Páginas Amigas

viernes, 8 de mayo de 2020

CAPÍTULO 16: El juicio




CAPÍTULO 16: El juicio

Koran pidió una bandeja con leche, cereales y fruta y aprovechó para explicarme que muchas familias optaban por comer a solas en las habitaciones, pero que nosotros debíamos estar presentes en la mesa central del refectorio, al menos durante las dos comidas principales.
-         Algunas personas se ofenderían si no lo hiciéramos así. Las tradiciones, especialmente las que son inofensivas como esta, son difíciles de romper – me dijo. – Pero, si quieres, podemos desayunar aquí todos los días. ¿Qué dices?
Asentí, mientras me rascaba la tripa disimuladamente. Aquel pijama me picaba mucho. Con la excusa de que tenía que ir al baño -aunque era cierto, ya que me estaba meando después de toda una noche en la cama-, le pedí si tenía un cambio de ropa. Después de apretar unos botones, sacó una muda de interior y exterior.
-         ¿Tienes de todo en esos armarios? -  pregunté y él se rio.

-         No, ayer mientras te bañabas pedí varias camisetas y dos pantalones. El sistema calculó tu talla, por eso estaba bastante seguro de haber acertado. Más adelante iremos a que escojas lo que quieras. Siento que todo sea tan… precipitado. De haber tenido tiempo te habría preparado una habitación.

Por un segundo me imaginé al típico padre primerizo emocionado, decorando el cuarto de su futuro hijo. Por lo poco que conocía a Koran y su tendencia a pensar que era un crío, hubiera sido capaz de pintar mi habitación de azul cielo, dibujar un arcoíris y poner una cuna en lugar de una cama.

-         Deja, mejor así – murmuré y fui al baño a vestirme.

El desayuno ya estaba listo cuando regresé. Volvía a tener el estómago cerrado, pero sabía que Koran se iba a empeñar en que me lo tomara y quería ir al juicio sin que nada me retrasara. En realidad, no era algo que tuviera ganas de ver, no lo esperaba como un concierto o un espectáculo, pero necesitaba saber lo que sucedía con aquel hombre.

Me llevé una cucharada a la boca y, aunque estaba rico, sentí una ligera decepción, porque no sabían como los cereales que tomaba en casa. Ni siquiera tenían la misma forma, eran como gusanitos, pero intenté no pensar en eso porque no era muy agradable imaginar insectos nadando en la leche.

-         ¿En Okran hay vacas? – se me ocurrió preguntar.

Koran negó con la cabeza.

-         ¿Y de qué es la leche que estoy tomando?

-         De yegua.

Impulsivamente, escupí el trago que acababa de dar, salpicando la mesa e incluso a él.

-         ¡Rocco! – exclamó.
-         ¿¡Leche de caballo!? – me espanté. - ¡Con razón sabía raro!

-         ¿Era necesario que escupieras así? – me regañó. – Definitivamente, tenemos que trabajar en tus modales en la mesa. Tendrás que asistir a muchos eventos y no puedo dejar que te comportes como un diplodocus.

-         ¡Me diste leche de caballo! – me defendí. Le ayudé a limpiar con una elegante servilleta de tela, sin dejar de observarle de reojo para ver si estaba muy enfadado. Le noté respirar hondo y con eso su molestia pareció esfumarse en gran parte.

-         De yegua – corrigió. – Los caballos no dan leche.

Estuve a punto de responder: “bueno, si dan, pero de otro tipo y por el pito”, pero un sexto sentido me dijo que mi humor salido de tono no sería bien apreciado.

-         No sé por qué te pones así. En algunos países de tu mundo se bebe leche de yegua. Y en el tuyo no hace tanto se tomaba leche de burra. Es más, creo que aún hay quien lo hace – me dijo. - Dado que no comemos carne, no tenía mucho sentido tener vacas. Hace años importamos los caballos y los burros porque como medio de transporte o de carga tienen cierta utilidad cuando no podemos o queremos utilizar naves en tierra. Pero no vimos el propósito de traer vacas, solo para ordeñarlas. Te podría haber dado leche autóctona de kyak, pero eso sí que te habría dado asco, son animales que no conoces.

-         Pues la leche de yegua también me da asco – refunfuñé.

-         El queso de ayer bien que te lo comiste – repuso, con una media sonrisa. – Lo siento, tal vez debería haberte avisado. Sé que tu mundo ha cambiado mucho. Tu madre y tú vivíais en una sociedad comercial donde podíais obtener los alimentos directamente de los supermercados, con gran capacidad de elección.

-         No soy caprichoso con la comida – murmuré, sin querer darle la impresión de ser un malcriado. – Me como cosas que no me gustan, es solo que la leche de yegua se me hace antinatural… Es como comer caracoles, sé que hay personas que lo hacen, pero yo no podría.

-         No me refería a eso. En mi anterior contacto con los terrícolas, la gente ingería cualquier cosa que fuera ingerible, sin tener en cuenta en ocasiones ni las más mínimas medidas higiénicas. De hecho, muchas veces me provocaban náuseas. Pero eso fue en otra época y en otra zona geográfica.

-         ¿Has estado muchas veces en la Tierra? – pregunté, con curiosidad.

-         Unas cuantas – admitió. – No recuerdo el número exacto. Más de diez y menos de veinte. Pero una vez me quedé por tres años.

-         ¿De verdad?

-         Ahá. En tu país, precisamente. Cuando eráis un Imperio. Teníais muy buenas obras de teatro y me gustaban.

-         ¿Te quedaste tres años por el teatro? – me extrañé. – Vaya…. Cuando vives tanto tiempo debes de aburrirte mucho.

Koran se rió y sacudió la cabeza.

-         Lope de Vega era un genio. No me caía bien, pero tenía un don.

-         ¿Conociste a Lope de Vega?  Mi profe de Lengua fliparía. ¿Y no tenías “cosas de príncipes” que hacer en Okran en ese entonces?

-         Mis “cosas de príncipes” consistían en completar mi formación. Yo escogí ampliar mis conocimientos sobre tu planeta.

-         ¿Por qué?

Koran se encogió de hombros.
-         Me gustaba. Es fascinante saber que hay otros mundos con vida inteligente, pero encontrar uno con vida inteligente y antropomórfica plantea muchas preguntas, ¿no crees? ¿Por qué hay cosas en las que nos parecemos tanto? ¿Por qué hay otras en las que nos diferenciamos mucho?
Entendí que lo que para mí había sido ciencia ficción hasta hacía poco para él había sido historia y ciencias naturales.  Pero la fascinación por un mundo lleno de criaturas similares era la misma.
-         Anda, come por lo menos la fruta – me dijo.
Con algo de esfuerzo, vacié un cuenco de bayas y con eso Koran se dio por satisfecho. Apretó un pequeño botoncito que había en el carrito que había traído la bandeja y este empezó a rodar rumbo a la salida.
-         ¿A dónde va?

-         A la cocina.

-         ¿La gente tiene que pagar por estar aquí? – se me ocurrió de pronto.  - ¿Por la comida, por estas habitaciones?

-         Claro. Aunque vivir aquí es bastante más barato que en tierra firme. Por eso muchos lo prefieren.

-         ¿Así que usáis dinero también?

-         Sí, ese es un mal que compartimos. Aunque no tenemos monedas ni billetes, es todo virtual. No te preocupes por todo eso, ya lo irás descubriendo.

Asentí y me puse de pie, como para indicar que ya estaba listo para marcharnos. Koran me imitó, pero no hizo ningún ademan de echar a andar.
-         Creo que deberías llevar el inhibidor – me sugirió.
Sería lo mejor. No quería volver a canalizar lo que no debía y hacerle daño a alguien. Koran sacó el pequeño aparatito y me lo colocó en la frente.
Por fin salimos y me guio en dirección opuesta a la que habíamos tomado otras veces hasta unos ascensores transparentes.
-         Hay que bajar diez pisos – me explicó.
Mientras descendíamos lo pude observar todo: pisos y pisos de aquellas habitaciones colmena. Al fin y al cabo, allí vivía medio millón de personas, según lo que él me había dicho.
Llegamos a la sala del juicio demasiado pronto, pero Koran aprovechó para darme algunas instrucciones. Me indicó dónde me tenía que sentar y cuánto iba a durar el proceso. Resultó que el tiempo allí se medía diferente que en la Tierra. Las horas no duraban sesenta minutos, sino cincuenta. Y un día tenía 1300 minutos, es decir, veintiséis horas. El año tenía solo cuatro meses, que se correspondía con las estaciones y cada mes duraba unos noventa días. El año tenía 370. Intenté memorizarlo, porque esa era la clase de información básica que podía necesitar en el futuro.
-         ¿No van a pedirme que declare? – pregunté. – Como testigo o algo así…

-         No, por supuesto que no. Eres menor de edad. Y no es necesario, en los pasillos de la nave hay cámaras y hay grabaciones de cómo manipuló los conductos para liberar el gas. Además, esta mañana me han dicho que ha confesado.

-         ¿Ah, sí?

Antes de poder decir nada más, la sala comenzó a llenarse. En seguida entró una mujer que, aunque no llevaba toga ni ninguna ropa especial, tenía algo en su porte que delataba que era la juez. Se sentó en una silla en el centro de la sala. No había estrado ni nada que yo pudiera reconocer por las películas. Nadie se puso de pie ante su presencia, pero sí se hizo silencio.
Se encendió una luz roja en la puerta y entonces dos guardias introdujeron al prisionero en la habitación. Le sentaron en una silla que había frente a la jueza, aunque la suya tenía unos grilletes adheridos a los reposabrazos. Uno contra otro, sin ni siquiera una mesa para separarles, como si aquello estuviera pensado para que se miraran a los ojos.
Estaban a veinte metros de mí, pero una pantalla empezó a emitir unas imágenes en las que se enfocaban directamente sus rostros.
Koran me apretó el hombro, tal vez pensando que contemplar la cara del hombre que había intentado matarme podía ponerme nervioso, pero la verdad era que no era capaz de identificar lo que sentía en ese momento. Mayoritariamente lo estaba viviendo como si fuese una película, como si le estuviese pasando a otra persona. La pantalla ayudaba a ello.
La jueza le preguntó sus datos al prisionero, en una especie de protocolo. Nombre, edad, oficio. Y después pasó directamente a relatar los hechos de los que se le acusaban.

-         ¿No tiene abogado? – susurré. - ¿Y no hay un fiscal?

Aquello más parecía una entrevista que un juicio.

-         Su abogado no hablará ahora, sino más tarde, en privado, directamente con la jueza. Es más bien la figura de un intercesor. Nuestro sistema penal es diferente, menos burocratizado. Bastante más rápido.

-         Pero, ¿y si fuera inocente? – protesté.

-         Hay grabaciones, Rocco. Y fueron debidamente recogidas por el sistema de la nave, con los cual no hay posibilidad de manipulación. Aquí nadie se va a escapar por un absurdo vacío legal. O es culpable o es inocente y este hombre es culpable. Tendrá derecho a hablar y su testimonio será tenido en cuenta.

No sabía si era un método justo, pero desde luego era más rápido que en la Tierra, donde los criminales a veces pasaban años esperando su sentencia.
La jueza fue exponiendo lo que pasó el día anterior y el acusado no lo negó en ningún momento. Cuando fue el momento de su declaración, se puso de pie y se giró para mirarnos a nosotros, al público. Koran nos había sentado bastante atrás, creo que a propósito, para que nuestras miradas no se pudieran cruzar.
El hombre parecía tranquilo, como si no fuera su vida lo que estuviera en juego.
-         Se me acusa de intento de asesinato, pero yo no planeé matar al chico. Su presencia en la nave me sorprendió tanto como al resto de vosotros. El príncipe Koran me ordenó cuidarle mientras él se ausentaba y eso es lo que hice. Pero hubo un momento en el que temí que el muchacho pudiera estar enfermo y entré a verle. Tuvimos una breve conversación, y entonces él activó mi brazalete. Descubrió que era un espía. Actué por impulso y traté de eliminarle, pero debería considerarse en todo caso un homicidio. De todas formas, solo es un mestizo. Ni siquiera se me puede acusar de eso. Según nuestra Constitución, su muerte equivaldría a la ejecución de un animal.
Escuché a Koran gruñir a mi lado. Sus ojos estaban rojos y me sorprendió ver que no era el único que parecía enfadado. Varios de los presentes emitieron susurros de indignación. Bueno, al menos podía decir que no me consideraban un animal. Era un progreso.
No era el peor de los insultos que me habían dirigido, así que no me ofendí especialmente. Me limité a analizar lo horrible que era una legislación que equiparaba el asesinato de una persona con la muerte de un animal.
En la pantalla, junto a sus caras, apareció un letrero, pero no pude entender lo que decía.
-         ¿Qué pone?

-         Nada importante – respondió Koran, entre dientes.

-         Dímelo – le pedí.

-         Tentativa de asesinato de un mestizo no adulto: veinte años de cárcel – recitó, con evidente desgrado. - Es lo mismo que le caería a alguien a quien hubiesen descubierto maltratando a un animal.

-         ¿Es su sentencia?

Veinte años no me parecían pocos para un crimen que no había llegado a completarse, pero luego recordé la longevidad de los okranianos. En comparación a sus dos milenios y medio de vida, sería un capítulo muy breve, una menudencia.

-         Es la propuesta. La jueza tomará una decisión después de hablar con el abogado. Y conmigo, no me pienso quedar callado…

-         ¿Tiene algo que decir respecto a la acusación de traición y pertenencia a una organización terrorista? – preguntó la jueza, devolviendo nuestra atención hacia la pantalla.

-         ¡Larga vida a los Protectores! – gritó el acusado.

Más murmullos. Supongo que con eso estaba admitiendo los cargos. En la pantalla aparecieron nuevas letras y la jueza se puso en pie. Anunció que iba a abandonar la sala y volvería con la sentencia.

Sentí una ligera presión en el vientre, como si fuera a mí a quien estuvieran juzgando. Una parte de mí quería venganza, quería que le pusieran el valor adecuado a mi vida. Otra seguía queriendo clemencia y que no le impusieran la pena capital.

Koran hizo ademan de levantarse para ir a hablar con la jueza. No sé si tenía derecho como príncipe o como padre de la casi víctima. Le sujeté del brazo.

-         Quédate – le supliqué.

-         Vuelvo enseguida, Rocco, solo voy a…

-         Lo que le vayas a decir, la jueza ya lo sabe – repliqué.

-         ¿Por qué te importa tanto? – preguntó, pero no supe responder. Aún así, Koran se quedó.

La jueza regresó a los diez minutos.

Su intervención fue breve y de formulación sencilla:

-         Se considera al acusado culpable de tentativa de homicidio, traición y terrorismo. Sentencia de muerte.

Al hombre le temblaron ligeramente las piernas y a mí también. Miré a Koran. Para ser justos no parecía feliz, pero tampoco apenado.

-         Homicidio – susurró. Entendí que eso quería que no me habían dado la categoría de animal.

-         La sentencia se cumplirá en el plazo de una semana, no siendo posible la conmutación por pena de prisión alegando edad o vínculos familiares. Se emitirá un bando público en espera de alguna apelación al Código de Honor.

La prueba. El Código de Honor era la prueba que me había dicho Koran, que alguien podía pasar en nombre de un condenado para salvarle.

Una idea empezó a formarse en mi cabeza. Una que, en el mejor de los casos, me iba a traer muchos problemas. Y en el peor… no estaba seguro de lo que podía pasar.



2 comentarios:

  1. Excelente capitulo! Me gusto mucho esta historia porfavor no pares de escribir ☺️

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  2. sigue!!! muero por saber que hara roccooo

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