Páginas Amigas

martes, 7 de enero de 2020

CAPÍTULO 14


Marcos contempló a Gabriel, que seguía sentado en el suelo rumiando su rabia. Hacía un minuto que su hermano se había ido y sabía que iba a volver pero no pudo evitar sentirse mal. No quería discutir con él, sobre todo porque cada vez estaba más convencido de que tenía razón. Pero es que no era capaz, no estaba en su sangre ser autoritario, ni dar órdenes, ni marcar límites. Sabía cuándo decir que “no”, pero no cómo conseguir que su “no” se respetara.

Recogió los bloques que Gabi había tirado y llevó la caja al centro del salón. Se puso a construir torres con ellos y al poco rato el niño se acercó a ver lo que hacía. Se sentó a su lado y estiró la mano con precaución, para tocar una de aquellas rudimentarias contrucciones.

- Juntas las piezas así, ¿lo ves? - le instruyó Marcos, haciendo una demostración.

Gabriel cogió dos bloques, pero prefirió chocarlos entre sí para ver qué ruido hacían. Debió de fascinarle, porque dio golpecitos en el suelo con ellos y acercó la oreja para escuchar mejor.

- O también puedes hacer eso – sonrió Marcos. - ¿Te gusta el ruído? Me pregunto qué pensarías si te pongo música. Pero eso será más adelante. Ahora solo te asustarías.

El niño siguió con el golpeteo y luego repasó con un dedo cada borde de los bloques, extrañado, seguramente, por el material plástico. Luego le tendió una de las piezas a Marcos.

- ¿Qué quieres?

El niño emitió una serie de ruiditos guturales y siguió ofreciéndole el bloque.

- ¿Quieres que te lo muestre otra vez? - dijo Marcos, sin saber muy bien lo que pretendía decirle. Volvió a juntar un bloque contra otro y Gabi hizo lo mismo con otros dos. - ¡Muy bien! - le alabó. - ¿Qué vas a construir?

Marcos siguió hablándole, manteniendo una conversación unidireccional, mientras Gabi juntaba los bloques de forma aleatoria. Pasado un rato, Marcos se fijó en que el niño utilizaba solo los colores azul y amarillo.

- ¿No te gusta el rojo?  - preguntó, pero, obviamente, no obtuvo respuesta. No le importó, poco a poco iba aprendiendo cosas sobre él. Tal vez el niño aún no usara palabras, pero sí podían comunicarse...

...excepto para conseguir que le hiciera caso.

Ocurrió en un segundo. Marcos se distrajo con la figura que estaba construyendo – a sus veinticuatro años, aquello le parecía bastante entretenido, aunque nunca fuera a admitirlo en voz alta- y Gabi aprovechó ese momento para meterse uno de los bloques en la boca. Eran piezas demasiado grandes como para que se la pudiera tragar fácilmente, pero aún así era peligroso. Marcos se asustó mucho y se la sacó con un movimiento rápido.

- ¡No! ¡No hagas eso, Gabi, no se come! - le dijo. - No – insistió, mirándole fijamente. Le fue imposible decir si lo había comprendido.

Marcos empezó a guardar las piezas como un loco, sintiendo lo que deben de sentir los padres cuando su hijo de tres años se acerca demasiado rápido hacia la carretera. Sin embargo, Gabriel logró hacerse con una antes de que la guardara y volvió a metérsela en la boca, pero esta vez más profundo. Marcos forcejéo, pero no se la podía sacar. Se atascaba con los dientes del niño, que de pronto sintió una arcada y se puso nervioso, complicando el asunto. Aunque Marcos sintió que transcurrían horas, la escena no duró más que unos pocos instantes. Logró meter dos dedos en la boca de Gabi y pudo sacar el bloque, lleno de la saliva del pequeño. Lo tiró bien lejos y respiró hondo, buscando calmarse y controlar los latidos de su corazón.

Gabriel hizo un par de gestos extraños y sacó la lengua con asco, entendiendo por fin que esas cosas no eran aptas para ser comidas. Pero Marcos sabía que no se podía arriesgar. Que no podía quedarse de brazos cruzados esperando que hubiera entendido y que nunca más fuera a meterse ningún objeto en la boca. No podía limitarse a no hacer nada, cuando el niño que tenía a su cargo había estado a punto de ahogarse o de tragarse algo que le podía haber hecho mucho daño. Tenía que conseguir que Gabriel asociara determinado tono de voz, determinadas palabras, con el enfado. Que aprendiera a no querer que él se enfadara. Si no podía razonar con él, tenía que darle otros motivos para hacerle caso.

Gabriel estaba sentado sobre los talones y Marcos tiró de su brazo para desequilibrarle y acercarle a él, obligándole a quedar boca abajo. Levantó la mano y la dejó caer por su propio peso sobre el pantalón del niño, sin apenas añadir impulso o fuerza al movimiento.

PLAS

No estaba seguro de que a Gabi le hubiera dolido, pero en cualquier caso al niño no le había gustado verse forzado a cambiar de posición, así que se revolvió. Marcos no le dejó levantarse.

Sabía que cualquier discurso tendría el mismo efecto que si estuviera hablando con una pared, así que se limitó a repetir la única palabra que Gabriel había empezado a conocer, aunque quizás no a entender del todo.

- No – le dijo y le dio otra palmada, algo más fuerte que la anterior.

PLAS

Gabi dio un respingo, y se llevó una mano al lugar donde había caído el golpe. Se frotó, para aliviar el picor.

- No – repitió Marcos, con la voz más firme que supo poner, y después le levantó.

Los ojitos de Gabriel le miraban confundidos, como si no entendiera a qué se debía la pequeña molestia que acababa de experimentar. Parecía estarle preguntando “¿lo has hecho tú? ¿por qué?”. Marcos se sintió exactamente igual de mal que como había esperado sentirse, o quizá peor. Tenía un nudo en el pecho, pero se esforzó porque su expresión facial se mantuviera seria.

- No – dijo por tercera vez, deseando que el niño asociara la palabra con lo que acababa de pasar.

Tal vez no en aquella ocasión, pero sabía que Gabi era listo. Si volvía a suceder, el niño acabaría por entender que cuando escuchara “No”, si continuaba con la misma acción, iba a recibir una palmada. Podía costar uno, dos, tres o cuatro intentos, pero acabaría por entenderlo, porque incluso las criaturas más simples de la creación podían hacer una asociación semejante. Pero para eso Marcos tenía que ser constante y sobreponerse a esa tristeza inmensa que le estaba invadiendo. Él no quería tratarle así. El castigo físico le desagradaba de por sí, pero mucho más al usarlo con alguien que por el momento no podía entender una explicación. Se sentía como si acabara de traicionar a Gabriel y se preguntó si se haría más fácil con el tiempo.

Si era sincero consigo mismo, tenía que reconocer que no le había hecho ningún daño al mocoso. Gabriel parecía más sorprendido que otra cosa. Marcos se preguntó si podía abrazarle sin enviarle señales contradictorias. Contó mentalmente hasta diez y poco a poco fue relajando la expresión de su rostro. Después, puso una mano sobre la cabeza del niño, en un gesto afectuoso.

- Me has asustado, monito – susurró.

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