí. Principalmente, aunque también ha falsificado cheques y documentos.

- ¿Puede especificar los títulos de todas las obras que copió ilícitamente?

Greyson empezó a dar una lista de nombres que parecía no terminar nunca. Me dio la impresión de que Michael se hundía un poco en su asiento, como si cada título fuese una losa que ponían encima de él. Esa fue, seguramente, la única respuesta cierta de  Greyson, todo lo demás habían sido burdas mentiras. Pero mi hijo no había hecho esas falsificaciones por iniciativa propia; él le obligaba. 

El fiscal siguió haciendo preguntas durante varios minutos, hasta que Eliah le interrumpió.

- Señoría, mi cliente ya fue juzgado por esos crímenes. La acusación solo pretende desprestigiarle.

- Le ruego al fiscal que vaya al grano.

- Tan solo intento entender cómo una persona con su historial puede estar ya fuera de la cárcel.

- Igual nos ahorra el trabajo – susurró Eliah. - Ya te dije que ese trato sería turbio para cualquiera. 

- Al señor Donahow se le ofreció un trato. Una reducción de condena, a cambio de convertirse en informante y consultor de la policía.

- Entiendo. ¿Y él cumplió con todos los puntos del acuerdo?

- Hasta el día en el que me agredió, sí. Me dio un puñetazo y amenazó con meterme un tiro. Dijo que tenía armas en su casa y que después planeaba escapar, que tenía dinero escondido. Parecía enajenado.

Observé cómo Michael se tensaba ante semejante embuste. Yo no había estado presente, pero creía a mi hijo cuando decía que no era así como había sucedido. 

El fiscal hizo algunas preguntas más, hasta quedarse satisfecho con la declaración de Greyson.

- No hay más preguntas, señoría.

- ¿La defensa desea realizar alguna pregunta?

- Sí, señoría.

Eliah se acercó al estrado con lentitud y parsimonia, casi como si estuviese intentando poner nervioso a todos los presentes. 

- Señor Murray, estoy confundido – comenzó.

- Más confundido estoy yo – replicó el juez. - Le recuerdo que el testigo es el Detective Roger Greyson.

- Señoría, su verdadero nombre no es Roger Greyson, sino Roger Murray – explicó Eliah, provocando un murmullo entre los miembros del jurado. Como persona que se ganaba la vida contando historias que entretienen a la gente, sabía lo que estaba haciendo: darles salseo. El jurado está constituido por gente normal. Médicos, profesores, funcionarios, etc, convocados en una sala del juzgado contra su voluntad para escuchar lo que casi siempre era un pleito tedioso. Dales algo jugoso y captarás su atención.

- Realicé un cambio de nombre totalmente legal – repuso Greyson, con calma.

- ¿Cuándo se cambió el nombre, si se puede saber? No me refiero a la fecha exacta, sino al motivo. Recuerde que está bajo juramento – añadió Eliah, una forma sutil de decir “si no dice la verdad, lo sabré, y puedo respaldarlo con pruebas”.

- Al salir de la cárcel - respondió Roger a regañadientes. - Quería comenzar de nuevo. 

Más murmurllos. 

-  ¿Y por qué delito estuvo usted en la cárcel, señor Murray?

- Le recuerdo que no se está juzgando al señor Greyson en este tribunal – intervino el juez.   

- Es relevante, señoría.

- Está bien. Responda, por favor.

- Suplantación de identidad.

- ¿Compartió celda? - preguntó Eliah, con voz inocente. Greyson se puso tenso y no respondió, pero estaba obligado a hacerlo, así que finalmente murmuró:

- No... lo recuerdo.

- Mis cojones – le escuché susurrar a Michael.

- ¿Pudo ser con este hombre? Entiendo que fue hace mucho tiempo, mírelo bien – ofreció Eliah, enseñándole una foto.

Greyson apretó aún más la mandíbula. 

- Pudo ser.

- El hombre de la foto es Ned Rogers, un hacker que ha causado grandes problemas en nuestro país.

- ¿Qué tiene que ver conmigo?  - gruñó Greyson.

- Oh, nada, nada – mintió Eliah con una sonrisa falsa. - Pero ya que está usted aquí, en representación de la policía, ¿podría decirnos cómo es que no han conseguido atrapar al señor Rogers, después de que vaciara varias cuentas bancarias a través de un virus de su propia creación?

- Eso tendrá que preguntárselo a mis compañeros de seguridad informática.

- Por supuesto, por supuesto. No hay más preguntas, señoría. 

- Señor Wayne, ¿planea hacernos perder el tiempo o las preguntas que le ha hecho al testigo guardan alguna relación con el caso presente? - preguntó el juez, irritado. 

- Guardan relación, señoría, pero primero debemos hablar con los otros testigos.

El juez se revolvió en su silla, pero el juicio prosiguió con normalidad. Llamaron a testificar a algunos oficiales de la comisaría, que dijeron que habían visto a Michael perder los nervios, gritar y darle un puñetazo a Greyson, pero que no habían llegado a escuchar las amenazas porque el resto de la discusión se había desarrollado en privado. 

Después, el fiscal llamó a Michael y mi hijo se levantó de su asiento. Me lanzó una mirada indescifrable y caminó hasta el estrado. 

  • MICHAEL'S POV -
  •  

Había evitado hacer contacto visual con Greyson durante todo el rato. Después de declarar, no abandonó la sala, sino que se quedó sentado cerca del fondo. Cuando subí al estrado le tenía de frente y me esforcé por no mirar en su direccion. 

Me preguntaron si quería jurar sobre la constitución o sobre la Biblia. Por primera vez en mi vida, escogí la Biblia y observé a Aidan de reojo. 

Espero que tu Dios me de suerte” pensé, después de decir el protocolario “sí, lo juro”. 

- Señor Donahow, todo este asunto se reduce a algo muy sencillo – me dijo el fiscal. - ¿Agredió usted o no agredió al señor Greyson?

- Le di un puñetazo, pero no le amenacé. Registraron mi casa y no hallaron ningún arma.

- ¿Se refiere a la casa del Señor Whitemore, donde vive actualmente?

- Sí. Varios policías entraron armados y asustaron a mis hermanos pequeños – respondí. Eliah me había dicho que insistiera en ese punto. La conciencia social en contra de la brutalidad policial estaba en un punto álgido.

- Tal vez no tenía el dinero con usted, pero eso no quiere decir que no lo tuviera. No sería la primera vez que lo esconde. ¿No lo hizo así en el hospital en el que estuvo ingresado hace unos meses? Pueden mirar el documento 3A – añadió, en referencia al jurado, para que supieran de qué estaba hablando. 

- Sí, pero de hecho lo escondí allí para que alguien lo encontrara. Lo puede ver por las notas que dejé.

- Lo que veo, señor Donahow, es que la mayor parte del dinero que robó o estafó no se ha recuperado.

- Eso es porque no lo tengo yo – repliqué y mis ojos se desviaron hacia Greyson un poquito, para después caer sobre mi regazo en lo que esperaba que fuera una pose vulnerable. Me mordí ligeramente el labio. 

- ¿Pretende decirme que robaba para otra persona?

- Eso mismo. Desde que tengo doce años, un hombre me utiliza para todo tipo de estafas y falsificaciones, llegándome a amenazar con matarme si no lo hago.

Los murmurllos fueron más audibles en aquella ocasión. 

- ¡Silencio! ¡Silencio en la sala! - ordenó el juez.

- ¿Pretende que nos creamos que es totalmente inocente? ¿Por qué no dijo nada de esto cuando le detuvieron?

- No dije nada porque la persona que me amenaza es un policía – respondí. - Y porque tenía miedo de que hiciera daño a mi familia.

El juez tuvo que golpear su mazo varias veces para silenciar las voces que empezaron a comentar mis palabras. Pude notar que algunos miembros del jurado me creían, pero la mayoría no. Me armé de valor y miré a Greyson. No parecía asustado. 

- ¿Tienen pruebas de esto? - preguntó el fiscal, pero no se dirigió a mí, sino hacia Eliah, que asintió, secamente. El pobre fiscal me dio pena, parecía absolutamente confudido. Ese hombre no estaba en mi contra, su trabajo consistía en perseguir criminales. Solo que se había equivocado de sujeto. - No hay más preguntas, señoría.

Era el turno de Eliah. Las cosas iban bien, iban como queríamos. Greyson no podía ser declarado culpable en aquella ocasión, ese era mi juicio y no el suyo, pero si conseguíamos sembrar dudas razonables, le detendrían antes de que abandonara la sala, por precaución. Lo que pasara conmigo en ese momento me parecía secundario. 

Eliah me había avisado de que iba a utilizar un tono paternalista conmigo. Me iba a hacer quedar como un niño desvalido, por más que eso hiriese a mi hombría. Tenía dieciocho años, algún miembro del jurado tendría hijos mayores que yo o de mi edad. Tenía que despertar sus simpatías. Era algo que por lo general se me daba bien: la mitad de los funcionarios de la prisión habían empatizado conmigo, Thony encabezando la lista. Literalmente, el abogado me había dicho: “si consigues llorar, muchacho, nos vendría de perlas, pero no lo fuerces”. He aquí la cuestión: yo podía ser un gran mentiroso si quería, era un estafador profesional, pero no era buen actor cuando se trataba de fingir emociones. 

- Señor Donahow... es ese su nombre, ¿verdad? El señor Whitemore no le ha adoptado todavía – comenzó Eliah.

- No, señor. Pero estamos en ello – contesté y esbocé una pequeña sonrisa. La sonrisa que había comprado a Aidan, cuando nos conocimos. La sonrisa que, acompañada con mis ojos azules, poca gente podía resistir.

- Le felicito. El señor Whitemore es el hermano de su hermano Theodore, ¿no es así? - preguntó, como si no lo supiera.

- Verá, eso es un poco complicado de responder. Recientemente hemos averiguado que Aidan no es el hijo de Andrew y...

- Señor Donahow, especifique a quienes se refiere por favor.

- Oh, claro – dije, con otra sonrisa, esta vez una sonrisa tímida de niño torpe, como la que ponía Kurt cuando rompía algo sin querer. Yo le había planteado a Eliah si eso no era exagerar demasiado, pero él me había dicho que no debía dar la impresión de que estaba acostumbrado a los juicios. Tenía que parecer que estaba asustado, lo cual no era tan difícil porque lo estaba de verdad, y que no conocía bien los protocolos y el lenguaje legal. En mi cabeza me estaba imaginando que era de nuevo ese niño de doce años al que Greyson reclutó. Me estaba proyectando a mí mismo como si fuera Barie o Madie o Zach o Harry. - Aidan Whitemore es el hombre con el que vivo, supuestamente medio hermano de mi hermano Ted. Ted es solo mi hermano por parte de madre. El padre de Ted es Andrew Whitemore, que en teoría es también el padre de Aidan, pero, como decía, hemos descubierto que no es así – relaté. Casi pude imaginarme las cabezas de las personas del jurado rodeadas de números y ecuaciones, como en esos memes famosos, intentando entender las complejas relaciones que acababa de describir. - Sé que es un poco complicado de seguir. Pues ahora súmele que tengo once hermanos. Imagínese las cenas familiares.

Se escucharon algunas risas suaves: la señal perfecta de que estaban empatizando conmigo. 

- Vaya, ese sí que es un árbol familiar curioso, chico – apuntó Eliah.

- De nuevo, abogado, ¿esto nos va a llevar a alguna parte? - dijo el juez. - Si quisiera una telenovela, estaría viendo la televisión con mi mujer ahora mismo.

- Dos preguntas más, señor juez, y lo entenderá. Señor Donahow, ¿cómo conoció al señor Murray, alias el señor Greyson?

- Él es el policía que con solo doce años me amenazó para que entrara a formar parte de su banda de delincuentes.

- ¡Orden, orden en la sala! - gritó el juez, para hacerse oír sobre el clamor general. 

- Pero... ¿qué interés tiene en usted?

- Roger Murray es el verdadero padre del señor Whitemore – proclamé. Se sentía raro decirlo en voz alta, fuera de los ensayos en el salón. - Y quiere vengarse de Andrew, que es su hermanastro.

Fue inútil que el juez volviera a pedir silencio. Lo que tuvo que pedir fue un receso, para ir al baño, pero en realidad lo que buscaba era que se calmaran los ánimos. 

- Retomaremos la sesión en quince minutos y espero escuchar algo con sentido en lugar de todos estos disparates – masculló.

Greyson había desaparecido. No podía salir del juzgado, no hasta que el juicio terminara, no solo porque a lo mejor tenía que declarar de nuevo, sino porque se querían evitar filtraciones. Supongo que era el procedimiento habitual cuando llamas a testificar a un agente secreto. Pero fue el primero en salir de la habitación y no pudimos ver cómo se tomaba la noticia. ¿Se lo había creído? ¿Había comprendido que Aidan era el hijo que daba por perdido? ¿Pensaría que era un engaño?

La sala se fue vaciando y Eliah, papá y yo entramos en un cuartito contiguo. Me desplomé sobre una silla, las piernas me temblaban. Me tapé la cara con las manos. 

- Lo estás haciendo muy bien, muchacho – me alabó el abogado. Papá pasó un brazo por encima de mis hombros, en un intento de reconfortarme. - Aidan, tú serás el siguiente. Me ha escrito Andrew, está a punto de llegar.

Papá asintió. Faltaba la parte más difícil. En la fase de instrucción no habían admitido todas las pruebas que Eliah había recopilado. No habían admitido, por ejemplo, un documento que probaba que los antecedentes penales de Greyson habían sido modificados. El motivo era una vez más, que aquel era mi juicio y no el de Roger. Pero un perro viejo tiene sus trucos. Todo lo que Eliah nos preguntara en el estrado quedaría registrado y, si utilizaba alguna fotografía para hacernos una pregunta, tenía que darle una copia al jurado. Iba a aprovechar esa circunstancia para sacar la artillería pesada. 

El receso terminó y la sesión se reanudó. El fiscal llamó a Aidan al estrado y eso nos sorprendió, porque no le había citado como uno de sus testigos. Como era testigo de la defensa le podía interrogar también, pero ese cambio de planes era la primera cosa que no teníamos prevista. 

- Señor Whitemore, ¿es cierto que usted ofreció un soborno al oficial Greyson a cambio de llevarse a Michael, libre de todo cargo? - preguntó el fiscal.

Apreté los puños. “Con mi padre no, cerdo hijo de puta”. Le busqué con la mirada, pero Greyson no estaba. No había vuelto a entrar después del receso.  

- No, no lo es – respondió Aidan, con calma. Allí sentado con toda su altura, su pelo peinado con gomina y una coleta por una vez en su vida, papá resultaba muy imponente. El traje que llevaba le sentaba como anillo al dedo. - Jamás le hice tal proposición al señor Greyson. Sí le dije a Michael que haría lo posible por llevarle a casa, incluso aunque ello implicara un soborno, pero era una conversación privada con mi hijo, en la que buscaba darle ánimos. No le ofrecí y nunca le he ofrecido un soborno a un oficial de policía. Tampoco hubiera tenido sentido hacerlo, dado que fue el propio señor Greyson el que nos proporcionó más adelante un medio de evitar que Michael pasara más tiempo en prisión.

En ese momento, las puertas de la sala se abrieron y Roger entró para ocupar el mismo sitio apartado de antes. Me pareció ver que le temblaba un poco la mano y no apartó la mirada de Aidan ni un segundo. El fiscal prosiguió.

- ¿Que nos puede decir de toda esta disparatada historia que nos acaba de contar el señor Donahow? ¿Acaso es el señor Greyson su padre?

- Lo es. Como ya se ha dicho con anterioridad, el verdadero nombre del señor Greyson es Roger Murray. Su madre tuvo una aventura con mi abuelo, Joseph Whitemore.

El fiscal frunció el ceño, miró a Greyson, me miró a mí, miró a Aidan, miró sus papeles, y creo que ese fue el momento justo en el que aceptó que su caso se estaba desmoronando. 

- No hay más preguntas, señoría. La fiscalía solicita hablar de nuevo con el acusado.

- Primero, la defensa podrá realizar sus preguntas al señor Whitemore – estableció el juez. 

Eliah se acercó a mi padre y sacó un documento. 

- ¿Puede leer lo que pone en ese papel, por favor? - le pidió. - La primera línea. 

- Contrato de consultor del departamento de policía de Oakland, California.

- ¿Es usted consciente de que el señor Donahow firmara un documento similar a este?

- No que yo sepa.

- ¿Puede continuar leyendo? Las condiciones, concretamente a partir del punto cinco.

- El candidato deberá ser mayor de veintiún años. El candidato no podrá tener en su expediente delitos de sangre. El candidato deberá haber cumplido al menos el cincuenta por ciento de su condena. El candidato deberá haber colaborado en todo momento con la justicia, proporcionando cualquier información que se le requiriera.

- Gracias. Señor Whitemore, ¿tiene Michael más de veintiún años?

- No, tiene dieciocho.

- Ese no es el único requisito que incumple el señor Donahow. Los he señalado en rojo – aclaró Eliah, en deferencia la jurado.

El abogado sacó otro documento. 

- ¿Puede leer la parte resaltada, por favor?

- Incidente en los servidores el diez de agosto a las 14: 32. Incidente de seguridad el diez de agosto a las 14. 35. 

- Gracias. Le he llamado para algo más que para leer, se lo prometo – bromeó. Después, se giró hacia el jurado. - Este documento es un informe de los problemas que sufrió la red privada del departamento de justicia en agosto de hace veintidos años. Por aquel entonces, los sistemas eran mucho menos seguros y los servidores muy primitivos. El departamento de justicia de California estaba volcando en los ordenadores todos sus archivos.

- ¿Relevancia, señor Wayne? - increpó el juez.

- El diez de agosto fue el día en que el señor Roger Murray, junto con su socio Ned Rogers, que ya ha sido nombrado al comienzo de este juicio, modificó sus antecedentes criminales, que incluían el homicidio de Lauren Collins, madre de Aidan Whitemore. Y si traigo esto a esta sala es porque lo que dice mi cliente es totalmente cierto: todo lo hizo bajo coacción de un hombre desesperado – concluyó Eliah. Tuvo que alzar la voz en la última parte, porque empezó a haber mucho ruido de fondo.

El juez golpeó su mazo frenéticamente.

- Señor Wayne, le recuerdo que no estamos juzgando al señor Greyson.

- Tal vez deberíamos, señoría. Por lo menos habría que pensar que su testimonio no puede tenerse como válido.

Las puertas de la sala volvieron a abrirse para dar paso a Andrew. No tenía el mejor de los aspectos. ¿Acaso el muy imbécil se había presentado borracho a mi juicio? Pero no, no se trataba de eso. No parecía ebrio, sino agotado. Enfermo, tal vez. 

Todo sucedió muy rápido. Greyson se abalanzó sobre Andrew mientras este aún estaba en el pasillo.  Dos policías que vigilaban en la puerta acudieron enseguida, pero no pudieron impedir que Greyson le clavara algo afilado a Andrew en el brazo. Era un trozo de plástico y entendí que tenía que haberlo sacado del baño, durante la pausa. Tal vez era un pedazo del dispensador de papel higiénico, o algo así. Algo que no traía antes de entrar en el juzgado, porque nos habían registrado. Era toda una suerte que no le hubieran dejado entrar con su arma reglamantaria o podría haber ocurrido una desgracia. 

- ¿DE VERDAD ES MI HIJO? ¡RESPÓNDEME! - exigió, forcejeando con los policías, que intentaban llevárselo.

- Nunca será tu hijo – siseó Andrew. - Me encargué de eso personalmente. 

- Señoría, la fiscalía retira la acusación contra Michael Donahow – gritó el fiscal, por encima del bullicio. - Y solicita abrir una causa contra Roger Greyson. 

- ¡Casi pongo una bomba en el coche de mi propio hijo, maldito bastardo! - gritaba Greyson.

- Tú eres el bastardo, Roger, pero realmente hubieras sido un gran Whitemore. 

Los policías se llevaron a Greyson esposado y en la sala quedó un ambiente de estupor y confusión. Nadie se atrevía a decir o a hacer nada y todos estábamos esperando a que el juez diera alguna instrucción.

- Señoría, tengo motivos para pensar, y las palabras de Roger así lo confirman, que ha colocado o pretendía colocar artefactos explosivos en al menos un vehículo. No creo que nadie de la sala deba abandonarla hasta que los coches sean examinados – sugirió Andrew. Solo entonces nos miró por fin, agarrándose el brazo, que le sangraba un poco. - Su plan no era ganar el juicio, sino que Aidan nunca saliera vivo de él, como venganza – nos explicó. - Si él no podía volver a ver a su hijo, yo no podría ver al mío. Capté una conversación telefónica que mantuvo con otro hombre, su socio, según creo. La he grabado. Los artificieros ya están avisados. Por eso me he demorado un poco. 

- Oiga y... si no es mucha molestia... ¿usted quién es?  - preguntó una mujer del jurado. Le miraba con mucho interés. ¿Es que acaso ese hombre segregaba hormonas que atraían al sexo femenino o qué?

- Andrew Whitemore. Agente especial número 51532. Tengo pruebas de que todo lo que ha dicho la defensa es cierto.

- Mire, llegados a este punto, a mí ya me da igual – confesó el fiscal. - Mi testigo principal acaba de ser detenido, así que retiro los cargos. Pero, al haber quedado el señor Greyson fuera de servicio, el señor Donahow se ha quedado sin trato.

- Ese trato era ilegítimo desde el principio – intervino Eliah. - Pero mi cliente es inocente y todos sus ingresos en los diversos centros penitenciarios para menores y para adultos han sido improcedentes. Tengo una lista de...

- Abogado, celebre su victoria de hoy y déjenos en paz, que ha habido un atentado en mi sala – gruñó el juez. - Los hechos expuestos en el día de hoy deberán probarse en un juicio contra el señor Greyson. Aún no tengo claro todo de lo que se le acusa. Si resulta culpable, podrá reclamar las debidas compensaciones para su cliente. Caso cerrado – proclamó, golpeando el mazo.

- ¿Eso qué significa? - me atreví a hablar, por primera vez.

- Significa que no vas a la cárcel, muchacho, y que de veras te compadezco por la familia que te ha tocado – dijo el fiscal.

- No me compadezca – repliqué. - Es la mejor que podía pedir.

- AIDAN'S POV -

Todavía sentía el corazón golpeando a toda velocidad y con toda fuerza contra mi pecho. Mi vida se había transformado de la noche a la mañana en una novela de aventuras. De hecho, mi cabeza ya estaba pensando en un nuevo libro sobre espionaje, pero silencié a mi lado de escritor porque aquel no era el momento. Era más fácil pensar en eso que en la terrible realidad de que podría haber muerto ese día. 

Algo que ninguno de nosotros había entendido era cómo planeaba Greyson continuar con su venganza, si Michael le había dejado tirado y él mismo había renunciado a seguir utilizándole cuando le llevó a la cárcel. Por fin tuvimos la respuesta: su plan maestro consistía en volarme por los aires. Seguramente se había rendido ya a la posibilidad de incapacitarme y había pasado a medidas más drásticas y lunáticas. Muerte por explosivos. La incapacitación definitiva. 

Aún faltaba una incógnita, sin embargo, ¿en serio había pensado que Michael no iba a contar la verdad? ¿Tanta influencia se creía que tenía sobre él? ¿O le daba igual si él caía también, con tal de conseguir su objetivo?  Greyson, a través de sus matones, le había hecho saber a Michael que quería ir a juicio. ¿Por qué el interés? ¿Por qué le había tenido media vida entrando y saliendo de los reformatorios? Mi hijo tenía la teoría de que Roger quería que sirviera de ejemplo, para los demás raterillos que controlaba. Si no hacéis lo que os pido, esto es lo que os pasará. 

¿Y ese hombre era mi padre? Nunca me había sentido orgulloso de ser hijo de Andrew, pero al menos la idea no me provocaba arcadas. 

Una bomba. Quería poner una bomba en mi coche. Donde llevo a mis hijos todos los días”.

De pronto, una idea me cortó la respiración. Interrumpí lo que sea que Andrew le estuviera diciendo a Eliah. 

- Ted. Hay que avisar a Ted – susurré. - ¿Crees que pudo poner algo en su coche también?

- Ya lo han revisado, Aidan – me tranquilizó mi padre. - El coche de Ted está felizmente aparcado en la puerta de tu casa. Ellos no se han enterado de nada. Están en clase, en paz, y ajenos a todo. 

- Han ido andando hoy, pero...

- No había ningún explosivo – insistió. - Sé que esto es muy intenso para ti, pero lidio con cosas así todos los días. Ya ha terminado – me aseguró.

¿Terminado? Sí, supuse que tenía razón. No había hecho falta que Andrew subiera al estrado a terminar de desacreditar a Greyson: se había desacreditado él solo. 

- ¿Seguro que no vendrán a detenerme? - preguntó Michael, sin creérselo tampoco.

- No hay ninguna causa abierta contra ti, Michael. Y todas tus sentencias van a ser revisadas a tu favor. El siguiente paso es presentarse como acusación particular en el juicio de Greyson – explicó Eliah. El juicio de mi hijo había tenido únicamente acusación pública, por parte del fiscal. - Por supuesto, vamos a reclamar daños y perjuicios.

- Ya hablaremos de eso otro día – dijo Andrew, palmeando la espalda de Eliah.

- Tu brazo – conseguí decir. Notaba mi cerebro lento y pesado, como si las ideas más sencillas fueran difíciles de procesar. Supongo que así se siente uno en estado de shock. - Estás herido.

- No es nada. Te aseguro que me duele más por el traje, costó cinco mil dólares.

- Deberías ir al médico – insistí.

- En cuanto nos dejen salir – aceptó.

Nos retuvieron en el juzgado hasta que toda sospecha de peligro fue disipada. Todos los coches del aparcamiento estaban libres de explosivos. Había una ambulancia en la puerta para atender a Andrew, la había llamado uno de los funcionarios. Me quedé con él mientras le ponían un par de puntos.

- Tu padre está mazado, ¿no? - me susurró Michael, al verle sin camisa. Yo no me fijé en sus abdominales, que no eran nuevos para mí, sino en una cicatriz de su abdomen. Salvo por eso, su cuerpo no presentaba heridas antiguas, pero algo me decía que no era ni la primera ni la segunda vez que le herían por su trabajo. Nunca me había dado cuenta. Nunca había dado señales de dolor cuando cuidaba de mí. Tampoco las dio entonces, mientras una aguja traspasaba su piel. 

- Atiendan a mi hijo también – le pidió a la enfermera. - Necesita un calmante.

- ¡No necesito un calmante! - me indigné.

- Tienes las pupilas dilatadas y la vena del cuello a punto de estallar. Y tienes hipertensión. Necesitas un calmante. No te va a dar un infarto con treinta y ocho años.

Antes de poder preguntarle cómo sabía que tenía hipertensión, la enfermera colocó un aparato en mi brazo y midió mi tensión y mis pulsaciones, que estaban por las nubes. Me hizo pasar al interior de la ambulancia y cerró las puertas, pero yo no me quería separar de Michael. 

- Te van a pinchar en el culo, Aidan – me dijo Andrew, colocándose la ropa porque ya habían terminado con él. - No creo que quieras que tu hijo lo vea. Te esperaremos fuera.

Si las miradas matasen, Andrew se habría desmayado en ese momento. Me inyectaron un calmante intramuscular, que dolió mucho menos de lo que me esperaba, y los efectos fueron casi inmediatos. Sentí que todos mis músculos se relajaban. 

Salí de la ambulancia y me sentí levitar. Todo importaba menos de pronto. Mi padre biológico por poco me mata. Vaya tontería. Mi padre de verdad había sido apuñalado con un trozo de plástico delante de mis ojos. Nimiedades. Mi hijo no tenía que ir a la cárcel... ¡Mi hijo no tenía que ir a la cárcel! De pronto, miré a Michael como si le viera por primera vez y le sonreí. 

- Tenemos que decírselo a tus hermanos. Vamos a sacarles del cole, pero no creo que deba conducir ahora, no sé si me dormiría al volante después de lo que me han pinchado.

- Yo lo llevaré a tu casa – se ofreció Andrew.

- ¿Estarás allí cuando lleguemos? - pregunté, intentando no sonar como un niño desvalido. Nuestra relación todavía pendía de un hilo, pero le estaba muy agradecido por la forma en que su abogado se había implicado en la defensa de Michael.

Andrew negó suavemente con la cabeza. 

- Tengo asuntos de los que ocuparme. Pero nos veremos pronto – prometió y, por primera vez, le creí. - Cuida de tu padre, chico – le dijo a Michael. - Y mantente lejos de los problemas.

- Lo intentaré – respondió Michael.

- No, qué va – rió Andrew. - Cuando viniste a mi casa me di cuenta de que le vas a sacar canas verdes.

Michael arrugó la cara en un mohín de indignación y yo le di las llaves de mi coche a mi padre. Se marchó diligentemente. Supuse que aún nos faltaba para llegar a la fase en la que nos despedíamos con una abrazo. 

- ¿Te encuentras bien? ¿No estás mareado ni nada? - me preguntó Michael.

- Estoy mejor que bien, canijo. Estoy contigo.

Apartó la cara, vergonzoso y luego dio un saltito y me agarró del brazo, más aniñado de lo que era normal en él. 

- Soy libre, papá. Por primera vez, no tengo que preocuparme de Greyson – dijo, radiante, pero luego me miró con preocupación. - Tiene que ser difícil para ti. Es tu padre...

- Lo más positivo que siento hacia él es lástima – le aseguré.

Fuimos caminando hacia el colegio de los chicos. Las clases no habían terminado, pero aún así me les iba a llevar, para celebrarlo juntos. Primero pasamos a por Dylan, que no quería irse porque todavía no era la hora, pero en cuanto vio a Michael dejó de protestar. Después, los tres fuimos a por los demás y, mientras esperábamos a que les llamaran por megafonía, le escribí a Holly diciendo que todo había ido bien. 

Mis hijos salieron en manada y se abalanzaron sobre nosotros en un abrazo colectivo. A Michael no le dejaron ni respirar y no pararon de hacerle preguntas sin ni siquiera soltarle. 

- ¡Chicos, chicos! Todo ha ido bien, pero necesita sus pulmones – les recordé.

Les contamos lo que había pasado, aunque omití la parte de la bomba para no asustarles. Sí les dije que Greyson había atacado a Andrew y que con eso se había condenado él solito sin que casi tuviéramos que hacer nada. 

Fuimos a comer a una pizzería por votación popular. No sabía si era por efecto del calmante o de estar con mis hijos comiendo tranquilamente, pero sentí mi pecho más ligero. Una preocupación menos.

No me separé de Michael ni por un segundo y él tampoco parecía querer hacerlo. 

  • SAMUEL'S POV -
  •  

Todavía me ardía la mejilla y mis ojos querían que les diera libertad para derramar las lágrimas que tenía acumuladas desde hacía un rato, pero me negaba a llorar en rotundo. No le iba a dar esa satisfacción a Aarón. No quería que pensara que había ganado. 

Además, había asuntos más importantes de los que ocuparse en ese momento, y si empezaba a llorar solo nos haría perder más tiempo. 

- Deberías avisar a Aidan – volví a sugerir.

Holly me miró con miedo y angustia. Ella sí estaba llorando y solo Dios sabe lo que estaba pensando. Tenía que ser como revivir su peor pesadilla. 

- Está con su familia. Esta mañana ha tenido el juicio.

- Lo que significa que ahora está libre y puede ayudarte. Siempre me dices que él se cierra y no te deja echarle una mano, pero ahora me parece que él está haciendo un esfuerzo por abrirse y la que se cierra eres tú.

Holly suspiró, demasiado cansada para discutir conmigo. Me acarició la cara con el dorso de la mano y su mirada asustada cambió a una de pena. 

- Mamá... ¿me voy a tener que ir? - susurré. Me soné más vulnerable de lo que quería, pero al menos reformulé la pregunta en el último momento. Estuve a punto de decir “¿me vais a echar de casa?” y eso habría sido aún más patético.

- No – me respondió con fiereza. - Hijo, tú no has hecho nada malo. Tu tío no hablaba en serio. Y te debe una disculpa enorme.

Parpadeé y un par de lágrimas traidoras se me escaparon. Aarón tenía demasiada fuerza, todavía me pitaba el oído. 

- Yo solo quería defender a Jemy, mami – le dije. Nunca, jamás, en toda mi vida, le había llamado “mami”, pero estaba triste y preocupado y rabioso y de pronto no sentía como que tuviera veintiún años, sino bastantes menos.

- Lo sé, tesoro. Eres un gran hermano mayor. Y tienes razón. Tengo que avisar a Aidan. Ahora mismo, necesito su ayuda.

Le di espacio para que hablara con su novio y me fui a calmar a Scarlett, ya que Leah no estaba teniendo mucho éxito. 

- Le vamos a encontrar, Scay, no te preocupes – le aseguré.

Aaron entró en ese momento en el cuarto.

- Voy a salir otra vez – anunció. No le dije nada. Él se acercó a nosotros y acarició la cabeza de Scarlett. - Ya va a aparecer – trató de animarla.

- ¡No se habría ido sino fueras tan bruto! - le gritó.

El impacto de escuchar gritar a Scarlett dejó mudo a mi tío. La niña sin voz, que cada vez hablaba menos, de pronto sacaba un rugido de león. Si eso no le indicaba a Aaron que había patinado, no sabía qué otra cosa iba a hacerlo. 

Pensé que iba a decir algo y me preparé para recibir otro tortazo si acaso se le ocurría ponerle la mano encima a mi hermanita, pero en lugar de eso Aaron salió del cuarto y volvió a sacar el móvil para llamar a mi hermano. Era inútil: Jeremiah no cogía el teléfono. 

- AIDAN'S POV -

Estaba machacando a Michael y a Ted en un videojuego de carreras cuando me sonó el móvil. Lo puse en pausa sabiendo que seguramente harían trampas y lo reanudarían mientras hablaba para tener alguna posibilidad de ganarme.

- Hola, Holls – saludé. La pantalla me había avisado de que era ella. Ya no me daba tanto reparo cogerle el teléfono delante de mis hijos. Todos sabían que estábamos saliendo e incluso los que al principio habían sido más reticentes lo estaban aceptando bien. Aún así, procuraba no nombrarla demasiado frente Alejandro, Madie y Harry.

- Aidan, Jeremiah se ha ido. No le encontramos... - me dijo, sacándome de mis pensamientos. - ¿Crees que podrías venir? ¿Ayudarme a buscarlo? Hemos mirado por los alrededores y no está. Está oscureciendo y él es ciego, nunca le dejo salir solo...

- Tranquila, Holly – interrumpí, porque sus palabras y su respiración se iban acelerando. Estaba muy alterada. - Ahora mismo voy para allá. Verás como en seguida aparece. 

- Gracias – susurró. - Tengo miedo...

- No va a pasarle nada – prometí, pero ¿de qué le valía esa promesa a una mujer que había vivido el secuestro de su hijita? La melliza de Jeremiah, precisamente. Los recuerdos tenían que estar persiguiéndola, temiendo que cualquier cosa horrible le pasara a su bebé. Holly me había confesado en alguna conversación que sentía que era demasiado sobreprotectora con los mellizos. Con Scarlett, porque se la habían arrebatado y había vuelto como una nena tímida y asustadiza y con Jeremiah porque, por más que intentara tratarle como a cualquiera de sus otros hijos, no podía olvidar que el mundo era negro para él.

- No puede pasarle nada – contestó ella. 

- Le encontraremos. Le diré a Ted que venga también, es un coche más, cubriremos más terreno.

- Hasta ahora. Gracias... Te quiero – susurró y colgó.

¿Era consciente de lo que había dicho o le había salido solo por  la intensidad del momento? ¿Debería haberle respondido “yo también te quiero”? No me había dado tiempo. Sacudí la cabeza. 

- Ted, necesito que cojas el coche y me sigas. Uno de los hijos de Holly está perdido y vamos a ayudar a buscarle.

Ted asintió y se puso de pie, pero Michael, a su lado, frunció el ceño. 

- ¿Qué? ¿Y por qué no le busca la policía? - protestó. 

- Eso es la última opción. Confíemos en que le encontremos pronto y no sea necesario. 

- ¡Venga ya! ¿Tiene que ser precisamente hoy?

- Lo siento, campeón. Si quieres puedes venir conmigo... aunque realmente necesitaría que te quedes con tus hermanos. Alejandro te echará un cable.

- ¡El cable que se lo eche mejor a esa tipa para que ate a sus críos y no los pierda! - replicó.

- ¡Michael! - exclamó Ted, antes de que pudiera hacerlo yo.

- ¿Tan bien folla que chasquea los dedos y vas corriendo a su encuentro? - me gruñó. 

Tiré de él, le levanté del sofá y le di una palmada.

PLAS

- ¡Au!

- No puedes hablarme así – le regañé. - Necesita mi ayuda y claro que voy a dársela. Ella siempre ha estado para mí. Ahora no puedo sentarme a discutir esto contigo, pero cuando vuelva seguiremos.

Fui a por mi abrigo, pero le vi enfurruñarse en el sofá y suspiré. 

- Si hoy no hubieras vuelto a casa conmigo me hubiera muerto de tristeza, Mike. Piensa en cómo debe sentirse Holly.

Como toda respuesta me giró la cabeza. Quizá no debería haberle dado aquella palmada, pero en verdad se la estaba buscando. 

- Cuida de tus hermanitos. ¡Chicos, me voy, os quiero! - grité. - ¡Michael os explicará!

Si me despedía uno a uno de todos mis hijos, Jeremiah tendría tiempo de aparecer y volver a perderse otra vez. 

- Papá, ¿quién es el que se perdió? - me preguntó Ted.

- Jeremiah.

- Ese es el ciego, ¿verdad? ¿Ciego completo? ¿No ve nada nada?

- Hasta donde yo sé, no. Es ciego de nacimiento - le expliqué. Mi hijo puso cara de circunstancias, entendiendo la gravedad del asunto. 

Conduje hasta la casa de Holly con Ted siguiéndome de cerca. Ella, Leah, Blaine y Aaron nos estaban esperando fuera. Holly me dio un abrazo fuerte en cuanto me acerqué, como si quisiera tomar ánimos a partir del contacto. Besé su frente y vi cómo su hija mayor desviaba la mirada con desagrado. Hicimos las presentaciones rápidamente. 

- Ted, este es Aaron, el hermano de Holly – empecé.

- Encantado – respondió mi hijo, con una media sonrisa tímida.

- Leah, y Blaine, dos de sus hijos. Si te acuerdas, a Blaine ya le conoces, del zoológico. Es el astronauta de Kurt.

- Sí, es verdad. Gracias por encontrar a mi hermanito. 

- No hay de qué. Ahora tú encuentra al mío, ¿vale?

- Es rubio, como de esta altura, tiene trece años, se llama Jeremiah, y se ha ido sin abrigo, viste una sudadera verde... - enumeró Holly. Podía escuchar el nudo de su garganta como si fuera una entidad con vida propia. 

- Yo buscaré a pie, por aquí cerca – dijo Aaron. - Holly y Leah irán con el coche a las casas de sus amigos. Ya hemos llamado y no está allí, pero tal vez se perdió por el camino. Aidan, tú puedes ir con Blaine. Te llevará a algunos lugares que conoce, como su colegio. Jeremiah memoriza las rutas. Lleva su bastón, pero no creo que se aventure por lugares que no conoce.

- Sam se quedará con el resto de mis hijos – explicó Holly. - El primero que le vea llama a los demás...

Asentí y volví a mi coche. No había tiempo que perder. Blaine vino conmigo y se sentó en el lugar del copiloto. 

- Gracias por venir – susurró.

El chiquillo estaba temblando y dudaba que fuera por el frío. Arranqué el coche y tomé la dirección que me dijo. Después, busqué la forma de hablar con él. 

- ¿Qué es lo que ha pasado? - pregunté.

Blaine suspiró, pero realmente parecía que necesitaba hablar con alguien. Ante la falta de opciones de aquel momento, ese alguien era yo. 

- Ya viste cómo son las cosas en mi familia, ¿no? - empezó. - Mi tío es chapado a la antigua y nos castiga con el cinturón.

Tu tío no es chapado a la antigua, tu tío es un hombre de Cromañón” quise decir, pero me contuve. 

- En casa tenemos este sistema... - continuó. - Es un sistema de rayitas – me dijo y me vino la imagen de unos folios que había visto en la pared de la habitación de Sean, en aquel primer encuentro desastroso. - Cada vez que hacemos algo mal es una rayita. Si llegas a cinco, tienes un castigo.

Comprendí que era una especie de sistema de puntos en negativo. 

- Eso no quiere decir que si haces una cagada monumental no te ganes un castigo directamente. Yo soy experto en eso – me dijo. Su sinceridad desenfadada era una mezcla extraña de la honestidad de Kurt, la caradura tierna de Zach y la picardía de Ted cuando bromeaba conmigo. - Las rayitas son para cosas pequeñas. Y son reversibles. Por ejemplo, si sacas menos de un siete en un examen, tienes una rayita, pero si en el siguiente sacas un diez, la rayita se borra.

- ¿Ganais un punto negativo por sacar menos de un siete? - me horroricé. - ¿Y si suspendes qué?

- Dos rayitas. O tres, depende de si el suspenso es muy bajo. Y si suspendes una evaluación y no solo un examen, directamente tienes un castigo.

Me mordí la lengua. ¿En qué especie de estado policial militarizado se estaban criando? La próxima vez que Alejandro me protestara con algo pensaba decirle que no era ni de lejos lo más estricto que se podía encontrar. 

- Cuando llegas a cinco rayitas... mmm... - dudó Blaine, con repentina vergüenza. - Bueno, ya sabes. 

- ¿Lo que pasó con Sean? - le ayudé.

- Esa vez Sean se la llevó medio grande, porque lo que hizo fue una estupidez. Es de esas cosas que te envían al paredón directamente. Con las rayitas no es tan malo. Solo son diez...

- ¿Diez azotes? - tuve que preguntar, apretando fuerte el volante. - ¿Con el cinturón?

Blaine asintió casi imperceptiblemente. Intenté imaginar lo que era cometer pequeños errores, como aprobar con un seis un examen y saber que estás un paso más cerca de ganarte una zurra. El estrés que eso les generaría. Una de las ventajas que para mí tenía el castigo físico es que acababa rápido. Minutos después era cosa del pasado y ellos podían seguir con su vida con la pizarra limpia. Pero con el sistema de las rayas, era como si cada error que cometieran estuviera constantemente en su pared recordándoles que estaba por venir un castigo. Porque tarde o temprano llegarian al cinco. 

Todavía, si fuera por cosas serias, podía entederlo. Pero, ¿por sacar menos de un notable, de verdad? Hice un repaso mental. Ted. Alejandro. Harry. Zach, algunas veces. Madie. Kurt. Hannah. De esos siete, solo dos eran realmente malos estudiantes, pero con el sistema que me estaba explicando Blaine, cada uno acumularía más de una rayita al trimestre. Me imaginé castigando a Ted o a Zach, ambos responsables, que hacían sus tareas y estudiaban a tiempo, simplemente porque tal o cual asignatura se les daba mal. Qué excesivo. Una cosa era querer que tus hijos sacaran buenas notas y otra castigarles si no eran excelentes. Lo llamaban aprobado por algo y no todo el mundo tiene los mismos talentos. 

Dejando eso de lado, el cinturón era un gran no para mí.

- Es la primera vez que Jeremiah llega a cinco rayitas – prosiguió Blaine. - Ya te he dicho que se pueden borrar. Jemy se porta muy bien por lo general. Basta con que le digas las cosas una vez y no suele repetirlas. Pero últimamente está un poco respondón. Hoy le dijo a Aaron que no quería “ir al estúpido colegio nunca más” y acumuló su quinta rayita.

- Espera, espera. ¿Me estás diciendo que por decir eso se ganó una paliza?

- ¡Solo por eso no! Llegó a cinco, ya te dije.

- ¡Pero es que no dijo nada malo para empezar! Fue tu tío, ¿verdad? - me negaba a imaginar a Holly haciendo eso, además ella tampoco usaba el cinturón. - ¿No se le ocurrió preguntarle por qué no quería ir al colegio en primer lugar? ¡Lo que eso chico necesitaba era una conversación con palabras, no los golpes de un cavernícola que solo sabe hacer unga unga!

Blaine soltó una risita involuntaria ante mi forma de hablar. 

- A Sam también le pareció injusto, así que se puso a defenderle y Jeremiah, que debía esperar en el despacho de mi tío, aprovechó la discusión para irse sin que ninguno se diera cuenta. Aaron se enfadó con Sam y le dijo que si no le gustaban sus normas se podía ir de su casa. Creo que también le dio una torta, pero no estoy seguro de eso – concluyó Blaine.

Me sentí gratamente sorprendido de que compartiera todo eso conmigo. O era un chico confiado o había decidido que podía confiar en mí, por alguna razón. Probablemente las dos cosas. También tenía cierto aire desesperado, como “alguien tiene que parar esta locura y yo no sé si vas a ser tú, pero mira, yo te lo cuento y a ver qué pasa”. 

- Sam haría bien en irse de esa casa – murmuré, sin pensarlo, porque me salió del alma. - Normal que Jeremiah se escapara. ¿Quién no lo haría si te amenazan con un cinturón? ¿Es que tu tío no tiene nada en el cerebro? Es un animal.

- No te pases...

- No, escúchame. No debería utilizar ningún objeto. Dices que lo de las rayitas no es tan malo, pero diez golpes con un cinturón es excesivo lo mires por donde lo mires. Tu hermano tiene trece años.

- A él no le da tan fuerte como a mí.

Me preocupó que  sintiera la necesidad de defenderle. 

- Ni a él ni a ti, Blaine. ¿Por qué me estás contando esto? Porque en el fondo tú también sabes que no está bien. No sé cuál es su problema y entiendo que estáis obligados a vivir en su casa, pero el debería respetar un poco más a tu madre y a cómo ella quiere criaros, porque sé que no está de acuerdo con tanta rigidez. Ese hombre no debería estar cerca de ningún niño – gruñí. Mi intención era medir lo que decía, pero estaba perdiendo esa batalla. Tenía ganas de insultar a Aaron y a duras penas podía reprimirlas.

- Ya has hecho tu juicio, ¿no? - me espetó Blaine. - ¿Crees que nos conoces? ¿Que porque mi madre te habla de nosotros ya conoces a mi tío? No sabes nada sobre él. ¿Nunca te has equivocado al juzgar a las personas?

En seguida pensé en Andrew y en cómo no todo había sido como yo había creído. 

- No es eso... Perdón si te he molestado. Me parece muy duro, nada más – le dije.

- Es muy duro. Demasiado duro. Pero nos quiere – me aseguró.

Decidí no discutir, porque Blaine no quería escuchar cómo criticaba a su tío y porque tal vez, solo tal vez, me faltaba parte de la historia. Tenía el relato de Andrew con Joseph demasiado reciente, pero no había por qué pensar que se trataba de situaciones similares. Yo mismo me había llevado siete cintazos teniendo un año menos que Jeremiah, y habían dolido mucho, pero tenía que reconocer que no se había sentido igual a cuando mi abuelo me golpeó sin ningún control, hiriéndome los muslos y las piernas. Después de lo primero yo todavía estaba dispuesto a tener una relación con mis abuelos. No era algo que jamás le fuera a hacer a mis hijos, pero tal vez tenía que bajar mis niveles de indignación de “monstruo sin corazón” a “persona que se quedó en el siglo XIX”. 

- Te lo he contado solo para que sepas por qué Jemy se escapó. Y porque, total, ya presenciaste lo de Sean. Pero pobre de ti cómo hagas algún chiste con esto, ¿eh? - me amenazó.

- Nunca me reiría de vosotros.

- Bueno.  

Continuamos en silencio durante un rato. 

- Yo también me enfado con él muchas veces – susurró, al final. - Ahora mismo estoy enfadado. Pero Jemy no tendría que haberse ido. Mamá y Sam jamás habrían dejado que le castigara. Ya nunca se cumple el sistema de las rayitas. No desde que no está papá.

Ante eso, no supe qué responder, pero Blaine tampoco me dio ocasión de hacerlo. Me guió hacia un parque cerca del colegio donde estudiaban. Tras varios minutos, me pareció ver algo. Estaba ya bastante lejos y las farolas no lo iluminaban todo, pero creí ver una sombra algo apartada de la carretera. Frené el coche y entonces Blaine lo vio también. 

- ¡Es él! - exclamó. - ¡Jemy! ¡Jeremiah!

Se bajó corriendo y fue tras su hermano. Les observé abrazarse y llamé a Holly, sabiendo que cada segundo que pasara sin su hijo era un segundo de angustia. Le dije que le habíamos encontrado y compartí mi ubicación exacta con el teléfono. 

Mientras ella venía, Blaine intentó que su hermano se metiera en el coche, pero no estaba teniendo mucho éxito. Salí para ayudarle y me quité mi abrigo, porque el niño se iba a congelar. 

- Jeremiah – le llamé, a modo de saludo. - Soy Aidan. Anda, ven, deja que te abrigue. Hace mucho frío.

Le puse mi chaqueta sobre los hombros. Le quedaba enorme y le daba un aspecto un tanto ridículo.

- Entra en el coche – le pedí. - Podemos oír algo de música mientras esperamos a tu madre, ¿quieres?

Él asintió y se dejó llevar por su hermano hasta el asiento trasero. 

Holly llegó en menos de tres minutos. En cuanto vio a Jeremiah empezó a sollozar, pero eran lágrimas de alivio. Se metió en el coche con nosotros y abrazó a su hijo con mucha fuerza. 

- Mi vida... ¿estás bien?

- Estoy bien, mamá...

- Menos mal – suspiró y le llenó de besos muy sonoros. Conté por lo mnenos diez y sonreí. Era una escena muy tierna. Pero la ternura se acabó muy pronto. - ¿Cómo se te ocurre salir así? ¿sin avisar a nadie, sin abrigo? ¿Apagando tú móvil? ¿Sabes el susto que me llevé?

- Perdón... Ya soy mayor, puedo salir solo – refunfuñó.

PLAS

- Awi...

Blaine y yo nos esforzamos por mirar al frente. 

- ¿Cómo que mayor? Tú no vas a ningún lado sin decírmelo, señorito. ¿No te das cuenta de que te pudo pasar algo malo? Y yo sin saber dónde estabas.

- Perdón, mamá. No quería asustarte...

Holly suspiró y le volvió a abrazar. 

- No vuelvas a hacerme esto en tu vida, ¿me oyes?

- Nunca más...

Blaine resopló. 

- Mamá es una blanda – me susurró, casi inaudiblemente.

Estuve de acuerdo con él, pero al mismo tiempo pensé que alguien tenía que ser blando con ellos, viendo que su tío era extremedamente duro. Hablando del tío, llegó cinco minutos después. Venía corriendo, visiblemente fatigado. Holly no había dejado de abrazar a Jeremiah en todo ese rato, pero Aaron prácticamente lo sacó de sus brazos en cuanto abrió la puerta. Le abrazó y le levantó en el aire, con una fuerza tremenda, como si el chico no pesara nada. Le sostuvo así varios segundos y me di cuenta de que tenía los ojos rojos de haber llorado. 

- Estás bien – murmuró, apoyando su frente en la de Jeremiah. - Mocoso escapista, casi me das un infarto.

Pude ver que al menos algo de lo que Blaine había dicho era cierto: Aaron les quería. Empezó a llorar sin control, escondiendo la cara en mi abrigo, dado que Jemy aún lo llevaba puesto. 

- Perdona, tío... No llores...

- Vas a estar castigado hasta que cumplas dieciocho, ¿me escuchas?

Jeremiah asintió y sabiamente no dijo nada. Sonaba a una de esas amenazas que nunca se llegaban a cumplir.

Un rato después, cuando todos estuvieron más calmados, regresamos a su casa. Ted nos esperaba allí con su coche. Había recibido el mensaje de que Jemy había aparecido. Recuperé mi abrigo, y me despedí de Holly. Aaron llevaba a Jeremiah en brazos y no parecía dispuesto a soltarle. Me sorprendía que pudiera con él. 

-No sé cómo agradecerte... - empezó Holly. 

- No hay nada que agradecer – la corté, con una sonrisa. - Me alegro de que no haya pasado nada.

Se puso de puntillas para darme un beso rápido en los labios. Lanzó una mirada ansiosa hacia el interior de su casa y supe que se moría de ganas de apapachar a su hijo. 

- Ve – la animé. - Cuando llegue a casa te llamo.

- ¿No quieres pasar? - ofreció, con la boca pequeña, solo por ser educada. - Pobrecito tu hijo, que ha venido hasta aquí... ¿querrá tomar algo?

- Otro día. Vamos, ve.

Holly asintió, agradecida, y entró en su casa. Saludó con un gesto de la mano a Ted, que se lo devolvió desde la distancia. Se metió dentro, donde ya estaba el resto de su familia, y cerró la puerta. 

- Menudo susto se han llevado – me dijo Ted, cuando me acercó a él.

- Y que lo digas. Muchas gracias por venir, Teddy.

- Que no me... mira, déjalo – me gruñó.

Me reí y me metí en mi coche. Mi hijo y yo regresamos a casa y no llamé a Holly inmediatamente, porque no quería molestar y porque además tenía que hacer la cena. 

Michael no me hablaba, molesto, y probé a hacer nuggets de pollo, que le encantaban, pero solo conseguí que desfrunciera un poco el ceño. Se fue al sofá a ver la tele después de cenar, y cualquier intento por mi parte de iniciar una conversación se vio frustrado. Le dejé estar, sabiendo que forzarle tampoco era buena idea. Se quedó dormido a los pocos minutos, el pobre no había pasado una buena noche. Apagué la tele y justo en ese momento me llamó Holly. 

- Hola – me saludó, en voz baja.

- Hola. ¿Estás en la cama? - pregunté.

- Sí. Durmiendo con un príncipe. Espera, que te pongo en altavoz. Dile buenas noches a Aidan.

- Buenas noches, Aidan – susurró Jeremiah. Podía escuchar la vergüenza en su voz.  - Gracias por venir a buscarme.

- No hay de qué, Jemy. Que descanses.

Holly quitó el altavoz y volvió a darme las gracias. 

- Vas a gastar la palabra. Siempre que lo necesites, Holls.

- ¿Vas a dormir tú también?

- En realidad estaba pensando cómo subir a un chico de unos ochenta kilos a su habitación sin que se despierte.

Se rió. 

- Buena suerte con eso. ¿Mañana me cuentas qué tal en el juicio? Ya sé que ha ido bien, pero quiero los detalles.

- ¿Cómo, la señora periodista no puede investigar? - me burlé.

- Puede, pero también puede chantajear a su novio para que se lo cuente.

Novio. Sonaba tan bien. 

- Mañana – le prometí. - Buenas noches, Holls. Que duermas bien.

- Buenas noches.

- Te quiero – susurré, justo antes de colgar.

Bueno, ya lo había dicho. Siguiente paso: decírselo también en persona. Y después, ocuparme de su hermano. ¿Qué iba a hacer con él? Era evidente que Holly le quería y que él les quería a ellos. Aún no tenía suficiente confianza con él como para decirle que era un imbécil. 

Paso a paso”, pensé, haciéndome un hueco al lado de Michael y comenzando a acariciar su cabeza. Reviví algunos momentos del juicio y por primera vez en aquel día pensé que Greyson iba a pasar la noche en una cárcel. “Se lo merece” me dije. Pero una parte de mí, la parte que era padre, no pudo evitar compadecerse del hombre que acababa de descubrir que su hijo había estado delante de sus narices todo ese tiempo. 



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