domingo, 29 de marzo de 2020

CAPÍTULO 15




El resto de la tarde fue tranquila. Rubén y Marcos se sentaron en el sofá a ver la televisión y observaron la reacción de Gabi ante el aparato. El niño miró la pantalla unos segundos, se acercó y la rodeó, como si intentase descubrir cómo habían entrado ahí esas personas tan pequeñitas. Se le notaba confundido y empezó a mirar a Marcos en busca de una explicación. Marcos, pese a saber que el pequeño no le entendería, intentó dársela:
-         Es una televisión, Gabi. Son imágenes, no personas de verdad.

-         ¿En el hospital no había televisión? – preguntó Rubén.

-         La pusimos muy poco y había otras cosas extrañas que le distraían. Además, estaba muy alta, colgando en la pared. Quizá pensó que eran personas que le observaban. O quizá ni se fijó. Pero ahora le da curiosidad. La curiosidad es buena, hará que aprenda antes…

-         “¿Pusimos?” – repitió Rubén, porque no se le había escapado el uso del plural.

-         La trabajadora social y yo – explicó Marcos.

-         Oh.

Su hermano puso cierta expresión de decepción que no le pasó inadvertida.
-         ¿Qué?

-         Nada.

Marcos se quedó en silencio, hasta que poco a poco entendió lo que Rubén había querido decir con ese “oh”.
-         No seas como mamá, ¿quieres? – protestó. – Cuando tenga novio, lo sabrás. Ahora no puedo pensar en eso, tengo que ocuparme de Gabi.

Incómodo porque odiaba hablar de su soltería perpetua, Marcos cogió el mando y cambió de cadena, yendo a parar a un documental sobre tigres. Gabriel pegó un salto cuando vio a esos animales en la televisión

-         ¿Crees que le recuerda a su casa?

-         No digas tonterías. Gabi no ha crecido en la selva, ha crecido en algún lugar de los pirineos.

-         Oh, perdona, eso es mucho más normal – replicó Rubén con sarcasmo.

Marcos no hizo caso de su hermano y se enfrascó en sus propios pensamientos. El niño reaccionaba ante las imágenes. Podía enseñarle muchas cosas a través de ellas... se puso de pie y se agachó al lado de Gabriel.

-         Mira, Gabi. Tigres. ¿Lo ves? Ti-gres.

-         Es una palabra un poco complicada para que la aprenda ahora… - dijo Rubén.

-         Ya lo sé. Solo quiero que entienda que estoy hablando de lo que sale en la tele. Con el ordenador y unas cuantas imágenes, puedo enseñarle muchas palabras – explicó Marcos. – Tigre – repitió, señalando.

Gabi miró la dirección de su mano y señaló la tele.

-         Creo que piensa que el televisor en sí es un tigre, Marcos.

Marcos resopló y volvió a cambiar de cadena.

-         Niño – dijo entonces, señalando de nuevo. Gabi miró el mando, después miró la pantalla, y después a Marcos. – Niño, como tú.

-         Asesino, asesino – indicó Rubén en tono apremiante. – ¡Cambia, cambia!

-         ¿Qué?

-         ¡Es una peli de terror, hombre!

Marco reaccionó deprisa y volvió al canal de los tigres, pero en esos escasos dos segundos dio tiempo a ver una enorme mancha de sangre en el suelo. Se fijó en Gabi, preocupado porque la imagen le hubiera podido traumar, pero si el niño entendió lo que era, no pareció asustado. Más bien, se mostraba interesado por los tigres. Lentamente, puso una mano sobre el cristal.

Rubén se levantó inesperadamente del sofá.

-         ¿A dónde vas?

-         Ahora vengo. ¿El arcón sigue estando en el altillo? – preguntó.

-         ¿El arcón? – preguntó Marcos, haciendo memoria. Hacía años que no pensaba en el viejo mueble, que estaba ahí desde antes incluso de que Rubén se fuera de casa. – Sí…

Rubén se marchó sin dar más detalles y se empezaron a escuchar ruidos, como si estuviera revolviendo entre las cosas. Volvió al rato con algo tras la espalda. Se agachó junto a ellos y sonrió. Sacó el objeto escondido, que resultó ser el peluche de un tigre que había pertenecido a Marcos en su más tierna infancia.


-         ¿A que no te acordabas? – dijo Rubén. – Sé que es mayor para peluches, pero…

-         ¡Es perfecto! Gracias. Mira la cara que ha puesto, está extrañadísimo. Es un juguete, Gabi. Para ti.

-         Habría que lavarlo antes – sugirió Rubén, pero el niño olisqueó el juguete y lo tomó entre sus manos.

-         Creo que él opina diferente – rio Marcos. – No te preocupes, en cuanto lo suelte lo lavaré.

Gabriel observó el peluche desde varios ángulos y lo apretó, aparentemente fascinado con la textura. Rubén no tuvo claro que lo fuera a soltar por un buen rato.



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