Páginas Amigas

martes, 7 de enero de 2020

Capítulo 19





El señor Jefferson se alegró de verlos. Había empezado a preocuparse cuando no encontró a nadie en el lugar acordado. Le contaron lo que había pasado y el hombre abrazó a su hijo, feliz de que aquellos ladrones no le hubieran hecho daño. 
- Solo eran dos muchachos que se creían delincuentes – dijo John. – Pero les hicieron pasar un mal rato.
John pasó un brazo en ademán protector sobre los hombros de James y el señor Jefferson hizo lo mismo con su hijo. Después, rebuscó entre su bolsa y sacó dos bastones de caramelo.
- Tomad, los compré en la tienda. Pensaba dároslo después de cenar, pero de todas formas siempre coméis como si llevarais semanas ayunando.
Los dos chicos sonrieron y aceptaron la golosina.
- Gracias, señor Jefferson – murmuró James con algo de timidez. El padre de su amigo le parecía un buen hombre, pero también le intimidaba un poco.
- No hay de qué, muchacho
- El notario nos está esperando – anunció John. – Ya le he puesto al día y tendrá los papeles listos para cuando lleguemos.
James asintió e intentó que su rostro adquiriera la seriedad de un adulto para tratar aquellos asuntos de negocios, pero ni sus rizos desordenados ni el bastón de caramelo que tenía en la mano contribuían demasiado a su ansiada pose de madurez.
- No estés nervioso – susurró John, en su oído, cuando echaron a andar. – Solo tienes que leer los documentos y firmar. Si algo no lo entiendes, pregúntame.
Más confiado, James recorrió junto a su padre y sus amigos el camino hasta la oficina del notario. Les recibió un hombre entrado en años que estrechó la mano de los cuatro con formalidad.
- Señor Jefferson, William, James, este es el señor Diggle – les presentó John.
El señor Diggle procedió a la lectura de unos papeles y James notó que el señor Jefferson suspiraba con alivio. Ahí recordó que el hombre no debía de saber leer muy bien, así que hubiera pasado apuro si el notario no lo hubiera leído en voz alta. Todos los implicados firmaron los documentos y el señor Jefferson recibió la escritura de la granja de los Olsen. James, por su parte, recibió un cheque con una cantidad bastante considerable de dinero.
Lo primero que hicieron al salir de allí, fue depositar el cheque en el banco. Para eso, John le ayudó a abrir una cuenta. James se sintió… mayor. Importante. Había firmado ante un notario y tenía una cuenta en el banco: era todo un señor. Su padre y el señor Jefferson sugirieron que fueran a celebrarlo bebiendo algo en la cantina y James probó su suerte al pedir un vaso de whisky.
- Nada de eso – dijo John. – Si quieres probar alcohol tomarás un poco de mi vaso, pero no pedirás más que una zarzaparrilla.
- Pero padre, ya tengo trece años – protestó James.
- Solo tienes trece años – corrigió John. – El alcohol saca lo peor de los hombres, James, no quieras empezar tan pronto.
- Pues tú bebes – refunfuñó el chico.
- ¿Qué dijiste? – replicó John, con rostro repentinamente serio.
- Pe-perdón, padre. No quise decir eso… Lo siento.
- Esta debe ser la tercera vez que me ves beber desde que nos conocemos, y hace un año de eso. Nunca me he puesto ebrio y, en cualquier caso, yo soy un adulto, puedo beber cuando me plazca, ¿entendido?
- Sí, sí señor – murmuró James, a duras penas aguantando su mirada. – No te enfades, padre… Lo dije sin querer…
- Bueno – aceptó John. – Ten, dale un sorbo. En un par de años, te invitaré a tu primer vaso, te lo prometo.
James sonrió ligeramente y aceptó el sorbo que le ofrecía, pero lo encontró demasiado fuerte y áspero. Se le escapó una tos y se apresuró a beber su zarzaparrilla. El señor Jefferson a duras penas contuvo una carcajada, pero William fue menos discreto y rio estruendosamente.  James se ruborizó muchísimo y decidió que lo de ser adulto lo dejaba para más adelante.
Cuando abandonaron la cantina, James se preguntó si acaso su padre seguiría enfadado por su respuesta fuera de lugar. Sabía que estaba al borde del precipicio, John ya le había dejado pasar demasiadas cosas en aquel viaje: su pelea con Will, su desobediencia al ir detrás de los ladrones…
- Padre, te prometo que ya voy a comportarme – susurró.
John le miró con cierto asombro y luego le sonrió.
- No estoy molesto contigo, James. Quita esa cara de tristeza. Hoy has hecho tu primer negocio importante.
Más animado, James siguió a su padre a la última parada de aquel día: una tienda en donde comprar sus materiales escolares. No necesitaban mucho, tan solo tizas y un pizarrón en el que escribirían lo que dijera el maestro. Y un libro. La mayoría de la gente no podía permitirse nada más.
James se entristeció al ver que William no lo compraba, porque recordó que su amigo no acudiría a la escuela con él. Ojalá algún día el mundo dejara de ver a los negros como seres inferiores.
Cuando acabaron todas sus gestiones, empezaron los preparativos para pasar la noche. Tal como John les había prometido, harían una acampada en las cercanías de la ciudad y los dos niños no podían estar más excitados ante la idea.
Dejaron el carromato en medio de un prado verde. Reunieron madera para hacer una fogata y extendieron varias mantas a su alrededor. Aún era de día, pero convenía tener el fuego encendido antes de que se hiciera de noche.
John estaba dando de beber a los caballos cuando Spark comenzó a ladrar furiosamente. Se puso alerta y sus ojos volaron hacia donde guardaba su rifle.
- ¡Vengo en son de paz! – gritó una voz asustada. Una voz joven.
John siguió la dirección del sonido, y entonces lo vio: asomado tras un árbol, estaba Edward, el chico que había intentado robar a su hijo.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó, sonando más hostil de lo que pretendía.

El joven estaba asustado. Levantó ambas manos, como para demostrar que era inofensivo y se acercó a ellos lentamente, sin apartar la vista del perro ni por un segundo. James se dio cuenta de que tenía miedo del animal, así que le sujetó y le acarició para calmarle, indicando que no debía atacar a aquel chico. De momento.
- ¿Qué haces aquí? – repitió John, en cuanto estuvo más cerca.

N.A.: Podemos considerar la zarzaparrilla como el antecedente de la Coca-cola. En una cantina del Oeste, era difícil encontrar otra bebida sin alcohol aparte de esta.


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