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martes, 9 de junio de 2020

CAPÍTULO 102: FRÁGIL

CAPÍTULO 102: FRÁGIL

Tendría que estar contento, había muchos motivos para ello. Era viernes y el sábado íbamos a ver a Blaine en su campeonato de natación y me apetecía bastante porque además me había escrito un par de mensajes al Whatsapp, apostándome un helado a que hacía mejor tiempo que el que yo había hecho en mi última competición. El intercambio de teléfonos había sido algo progresivo. Poco a poco nos habíamos ido buscando, y ahora hasta estábamos pensando en crear un grupo para hablar todos juntos. Blaine proponía hacer dos, el de los de “¿la boda para cuándo?” y el de los de “¿les separamos o qué?”. Pero la verdad es que cada vez había menos candidatos al segundo grupo. Leah, Sean, Madie, Alejandro, Michael y Harry tenían sus reservas, pero eran reservas al respecto de qué pasaría con nosotros. Nadie ponía en duda ya que Aidan y Holly parecían felices de estar en la vida del otro.
Tampoco hablábamos mucho, creo que nos daba algo de corte. Además, solo Blaine, Leah y Sam tenían Whatsapp. Algo tendríamos que ingeniar para que Holly se estirara en ese aspecto y les dejara tener un smartphone con todas las funciones a Sean, Scarlett y Jeremiah. Pero lo importante es que en tan solo un par de días llegué a la conclusión de que Blaine y yo íbamos a llevarnos genial.
Como digo, tendría que estar contento por eso y porque Sebastian estaba cuadrando con papá cómo iba a ser su visita exactamente y cada vez se le veía más animado para contactar con Dean. Prometió que iba a hacerlo después del fin de semana, alegando que necesitaba espaciar un poco tantas emociones.
Un último motivo de alegría era el hecho de que por fin había vuelto a los entrenamientos de natación de forma activa. No podía competir por el momento, papá decía que no era seguro y probablemente tuviera razón, pero había vuelto a nadar. Eso tendría que haberme hecho feliz y, sin embargo, al regresar a casa aquel viernes por la tarde todo lo que quería era meterme en la cama, esconderme bajo la colcha y no salir nunca más de allí.
No pude cumplir mis deseos porque los enanos me habían estado esperando para que les llevara al parque. Papá tenía mucho que hacer en casa y Michael se había ido al cine.
-         ¿Seguro que estás bien, campeón? – me preguntó Aidan por tercera vez desde que había llegado.

-         Sí, pa.

-         ¿Te viene mal ir con los peques? Si me doy prisa creo que…

-         No, yo les llevo – le interrumpí.

Sin embargo, el teléfono sonó justo en ese momento. Cerré los ojos. Había tenido la esperanza de que no se enterara hasta el día siguiente.

-         AIDAN’S POV -
Hay algunos días en los que todo te sale mal. Te olvidas de dar el botón de la lavadora, te dejas el congelador abierto y provocas un pequeño desastre doméstico, se te quema la comida…. La mañana del viernes una nube negra de mala suerte me persiguió por toda la casa, haciendo que la pifiara constantemente.
Tal vez era un presagio para lo que me esperaba por la tarde.
Michael me pidió permiso para ir al cine a ver la película que me había comentado hacía unos días. Al escuchar cuál era, Alejandro quiso ir con él, pero Mike deseaba ir solo. Discutieron un poco, pero al final lo solucionaron. No sé qué le hizo prometer Jandro a cambio, pero accedió a no acompañarle.
Los enanos querían ir al parque y era mi intención llevarlos, pero tenía mucho retraso con la colada y por una vez en la vida quería planchar mis camisas y las de mis hijos mayores. Que al día siguiente fuera a ver a Holly no tenía nada que ver.
Pensé en la posibilidad de que Ted fuera con los peques. Esperé a que llegara de natación para planteárselo. No se había vuelto con nosotros porque quiso quedarse a hablar con sus amigos del equipo después de terminar el horario de las extraescolares. Como no había llevado mi coche, no hubo problema y los demás nos volvimos dando un paseo. Le esperamos en casa, pero, cuando llegó, no era el chico eufórico que me encontraba siempre que venía de pasar un rato en la piscina.
-         Hola, canijo. ¿Todo bien? – le saludé.

Él asintió y se quitó la chaqueta con desgana, para después dirigirse hacia las escaleras. ¿Y mi beso? ¿Y mi abrazo? Ted me había acostumbrado a esos gestos cariñosos y su ausencia me llamó poderosamente la atención.

-         ¿Seguro? ¿Qué tal en natación? ¿El entrenador no te dejó practicar?

Le había insistido a ese hombre con que mi hijo tenía que ir despacio después de lo que le pasó, pero tal vez me había tomado demasiado en serio.

-         Sí, sí me dejó. Hice un par de largos y me felicitó por mi técnica.

-         Genial – le sonreí y él estiró los labios en un intento de sonreírme de vuelta. Fruncí el ceño, pero antes de poder añadir nada más, Kurt, Hannah y Alice le abordaron diciendo que yo era malo y no les llevaba al parque. – Te iba a preguntar si podías ir tú…

-         Claro – respondió, pero creo que lo dijo por compromiso. No tenía aspecto de que le apeteciera ir, ni de querer hablar conmigo.

Algo le pasaba a mi muchacho y le pregunté por tercera vez, pero el sonido del teléfono no nos dejó continuar con la conversación.
-         ¿Dígame?

-         Buenas tardes, señor Whitemore. Le llamo del colegio, por un asunto delicado.

-         Oh. Buenas tardes, director – respondí, reconociendo su voz. - ¿Qué sucede?
Sí que tenía que ser un asunto delicado. Delicado y grave, para que me llamara un viernes por la tarde después de las clases.
-         ¿Le sería posible acercarse? – me preguntó.

-         ¿Ahora? Pero, ¿qué ocurre? – me alarmé.

-         Alguien ha destrozado el despacho del entrenador Janson y faltan también algunos objetos de valor. Ted fue el último en salir hoy de las instalaciones – me explicó, con voz seria.

¿Estaba ese hombre insinuando que Ted había saqueado el despacho de su entrenador de natación? ¿A qué droga dura le daba?

-         ¿Cree que Ted lo hizo? Ya le aseguro yo que no fue él – repliqué, pero entonces mi hijo me dedicó una mirada culpable. Hundió los hombros, como si algo le pesara mucho de repente, pero al que le pesaba era a mí. ¿Había sido él?

-         Recientemente instalamos cámaras, pero me gustaría que usted esté presente cuando visionemos el vídeo, al ser Theodore un menor. El entrenador no quiere presentar cargos, siempre y cuando se devuelvan los objetos robados, pero me temo que como mínimo abriremos un expediente disciplinario.

Me quedé en silencio, mirando a Ted a los ojos, intentando ver más allá de ellos. Mi hijo estaba a punto de llorar y le tembló el labio.

-         ¿Señor Whitemore? – insistió el director.

-         Estaré allí en media hora – respondí al final.

-         A Ted le citaremos el lunes. Si es posible, queremos hablar primero con usted.

Apenas fui consciente de despedir la llamada. No podía apartar la vista de mi hijo. Esperé a que dijera algo, lo que fuera, pero Ted había enmudecido.
Noté que me empezaba a hervir la sangre. ¿Asaltar el despacho de su entrenador? ¿Robarle? El tercero de mis hijos que se apropiaba de lo ajeno, pero aquella situación era mucho más grave que la de Zach o la de Harry en su día.
No le creía capaz de algo así. Ted era un buen chico. Tenía que ser un error.
-         Teddy… ¿Qué pasó?

-         Yo… - murmuró, pero no añadió nada más. Ni siquiera un “no me llames Teddy”.

-         Hablan de un expediente… De presentar cargos… Por Dios, hijo, ¿qué hiciste? – insistí, pero luego decidí reformularlo. - ¿Hiciste algo? Sabes que puedes contarme lo que sea. Cuéntame tu versión, antes de que escuche la del director.
Se mordió el labio.
-         Yo…

-         ¿Tú, qué? ¿Tú qué, Theodore? – me frustré, y me masajeé la sien. – Te estoy dando la oportunidad de explicarte. Intento no tomar conclusiones apresuradas, pero me lo estás poniendo muy difícil. Tienes esa mirada de cachorrito arrepentido… ¡y tu director acaba de decirme que te van a expedientar!

-         ¡PUES QUE LO HAGAN! – explotó. - ¡QUE ME EXPEDIENTEN, QUE ME EXPULSEN Y QUE SE VAYAN A LA PUTA MIERDA! ¡ESTARÁN MEJOR SIN MÍ, ASÍ SE LIBRAN DE LA BASURA!

Kurt, Hannah, Alice y Madie, los únicos que estaban en el salón, soltaron idénticas exclamaciones de asombro, seguramente por lo extraño que era escuchar a Ted diciendo tacos tan fuertes.
Caminé hasta él y le agarré del brazo. Le giré y le di una sola palmada, porque no estaba en condiciones de castigarle y además tenía que ir al colegio.
PLAS
-         Que sea la última vez que te llamas basura a ti mismo – le advertí.
Ted rompió a llorar sentidamente y el que se sintió una basura fui yo. Traté de darle un abrazo, pero entonces él me empujó con fuerza, haciéndome trastabillar.
-         ¡Bueno, se acabó! ¿Qué está pasando contigo? – le regañé, más impactado que otra cosa. Fue como si ese reproche diera rienda suelta a todo el enfado que había estado conteniendo, hasta que me desbordó. - ¡LO QUE HICISTE ES UN DELITO, TED! ¿LO ENTIENDES?

-         Lo… snif… lo sé…

-         ¿LO SABES? ¡PUES SI LO SABES YA PUEDES EMPEZAR A BUSCAR UNA BUENA EXPLICACIÓN PARA CUANDO VUELVA! – le espeté y le arrastré del brazo hasta la esquina del salón. – Te vas a quedar aquí hasta que sepa qué hacer contigo – le advertí.
Ted no se resistió, ni intentó darse la vuelta. Yo sí me giré, y me encontré con varios pares de ojos observándonos fijamente. Suspiré y me agaché junto a los enanos.
-         Peques, si no vuelvo muy tarde, os llevaré al parque. Os lo prometo. Pero tengo que ir al colegio ahora, ¿vale? Me ha llamado el director – expliqué, rezando porque no iniciaran un berrinche.

-         ¿Tash en líos, papi? – preguntó Alice.

Solo mi princesa podía sacarme una sonrisa en un momento así.
-         Pues no lo sé, corazón. Pero me tengo que ir, ¿bueno?

-         Ta bien.

-         ¿Tete está castigado? – preguntó Hannah.

Suspiré de nuevo. Todo había tenido que pasar delante de sus hermanos, por supuesto.
-         Dejad a Ted tranquilo, ¿sí? Ya sé qué podéis hacer hasta que vuelva: jugar con los monitos que os trajo Papá Noel, ¿mmm?

-         ¡Sííí! – aceptaron los tres, entusiasmados.

Desaparecieron escaleras arriba y yo subí con ellos para decirle a los demás que salía un momento. Creo que algo habían oído, porque todos tenían cara de circunstancias.
Cuando bajé, Ted no se había movido. Caminé hasta él deseando decirle algo, pero no sabía bien qué. Estaba sumamente molesto con él y sentía que cualquier cosa que saliera por mi boca sería un error.
Me alejé sin decir nada, me monté en el coche y fui hacia el colegio, intentando calmarme. Aún no estaba seguro de creerme lo que había dicho el director, pero Ted no lo había negado tampoco. Mi hijo estaba muy raro y todo apuntaba a que las acusaciones eran ciertas. ¿Realmente sería tan terrible de ser así? Era una tontería adolescente, ¿no?
“Destrozar la propiedad privada y robar no son tonterías. Son delitos. Ted es casi mayor de edad. No puede hacer estas cosas. No sé si ha sido un reto de algún compañero o qué, pero…”
Respiré hondo y pensé en cómo iba a manejar aquello. Al menos el director decía que no iban a presentar cargos si aparecían las cosas robadas. ¿Dónde podría tenerlas? ¿En su coche? Debería que haberlo comprobado antes de irme.
Pero es que seguía sin encajarme que Ted pudiera robar en el despacho de su entrenador. No era propio de él. Me habría resultado más creíble el relato de que un extraterrestre hubiera tomado posesión momentánea de su cuerpo.
“Me hablaron de que su carácter podía cambiar como secuela de la operación… pero sigue siendo el mismo de siempre. Quitando los pequeños ataques de pánico cuando alguien se enfada cerca de él…. “.
Al pensar eso, sentí una punzada. Me había ido sin comprobar si estaba bien. Le había pegado, aunque solo fuera una palmada.
Mierda, igual por eso me empujó. Creo que le asusté”.
Por millonésima vez aquella tarde, suspiré y seguí conduciendo hasta llegar al colegio. Entré con un nudo en el estómago, pues los problemas de mi hijo eran mis problemas y Ted podía estar metido en un lío muy grande.
El edificio estaba prácticamente vacío. Normal, por la hora. Solo me crucé con un bedel, que ya estaba informado y me indicó que me dirigiera a una salita en lugar de al despacho del director. Él me estaba esperando allí.
-         Ah, señor Whitemore. Gracias por venir – me saludó. – Siéntese. Lamento haberle hecho acudir al centro con tan poca antelación. Sé que no lo tiene fácil para organizarse, con una familia tan numerosa.

-         Entiendo que es una situación excepcional. Ted no ha sido capaz de contarme lo que ha pasado…

-         Como le dije, alguien forzó la puerta del despacho del entrenador, destrozó el mobiliario y robó varios objetos. Varios estudiantes y un conserje dicen que Ted fue el último en salir de las instalaciones de la piscina cubierta.

-         No suena típico de él… - murmuré, como pobre defensa.

-         Lo sé, señor Whitemore. Por eso quiero que veamos el vídeo y salgamos de dudas. No lo he abierto aún, nos tomamos la privacidad de nuestros alumnos muy en serio. Pusimos las cámaras únicamente como medida de seguridad.

Asentí y me coloqué frente a la pantalla de un ordenador portátil que había sobre la mesa. El director pinchó en un archivo y las imágenes se empezaron a reproducir casi al instante.
Se proyectó un despacho vacío. El director lo puso a cámara rápida y se vio entrar y salir al entrenador. La cámara estaba colocada de tal forma que podía verse la puerta de la habitación, además de gran parte de la misma. Tras unos segundos, puso el vídeo a velocidad normal, justo a tiempo para ver a Ted forzando la puerta. Se me secó la boca de golpe.
El vídeo también tenía audio, así que le escuché quejarse:
-         ¡Aquí no está, George! ¡No tiene gracia, devuélvemelo!
George. Ese era el chico que se metía con él, amigo del bruto de la navaja.
Se oyeron unas risas de fondo y entonces varios adolescentes entraron y le rodearon.
-         ¿Has buscado bien? Yo creo que está por aquí, ¿eh? – se mofó uno de ellos, y de un solo movimiento tiró al suelo todos los papeles que había sobre el escritorio del despacho.

-         ¡George! ¿Qué haces? – exclamó Ted.

-         ¿Yo? Yo no hago nada. El que forzó la puerta eres tú.

-         ¡Me dijiste que habías escondido aquí mi mochila! – gruñó Ted.

-         “Me dijiste que habías escondido aquí mi mochila” – repitió el chico, en tono de burla. Los demás se rieron. – Deberías aprender a ser menos confiado, imbécil. Tu mochila está en la basura del vestuario, donde deberías estar tú también.

El chico le empujó y Ted se cayó al suelo. No hizo el menor esfuerzo de levantarse, sino que comenzó a hiperventilar. Los otros sacaron una cuerda que habían llevado consigo y ataron a Ted a la calefacción. En algún punto mi niño reaccionó y comenzó a resistirse, pero eran cuatro contra uno y al estar él en el suelo les fue muy fácil someterle y amarrar sus muñecas. Ted intentó entonces darles una patada y eso le valió que ellos le dieran tres mucho más fuertes.

Fue muy duro de ver. No solo por el acto en sí, maniatarle y golpearle, sino por su expresión de terror, apreciable incluso desde la distancia de la cámara. Ver a mi bebé en ese estado me llenó de tristeza y de rabia.

Esos animales rompieron el cristal de una de las ventanas, cogieron un trofeo de la estantería y empezaron a golpear la mesa con él, dejando claras marcas en la madera. Después, se llevaron el trofeo, una tablet y otros objetos que no pude distinguir bien en la grabación. Salieron del despacho dejando a Ted allí, atado y llorando mientras gritaba que le soltaran.

El chico que respondía al nombre de George se asomó por la puerta:

-         Tenemos gente que dirá que nos fuimos con ellos al centro comercial después del entrenamiento. Tus amiguitos ya se han marchado y nadie va a hablar a tu favor. Cuidado con lo que dices o la próxima vez que estés en el agua chupándosela al entrenador igual no sales de ella.
Aquel animal se marchó y Ted permaneció quieto durante un buen rato, llorando desde lo más profundo de su pecho. Estaba tan asustado que quise cruzar la pantalla para abrazarle, como si aquello estuviera pasando en aquel momento. Como si no hubiera pasado ya, cuando yo no podía protegerle.
-         Señor Whitemore… Lo lamento profundamente… - empezó el director, pero ambos nos callamos cuando, en la grabación, Ted empezó a moverse, buscando la forma de liberarse.
No debían de haberle atado muy fuerte, porque logró soltarse tras un par de minutos. Se levantó del suelo, miró con espanto el desastre de la habitación, y salió de allí.
Me quería morir de la impotencia, de la angustia, de…
-         Quiero que expulsen a esos chicos – susurré, con una ira vengativa que no recordaba haber sentido nunca. – Humillaron, inmovilizaron y golpearon a mi hijo, quien no hace tanto se sometió a una operación de vida o muerte, le amenazaron, y estoy seguro de que si lo pienso un poco más se me ocurren más cosas de las que acusarles.

-         Estoy… estoy de acuerdo con usted y lamento… lamento profundamente haber pensado que los destrozos eran culpa de Ted. De no haber sido por la grabación… los alumnos desconocían que había cámaras aquí.

Quise molestarme con el director, que no era del todo de mi agrado, e incluso acusarle de racista, porque aquella ya era la segunda vez que culpaba a mi hijo siendo él la víctima, pero conservaba el suficiente sentido común como para entender que las circunstancias habían hecho que Ted pareciera culpable.
Para quien no tenía excusa era para mí mismo. Pero ya habría tiempo de autotorturarme.
-         Sé que Ted forzó la puerta… creo que esos chicos le engañaron… No estuvo bien, pero…

-         No habrá ninguna represalia – me aseguró el director. – Por favor, trasmítale a su hijo que… Siento mucho lo que ha pasado. Theodore es un gran chico. No se merece esto.

-         No, no se lo merece – concordé.

-         Informaré al entrenador… Estaba consternado porque su mejor nadador hubiera podido hacer algo así. Tiene a Ted en gran estima.

-         Gracias – respondí, por educación, y apoyé la espalda en el respaldo de la silla, derrotado.

Intercambiamos un par de palabras más y después me marché, sintiéndome aliviado porque Ted fuera inocente pero miserable por haber dudado, aunque fuera por un segundo. Me metí en el coche reviviendo una y otra vez las imágenes del vídeo. El mundo entero parecía conspirar para que mi hijo tuviera una pésima autoestima.

Cuando llegué a casa me llevé un susto, porque Alejandro salió a recibirme antes de que pudiera aparcar el coche.

-         ¿Va todo bien?

-         No, claro que no va todo bien. Ted lleva llorando desde que te fuiste.

“Mierda. Imbécil, imbécil, imbécil”.

-         Me da igual lo que haya hecho, no le puedes dejar en un rincón del salón y largarte – me reprochó. – No se ha movido de ahí en todo el rato, que lo sepas.

No sabía qué responderle, así que guardé silencio y me metí rápido en casa.

Ted seguía exactamente en el mismo lugar en el que le había dejado, pero sus hombros subían y bajaban al ritmo de sus sollozos, que eran audibles aunque intentase contenerlos.

-         Teddy…

Se congeló al escucharme y creo que ese fue el punto exacto en el que se me rompió el corazón.

-         Mi enano obediente… Ven, dame un abrazo – le llamé, conmovido porque realmente se hubiera quedado allí todo ese tiempo. Había tardado una hora en regresar.

Ted se giró muy despacito y por un segundo me pareció mucho más joven, como si volviera a tener trece años.

Recorrí en tres zancadas la distancia que nos separaba y le envolví con los brazos.

-         No llores más, Teddy… Te vas a enfermar, campeón.

Permanecimos así varios segundos, hasta que él se separó y se frotó la cara.

-         Snif… Tengo que ir al baño… snif… Me hago pis…

-         Ve, cariño, ve. Te espero aquí, ¿vale?

Ted salió disparado y yo me senté en el sofá, y enredé los dedos entre mi pelo. Había sido muy bruto con él. Le esperé con una horrible sensación de vacío y cuando volvió le indiqué que se sentara a mi lado. Cuando le tuve cerca le volví a abrazar. Se había lavado la cara y ya no lloraba, pero sus ojos seguían rojos y húmedos, con lágrimas contenidas.
-         No sé por dónde empezar, hijo. Lo siento mucho. Para empezar, siento haberte gritado y haberte tratado así, hasta hacerte estallar…

-         Yo también siento haberte gritado – me interrumpió. – Y haberte empujado.

-         Sabía que algo no estaba bien, no tendría que haber presionado – insistí. – Ni haberte regañado frente a tus hermanos… Ni dejarte así, mi vida – le acaricié. – Y siento muchísimo lo que esos chicos te hicieron. El director me enseñó un vídeo.

Ted se encogió y me dedicó una mirada horrorizada.
-         ¿Lo viste? – gimoteó. – Soy un cobarde.

-         ¡No, nada de eso! ¡Eran cuatro contra ti solo!

-         Me paralicé. Me entró miedo… - me confesó.

Apreté el abrazo y me sentí afortunado de que compartiera aquello conmigo.

-         Sería normal tener miedo incluso no habiendo vivido todo lo que tú has vivido recientemente – le aseguré. – Cariño, plantarles cara hubiera sido una muy mala idea. No voy a darte el típico discurso de que las cosas no se resuelven a golpes: tienes derecho a defenderte. Siempre os he dicho que la violencia no se combate con más violencia, pero lo de poner la otra mejilla en sentido literal mejor se lo dejamos a Jesús. Tú tienes que evitar que te hagan daño. Sin embargo, a veces, la forma de evitarlo es entender cuándo estamos en desventaja. Aun así, te enfrentaste todo lo que pudiste.

Ted apoyó la cabeza en mi hombro y suspiró.

-         Mi pequeño… ¿Por qué no me constaste lo que pasó? Te pregunté varias veces…

-         Me daba vergüenza – admitió. - Por… todo. La manera en la que pudieron conmigo y también el hecho de que me engañaron. George me dijo que había escondido mis cosas en el despacho del entrenador antes de que cerrara para irse. No aparecían por ningún lado, así que le creí…. Y entré, aun sabiendo que eso podía meterme en problemas… Lo siento mucho, papá.

-         Hey. Por lo que a mí respecta eso quedó más que saldado cuando cumpliste una hora de penitencia porque tu padre fue tan burro de irse sin sacarte de ahí – zanjé, y le di un beso en la frente. Seguramente por eso se había sentido culpable cuando llamó el director: por haber irrumpido en el despacho. - ¿Cómo conseguiste entrar?

-         Es una cerradura vieja. Usé el carnet de la biblioteca. Lo he visto en muchas pelis… y funcionó. Sé que fue una tontería… Pero el entrenador ya no estaba. ¿A quién se lo podía decir?

-         A mí. Podrías haberme llamado por teléfono.

Ted se hizo pequeñito como para caber mejor en el sofá y no me respondió.

-         La bolsa está en el coche. No la he sacado porque huele fatal. O a lo mejor soy yo, que apesto a basura también – murmuró.

-         Eh, no. Nada de eso, ¿me oyes? Por lo único por lo que no me disculpo del todo es por la palmada que te di. No quiero que te llames basura nunca más.

-         ¿Basurita? – probó.

Que intentara hacer bromas era bueno, aunque fueran bromas contra sí mismo y contra lo que acababa de decirle. Levanté la mano en un gesto elocuente e hice ademan de girarle, así, medio tumbado como estaba.

-         ¡No, vale, vale! No lo digo más.

Me puso un puchero sobreactuado, imitando a los enanos. Mi mocoso. Le quería tanto.
Pasé la mano por detrás de su cuello y le froté la nuca.
-         Les van a expulsar – le dije. – No van a volver a molestarte nunca más. Pero si alguien más la toma contigo, necesito que me lo digas, ¿vale? Que no minimices las cosas ni me hagas pensar que son tonterías. Y que no te calles nada… Sabes que puedes confiar en mí.

-         Sí, pa… Te lo prometo.

Le sonreí, pero luego me puse serio otra vez.
-         ¿Te duele algo? Te patearon…

-         Estoy bien. Me molestan un poco las muñecas. Me rocé con la cuerda al soltarme – me explicó.
Le agarré el brazo con cuidado y se lo examiné. No se apreciaba nada en su piel oscura, pero siempre había sido más difícil detectar rozaduras o moratones incipientes en su cuerpo, por su color. Le daría una crema después.
-         Voy a matarles – murmuré. Me di cuenta demasiado tarde que lo había dicho en voz alta.

-         No, porque para eso tendrías que irte y no te pienso soltar por un buen rato – me avisó, agarrando mi camiseta de forma posesiva. Instantes después, sin embargo, me liberó, aunque no se separó del todo, ni mucho menos. – Me hicieron la encerrona porque el entrenador dijo que había sido el mejor en la práctica de hoy.

-         Siempre eres el mejor – respondí, con orgullo. Ted me dedicó una sonrisa vergonzosa.

-         Tengo ganas de ver a Blaine en el agua. Eso te va a crear un conflicto – me chinchó. – Tienes que ganártelo, así que debes hacerle la pelota, pero no puedes decirle que es mejor que yo incluso aunque lo sea, ¿eh?

Me alegré de verle más animado.

-         Nadie está compitiendo aquí…

-         Pá, somos adolescentes. Siempre estamos compitiendo. Pero no te preocupes, cuando te cases con Holly, le dejaré ganar. Después de todo, seré el hermano mayor.
Me quedé sin aire y no solo porque de pronto decidiera usarme de almohada y golpeara mi estómago con su cabeza.
Se quedó ahí por varios minutos y yo me limité a acariciarle el pelo, mientras buscaba la forma de recuperarme de la aplastante seguridad con la que había dicho “cuando” y no “si”. Me hizo plantearme si debía avanzar más rápido en mi relación con Holls, pero pensaría en ello más adelante. En ese instante, había algo más que quería hablar con Ted.
-         Campeón… ¿me escuchas? – pregunté, porque tenía los ojos cerrados. Él asintió. – Necesito decirte algo.

Ted se giró un poco hasta quedar bocarriba y, así tumbado, me miró desde abajo con sus enormes y transparentes ojos castaños.

-         Hubo un tiempo en el que yo también tenía miedo – le dije. – Miedo de que me volvieran a hacer daño. De sentirme indefenso ante alguien más fuerte que yo. Aún lo tengo, inconscientemente, cuando alguien me agarra muy fuerte. Sé por lo que estás pasando y si hay alguien con quien no tienes que sentirte avergonzado, es conmigo.
Ted restregó la mejilla contra mi pantalón. Seguí mimándole y saqué el móvil para pedirle una cita con un psicólogo, maldiciéndome por haber ido postergándolo. Yo había tenido que superar mis problemas solo, pero él no tenía por qué hacerlo. Y, aunque me doliera, había cosas en las que con mi ayuda únicamente no bastaba.



-         MICHAEL’S POV –

Cuanto más confía una persona en ti, peor te sientes por engañarle. Aidan se había tragado lo del cine tan rápido como Kurt un caramelo. Además, me dio veinte dólares, para que me comprara la entrada y unas palomitas y yo no entendía por qué, dado que ya nos daba una cantidad fija de dinero al mes. Guardé el billete con algo de remordimiento, porque sabía que no lo iba a utilizar.

Me dije a mí mismo que tampoco estaba haciendo nada malo, pero en el fondo me sentía como cuando preparaba un gran golpe para Greyson. Me movía en la misma atmósfera de secretismo, aunque aquella vez era otro hombre el que tiraba de los hilos.

“Quiero que nos veamos, pero Aidan no se puede enterar” me había escrito Andrew.

Y yo inicialmente había pensado en mandarle a la mierda, pero sentía demasiada curiosidad al respecto de lo que podía querer.

Apenas me sorprendí de que tuviera mi número. Había demostrado ser un hombre de muchos recursos. Acordamos un día y un lugar y solo me quedó encontrar una excusa para Aidan. No fue muy difícil. Era un incrédulo, o quizá es que estaba cegado por el amor que nos tenía. Me gustó incluirme en ese “nos”.

Iba a encontrarme con Andrew en una cafetería. Él llegó allí antes que yo, porque el autobús se retrasó unos minutos. Estaba sentado en una mesa y había pedido un café. Al menos, esperaba que fuera un café y no un whisky en taza. Me acerqué a él y me senté enfrente.

-         Has venido – exclamó, a modo de saludo.

-         Dije que lo haría.

Le observé atentamente. Hacía solo unas pocas semanas desde la última vez que le había visto y aún así parecía haber envejecido.
-         ¿Lo sabe Aidan?

-         No.

-         ¿Seguro? – desconfió.

-         No me habría dejado venir.

-         Es sobreprotector, ¿no? – preguntó con una sonrisa.

-         Demasiado – gruñí. - ¿Para eso me has hecho venir?

-         No…
Se interrumpió cuando se acercó una camarera. Quería saber qué iba a tomar y respondí que nada, pero Andrew se empeñó en pedirme un café.
-         ¿Te gusta el café? – planteó. Asentí y lo pedí con sacarina. - ¿Sacarina? - se extrañó.

-         Diabetes – musité, como única explicación. – Bueno, ¿para qué querías verme?

Andrew se tomó su tiempo y concentró la mirada en su taza antes de responder.
-         Aidan es una persona admirable – comenzó. – Aunque siempre he sabido que sería un buen hombre, ha superado todas mis expectativas. Pero, seamos francos, vive en un mundo paralelo. Un mundo donde cree que todos los problemas se resuelven con amor. Tú y yo sabemos que no es así. Que el optimismo no siempre lo arregla todo y que desear algo con mucha fuerza no significa que lo consigas.

Le escuché sin decir nada. Esa era una buena forma de describir mi forma de pensar… hasta que conocí a Aidan. Gracias a él yo había conseguido lo que “deseaba con mucha fuerza” desde niño.

-         ¿Por qué me sueltas este rollo? – me quejé. Seguía sin entender qué buscaba de mí.

-         Sé que él es tu familia ahora.

-         Es mi padre – declaré, para dejar ese punto claro.

-         Lo sé. Y por eso quiero que cuides de él. Sé que piensa que se puede casar con una mujer con once hijos, pero… A veces, su necesidad de cuidar a los demás es tan grande que no se cuida a sí mismo.

Me enfurecí. Era la misma condescendencia con la que hablaba Greyson, como si Aidan fuera una persona frágil y rota.
-         Sabe lo que hace. Y si tanto te preocupas por él, podrías haber sido un mejor padre – le espeté.

-         Solo ocúpate de que su idealismo no le consuma, ¿de acuerdo?

-         Esto podrá sorprenderte, pero las familias no solo consumen: también llenan. Y él tiene derecho a elegir quién forma parte de su familia.

Después de pronunciar aquellas palabras, me di cuenta de dos cosas. La primera, que para ser fiel a lo que yo mismo acababa de expresar, tenía que apoyar a Aidan si su deseo era formar una familia con Holly. Y, la segunda, que aquella emboscada de Andrew sonaba ligeramente a despedida. Me estaba encargando a su hijo, como si supiera que él no iba a estar para ocuparse.
No pude deshacerme de esa sensación cuando, diez minutos después, le vi marcharse de la cafetería.
Estaba lejos de casa, como a treinta minutos en bus y una hora caminando. Se suponía que aún estaba en el cine, así que decidí volver dando un paseo tranquilo. Tenía muchas cosas en que pensar.
Intenté vislumbrar cómo sería una vida combinada con los monstruitos de Holly. Se acabó el silencio, eso seguro. Y en lugar de tres enanos pegajosos de pronto tendría muchos más. Pero los enanos en verdad no eran un problema. El conflicto podía venir con los grandes. Ufff… Sean tenía toda la pinta de ser un dolor de muelas.
Tal vez no tuviera que pasar nada de eso. Tal vez Aidan podía seguir viendo a Holly y nada más. De vez en cuando organizarían quedadas colectivas, pero cada conejo seguiría en su madriguera. ¿Sería eso suficiente para papá?
¿Sería lo mejor para mis hermanos? Kurt quería una madre.
Agh. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? Yo tendría que estar pensando en el juicio de Greyson. Habían desestimado mis acusaciones, pero mi expediente todavía no estaba limpio. No habían encontrado motivos para condenarme, al haber descubierto los embustes de Pistola, pero eso no significaba que mi nombre hubiera quedado limpio. Eso solo lo lograría si conseguía que un juez declarase a Greyson culpable de todos sus crímenes.
Me detuve en un parquecito a medio camino y me tumbé al sol por un rato. El sol del invierno era el mejor: no quemaba como en verano. Me quedé allí durante tres cuartos de hora, dando pequeñas cabezadas. Mi futuro era incierto y mi vida no era exactamente la tranquila rutina que uno esperaría en alguien de mi edad, pero por primera vez en mucho tiempo me sentía a salvo. Me sentía protegido. Tenía un plan: retomar los estudios, visitar a mi padre, que Aidan me adoptara. Tenía un lugar al que llamar “mío”.
Finalmente regresé a casa y me encontré a Ted dormido en el sofá. Miré a mi hermano, tan parecido y tan distinto a mí y sonreí.
-         ¡Michael!  - exclamó Hannah.
Ya me había acostumbrado a su efusividad, así que reaccioné a tiempo para recogerla en mitad del salto de gacela que pegó para engancharse a mí.
-         Hola, enana. ¿Y tus secuaces?

-         Arriba jugando. No hemos ido al parque porque Tete se portó mal y papá le regañó y no nos llevó – me explicó, con un puchero.
Miré a Harry, que estaba en uno de los sofás libres en busca de una explicación mejor. Ted no solía meterse en líos.
-         No sé bien qué pasó – me dijo, con un encogimiento de hombros.
Tras hacerle una pocas cosquillas a Hannah la dejé en el suelo y fui a buscar a papá a ver si podía enterarme. No sabía si lo hacía por cotilla o por la necesidad de saber que Ted también la cagaba de vez en cuando.
Aidan estaba en la cocina intentando convencer a Alejandro de que no podía coger una bolsa de patatas porque quedaba poco para cenar y tenía que ir a ducharse.
-         Hola, Mike – me saludó. - ¿Estuvo bien la peli?

-         Sip. ¿Pasó algo con Ted? La enana me contó a medias.

Aidan suspiró. Pensé que iba a decirme que no era asunto mío, pero en lugar de eso echó una mirada en dirección al salón, como si quisiera comprobar que Ted seguía ahí y estaba bien.
-         Después de natación unos chicos le tendieron una trampa. Se burlaron de él y le ataron a la calefacción con una cuerda. Vuestro hermano lo ha pasado muy mal – nos relató, a Alejandro y a mí.

-         ¿Qué hicieron qué? – gruñí.
Nos dio algunos detalles más y quise partirles la cara a esos idiotas. Ya una vez le habían lastimado y si no tomé represalias era porque sus agresores eran viejos conocidos míos. Y porque sabía que si me metía con ellos podía acabar mal: no eran malos chicos del todo, pero tampoco la clase de personas con las que quieres iniciar una guerra.
Pero ¿un grupo de críos de instituto? Esos podían venir de tres en tres, si querían, que yo les iba a enseñar a no meterse con mi hermano. Alejandro parecía compartir mi opinión.
-         Se van a enterar – bufó.

-         No, nada de eso. No os lo he contado para que vayáis de justicieros – replicó Aidan. – Ya van a tener lo que merecen, les van a expulsar.
¿Por aterrorizar y golpear a mi hermano? Oh, no. No habían tenido lo que se merecían. Ted había sobrevivido a un golpe grave en la cabeza. Nadie más iba a tocarle nunca.
-         Hablo en serio, chicos – nos advirtió. – No os metáis.

-         Sí, papá – suspiró Alejandro.
Los dos salimos de la cocina para ir a las duchas, pero, cuando llegamos a las escaleras, le detuve.
-         No lo has dicho en serio, ¿verdad? Aún quieres ir a por esos tipos – tanteé.

-         Por supuesto.

-         Genial, entonces. Pero será el lunes. Mañana es un día importante y papá no tiene que sospechar nada, ¿de acuerdo?

-         De acuerdo – respondió y chocamos la mano. 

2 comentarios:

  1. ohhh ya espero con ancias el lio en que se meteran Michael y ALejandro

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  2. me desespera la personalidad de ted!! y siiii yo tmb muero por saber lo grande que la armaran ale y muchael!! alejandro siempre sera mi favoritooo pliis no tardes taantooo

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