CAPÍTULO 19: La muralla
Cuando me calmé lo suficiente para dejar de llorar por
completo, me separé de él, terminé de colocarme la ropa y me tumbé en la cama.
Había empezado a construir una muralla imaginaria para
poder encerrarme dentro. Intenté alejar cualquier pensamiento positivo, porque
era un muro hecho a base de autocompasión y cualquier buen sentimiento podría
destruirlo.
Hay un estado de ánimo ambiguo entre la apatía, la
tristeza y el enfado que no tiene nombre, o al menos yo lo desconozco. Es eso
que sientes cuando no estás molesto con alguien, pero tampoco le quieres cerca
y, si esa persona te forzase, entonces sí te enfadarías. Koran se había apartado un poco al notar que
yo me cerraba metafórica y literalmente. Me hice un ovillo sobre la cama y él
se colocó en el otro extremo, como para darme mi espacio, pero sin llegar a
irse.
Me había subido los pantalones por puro orgullo,
porque no quería estar en ropa interior delante de él, pero me arrepentí
enseguida. En primer lugar, ya me había visto desnudo, así que no tenía mucho
sentido. Pero, además, con el paso de los minutos, lejos de dolerme menos, me
dolía más, hasta el punto de que solo quería quitarme cualquier prenda y
meterme en una piscina llena de agua fría.
Creo que Koran vio que empezaba a revolverme, porque
se acercó y puso su mano en mi mejilla en un gesto de contención o de cariño o
no sé bien de qué, pero le aparté. Le escuché suspirar y, en vez de darse por
enterado, se tumbó a mi lado, de costado, mirándome fijamente.
-
¿Te duele? – susurró.
-
Cada vez más – protesté, con rabia.
-
Sin el inhibidor, está volviendo tu hipersensibilidad – me
explicó. – Tarda un rato en regresar por completo. Espera – rebuscó en su
bolsillo y sacó la puñetera ventosa. Me la tendió y en un acto reflejo la
agarré y la tiré contra la pared, soltando un gruñido.
Koran se enfureció, obviamente, y
sentí el impulso de taparme con las manos para no recibir otra palmada.
– Eso ha sido muy estúpido – me regañó. – Debería
dejarte así por malcriado. Pero en cinco minutos te dolerá demasiado.
Se levantó a por el aparato y me lo colocó él mismo en
la frente, echándome una mirada retadora, como diciendo “atrévete a
impedírmelo”. El enfado se le pasó casi de inmediato, sin embargo, porque
volvió a echarse a mi lado.
-
¿Mejor? – me susurró.
Debía reconocer que sí.
-
Pero aún me duele un poco – me quejé.
-
Ah, ¿será porque alguien te castigó hace menos de media hora?
– preguntó, como si tuviera dudas. – Digo, igual es por eso.
Saqué la almohada de debajo de mi cara y le golpeé con
ella.
-
¡Oye! – se rio y me la quitó sin ninguna dificultad para
devolverme el ataque.
-
No es gracioso – bufé.
-
Ya sé que no – respondió, más en serio. – Pero que todavía te
moleste un poco es normal. Te prometo que para esta noche habrá dejado de ser
un problema, ¿bueno? No soy tan bestia.
Una parte morbosa de mí sentía curiosidad y quería
ponerse delante de un espejo. Estaba bastante seguro de que no me había dejado
señales, pero quería ver si se notaba. ¿Estaría rojo? Me ruboricé.
De repente y sin esperarlo sentí un beso dulce y
cálido en la frente.
-
Es todo un lío ahí dentro, ¿mm? – me dijo, refiriéndose a mi
cabeza. - ¿Te gustaría un abrazo?
Tras dudarlo un poco, asentí. Koran me rodeó con sus
brazos y me apretó suavemente y fue entonces cuando empecé a sentirme algo
mejor, como si todo estuviera por fin en su sitio. Aunque no quería, mi muralla
se iba derrumbando lentamente. Y, como por arte de magia, mis ganas de echarme
a llorar otra vez aumentaron. Lo único que me impidió hacerlo fue la sorpresa:
Koran comenzó a arrullarme como si fuera un niño pequeño. Me hacía caricias
lentas y emitía ruiditos que solo podía describir como ASMR (Autonomous Sensory
Meridian Response) Es decir, sonidos que buscaban producir en mí una respuesta
biológica. Mi madre, en los últimos meses, hacía muchas movidas de esas, decía
que no había nada más placentero que el sonido de dos sábanas al frotarse.
Mientras Koran bisbeaba, yo arrugué la sábana entre mis dedos y probé a
hacerlo. Era muy relajante y sobre todo me recordó a ella. Cerré los ojos. Casi
la podía imaginar allí conmigo.
Tiré suavemente de uno de los piercings de mi labio.
Jugué a morderlo y a soltarlo, eso también solía relajarme. Luego me los quité,
intuyendo que me iba a quedar dormido, y los dejé sobre la mesita. Allí había
un vaso y lo deslicé varias veces sobre la superficie que, por el ruido, debía
de ser de metal, aunque me había parecido de plástico.
-
¿Qué haces? – me preguntó Koran, extrañado.
-
ASMR.
-
¿El qué?
-
Sonidos agradables que te relajan y te producen un
cosquilleo.
-
Oh. ¿Y funciona? – se interesó.
-
Es mejor cuando otra persona lo hace por ti y así solo tienes
que concentrarte en lo que escuchas.
A los pocos segundos, empecé a oír un
ruidito suave que no supe identificar. Me giré un poco y vi a Koran frotando
sus manos una contra la otra, con una cadencia suave. Sonreí y cerré los ojos.
-
Sistema – le escuché decir, muy bajito. – Reproduce… ASMR. Y
baja la luz – pidió.
La habitación se oscureció y se llenó
de sonidos sibilantes y golpeteos suaves. Suspiré. Realmente tenía un efecto
físico sobre mí.
Koran empezó a hacer dibujitos en mi
espalda con un dedo y en ese punto mi mente se olvidó por completo de cualquier
cosa, y se quedó en blanco en el limbo más apacible en el que había estado
nunca.
Creo que Koran se pensó que ya me
había quedado dormido, porque me apartó suavemente el pelo de la cara. Abrí un
ojo y me encontré de lleno con su sonrisa. Me dio otro beso en la frente.
-
Me gusta esto – confesó. – ASMR… Es hipnótico.
Asentí.
-
A mamá le gustaba – susurré.
Él me apretó más como toda respuesta.
-
Siento no haber… siento no haber estado – murmuró.
-
No podías saberlo. No es tu culpa.
Me mimó un rato más en silencio.
-
¿Me perdonas por eso y no porque te haya dado unos azotes? –
inquirió al final.
-
Si sigues haciendo eso en mi espalda, tal vez te perdone.
Escuché vibrar su risa dentro de su
pecho, pero no llegó a reírse en voz alta.
-
No hice nada de lo que no te hubiera advertido, ¿no?
Eso era innegablemente cierto.
-
Humpf – me quejé, demasiado aturdido como para elaborar una
respuesta más elocuente.
-
Duerme un rato, pequeño. Aunque ya no falta mucho para la
cena.
-
No tengo hambre – respondí, suplicando porque me dejara
tranquilo, aunque solo fuera en aquella ocasión.
-
Pediré algo y lo dejaré en la mesita por si te despiertas y
quieres comer – me informó. Tiró de las sábanas hasta arroparme bien y después
continuó con los mimos que tanto me estaban gustando. - Este es un mundo
complicado, Rocco, lleno de rangos y jerarquías y protocolos. Somos bastante
ordenados, y metódicos y te costará un poco aprenderlo todo. Pero sé que podrás
hacerlo – me aseguró. - Estoy orgulloso de cómo le respondiste a esa mujer.
Estoy orgulloso de lo buen muchacho que eres.
Me hice el dormido, porque así podía esconder mejor la
vergüenza que me entró por aquel halago inesperado.
Hermoso capitulo.... Me encanta esta historia está genial
ResponderBorrarCathBluered
Ya quiero leer el próximo! Me gusta tu historia 💖💖
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