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martes, 9 de junio de 2020

CAPÍTIULO 21: La pesadilla

CAPÍTIULO 21: La pesadilla

~ KORAN’s POV ~
Rocco dormía de lado, echo un ovillo y ocupando muy poquito espacio. ¿Era consciente de lo tierno que se veía estando así? Sus rasgos suaves le hacían parecer un ángel. No entendía cómo había podido engendrar algo tan hermoso.
Era un muchacho alto y fuerte, demasiado grande para su edad, pero al mismo tiempo tenía un lado vulnerable que le hacía muy pequeño a mis ojos. Su vida acababa de comenzar. Sabía que, según su limitada experiencia del mundo, ya se creía muy mayor, pero apenas había transcurrido un parpadeo en la línea de su existencia.
Un parpadeo que yo me había perdido. Diecisiete años en una vida de dos mil quinientos no parecen tantos, pero eran años de mi hijo, sus primeros momentos en el mundo. Y yo no había estado presente. Me había perdido tantas primeras veces…
Me habían arrebatado su infancia. Por más que tuviera pensado chincharle al respecto de que seguiría siendo menor de edad durante treinta años más en cuando legalizara su situación, lo cierto era que había llegado a mí como un adolescente. Y que, si por alguna razón decidía que no quería vivir conmigo y se iba con los mestizos, allí podrían tratarle como un adulto. Casi bufé solo de pensarlo. Había demasiadas cosas que aún desconocía, no solo de Okran sino del universo en general. Era como soltar un huevo en medio del desierto y pretender que sobreviva solo. Rocco aún no estaba preparado para eso, le gustara o no. Y yo menos. Acababa de encontrarle y no pensaba separarme de él nunca más.
Sacudí la cabeza. Nada de pensamientos tristes. Lo importante era que ya estaba conmigo. Tenía la oportunidad de conocerle y hasta el momento estaba siendo una experiencia muy interesante. Rocco era un chico vivaz, de pensamiento rápido y algo mordaz, con un sentido del humor atrevido y descarado. Lo usaba como defensa cuando se sentía incómodo o nervioso y, aunque podía llegar a ser demasiado deslenguado para mi gusto, ya había conseguido sacarme más de una sonrisa. No parecía haber maldad dentro de él, era un muchacho maravilloso, de gran corazón. Y además era un niño muy sensible. Sus hipnóticos ojos asimétricos brillaban enseguida en cuanto le hablaba con la más mínima seriedad. Por si eso no dificultaba ya de por sí la tarea de regañarle, había heredado mi don, así que su mirada se volvió gris cuando me propuse castigarle. Gris expresaba tristeza y eso era lo último que yo le quería hacer sentir. Si reprenderle iba a ser siempre tan doloroso, el mocoso iba a terminar convirtiéndose en un mimado.
Era absurdo, llevaba castigando niños desde hacía siglos. Cuando se ponían excesivamente difíciles con sus padres, los traían ante mí para que mediara en el conflicto. Nunca me gustaba hacer del malo del cuento: muchos niños crecían pensando mal de mí porque yo me convertía en una amenaza recurrente en algunas familias. “Pórtate bien o te llevaré con el príncipe Koran”. No era de mis tareas preferidas, pero normalmente no me hacía sentir tan miserable. Ser empático me ayudaba a entender lo que cada niño necesitaba y tal vez en ocasiones me hacía ser más blando de lo debido, pero casi siembre conseguía sobreponerme. Sin embargo, cuando Rocco comenzó a llorar me faltó muy poco para dejarlo pasar. Quizá, de no haber sido su vida lo que había puesto en peligro, lo habría hecho.
Tal vez había juzgado con demasiada dureza a algunos padres en el pasado, pensando que consentían en exceso a sus pequeños. Era horriblemente difícil ser el culpable del sufrimiento de un hijo, incluso aunque fuera un sufrimiento insignificante y pasajero.
Había esperado mayor rebeldía por su parte y es cierto que había salido corriendo, pero no me había atacado. Era un niño bastante dócil, en realidad. Le gustaba enfurruñarse por todo, pero creo que en el fondo disfrutaba de mi compañía.
-         No te vayas… - murmuró, sacándome de mis reflexiones. 
No me había movido de su lado, seguía rodeándole con mi brazo izquierdo, así que no podía referirse a mí. Comprendí que aún estaba dormido y acaricié su mejilla. Debía de estar teniendo una pesadilla. Había sufrido mucho por la pérdida de su madre. Era una herida todavía abierta, y no sabía si algún día llegaría a cerrarse.
A mí también me dolía su pérdida. Durante un estúpido segundo, cuando noté la llamada del anillo, había fantaseado con volver a ver su rostro sonriente. Sin embargo, a mí me quedaba un consuelo: la misma sonrisa me esperaba, pero en el rostro de su hijo. Hacía mucho tiempo que ella no estaba en mi vida y me había dejado algo para recordarla. Rocco, en cambio, se había visto privado de todo lo que conocía, de la persona más importante para él, de su hogar. Esperaba poder ser un digno sustituto.
-         No quiero estar solo – volvió a murmurar.

-         Nunca lo estarás – le prometí.
Se revolvió en sus sueños y dejé salir una oleada de tranquilidad. Noté cuando penetraba en su organismo, porque su respiración se hizo más profunda. A Rocco no le gustaba que influyera en sus emociones. Esa era la parte que más dilemas morales planteaba de nuestro don, pero yo no pensaba utilizarlo para hacerle daño, sino para ayudarle. Si podía evitar que tuviera pesadillas, lo haría. También lo había hecho durante el castigo, porque noté su miedo. Al principio, eso me desconcertó: cuando habría reprendido a otros muchachos se sentían nerviosos, a veces furiosos y quizá algo preocupados, pero no solían tener esa mirada de pánico que Rocco me dedicó justo antes de que le tumbara sobre mis rodillas. Realmente no estaba acostumbrado a aquellos métodos. Yo tenía que haber resultado muy intimidante desde su punto de vista.
Me recordó a una niña, quizá de la edad de Ari, a la que había reprendido en una ocasión. La pobre se asustó porque decía que yo era muy grande. Era bastante alto, pero más bien menudo en cuanto al ancho de los hombros. Me hizo mucha gracia que para esa niña yo fuera un gigante.
Para Rocco no sería tan grande, la diferencia de altura entre ambos no era tanta, pero seguramente me veía como un extraterrestre desconocido con pretensiones de ser su padre. Esperaba que con el tiempo aprendiera a confiar en mí. Deseaba que algún día me llamara “papá”.
Con un sueño mucho más tranquilo que antes, Rocco se giró para cambiar de postura y se acercó más a mí, enganchando mi pierna con las suyas, en una tenaza muy efectiva. Sonreí y le di un beso en la frente. Después me obligué a cerrar los ojos. Yo también tenía que dormir. Al fin y al cabo, iba a enfrentar a mis padres en lo que seguramente terminaría siendo un golpe de estado. Esas cosas requerían cierta planificación y para eso tenía que estar bien despejado. La seguridad de mi hijo estaba en juego. 

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