lunes, 15 de junio de 2020

CAPÍTULO 103: La competición (parte 1) – Campo gravitatorio




CAPÍTULO 103: La competición (parte 1) – Campo gravitatorio

El sábado amanecí en la cama de papá. Se había empeñado en que durmiera con él aquella noche y la verdad es que yo tampoco puse demasiado empeño en negarme. Extrañamente, había sido el único inquilino en su cama. Kurt había querido dormir en su habitación y ningún otro de los enanos se había acercado.
Sin embargo, muy temprano por la mañana, los cuatro peques de la casa vinieron a despertarnos. Hannah y Alice saltaron sobre el colchón con sincronización perfecta, mientras que Dylan prefirió hacerse un hueco al lado de papá, arroparse y cerrar los ojos. Quizá le habían llevado contra su voluntad y aún tenía sueño. No era propio de él asaltar camas ajenas.
-         ¡Tete! – me saludó Kurt.
Estaba despeinado y no tenía sus gafitas puestas. Le sonreí. El enano se había portado muy bien conmigo el día anterior, cuando estaba llorando. Papá me había regañado delante de él y el peque sintió que debía consolarme. Me dio un pañuelo mientras estaba en la esquina y yo morí de ternura y vergüenza al mismo tiempo. Madie me rescató y se lo llevó arriba.
La tarde del viernes había sido horrible. Dolía admitirlo, pero yo siempre había sido la clase de persona que no tenía que preocuparse por los abusadores. Le caía bien a la gente, no solía entrar en conflictos y no me metía con nadie, salvo para defender a Fred cuando le hacían pasar un mal rato. Me pregunté si era así como se sentía mi amigo cuando la tomaban con él. Al menos, como estaban centrados en mí, parecía que le estaban dando un respiro. Prefería ser yo su diana... aunque pensé que lo iba a encajar mejor. Nunca creí que un grupo de idiotas engreídos pudieran hacerme pasar tanto miedo. Sabía que no todo el mérito era suyo, yo me había vuelto una rata cobarde que se asustaba cuando escuchaba una palabra más alta que la otra. Pero no lo podía evitar…
Era más que miedo. Más bien pánico. Me embargaba una sensación de falta de aire y solo me sentía seguro si conseguía hacerme un ovillo en el suelo. Era patético. Estaba convencido de que mi encuentro con aquellos matones que nos atacaron a Agus y a mí me había transformado en un inútil patológico. Un miedica sin remedio.
-         ¿Ted? – insistió Kurt. Creo que me había dicho algo y yo no le había escuchado.

-         Perdona enano. ¿Qué querías?

-         Que si vas a nadar hoy con Blaine.

-         No, peque. Es su campeonato, no el mío – le expliqué. – Él participa con su cole. Aunque, si ganan este y algunos encuentros más, terminarán compitiendo contra el nuestro, porque fuimos los campeones el año pasado.

-         ¿Crees que ganará?

-         Pues no lo sé, aún no he visto cómo lo hace – respondí. Recordé nuestra pequeña apuesta. – Parece bastante convencido de que puede hacer mejor tiempo que yo. La confianza al menos la tiene.

-         Peque, es demasiado pronto – protestó papá, tapándose la cara con la almohada. – Anda, túmbate aquí, como Dylan.


-         Ño, papi, ya no tengo sueño.

-         Ni yo. ¡Tengo hambre! – apoyó Hannah.

-         Grrr. Podíamos haber dormido veinte minutos más – refunfuñó, aceptando la idea de que se habían acabado sus horas de sueño y paz. – Está bien, voy a hacer el desayuno.

-         Voy yo, si quieres – me ofrecí.

Papá se incorporó de golpe, totalmente despejado de pronto.
-         Ni hablar, campeón. Tú quédate aquí.

-         ¿Aquí con cuatro monstruitos? – exclamé, con una falsa mueca de espanto. - ¡Ni loco!
Los peques se rieron y Dylan se enfurruñó porque no le dejaban seguir durmiendo.
-         Ya. Hay palmeritas de chocolate para todo el que se quede tranquilito en la cama hasta que esté el desayuno – les dije. Papá las habría comprado el otro día y a los enanos les habían brillado los ojos al verlas.
Alice, Hannah y Kurt se tumbaron y se quedaron quietos inmediatamente. Papá sonrió y les arropó con tres besos idénticos. A Dylan le hizo una caricia, pero no le dio un beso porque sabía que no sería bien recibido.
Papá y yo salimos del cuarto, pero él me sujetó suavemente.
-         De verdad, hijo. Descansa un rato más. Mira que el día de hoy va a ser intenso…

-         Ya sé, pero para veinte minutos ya qué más me da. Te ayudo con el desayuno.

-         Bueno. Gracias, Ted.
Bajamos a la cocina y noté que Aidan estaba muy serio y callado. Tal vez no había dormido bien. Se acostó muy tarde: desperté de madrugada para ir al baño y él aún estaba con el ordenador. Siempre hacía eso cuando tenía que escribir.
-         ¿Cómo estás, tesoro? – me preguntó, mirándome fijamente. A lo mejor había malinterpretado los motivos de su silencio.

-         Genial, pa.

Me escudriñó durante un rato, como si no me creyera.

-         No he sido un buen padre para ti – suspiró.

-         ¿Qué? ¡Claro que sí! ¿A qué viene eso?

-         Esos chicos llevan tiempo molestándote. Lo presencié y aún así no hice nada.

Se estaba refiriendo a cuando le abracé frente a la puerta del colegio, provocando las burlas de George y su grupo de imbéciles. O quizás a cuando vino a buscarme porque le mentí diciéndole que estaría en la biblioteca…
-         Sí hiciste – repliqué. - Me pediste que te contara si se seguían metiendo conmigo, pero… no lo hice – musité, encogiéndome un poco ante su expresión. Casi le leí el pensamiento:

-         Eso es cierto. Tendrías que habérmelo dicho, jovencito.
“Jovencito” era una manera poco usual de llamarme, que utilizaba en algunos momentos en los que sentía que debía regañarme, pero en verdad no quería hacerlo, así que impostaba la voz e intentaba sonar firme.
 -  … Sin embargo, conozco tu manía de pretender resolver solo todos tus problemas – continuó. – Tendría que haber estado más pendiente.
- No creí que la cosa siguiera escalando, así que tú tampoco tenías forma de saber que terminarían planeando lo del despacho – insistí. Papá no tenía la culpa de nada.
- Siempre la fastidio contigo – insistió. – Es mucho más difícil cuidar de adolescentes que de niños - se quejó.
Ese comentario llamó mi atención, nunca me había dado cuenta de que papá lo veía así. Sonreí. Sí, a Aidan se le daban muy bien los niños pequeños: se volvía uno cuando estaba con ellos.
-         Pensé que habíamos acordado que yo no era un adolescente – le chinché.

-         Un cuarto. Un cuarto de niño, un cuarto de adolescente y dos de adulto – decretó.

-         ¿Dos de adulto? Vaya. Eso debe tener algún tipo de beneficio, ¿no? – bromeé, buscando hacerle sonreír. Y funcionó, pero no del todo.

-         No me cambies de tema, bicho. A veces no sé cómo ayudarte – me confesó.
Resignado, casi como si me supusiera algún esfuerzo, le abracé.
-         Eres el mejor padre que nadie pudiera pedir. Y el mejor hermano mayor también. Para mí, has sido siempre las dos cosas. Tres cuartos de padre y uno de hermano – decidí continuar con la analogía. – Te quiero.
Aidan sonrió plenamente, como si esas dos palabras fuesen todo lo que necesitaba escuchar.
-         Tres y medio – protestó, entrando en el juego. – Yo también te quiero, Ted. Muchísimo.
Me reí.
-         Anda, vamos a hacer el desayuno – le pedí. - Si dejo que te pongas más cursi, no acabamos nunca y haremos esperar a Holly.

-         ¿Si “yo” me pongo cursi? – se indignó, pero luego tragó saliva con fuerza, nervioso por el encuentro con la familia de su novia. – Ojalá salga todo bien…

-         ¿Crees que nos echarán hoy de algún lado? – pregunté, en tono casual. – Con que evitemos eso, ya será una mejoría – sonreí y luego le hablé más en serio. – Tranquilo, papá. Son simpáticos. Nos caemos bien. Ya todos se van acostumbrando… a la idea.

-         ¿Y tú? – me interrogó. - ¿Qué opinas de todo esto?

-         Adoro a Holly, ya lo sabes – respondí, sorprendido. Reparé en que a lo mejor no lo sabía. Me había mostrado reservado en ese tema y no le había dejado ver del todo cómo me sentía. – Cuando estaba en el hospital, fue muy buena conmigo. Y no lo hizo porque estuvieras tú delante o por lo que yo te pudiera contar después: se podría haber limitado a quedarse fuera, argumentando que no la dejaban entrar, lo cual era cierto. Pero ella se hizo pasar por mi madre y entró y evitó que yo perdiera la cabeza.

Mis palabras lograron entristecerle, que era justo lo contrario a lo que yo había pretendido.

-         También te fallé entonces, al dejarte solo.

-         Papá – me exasperé. - ¿Quieres parar? No has fallado a nadie.

-         Vale. Solo… siento el mal rato que te hice pasar ayer. No manejé bien las cosas.

Bufé. Aidan podía llegar a ser muy cabezota. No obstante, una parte de mí sí que quería reclamarle por haberme hecho pasar tanta vergüenza, así que para zanjar el tema decidí acusarle en tono de broma:
-         Los enanos lo vieron todo, malo.

-         Fui totalmente desconsiderado. Me frustré porque no me respondías, pero no es excusa.

-         Te perdono con una condición – respondí, con una mirada pícara que él captó al instante.

-         ¿Qué te dé una palmerita? – planteó, pillando a la perfección mi intento de chantaje.

-         Mmm… dos condiciones.

Papá se rio. Me complacía saber que tenía facilidad para ponerle de buen humor. Era un don que no era mío en exclusiva, sino que compartía con mis hermanos.
-         A ver, ¿qué más quiere mi osito goloso? – se burló.
Le saqué la lengua, lo que hizo que se riera más.
-         Anda, dímelo. Si no es nada descabellado lo haré, ya me conoces.

-         Quiero que si te preguntan Mike o Fred les digas que estoy castigado. Aunque te insistan, les dices que no vas a ceder y que mi toque de queda ahora son las nueve de la noche.
Era una petición tan extraña que papá enmudeció momentáneamente, y dejó de cortar la fruta que estaba preparando en ese momento.
-         ¿Por qué? – inquirió al final. Suspiré. Ya había imaginado que tendría que darle algún motivo.

-         Los padres de Mike no van a estar el fin de semana. Quiere que Fred y yo vayamos a dormir a su casa.

-         Puedes ir, campeón – me aclaró, malinterpretándome. Seguramente creyó que yo había dicho que no porque pensaba que él no me dejaría. - Me fío de ti, y de ellos. Y Mike sabe que si hay alcohol de por medio le descuartizaré lentamente.

-         No es eso – musité, mirándome las uñas. – No quiero pasar la noche fuera.

Deseé que lo dejara correr, pero era Aidan y ese no era su estilo. No obstante, me conocía demasiado bien, así que no necesitó preguntarme nada. Levantó mi barbilla y me obligó a mirarle:
-         ¿Te da miedo dormir fuera de casa?
No habría recriminación en su voz, solo la intención de constatar un hecho y de entenderme. Asentí, abochornado. Había dormido fuera en otras ocasiones y tenía diecisiete años. No había un motivo lógico para que me diera miedo.
Pensé que papá diría algo. Que intentaría convencerme y hacerme ver que no había nada que temer, pero se concentró de nuevo en trocear una manzana y cuando habló lo hizo con tranquilidad, como restándole importancia.
-         ¿Durante cuánto tiempo te castigué? – preguntó. – Tengo que saber los detalles de tu coartada.

-         Esto… un mes… Tal vez más, hasta que se le olvide y me deje de insistir. Luego vendrán los exámenes y será más normal que no pueda quedarme en su casa.

-         Caray, un mes. Tus amigos van a pensar que soy un monstruo.

-         Solo es un toque de queda, no me castigaste sin salir – le recordé.

-         Y así tienes una excusa para no estar en la calle cuando oscurezca – respondió, tan perspicaz como siempre. Le gruñí.


-         AIDAN’S POV –

Aquella noche, mientras intentaba dormir después de desvelarme trabajando en el nuevo libro, le di muchas vueltas a la cabeza a todo lo que estaba pasando en mi vida. Con Ted acostado a mi lado, irremediablemente empecé a revivir los acontecimientos de la tarde del viernes. Por fin a solas, me pude permitir autoflagelarme en condiciones. Repasé mi larga lista de meteduras de pata con él y me sentí muy frustrado. Ted siempre quería parecer fuerte e independiente, pero yo no debía creerme esa fachada. Era solo un niño, mi pequeño que ni siquiera había protestado porque le metiera en mi cama, lo cual me indicó lo mucho que me necesitaba.
La noche de reflexiones me pasó factura, y cuando los enanos vinieron a despertarme estuve a punto de murmurar “cinco minutos más” como Alejandro algunas mañanas. Debían de estar excitados porque nos íbamos a reunir con la familia de Holly. La verdad es que yo también estaba nervioso.
Me fui a hacer el desayuno con Ted y así tuve ocasión de hablar un ratito con él. Mi muchacho era demasiado maduro. Era mi niño, pero también todo un hombrecito. Moría de orgullo, y de nostalgia, y de ganas de abrazarlo y no soltarle nunca. Por suerte, él estaba mimoso también y no me guardaba nada de rencor. Me dolió un poquito cuando dijo que era “tres cuartos su padre y uno su hermano”, porque yo quería ser su padre al completo y ni siquiera era ya su hermano de sangre. Pero así había sido siempre la relación entre nosotros, al menos desde que cumplió los doce. Sin embargo, ya incluso antes… De niño, Ted tenía la costumbre de contarme sus travesuras, pero no con la sinceridad culpable que podían tener Kurt y Hannah, sino con la complicidad de quien busca compartir una broma con su hermano. Como él no solía cruzar nunca los límites, las bromas y las tomaduras de pelo eran un aspecto más de nuestra relación. También lo eran en mi relación con Zach y otros de mis hijos, pero el descaro no formaba parte del carácter de Ted, sino que era algo que solo sacaba conmigo.
Con la sincronización habitual, seguimos charlando mientras preparábamos el desayuno. Que no quisiera pasar la noche fuera me preocupaba, pero sabía que presionarle no era la opción correcta. Ted tenía motivos para temerle a la noche y a las situaciones violentas y era algo que teníamos que superar poco a poco. Ya había pedido cita con el psicólogo para el miércoles, pero estaba esperando para decírselo. No sabía si se iba a poner a la defensiva y no quería que pensase que era una reacción a lo que había pasado en el colegio. Era más que eso.
Cuando todo estuvo listo, fui a despertar a los demás. Ted aprovechó para meterse en el baño antes de que se lo robaran.
Entré primero a la habitación de los mayores, porque era más sencillo ir en ese orden. Cole, Alejandro y Michael estaban totalmente dormidos y no me extrañaba, ya que era muy temprano. Cole estaba tan envuelto en sus sábanas que parecía una oruguita. Su cama estaba totalmente deshecha. Michael tenía medio cuerpo fuera de la litera, lo cual me asustó un poco, pero parecía haber encontrado el equilibrio necesario para no caerse. Y Alejandro dormía abrazado a algo. ¿Un peluche? Me acerqué más y comprobé que se trataba de Leo. Pobre gato, se iba a ganar el cielo en aquella casa de locos. Pero el animalito parecía feliz con el brazo de mi hijo a su alrededor.
Leo estaba despierto y al verme soltó un maullido apenas audible, como si quisiera saludarme. Luego, para ahorrarme el trabajo, le lamió la nariz a Alejandro, provocando que la arrugara de una manera muy graciosa. Después continuó con el resto de su cara, deteniéndose particularmente en las mejillas y regresando a la nariz.
-         Achis – estornudó.

-         Esto ha sido impagable, qué pena no haberlo grabado – sonreí y me acerqué a su cama. – Buenos días, campeón.

-         ¿Mmm?

Acaricié a Leo y me agaché para darle un beso en la frente a Jandro. Él se removió y Leo se apartó hábilmente para no ser aplastado. Saltó de la cama con una agilidad envidiable y salió del cuarto con su sigilo habitual. Se movía por la casa con completa confianza, aunque su lugar favorito era uno de los sofás del salón.

-         ¿Dormiste bien? – pregunté y Alejandro asintió, desperezándose todavía.

Le dejé espabilarse y fui con Cole, agradeciendo una vez más que mi altura me permitiera llegar fácilmente a las camas de arriba.

-         Hora de despertarse.

-         Ahuuum. Hola.

-         Hola, peque.

Le ayudé a deshacer su rollito de sábanas y entonces reparé en que había un libro entre ellas.

-         Aham. ¿No pude este libro yo en la mesita ayer por la noche cuando os apagué la luz? – le pregunté.

-         Upsi.

-         No quiero saber a qué hora te dormiste.

-         No, no quieres, papi – me aseguró, el muy sinvergüenza.

Era demasiado temprano para enfadarse con nadie, así que me limité a hacerle cosquillas hasta que se le fue todo rastro de sueño.

-         ¡Ay! Jijiji… ¡No, para, papa! Jajaja

-         No paro, mocosito desobediente – regañé, cariñosamente.

-         Jajajaj ¡Lo siento!... ay… Jiji

Le liberé, sabiendo que las cosquillas prolongadas podían tener efectos negativos.

-         La hora de dormir es para algo, bicho – le dije, ya más en serio. – Hoy vas a estar muerto de sueño.

-         Papi, ¡es que se iba a abrir el huevo! – me explicó, señalando el libro. “Eragon”. Mi gusanito de biblioteca leía libros muy avanzados para su edad.

-         Ya veo. ¿Quién podría resistirse a eso? – me reí. – Si devoras las historias tan rápido, te pierdes ese momento mágico de imaginar cómo continuará. ¿Te está gustando?

-         ¡Sííí! ¡Papi, quiero un dragón!

Seguía siendo mi bebé.

-         Veré lo que puedo hacer, campeón – respondí, alzándole por las axilas para bajarle de la litera. – Ahora hay que desayunar.

-         ¡Sí!

Ya iba a salir corriendo, pero le llamé antes de que desapareciera y le indiqué que se acercara con un dedo. Me miró con los labios abiertos y puso una cara triste, pero caminó hacia mí.

-         ¿Y mi beso de buenos días? – me indigné.
Cole cambió su expresión de preocupación por una sonrisa y tiró de mí para que me agachara y poder darme un beso.
-         Así mejor.
Le di un abrazo rápido y dejé que se fuera para despertar a Michael, quien en realidad ya tenía los ojos abiertos gracias a las risas de Cole.
-         Buenos días, Mike. Cariño, ¿cómo es que no te caes del colchón? Estabas medio fuera.

-         Ponle barras, como a Cole cuando era más pequeño – se burló Alejandro, lo que le valió un justo almohadazo por parte de su hermano.

-         Tengo experiencia en dormir en literas – replicó. Me estremecí, sabiendo que se refería a las camas de algunos de los centros penitenciarios (juveniles o de adultos) en los que había estado.

-         Vamos a desayunar… - les dije, aún intentando librarme de la molesta sensación que me embargaba siempre que recordaba todo lo que había vivido Michael.

-         ¿Y mi beso de buenos días? – protestó Mike, imitando no solo mis palabras, sino también mi voz, en una de sus exhibiciones de talento. Me reí y me acerqué a darle un beso. – Así mejor.

-         De verdad, tío, preséntate a un concurso o algo – le aconsejó Alejandro, impresionado por lo idéntico a mí que había sonado.

-         No, gracias. Dejo el mundo del artisteo para el bailarín de la familia.

Fue el turno de Alejandro de pegarle con la almohada. Rodé los ojos y pasé a la siguiente habitación.
Cuando entré a la habitación de Zach y Harry no les encontré en la cama y pensé que tal vez se habían despertado solos, pero entonces…
-         ¡BUH! – gritaron al mismo tiempo, saliendo uno de detrás de la puerta y otro de dentro del armario.
Nunca lo admitiría, pero me asustaron de verdad, los dos micos. Me pillaron totalmente desprevenido.
-         Pero qué graciosos. ¿Es esa forma de saludar a vuestro padre? – pregunté, con falso enfado.

-         No era un saludo, era un susto – me informó Zach, por si acaso me había confundido.

Me acordé de la reacción de Cole cuando le había llamado y pensé que yo también podía jugar un poco.

-         Muy bonito. Ven acá, maleducado.

-         ¿Uh?

-         Aquí, Zachary – insistí, con el gesto más serio que supe poner.

-         Pero, papá… - gimoteó.

-         “Pero papá” nada. A ver si aprendemos a respetar.
Me puso tal puchero que ya no pude seguir con la pantomima, así que le sonreí y le di un abrazo.
-         Era broma, campeón.

-         Mallo – me acusó e intentó picarme el costado como hacía yo a veces con ellos, pero no sabía hacerlo bien.

-         El peor – reconocí y le besé en la frente. – Pero yo también sé dar sustos, ¿ves?

-         Grd.
Le di un beso a Harry también y se fueron al baño.
El despertar de Barie y Madie fue mucho más tranquilo. Acaricié la mejilla de Madie y ella abrió sus preciosos ojos castaños.
-         Buenos días. ¿Cómo durmió mi princesa hermosa?

-         Ahum. Muy bien. Un día de estos voy a morir de diabetes. Le voy a tener que pedir su insulina a Mike, porque tengo un papi empalagoso – respondió, pero sonreía abiertamente.

-         Ya no puede uno ser cariñoso, ¿o qué?

-         Sí puedes, sobre todo si me vas a despertar tan pronto.

-         Lo siento, cariño. Es que si no se nos hace tarde – me justifiqué.

-         Sí, sí, hay que ver competir al hijo de tu novia – refunfuñó.

-         ¿No quieres? – intenté que no se me notara la ansiedad.

Madie se encogió de hombros.

-         Empiezo a hacerme a la idea. Ella parece maja. Es solo que…

-         ¿Qué? Puedes decirme lo que quieras, cariño – la recordé.

-         ¿Y si algún día tienes hijos con ella?

Se me cortó la respiración.

-         ¿Qué pasaría entonces? - logré preguntar.

-         Ella tiene sus hijos, tú nos tienes a nosotros. Pero ese supuesto bebé, sería “vuestro”.
Esperé varios segundos antes de contestar y aproveché ese silencio para pensar y acariciar su pelo, cada día menos rojizo y más castaño. Me pregunté si con los trillizos pelirrojos de Holly pasaría lo mismo.
-         Si Holly y yo vamos más allá, todos seréis “nuestros”, Mad. No habrá distinción, da igual si compartimos ADN o no, da igual si tenemos otro hijo o no. Aunque ya te adelanto que tampoco tengo intención de repoblar yo solo la nación.

Madie soltó una carcajada muy ruidosa y luego se tapó la boca y se asomó para ver si había despertado a Barie. Seguía durmiendo.

-         ¿Lo prometes?

-         Lo prometo – dije, con solemnidad.

-         ¿Y no te enamorarás de esos bebés y pasarás de nosotros? - planteó.

-         Me enamoraré de todos, ya lo estoy a medias, y Holly se enamorará de vosotros, pero no pasaremos de nadie.

-         Humm. Cuando dices que no habrá distinción es que te voy a tener que compartir, ¿verdad? – se volvió a enfurruñar. De pronto parecía mucho más joven.

-         Solo un poquito, princesa. Yo también tendré que aprender a compartirte a ti. No habrá distinción porque mis hijos seguirán siendo mis hijos, y, si tengo más hijos, mis hijos seguirán siendo mis hijos.

Madie volvió a reír. Estaba de buen humor.

-         Parece un trabalenguas.

-         Pues sí. Pero es totalmente cierto.

-         Pero… Scarlett es especial, a ella no puedes tratarla igual.

-         Algunos de los hijos de Holly tienen necesidades especiales. ¿Eso te preocupa? – pregunté.

-         No… pero quiero decir… seguro necesitan más atención. Aunque bueno, Dylan también…

-         Todos los niños necesitan atención, Madie – respondí, haciéndola un mimo. – Y es un reto pensar en juntar a tanta gente, ahí está precisamente el problema en toda esta locura. Pero no voy a olvidarme de nadie. Voy a intentar darle a cada uno lo que precise de mí. Esa será la forma de no hacer distinciones. Es lo que hago ahora. Aunque a veces parezca que soy injusto, intento trataros a cada uno como las personitas diferentes que sois. Eso no va a cambiar, sumemos a quien sumemos.

-         Si yo no me puedo maquillar, Scarlett tampoco, ¿eh?

Fue mi turno de reírme.

-         Vale, trato – acepté. Dudaba que eso fuera un problema. – Pero ahora venga, a levantarse. A Blaine le hace mucha ilusión que vayamos a verle. Y luego vamos a comer en un chino. Ya hemos reservado.

-         Mm. La próxima vez te toca presumir a ti, ¿eh? – me dijo.

-         ¿A qué te refieres?

-         Ya hemos visto cantar a Sam y nadar a Blaine. A ver cuándo presumes de nuestros talentos.

-         Demasiado temprano para tanta cháchara – se quejó Barie, desde su cama. Ya la habíamos despertado.

-         Buenos días, cariño.

Me acerqué a su cama y besé su frente hasta conseguir que abriera los ojos.
-         ¿He oído algo de un chino? – preguntó.

-         Ajá. Ahí vamos a comer.

-         ¡Genial! – sonrió, entusiasmada.

-         Pero antes de comer hay que desayunar, princesa. Así que, venga. Fuera legañitas y bajemos.
Por último, fui a mi cuarto a por los enanos. Alice y Dylan se habían vuelto a dormir, pero se despertaron enseguida.
Llevó un tiempo, como siempre, pero al final todos mis hijos estuvieron desayunados, vestidos y listos para irnos. Antes de salir de casa, pedí silenciosamente porque tuviéramos un buen día.

-         ZACHARY’S POV –
La competencia de Blaine era en el colegio militar donde estudiaban los hijos de Holly. Papá condujo hasta allí y en el coche reinó un extraño silencio, como si todos supiéramos que esos momentos compartidos podían significar mucho para el futuro de nuestra familia. No sé si en el coche de Ted reinaba la misma atmósfera, pero cuando llegamos todos nosotros intercambiamos una mirada que mezclaba la excitación con los nervios. Si hasta sentía que tenía la tripa revuelta y todo…
Holly y su familia nos esperaban en el aparcamiento. Estúpidamente, le sonreí a Jeremiah justo antes de recordar que eso no tendría ningún sentido. Nos acercamos a ellos y todo fue un guirigay tremendo a partir de entonces, con decenas de voces hablando entre sí al mismo tiempo.
Holly nos dio un beso a todos y yo me ruboricé un poquito cuando fue mi turno. Me gustó que supiera que yo era Zach y no Harry. No me gustaba que la gente nos confundiera, ya no nos parecíamos tanto como cuando éramos pequeños. Kurt se colgó de su cuello y ella no pareció tener problemas con eso.
Papá también saludó a los hijos de ella, que mostraron diferentes grados de entusiasmo, desde el máximo, hasta cero. Scarlett soltó una risita tímida, Blaine le abrazó con fuerza, Sean se dejó abrazar, Leah intentó sin éxito esquivar un abrazo, etc.
-         Yo me tengo que ir ya, el entrenador me está esperando – dijo Blaine, después de saludarnos genéricamente con la mano a todos.

-         Ve, cariño. Mucha suerte, aunque no la necesitas – le dijo Holly.

-         Te estaremos animando – dijo papá.

-         Suerte :3 – le deseó Kurt.

Blaine le revolvió el pelo y desapareció cargando con su mochila.

-         Nosotros deberíamos ir yendo a las gradas – sugirió Holly. – Es muy pronto, no empieza hasta dentro de cuarenta minutos, pero si esperamos más no podremos sentarnos juntos.
Todos asentimos y nos dejamos guiar. De pronto una manita pequeña me agarró el pantalón. Bajé la cabeza para ver una bolita pelirroja.
-         Perdona, Avery está en una fase donde no quiere que le lleven en brazos – me explicó Holly. – El carrito para tres es muy grande, así que he pensado que era mejor dejarlo en el coche.
Ella llevaba a un bebé y Aaron a otro, pero ese pequeñín andaba con torpeza por el aparcamiento y se había agarrado a mí al necesitar algo con lo que estabilizarse para seguirnos el ritmo.
-         Ven, peque – dijo Sam, e intentó cogerle a upa, pero el bebé soltó un gritito y un lloriqueo berrinchudo para que no le agarrara. Le golpeó con su minúscula manita.

-         Avery, eso no se hace – le regañó Aaron.
Ese hombre me daba un poco de mal rollo, así que le di la mano al bebé para evitar que se metiera en problemas.
-         No importa, vamos andando, ¿verdad, peque?
No me respondió, pero me miró con interés, como si reparara por primera vez en el rostro extraño que acompañaba a la pierna a la que se había aferrado. Caminó conmigo con pasitos torpes, y no pude evitar fijarme en unas arrugas peculiares en su pantalón, comprendiendo que llevaba un pañal debajo. Recordé que no tenía ni dos años todavía.
Holly me sonrió con agradecimiento y yo me adapté al paso del enano. Era un poco desesperante y todo hubiera sido mucho más rápido si se dejara coger en brazos, pero en fin.
-         Nene – me llamó y señaló algo. Miré en esa dirección y vi que ya llegábamos a la zona de la piscina. Avery estaba señalando el agua, creo.

-         Sí, ya lo veo. ¿Te gusta nadar?

De nuevo, no me respondió, pero hizo un ruidito, como hablando consigo mismo. Era demasiado mono.
Después de lo que parecieron diez años, llegamos a las gradas, y ahí sí se tuvo que ir con Sam para que le subiera en brazos por las escaleras. Avery lloró y pataleó, pero Sam aguantó estoicamente hasta tomar asiento. Después le sentó encima suyo y le hizo dar botecitos hasta que el niño poco a poco se fue calmando.
Sorprendido, comprobé que los demás ya habían ido cogiendo sitio, aprovechando que no tenían que acompañar a un bebé lento como una tortuga y el único hueco que quedaba era al lado de Holly. Me acerqué con algo de timidez, pero su cálida sonrisa me tranquilizó.
Descubrí que era muy fácil hablar con ella. Hacía preguntas sencillas, como para saber más de mí, y algunas de ellas me hicieron sospechar que papá ya le había contado muchas cosas. Después de un rato, me animé a hacer yo las preguntas. Me fijé en que West, al otro lado de su madre, jugueteaba con uno de los trillizos -Dante, creo- que estaba sentado en el regazo de Holly.
-         ¿Cómo es tener tres bebés a la vez? – quise saber.
Ella se rio, con un sonido dulce y cantarín.
-         Pues… por lo visto es un caso entre un millón. Quiero decir, sin tratamientos de fertilidad. Fue toda una sorpresa. Ya había tenido dos parejas de mellizos, pero ¿tres bebés? Cuando me lo dijeron, el mundo se detuvo. Además, tuve que tomar muchas precauciones en el embarazo y las últimas semanas prácticamente estuve en cama. West se pasaba muchas horas acompañándome, ¿a que sí? – preguntó, haciendo partícipe al enano de cinco años. West asintió, muy interesado en la conversación.

-         Tenía la tripita enorme, así – expresó una magnitud exagerada, aunque quizá no tanto. Sonreí.

-         Yo estaba muy triste, porque no quería que mis hijos nacieran por cesárea – continuó Holly. - Sé que es una tontería, pero en mi interior sentía como si me los fueran a arrebatar, a sacarlos de mí violentamente… Sin embargo, llegó la semana treinta y tres y los trillizos no habían nacido. Estaban sanos y bien de peso y justo en una consulta en la que el ginecólogo estaba terminando de explicarme algunos detalles, sentí las primeras contracciones. Me ingresaron en el hospital y al final mis pequeños nacieron por parto natural. Todo salió estupendamente, aunque no es una experiencia que quiera repetir próximamente – reconoció. Yo estaba fascinado porque me contara tantos detalles. No me estaba dando asco, sino que más bien me moría de curiosidad: todos mis hermanos habían llegado con meses o al menos semanas de nacidos. Nunca había vivido un parto en la familia. Nunca había visto una madre volviendo a casa del hospital con su bebé.

-         ¿No tuvieron que estar en incubadora?

-         No y ese era mi mayor miedo. A decir verdad, no fue mi parto más complicado – dijo y miró de reojo a Scay y Jeremiah. Deduje que aquel sí lo había sido. – Estuvimos en el hospital cuatro días y después nos marchamos tranquilamente a casa. Incluso pude darles el pecho, aunque tenía que completar con biberones para que recibieran el suficiente alimento. Dante era muy pequeñito. A él casi casi le meten en incubadora, pero mi pequeño valiente crece ahora sano y fuerte, ¿verdad? – le dijo, y estrujó con cariño al bebé que tenía encima. El enano nos regaló un gorgorito infantil.

-         ¿Y cómo es cuidar de ellos?

De nuevo, Holly se rio. Barie se arrimó a nosotros. Seguramente nos había escuchado y la conversación le interesaba mucho. Se hizo un hueco en mi asiento, estrechándonos mucho los dos.

-         Pues… los primeros meses fueron duros. Muy duros. Por la noche lloraban a la vez y durante el día me volvía loca para saber quién era el que había tosido, quien tenía el pañal sucio…. Casi era un alivio cuando hacían pipi al mismo tiempo, pero entonces sentía que me faltaban manos para cambiarlos a los tres. Apenas dormía, y eso me ponía muy sensible. A veces, cuando ellos lloraban, yo lloraba también, algo desesperada. Pero Sam, Leah y Blaine se portaron muy bien, fueron unos excelentes hermanos mayores. Sam conseguía hacerles dormir tocando la guitarra y así yo podía tener unas horas de sueño – me explicó y sonrió al recordarlo. Quise preguntar dónde narices estaba su marido, porque tenía entendido que murió hacía solo un año, pero no me atreví a preguntar. – Cuando conseguí acostumbrarme a la rutina, empecé a disfrutar de las sonrisas, que llegaban por triplicado. De las manitas, seis pequeñas manitas perfectas, con dedos que querían agarrarlo todo. Siguió siendo duro, porque tenía que cuidar de ellos sin olvidar a mis otros hijos. Max… Max tuvo su accidente al poco de nacer los bebés. Todo me superaba y…. no lo pasé demasiado bien. Estaba esperando un milagro, no sabía bien cuál. Y entonces, encontraron a Scarlett. Ese fue mi milagro.
Holly se emocionó al recordarlo. Sus ojos brillaban y Barie se levantó para darla un abrazo, con lágrimas silenciosas en sus mejillas. Eso contribuyó a que Holly se emocionara más, y se secó los párpados discretamente con una mano.
-         ¿Y Aaron? – preguntó Barie, tímidamente. - ¿Él te ayudaba?

-         Aaron me ha ayudado toda mi vida – susurró. – Pero en esa época él también necesitaba ayuda.
No dijo nada más y supe que era mejor no preguntar. De hecho, busqué la manera de cambiar a un tema más alegre, pero Barie se me adelantó.
-         Yo no tengo un hermano gemelo ni mellizo, pero Madie y yo tenemos la misma edad, así que es como si lo fuéramos. Ella me saca dos meses solo – aclaró. – Es genial tener un hermano mellizo. Ellos van a tener suerte, porque tienen dos.

-         Sí, pero compartir cumpleaños no siempre mola – repliqué yo. – Tú te libras de eso.
Como quien no quiere la cosa, recordé que se acercaba la época de los cumples en casa. Todos nosotros nos habíamos puesto de acuerdo para nacer entre marzo y septiembre. Doce cumpleaños en siete meses. Menos mal que algunos eran repetidos, seguro que eso para papá era una ventaja, pero para mí a veces era un fastidio. Harry y yo no siempre coincidíamos con quiénes queríamos invitar.
-         ¿Cuándo cumplen ellos? – preguntó Barie.

-         El 2 de febrero.

-         ¡Pero eso es ya mismo! – exclamó mi hermana, animada. – Tengo que pensar un buen regalo. ¿Qué se les regala a los bebés?

-         No hace falta, cariño, no tienes que… - empezó Holly, pero Barie la interrumpió. Había entrado en modo “entusiasmo” y nada podía detenerla.

-         ¡Claro que sí! Mmm. Buscaré tres peluches bonitos. ¿Qué animal les gusta? ¡Papá, papá! ¡Los trillizos cumplen la semana que viene!

Barie correteó hacia papá, haciendo un montón de planes por el camino.

-         La perdimos – susurré.

Holly soltó una risita. Podía ver en su mirada que mi hermana la derretía. Casi nadie podía resistirse a los encantos de Barie.
Holly y yo seguimos hablando, puesto que aún faltaban varios minutos para que empezase la competición, aunque las gradas ya se estaban llenando. Escuché un comentario desagradable de alguien que pasó cerca de nosotros:
-         Esa es la familia del equipo de futbol, son más de diez. Pero ahora hay más. ¿Es que ha tenido más hijos? ¡Madre mía!
Solté un gruñido y estuve a punto de decirle a esa señora que la habíamos oído y que era imbécil, pero Holly me sujetó del brazo gentilmente, como para calmarme.
-         No importa. Estoy acostumbrada. Mis hijos llegaron nuevos al colegio este año, repartidos en muchos cursos. Llamamos mucho la atención.

-         ¿Nuevos? – me extrañé. – Jeremiah no me ha dicho nada de eso, solo que no tiene muchos amigos.
Ella pareció entristecerse por eso último, porque suspiró.
-         Sí, antes estudiaban en casa – me dijo.

-         ¿Homeschooling? ¡Genial! ¿Y eso cómo funciona? – me interesé.

-         Pues… básicamente en lo que suena, la escuela en casa. Yo les daba clases y cada cierto tiempo tenían pruebas, que debía presentar periódicamente en el distrito escolar. Dos días a la semana venía una tutora para ayudarles con aquellas materias en las que yo no me veía capaz, especialmente a los mayores.

-         Wow. Yo quiero eso – declaré.

-         No lo sé, Zach… Tiene sus cosas buenas, especialmente para los más pequeños, pero… - dudó. – El mundo no está pensado así. Es como aislarse, en lugar de adaptarse. Mis hijos iban a un montón de actividades extraescolares de su elección, así que tenían amigos y socializaban… pero también se daban cuenta de las diferencias. A veces, sentían que no encajaban entre los de su propia edad. Como si sus prioridades o problemas diarios fueran distintos a las de otros niños. Tengo mis momentos en los que eso me parece bueno, y mis momentos en los que me parece malo. Blaine no saltaba por los tejados antes de conocer a otros chicos que saltaban por los tejados también – murmuró, con evidente frustración.

-         ¿Blaine salta por los tejados? – exclamé.

-         El punto es que creo que ninguna de las dos formas, ni el colegio normal ni el homeschooling, es perfecta. Yo tuve la suerte de podérmelo plantear, ahora ya me es imposible, con el trabajo y… con niños de edades tan diferentes. Es una locura programar tantos contenidos dispares…
Holly me hablaba como si fuera adulto. Me respondía con sinceridad y discutía el tema conmigo como si mi opinión la importara. Eso me animó a compartirla:
-         Creo que depende de cada persona - me encogí de hombros. – Supongo que al final me hartaría también.
Ella me sonrió.
-         Mis hijos lo echan de menos, en su mayoría – me confesó. – Yo también les echo de menos. Solía pasar muchas más horas con ellos.

-         A Kurt le encantaría: estar todo el día con papá. Uff, su paraíso.
Holly se rio una vez más. Como que era muy risueña, ¿no? Me gustaba ese sonido. Me gustaba ella. En un impulso, agarré su brazo y apoyé la cabeza en su hombro. El corazón me latió muy deprisa, casi esperando su rechazo, pero ella se limitó a hacerme una caricia en el pelo, de forma muy parecida a como lo hacía papá.
Fue un instante mágico, sentí que la gravedad dejaba de tener efecto. Las fuerzas físicas que me unían al suelo desaparecieron. No, no desaparecieron, se transformaron. De repente apareció una cadena nueva. Una que no me conectaba con la tierra, sino con esa mujer sentada a mi derecha.
-         Si te casas con mi padre, ¿no será como cuando no podías más y esperabas un milagro? – susurré.
Tardó tanto en responder, que pensé que no me había escuchado.
-         Ese será el milagro – murmuró.
Algo suave rozó mi frente. Entendí que me había dado un beso y mis mejillas echaron a arder. Me encogí, demasiado avergonzado para mirarla, y así fue como noté que, en la fila de abajo, Sean le pegaba un puñetazo a Madelaine. Por un segundo sentí rabia, nadie tocaba a mi hermana. Después, sentí pena por Sean: era un palillo escuchimizao. Madie se lo iba a comer con patatas. 








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