VII.
Encontrando el Sentido
Me
encontraba sentado en la obscuridad de mi sala. No sabía qué hora era, pero
desde que los niños se habían marchado lo único que pude hacer fue sentarme en
el sofá, mis codos en mis rodillas, mi mentón sobre mis manos.
Todavía
podía oír el llanto desesperado de Daniel, mientras se aferraba a mi pierna
rogando poder quedarse. Aun así, el llanto silencioso de Lautaro parecía ser
más fuerte aun que el del más pequeño. Se aferraba a su oso de peluche
fuertemente, sus ojos desubicados mientras me miraba con incertidumbre sin
despegarse de Logan. Logan, por otra parte, aparentaba una serenidad que me
lleno de temor.
Parecía
haber aceptado aquello, sin mediar palabra simplemente sosteniendo la única
maleta que llevaban. Aunque no se movía del lugar donde le había ordenado
permaneciera, parecía aceptar que ese era su destino. Que mi casa no era la
suya, y que debía abandonar aquel lugar sin inmutarse. Aun así, podía ver el
dolor y la ira en su mirada, podía ver el odio con el que observaba a su madre.
En
ese momento me inundaba el temor y la impotencia. Aunque al principio me negué
a dejar ir a los niños, Diana amenazo con ir a las autoridades. Le daba todo
poder legal sobre los niños al Señor Gullier, y yo no era nadie para poder
impedirlo.
Nos
encontrábamos en plena pelea en medio de mi porche cuando los niños llegaron.
Se quedaron petrificados a medio jardín. Parecían perdidos, confundidos, y
dolidos.
“Mis
amores!” Grito Diana, corriendo a ellos y abrazándoles, aunque Daniel se
escurrió de sus brazos y corrió a esconderse detrás mío. Pude ver el odio con
el que Diana me miraba ante esto, pero simplemente sonrió y se dirigió a sus
otros dos hijos. “Que creen?” Pregunto con una voz condescendientemente dulce,
“Me tengo que ir por un tiempo…cortito…cinco o seis meses, solamente. No es
nada, ¡pero mientras tanto arregle que se queden con el Señor Gullier en ese
tiempo!”
No
podía creer el dolor que esas palabras causaban en mí. Creí que nunca volvería
a sentir dolor desde el día en que tuve que pararme frente a la tumba de mi
Mary por primera vez.
“Yo
no quiero…” Lloro Daniel en una voz suave, escondiendo su rostro en mi pantalón
y aferrándose con sus manitas a él. Puse mi mano sobre su cabello, aferrándome
de alguna forma a la noción de que esto mejoraría, pero sabía que no era
posible.
“Podemos
hacer lo que la señorita dijo,” Me susurro Gullier, escupiendo en el suelo, y
viéndome tranquilamente.
No,
sabía que si llamaban a la policía sería peor. Legalmente no tenía ninguna
autoridad. Legalmente no había nada que pudiera hacer. Me encontraba parado con
respiración agitada y puños cerrados sin poder hacer nada. Vi a Daniel y a
Lautaro, quien se escondía detrás de su hermano, y luego, vi a Logan.
Sus
ojos, de alguna forma, me imploraban hiciera algo…dijera algo. No podía. Tenía
todas las de perder…y perdería a esos niños que se habían convertido en un par
de meses o más importante para mí. No queriendo ver la decepción sabia
encontraría, aparte mi vista y cerré los ojos por un minuto. Mi reacción bastó
para que el niño supiera mi decisión. “Supongo tenemos que irnos ya.”
“Ay,
¡sabía que tú me entenderías!” Exclamo con alegría Diana. “Bien, si tienen todo
vayan con el Señor Gullier.”
“Deja
al menos se lleven sus cosas.” Al fin pude decir algo, mi vos apenas audible.
El
Señor Gullier asintió, aunque Diana pareció confundida ante esto. “Pero…¿no
tienen ya sus mochilas? ¿Que más pueden necesitar?”
“Señorita,
podemos esperar. No es como si hoy vayan a poder hacer mucho en la granja.”
Las
palabras del hombre aquel hicieron que me causaran más dolor aun, sabiendo que
nuevamente los niños perderían la oportunidad de ser niños para convertirse en
empleados de granja, como si estuviéramos en los 1800s nuevamente.
Con
un bufido, Diana accedió. “Pero rapidito que tengo mil cosas que hacer.”
Ordeno, caminando tras de ellos para entrar a mi casa.
“Eh,
alto allí, señorita,” la detuve,
“Ustedes dos se quedan aquí.”
“¡Pero
hace frio!” Exclamo ella, pero antes de poder responder sentí un jalón en mi
pantalón cuando, al pasar cerca mío, Logan tomo de la mano a Daniel y le jalo.
“¡No
quierooo!” Lloro el niño, dejando caer algún proyecto escolar que había estado
sujetando todo este tiempo.
“Daniel,
¡vamos!” Le espeto Logan, mientras sus cachetes se enrojecían en ira. Puse mi
mano sobre la mano del niño mayor y negué suavemente con mi cabeza. Logan bufo,
pero, sin decir más, soltó la mano del más pequeño y entro a la casa, azotando
la puerta en su camino.
Lautaro
se quedó parado, viendo a su madre y el Señor Gullier que susurraban entre
ellos, el lugar por donde se había ido su hermano mayor y luego a mí. Con dolor
debido al frio, me pude arrodillar para ver a Daniel, quien lloraba
sentidamente. “Daniel, hijo, mírame,” le pedí en un susurro, sintiendo el nudo
en mi garganta.
Ese
nudo incremento el momento que el niño me vio, sus mejillas sonrojadas y
mojadas, sus usuales ojos alegres llenos de tristeza y dolor. “No quiero que me
lleven.” Me dijo entre hipidos, “¡Esta es mi casa!”
No
pude decir más, simplemente lo atraje hacia mí en un fuerte abrazo mientras mis
ojos se llenaban de lágrimas. Cerré mis ojos y escondí mi vista lo mejor que
pude de todos, y luego, tratando de tomar fuerzas de donde no las hay, le
separé de mí, “No tienes opción. Ve con tus hermanos y has tus maletas.”
Por
un momento el niño me vio con confusión y con dolor, luego, puso una de sus
manitos en mi mejilla. “¿Me vas a extrañar?”
Hasta
el día de hoy me preguntare como resistí no tomar a los tres niños en ese
momento y huir con ellos a otro país. “Claro.” Le dije con una sonrisa, como si
simplemente fueran a pasar la noche fuera, aunque tenía una piedra alojada en
mi garganta.
Daniel
asintió, tomo aire y se limpió sus propias mejillas. Vio a Lautaro que empezaba
a llorar, como si comenzara a entender con mayor profundidad lo que sucedía, y
le tomo de la mano.
Sin
mediar palabra alguna ambos hermanos entraron a la casa, dejándome literalmente
destrozado en el suelo. Al sentir la mirada de los otros adultos me puse de pie
rogando que el dolor, no solo físico, pero interno que me estaba destruyendo no
se notara. Aunque creo que por primera vez logre ocultar mis sentimientos
gracias al odio y aberración que sentí hacia ellos.
“Eh…mire,
Señor Bellucini,” Empezó el hombre aquel, viéndome por primera vez apenado, “Si
usted quiere visitar a los niños de vez en cuando puede hacerlo.” Y por primera
vez miraba algo de humanidad en él. “Bueno…no tan seguido. Después de todo,
necesito que los más grandes trabajen en la granja y el más pequeño…seguro le
puede ayudar a la doña en algo.”
Y
así la humanidad que había visto en el hombre desapareció. Con eso me confirmo
aún más lo que ya sabía, solo quería a los niños para trabajar en su granja.
Al
bajar, los tres se quedaron parados juntos, aferrándose los unos con los otros,
con Logan aferrándose a una pequeña maleta, Lautaro y Daniel cargando sus osos
como si fueran una barrera protectora.
“¡Ay,
que lindos!” Exclamo Diana, viéndolos bajar, “Pero… ¿no están como que muy
grandecitos para esos juguetes? Digo, no creo que sea lo mejor que los lleven
¿sí? O sea, yo se los regale hace mucho pero no creo que- “
“No,”
Dijo Gullier, viendo a los niños obviamente ya cansado, “déjelos lo lleven y
vámonos ya que demasiado tiempo he perdido.”
Allí
fue cuando todo se vino a pique, Daniel inmediatamente se apegó a mi pierna,
estallando en llanto suplicando quedarse. Mientras tanto, Lautaro empezaba a
llorar, pegado a Logan y aferrado a aquel oso, escondiendo su rostro en él.
“Puedo
cuidar de ellos.” Suplique apenas audible, poniendo mi mano sobre la cabeza de
Daniel.
Y
eso desato el caos. Mis palabras parecieron hacer que Diana perdiera el poco
atisbo de decencia le quedaba e inmediatamente agarro a Daniel de la mano y le
jalo, declarando que ya se iban. Esto hizo que el niño se aferrara a mi pierna
gritando con toda la fuerza de sus pulmones que no quería irse, rogándome por
dejarlo quedarse, mientras Lautaro me miraba con incertidumbre y Logan…Logan
parecía haberse desprendido de todo sentimiento.
Todo
paso tan rápido que me es como una pesadilla de la cual acabas de despertar. No
tienes claro los detalles, pero todavía puedes sentir el temor y miedo puro en
todo tu ser…y lo que más me atormentaba era que no era una pesadilla.
Una
vez metieron a los niños al viejo auto de aquel hombre decidí que lo mejor
sería entrar a la casa, tratar de ignorar el llanto de los niños, las miradas
acusadoras y las palabras vanas y secas de aquella mujer.
No
sé cómo camine hasta el sofá y me deje caer y allí había permanecido recordando
todo lo sucedido una y otra vez, formulando hipótesis en mi cabeza de lo que
debí haber hecho, de los hubiera que nunca sucedieron.
La
tarde le cedió paso a la noche y la noche a la madrugada, y yo seguía en la
misma posición, con lágrimas corriendo por mi rostro. Muchos decían que los
hombres no lloran, pero era eso o emprenderla contra todo lo que tenía a mi
alrededor.
Al
llegar los primeros rayos del sol me pare de aquel lugar y tome las llaves de
mi auto. Había huido de mi vida pasada una vez, podría hacerlo nuevamente.
Podría pedirle a Melissa que vendiera todo por mí, que me enviara el dinero a
mis cuentas y simplemente buscar una caseta en alguna montaña lejos de la
civilización…lejos de toda mujer o niños.
Al
abrir la puerta algo colorido llamo mi atención. Cerca de donde Daniel y yo
habíamos estado parados el día anterior estaba un pedazo de papel con un borde
de paletas de madera colorido.
Curioso,
lo tomé en mis manos y le volteé, y nuevamente sentí mi corazón dejar de latir.
Conocía
bien los dibujos de Daniel, mi congelador estaba lleno de ellos. En el centro
estaba la representación de un hombre, y al lado estaba un niño, grosamente
dibujado a crayolas y con grandes sonrisas en sus rostros tomados de la mano.
Pero no fue el dibujo en sí que me corto la respiración, pero las palabras que
torpemente había escrito Daniel.
Apuntando
al niño con un intento de flecha estaba la palabra “yo” y con otra flecha
decía, “Mi nevo papá”, y abajo, escrito por su maestra, “Gracias por ser mi
nuevo papá. Te quiero.”
Sostuve
con ambas manos aquel dibujo, viendo las palabras papá y te quiero una y otra
vez. Tuve el impulso de salir corriendo e ir tras mis niños, pero luego recordé
las palabras amenazantes de Diana.
Por
la siguiente semana mi mente estuvo en esa indecisión. Con la resolución de ir
por los chicos corría a mi auto, pero una vez en marcha, o una vez dentro, o a
veces sin siquiera llegar a la entrada principal recordaba que no había nada
que yo pudiera hacer.
Después
de todo, su madre había dejado a un respetable hombre de la comunidad para
cuidar de sus hijos durante su ausencia.
Pasaba
de la sala a la cocina, de la cocina a mi habitación, pero evitaba el cuarto de
los niños como si dentro hubiera una plaga. Era como un zombi que no dejaba de
pensar que había hecho mal, o que tal vez me había involucrado demasiado, como
Ícaro que había volado demasiado alto y ahora se hundía en un mar de dolor.
O
tal vez simplemente debía levantarme, sacudirme el polvo de memorias y seguir
adelante sin ver atrás para no convertirme en un tipo de estatua de sal.
Mi
confusión incremento el día en que alguien toco a mi puerta…bueno, aporreo mi
puerta. Al principio no conteste, no quería ver a nadie ni saber de nadie, pero
aquella persona, terca como ninguna otra, casi quiebra la madera por la
intensidad con la que tocaba, hasta que escuche su llamado.
“Gabriel
Bellucini! ¡Sé que estas en casa y si no quieres que entre por una ventana o
algo más te vale que me abras!”
Las
palabras de Melissa me hicieron rodar los ojos y cruzarme de brazos como si
hubiéramos retrocedido 15 años y en vez de ser un hombre en sus treintas no
fuera más que un adolescente asqueado por su hermana mayor.
Silencio
reino por un minuto o dos, aunque podía escuchar el cuchicheo de dos personas.
Genial, o venía con su esposo o a lo mínimo con Dante. Si es que eran un trio
de metidos.
Deje
de escuchar los susurros, para escuchar la voz de mi cuñado que le suplicaba a
su esposa simplemente me esperaran, que capaz no estaba en casa. “Si tu no vas
a la montaña, la montaña viene a ti, amor.” Le escuche decir, “Ayúdame, tal vez
pueda entrar por esa ventana.”
Levante
una ceja, tratando de pensar porque ventana podría entrar. “Amor…pero como vas
a escalar a la segunda planta?” Mi otra ceja subió a acompañar a la otra. No
sabía que había dejado una ventana abierta en la segunda planta, pero tampoco
me imaginaba a mi hermana de casi 50 años escalar a la segunda planta o parada
sobre los flacuchos hombros de mi cuñado.
Antes
de que pudiera hacer una de sus tantas locuras decidí abrir la puerta y me
encontré con ella tratando de hacer una maroma digna de una porrista.
Les
mire divertido por unos minutos, con Michael tratando de convencer a su mujer
de que simplemente esperaran a mi llegada, mientras Melissa trataba de subir
sobre sus hombros. “No es necesario entren por la ventana.” Les dije algo
divertido, con brazos cruzados e inclinado sobre el arco de la puerta.
“Gabriel!”
Exclamo Melissa, soltando el agarre que tenía sobre los hombros de su esposo
haciendo que cayera al suelo boca abajo. “Hermanito hermoso!”
“Melissa.”
Salude con una sonrisa, caminando hacia ella ya que la mujer corría hacia mí.
“Uff…suelta…apretado…” Murmure, una vez la mujer me tuvo en un abrazo de oso,
poniendo mi cara sobre su amplio pecho.
“¡Ay,
pero mírate que flaquito estas, cosita!” me dijo, tomando mi cara con ambas
manos y volteándome una y otra vez. “Pero todo greñudo, ay, ¡mi niño!”
“Melissa…suelta…”
Trate de hablar, aunque tenía los cachetes apretados, haciendo que mi boca
simulara la de un pez. “Hermana…”
“Ves!”
Le grito a su esposo, quien se sacudía y la miraba con ojos achinados, “¡te
dije que mi hermanito me necesitaba!” Le reclamo, suspirando y negando con la
cabeza. “No te preocupes, cosita linda, nos quedaremos hasta el fin de semana.
Me dirás si no recuerdo cuando los niños eran unos bebes, ¡o cuando tenía que
ayudarle a mamá con tu propio traserito!”
Suspire,
una vez Melissa entraba en modo madre conmigo no había fuerza que la parara.
Después de todo, la mujer me llevaba 16 años.
Más que una hermana en muchas ocasiones había sido una segunda madre.
“Melissa,
no es necesario, en serio.”
“Ni
lo intentes cuñadito,” Me dijo Michael, dándome una palmadita en la espalda en
forma de saludo mientras mirábamos como mi hermana entraba a la casa. Podíamos
escuchar su voz hablando de algunos cambios que hacer para hacer la casa más
acogedora. Seguramente murmurando por no haber puesto cortinas en las ventanas.
“Pero sabes, ahora que te veo…tal vez Meli tenía razón, ¿eh?”
No
pude evitar soltar el quejido de mis labios mientras rodaba mis ojos. “Michael,
por favor. Tu no.”
El
hombre solo me sonrió y se encogió de hombros. “No es mi culpa, niño.”
Tener
una hermana mucho mayor que uno tenía sus ventajas y desventajas. Una de ellas
era que mi cuñado me seguía viendo como aquel niño tedioso de 10 años que
rogaba por ir con ellos a todos lados.
Ayude
a Michael a cargas las tres maletas que mi hermana había decido traer para tan
solo 4 días de estadía. Entramos a la casa para escuchar cómo se abrían y
cerraban todos los cajones de mi cocina. “¡Lo sabía!” Grito, seguramente
escuchándonos llegar. “¡Amor, la maleta floreada trae las cosas de cocina que
va a necesitar este niño!”
“¡Enseguida,
mi vida!” Grito Michael, caminando con dicha maleta hacia la cocina. No dije
nada, simplemente suspiré y vi las otras maletas y las deje caer donde estaba
viendo de mala forma mi sofá. A este paso debería de comprar un sofá cama,
pensé.
Me
tire sobre el sofá y tome el mando del televisor, pasando los canales
rápidamente para tratar de olvidar los susurros que venían de la cocina. Veinte
minutos después Melissa salió de la habitación contigua, usando un delantal y
viéndome feliz. “A los niños les gusta la sopa?” Pregunto ilusionada, “Hay una
nueva receta que es muy nutritiva y-“
“No
tengo niños, Melissa.”
“Si,
ya sé que solo son tus vecinos, pero Dante-“
“Dante
no debió decirte ni una mierda!” Grite, airado y dolido, “No hay niños,
¡entiendes! Perdiste tu tiempo, Melissa, ¡tú y Michael perdieron su tiempo en
venir porque ya no están!” Mi respiración estaba agitada, mientras Melissa me
miraba confundida, Michael cruzado de brazos en la entrada de la cocina
viéndome como si era un niño travieso y yo…yo intentaba no tirarme a llorar
cuando los recuerdos de ese maldito día me asaltaban, el llanto de los niños
desgarrándome nuevamente.
Sin
esperar respuesta alguna hui del lugar. Pensé en ir a mi habitación, pero sabía
que Melissa solo me buscaría pasados unos minutos. Era la primera vez que salía
desde lo sucedido y solo pude caminar sin rumbo.
Debí
haber caminado al menos un par de horas, ya que me encontré en el parque aquel.
Caminé hasta el río y simplemente me senté a la orilla de él. Los patos y otras
aves habían emigrado del frio invierno, y seguramente cualquier reptil estaría
invernando. Los únicos animales eran uno que otro cuervo y algunas ardillas que
merodeaban el lugar en busca de comida.
Estuve
sentado en el mismo lugar por horas, pero el frío y la obscuridad me corrieron
del lugar, además de que era hora que regresara a casa. Me encontré a Melissa
sentada en las gradas del porche. Se miraba tensa, pero al acercarme pude ver
como soltó un suspiro en alivio, viéndome con ternura.
“Lo
siento.” Me disculpe sinceramente, sentándome a su lado.
“Está
bien.” Dijo ella, poniendo su mano sobre mi rodilla, “Tengo que dejar de pensar
en ti como mi hermanito chiquito y simplemente como mi hermano adulto.”
Pase
mi brazo por sobre sus hombros en un abrazo, mientras ella se apoyaba en mí.
“Increíble como solía sentarte en mis rodillas y ahora apenas te llego al
hombro.”
“Hubieras
querido fuera todavía un chiquillo para jalarme las orejas, ¿no?” Le dije
divertido, depositando un beso sobre la coronilla de su cabeza. Ella solo rio,
palmeando mi rodilla.
“No
necesito que seas un chiquillo para hacer eso.” Me advirtió, para luego
separarse de mí. Me observo por un momento, poniendo su mano sobre mi mejilla.
“¿Que paso, hermanito?”
Suspire,
besando la palma de su mano para luego levantarme. “Pueden dormir en mi
habitación, yo dormiré en el sofá.”
El
día siguiente nadie dijo nada. Me desperté con el sonido de Melissa haciendo el
desayuno. Aunque hablamos de todo no era nada de importancia, simplemente
dejábamos pasar el tiempo.
Para
la hora de la cena decidí que les invitaría a comer algo, después de todo le
debía mucho a esta pareja. Pensaba llevarlos a uno de los tantos restaurantes
en el lugar, pero claro, como si del destino se tratara Melissa vio la
cafetería de Paula y como si supiera que estaba huyendo de ella decidió que
sería bueno comer allí.
Al
entrar solo pude sentir alivio al darme cuenta que Paula no estaba. Melissa no
paraba de hablar acerca del menú, de los valores nutritivos que algunos platos
tenían y que sería un buen lugar para comer en familia.
“Buenas
noches, disculpen no les atendimos antes.” Sin levantar mi rostro del menú
reconocí la voz, y solo pude cerrar los ojos y tratar de no encogerme.
“Ay,
¡cariño! ¡Pero este lugar es hermoso! Felicita a los dueños.” Le dijo mi
hermana feliz.
“Gracias,
señora.” Respondió la mujer. “Tratamos de hacer lo mejor.”
“¿Tú
les conoces?”
“El
restaurante es de mi familia. Mi abuela lo fundo, paso a manos de mi madre y
ahora lo manejo yo.”
“Michael,
estas escuchando, amor! ¡Es como esas películas románticas donde la chica
conoce al chico y es todo hermoso y lleno de amor!”
Ante
las palabras de mi hermana Paula rio, y no pude evitar levantar mi mirada ante
esto, era la primera vez que la escuchaba reír. Pero al verme, enseguida cambio
todo su porte. De amable y risueña paso a seria y disgustada.
“¡Tienes
valor en presentarte aquí después de lo que hiciste!” Me grito.
Bufe,
viéndola como si de una loca se tratara. “Y que hice supuestamente tú? ¿Evitar
ir preso?”
“¡Prometiste
cuidarlos!”
“¡No
son mis hijos!” Grite de vuelta, no importándome la mirada de todos.
“Allí
esta, felicidades!” Me dijo llena de ironía y aplaudiéndome, “Típico macho,
¿no?”
“No
te veo a ti haciendo algo por ellos tampoco.” Le espete, levantándome de la
mesa.
“Y
crees que no he tratado?” Me dijo, acercándose a mí, “Desde que Logan nació he
tratado, ¿sí? Pero todo el mundo cree que es por celos, ¡o porque simplemente
alguien como Diana es perfecta y linda! ¡Estaba tranquila viéndolos contigo!”
“¡Pues
no!” Grite de vuelta, “¡No! ¿Que querías? Ella es su madre, ¡no hay nada que
pueda hacer!”
“Debiste
hablar con los Gullier! ¡A ellos ni siquiera les gustan los niños! ¡Si hasta se
deshicieron de su propio hijo!”
“¿Y
porque no lo haces tú? Muy fácil simplemente hacer reclamos al extraño del
pueblo, ¿no?”
“Paula,
mi amor,” Un hombre se acercó a nosotros, poniéndose al lado de ella y viéndome
de pies a cabeza. “Estamos haciendo una escena, y por muy bueno que este el
bomboncito aquí…pues como que no es bueno para el negocio, mi vida.”
Paula
suspiro, y ambos vimos las miradas de todos atentos a cada palabra haciendo que
tanto ella como yo nos sonrojáramos. “Disculpen, ¡sigan comiendo…postre gratis
para todos!” Los comensales empezaron a susurrar entre ellos, mientras que
Paula se dirigió a mi hermana y cuñado. “Lo siento…de verdad. La casa paga,
ordenen lo que gusten.”
“Ay,
no, ¡querida!” Empezó Melissa, moviendo la mano como si no fuera nada, “Dile lo
que quieras, ¡me has dicho más de lo que paso en estos últimos minutos que lo
que he podido sacarle en todo el día!”
“Disculpe,
de verdad.” Se disculpó nuevamente, tomando la libreta que había tirado en
algún punto sobre nuestra mesa.
“Tranquila,
se cómo puede sacarlo de quicio a uno este niño.”
“Eh...sí...”
Paula no supo que decir, viéndome un tanto confundida haciéndome suspirar.
“¿Tus padres?”
“Mi
hermana Melissa y cuñado Michael.” Le dije secamente mientras me sentaba
nuevamente.
“¡Oh!”
Dijo ella, apenándose aún más, “De verdad, pidan lo que quieran, la casa paga.”
Y con esas palabras salió casi corriendo hacia la que suponía era la cocina.
“Así
que en nueve meses te hiciste de una familia, ¿hmm?”
Fulmine
a mi hermana con mi mirada, ella pareció entender ya que volteo a ver el menú
con Michael hablando de que la calidad de la comida parecía prometedora.
El
resto de la noche paso de esa forma, con platicas sin ninguna importancia. Creí
que no se hablaría más del asunto, pero no fue así. Esa noche me encontré
parado en el porche observando la casa donde solo apenas unos meses atrás Diana
y sus hijos habían habitado.
Tan
ensimismado estaba que solo pude dar un salto digno de un gato al sentir una
mano en mi hombro. Mi susto paso a alivio cuando vi a mi hermana parada tras
mío, usando una de sus batas florales y tendiéndome una taza de leche
chocolatada.
“La
habitación de los niños es muy linda.” Sus palabras no me sorprendieron.
Melissa era muy curiosa, siempre lo había sido. Mi respuesta a su comentario
fue tomar un largo sorbo de la bebida caliente. “Gabriel, que paso,
¿hermanito?”
No dije nada, simplemente observé el cielo por
un momento y cualquier cosa que estuviera lejos de la mirada inquisitiva de mi
hermana. Pasaron al menos diez minutos en un silencio incómodo, hasta que
finalmente decidí ser sincero. “Se los llevo…su madre.” Y con esto, solté todo
lo que había pasado, desde cómo habían llegado a mi vida por una ventana rota,
hasta el terror que sentí esa noche en el hospital y lo que paso durante todo
ese tiempo.
Al
terminar, pude ver varias lagrimas escurrirse por las mejillas regordetas de
Melissa, que trataba de disimular su tristeza. “Ellos están bien, Meli,” Le
dije, pasando mi brazo por sobre sus hombros en un abrazo.
“No,
tu sabes que no lo están con ese horrible hombre.” Me dijo, “Y tu tampoco lo
estás, corazón.”
“Voy
a estar bien.” Le dije, aunque me lo dije más a mí mismo que a ella. Su mirada
fue toda mi respuesta, y solo pude suspirar. “Que?”
“Solo
que…no entiendo que paso contigo?” me dijo con voz triste, “Siempre peleaste
por lo que querías, por lo que pensabas era justo y bueno y ahora…te dejas
vencer así nomas. Simplemente…no entiendo, de verdad.”
“Que
quieres que te diga?”
“No
quiero que me digas nada, Gabriel. Pero piénsalo bien, esos niños te necesitan
y tu…simplemente te dejas vencer.”
No
dijo nada más y entro a la casa, dejándome solo con mis pensamientos.
El
día siguiente nadie dijo nada de lo sucedido. Michael y Melissa hablaban de las
actividades que sus hijos hacían y de todo y nada mientras me sentaba a
escuchar lo que decían.
No
sé cómo me encontré pensando en la plática de la noche anterior y subí a la habitación
de los niños. Había uno que otro calcetín en el sueño y algunos colores tirados
en una de las mesas, pero fue la cama de Logan que más me llamo la atención.
Escondido
bajo su almohada estaba el peluche que creí había botado. Lo tome en mis manos y
le observe por un minuto o dos. Melissa tenía razón. No podía simplemente
cruzarme de brazos y hacer nada. Me di la vuelta decidido a traer a mis niños y
me encontré con Melissa y su gran sonrisa.
“Michael
ya tiene el auto listo.”
No
recuerdo bien el camino, pero si recuerdo llegar a la granja aquella. El perro
ladrando, la vieja saliendo de la casa, todo igual excepto que detrás de la
mujer se asomó un muy tímido Daniel, con la carita tristona. Al verme, sin
embargo, su cara se ilumino y salió corriendo antes de que pudiera aparcar. En
realidad, no recuerdo siquiera haber aparcado. Me tire del auto y abrace
aquella cosilla como si fuera el tesoro más grande del mundo.
Pronto
se me unió Lautaro al abrazo, sujetándome fuertemente sobre mi cintura, mientras
yo le pasaba un brazo por sus hombros, levantándole un poco del suelo. Creo que
fue hasta ese momento que me di cuenta cuanta falta me hacían esos pequeños y
que tan solo me había sentido.
Una
vez puse a Daniel y a Lautaro de vuelta en el piso me di cuenta de que faltaba
uno y, levantando mi vista hacia el granero le vi, parado con incertidumbre
desde la entrada del granero, viendo al Señor Gullier que se encontraba parado
de brazos cruzados.
“Son
adorables.” Escuché a Melissa decir, parada a mi lado y dándole un abrazo a
Lautaro, aun así, reconocí la mirada en sus ojos. Si estuviéramos en tiempos
medievales, tendría una espada o un arco y flecha y estuviera lista para matar
a la pareja de viejos que nos observaban.
“Me
alegra que viniera.” Me dijo la Señora Gullier en forma de saludo, viendo con
enojo a su esposo.
“Claro
que vinimos!” Le reto Melissa, viéndose indignada y apretando su agarre en
Lautaro, “Espere… ¿le alegra?” Me miro incrédula para luego ver a Michael quien
se había parado junto al auto a ser solo un espectador. “Amor, eso dijo, ¿no?”
“Porque
no tomamos una taza de café mientras hablamos?”
Bien,
o estaba en un universo paralelo o me encontraba en algún programa de bromas.
Diez
minutos más tarde me encontraba sentado en la pequeña mesa de comedor de los
Gullier mientras mi hermana y la señora intercambiaban una que otra receta. El
señor Gullier y yo intentábamos no mirarnos a la cara mientras que Michael
luchaba por no verse tan incómodo como evidentemente se sentía.
Habían
enviado a los niños a hacer algunos deberes, y aunque al principio se habían
rehusado los había terminado convenciendo que sería lo mejor…bueno, a Lautaro y
a Daniel, Logan se había mantenido lejano a todo, aun así, estaba seguro que
estaban cerca tratando de escuchar lo que pasaba con los adultos.
“Creo
que ya es hora de que se vayan.” Dijo de la nada el Señor Gullier.
“¡John!”
Exclamo su mujer, antes de que cualquiera de nosotros pudiera decir algo. “Ya
lo habíamos discutido.”
“¿Qué
quieres que le diga a su madre, Rebecca?” Dijo el hombre molesto, “¡Ella confió
en nosotros!”
“¡Por
favor! No me veas la cara de tonta. Nunca creí decir esto, pero la loca de
Paula tenía razón, esa mujer no está cuerda.”
No
sabía que tenía que ver Paula en todo esto…ni que estaba pasando tampoco. Quise
intervenir, pero antes de poder hacerlo sentí la mano de Melissa sobre mi
rodilla, quien me pedía silenciosamente mi silencio.
“Bueno,
¿pero qué quieres? Necesito la ayuda, mujer.” Siguió su esposo, a lo que a todo
esto la señora Gullier se levantó abruptamente y golpeando la mesa, haciendo
que nuestras tazas y cucharas resonaran.
“¡Me
tienes harta, John! ¡Tú y tu granja me tienen harta! ¡Bien podemos vender todo
esto e irnos con nuestro hijo a la ciudad!” Grito ella, “Esta granja da más
gastos que otra cosa, ¡y esos chamacos me dan más trabajo que otra cosa! ¿Crees
que no me sofoca escuchar sus lloriqueos?”
“Ya
te dije que se les iba a pasar. No van a llorar para toda la vida.”
“¿No?
Por Dios, ya no estoy para ser madre. Estoy harta de encontrar las cosas
salivosas, o verlos lloriqueando, o…o…John, por favor…estos niños solo van a
sufrir más con nosotros. ¿Y qué? ¿Piensas pasarte la vida castigándolos por
llorar o ser miserables?”
Pude
sentir la tensión surgir en mi cuerpo a sus palabras, listo para brincar y
liarme a golpes con Gullier, pero este suspiró cansado y por primera vez pude
ver la cantidad de años que realmente tenia. Era un hombre de otra época, en
sus sesenta años, con poco cabello, muchas arrugas y bastante cansancio.
La
pareja se mantuvo callada, retándose mutuamente con la mirada hasta que
finalmente la mujer tomo asiento y decidió sorber su café mientras su esposo
jugaba con los tirantes de su overol.
No sabía
qué hacer ante el silencio incomodo, hasta que vi la mirada de Michael y
Melissa dirigida a mí. “Sé que…talvez no es mi lugar ni debería entrometerme,
pero…” No sabía que decir, no sabía cómo hablar hasta que vi las tres cabecitas
que se asomaban por la puerta, “Su lugar está conmigo.” Dije simplemente,
viéndoles, abriéndome por primera vez desde la muerte de Mary. “Sé que no soy
su padre ni tengo derecho legal, pero…es lo mejor para ellos.”
La
pareja intercambio una mirada, hasta que vi al Señor Gullier suspirar, tomar su
gorro y ponérselo nuevamente, haciendo que los tres chiquillos huyeran del
lugar. “No lo sé, Señor Bellucini,” Me dijo finalmente, “Talvez sea lo mejor
para esos niños, pero su mamá…”
“Amo
a esos niños.” Le dije finalmente, esforzándome por no romper en lágrimas,
recordando lo que mi abuelo siempre decía. Los hombres no lloran…pero este era
un hombre que lo había perdido todo y había encontrado su felicidad y sus ganas
de vivir en esos tres picarones.
A
mis palabras les acompaño un silencio algo incómodo, o por lo menos incómodo
para mí. Melissa me miraba como si había descubierto la cura a la peor de las
enfermedades, Michael como si había resuelto el problema a la hambruna mundial
y yo me sentía como si estuviera devuelta en el 6to grado después de dar una
presentación.
Esa
noche, después de lo que parecía un largo tiempo, acosté a los niños en su
cama. Logan todavía no me hablaba, pero como me había dicho Melissa durante la
cena, solo debía darle tiempo.
Me
quede un buen rato observándolos, sintiendo toda la paz que no había sentido en
mucho tiempo. Mi hermana y cuñado todavía dormían en mi habitación, así que
baje a la sala y me acomode en el sofá. Me había quedado ya dormido cuando
sentí una pequeña manito tocando mi hombro. Desperté en medio de la obscuridad,
aunque pude distinguir a Daniel gracias a la luz que entraba por las ventanas.
“¿Puedo
dormir contigo?” Me dijo, ladeando su cabecita, su pulgar en su boca y
abrazando su peluche.
“¿Aquí?”
Le dije, algo divertido, sentándome un poco para verlo mejor. Como toda
respuesta el niño se subió al sofá, así que solo lo ayude a sentarse sobre mis
piernas. “No te gusta tu cama?” Pregunte divertido, viendo como simplemente se
acomodaba para estar acostado sobre mí, su peluche pegado a su pecho y su cara
sobre mi estómago.
Viendo
que no me diría nada más, simplemente le empecé a sobar su cabello y su
espalda. “Puedo hacerte una pregunta?”
Su
voz me sorprendió, ya que creí estaba completamente dormido. “Claro que sí,
hijo. ¿Que querías preguntar?”
No
me respondió por un momento, así que simplemente seguí sobando su cabello y
espalda. Suspiro y, apoyando su manito sobre mi estómago se impulsó para poder
verme directamente a la cara. “Logan dijo que no era buena idea…pero…puedes ser
mi papá? ¿Aunque seas mi papá de mentiras?”
Me
quede sin respiración por unos instantes, no podía creer lo que escuchaba.
Abrace a Daniel con todas mis fuerzas, besándole la frente mientras trataba de
no llorar. “Sería un honor ser tu papá, mi vida.”
Daniel
simplemente se aferró a mí, poniendo su dedito nuevamente en su boca, “Gracias,
papi.”
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