CAPÍTULO 16: El juicio
Koran pidió una bandeja con leche, cereales y fruta y
aprovechó para explicarme que muchas familias optaban por comer a solas en las
habitaciones, pero que nosotros debíamos estar presentes en la mesa central del
refectorio, al menos durante las dos comidas principales.
-
Algunas personas se ofenderían si no lo hiciéramos así. Las
tradiciones, especialmente las que son inofensivas como esta, son difíciles de
romper – me dijo. – Pero, si quieres, podemos desayunar aquí todos los días.
¿Qué dices?
Asentí, mientras me rascaba la tripa
disimuladamente. Aquel pijama me picaba mucho. Con la excusa de que tenía que
ir al baño -aunque era cierto, ya que me estaba meando después de toda una
noche en la cama-, le pedí si tenía un cambio de ropa. Después de apretar unos
botones, sacó una muda de interior y exterior.
-
¿Tienes de todo en esos armarios? - pregunté y él se rio.
-
No, ayer mientras te bañabas pedí varias camisetas y dos
pantalones. El sistema calculó tu talla, por eso estaba bastante seguro de
haber acertado. Más adelante iremos a que escojas lo que quieras. Siento que
todo sea tan… precipitado. De haber tenido tiempo te habría preparado una
habitación.
Por un segundo me imaginé al típico
padre primerizo emocionado, decorando el cuarto de su futuro hijo. Por lo poco
que conocía a Koran y su tendencia a pensar que era un crío, hubiera sido capaz
de pintar mi habitación de azul cielo, dibujar un arcoíris y poner una cuna en
lugar de una cama.
-
Deja, mejor así – murmuré y fui al baño a vestirme.
El desayuno ya estaba listo cuando
regresé. Volvía a tener el estómago cerrado, pero sabía que Koran se iba a
empeñar en que me lo tomara y quería ir al juicio sin que nada me retrasara. En
realidad, no era algo que tuviera ganas de ver, no lo esperaba como un
concierto o un espectáculo, pero necesitaba saber lo que sucedía con aquel
hombre.
Me llevé una cucharada a la boca y,
aunque estaba rico, sentí una ligera decepción, porque no sabían como los
cereales que tomaba en casa. Ni siquiera tenían la misma forma, eran como
gusanitos, pero intenté no pensar en eso porque no era muy agradable imaginar
insectos nadando en la leche.
-
¿En Okran hay vacas? – se me ocurrió preguntar.
Koran negó con la cabeza.
-
¿Y de qué es la leche que estoy tomando?
-
De yegua.
Impulsivamente, escupí el trago que
acababa de dar, salpicando la mesa e incluso a él.
-
¡Rocco! – exclamó.
-
¿¡Leche de caballo!? – me espanté. - ¡Con razón sabía raro!
-
¿Era necesario que escupieras así? – me regañó. –
Definitivamente, tenemos que trabajar en tus modales en la mesa. Tendrás que
asistir a muchos eventos y no puedo dejar que te comportes como un diplodocus.
-
¡Me diste leche de caballo! – me defendí. Le ayudé a limpiar
con una elegante servilleta de tela, sin dejar de observarle de reojo para ver
si estaba muy enfadado. Le noté respirar hondo y con eso su molestia pareció
esfumarse en gran parte.
-
De yegua – corrigió. – Los caballos no dan leche.
Estuve a punto de responder: “bueno,
si dan, pero de otro tipo y por el pito”, pero un sexto sentido me dijo que
mi humor salido de tono no sería bien apreciado.
-
No sé por qué te pones así. En algunos países de tu mundo se
bebe leche de yegua. Y en el tuyo no hace tanto se tomaba leche de burra. Es
más, creo que aún hay quien lo hace – me dijo. - Dado que no comemos carne, no
tenía mucho sentido tener vacas. Hace años importamos los caballos y los burros
porque como medio de transporte o de carga tienen cierta utilidad cuando no
podemos o queremos utilizar naves en tierra. Pero no vimos el propósito de
traer vacas, solo para ordeñarlas. Te podría haber dado leche autóctona de
kyak, pero eso sí que te habría dado asco, son animales que no conoces.
-
Pues la leche de yegua también me da asco – refunfuñé.
-
El queso de ayer bien que te lo comiste – repuso, con una
media sonrisa. – Lo siento, tal vez debería haberte avisado. Sé que tu mundo ha
cambiado mucho. Tu madre y tú vivíais en una sociedad comercial donde podíais
obtener los alimentos directamente de los supermercados, con gran capacidad de
elección.
-
No soy caprichoso con la comida – murmuré, sin querer darle
la impresión de ser un malcriado. – Me como cosas que no me gustan, es solo que
la leche de yegua se me hace antinatural… Es como comer caracoles, sé que hay personas
que lo hacen, pero yo no podría.
-
No me refería a eso. En mi anterior contacto con los
terrícolas, la gente ingería cualquier cosa que fuera ingerible, sin tener en
cuenta en ocasiones ni las más mínimas medidas higiénicas. De hecho, muchas
veces me provocaban náuseas. Pero eso fue en otra época y en otra zona
geográfica.
-
¿Has estado muchas veces en la Tierra? – pregunté, con
curiosidad.
-
Unas cuantas – admitió. – No recuerdo el número exacto. Más
de diez y menos de veinte. Pero una vez me quedé por tres años.
-
¿De verdad?
-
Ahá. En tu país, precisamente. Cuando eráis un Imperio.
Teníais muy buenas obras de teatro y me gustaban.
-
¿Te quedaste tres años por el teatro? – me extrañé. – Vaya….
Cuando vives tanto tiempo debes de aburrirte mucho.
Koran se rió y sacudió la cabeza.
-
Lope de Vega era un genio. No me caía bien, pero tenía un
don.
-
¿Conociste a Lope de Vega?
Mi profe de Lengua fliparía. ¿Y no tenías “cosas de príncipes” que hacer
en Okran en ese entonces?
-
Mis “cosas de príncipes” consistían en completar mi
formación. Yo escogí ampliar mis conocimientos sobre tu planeta.
-
¿Por qué?
Koran se encogió de hombros.
-
Me gustaba. Es fascinante saber que hay otros mundos con vida
inteligente, pero encontrar uno con vida inteligente y antropomórfica plantea
muchas preguntas, ¿no crees? ¿Por qué hay cosas en las que nos parecemos tanto?
¿Por qué hay otras en las que nos diferenciamos mucho?
Entendí que lo que para mí había sido
ciencia ficción hasta hacía poco para él había sido historia y ciencias
naturales. Pero la fascinación por un
mundo lleno de criaturas similares era la misma.
-
Anda, come por lo menos la fruta – me dijo.
Con algo de esfuerzo, vacié un cuenco
de bayas y con eso Koran se dio por satisfecho. Apretó un pequeño botoncito que
había en el carrito que había traído la bandeja y este empezó a rodar rumbo a
la salida.
-
¿A dónde va?
-
A la cocina.
-
¿La gente tiene que pagar por estar aquí? – se me ocurrió de
pronto. - ¿Por la comida, por estas
habitaciones?
-
Claro. Aunque vivir aquí es bastante más barato que en tierra
firme. Por eso muchos lo prefieren.
-
¿Así que usáis dinero también?
-
Sí, ese es un mal que compartimos. Aunque no tenemos monedas
ni billetes, es todo virtual. No te preocupes por todo eso, ya lo irás
descubriendo.
Asentí y me puse de pie, como para indicar que ya
estaba listo para marcharnos. Koran me imitó, pero no hizo ningún ademan de
echar a andar.
-
Creo que deberías llevar el inhibidor – me sugirió.
Sería lo mejor. No quería volver a canalizar lo que no
debía y hacerle daño a alguien. Koran sacó el pequeño aparatito y me lo colocó
en la frente.
Por fin salimos y me guio en dirección opuesta a la
que habíamos tomado otras veces hasta unos ascensores transparentes.
-
Hay que bajar diez pisos – me explicó.
Mientras descendíamos lo pude observar todo: pisos y
pisos de aquellas habitaciones colmena. Al fin y al cabo, allí vivía medio
millón de personas, según lo que él me había dicho.
Llegamos a la sala del juicio demasiado pronto, pero
Koran aprovechó para darme algunas instrucciones. Me indicó dónde me tenía que
sentar y cuánto iba a durar el proceso. Resultó que el tiempo allí se medía
diferente que en la Tierra. Las horas no duraban sesenta minutos, sino
cincuenta. Y un día tenía 1300 minutos, es decir, veintiséis horas. El año
tenía solo cuatro meses, que se correspondía con las estaciones y cada mes
duraba unos noventa días. El año tenía 370. Intenté memorizarlo, porque esa era
la clase de información básica que podía necesitar en el futuro.
-
¿No van a pedirme que declare? – pregunté. – Como testigo o
algo así…
-
No, por supuesto que no. Eres menor de edad. Y no es
necesario, en los pasillos de la nave hay cámaras y hay grabaciones de cómo
manipuló los conductos para liberar el gas. Además, esta mañana me han dicho
que ha confesado.
-
¿Ah, sí?
Antes de poder decir nada más, la sala comenzó a
llenarse. En seguida entró una mujer que, aunque no llevaba toga ni ninguna
ropa especial, tenía algo en su porte que delataba que era la juez. Se sentó en
una silla en el centro de la sala. No había estrado ni nada que yo pudiera
reconocer por las películas. Nadie se puso de pie ante su presencia, pero sí se
hizo silencio.
Se encendió una luz roja en la puerta y entonces dos
guardias introdujeron al prisionero en la habitación. Le sentaron en una silla
que había frente a la jueza, aunque la suya tenía unos grilletes adheridos a
los reposabrazos. Uno contra otro, sin ni siquiera una mesa para separarles,
como si aquello estuviera pensado para que se miraran a los ojos.
Estaban a veinte metros de mí, pero una pantalla
empezó a emitir unas imágenes en las que se enfocaban directamente sus rostros.
Koran me apretó el hombro, tal vez pensando que
contemplar la cara del hombre que había intentado matarme podía ponerme nervioso,
pero la verdad era que no era capaz de identificar lo que sentía en ese
momento. Mayoritariamente lo estaba viviendo como si fuese una película, como
si le estuviese pasando a otra persona. La pantalla ayudaba a ello.
La jueza le preguntó sus datos al prisionero, en una
especie de protocolo. Nombre, edad, oficio. Y después pasó directamente a
relatar los hechos de los que se le acusaban.
-
¿No tiene abogado? – susurré. - ¿Y no hay un fiscal?
Aquello más parecía una entrevista
que un juicio.
-
Su abogado no hablará ahora, sino más tarde, en privado,
directamente con la jueza. Es más bien la figura de un intercesor. Nuestro
sistema penal es diferente, menos burocratizado. Bastante más rápido.
-
Pero, ¿y si fuera inocente? – protesté.
-
Hay grabaciones, Rocco. Y fueron debidamente recogidas por el
sistema de la nave, con los cual no hay posibilidad de manipulación. Aquí nadie
se va a escapar por un absurdo vacío legal. O es culpable o es inocente y este
hombre es culpable. Tendrá derecho a hablar y su testimonio será tenido en
cuenta.
No sabía si era un método justo, pero desde luego era
más rápido que en la Tierra, donde los criminales a veces pasaban años
esperando su sentencia.
La jueza fue exponiendo lo que pasó el día anterior y
el acusado no lo negó en ningún momento. Cuando fue el momento de su
declaración, se puso de pie y se giró para mirarnos a nosotros, al público.
Koran nos había sentado bastante atrás, creo que a propósito, para que nuestras
miradas no se pudieran cruzar.
El hombre parecía tranquilo, como si no fuera su vida
lo que estuviera en juego.
-
Se me acusa de intento de asesinato, pero yo no planeé matar
al chico. Su presencia en la nave me sorprendió tanto como al resto de
vosotros. El príncipe Koran me ordenó cuidarle mientras él se ausentaba y eso
es lo que hice. Pero hubo un momento en el que temí que el muchacho pudiera
estar enfermo y entré a verle. Tuvimos una breve conversación, y entonces él
activó mi brazalete. Descubrió que era un espía. Actué por impulso y traté de
eliminarle, pero debería considerarse en todo caso un homicidio. De todas
formas, solo es un mestizo. Ni siquiera se me puede acusar de eso. Según
nuestra Constitución, su muerte equivaldría a la ejecución de un animal.
Escuché a Koran gruñir a mi lado. Sus ojos estaban
rojos y me sorprendió ver que no era el único que parecía enfadado. Varios de
los presentes emitieron susurros de indignación. Bueno, al menos podía decir
que no me consideraban un animal. Era un progreso.
No era el peor de los insultos que me habían dirigido,
así que no me ofendí especialmente. Me limité a analizar lo horrible que era
una legislación que equiparaba el asesinato de una persona con la muerte de un
animal.
En la pantalla, junto a sus caras, apareció un
letrero, pero no pude entender lo que decía.
-
¿Qué pone?
-
Nada importante – respondió Koran, entre dientes.
-
Dímelo – le pedí.
-
Tentativa de asesinato de un mestizo no adulto: veinte años
de cárcel – recitó, con evidente desgrado. - Es lo mismo que le caería a
alguien a quien hubiesen descubierto maltratando a un animal.
-
¿Es su sentencia?
Veinte años no me parecían pocos para
un crimen que no había llegado a completarse, pero luego recordé la longevidad
de los okranianos. En comparación a sus dos milenios y medio de vida, sería un
capítulo muy breve, una menudencia.
-
Es la propuesta. La jueza tomará una decisión después de
hablar con el abogado. Y conmigo, no me pienso quedar callado…
-
¿Tiene algo que decir respecto a la acusación de traición y
pertenencia a una organización terrorista? – preguntó la jueza, devolviendo
nuestra atención hacia la pantalla.
-
¡Larga vida a los Protectores! – gritó el acusado.
Más murmullos. Supongo que con eso
estaba admitiendo los cargos. En la pantalla aparecieron nuevas letras y la
jueza se puso en pie. Anunció que iba a abandonar la sala y volvería con la
sentencia.
Sentí una ligera presión en el
vientre, como si fuera a mí a quien estuvieran juzgando. Una parte de mí quería
venganza, quería que le pusieran el valor adecuado a mi vida. Otra seguía
queriendo clemencia y que no le impusieran la pena capital.
Koran hizo ademan de levantarse para
ir a hablar con la jueza. No sé si tenía derecho como príncipe o como padre de
la casi víctima. Le sujeté del brazo.
-
Quédate – le supliqué.
-
Vuelvo enseguida, Rocco, solo voy a…
-
Lo que le vayas a decir, la jueza ya lo sabe – repliqué.
-
¿Por qué te importa tanto? – preguntó, pero no supe
responder. Aún así, Koran se quedó.
La jueza regresó a los diez minutos.
Su intervención fue breve y de
formulación sencilla:
-
Se considera al acusado culpable de tentativa de homicidio,
traición y terrorismo. Sentencia de muerte.
Al hombre le temblaron ligeramente
las piernas y a mí también. Miré a Koran. Para ser justos no parecía feliz,
pero tampoco apenado.
-
Homicidio – susurró. Entendí que eso quería que no me habían
dado la categoría de animal.
-
La sentencia se cumplirá en el plazo de una semana, no siendo
posible la conmutación por pena de prisión alegando edad o vínculos familiares.
Se emitirá un bando público en espera de alguna apelación al Código de Honor.
La prueba. El Código de Honor era la
prueba que me había dicho Koran, que alguien podía pasar en nombre de un
condenado para salvarle.
Una idea empezó a formarse en mi
cabeza. Una que, en el mejor de los casos, me iba a traer muchos problemas. Y
en el peor… no estaba seguro de lo que podía pasar.
Excelente capitulo! Me gusto mucho esta historia porfavor no pares de escribir ☺️
ResponderBorrarsigue!!! muero por saber que hara roccooo
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