Alejandro había
pasado un par de días con fiebre. Le había llevado al médico, pero no le habían
recetado ningún antibiótico porque el médico decía que era un virus y que no
servían. Ya se encontraba mejor, pero aún seguía pachucho y apenas le dejaba
salir de la cama o del sofá. Él se aburría mucho, pero procuraba tenerle
entretenido con películas y videojuegos. Le dolía la cabeza, así que tampoco
aguantaba mucho con los videojuegos.
- Por lo menos no tengo que ir a clase – suspiró, después de comer, cuando le llevé un té calentito.
- Por lo menos no tengo que ir a clase – suspiró, después de comer, cuando le llevé un té calentito.
- ¿Quieres dormir un
ratito? - le ofrecí y él asintió. Noté en su mirada que quería pedirme algo
pero no se atrevía. - Me quedaré contigo hasta que te duermas – le garanticé y
se ruborizó.
- ¡Papá, que ya tengo trece años! - protestó.
- ¿Y qué? ¿Eres muy mayor para que te hagan mimos?
- Mmm. Bueno, solo por hoy no – aceptó y yo me reí. Le acaricié el pelo, algo preocupado porque estaba sudando mucho y no hacía tanto calor. Estaba como destemplado, con un sopor enfermizo. Ya quería verle bien y travieso como siempre.
Le hice compañía por un buen rato, hasta que Alice se despertó de su siesta y empezó a lloriquear. La enana llevaba solo dos meses viviendo con nosotros y no me gustaba dejarla sola, era una bebé muy asustadiza.
- Ve – me dijo Alejandro, notando mi preocupación. - Y cuando vuelvas traeme una manta, ¿sí?
- ¿Tienes frío? Te voy a poner el termómetro otra vez, cariño. No te lo saques hasta que pite, ¿bueno?
Le puse el termómetro y le di un beso antes de salir a buscar a Alice. Le iba a pedir a Ted que entretuviera a la peque un rato mientras yo me quedaba con Alejandro. Fui a buscar a mi hijo mayor y en total no debí tardar más de cinco minutos, pero cuando volví con Jandro me encontré con que Harry le estaba molestando, tirando de él para que se levantara.
- Anda, solo un ratito – le decía.
- Harry, deja a tu hermano, anda. Se encuentra mal.
- Quiero jugar con él a la play.
- Hoy no puede ser, campeón. Además, tú tienes que hacer deberes, ¿no? - le recordé.
- ¡Los hago luego!
- Nada de eso. Los deberes primero, ya lo sabes. Ya jugarás con Jandro cuando se ponga bien, déjale dormir.
- ¡Pero si él quiere! ¿Verdad que sí? - insistió y siguió tirando de él, con tanta fuerza que casi consigue tirarle de la cama. El termómetro se cayó al suelo y sin querer Harry lo pisó. - Oh, oh – exclamó, y se alejó en dirección a la puerta y yo le sujeté. - ¡Fue sin querer, papá!
- No se ha roto – se apresuró a decir Alejandro, recogiendo el termómetro del suelo.
- ¡Papá, que ya tengo trece años! - protestó.
- ¿Y qué? ¿Eres muy mayor para que te hagan mimos?
- Mmm. Bueno, solo por hoy no – aceptó y yo me reí. Le acaricié el pelo, algo preocupado porque estaba sudando mucho y no hacía tanto calor. Estaba como destemplado, con un sopor enfermizo. Ya quería verle bien y travieso como siempre.
Le hice compañía por un buen rato, hasta que Alice se despertó de su siesta y empezó a lloriquear. La enana llevaba solo dos meses viviendo con nosotros y no me gustaba dejarla sola, era una bebé muy asustadiza.
- Ve – me dijo Alejandro, notando mi preocupación. - Y cuando vuelvas traeme una manta, ¿sí?
- ¿Tienes frío? Te voy a poner el termómetro otra vez, cariño. No te lo saques hasta que pite, ¿bueno?
Le puse el termómetro y le di un beso antes de salir a buscar a Alice. Le iba a pedir a Ted que entretuviera a la peque un rato mientras yo me quedaba con Alejandro. Fui a buscar a mi hijo mayor y en total no debí tardar más de cinco minutos, pero cuando volví con Jandro me encontré con que Harry le estaba molestando, tirando de él para que se levantara.
- Anda, solo un ratito – le decía.
- Harry, deja a tu hermano, anda. Se encuentra mal.
- Quiero jugar con él a la play.
- Hoy no puede ser, campeón. Además, tú tienes que hacer deberes, ¿no? - le recordé.
- ¡Los hago luego!
- Nada de eso. Los deberes primero, ya lo sabes. Ya jugarás con Jandro cuando se ponga bien, déjale dormir.
- ¡Pero si él quiere! ¿Verdad que sí? - insistió y siguió tirando de él, con tanta fuerza que casi consigue tirarle de la cama. El termómetro se cayó al suelo y sin querer Harry lo pisó. - Oh, oh – exclamó, y se alejó en dirección a la puerta y yo le sujeté. - ¡Fue sin querer, papá!
- No se ha roto – se apresuró a decir Alejandro, recogiendo el termómetro del suelo.
- No molestes a tu
hermano, ¿bueno? - repetí, esa vez más serio, y Harry asintió. - Voy a lavarlo
y te lo vuelves a poner, cariño – le dije a mi enfermito y fui al baño a
desinfectar el aparato. Prefería tomarle la temperatura en la boca anes que en
la axila, porque era más fiable.
Cuando regresé a la habitación, Harry y Alejandro estaban peleando de forma bruta pero amistosa, a modo de juego. Normalmente no me hubiera importado, siempre y cuando las cosas se mantuvieran bajo control y no hubiera heridos, pero aquel día sí me molesté.
Cuando regresé a la habitación, Harry y Alejandro estaban peleando de forma bruta pero amistosa, a modo de juego. Normalmente no me hubiera importado, siempre y cuando las cosas se mantuvieran bajo control y no hubiera heridos, pero aquel día sí me molesté.
- ¡Harry! ¿Qué te acabo de decir? Déjale tranquilo.
- Jo, papá, es que me aburro.
- Juega con Zach.
- ¡Está estudiando! - se quejó.
- Que es lo mismo que tendrías que hacer tú. Además, te vas a contagiar. Ve ahora mismo si no quieres que me enfade.
- ¡No! - me desafió.
- ¿Cómo has dicho? - alcé una ceja. - Cuento hasta tres y más vale que me obedezcas. Uno... dos...
- Vale, vale, ya voy – respondió y se levantó de la cama de su hermano. Cuando pasó a mi lado le di una palmadita suave.
PLAS
- Au.
- Ni te dolió. A ver si me haces más caso, ¿eh? Y nada de decirme que no.
- Perdón...
- Está bien, enano. Ve a hacer deberes y luego juego yo contigo a la play un rato, ¿está bien? A no ser que tengas miedo de que te gane.
- ¡Ja! ¡En tus mejores sueños! - replicó, muy seguro de sus habilidades. Normalmente me dejaba ganar, pero quizá ya tenía edad para que empezara a jugar en serio, mocosito confianzudo. Le revolví el pelo y le observé marchar.
- Y tú, jovencito, a descansar – le dije a Alejandro. - Abre la boca, campéon.
Le puse el termómetro por segunda vez y marcó apenas unas décimas. Me hice un hueco en la cama y le conté una historia hasta que se durmió. Con los ojos cerrados tenía una carita de ángel irresistible y con los ojos abiertos era un angelito al que había que atarle las alas bien cortas.
- Te quiero mucho mucho – susurré y juraría que le vi sonreír.
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