Páginas Amigas

martes, 7 de enero de 2020

Capítulo 18


James frenó su carrera al chocarse contra el pecho de John, pero no fue un choque brusco como el que uno experimentaría al colisionar contra un muro, sino que el cuerpo del hombre le sostuvo y le dio algo a lo que aferrarse.
- James, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?
John encadenó sus preguntas al ver que el niño no respondía ninguna.
- No estoy llorando – protestó, avergonzado, y se pasó la manda por los ojos para borrar cualquier posible rastro incriminatorio.
- Sí llorabas, y quiero saber por qué – replicó John y le obligó a mirarle levantando su barbilla gentilmente. – Y por qué no estabas en la puerta de la tienda, como habíamos quedado.
Su tono no fue de regaño, pero sí dejaba claro que esperaba una explicación.
James se encogió y se mordió el labio, su rostro expresivo delatando una mezcla entre preocupación y culpabilidad.

- No tengo tus herramientas, padre – confesó el niño. John reparó por primera vez en ese detalle.

- ¿No las compraste? – preguntó desconcertado. El comerciante le había dado a entender que sí.

- Las compré, pero entonces entraron dos chicos mayores a la tienda. Empezaron a burlarse de Will, pero no les hicimos caso. Cuando salimos, ellos salieron también, y me quitaron la bolsa de un tirón. Yo intenté sujetarla, padre, de verdad, pero fue tan fuerte que casi rasgan la tela.
John entendió que James estaba atormentado por haber perdido la compra y se sentía en la necesidad de justificar por qué no la había defendido mejor.

- ¿Esos chicos os robaron? – quiso cerciorarse.
- Al principio pensábamos que solo se estaban metiendo con nosotros y que no lo iban a devolver, pero salieron corriendo… Les perseguimos, pero se escaparon.
- ¿Dónde está Will ahora?
- Él y Spark se fueron por la derecha y yo por la izquierda, íbamos a encontrarnos al otro lado, pero no los vi y ahora no sé dónde están y… y esos chicos tienen tus herramientas… y… y… Lo siento, padre.

James desvió la mirada, pero John volvió a alzarle la barbilla.
- No es tu culpa. No has hecho nada malo.
- Pero… las herramientas…
- Que se las queden. Podrían haberme quitado algo mucho más valioso. Lo que me recuerda que no deberías haber ido tras esas personas, James. ¿Qué hubieras hecho si les encuentras? ¿Y si te hubieran hecho daño?
- No podía dejar que se llevaran la bolsa…
- Claro que podías. Tú eres mucho más importante – gruñó John, y tiró de él para darle un abrazo.
- Siento no haberte hecho caso, padre….
- Está bien. Fue una situación excepcional y tuviste que tomar una decisión en el momento, sin poder consultarme. Yo siento haberte dejado solo en una ciudad extraña. Pensé que este lugar era más seguro. No sé qué clase de sinvergüenza roba a unos forasteros recién llegados.
En ese momento, se escucharon unos ladridos lejanos.

- ¡Es Spark! – exclamó James e hizo ademan de ir en la dirección de los ladridos.
- No, quédate aquí. Iré yo – dijo John.

- ¡Pero a lo mejor han encontrado a los ladrones!
- Precisamente por eso. Quédate aquí – insistió John, con una firmeza que dejaba claro que se trataba de una orden y no de una sugerencia.
El hombre se marchó rápidamente, preocupado por Will y la posibilidad de que estuviera en problemas. James se quedó atrás, inmerso en un pequeño debate interno. Todos sus instintos le decían que hiciera caso a su padre, pero su corazón hervía de rabia porque le hubieran quitado lo que era suyo. Mejor dicho: lo que le habían encomendado. La bolsa que le habían robado le pertenecía a John y él quería recuperarla. Estaba harto de que la vida le arrebatara cosas.
Sin pensarlo demasiado, salió corriendo por una calle paralela, con tan mala o tan buena suerte que llegó allí casi al mismo tiempo que John. La mirada de hielo que le dedicó el hombre podría haber congelado un país entero, pero no hizo ningún comentario sobre su presencia, centrado en asuntos más apremiantes: Spark mordía fieramente el pantalón de un chico joven, de unos diecinueve o veinte años. Aunque el perro era de tamaño mediano, su fuerza era considerable, porque el chico no conseguía soltarse.

- ¡Devuélvenos la bolsa! – gritaba Will, no muy lejos del animal.

- ¡Ya te he dicho que yo no la tengo! ¡Se la llevó Nicholas! ¡Dile a esta bestia que me suelte!
- Será mejor que nos lleves hasta tu amigo, entonces – intervino John.

- ¿Y usted quién es? – bufó el chico, cada vez más alterado. Quizá tenía miedo de los perros. Los dientes de Spark no eran ninguna minucia.
- Soy el dueño de las cosas que robaste y estos niños están conmigo.

- ¡Padre, no soy un niño! – protestó James.

- Silencio – respondió John. Una sola palabra que contenía toda su furia contenida por haber sido desobedecido. James, sabiamente, no dijo nada más. – Muchacho, puedes pasarte varios años en la cárcel por esto y, si te toca un juez intransigente, hasta algo peor. Todos tus vecinos te darán la espalda, nunca podrás recuperar tu vida, porque nadie verá en ti nada más que un ladrón. Has tenido la mala fortuna de ir a robar precisamente a un sheriff, así que podría haberte disparado y nadie me habría reclamado nada, porque solo estaría haciendo mi trabajo al perseguir a un criminal.

El chico, cuya extrema juventud se hizo aún más evidente en su expresión de horror, empalideció considerablemente.
- No quiero ir a la prisión. Por favor, mi madre está sola y tiene que cuidar de mi hermano pequeño…
- ¿Qué dirá ella al ver que su hijo es un vulgar delincuente? – le increpó John. – Ni siquiera fue comida lo que robaste, así que no pretendas hacerlo pasar por un acto de necesidad.
- No lo es – corroboró Will. – Dijeron que un negro no debería tener cosas tan caras.
- No sabíamos que era su negro, por favor, señor…
- No es “mi” negro – bramó John. – Mide tus palabras, o mi perro te arrancará la pierna.
- ¡No! ¡No! ¡Lo siento! ¡Le devolveré la bolsa, le llevaré a nuestro escondite! ¡Se lo daré y también las demás cosas que robamos! Pero no quiero ir a la cárcel…
John no tenía ninguna gana de destrozarle la vida a aquel chico y sabía que enviarle a prisión no era lo más adecuado. Había visto niños de la edad de James pudriéndose en calabozos que ni siquiera serían aceptables para una rata. Pocos de ellos habían conseguido levantar cabeza. Muchos morían encerrados, víctimas de presos más fuertes y violentos.
- Spark, ven aquí – le llamó. El perro correteó alegremente hacia él y John se agachó para acariciarle – Buen chico. Buen chico, Spark. Ve con James – le instruyó, mientras él se acercaba al muchacho, que se quedó muy quieto, como evaluando sus intenciones. Se agachó para examinar su pierna: el perro no se la había herido. Después se levantó y le miró fijamente. Le sacaba casi una cabeza al chico. – Me vas a llevar con tu compañero – le ordenó y el muchacho asintió fervientemente. – Bien. Camina. Ni se te ocurra echar a correr. Spark te alcanzará y no será tan cuidadoso esta vez.

John estaba siendo duro, porque aún no sabía hasta qué punto estaba frente a un crío y hasta qué punto frente a un delincuente. En cualquier caso, estaba yendo por el mal camino y John pensaba dejárselo claro.
- ¿Cómo te llamas? – le interrogó.
- Ed… Edward, señor. Edward Swanson.
- Bien, Edward. Nos devolveréis las herramientas y después te disculparás, ¿entendido?
- Sí, sí señor.
Caminaron durante un par de minutos, alejándose de los edificios hasta llegar a una caseta abandonada. Jonh, Spark, James y William seguían al chico de cerca. El joven se detuvo frente a la caseta y aporreó la puerta con sus manos temblorosas. Un muchacho pelirrojo abrió rápidamente.
- ¡Ya era hora! ¿Dónde te…? – comenzó, pero se interrumpió al ver que venía acompañado.
- Tú serás Nicholas, imagino. Tienes algo que me pertenece.

- Dáselo, es sheriff – dijo Edward.
- ¿Has traído a un sheriff a la caseta?
- ¡No tenía más remedio, su perro me iba a devorar!
- ¡Se suponía que era un secreto! – protestó Nicholas.
- ¡Olvídate de eso, nos van a llevar a la cárcel!
- ¿Qué?
- ¡Todo por tu culpa, te dije que dejáramos al negro en paz!
- ¡Pero si empezaste tú a meterte con él!

John les observó discutir y se dijo que parecían menores que James. Observó el interior de la caseta: no era más que un cobertizo deshabitado lleno de basura y suciedad. Había unos cuantos objetos sofisticados, botines de aquellos dos ladronzuelos, seguramente. No eran más que un par de mocosos jugando a los delincuentes. Tuvo claro entonces lo que debía hacer.

- ¡Basta! Los dos actuasteis mal y los dos pagaréis las consecuencias.
- ¡No! ¡Por favor, no nos envíe a la prisión! – suplicó Edward.
- No voy a hacerlo.
- ¿Ah, no? – se extrañaron, los dos a la vez.
- No. Pero vais a devolver todo lo que habéis robado, empezando por mis herramientas.

- Sí, sí señor – dijo Edward y se apresuró a entregarle la bolsa.
- Bien. Le vais a pedir disculpas a William – siguió diciendo.
- ¿Quién es William? – preguntó Nicholas y John le señaló. - ¿Qué? – se escandalizó. - ¡Es un negro!
- Es una persona y te disculparás si sabes lo que te conviene.
- Lo sentimos mucho – murmuró Edward, tal vez el más sensato de los dos.
John alzó una ceja, invitando al otro chico a imitar a su compañero. Nicholas resopló.
- Lo sentimos.
- Espero que aprovechéis esta oportunidad, porque no tendréis otra. Si descubro que habéis seguido causando problemas por aquí, yo mismo os arrastraré a la prisión, después de reforzar la lección que os voy a enseñar ahora – les advirtió, mientras llevaba las manos a su cintura y comenzaba a desabrochar su cinturón.
Edward abrió mucho los ojos, interpretando correctamente lo que se proponía.
- ¿Qué pretende?
- ¡No puede hacer eso! – protestó Nicholas.
- O sois dos niños que necesitan una lección o dos ladrones con una celda esperándoles. ¿Qué va a ser?
Edward fue el primero en dar un paso al frente.
- No puedo ir a la cárcel…
John asintió, sin sorprenderse por la elección y dobló el cinturón por la mitad.
- Yo tampoco… - admitió Nicholas.
- Apoyaos sobre ese arcón – les instruyó John.

Ambos chicos lo hicieron, con idéntico grado de vergüenza.

James y William se apartaron a un rincón. James se sentó en el suelo y abrazó a Spark, disfrutando de aquella escena menos de lo que debería. Había pensado que tal vez se sentiría bien al ver que aquellos tipos eran castigados, pero a decir verdad no estaba experimentando nada de eso, sino que tan solo se sentía incómodo.
- Robar es un delito, es deshonroso, inmoral y puede causar un grave perjuicio en la persona a la que le quitáis lo que ha ganado con el esfuerzo de su trabajo. Soy grandes ya, tenéis que decidir qué tipo de hombres queréis ser y si elegís mal tendréis una vida complicada – sermoneó John y alzó ligeramente el cinturón.
ZAS ZAS
Edward apenas se movió ni emitió sonido alguno, tan solo contuvo el aire, provocando un ligero temblor en su caja torácica.
ZAS ZAS
- ¡Ah! ¡Ay!
Nicholas fue mucho más vocal. Tal vez no estaba acostumbrado a ese tipo de reprimendas.
- Asustar a dos chicos más pequeños no solo es de cobardes sino cruel.
ZAS ZAS
ZAS ZAS
- ¡Au!
De nuevo, Edward encajó los dos golpes bastante bien, pero Nicholas cambió el peso de uno a otro pie, sin poder quedarse quieto.
- Que una persona sea de otro color no os da derecho a burlaros de ella ni a molestarla.
ZAS ZAS
ZAS ZAS
- ¡Oww! ¿Cuántos van a ser?
La voz de Nicholas sonó muy aniñada.
- Debería dejarlo a elección de James: fue a él a quien robasteis.
- Entonces ya basta, padre – susurró el niño. John le miró sorprendido. – Ya está. Devolvieron la bolsa, no les pegues más.
- James, no les estoy haciendo daño – aclaró John, fijándose en el rostro angustiado de su hijo.
- Es igual. Les has castigado delante de nosotros, con eso es suficiente. Si de verdad te escucharon no lo harán más, y sino da igual que sigas que no servirá de nada. Cuando haces algo realmente malo el verdadero castigo es tu conciencia.
John se asombró por la madurez del pequeño y le atrajo hacia sí con un brazo.
- Tienes un gran corazón, Jimmy – le alabó. – Vosotros dos, levantaos. Ya le habéis oído.

Edward fue el primero en ponerse de pie. Sus ojos verdes estaban muy abiertos y su expresión evidenciaba la sorpresa que sentía. Nicholas, por su parte, se levantó y comenzó a frotarse. Su mirada, en contraste, estaba llena de rencor.
- Id a vuestras casas, manteneros lejos de los problemas y no volváis a coger algo que no sea vuestro.
- Sí, señor – respondió Edward. Nicholas se apresuró en salir corriendo, pero él se detuvo en la puerta por unos segundos, observándoles.
- Ve – le animó John. – No habrá represalias. No vas a ir a la cárcel, chico.
El joven abandonó la caseta y John suspiró. Quería creer que no iban a hacer más tonterías, pero era difícil saberlo. Si algún día le tocaba encerrar a un chico tan joven en una cárcel, sería el día en el que se arrepentiría de ser sheriff.
- Será mejor que nosotros vayamos a buscar a tu padre, William. Se preocupará si no nos ve.

El niño asintió y salió también, pero James retuvo a su padre del brazo para que no se fuera.

- … ¿Estás enfadado conmigo? – susurró.

John podía soportar un puñetazo, podía soportar un hueso roto y hasta podía soportar una quemadura, pero empezaba a creer que era incapaz de resistir la ternura que desprendía James al hacer esa clase de preguntas. En su lápida, como causa de su muerte, tendrían que escribir “quería demasiado a un mocoso demasiado tierno”.
- Te dije claramente que esperaras – le regañó.
- Lo sé, padre… Lo siento… Quería… mmm…. Quería recuperar tu bolsa, para que no estuvieras decepcionado de mí…
- Es imposible que yo esté decepcionado de ti, James, porque muy al contrario estoy orgulloso – le aseguró. - Debería darte un buen castigo por desobediente, sin embargo, pero tú acabas de ser clemente con dos extraños. Así que…

John puso una mano en su hombro y le giró ligeramente. Le dio dos palmadas de intensidad media sobre el pantalón.
PLAS PLAS
- Considera eso justicia bíblica. Ojo por ojo y diente por diente, pero al revés – le dijo.
- ¿No me vas a pegar con el cinturón?

- No – le tranquilizó John. – Aunque espero de ti un comportamiento ejemplar el resto del viaje, ¿entendido?

- Sí, padre – respondió el niño y se mordió el labio – Te quiero mucho – susurró, muy bajito, con timidez. John sintió calor, a pesar de que no iba muy abrigado.
- Yo también, hijo.
Un par de ojos verdes observaron la escena desde el hueco entre dos tablas en la parte de atrás de la caseta.



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