Gabi se aferró a Marcos con bastante fuerza y, desde
esa posición segura, enseñó los dientes y soltó un gruñidito, como si fuera un
cachorro de león intentando imitar el rugido de su padre, el rey de la selva.
-
¡Tito Marcos! – saludó Jaime con entusiasmo, seguido de su
hermano pequeño.
No se atrevieron a acercarse, sin embargo, por la
posición tan defensiva de Gabriel sobre el cuerpo de su tío.
-
Hola, enanos. ¡Qué grandes estáis! Este es Gabi.
-
Mamá dice que es tu hijo – repuso Jaime, con una pregunta
implícita en aquella afirmación. Pedro se limitaba a mirarlos con la boca entreabierta.
Siempre había sido el más tímido de los dos.
-
Algo así. Estoy cuidando de él – explicó.
A Marcos nada le
hubiera gustado más que afirmarles rotundamente que era su hijo, pero no quería
confundirles. Le estaban buscando una familia y para sus sobrinos podía ser muy
complicado de entender que Gabi tuviera que irse.
-
Está desnudo – informó Pedro, como si no fuera evidente.
-
En calzoncillos – matizó Marcos. – No le gusta mucho la ropa.
-
Vas a coger frío – le instruyó Pedro, recordando lo que su madre
le había dicho tantas veces.
Como toda respuesta, Gabi emitió otro gruñido.
-
¡No le gruñas a mi hermano! – exclamó Jaime.
-
Chicos, Gabriel no sabe hablar – dijo Marcos. – No sabe muy
bien cómo comportarse, así que tenéis que tener paciencia, ¿bueno?
-
Mami dice que ha estado solito.
-
Tu madre tiene razón, Pedro. Pero ahora nos tiene a nosotros.
-
Hola, cuñado – interrumpió Rebeca, apareciendo en ese momento
de la mano de Rubén. – Oh, ¿y a quién tenemos aquí? Tu debes de ser Gabi. Hola,
cariño.
-
No habla, mami.
-
Pero eso no quiere decir que nosotros no podamos hablarle,
corazón. Así se acostumbra, ¿mm? – explicó Rebeca, acariciando el pelo de sus
dos hijos.
Intenté que Gabi me soltara, pero no
había manera. Demasiados extraños para él. Acaricié su espalda.
-
Gabi, son amigos. Son mi familia, peque. No van a hacerte
daño.
-
Mami, ¿puedo estar en calzoncillos yo también? – pidió Pedro.
-
No, hijo, y menos con el frío que hace.
-
Jooo.
Marcos sonrió, dándose cuenta en ese
momento de lo mucho que había extrañado a sus sobrinos.
-
Enanos, ¿por qué no vais al salón mientras yo intento calmar
a Gabriel? Está un poco asustado - les dijo.
-
¿Es que había un monstruo debajo de su cama? – preguntó Pedro,
con los ojos muy abiertos.
Marcos intercambió una mirada con su
cuñada, en una conversación muda. “Pesadillas otra vez, ¿no?”. Rebeca le
devolvió un ligero asentimiento.
- No, canijo. Solo que todo esto es nuevo para él.
-
Anda, id con papá – le ayudó Rebeca.
Los niños salieron y Marcos volvió a
intentar que Gabi le soltara, aunque fuera un poco.
-
Tranquilo, monito.
Rebeca estiró la mano para hacerle
una caricia amistosa, pero el niño reaccionó con un sonido gutural y un
mordisco, que atrapó hábilmente la mano de la mujer.
-
¡Au!
-
¡Gabriel! ¡No! – le regañó firmemente, agarrando su pelo como
las otras veces.
El
niño abrió la boca y liberó a su presa. Marcos se agachó y le abrazó lleno de
entusiasmo.
-
Muy bien, pequeño. Muy bien.
-
Vaya, cuánto entusiasmo porque intente comerme – le reprochó
Rebeca, frotándose la mano.
-
No, Bec, perdona. Es que me hizo caso. Le hice que “no” y me
hizo caso. Creo que ya entiende esa palabra. Es un chico muy inteligente.
Gabi
emitió una serie de ruiditos inconexos. Parecían lamentos más que otra cosa, así
que Marcos le acarició la cabeza. Pareció el gesto adecuado, porque el niño se
restregó sobre su camiseta.
-
Es difícil decir quién de los dos se ve más adorable ahora
mismo – se burló Rebeca. Marcos se ruborizó, su cuñada siempre conseguía
sacarle los colores.
-
Siento que te mordiera.
-
No pasa nada. Es una reacción natural para él. Solo se
defiende de lo que considera peligroso. Igual piensa que le queremos separar de
ti, o algo así.
Marcos no lo había considerado. Había
creído que el niño defendía su territorio, pero tal vez estaba defendiendo algo
más. Tal vez le consideraba como “suyo” y no iba a permitir que nadie se lo
robara.
Aunque tendrían que matizar
ligeramente esa apreciación, la idea le produjo un cosquilleo agradable en el
pecho. Era la prueba de que Gabriel quería estar con él. Quizá no lo estaba
haciendo tan mal, después de todo.
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