CAPÍTIULO 21: La pesadilla
~ KORAN’s POV ~
Rocco dormía de lado, echo un ovillo y ocupando muy
poquito espacio. ¿Era consciente de lo tierno que se veía estando así? Sus
rasgos suaves le hacían parecer un ángel. No entendía cómo había podido
engendrar algo tan hermoso.
Era un muchacho alto y fuerte, demasiado grande para
su edad, pero al mismo tiempo tenía un lado vulnerable que le hacía muy pequeño
a mis ojos. Su vida acababa de comenzar. Sabía que, según su limitada
experiencia del mundo, ya se creía muy mayor, pero apenas había transcurrido un
parpadeo en la línea de su existencia.
Un parpadeo que yo me había perdido. Diecisiete años
en una vida de dos mil quinientos no parecen tantos, pero eran años de mi hijo,
sus primeros momentos en el mundo. Y yo no había estado presente. Me había
perdido tantas primeras veces…
Me habían arrebatado su infancia. Por más que tuviera
pensado chincharle al respecto de que seguiría siendo menor de edad durante
treinta años más en cuando legalizara su situación, lo cierto era que había
llegado a mí como un adolescente. Y que, si por alguna razón decidía que no
quería vivir conmigo y se iba con los mestizos, allí podrían tratarle como un
adulto. Casi bufé solo de pensarlo. Había demasiadas cosas que aún desconocía,
no solo de Okran sino del universo en general. Era como soltar un huevo en
medio del desierto y pretender que sobreviva solo. Rocco aún no estaba
preparado para eso, le gustara o no. Y yo menos. Acababa de encontrarle y no
pensaba separarme de él nunca más.
Sacudí la cabeza. Nada de pensamientos tristes. Lo
importante era que ya estaba conmigo. Tenía la oportunidad de conocerle y hasta
el momento estaba siendo una experiencia muy interesante. Rocco era un chico
vivaz, de pensamiento rápido y algo mordaz, con un sentido del humor atrevido y
descarado. Lo usaba como defensa cuando se sentía incómodo o nervioso y, aunque
podía llegar a ser demasiado deslenguado para mi gusto, ya había conseguido
sacarme más de una sonrisa. No parecía haber maldad dentro de él, era un
muchacho maravilloso, de gran corazón. Y además era un niño muy sensible. Sus
hipnóticos ojos asimétricos brillaban enseguida en cuanto le hablaba con la más
mínima seriedad. Por si eso no dificultaba ya de por sí la tarea de regañarle,
había heredado mi don, así que su mirada se volvió gris cuando me propuse
castigarle. Gris expresaba tristeza y eso era lo último que yo le quería hacer
sentir. Si reprenderle iba a ser siempre tan doloroso, el mocoso iba a terminar
convirtiéndose en un mimado.
Era absurdo, llevaba castigando niños desde hacía
siglos. Cuando se ponían excesivamente difíciles con sus padres, los traían
ante mí para que mediara en el conflicto. Nunca me gustaba hacer del malo del
cuento: muchos niños crecían pensando mal de mí porque yo me convertía en una
amenaza recurrente en algunas familias. “Pórtate bien o te llevaré con el
príncipe Koran”. No era de mis tareas preferidas, pero normalmente no me hacía
sentir tan miserable. Ser empático me ayudaba a entender lo que cada niño
necesitaba y tal vez en ocasiones me hacía ser más blando de lo debido, pero
casi siembre conseguía sobreponerme. Sin embargo, cuando Rocco comenzó a llorar
me faltó muy poco para dejarlo pasar. Quizá, de no haber sido su vida lo que
había puesto en peligro, lo habría hecho.
Tal vez había juzgado con demasiada dureza a algunos
padres en el pasado, pensando que consentían en exceso a sus pequeños. Era
horriblemente difícil ser el culpable del sufrimiento de un hijo, incluso
aunque fuera un sufrimiento insignificante y pasajero.
Había esperado mayor rebeldía por su parte y es cierto
que había salido corriendo, pero no me había atacado. Era un niño bastante
dócil, en realidad. Le gustaba enfurruñarse por todo, pero creo que en el fondo
disfrutaba de mi compañía.
-
No te vayas… - murmuró, sacándome de mis reflexiones.
No me había movido de su lado, seguía rodeándole con
mi brazo izquierdo, así que no podía referirse a mí. Comprendí que aún estaba
dormido y acaricié su mejilla. Debía de estar teniendo una pesadilla. Había
sufrido mucho por la pérdida de su madre. Era una herida todavía abierta, y no
sabía si algún día llegaría a cerrarse.
A mí también me dolía su pérdida. Durante un estúpido
segundo, cuando noté la llamada del anillo, había fantaseado con volver a ver
su rostro sonriente. Sin embargo, a mí me quedaba un consuelo: la misma sonrisa
me esperaba, pero en el rostro de su hijo. Hacía mucho tiempo que ella no
estaba en mi vida y me había dejado algo para recordarla. Rocco, en cambio, se
había visto privado de todo lo que conocía, de la persona más importante para
él, de su hogar. Esperaba poder ser un digno sustituto.
-
No quiero estar solo – volvió a murmurar.
-
Nunca lo estarás – le prometí.
Se revolvió en sus sueños y dejé salir una oleada de
tranquilidad. Noté cuando penetraba en su organismo, porque su respiración se
hizo más profunda. A Rocco no le gustaba que influyera en sus emociones. Esa
era la parte que más dilemas morales planteaba de nuestro don, pero yo no
pensaba utilizarlo para hacerle daño, sino para ayudarle. Si podía evitar que
tuviera pesadillas, lo haría. También lo había hecho durante el castigo, porque
noté su miedo. Al principio, eso me desconcertó: cuando habría reprendido a
otros muchachos se sentían nerviosos, a veces furiosos y quizá algo preocupados,
pero no solían tener esa mirada de pánico que Rocco me dedicó justo antes de
que le tumbara sobre mis rodillas. Realmente no estaba acostumbrado a aquellos
métodos. Yo tenía que haber resultado muy intimidante desde su punto de vista.
Me recordó a una niña, quizá de la edad de Ari, a la
que había reprendido en una ocasión. La pobre se asustó porque decía que yo era
muy grande. Era bastante alto, pero más bien menudo en cuanto al ancho de los
hombros. Me hizo mucha gracia que para esa niña yo fuera un gigante.
Para Rocco no sería tan grande, la diferencia de
altura entre ambos no era tanta, pero seguramente me veía como un
extraterrestre desconocido con pretensiones de ser su padre. Esperaba que con
el tiempo aprendiera a confiar en mí. Deseaba que algún día me llamara “papá”.
Con un sueño mucho más tranquilo que antes, Rocco se
giró para cambiar de postura y se acercó más a mí, enganchando mi pierna con
las suyas, en una tenaza muy efectiva. Sonreí y le di un beso en la frente.
Después me obligué a cerrar los ojos. Yo también tenía que dormir. Al fin y al
cabo, iba a enfrentar a mis padres en lo que seguramente terminaría siendo un
golpe de estado. Esas cosas requerían cierta planificación y para eso tenía que
estar bien despejado. La seguridad de mi hijo estaba en juego.
Nice! ������
ResponderBorrarExcelente �� �� ��
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