Páginas Amigas

lunes, 11 de mayo de 2020

II. Involucrándose en lo “Involucrable”






II. Involucrándose en lo “Involucrable”


No quise volver a pensar en aquella noche por los siguientes meses. Cuando desperté la mañana siguiente, no había señal de Logan. Lo único que me dejó claro que eso sucedió y no fue una pesadilla, era el dolor de mi espalda, después de una noche en el suelo, y el botiquín que seguía al pie del sofá donde lo había dejado.

Decidí enfocarme en mi casa y mi trabajo. El único trabajo que podía hacer. Después de todo, jamás regresaría a mi pasión. No quería pensar en nada, ni en Mary, ni en mi bebé, ni en mi hermana, suegros o vocación…y mucho menos en los horripilantes vecinos. Para lograr esto, trabajé día y noche. Trabajaba sin parar y antes de lo anticipado terminé las reparaciones totales de la cocina, la sala, e incluso la habitación principal.

Trabajaba sin cesar. Llegué al punto de quedar exhausto…y fue aquí que todo cambió. Me había quedado dormido en algún punto, con brocha en mano, cuando escuché un vidrio quebrarse. Esto me sacó de mis sueños con un salto, llevándome de vuelta al accidente. Alterado, me senté y traté de recordar que estaba a salvo…que Mary no estaba…que tenía una vida nueva…o más bien, no tenía una vida…

Miles de pensamientos llegaban a mi mente cuando escuché un leve quejido. Esto me ayudó a salir un poco del pánico que empezaba a invadirme. Tratando de concentrar mis pensamientos en el gañido, me levanté del sofá aquel y cojeando llegué hacia la puerta de la cocina que conectaba con el patio trasero, de donde venían los ruidos.

Abrí la puerta lentamente, aunque no pude evitar una mueca al ruidaje de aquél condenado pedazo de madera. No la había reparado aún. Era la única parte de la cocina que había obviado en reparar.

El sonido alertó a lo que sea que hacía ese ruido, porque pronto hubo silencio. Salí al porche, no podían ser mas de las siete de la mañana debido a la claridad del día.

Estuve parado en esa grada como por un minuto entero, observando lo que debería ser una piscina y un jardín, pero en realidad parecía una selva de maleza y un estanque que debía limpiar si no quería un buen criadero de zancudos y mosquitos.

Estaba a punto de entrar, cuando pude escuchar un pequeño crujido…tal vez estaba paranoico, pero algo me decía que había alguien allí.

Con pasos decididos, me encaminé siguiendo mis instintos cuando lo vi. Acurrucado, tratando de guardar silencio estaba…no recordaba su nombre, pero otro de los niños de al lado.

Genial. ¡¿Es que acaso estos mocosos no sabían cómo dejarlo en paz?! Bueno…al otro él lo había arrastrado a su casa…pero eso era diferente. “¿Qué diablos haces aquí?”

El susto en sus achinados ojos color cielo fue evidente. Me miraba como si yo fuera Fredy Kruger listo para hacerlo añicos. El chiquillo aquél hizo una estupenda imitación de un pez, abriendo y cerrando su boca en una rapidez que podría ser un record mundial.

Suspire, no obtendría respuesta de él.

“LAUTARO!” El llamado hizo que el niño diera un respingo y que yo sintiera alivio…aunque era Logan el que llamaba.

“Supongo que tú eres Lautaro, ¿no?” Dije sin esperar respuesta y allí fue cuando vi una de las ventanas quebradas…una de las ventanas que había comprado para reponer ese día. 

Sentí el enojo subir, y cerré los ojos tratando de calmarme. Antes de que el niño pudiera huir, me encontré tomándole de la camisa como había hecho hace un par de semanas con su hermano mayor. Prácticamente, lo jalé como quien jala un perro por el cuello…y eso que no estoy de acuerdo que agarren a los pobres animales así…ni a los niños debo añadir.

Parados en la acera, se encontraban los otros dos engendros. El mayor tomando de la mano al menor que estaba de lo más relajado con su pulgar en la boca.

Logan gritaba y gritaba el nombre de su hermano, pero en cuanto me vio pareció entrar en un poco de pánico interno. “Dónde está tu madre?” Espeté…y por dentro añadí la frase, si es que a esa se le puede llamar madre.

“Señor Bellucini…este…yo puedo ayudarlo!” Soltó él, poniendo a su hermanito detrás como queriendo protegerle.

Rodando los ojos exasperado, prácticamente le tiré al mocoso #2 al mocoso #1 mientras que el mocoso #3 me miraba con interés, su cabeza nuevamente ladeada y succionando su dedo.

“Si quería hablar con un mocoso maleducado no habría preguntado por la histérica de tu madre.” Le espeté, cruzándome de brazos.

Ambos niños mayores me miraron ferozmente, pero esto sólo hizo que rodara mis ojos en una buena imitación de Robert Downey Jr en Avengers. “Miren, no tengo tiempo que perder. Tu querido hermanito quebró mi ventana nueva, así que a menos que tengas el dinero para pagarla ya, quiero hablar con un adulto responsable…o un adulto al menos.”

Los ojos de Logan casi salían de orbita a medida hablaba, mientras que… ¿cuál era su nombre? ...el culpable se encogía en sí mismo y miraba a su hermano como quien mira a un verdugo.

“Pasa algo?” Por primera vez escuché dulzura en la voz de Diana, me giré y me sorprendió. Siempre la había visto alterada y molesta o borracha. Ahora a plena luz del día podía entender por qué tantos hombres le visitaban.

Tenía un cuerpo espectacular, usando un diminuto vestido negro que dejaba poco a la imaginación, su rubia y larga cabellera parecía brillar en el sol y sus ojos azules que parecían estar llenos de inocencia.

Pero no fue ni sus ojos, ni su cabello que me hicieron olvidarme un momento de lo pasado, pero su voluptuoso y llamativo escote…diablos, ¡seguía siendo un hombre después de todo! Pónganle a un lobo un trozo de buena carne y se lo va a terminar comiendo…pero yo no era un lobo, era un hombre con una ventana rota.

Antes de que pudiera hablar, Logan se adelantó. “El Señor Bellucini me decía que si quería ayudarle a reparar su casa…como un trabajo de verano…”

¡¿Qué?! Ese niño realmente me quería ver preso.

Diana sonrió coquetamente, viéndome de pies a cabeza, “Seguro que quiere a un mocoso de ayudante…conozco a gente muy…competente…”

“Lo que quiero-“

“SI!” Gritó Logan, viéndome con suplica, mientras que…realmente necesitaba aprenderme el nombre de los otros dos, pero mocoso #2 me miraba ansioso y el #3 me miraba con curiosidad. Realmente ese niño tendría problemas en su cuello si no dejaba de imitar a un cachorro curioso.

“Y qué se supone que vas a hacer con ese dinero?” La voz de Diana cambió a una llena de desprecio, su mirada fría y rígida dirigiéndose a su hijo.

“Pues…en un mes comienzo la escuela y-“

“Claro, no puedes usar lo mismo del año anterior. Tan egoístas…tengo necesidades, ¿saben? ¡No puedo sólo pensar en ustedes!” ¿Esta mujer era una broma? No podía creer que hablara en serio. ¡Por supuesto que necesitaría materiales! ¡Los tres lo necesitarían!

Diana suspiró y sacudió su cabeza en negación, como si lo que acababa de escuchar era un gran agravio. “Bien…si a ti no te molesta,” me dijo con dulzura, “puedes trabajar para él." El tono frío volvió, dirigido a su hijo, “Pero te recuerdo que debes ver qué hacer con ellos.” Le dijo, dirigiendo un dedo a sus otros dos hijos, “no tengo tiempo para cuidarlos ni voy a asumir el costo.”

Más que mujer era una arpía. Muy hermosa, muy candente, muy todo lo que quieran, pero era una total basura como ser humano. Ni los animales eran tan fríos con sus crías.

“Creo que los tres pueden ayudarme de alguna forma.” De nuevo allí iba mi bocota. Realmente necesitaba ir a un neurólogo para que uniera mi cerebro a mi cuerpo… ¿qué parte de la medicina se especializa en verificar que la boca y el cerebro estén en sincronía?

Los cuatro se giraron a verme, y cosa #3 incluso dejó caer su dedo mojado y por primera vez me vio sin girar su rostro, mientras que los otros me miraban con sorpresa y asombro. “Cariño,” Se río Diana, caminando hacia mí y frotando mi pecho seductoramente, “Créeme…Lucas será más que suficiente.”

“Me llamo Logan.”

“Sí, tú cállate.” Que yo no me supiera sus nombres era una cosa, pero que ella no los supiera…no quería sonar como perro, pero…guau. “No quieres a los otros dos…deja que Lorenzo-“

“Lautaro, mamá.”

“-Lautaro se encargue de…de…” Tronó sus dedos hacia el mayor de los chicos.

“Daniel, mamá.”

“-Que se encargue de Daniel.”

Logan, Lautaro, Daniel. Bien…ahora sólo debía tratar de recordar a los últimos dos y saber quién era quién. “No te preocupes…” No podía creer que estaba utilizando ese tono con Diana…no había usado ese tono después de conocer a Mary con ninguna otra mujer. ¿Y qué rayos estaba haciendo? Era la oportunidad perfecta para huir, no tratar de seducir a una mujer a que aceptara que cuidara a sus hijos. ¿Qué diablos pasaba conmigo? “tengo todo tipo de trabajos.” Y eso en otro contexto bien me hubiera podido llevar preso.

Ella sonrió, como si me hiciera un favor a mí, “Si insistes…cómo me puedo negar.” Mordiendo levemente su labio inferior, me vio como cordero inocente y luego giró su rostro hacia los niños que miraban todo atentamente. Su mirada se tornó fría, “van a trabajar para…”

“Gabriel.” Suplí esta vez yo.

“Claro, ¿cómo olvidar tu nombre?” Me sonrió, y quise devolver un sarcástico, “de la misma forma en que olvidas el de tus hijos.” Pero me pude contener…con esfuerzo sobrehumano.

No pudiendo soportar más la sensación de sus manos en mí, me hice para atrás, me crucé de brazos y pregunté, “¿Mañana es un buen día para iniciar?”

“Claro, y sobra decir que, por cualquier cosa, tienes mi bendición para lidiar con ellos como mejor te parezca.”

Realmente esta mujer me sorprendía. Era un completo extraño para ella y me daba toda la libertad con sus hijos. Esperaba que mi sonrisa de respuesta se mirara sincera y no incómoda. Asentí y me giré al trío que estaba inusualmente callado. “Mañana a las 7, ni un minuto tarde.” Casi en sincronía asintieron y con eso me retiré de allí como alma que lleva el diablo.

Realmente no sabía qué me había llevado a semejante decisión. Una ventana, aunque tenía un costo algo alto, no era la gran cosa. Podía pagarlo, solo con el seguro de vida de Mary tenía suficiente para vivir cómodamente un par de años…y eso que rehusaba a aceptar ese dinero. Aceptarlo era casi como aceptar su muerte y eso…eso era algo que no podía hacer. Algo que simplemente no quería hacer.

Suspirando, empecé mi día tratando que el trabajo físico hiciera que olvidara a mi Mary…y a la locura que había accedido. Hubiera sido más fácil dejar morir el caso y asumir los costos…pero claro, el niño tenía que ser impulsivo.

Creo que ése día fue uno de los más productivos que tuve. No sólo cambié toda la madera de las gradas que llevaban a la segunda planta, pero terminé de pintar el barandal frontal y todos los detalles.

Esa noche al acostarme era pasada la media noche y solo podía pensar qué más tenía que arreglar al día siguiente. Había olvidado por completo mis tres pequeños ayudantes que vendrían a ayudarme. Y la verdad, creo que fue lo mejor, ya que de lo contrario no hubiera podido dormir en toda la noche. Como era habitual en mi, me quedé dormido, aunque esta vez con el pensamiento de que tal vez ya era hora de que arreglara el dormitorio principal y comprara una cama.

 La mañana llegó antes de que pudiera pensarlo. Me había levantado un poco más tarde de lo habitual y por primera vez decidí hacerme un desayuno que consistiera de alimento sólido y no sólo café.

Ni siquiera me esforcé por pensar en otra cosa, ya que por primera vez en meses mi mente se encontraba en paz mientras cocinaba…y eso que eran contadas las cosas que realmente podía cocinar sin intoxicar a quien las ingiriera.

Inmerso en mis labores culinarias, me sobresalté cuando escuché un tímido, pero contundente golpeteo en la puerta principal. Apagué la hornilla y aparté la olla de mis huevos y me dirigí a la entrada. Abrí la puerta y por un momento confuso no supe por qué tenía a los tres vecinitos frente a mi puerta, viéndome expectantes. “Bueno día!” saludó el más chico de todos con entusiasmo. “Toy li’to pa’ trabajar.” Dijo con finalidad en su voz.

Un quejido salió de mí sin poderlo evitar cuando los recuerdos del día anterior bombardearon mi mente. “Claro…su trabajo.” Nuevamente sentí molestia conmigo mismo. No entendía cómo podía haber sido tan estúpido.

Los dejé entrar y me dirigí a la cocina sin mediar palabra alguna. Realmente tenía hambre y me esperaba mi desayuno. No fue sorpresa alguna cuando los dos mayores se quedaron junto a la puerta sin saber qué hacer mientras que el más pequeño me siguió como un cachorro.

“Huele rico.” Dijo, asintiendo su cabecita y viendo alrededor de mi cocina.

“Si.” Dije simplemente… ¿debería de ofrecerles comida? Cuando uno recoge un animalito de la calle les alimenta…aunque ellos no eran ni animales ni de la calle…

“¿Me das?” Me dijo el chiquillo, parándose en puntillas y estirando su cuello para tratar de ver que es lo que hacía en la estufa.

“Niño, aléjate. Te puedo quemar.” Le espeté, pero el sólo ladeó la cabeza mientras que volvía a llevar su pulgar a la boca. ¿Era normal que un niño de esa edad todavía tuviera esa manía? “¿Por qué no te vas con tus hermanos, hmm?” Le pregunté, tratando de alivianar mi tono y esforzándome por no hacerlo retroceder unos pasos yo mismo.

 “Wen’o am’e.” Declaró a través de su pulgar.

Tenía hambre, no ganas de descifrar mensajes ocultos y mi mal humor empezaba a asomar su cabeza. “¡¿Qué? ¡”

Suspirando y viéndome con fastidio, el niño sacó su pulgar de la boca y me dijo con finalidad. “Tengo. Hambre.” Lo dijo tan condescendientemente que no pude evitar la media sonrisa de mi rostro.

 “¿Y por qué no comieron en casa si tienen hambre?” Le dije con la misma condescendencia de su tono.

El niño me vio como si no fuera suficientemente pensante. “Pues porque mamá dijo que, si ya tlabajamos ya podemos ‘limentarnos solos, pero Logan dijo que no tiene dinelo y que en la ta’de me daría de comer…pero la señorita Honey dice que tenemos que compartir y que, si yo tengo un colol dojo y tú no, entonces te lo tengo que prestar y si tú tienes una manzana y yo no, entonces me debes dal la mitad. Yo tengo hamble y no tengo comida, pelo tú sí, así que me puedes dal un poco y yo le doy a Logan y a ´Tauro.”

Después de semejante discurso me vio como si fuera poco culto mientras negaba con su cabeza ante un adulto tan ignorante y volvió a poner su pulgar en la boca. Varias emociones peleaban un puesto dentro de mí, enojo e indignación ante el trato que estos niños recibían de su madre, enojo conmigo mismo por involucrarme en algo ajeno, lástima por estos niños, y un tanto de humor ante lo tierno que este pequeño podía ser…aunque esto último venía con mucho dolor al recuerdo de nuestro bebé que nunca nacería…aquel bebé que ni siquiera sabría hubiera sido niño o niña.

“Disculpe, Señor Bellucini…este…si quiere empezamos a barrer y…ya comimos.” Dijo Logan entrando antes de que pudiera dar una respuesta, caminando con rapidez y tomando el brazo de su hermano menor y jalándolo a la entrada de la cocina donde estaba… ¿Lautaro? ...viendo mis alimentos con anhelo.

Suspiré, sabiendo que por mucha hambre que tuviera no me sentaría bien si yo me alimentaba mientras tenía tres chiquillos que no…además que no harían un buen trabajo y me aumentarían los costos si no se alimentaban. Ni los amos trataban tan mal a sus esclavos.

“Siéntense en el sofá y espérenme allí.” Les ordené fríamente, girándome para tomar más huevos y sacar más tocino.

Minutos después tenía cuatro platos con huevo, tocino y pan tostado…bueno…pan un poco quemado. Por alguna razón, nunca lograba hacer que la tostadora cooperara conmigo.

Haciendo malabares, tomé los cuatro platos y me dirigí a la sala donde los tres niños cuchicheaban entre sí. De golpe callaron cuando me vieron entrar y más cuando repartí los platos entre ellos y yo. Logan me vio con un poco de desconfianza y confusión, Lautaro solo tenía ojos para su comida que brillaban agradecimiento y Daniel me vio con alegría, como si en vez de un simple plato de comida un poco mal hecha le estuviera entregando un tesoro.

“Gracias.” Dijo Logan perplejamente, tomo su tenedor y vio a sus hermanos que ya empezaban a comer. No dije nada, solo asentí y viendo que no había otro lugar, me senté en el mismo lugar donde había dormido aquella noche y me dediqué a comer.

Los siguientes días fueron un tanto extraños…los niños trabajaban diligentemente, aunque Daniel se volvió mi sombra. Constantemente preguntaba que hacía o se esmeraba en pasarme todo lo que podía, mientras los dos mayores limpiaban mi jardín. Era lo más sencillo que podían hacer sin terminar heridos.

Tener tres pequeños ayudantes no fue tan malo, después de todo, tanto Logan como Lautaro se mantenían distantes lo que me parecía muy bien. Daniel, por el otro lado, mantenía una constante habladera. Mencionaba a la Señorita Honey más de lo que mencionaba a su madre. De alguna forma…empezaba a adaptarme al parlanchín.

Dos días después de tener ayudantes me encontré con una alacena vacía. En esos dos días los niños no solo habían desayunado, pero también almorzado y cenado en mi casa. Venían antes de las 7 de la mañana y se marchaban casi a las 8 de la noche…en realidad, casi tenía que correrlos de mi casa en la noche.

Solo me quedaba una tajada de pan y mucho café por hacer. Aunque nunca había trabajado muy de cerca con niños sabía que el café no era lo mejor para ellos o eso me habían dicho toda mi vida. Como el día anterior los niños tocaron mi puerta cuarto para las siete y al abrirla pude ver la alegría de ellos. Era increíble cómo se habían adaptado a mi mal humor en dos días…mi hermana no lo aguantaba ni siquiera diez minutos.

“Ni lo sueñen.” Les detuve en seco cuando intentaron entrar, haciendo que los tres perdieran sus sonrisas y me vieran con nerviosismo.

“Prometemos trabajar mejor.” Dijo Lautaro con temor en su voz, viendo al suelo. “No nos eche...mamá se va a enojar mucho.”

Sus primeras palabras me hicieron ablandarme, pero lo último hizo que me irritara, y fue esto último que deje mostrar en mi rostro. “Bien, trabajen mejor. Pero no los estoy corriendo, niño. Necesito ir de compras.”

Nuevamente intercambiaron miradas, los dos menores viendo al mayor expectantes. “Si quiere podemos venir luego…o terminamos de sacar la maleza mientras viene.” Dijo como todo el adulto que imitaba ser.

“No.” Mi tono mostraba cuan molesto me encontraba con la situación…todavía me debatía si la decisión que había tomado era la mejor y este niño no me lo ponía tan simple.

“¿Vamos con usted?” Pregunto Daniel antes de nuevamente poner su pulgar en su boca. Realmente ese habito me estaba sacando de mis casillas…más de una vez me había entregado una herramienta babeada.

“No seas estúpido.” El lenguaje y tono airado de Lautaro me sorprendió. En estos días había sido uno de los más callados y tranquilos y ahora…bueno, esto era nuevo. “El señor Bellucini no nos va a querer allí estorbándole.”

Rodé mis ojos sin poder evitarlo, “De hecho, niño,” le dije mientras los hacia retroceder cuando salía de la casa y cerraba la puerta con llave ante la mirada atónita de los tres, “Si vienen conmigo. Necesito ayuda cargando algunas cosas y ya que gracias a ti tus hermanos tienen que trabajar pues…” No termine la frase mientras me encaminaba a mi vieja camioneta.

El camino hacia el pueblo fue tranquilo…en lo que cabe. Los niños no pelearon por quien iba enfrente y atrás. Logan fue en el asiento del copiloto con Daniel detrás suyo y Lautaro atrás mío.

 Íbamos en silencio excepto por Daniel que constantemente cambiaba de canción…todas de películas animadas por lo que deduje gracias a mis sobrinos.

En algún punto el canto de Daniel empezó a ser molesto, aunque trate de mantener la calma. Aparentemente, no fue solo a mí que me molesto.

“Ya cállate!” Le grito Lautaro empujando un poco a su hermano menor. Genial…lo que me faltaba…hacerle de árbitro.

“AAAY!” Grito Daniel como si en vez de un simple empujón le habían cortado de tajo un brazo. “TONTO!” Y le empujo de vuelta.

Mejor les hubiera dado el ‘día libre’. Hubiera sido mejor hacer mis compras en paz.

“Estense quietos!” Les grito Logan, aunque ambos hermanos hicieron caso omiso y en mi parte trasera del auto empezó una pequeña prueba de quien empuja más a quien. Por cinco segundos quise ignorar los gritos de los tres, Logan tratando de separarlos, Lautaro empujando a Daniel y Daniel empujando a Lautaro…todo esto acompañados de gritos.

Lo que me hizo dar un buen frenazo fue ver a Logan quitarse el cinturón de seguridad y arrodillarse en su asiento para tratar de frenar el comportamiento de sus hermanos.

Por supuesto, el movimiento brusco del auto hizo que los niños perdieran su balance, especialmente Logan que no tuvo como sujetarse y su espalda golpeo el tablero. “PERO ESTAS LOCO NIÑO!” No pude evitar mi grito, a pesar de ver como su rostro se contorsionaba ante el dolor.

 El silencio reino después de mi grito, solo mi respiración un tanto fuerte rompía ese silencio. “Perdón.” Dijeron los tres a coro…si no habríamos estado tan callados ni los hubiera escuchado.

Cerré los ojos y con mi otra mano apreté el puente de mi nariz, recordando los ejercicios para mantener la tranquilidad en momentos de emergencia. Una vez pude sentir que tenía el control abrí los ojos para ver como Logan se acomodaba de vuelta en su asiento.

“Déjame ver tu espalda.” Le dije sin más, recordando el golpe que se había dado.

“Estoy bien.” Dijo sin más, poniéndose de vuelta el cinturón.

“No te estoy preguntando como estas. Déjame ver tu espalda.” Le ordene más duramente de lo que quería en realidad. El niño solo negó con la cabeza, acomodándose en su asiento.

“No es necesario, señor. Estoy bien.”

“¡Maldición, niño!” Grite ya molesto, “¡¿No entiendes que esos golpes pueden ser peligrosos?!” El chico me vio con susto por un momento, pero al otro frunció su rostro y supe que al menos que lo obligara no me dejaría revisarlo. Bien, perfecto.

Sin pensarlo dos veces, desabroche mi propio cinturón y ni un segundo después desabroche el suyo, a lo que el trato de resistirse. “No! ¡Estoy bien!”

No dije nada, simplemente lo jale de un brazo y prácticamente lo tumbe sobre mis rodillas y le levante la camisa. Su espalda estaba roja. No mostraba signos de algún hematoma, pero sabía que le dolería un poco. “DEJAME!” Grito, tratando de zafarse mientras hacia mi inspección aun de sus huesos.

Satisfecho, sabiendo que estaría bien lo volví a sentar con la misma rapidez con la que lo había colocado sobre mis rodillas. Señalándolo con el dedo índice solté aquello que nunca me hubiera visto decir, “Vuelves a soltar tu cinturón de seguridad con el auto en movimiento y no vas a poder sentarte en un par de horas.” Le amenace ante el asombro del niño y el mío propio, y para mayor inri, me voltee hacia los dos espectadores que tenían los ojos como platos ante el espectáculo que su hermano mayor y yo habíamos montado, “Y lo mismo va para ustedes. ¡Una pelea más, un empujón más y no respondo!”

En otra circunstancia, la mirada que los tres hermanos me tiraron hubiera sido cómica…las palabras que habían salido de mis labios eran absurdas.

No dije nada, me giré y, esperando que Logan se pusiera el cinturón de seguridad, continúe el poco trayecto que quedaba al pueblo. La atmosfera tranquila que se había respirado ni hace diez minutos había desaparecido y ahora estaban en completo silencio…un silencio tenso.

Nunca me había sentido tan agradecido al llegar a mi destino, y lo primero que hice fue aparcar frente a uno de las pocas cafeterías locales. En los primeros días en que me mude al lugar se había convertido en mi favorita. No solo tenía buenos precios, pero la comida era buena.

Me bajé del auto y antes de cerrar la puerta me percaté de que los tres niños seguían sentados viéndome con asombro. “¿Que?” pregunte un tanto divertido, “¿No tienen hambre?”

“Hambre si,” Dijo Logan finalmente, su rostro enrojecido en pena, “Pero no tengo dinero.”

“Niño,” Trate de suavizar mi tono, después de todo hablaba con un muchacho de apenas 13 años, “Creo que después de estar alimentándolos los últimos dos días establecimos que no les voy a cobrar. Si lo hiciera, tendrían que trabajar gratis por lo menos un año.”

Los tres se miraron una vez más y lentamente asintieron, “Bien. Ahora, vamos.” No espere a ver si me obedecían, pero pude escuchar las puertas de mi auto abrirse y cerrarse. Sin esperarlos, entre al establecimiento donde estaba la misma mesera de siempre, Paula.

“Vaya, creí que te habías cansado ya de nosotros.” Me saludo divertida.

“No. Aquí sigo.” Era la única persona que realmente conocía del pueblo…bueno, además de Diana y sus tres mocosos.

“Bien. Ya te llevo tu café de siempre.” Me dijo, señalando la butaca del bar donde siempre me sentaba.

Le sonreí, viendo a los tres mocosos finalmente entrar. “En realidad hoy necesito mesa.”

Solo logro levantar una ceja cuando el grito de “¡Señorita Honey!” me hizo respingar, y antes de poderlo evitar Daniel corrió a abrazar a Paula por la cintura.

“Hey, cachorrillo!” Dijo la mujer, abrazando al niño de vuelta y viendo a los otros dos hermanos. “Por favor díganme que vienen solos.”

“No.” Dijo Daniel con entusiasmo. “¡Tenemos tlabajo!”

“Que?” El tono seco, por algún motivo, me hizo sentir incomodo, más aún cuando Daniel me señalo con un dedo.

“El Señor Betuni-“

“Bellucini.” Corregí por lo que sería la enésima vez en tres días

“-me dio a mí, a Logan, y a ‘Tauro tlabajo.” Tuve que tragarme la risa ante la seriedad con la que Daniel explicaba, pero la risa murió cuando la mesera simpática que conocía se transformó en una fiera.

“No sé de donde diablos viene usted, señor, pero en este pueblo cuidamos a los niños.”

“Si, bien, la madre de estos tres no recibió ese memo.” Le dije encogiéndome de hombros, “Quebraron una de mis ventanas nuevas y ahora me ayudan a reponerla.” Le dije sencillamente, “Pero ahora venimos a desayunar…si usted no nos atiende podemos ir a su competencia al otro lado de la calle.” Dije sencillamente haciendo ademanes de largarme del lugar.

“No!” Exclamaron Daniel y Paula. Una con cara compungida y el otro con cara de tristeza. “Quiero comer donde la señorita Honey.” 

“Disculpa, Gabriel.” Me dijo, volviendo a usar mi nombre y tutearme como lo había hecho desde el día uno, su lindo rostro apenado. “Conozco a Diana y se de lo que es capaz…creí que estaba forzándolos a trabajar.”

“Estamos bien, señorita Andoni.” Dijo finalmente Logan, sonriéndole.

“Bien…tengo una mesa libre en la parte de atrás.”

Asentí y minutos más tarde estábamos todos sentados, con Logan frente a mí, Daniel a mi derecha y Lautaro a mi izquierda. Una vez habíamos ordenado…o había ordenado para los cuatro ya que los niños solo miraban el menú una y otra vez recordé el golpe que Logan se había dado.

Realmente no sabía porque me molestaba en estas cosas. Lo mejor sería decirles a los niños que no volvieran después de hoy. Sin embargo, me levante de la mesa y les dije que regresaría en unos minutos. Salí del restaurante y me encaminé a la farmacia de al lado.

Diez minutos después camine de vuelta con mi compra. “Toma.” Dije, lanzándole la bolsita de papel café a Logan, quien lo atrapo en el aire.

“¿Qué es esto?” Pregunto, abriéndola y sacando el medicamento tópico.

“Ve al baño y aplícalo en tu espalda…puede que más tarde te duela el golpe.” No esperaba nada más, así que le di un sorbo a mi café que para mí desgracia se había helado.

“No es necesario…estoy bien.”

Este niño realmente necesitaba aprender a obedecer. “Mira, niño,” Dije, inclinándome amenazadoramente sobre la mesa y mi voz en un fiero susurro, “no lo voy a discutir contigo. Tienes dos opciones, vas por tu cuenta al baño y te pones un poco tu solo, o te jalo de una oreja y lo hago yo mismo aquí frente a todos.” Creo que siempre me preguntare si realmente cumpliría mi amenaza…no creo hubiera sido capaz, pero Logan y sus hermanos creyeron firmemente mi palabra.

Asintiendo, Logan se levantó con el medicamento en mano y camino al baño, justo al momento que Paula aparecía con nuestros alimentos. “No voy a preguntar que acaba de pasar.” Dijo señalando a mi pose sobre la mesa, “pero quita que la comida se enfría.”

A pesar de la incomodidad inicial, de alguna forma me había acostumbrado a la compañía de los niños. Era como cuando estaba en la estación con mis ahora ex compañeros y comíamos entre risas y bromas y actuando como adolescentes. Aunque no había ni risas ni bromas, Daniel empezó con su usual parloteo que iba desde la historia de cómo había visto un ave extraña esa mañana buscando gusanos al sueño divertido que había tenido.

Pronto nos encontramos dirigidos al único supermercado que había allí. Más que un supermercado parecía una tienda de conveniencias. De antemano había hecho una lista de lo que necesitaba, por lo que le di la mitad a Logan con la orden de solo seleccionar lo que allí estaba. Creí que Daniel iría con ellos, pero grande fue mi sorpresa cuando sentí una pequeña tibia mano tomar la mía. En asombro volteé a verlo, un regaño listo en mis labios, pero la inocencia y confianza que vi en sus ojos me detuvo. Nuevamente tenía su otro pulgar en la boca y su cabeza ladeada, listo para seguirme.

No pude encontrar ni las palabras ni las agallas para ordenarle ir con sus hermanos, y con un suspiro admití que ese día como los anteriores tendría una pequeña sombrita. Entrando a la tienda asentí al propietario de la tienda, quien pasaba sentado frente a la caja registradora, su cara seria mientras con una mano sobaba su larga y desaliñada barba.

Planeaba seguir mi camino cuando sentí el jalón de mi mano. Daniel estaba parado observando seriamente al hombre aquel, quien le devolvía la mirada con la misma seriedad. “Daniel.” Llame, suavemente jalando mi mano y logrando obtener la atención del mocoso aquel. 

Con pasos firmes camino hacia mí y, sacando su pulgar de su boca, uso esa mano para indicar que debía inclinarme a su estatura. Mis sobrinos solían hacer eso a esa edad, y tal como lo había hecho con ellos, me encontré inclinándome para poner mi oído cerca. “Antes, cuando estaba pequeño, creía que él era Santa…pero está muy flaco para ser Santa.”

Antes de poder evitarlo una sonora carcajada como la que no había soltado en casi un año salió de mis labios. La indignación de Daniel ante mi risa hizo que riera aún más, y el viejo aquel me miraba con ojos fruncidos ante el alboroto que hacía en su antes callada tienda. Mi risa fue tal que hasta Lautaro y Logan asomaron sus narices por una esquina, viéndome como si fuera un alienígena.

“No era un chiste.” Me dijo Daniel en toda seriedad, soltando su mano de la mía y cruzando sus bracitos.

Haciendo uso de todo mi auto control trate de contener mi risa, incluso tosiendo para poder calmarme más. Aclarando mi garganta y acomodando el cuello de mi camisa trate de volver a mi seriedad habitual. Sin decir más tome una de las canastas del lugar y entre al pasillo más cercano, Daniel caminando detrás de mí con su pulgar nuevamente en su boca.



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