VI.
Regalos de Permanencia
La
semana después de la visita inesperada de Diana fue la calma antes de la
tormenta. No queriendo pensar en lo que el futuro traería, empecé a trabajar en
mi lista de cosas por hacer.
Ese
viernes mientras los niños estaban en la escuela, me dedique a hacer las
compras que necesitaría; quería mi cama de vuelta. A mi lista ya larga se le
añadió cosas que jamás había pensado. Si tenían una cama para cada uno también
necesitaban sabanas y colchas…y almohadas. Pensando en ropa de cama recordé el
pobre estado de la ropa de ellos.
Compre
al menos unas tres mudadas para cada uno adivinando sus tallas, además de un
par de zapatos deportivos y otros más formales por cualquier cosa. En la última
tienda traté de elegir lo más rápido que pude, pero antes de pagar hubo algo
que llamo mi atención.
Talvez
Logan estuviera muy grande para eso, y posiblemente Lautaro también…pero Daniel
no. En uno de los tantos mostradores de aquella tienda tenían varios peluches
de todo tipo y tamaño. Desde pequeños perritos y gatitos hasta algunos con
forma de carros y flores. Pero fueron tres específicos que llamaron mi
atención.
Un
tanto separados del resto, como aislados del mundo, había tres ositos. El más
grande de ellos tenía un listón rojo a cuadros, con un suave color café
mostaza, del otro lado uno que se miraba un tanto gruñón con un listón azul, su
material un poco más claro y de tamaño medio. El más pequeño de todos era de
color claro, casi beige, con un pequeño moño café.
Mientras
los observaba no podía sino pensar en los tres niños. Si bien lo más probable
era que después de esa semana regresaran con su madre, solo podía esperar que
los niños tuvieran algo a que aferrarse…que supieran que no importando el que,
tendrían a alguien para ellos.
Minutos
después me encamine a mi camioneta con los tres peluches entre las cosas que
había comprado para ellos. Una vez en casa empecé a preparar la que por ahora
sería su habitación.
Por
algún motivo quería que todo estuviera lo mejor posible. No había dedicado
tanto empeño a algo desde el cumpleaños 28 de Mary, pero allí me encontraba.
Acomodando los muebles, arreglando la cama de cada niño. Guardando sus nuevas
ropas mientras asignaba un espacio para cada uno…y botando algunos de los
harapos que tenían como ropa también.
Incluso
instale una repisa para poner unos cuantos libros que había comprado para
ellos…más que todo uno de cuentos y unos cuantos para pintar. Había notado que
los tres disfrutaban pintar.
Al
acabar de acomodar todo solo me quedaba la bolsa con los tres peluches. Me
debatí si dejarlos todos sobre la pequeña mesita que había comprado que dividía
la cama de la litera, o si mejor los colocaba sobre la repisa a un lado de los
libros. Los acomodaba una y otra vez, pero…algo simplemente no ajustaba.
Finalmente,
observe las tres camas. Había elegido cobertores iguales, pero de diferentes
colores. Azul para Logan, verde para Lautaro, y rojo para Daniel. Creí que lo
mejor sería que Logan y Lautaro usaran la litera, por ser mayores, y había
comprado una cama con barrotes para Daniel. Agarre el peluche más grande para
Logan y lo puse en la litera superior, el mediano lo tome para Lautaro y lo
deje en la misma posición que el otro. Justo cuando deje al más pequeño sobre
la cama que ahora era de Daniel escuche la puerta principal abrirse y dar paso
a risas y gritos.
Sonreí,
tomé las bolsas plásticas llenas de basura y, cerrando la puerta de la
habitación salí al encuentro de los niños. Por alguna razón me encontraba
nervioso de la reacción de los niños. Mientras ellos merendaban entre broma y
broma y uno que otro juego inocente-aunque algo asqueroso, normal entre
varones- no podía dejar de pensar como decírselos.
Una
vez terminaron de comer y antes de que pudieran salir corriendo finalmente les
dije, “Tengo algo que mostrarles.” Pensé había sonado tranquilo y conciliador,
pero por lo visto había fallado épicamente ya que los tres se vieron entre sí.
“Yo
no fui!” Defendió Daniel, solo para que sus hermanos le vieran algo molesto. No
sabía si lo decía por alguna razón válida, pero decidí omitir todo eso y
simplemente les indiqué que me siguieran.
No
creí jamás haberme encontrado tan nervioso ante algo tan…ridículo, tal vez. Una
vez parado frente a la puerta de la recamara, con los tres niños detrás mío
pensé como decírselos. Había estado ocupado en todos los detalles, pero no
había pensado en como presentarles la idea. De una forma sentía que
prácticamente les aseguraba con esto que no volverían con su madre…cosa que no
era así.
Fue
la mano calentita y pequeña de Daniel, agarrando un puñado de mi camisa que me
saco de mis pensamientos. Bajé mi mirada y no pude sino sonreír al verlo allí,
con su cabeza ladeada y su pulgar en la boca.
Abrí
la puerta y simplemente me pare a un lado para dejarles espacio a entrar. Sus
reacciones, aunque similares, fueron diferentes. “Un osito!” Como si supiera
que era de él, Daniel corrió hacia la que ahora era su cama y, subiéndose a
ella tomo su peluche y lo examino cuidadosamente. Lautaro, con ojos grandes de
asombro, camino por la habitación. Vio la estantería y, tomando uno de los
libros para colorear de autos, sonrió ampliamente.
Fue
Logan quien me preocupo aún más. Observaba todo con ojos grandes, pero al fondo
había temor y desconfianza. No entraba a la habitación, pero se encontraba
desde el quicio de la puerta sin moverse.
“¿Esta
ropa es nuestra?” Pregunto Lautaro, quien había dejado el libro sobre una de
las mesas y ahora abría las gavetas y closets del lugar.
“Si.”
Le dije simplemente. “Esta es su habitación de ahora en adelante.”
“Señor
Bellucini…” Logan se miraba contrariado, como si dentro de él se desatara la
más grandes de las batallas. Sus ojos antes secos empezaban a inundarse de
lágrimas, sus puños cerrados mientras su respiración empezaba a agitarse.
“Gracias…pero…no podemos aceptarlo.”
Le
mire fijamente, por alguna razón esperaba esta reacción de él, pero no esperaba
que doliera tanto. “No veo porque no.” Le dije, encogiéndome de hombros y
cruzando los brazos.
“Mamá
vendrá pronto y…tendremos que regresar con ella.” Sus lágrimas empezaban a
caer, mientras escondía su rostro de mí.
“Bueno…tendrán
un lugar nuevo para estar si no quieren estar en casa.” Le dije simplemente,
“Así cuando ella no este, o no puedan quedarse en casa, pueden quedarse aquí.”
Mis
palabras parecieron reconfortarlo un poco, asintió, pero no hacia intento por
entrar. “vamos, campeón,” Le dije, poniendo mi mano sobre su hombro, “No me
digas que no tienes curiosidad por ver la habitación tú también.”
Sonrojado,
me vio de reojo y me dio una sonrisa apenada.
“Yo
también tengo un oso?” Pregunto Lautaro con ilusión, corriendo hacia donde yo
estaba, mientras Daniel hablaba sin parar con su nuevo amiguito.
“Claro
que sí.” Le dije con una sonrisa, “Mira en tu cama.” Le apunte con mi dedo,
haciendo que corriera hacia ella.
“GUAAAU!!”
Exclamo el niño, abrazando su oso y luego viendo a Daniel con picardía. “Lo
mejor es que si te haces pipi otra vez no me vas a mojar!”
Daniel
le vio con un poco de enojo, sacándole su lengua antes de contestar. “¡Ya no me
hago pipi en la cama! ¡Ya estoy grande!”
“Si
te haces pipi!” Respondió Lautaro, sacándole la lengua, pero luego se concentró
en meterse en su cama y estudiar cada rincón de ella, esmerado por el ‘techo’
de esta.
“Tú
también tienes uno.” Le dije suavemente a Logan, observando como estudiaba el
lugar.
“Que?”
pregunto, viéndome algo sorprendido.
Mi
respuesta fue tomarlo por debajo de sus axilas para dejarlo en la cama superior
de la litera. El niño parpadeo, viendo hacia abajo a mí y a sus hermanos para
luego tomar el oso que había dejado allí. “Sé que tal vez ya estés muy grande
para ellos,” me defendí, mi cara ruborizándose un poco, “Pero…bueno…si no lo
quieres se lo puedes dejar a tus hermanos.”
Logan
inconscientemente atrajo el oso hacia el protectoramente, “Eh…mejor no.” Me
dijo como respuesta, “Este…si se lo doy a Daniel, Lautaro se puede molestar.”
Asentí,
sabiendo que eso era solo una excusa para conservarlo. Sin embargo, saber que
el niño quisiera un regalo, aunque infantil me hacía feliz. Había comprado cada
uno de esos objetos pensando en cada uno de ellos y sus gustos…aunque todavía
tenía que conocerlos mejor.
Esa
noche arrope a cada uno de los niños individualmente, viendo cómo se acurrucaban
felices en sus camas. Daniel y Lautaro tenían a sus osos en sus brazos,
mientras que Logan lo había escondido en algún lugar. Me entristecí un poco al
saber aquello, pero recordé que fuese como fuese, el niño después de todo tenía
ya trece años. Dejaba de ser niño para ser un adolescente.
Lo
mejor de todo, es que pude, después de tantos días, volver a dormir a mi cama.
Los
siguientes tres días pasaron en un parpadear. Me di cuenta que, por mucho que
intentara, mantener la habitación de tres niños en un estado decente era
imposible. Aun mas, las peleas por cosas sin importancia parecían aumentar
entre más cómodos los niños se encontraban.
Descubrí
que Daniel no solo era un parlanchín, pero típico de los hermanos menores, era
un cotilla. Quería saber todo lo que pasaba a su alrededor, aunque no le
entendiera, metiéndose aun entre los cuadernos escolares de sus hermanos. Esto,
en sí, traía un problema con Lautaro.
Normalmente
el niño era tranquilo, pero descubrí que no le gustaba tocasen sus cosas. No sabía
si siempre había sido así, o era el hecho de que por primera vez en su corta
vida tenía algo suyo que no debía compartir.
Al
día siguiente de que les di la habitación, me encontraba terminando de quitar
rastros de maleza del patio trasero. En cualquier día empezaba a nevar y no me
encontraba tranquilo teniendo una piscina vacía y al descubierto con tres niños
curiosos y traviesos.
Estaba
en el patio cuando escuche los gritos y llantos. Tiré todo lo que tenía en mi
mano y corrí lo más rápido que pude, pensando lo peor. Para mi asombro, Logan
estaba tranquilamente viendo la televisión sin inmutarse al llanto de uno de
sus hermanos.
Subí
las escaleras de dos en dos y me encontré con ambos niños menores llorando en
el pasillo. Daniel se sobaba la cabeza mientras Lautaro abrazaba su peluche
como si fuera un lingote de oro, también en llanto.
Al
verme llegar, con el corazón en la mano debo añadir, ambos niños corrieron a mi
apuntándose mutuamente mientras trataban de acusarse. Poco a poco empezaban a
gritar, tratando de que escuchara a uno antes que el otro.
“Bueno,
bueno, ¡ya!” Trate de calmar, aunque fue en vano. Por lo poco que podía
entender, Lautaro había empujado a Daniel -quien se había golpeado con algo que
terminaba en a o en d, ¿o era una b? -
ya que este último había tomado sin permiso el oso de Lautaro y lo había
ensuciado de algo que realmente no quería saber que era por su aspecto.
A
ese incidente se le sumaron otros más similares a ellos. Tal vez era el hecho
de que en todo el tiempo que los niños habían estado conmigo estaban ocupados
haciendo algo, o tal vez no me había percatado jamás de las peleítas de ellos.
Pase de vecino a cuidador a réferi.
“yo
estaba aquí primero!” Los gritos de Logan casi me hacen caer de la escalera
donde estaba.
“Pero
eso no me gusta!” Por lo visto Lautaro era el otro que estaba involucrado.
“NOO!
¡Yo quiero ver otra cosa!” Y Daniel también estaba involucrado.
Suspirando,
bajé de donde estaba y me dirigí nuevamente a hacerle de réferi.
Una
vez llegué me encontré a Lautaro y Logan forcejeando por el control del
televisor mientras Daniel trataba de integrarse a la pelea.
Media
hora más tarde, Daniel peleaba por Logan debido al baño…aparentemente el más
pequeño no podía usar uno de los otros dos baños disponibles.
Lautaro
y Logan peleaban por quien tenía el turno de lavar y secar los platos. Daniel y
Lautaro peleaban por quien se había sentado en ese especifico punto primero.
Daniel y Logan peleaban por que el mayor no quería jugar con el menor.
En
fin, peleaban constantemente y me volvían locos, haciéndome preguntar porque
simplemente no les dejaba quedarse en su casa y cuidarlos de lejos mientras su
madre regresaba.
Pero
ni dos minutos después de que ese pensamiento cruzara mi cabeza, hacían algo
que me recordaba por qué.
Lautaro
y Logan buscaban la forma de ayudarme en lo que fuera, con Daniel tratando de
no quedarse fuera de la ayuda. Logan le leía a Daniel, su suave vos inundando
la habitación y llegando hasta donde yo estaba.
Daniel
pintaba tranquilamente y me presentaba con lo que el admiraba como una de sus
obras maestras, Lautaro me contaba de sus clases con una gran sonrisa,
presentándome el 10 que había sacado en matemáticas después de que le había
ayudado. Los tres jugaban en la sala después de la cena, llenando la habitación
con sus risas. Daniel, abrazado de su osito y chupando su pulgar, me buscaba en
la noche, abrazándose a mi lado mientras se dejaba vencer por el sueño.
Los
momentos fueron incontables en esa semana. Pareciera que los niños llevaran
toda su vida viviendo conmigo. A pesar de las peleas y pequeñas discusiones sin
sentido, los tres de alguna forma me hacían sentir que todo volvía a tener
sentido.
El fin de semana llego y, queriendo sacarles
de la casa, nos dirigimos al parque del pueblo. Aquel parque no tenía nada de
pequeño, con 51 hectáreas, un pequeño rio cruzaba el parque aquel que estaba lleno
no solo de flora, pero de cenadores, caminos para recorrer, patos, gansos,
cisnes y un sinfín de actividades para agotar a tres niños.
Para
mi sorpresa los niños nunca habían ido así que sin pensarlo dos veces los monte
a mi camioneta y fuimos a pasar el domingo por la tarde aquel lugar. Diana
debía regresar dos días después, y por alguna razón, no podía dejar de pensar
en ello. Había algo que me inquietaba y preocupaba, como un presagio a algo
malo por venir.
Trate
de dejar mis pensamientos aparte y simplemente disfrutar de la tarde con ellos,
que animadamente corrían de un lado a otro, con Daniel señalando cada pato o
ardilla que miraba y corriendo para tratar de atraparlo.
Lautaro
y Logan no se quedaban atrás, corrían para un lado y otro, usando toda su
energía contenida. A pesar de no tener una pelota o un frisby o algún otro
juego, ellos estaban completamente contentos, con Lautaro tratando de enseñarle
tanto a Daniel como a Logan como pararse de manos.
“Hola,
extraño.” Me había captivado tanto verlos jugar que al escuchar una nueva voz a
mi izquierda no pude hacer más que brincar del susto.
“Paula!”
Salude, ruborizándome y tratando de secar la gaseosa que había desparramado.
“Hola…disculpa, me sorprendiste.”
Ella
solo sonrió, viendo a los niños y luego apuntando al asiento a mi lado. “Se
puede?”
“Sí,
claro, disculpa…eh, adelante, toma asiento.” Me sonrió y, luego de acomodarse,
vimos a los niños en un silencio cómodo hasta que Daniel la vio. “SEÑORITA
HONEY!!”
Los
tres niños corrieron a saludarla, con Daniel contándole como podía pararse de
manos mientras los otros dos trataban de callar al más pequeño para hablar
ellos mismos animadamente.
Me
sorprendió ver la confianza que le tenían a la mujer. Sabía que la conocían,
había sido evidente desde el primer día que visitamos su restaurante, sin
embargo, parecían haberse conocido de toda una vida. No teniendo más que
decirle, los niños corrieron a mostrarle lo que habían aprendido hasta entonces
y lo que podían hacer. Caían constantemente, pero esto solo los hacia reír a
carcajadas, con los otros dos tirándose unos encima de los otros.
“Tengo
una duda.” Interrumpí el silencio sin quitar mi vista de los niños.
“Tu
dirás.” Me dijo ella, aplaudiendo a Lautaro que sostenía todo su cuerpo en su
mano derecha.
“Te
apellidas Honey o Andoni.” Paula me vio y rio fuertemente, negando y haciendo
que su castaño cabello se aflojara de su coleta. “Andoni, Paula Andoni. De vez
en cuando trabajo como voluntaria en la guardería estatal del pueblo y, aunque
no tenga ningún parecido físico con ella…ni de carácter…los niños empezaron a
compararme con la Señorita Honey de Matilda.”
No
sé qué tipo de mirada obtuvo de mí, pero dejo de observar a los niños al sentir
mi mirada. “Que? Si sabes de que película te hablo, ¿no? Matilda…la niña de la
mente poderosa? La del ‘comete el pastel, Bruce’… ¿esa Matilda?”
“Recuerdo
la película, gracias,” Respondí con una sonrisa divertida, “Pero al menos que
tengas una Tía Tronchatoro, no veo el parecido.”
“Gracias!
Lo mismo digo, pero, bueno, algunos niños como Daniel reúsan llamarme
diferente.”
“Hmmm…tal
vez los ojos.” Dije, observándola nuevamente.
“¿Perdón?”
“Los
ojos… ¿no eran obscuros como los tuyos?”
“Yo…”
Paula se vio sorprendida por un momento, y no pude sino pensar que, de alguna
forma, se miraba hermosa. “No se…creo nunca me fije en el color de sus ojos.”
Me dijo, encogiéndose de hombros, “O te gustaba, o eras un niño raro.”
Por
alguna razón, su comentario me hizo reír. Ambos reíamos cuando los niños
empezaron a llamar nuestro nombre. Habían logrado que Logan se parara de manos,
aunque no duro mucho y cayó al suelo. Al ver esto, Daniel se tiro a su espalda
y Lautaro reía. Riendo, Logan se levantó haciendo la perfecta imitación de un
caballo para Daniel quien se aferraba a su cuello entre carcajadas, Lautaro
riendo a su lado y tratando de botar a ambos hermanos nuevamente.
“Cuídalos,
¿sí?” El suave susurro de Paula me asombró. “Esos niños…son especiales.”
“Lo
sé.”
No
volvimos a cruzar palabra, y dos horas más tarde me dirigía a casa con tres
adormitados niños.
Al
llegar cargue a Daniel a su cama mientras trataba de guiar a Lautaro. Una vez
deje a los dos más pequeños en sus camas baje para encontrar a Logan parado junto
a la ventana viendo su casa.
“Pasa
algo?”
“Cuando
vuelve Diana?” Quise mostrarme placido al hecho de que llamara a su madre por
su nombre, y decidí ser franco con él.
“Pasado
mañana.” El niño asintió, y simplemente puso sus manos dentro de las bolsas de
su pantalón, viéndose mayor de lo que era. “Logan…hay algo que he querido
preguntarte por algún tiempo.”
Sorprendido,
el niño me vio con curiosidad brillando en su vista. “Sé que las cosas en casa
no son…ideales…” Empecé, tratando de ordenar mis ideas. Vi como una leve
barrera se levantaba a mis palabras, y rogué que mis dudas fueran contestadas,
“…el Señor Gullier-“
“Nunca
me hizo nada tan malo.” Me corto, viéndose apenado de pronto.
“¿Podrías
contarme más de eso?”
Logan
bufo, rascándose la cabeza y alejándose de la ventana para acurrucarse en el
sofá, piernas pegadas al pecho y mentón sobre sus rodillas. Le observe en total
silencio, viendo cómo se debatía y minutos después se encogió de hombros. “Tú
también nos has pegado.” Sus palabras, aunque verdaderas, dolieron de alguna
forma.
“Perdóname
por lo que paso en el garaje. Nunca debí haberte castigado por algo así.” Me
sincere con él, “Mi pasado…hay cosas de las que no me gusta hablar.”
“¿Eres
bombero?”
“Lo
fui…hasta hace más de un año lo era…hubo un accidente y…mi pierna quedo
lastimada. Puedo caminar bien y hacer algunas cosas como antes pero-“
“Hay
días que cojeas…y te cuesta agacharte o hacer otras cosas.” Me dijo
simplemente.
“No
puedo ser bombero así. En una emergencia podría no solo perder mi vida, pero la
de otros.”
Logan
no dijo nada, observándome desde su posición, aunque dejo de abrazar sus
piernas tan fuertemente y se sentó un poco más derecho. “Crees que algún día
podría ser bombero?”
La
ilusión que vi en su mirada me hizo querer abrazarlo fuertemente, pero me
contuve y simplemente le sonreí. “Creo que serias el mejor de todos.”
El
niño me sonrió ampliamente, “¿Me ayudarías?”
“Claro
que sí.” Nos quedamos en silencio, hasta que después, ladeando su cabeza, me
observo detenidamente. “Le pegaste a Daniel…y a Lautaro.”
En
realidad, no había sido tan brusco como con Logan mismo. “Logan, sé que tal vez
no entiendas esto, pero debes saber que no creo que el castigo físico sea algo
malo en sí mismo.”
Al
ver su ceño fruncido y la confusión de sus ojos aclare, “Ese día Lautaro no
solo intento hacerte daño, pero empezaba a hacer un berrinche y por eso le di
la nalgada. Si, tal vez no debí hacerlo de esa forma y frente a todos, pero
creo tu hermano sabía muy bien que su comportamiento no era el mejor.” Logan
asintió, parecía estar recordando ese día. “Y antes de que me preguntes, sabes
bien que Daniel lo tenía más que merecido. Tal vez debería de dejarle las
reglas claras, pero hay comportamientos que simplemente no se los dejare
pasar.”
“Como
el Señor Gullier.” Me dijo asintiendo. “¿Alguna vez usaras tu cinturón?”
“¡¿Te
pego con el cinturón?!” Esperaba que mi voz no sonara tan asqueada como me
sentía con la idea. La única vez que mi padre me había castigado con un
cinturón tenía 17 años y había robado el auto familiar y me había desaparecido
por casi dos días.
“Bueno…se
me cayeron las herramientas que me dijo tenía que mover. Eran muy pesadas y se
quebraron algunas de ellas. Pero dolió menos que la vara.”
No
quería saber más, simplemente le observaba como si me estuviera contando como
una serpiente se había comido a su mejor amigo. “Escúchame bien, Logan,” Le
dije, tomando su mentón y viéndole a sus ojos, “Jamás te castigaría ni a ti ni
a tus hermanos con una vara. Y si alguna vez tendría que usar un
cinturón…tendrían que hacer algo realmente…peligroso.”
“¿Cómo
qué?” Pregunto, realmente curioso.
Al
momento no supe que decir, pero, recordando mi propia experiencia, dije lo
primero que sabía en ese momento jamás harían. “Escapar. Y no me refiero a ir a
un lugar sin permiso, pero…escapar de casa y no volver en días.”
Logan
me vio con la mayor seriedad que un niño de su edad podía mostrar. Me miraba
directo a sus ojos, y supe que buscaba saber que tanta verdad había en mis
palabras. Minutos después asintió, regalándome una sonrisa. “Irse por voluntad
propia de aquí sería algo estúpido.” Me dijo sinceramente, sin saber la ironía
que esas palabras marcarían un año más tarde, “Nunca habíamos estado en un
lugar tan bueno como este.”
Sonreí
a sus palabras, despeinando su cabello con mi mano de forma cariñosa. Sus
palabras me llenaban de paz y tranquilidad, una parte mía querían creer que los
tres hermanos estaban en casa…para siempre.
Todo
vino a un rudo despertar ese martes. Por alguna razón ingenuamente creí que
Diana no regresaría, pero para mi sorpresa tocaron a la puerta media hora antes
de que los niños regresaran de clases.
Abrí
la puerta con la mayor tranquilidad, pero al hacerlo sentí como me empezaba a
faltar el aire. Frente a mí no solo estaba Diana, usando uno de sus habituales
vestidos ceñidos y cortos a pesar de que la noche anterior había nevado un
poco. Pero no fue ella quien me sorprendió mas, si no la presencia de nada más
y nada menos que el Señor Gullier.
Antes
de poder siquiera preguntar que se les ofrecía, aunque obvio, el hombre hablo
con una sonrisa triunfante. “Venimos por los niños.”
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