CAPÍTULO 104: La competición
(parte 2)- Impulsos y permisos
El momento de sentarse en las gradas
fue tan caótico como uno podría esperar al tratarse de tantas personas. Varios
de mis hermanos quisieron ponerse junto a Sam, pero Barie y Hannah fueron más
rápidas. Yo terminé colocándome al lado de Scarlett, deseando saber más de
aquella criatura dulce, que solo aparentaba trece años en el aspecto físico.
Scarlett, en cambio, no mostró
ninguna curiosidad hacia mí, sino más bien lo contrario. Se inclinó hacia
Jeremiah, que estaba en su otro costado, como si quisiera dejar más distancia
entre nosotros. Ya conocía su carácter huidizo y papá me había explicado los
motivos. Esa niña lo había pasado muy mal, así que iba a tener que trabajarme su
confianza.
Durante un rato, me quedé allí
sentado en silencio, sintiéndome totalmente marginado. No había nadie a mi
izquierda, solo las escaleras, y en la fila de detrás todos parecían
entretenidos en diversas conversaciones. Podría haberme intentado integrar en
lo que sea que Sam le estuviera diciendo a Hannah, pero lo que realmente quería
era hablar con Scay. Por lo que sabía de ella, le gustaban mucho los animales,
así que saqué el móvil y me puse a ver una recopilación de vídeos de
animalitos, inclinando la pantalla totalmente en su dirección, pero fingiendo
que apenas reparaba en su presencia. Por el rabillo del ojo, pude observar que
miraba las imágenes discretamente y sonreí. El pececito había mordido el
anzuelo.
-
¿Quieres un casco? – pregunté, ofreciéndole uno de los
audífonos.
Scarlett abrió la boca y la analogía
del pez tuvo de pronto mucho más sentido.
-
Anda, toma – persistí.
Ella escondió la cara en el hombro de
su hermano, pero luego se asomó y estiró la mano con vacilación, hasta agarrar el
cable. Se colocó el casco en la oreja y se concentró en el vídeo.
Inesperadamente, soltó una risita infantil, desinhibida y adorable.
-
¡Yo tengo un erizo! – dijo, señalando la pantalla, en la que
acababa de aparecer uno.
-
No me digas.
-
¡Sí! ¡Se llama Púas! Y le encanta que le mimen la tripita.
Pinché entonces en uno de los vídeos que me salían
recomendados, precisamente con la imagen de un erizo en la miniatura.
-
¡Hala! ¡Qué dientes! – me asombré.
-
Sí, pero Púas nunca muerde – me aseguró.
-
Aich, es una bolita – exclamé, con mucha ternura. Bichejos
adorables.
-
Sí, pero comen gusanos – replicó Jeremiah, que nos estaba
escuchando. Me dio lástima que él no pudiera ver el vídeo, pero supuse que
estaba acostumbrado a esas situaciones.
-
¡Solo a veces! – protestó Scarlett. – Nosotros comemos
brócoli, eso es más asqueroso.
Me reí ante esa ocurrencia y en ese momento supe que
no iba a tardar mucho en derretirme con esa niñita.
Tenía que andarme con cuidado: si hablaba demasiado o
le hacía una pregunta directa, se encogía. Pero los vídeos resultaron una buena
estrategia y conseguí que poco a poco me fuera contando sobre el pequeño zoo
que tenían montado en su casa. Sus mascotas eran un gato, un hurón, un erizo,
un pato, una cacatúa y dos conejos. El gato era de Sean, pero todos
los demás animales estaban bajo el cuidado de Scarlett, un trabajo que ella se
tomaba muy en serio, por lo que pude deducir.
-
Cuántos animalitos… - comenté. Quería preguntar cómo era que
tenía tantos, pero estaba aprendiendo que obtenía mejores resultados con las
interrogaciones indirectas.
-
Shi – asintió, orgullosa de ello, como si la hubiese hecho un
cumplido. – El tío Aaron me regaló a Venus por estar un mes entero durmiendo en
mi cama – me explicó, sin ningún tipo de vergüenza. Pensé que tal vez iba mucho
a la cama de sus padres, pero me dio la sensación de que no se refería
exactamente a eso.
-
¿Quién es Venus? - me interesé.
-
La cacatúa – respondió Jeremiah, viendo que Scarlett se había
quedado callada. – Los demás vinieron con ella.
No quise averiguar lo que quería
decir ese “vinieron con ella” porque los ojos blanquecinos de Jeremiah,
inexpresivos por lo general, parecían decirme en ese momento que no hiciera más
indagaciones.
Scay había enmudecido y temí haber
dicho algo que la molestara, pero después de un rato giró la cabeza y me miró
con una sonrisa.
-
Blaine dice que tú también nadas.
-
Así es.
-
¿Trajiste tu bañador? – me preguntó.
Sonreí.
-
Hoy no voy a meterme en el agua – le aclaré.
No tenía forma de saber que aquello
no era cierto.
-
BARIE’s POV –
Desde que nos subimos al coche aquel
sábado, había una vocecita en mi cabeza -curiosamente, se parecía mucho a la de
Madie- que me repetía una y otra vez el mismo mantra: “actúa normal, actúa
normal, actúa normal”. Quería coger a Scarlett de la mano, llevarla a algún
lugar secreto y enseñarle fotos de Mark para analizar juntas cada uno de sus
rasgos; quería pedirle consejos a Leah, que era mayor que yo, sobre qué cosas
hacían los novios y las novias para pasar el rato, porque Mark tampoco parecía
tener mucha idea. Aunque no sabía si yo a Leah le caía demasiado bien... Quería
preguntarle a Sam si llevaba los ojos pintados, porque todo parecía indicar que
sí; quería decirle a Max, cuyas piernas le habían sido arrebatadas, que nunca
iban a faltarle hombros sobre los que apoyarse ni manos que le ayudaran a
levantarse y quería abrazar a Holly y pedirle que se pasara una noche entera
conmigo, sin dormir, hablando de todo un poco y de la vida en general, pero de
la suya en concreto. Quería hacer estas y otras muchas cosas, pero me limité a
sentarme al lado de Madie y a intentar, como decía ella “no dejarla en
ridículo”.
Sean estaba con nosotras. El orden de
los asientos era así: Max estaba a mi derecha, Madie a mi izquierda y a su
izquierda Sean. Estábamos rodeadas de lo que parecía un ejército hostil, porque
ni Max ni Sean se mostraron muy comunicativos al principio. Me negaba a pasar quién
sabe cuánto tiempo ignorando al niño que tenía al lado, así que al final me
armé de valor y le sonreí. No solo no me devolvió la sonrisa, sino que su
cuerpecito, si es que es posible, se envaró todavía más.
-
¿Tu hermano es buen nadador? – le pregunté, puesto que no
sabía qué otra cosa decirle.
-
El mejor – replicó, seco, como acusándome de haberlo puesto
en duda.
-
El mío también.
-
No puede haber dos mejores – repuso Max.
-
Mmm. Mi hermano es un año mayor, así que él es un poquito
mejor – resolví y, aunque lo intentó, no pudo encontrarle fallas a mi lógica. Giró
la cabeza para mirar a Ted, tal vez intentando adivinar con un vistazo si mis
palabras eran ciertas.
-
Él estuvo en silla de ruedas, ¿verdad? – quiso saber.
Me tensé un poquito.
-
Sí… Le golpearon en la cabeza y le operaron… Estuvo un mes…
Pero enseguida pudo andar de nuevo.
-
Qué suerte – murmuró, tan bajito que parecía que hablaba más
bien consigo mismo.
Me morí de pena. Quise abrazarlo,
pero no sabía si sería bien recibido. Max tenía aspecto de ser demasiado huraño
para alguien de su edad.
-
Tú puedes andar – intenté animarle.
-
Sí, con esto – replicó, levantándose el pantalón. Sin poderlo
evitar, desvié la mirada, pero aún así alcancé a ver la parte inferior de sus
prótesis. - ¿Te da asco? – me increpó.
Genial, le había ofendido.
-
No, claro que no.
-
Venga, pregunta lo que quieras – me retó. Era valiente.
Me obligué a fijar la vista. Un tubo
delgado y con aspecto resistente estaba en el lugar en el que debería estar su
pierna.
-
¿Es… es por debajo de la rodilla? – interrogué, tímidamente.
Él había sacado el tema, quizá no le incomodaba.
-
Por encima – respondió con sequedad, pero no parecía molesto,
sino acostumbrado.
-
No tenemos que hablar de esto, si no quieres – le dije.
-
¿Y de qué otra cosa vamos a hablar?
-
De lo que quieras. ¿Te gusta mi padre?
Madie, que había estado pendiente de
la conversación aunque lo disimulara, me dio un codazo, pero a Max no le
incomodó que fuera directa ni el cambio radical de asunto.
-
No está mal – se encogió de hombros. – Mamá y él se van a
casar, ¿no?
Me sorprendió la tranquilidad con la
que lo preguntó, casi con indiferencia. La idea no parecía desagradarle, sin
embargo. De hecho, pude ver un brillo en sus ojos, como de anticipación. A mí
no me engañaba: bajo su pose de “aquí no pasa nada”, ese niño estaba tan
entusiasmado como yo.
-
Pues… eso espero. Realmente, me haría muy feliz – admití.
Max me miró y por primera vez me
sonrió. ¡Vaya, si hasta parecía tierno cuando sonreía!
-
¿Y a ti te gusta mi
madre? – tanteó.
-
Muchísimo.
-
Más que eso, va a fundar su club de fans – se burló Madie. Me
ruboricé.
-
Mamá es muy buena – dijo Max. – Oye, si ellos se casan…
¿nosotros seremos hermanos?
“Oh, a la porra, Madie, yo lo
intenté”
-
¡Sí! ¿No es genial? Al principio no sabía cómo iba a
funcionar, siendo tantos. Y ahora sigo sin saberlo, ¡pero no me importa! ¡Papá
está enamorado! Pensé que eso nunca pasaría. Y Holly es… Holly… Tu madre es un
sol, pero literalmente. La primera vez que la vi sentí calor en el pecho,
¿conoces la sensación? Como cuando Alice llegó a casa. Y Michael. Supe que iban
a ser mi familia. Y con Holly lo supe también, ¡pero papá no se enteraba! Los
chicos son más lentos. Pero al final lo pilló. ¿Te has fijado en cómo la mira?
¿Y en cómo Blaine mira a papá? Y… y….
-
Respira, Barie, respira – me gruñó Mad.
-
Niña estúpida – murmuró Sean.
Apreté la mandíbula para que dejaran
de salir las palabras y le observé, cohibida.
-
¿Qué has dicho? – bufó Madie.
-
¡He dicho que es estúpida! ¿Acaso crees que tu cuento de
hadas va a salir bien?
Su reclamo difuminó mi alegría en un
santiamén. No, no era estúpida, y sabía que muchas cosas podían salir mal. Pero
también podían salir bien…
-
Si todos ponemos de nuestra parte… - susurré.
-
¿Pero en qué mundo de gominolas y arcoíris vives tú? – replicó
Sean. – Madre mía. Que alguien le explique cómo funciona el mundo real.
Me tembló el labio, así que me lo mordí.
-
¿Vas a llorar? – preguntó Sean, repentinamente inseguro. Dudó
unos segundos, pero luego volvió a la carga. – Mira, que mi hermano alucine tiene
un pase, aún es un crío, pero tú….
-
¡Blaine también lo piensa! – protestó Max.
-
Blaine es idiota y ella también. Y tú eres un niño incrédulo
y te vas a dar la leche del siglo.
-
Cállate, gilipollas – le espetó Madie. – O la leche te la voy
a dar yo a ti.
-
¿Tú a mí? No me hagas reír – dijo Sean. – Seguro que sois las
princesas de papá, ¿verdad? Y pensáis que todo es posible. Claro, toda vuestra
vida habéis tenido cuanto habéis querido.
Ese comentario encendió a mi hermana.
-
¿Qué mierda sabrás tú, duende deformado? – le respondió.
Por lo visto, llamarle “duende” no fue una buena idea.
El aspecto de Sean era… peculiar. Hubiera encajado perfectamente como elfo en
una película. No era feo, al menos no me lo parecía, pero no tenía unos rasgos
comunes. Me pregunté si le habían llamado “duende” con anterioridad. A juzgar
por su reacción, todo indicaba que sí.
Se levantó como un resorte y agarró a Madie de la
camiseta. Parecía a punto de golpearla, pero bajó la mano que había empezado a
subir.
Contuve la respiración ante tanta tensión repentina.
Mi hermana tampoco contribuyó a relajar el ambiente.
- ¿Te da miedo pelearte con una chica? – se burló
Madie.
- Ahora no sé si es más sexista pegarte o no pegarte…
- replicó Sean y pareció decidirse, porque levantó la mano con el puño cerrado
y la golpeó en la mejilla.
La gente a nuestro alrededor seguía caminando en busca
de un hueco, varias voces se seguían escuchando, pero a mí me dio la sensación
de que el tiempo se detuvo.
Madie tardó unos cinco segundos en asimilarlo.
Después, puso una mueca en la que enseñaba los dientes y se abalanzó sobre
Sean, tirándole al suelo de un empellón.
Sean era bastante más alto que ella, pero muy muy
delgado. Daba la impresión de que si el viento soplaba demasiado fuerte se lo
podía llevar. Si en vez del viento es
una chica furiosa… el resultado lo tenía frente a mí.
Sean se revolvió, pero no había mucho espacio en el
suelo. No se la podía sacar de encima, hasta que finalmente enredó la mano en
el pelo largo de mi hermana y tiró con fuerza.
-
¡SEAN!
El grito resonó con fuerza, provocando que mis
hermanos y deseo de hermanos se callaran de golpe. También otras personas que
estaban cerca guardaron silencio. Aaron se había puesto de pie y llegó junto a
nosotros enseguida.
-
¡SUÉLTALA AHORA MISMO!
Todo mi cuerpo tembló ante aquella voz potente y por
eso no me extrañó que Sean le hiciera caso y dejara de tirar del pelo de Madie.
Ella se apartó, frotándose la cabeza con furia contenida y Aaron ocupó su lugar
para agarrar a Sean del brazo y levantarle bruscamente.
-
Discúlpate si sabes lo que te conviene – ordenó, en un
susurro contenido, pero no por ello menos espeluznante.
Sean no se disculpó, pero creo que de
pura impresión. Parecía estar evaluando la situación, como si de pronto hubiese
comprendido que se estaba enfrentando a sus últimos minutos de vida.
-
BLAINE’S POV –
El entrenador nos estaba dando un
discurso motivacional que tenía pinta de ser muy bueno, pero apenas le estaba
prestando atención. Lo único que hacía era observar la puerta del vestuario, con
la esperanza de poder traspasarla con visión de rayos X o algo así, para mirar
al otro lado, hacia las gradas. Si tan solo desapareciera esa estúpida puerta,
no habría más obstáculos, pues me sería muy fácil reconocer a mis acompañantes:
ocuparían la mitad de los asientos.
“Acompañantes. Tengo que
buscar una palabra mejor” pensé.
“Tu familia” me sugerí a mí
mismo.
“Y la de Aidan”.
“Sí, bueno, ya arreglaremos
eso para que coincidan”.
Me frené ahí, sabía que no podía dar
rienda suelta a mi imaginación. No debía ilusionarme tanto, no me haría bien.
Pero ese era el problema, llevaba
días haciéndome ilusiones, y todo por culpa de un estúpido sueño. Suspiré. Después
de la visita al acuario, había soñado que mi padre no había muerto, sino que
siempre había sido Aidan.
A partir de ese momento, empecé a
fantasear con un montón de situaciones que jamás habían tenido lugar. Reviví
algunos recuerdos cambiándolos sustancialmente y construí nuevas escenas que
nunca habían ocurrido y seguramente nunca ocurrirían. Proyecté en mi mente
aquella vez en la que, jugando a las espadas con Sean, le di un golpe a la tele
sin querer, sin llegar a romperla, pero con tan mala suerte que mi padre me
vio. Al principio del recuerdo, mi padre era mi padre, y se quitaba el cinturón
mientras me gritaba que era un imbécil imprudente, pero después se transformó
en Aidan, que me miró cruzándose de brazos, molesto, pero mucho más sereno,
mientras me preguntaba qué había pasado. Yo intentaba explicárselo con la mayor
fluidez que mis ocho años me permitían y él me daba un abrazo antes de
castigarme. Mi cerebro no tenía información disponible acerca de cómo castigaba
Aidan a sus hijos, así que recreé lo que mi padre había hecho en aquella
ocasión, solo que Aidan no me tiraba con tanta fuerza sobre el sofá, no me
regañaba por gritar mucho y cuando acabó me cogió en brazos hasta que dejé de
llorar. No me obligó a subirme el pantalón ni me envió castigado a mi cuarto,
porque decía que ya me había perdonado.
La mayoría de las imágenes eran
agradables. Aidan echándome una carrera -y perdiendo-, preparándome tortitas
para desayunar, despertándome con un beso… Sabía que me estaba pasando, que era
una película demasiado irreal: una cosa es que pareciera majo y otra que me
diera los buenos días con un beso. Pero al menos estaba bastante seguro de que
no me los daría con un grito.
Además, con los besos de mamá me
bastaba. Los padres siempre eran menos cariñosos.
Pensé que había sido bastante
discreto en mis fantasías, pero no había tenido en cuenta que mi madre era muy
intuitiva. Ella estaba convencida de que me pasaba algo, solo que había sacado
conclusiones completamente equivocadas. Esa misma mañana, antes de ir al
colegio para la competición, me había abordado:
-
¿Estás nervioso, tesoro? – me preguntó, mientras retiraba el
plato de cereales que apenas había tocado. Ya no se sorprendía de mi poco
apetito, pero aquel día no me iba a insistir: al fin y al cabo, tampoco era
buena idea comer mucho antes de nadar, aunque faltasen cerca de dos horas.
-
Un poco – respondí, con un encogimiento de hombros. Mis
nervios solo tenían que ver con la competición en un cincuenta por ciento. Iba
a ver a Aidan otra vez, al Aidan real, y casi tenía miedo de que él pudiera
adivinar de alguna forma que había soñado con él.
-
Blaine… - empezó mamá. Su tono desesperado llamó mi atención.
– Cariño, ¿hasta cuándo vas a estar enfadado conmigo?
-
¿Uh? No estoy enfadado contigo.
-
Me evitas… me das respuestas desganadas…
-
Solo tengo muchas cosas en la cabeza – respondí, a la
defensiva. No quería contarle mis ensoñaciones.
-
Sé que el otro día fui demasiado dura contigo – continuó, al
parecer sin escucharme o sin creerme. – Yo… La idea de perderte… No es una
metáfora si te digo que es más de lo que podría soportar, Blaine. No puedo
dejar que te pase nada, que pongas tu vida en peligro…
-
Lo sé, mamá – murmuré, sintiéndome culpable.
-
Pensé que tenía que darte buenos motivos para no hacerlo otra
vez, pero no quería hacerte daño.
-
No me hiciste daño – repliqué, muerto de vergüenza.
-
Sí te lo hice, al menos en un sentido, porque estás raro
desde entonces. Entiendo si estás enfadado, fue excesivo. Lo siento mucho,
cariño, de verdad.
-
Mamá – corté, con los ojos fijos en la mesa, porque era
incapaz de mirarla a ella. – Dolió en el momento, y picó mucho, pero dudo que
ni siquiera tengas la fuerza suficiente como para hacerme verdadero daño. Soy
tan alto como tú y si hubiera querido podría haberme levantado, pero no lo hice
porque sabía que me lo merecía. Creo que tengo un poquito de experiencia con
castigos excesivos y el tuyo no lo fue.
Se hizo el silencio, o el silencio relativo, porque se
escuchaba a mis hermanos jugando en el salón. Mamá me acarició la nuca. Todavía
no parecía convencida del todo.
-
Cuando te castiga tu tío, tampoco te levantas – dijo al
final. – Y no porque creas que te lo merezcas, sino porque le tienes miedo.
Me sorprendió que lo dijera en voz alta, pero hacía
tiempo que mamá no tenía pelos en la lengua.
-
Menos del que le tenía a papá – susurré. Puestos a hablar sin
tapujos, mejor soltarlo todo. Las caricias de mamá se hicieron más intensas. –
Pero a ti no. Está todo bien, mamá, de verdad. Hace una semana de eso, ¿por qué
lo sacas ahora?
-
Ya te lo he dicho, pollito, porque estás raro…
-
Soy raro, mamá. Dieciséis años y por fin te das cuenta – me
burlé. Me dio un manotazo inofensivo y yo me reí. – Solo estoy pensativo. Me he
estado acordando mucho… de Aidan.
Decidí que contarle la verdad a medias era la mejor manera
de que dejara de preocuparse.
-
Oh.
-
Tengo muchas ganas de verle hoy – admití.
-
Y yo también – respondió, con una de sus sonrisas plenas,
visiblemente más relajada.
Mamá era bilógicamente incapaz de ser dura y cuando lo
era le entraban remordimientos. Solo había que fijarse en la cicatriz de su
muñeca para entender por qué. Comprendí lo difícil que tenía que haber sido
para ella regañarme por saltar por aquellos malditos edificios.
-
¡Pickman! – la voz del entrenador me devolvió al presente. Odiaba
su manía de llamarnos por el apellido. - ¡Pregunté que si estás listo!
-
¡Sí, señor!
-
Pues venga, salid a calentar.
Mi equipo y yo abandonamos los vestuarios. En cuanto
estuve fuera me invadió el olor a cloro y el ruido de algunos aplausos por
parte de los padres entusiasmados entre el público. Busqué a mi madre entre el
gentío y enseguida vi las tres enormes hileras formadas por mi familia y la de
Aidan. Estiré la mano para saludar, pero la sonrisa se me congeló en los labios
al ver que ni el tío Aaron ni Aidan estaban allí. Observando con más atención,
me di cuenta de que pasaba algo: una de las hijas de Aidan, Madie, estaba
llorando abrazada a mi madre y todos parecían preocupados. Tardé un rato en
reparar en otra cosa: ¿dónde estaba Sean?
Realicé los estiramientos con el cuello tan torcido
hacia el público que probablemente después tendría tortícolis.
-
Pickman, concéntrate. Te necesito con la cabeza en el agua –
me pidió el entrenador.
-
No creo que eso sirva de nada, si la dejo ahí mucho tiempo me
ahogaré – repliqué.
El hombre me fulminó con la mirada, no se llevaba
demasiado bien con mi sentido del humor y mis respuestas sarcásticas. Debería
darle un respiro, algún día la vena del cuello le estallaría y no me caía tan
mal como para querer provocarle un derrame. Pero era demasiado “militar”. Yo llevaba años
haciendo natación, en otros sitios diferentes antes de entrar al colegio, y en
la piscina siempre me había sentido libre. Desde que estaba allí, me sentía
como un soldado. Los entrenamientos eran más duros, lo que en parte agradecía
porque notaba que había mejorado mucho, pero lo de divertirse había quedado en
un segundo plano. Si no hacía un chiste de vez en cuando me iba a volver tan
amargado como él y era demasiado joven para tener esa cara de vinagre.
El entrenador de kárate era mucho más amable y también
era un exmilitar. ¿Tan difícil era ponerle un poco de simpatía a la vida? El
tío Aaron diría que ya no era un niño para andar haciendo el payaso. Me
pregunté qué pensaría Aidan al respecto, pero él había sonreído con casi todos
los comentarios ocurrentes que había hecho en su presencia.
-
Si quieres ser capitán el año que viene tienes que ser más
serio, Pickman – me reprendió.
Ese comentario, aparte de escocerme un poco, me valió
una mirada rencorosa por parte de algunos compañeros. Ellos llevaban más años
que yo en aquel equipo, pero el entrenador me consideraba a mí como posible
sucesor del Roger, el capitán, que se graduaba ese curso.
Por fin llegó el momento de colocarnos en las
plataformas frente a las calles en las que íbamos a nadar. Me coloqué bien el
gorro y las gafas, no porque estuvieran descolocados sino por simple manía y
subí a la pequeña elevación desde la que tendría que saltar al agua al sonido
del silbato. La primera carrera era en estilo crol y el salto era importante,
dependiendo del impulso que consiguieras podías adelantar mucho a tus rivales.
En la piscina había ocho calles. Cuatro para mi equipo
y cuatro para el del otro colegio. En esa clase de competiciones en realidad
había dos objetivos: el primero, ganar al equipo contrario. Y el segundo, ser
el mejor del tuyo. Había un premio grupal y luego un pódium individual y yo
quería estar en ambos.
Eché una última mirada a las gradas. Aaron, Aidan y Sean
ya habían vuelto. No me detuve a intentar enfocar sus expresiones, solo me
alegré de que hubieran llegado a tiempo para verme.
El silbato sonó y me tiré al agua. Observé de reojo
que el chico de mi derecha se había tirado mal, había caído casi en plancha. Yo
tuve más suerte, mis manos y mi cabeza se hundieron antes que el resto de mi
cuerpo. El agua estaba a buena temperatura porque era climatizada. Y eso fue lo
último en lo que pensé. Después dejé que mi cuerpo tomara el control. Durante
los tres largos que tenía que completar mis manos, mis piernas y mis pulmones
actuaron en perfecta sincronía.
Gané la carrera limpiamente. Fui el más rápido de las
ocho calles y, cuando me di cuenta, sonreí y miré hacia las gradas. Mi familia
y la de Aidan me aplaudían de pie y gritaban como si quisieran tirar el
edificio abajo.
“Qué vergüenza”.
“Calla. Disfruta el momento. Es más,
hazlo de nuevo”.
Salí del agua y me envolví en una toalla que me pasó
el entrenador mientras palmeaba mi espalda con demasiada fuerza. Aún me faltaba
la carrera a mariposa, pero primero tenían que competir las chicas. Podríamos
decir que teníamos un equipo mixto, muchas veces entrenábamos juntos, pero en
realidad ellas tenían como entrenadora a la Señorita Benson. Y no competíamos
entre nosotros.
Giré la cabeza para atender a la carrera de Danielle.
El bañador se ajustaba perfectamente a su cuerpo, enfatizando aún más sus… ehm…
atributos femeninos. Era guapísima. Lástima que también fuera una imbécil. Sonreí
al recordar lo que me había sugerido Leah, sobre echarle miel en el interior del
gorro de baño. La idea de verla sufrir por su amada melena rubia casi hacía que
mereciera la pena del tremendo castigo que me llevaría, pero no lo hice. No era
masoquista y no quería probar la fe de Sam en que el tío nunca me pegaría en
público. Había estado a punto en más de una ocasión. Y, aun así, que anunciara
la tunda que me daría en casa delante de un montón de gente era igual de
vergonzoso y eso sí que lo haría sin ningún reparo. Solo de pensarlo, me llevé
la mano a la oreja, como si me hubiera tirado de ella.
Danielle ganó, por supuesto. Y también tuvo que hacer
un pequeño baile de gracia aún dentro del agua, pavoneándose y haciendo perder
el tiempo de los organizadores que, después de casa carrera, metían prisa a los
nadadores para que abandonasen la piscina.
-
Vamos, chicas, fuera del agua – instruyó la señorita Benson.
No sé por qué decía “chicas” si la ególatra era solo una.
Finalmente, Danielle hizo por salir, pero en ese
momento nos dimos cuenta de que algo iba mal. Nadó hacia la escalera, pero no
la alcanzaba.
-
Danielle, deja de hacer el tonto – gruñó la entrenadora, pero
yo dudaba que aquello fuera parte del show.
Me quité la toalla. Aquello parecía un problema con la
succión. Había pasado una vez, cuando entrenaba en una de las piscinas del
ayuntamiento. El vigilante nos dijo un día que no podíamos bañarnos porque la
succión iba mal y nos advirtió del peligro que suponía. Si la rejilla estaba
rota o por alguna razón el agua era succionada por el agujero del fondo con
demasiada fuerza, quien estuviera en el agua se veía atraído hacia allí con
catastróficas consecuencias. La más grave, el ahogamiento, pero no siempre
llegaba a eso. A veces solo te producía lesiones en las piernas, en los
glúteos, en el tórax o en cualquier parte del cuerpo que te succionara. Como
cuando haces ventosa con la boca en el brazo y luego te sale un cardenal, pero
mucho más fuerte. Podías acabar con secuelas serias.
Danielle pesaba muy poco, cincuenta y cinco kilos como
mucho. No podría ofrecer resistencia a la succión. Sin pensarlo, me lancé a por
ella.
La alcancé en un segundo, y su esfuerzo era evidente.
Sin embargo, cuando me vio fue capaz de poner su habitual mueca de desprecio.
-
¿Qué haces, idiota?
-
Ayudarte. Tienes que salir.
Intenté agarrarla de la cintura, pero me apartó
bruscamente.
-
¡Suéltame, gilipollas!
El entrenador Collins, la entrenadora Benson e incluso
el entrenador del equipo contrario, se lanzaron a la piscina al percatarse de
la situación. Dejé que ellos la sacaran e intenté mantenerme alejado de la zona
de succión. Comenzaba a formarse un pequeño remolino.
-
Pickman, eres un imprudente – me espetó el entrenador
mientras me daba la mano para ayudarme a salir por el bordillo.
Pese a todo, creo que no estaba disgustado por lo que
había hecho, solo era lo que le tocaba decir en ese momento.
-
¿Estás bien, Dani? – le escuché preguntar a Jessica, una de
sus amigas.
-
Sí, solo es el nuevo, intentando hacerse el héroe.
Rechiné los dientes. Punto 1, llevaba ya cerca de
cinco meses allí, era hora de que dejara de ser “el nuevo”. Tenía nombre. Y
punto 2, no quería hacerme el héroe, pero me pareció que necesitaba mi ayuda.
Estaba acostumbrado a los accidentes, así que tuve una reacción automática.
-
No te preocupes, la próxima vez dejo que te las apañes sola –
refunfuñé.
-
No todos somos tu hermano inválido, Pickman. Podía salir por
mi cuenta – me gruñó.
Lo que decía: una imbécil. Empezaba a arrepentirme de
no haber hecho caso a la sugerencia de Leah.
La competición quedó suspendida, porque tenían que
arreglar el fallo. Se pospuso para otro día. Suspiré y me encaminé a los
vestuarios con los demás para ducharme y quitarme el bañador.
Mientras me duchaba, me pregunté si mamá me iba a
regañar por haberme tirado a por Danielle. Supuse que ella estaría de acuerdo
con el entrenador en que había sido un imprudente. Pero no había corrido ningún
peligro… apenas. Suspiré. Algo me decía que ya me la había ganado.
Cerré el grifo. Busqué a tientas mi toalla para
secarme, pero no la encontré. Abrí los ojos, que estaban irritados por el
cloro, porque cuando me lancé a por Danielle no me había detenido en colocarme
las gafas. Sorprendido, vi que la toalla no estaba.
-
¡Eh, Roger! ¿Está por ahí mi toalla? ¡Si no pásame mis
gallumbos! – le grité, pero no recibí respuesta.
Solo entonces me di cuenta del extraño silencio que me
rodeaba. Hasta hacía unos minutos, se escuchaba a los demás quejándose por la
cancelación de la competición o comentando lo bien que le sentaba el bañador a
tal o cual chica del equipo contrario.
-
¿Chicos? ¿Roger, Alan, Collin?
No tenía sentido llamar a más gente:
estaba claro que no había nadie en el vestuario. Con un mal presentimiento,
salí de la ducha, intentando taparme con las manos. Escuché unas risitas y me
volví a meter.
-
¡No tiene ni puta gracia, cabrones! - chillé.
-
Wow, qué boquita – dijo una voz ligeramente familiar. Era uno
de los hijos de Aidan: Michael.
-
Ten, aquí tienes tu ropa – añadió otra voz. Ted. – La tenía
una chica rubia… Los chicos se la dieron.
-
Danielle – siseé.
Oh, la idea de Leah se quedaba muy
corta.
-
AIDAN’S POV –
Sean le había dado un puñetazo a
Madie. Ese pensamiento retumbaba en mi cabeza, instándome a salir en defensa de
mi pequeña, pero antes de que la preocupación pudiera transformarse en ira,
Aaron se abalanzó como un energúmeno para separarles.
No estaba bien gritar así a un niño
-por alguna razón, Sean me parecía más un niño que un adolescente- aunque
hubiera metido la pata. Estaba tan enfadado como Aaron, pero si iba a regañarle
por golpear a mi hija, no podía hacerlo con tanta violencia o le estaría
enseñando que uno puede dejarse dominar por la ira. Además, intuía que mi niña
no era inocente en todo aquello. Después de todo, Madie le había empujado, tan
furiosa como Sean.
Me dije a mí mismo que era un
hipócrita. ¿Acaso no me había lanzado sobre Harry con la misma intensidad en
una situación parecida? Pero, aquella vez, Harry le dio mucho más que un
puñetazo a su hermana. Y no estábamos en un lugar público. Ese día Ted y
Alejandro habían estado ahí para contener mi enfado. Supuse que me tocaba a mí
contener el de Aaron.
Yo también alzaba la voz cuando mis
chicos la armaban a lo grande y hasta ese momento había creído que podía sonar
intimidante, pero el bramido de Aaron me hacía parecer un lobezno intentando
imitar el aullido de su padre. No era solo por su tono, quizás yo tenía la voz
más grave que él, sino su mirada. Esperaba no haber mirado nunca a mis hijos de
esa manera: como si tuvieran algo que yo quisiera destruir. Tal vez su misma
esencia.
Llegué junto a ellos justo a tiempo
de escuchar a Aaron diciendo una burrada:
-
¿Te crees muy macho por agredir a una niña? ¡Y encima menor
que tú! Eres un mierdas, eso es lo que eres. No puedes golpear a una chica. Tu
padre no educó a un maltratador, se tiene que estar revolviendo en su tumba.
-
Claro que le educó para eso: él lo era – gruñó Sam. No le
había visto acercarse. – Gracias a Dios, Sean es mucho mejor persona.
No sé si como reacción tardía a las
palabras de su tío o emocionado por la defensa de su hermano, Sean rompió a
llorar.
-
Papi – exclamó Madie y vino hasta mí para abrazarme. Froté su
espalda, dividiendo mi atención entre ella y Sean. Era Madie la que estaba
pegada a mi pecho, sin embargo, así que fue en quien me centré primero.
-
¿Estás bien, princesita? – susurré, alzando su barbilla
ligeramente para observar su rostro. Tenía la mejilla roja, pero era difícil
decir si le saldría un cardenal o no.
-
Estoy bien…
-
¿Me cuentas qué pasó?
-
Nos peleamos – resumió con un puchero. Sean pareció
sorprenderse de que compartiera la culpa, pero yo no. Primero, porque conocía
el carácter de mi pequeña y sabía que a veces ella provocaba las peleas, aunque
no diera el primer golpe. Y segundo, porque era una buena niña y, aunque era
perfectamente capaz de mentir alguna vez para salvarse, no mentiría para
empeorar las circunstancias de otra persona. Tenía un alto sentido de la
justicia, especialmente en los enfrentamientos que superaban lo verbal. Hasta
consideraba una ofensa que no se le reconociese su mérito en los mismos.
-
¿Por qué te pegó Sean? – seguí preguntando, acariciando la
zona lastimada.
-
¡Da igual por qué le pegara! Vamos. Tira al baño, que se te
van a quitar las ganas de montar escenas – le ordenó, agarrando de mala manera
al chico, que aún lloraba. – Se te van a quitar las ganas de todo. Ya vas a ver
lo que les pasa a los niñatos que van de matones…
-
No le puedes hablar así – le reproché a Aaron, entre dientes.
– Tienes razón, da igual por qué le pegara, eso no se hace. Pero es un niño y
tienes que tratarle mejor. Además, aún no sabemos qué pasó.
-
Ocúpate de tu hija, que yo me ocuparé de mi sobrino –
masculló Aaron, arrastrando a Sean hacia la salida. La gente nos miraba, pero
le debía de dar igual. Quise intervenir, pero me sentía entre paralizado y
fuera de lugar. Había dejado muy claro con esas palabras que yo no pintaba nada
en su conversación con Sean. Vi que Holly se iba detrás de ellos y esperé que
pudiera poner un poco de cordura a la situación.
-
Papá, tienes que ayudarle – me pidió Madie, como si
habláramos de un gatito a punto de ahogarse. – Estábamos discutiendo, pero yo
le insulté primero. Y él se enfadó, pero no me iba a pegar, yo le reté a
hacerlo.
Suspiré y sostuve la cara de Madie entre mis manos.
Intenté aclarar mi mente. Tenía muy arraigado dentro de mí -y había querido
transmitírselo a mis hijos- que a las mujeres no se les tocaba ni con la punta
del dedo. Generalmente los chicos son más fuertes y más agresivos y por
desgracia hay seres que no merecen el calificativo de hombres que se aprovechan
de esa circunstancia para lastimar a sus parejas, o exparejas, o a sus hijas, o
a desconocidas que se encontraban por la calle…. Pero tenía que reconocer que,
aunque eso no justificara las acciones de Sean, aquello no había sido una
agresión, sino más bien una pelea entre…
“¿Entre qué? Sean no es uno de los
gemelos, no es su hermano”.
“Bueno, entre amigos” me respondí a mí mismo.
“No son amigos exactamente”.
“Entre niños, una pelea entre niños.
Dejémoslo así”.
-
Escúchame – dije, por fin. - Él no debió golpearte y se
merece un buen regaño por eso, pero creo que tú te mereces otro. Hablaremos
después, en casa, y me contarás por qué discutíais.
-
Sí, papi.
Agh. Verse tan mona y vulnerable en un momento como
ese tenía que ser trampa. No podía enfadarme con ella con esos ojitos llorosos
con los que me miraba. Le di un beso en la frente.
-
Voy a buscarlos, la competición está a punto de empezar.
Quédate aquí, cariño – susurré, y salí por la misma puerta que habían utilizado
ellos. Esperaba llegar a tiempo de impedir un asesinato.
No tuve que caminar mucho. En un largo pasillo, Holly
intentaba, sin éxito, razonar con su hermano.
-
¡Te he dicho que aquí no! ¡Ni aquí ni nunca! Si hay que
regañarle, le regañaré yo – declaró, con firmeza.
-
Nunca te ha importado que te ayude con los chicos – gruñó
Aaron.
-
Eso era cuando ayudabas. Ahora eres parte del problema.
Apártate.
“Wow”.
“Shh”.
“Vale, lo pillo. Mal momento
para pensar en lo atractiva que se ve como mamá leona. Pero guarda la imagen
para luego”.
Holly abrazó a Sean, o más bien debo
decir que le hizo un refugio con sus brazos. El niño lloraba lastimeramente y
mi corazón se encogió, con un profundo deseo de abrazarle también.
Solo entonces me fijé en que Aaron tenía algo en la mano: su cinturón. De hecho, no había llegado a quitárselo del todo, aún quedaba un trozo dentro de las trabillas.
-
¿¡Pensabas pegarle con eso, animal!? – rugí, con una
creciente indignación abrasándome por todo el cuerpo. Ya sabía que Aaron
utilizaba esa cosa del demonio, pero hasta él tenía que entender por qué no era
buena idea liarse a cintarazos con un crío cuando aún estás lleno de furia, en
medio del pasillo de un colegio, justo antes de la competición de su hermano.
Aunque no había un buen momento ni un buen lugar para utilizar ese objeto en un
niño.
-
¡Le dio un puñetazo a tu hija! ¡Deberías ser tú el que
quisiera despellejarle!
Sean se escondió tras su madre, como
si de pronto tuviera más miedo de mí que de Aaron.
-
Al único al que quiero despellejar es a ti. No te preguntes
por qué tu sobrino es tan agresivo: mírate al espejo y tendrás la respuesta.
Sin pensarlo, caminé hasta el chico y
hasta Holly y le di un abrazo a Sean. Al principio se quedó congelado, pero luego
se agarró a mi espalda con fuerza y sollozó sobre mi camisa.
-
No quería… snif… hacerle daño – me aseguró. – Me llamó duende
deformado… snif…
-
¿Madie? ¿Madie te llamó eso, campeón?
Inconscientemente, usé el apelativo
que empleaba con mis niños.
-
Snif… sí…
Para él debía de tratarse de un
insulto bastante molesto. Seguía sin justificar sus acciones, pero…
-
No me pude controlar… snif…
… Sean era especial. Saltaba a la
mínima y lo peor es que ni siquiera tenía por qué tener un trastorno de
conducta: con el ejemplo de su tío -y al parecer, de su padre- ya sobraban las
explicaciones de por qué era así.
-
Que alguien nos cause dolor no nos da permiso para causarle
más dolor – le regañé, suavemente. Tras unos instantes de duda, me atreví a
frotar su espalda. – No puedes responder con un puñetazo y, ya puestos, no está
bien que agredas a alguien que no es tan fuerte como tú.
-
Snif… Madie será una chica y será más pequeña, pero te
aseguro que es tan fuerte como yo.
Esbocé una sonrisa.
-
Vi que te tiró al suelo. ¿Te lastimaste?
Negó con la cabeza.
-
Solo en el orgullo.
-
¿Quieres ir al baño a lavarte la cara? – le pregunté y él
asintió, pero no hizo ni el más mínimo intento de separarse de mí. - ¿Quieres
que vaya contigo?
Volvió a asentir. Un pedacito de mi alma ya se había
quedado para siempre en las manos de Sean Pickman, que se cerraban
angustiosamente en torno a la tela de mi camisa.
-
TED’S POV -
Madie y Sean se pelearon como salvajes y Aaron iba a
matar a su sobrino. Holly y papá fueron tras él y yo esperaba que pudieran
frenar la masacre. Mientras tanto yo me acerqué a Madelaine, que había empezado
a mover los hombros hacia arriba y hacia abajo, luchando contra un llanto por
el que no se quería dejar vencer.
-
Tranquila, enana. ¿Qué te dijo papá?
-
Snif… Nada… Bueno, que en casa hablamos, pero no lloro por
eso… snif… Es que creo que la jodí, Ted.
-
Hey. Tú no jodiste nada. Solo fue una pelea. Y me parece que
Sean tiene tanta o más culpa que tú.
-
Estaba hablando con Max y él se metió y empezó a decir que
vivía en un cuento de hadas – intervino Barie. Sin previo aviso, se enganchó a
Sam, que reaccionó a su abrazo con pasmo e incredulidad.
-
Mi hermano es un poco negativo – respondió él. Lentamente, rodeó
a Barie con los brazos. – Le cuesta creer que todo esto vaya a salir bien. Y no quiere tener otro padre.
-
Debe de ser muy difícil para él – empaticé. – Echará de menos
al vuestro.
Sam negó casi imperceptiblemente.
-
No es eso. Cuando mi padre murió, Sean respiró aliviado. A
veces le echa de menos, pero cuando estaba vivo le echaba de más. Le tiene
idealizado, pero en el fondo sabe que está mejor sin él. No es que no quiera
que Aidan ocupe su lugar, es que teme que lo haga, en el sentido más literal de
la expresión. Que le trate… de la misma manera.
-
No tuvisteis un buen padre, ¿no? – susurró Madie, sin
despegarse de mi lado.
-
Para mí no fue un padre – respondió escuetamente.
-
Papá es muy bueno – afirmó Barie, sonando como si fuera cinco
años más pequeña. – Él le va a tratar muy bien.
-
Eso ya lo sé, enana. Pero no sé cuánto le lleve a Sean
descubrirlo.
Holly regresó en ese momento,
discutiendo con Aaron. Papá y Sean no estaban con ellos. Aaron hizo un gesto de
frustración y se marchó, pero no por la misma puerta.
-
¿A dónde ha ido? – preguntó Sam.
-
A calmarse, espero – bufó Holly y después suspiró. – A dar
una vuelta. Tu hermano está con Aidan. Se metieron al baño de hombres y además
escuché llorar a los bebés.
Asombrado, miré a los trillizos. No me había dado
cuenta de que estaban llorando. Eran más bien gimoteos quejosos. No es que no
se les escuchara, pero había tantas voces, muchas de ellas de niños, que
pasaban un poco desapercibidos. Holly tenía super oído, o tal vez, instinto de
madre. Se agachó junto a los peques, que estaban con Leah, y le dio un beso a
cada uno. No sé si se habían enterado mucho de lo que había pasado, pero, a
juzgar por cómo se agarraron a ella, no les había gustado un pelo que su madre
se alejara.
-
¿Sean está bien? – preguntó Sam.
-
Más o menos. Aaron no le hizo nada – le aclaró. – Pero porque
Aidan y yo se lo impedimos.
“Aidan y yo”. Qué bonito sonaba eso.
-
¿Papá está castigando a Sean? – preguntó Barie, con los ojos
muy abiertos.
-
¡No! – se apresuró a responder Holly, pero luego vaciló. –
Bueno, espero que no. En principio solo le estaba consolando.
Holly desvió la mirada hacia la puerta, como si
quisiera volver para cerciorarse. Sin embargo, a Madie se le escapó un sollozo
en ese momento y eso la distrajo.
-
¿Qué ocurre, cariño? ¿Sean te hizo mucho daño? – cuestionó,
con dulzura. Estiró la mano para colocarle el pelo detrás de la oreja a mi
hermana y aprovechó el gesto para hacerle una caricia.
-
No. Es que… snif… él solo estaba dando su opinión. Estaba
siendo brusco, pero yo le insulté primero. Papá nos contó que… que tiene
algunos problemas… y yo no se lo puse fácil.
-
Oh, cariño. Lo que le pasa a Sean no es tu culpa.
-
Snif… pero le insulté… snif… y le tiré al suelo, fue una
pelea. No me maltrató como dice Aaron…
En ese punto, Holly dio un paso hacia delante y
estrechó a Madie entre sus brazos. La imagen tendría que haberme resultado
extraña, pero en cambio me pareció muy natural y correcta, como si cada una
estuviera donde debía estar.
-
Aaron tiene una visión parcial en todo esto, influida por sus
propias experiencias – explicó Holly. – Sean actuó mal, pero me alegra que no
le guardes rencor.
-
Ya sale Blaine – anunció Sam. Se separó delicadamente de
Barie, creo que no se sentía del todo cómodo con los abrazos prolongados. No
fue nada brusco, hizo que el movimiento quedase totalmente natural cuando
estiró la mano para saludar a su hermano.
Blaine nos miró y luego él y su
equipo se pusieron a calentar. Papá y Sean regresaron poco antes de que la
primera carrera comenzara y Aaron vino justo después. Le observé discretamente
y me di cuenta de que ya no parecía enfadado. Sus ojos solo mostraban un
profundo dolor y su mente parecía estar muy lejos de allí aunque, cuando Blaine
tocó la pared el primero después del último largo, se puso de pie para
aplaudir.
Blaine era un gran nadador. No había
vencido mi marca de tiempo, pero era bueno. Los gritos de sus hermanos casi me
dejan sordo, pero los de los míos no se quedaron atrás.
-
¿Michael Phelps, quién? – gritó Leah, con mucha fuerza y yo
me reí y silbé, metiéndome dos dedos en la boca para que sonara más fuerte.
Aquello se convirtió en un concurso
de ver quién jaleaba más y Dylan se tapó las orejas con las manos. Al poco rato
nos fuimos calmando y empezó otra carrera. En esta no competía Blaine, era
femenina, y me fijé en un par de nadadoras de cada equipo con mucho talento.
Cuando acabó, se hizo evidente que
había un problema. Había una chica en la piscina que no podía salir. ¿Le habría
dado un calambre?
-
¿Qué ocurre? – preguntó Holly.
-
¡Es la succión! – gruñó Aaron. – Que la saquen de ahí, puede
ser peligroso.
¿La succión? Mierda. El entrenador
nos había advertido muchas veces que si notábamos que el fondo de la piscina
nos atraía, teníamos que salir del agua más rápido que una gacela cuando ve un
guepardo.
Sin dudarlo un segundo, Blaine se
metió para sacar a la chica, pero ella no se dejó ayudar hasta que llegaron los
entrenadores.
-
¿Pero cómo se le ocurre? – exclamó Aaron.
-
¡La estaba ayudando! – protestó Sean. Después se arrepintió
de haberle recordado a su tío su presencia y dio un pasito hacia papá, que le
acogió en ademan cariñoso y protector.
-
¡Sí, a costa de ponerse él en peligro!
-
Será mejor que vayamos a ver cómo está – murmuró Holly,
preocupada.
Un mensaje de megafonía avisó de que
la competición se suspendía.
-
Tranquila, mamá, se van a los vestuarios, está todo bien –
dijo Sam.
Aún así, fuimos bajando para
esperarle. Estábamos frente a los vestuarios cuando Michael me dio un codazo
para que prestara atención. Un chico salía con un fajo de ropa y se lo
entregaba a una rubia, creo que era la misma que casi se queda atrapada en la piscina.
La chica le dio a cambio un fajo de billetes.
Varios chicos más se escabulleron y
fueron con sus familias.
-
Qué cobardes – murmuró Michael. Yo jadeé. - ¿Qué?
-
¿No te das cuenta? ¿Quién es el único que no ha salido?
Me miró con un brillo de comprensión.
-
Blaine. Joder.
-
Tenemos que ayudarle… El pobre estará desnudo.
-
No tengo ningún interés en verle en pelotas – farfulló
Michael. Le fulminé con la mirada. – Vale, vale. Menudos días de justiciero…
-
¿Cómo dices?
-
Nada… Venga, vamos.
Emboscamos a la chica antes de que se
escabullera.
-
¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? – nos increpó.
-
Me parece que esa ropa no es tuya – le dije.
-
¿Y a ti qué te importa?
-
Su dueño la necesita, ¿no crees?
La chica rodó los ojos.
-
Se la voy a devolver, solo es una broma - replicó.
-
Pues yo no veo a nadie reírse – intervino Michael, con
expresión amenazadora. – Vamos, dánosla.
Ella dudó durante unos instantes,
pero seguramente temía que la pudiésemos delatar y meter en problemas. Dejó
caer la ropa y salió corriendo. La recogí del suelo y entramos al vestuario.
Blaine se quedó a cuadros al oírnos.
Asomó la cabeza para que le diera sus cosas. Una toalla azul envolvía su
camiseta, sus pantalones y esperaba que también sus calzoncillos. Le dimos
tiempo para que se vistiera y después se reunió con nosotros, visiblemente
mortificado.
-
Gra… gracias – susurró.
-
Ni lo menciones – respondí.
-
¿Quién es esa chica? – preguntó Michael.
-
Una de mi clase que me odia desde que llegué. Según Leah, es
tan arisca porque le gusto, pero tiene una curiosa manera de demostrarlo. Yo
creo que simplemente es idiota.
-
Eso de “te trato mal porque me gustas” es muy de diez años –
opiné, sacudiendo la cabeza. - ¿Se lo vas a decir al entrenador?
-
¿Para qué? Los chicos participaron. Si me chivo me harán la
vida imposible. Hasta ahora, pensé que les caía bien.
-
Te tienen envidia porque nadas de puta madre – replicó
Michael.
-
Eso mismo – apoyé, aunque hubiera elegido otras palabras. –
Eres el mejor de tu equipo.
-
¿De verdad lo crees? – se interesó, con una incipiente
sonrisa. Blaine era solo un año menor que yo, pero de pronto me recordó a Cole
intentando ganarse mi admiración.
-
Claro. Es más, no batiste mi récord, pero creo que el helado
te lo debo igual por esa pedazo carrera que has hecho hoy – le dije. Eso
ensanchó aún más su sonrisa.
Me sentía muy identificado
con él, los dos habíamos tenido que vérnoslas con verdaderos imbéciles. El
instituto a veces puede ser muy absurdo y complicado. Consiste en reunir a un
montón de hormonas con patas intentando constantemente impresionar a alguien o
quedar por encima de alguien.
-
Aquí estáis – exclamó Sam, entrando en el vestuario. – Holly
y vuestro padre me envían a buscaros.
-
Ya vamos.
Blaine nos pidió silencio con
un gesto y Michael y yo asentimos, aunque en el fondo pensaba que debería
contárselo a su madre. Pero no era quien para dar ese consejo: al fin y al
cabo, yo tampoco le contaba esa clase de cosas a papá.
Salimos y Blaine fue recibido con
abrazos y reproches.
-
Qué buena carrera, cariño – le felicitó Holly. – Lástima que
no hayáis podido hacer las demás…
-
¿Sabías que estaba fallando la succión? – preguntó Aaron, sin
rodeos.
Blaine se quedó en silencio, lo que en realidad dijo
bastante.
-
Hijo… - suspiró Holly.
-
¿Y aun así te metiste?
-
Danielle necesitaba ayuda, tío – se justificó.
-
¡Había más gente! ¡Gente más capacitada! ¡Estaban los
entrenadores! – le regañó Aaron.
-
¡Yo estoy capacitado! – protestó Blaine.
-
Bueno, basta – cortó Holly, viendo que estaba por empezar una
discusión. – No puedo enfadarme contigo por intentar salvar a una persona, así
que ya buscaré la forma de regañarte luego, cuando se me ocurra un buen
argumento sobre por qué había más opciones aparte de arriesgarte tú.
-
Danielle pesa poquísimo, mamá… Se iba a hundir enseguida.
-
Oh, claro, porque tú pesas más, ¿no? – murmuró papá. – Estás
muy delgado.
En eso tenía que darle la razón,
cuando estaba en bañador a Blaine se le notaban las costillas. Aunque tenía la
espalda ancha, por la natación.
-
Oye, tantos contra mí no vale. Tiene que haber por lo menos
uno que me defienda – se quejó Blaine y con eso se robó una sonrisa de Holly y
otra de papá.
-
Mami, me hago piiiis – informó West.
-
Sí, tesoro, vamos al baño. ¿Alguien más?
Varias manitas de los más pequeños se levantaron y lo
cierto es que yo también tenía ganas, así que me fui con ellos. Kurt me agarró
de la mano y fue en ese momento cuando mis ojos se cruzaron con la mirada
maliciosa de la chica que respondía al nombre de Danielle. Se estaba comiendo a
Blaine con la vista, de modo que la teoría de Leah empezaba a cobrar sentido,
pero al mismo tiempo sonreía de una forma que no me daba buena espina. Debería
haber hecho o dicho algo en ese instante, pero, ¿el qué? ¿Cuidado, Blaine, tu
noviaenemiga te está mirando?
Nos entretuvimos un buen rato en el baño, porque al
final fuimos más los que entramos que los que se quedaron fuera. Holly
aprovechó para cambiar el pañal de sus trillizos y ayudó a Alice, evitando a
papá la embarazosa situación frecuente de entrar en el baño de mujeres. Él a su
vez ayudó a West, aunque para los chicos hacer pis en un baño público es más
sencillo.
-
¿Qué pasó en el vestuario, campeón? – preguntó Aidan. No se
le escapaba una.
-
A Blaine le gastaron una broma. Michael y yo nos dimos
cuenta.
-
¿Qué clase de broma?
-
De las embarazosas – admití.
Iba a darle más detalles, pero West
reclamó su ayuda porque no llegaba al lavabo. Papá le alzó y el pequeño le
dedicó una sonrisa que le hizo parecer un ángel. Presenciar esa clase de
interacciones sencillas me hacía pensar que aquello podía tener éxito.
Cuando salimos del baño, papá y Holly
se pusieron a pensar qué podíamos hacer hasta la hora de la comida, pues
habíamos terminado una hora y media antes de lo previsto. Podíamos intentar
adelantar la reserva, pero aún así era demasiado pronto.
-
¿Nos enseñáis vuestro colegio? – propuso Barie.
-
No entiendo por qué nadie querría verlo, pero vale – aceptó
Blaine, así que se dispusieron a hacernos un pequeño tour, al menos por lo
exteriores.
Para entonces ese edificio ya se había vaciado casi
por completo. Abandonamos la piscina para ir al siguiente pabellón, pero Blaine
se detuvo en seco en la puerta.
-
Espera. ¿Y mi móvil?
-
¿Te lo dejaste en el vestuario? – preguntó Holly.
Michael y yo intercambiamos una mirada: o eso, o la
chica lo había cogido.
-
No sé…
-
¿Qué? ¿Crees que nos sobra el dinero para ir perdiendo las
cosas? – le dijo Aaron. - ¡VE AHORA MISMO A BUSCARLO!
Blaine prácticamente salió volando.
-
No hace falta gritar por todo, ¿sabes? – le acusó papá.
-
No fue su culpa, puede que se lo hayan quitado – explicó
Michael.
-
¿Cómo?
-
Voy a ayudarle a buscar – musité. Tenía un mal
presentimiento.
Seguí a Blaine mientras Michael les
contaba lo que había pasado en los vestuarios.
-
AIDAN’S POV –
Que Sean buscase consuelo en mí me hizo sentir privilegiado y también algo asustado. Le acompañé al baño y dejé que se lavara la cara, sin saber muy bien qué decirle, pero él no había querido entrar solo.
-
¿Tu tío siempre reacciona así? – pregunté.
Sean tardó varios segundos en
responder.
-
Sí. Al menos desde hace un tiempo. Antes era… distinto.
Holly, que normalmente daba
descripciones muy detallistas de cualquier cosa, no había compartido conmigo
mucho sobre el pasado de su hermano. Solo sabía que lo había pasado mal, que
ella había cuidado de él desde los doce años, de modo que había llegado a ser un
hermano-hijo, y que en algún punto se había amargado hasta el extremo. Y poco
más.
-
Él y papá siempre han sido muy estrictos – murmuró Sean. –
Pero el tío solía calmar a mi padre cuando se ponía como él se acaba de poner.
Acaricié su cuello.
-
Es una pena que vaya a morir justo ahora que empiezas a
caerme bien – comentó, con despreocupación, como si estuviésemos hablando del
clima.
-
Vaya. Tú también me caes bien – sonreí. – Nadie va a morir.
Solo estás metido en un pequeño lío.
Sean puso una mueca, creo que no
coincidía con mi clasificación de “pequeño”.
-
¿Tú cómo castigas a tus hijos? – cuestionó, pillándome por
sorpresa.
“Sin control de sus impulsos” recordé. “Este chico te
preguntará todo lo que se le pase por la cabeza, prepárate. En ese sentido es
casi como lidiar con un Dylan adolescente”.
-
Pues… Depende de la situación. Sin móvil, sin salidas… a los
peques en la esquina, es decir, mirando a la pared – evadí.
Sean estrechó los ojos con suspicacia.
-
¿Nada más? Blaine tiene la teoría, o más bien la certeza, de
que tú también tienes la mano larga.
-
Bueno, yo no lo diría así – me ruboricé.
-
O sea, que es verdad – me acusó.
-
A veces les doy palmadas, sí.
Abrió la boca pero después la cerró,
como si se estuviera conteniendo para no decir algo. Repitió el proceso varias
veces, hasta que al final, suspiró.
-
¿A los mayores también? – inquirió. Intuía que no era eso lo
que me iba a preguntar inicialmente.
-
Sí, a los mayores también – admití, realmente incómodo. Me
sentí en la obligación de añadir una aclaración: - Solo con la mano. Jamás con…
un cinturón.
Eso despertó su curiosidad y me miró
con intereses, intentando leer dentro de mí.
-
¿De verdad?
-
De verdad.
Entonces, lentamente, esbozó una
sonrisa. Quizá la primera que le veía, al menos la primera genuina.
-
¿Por qué no me castigas tú?
-
¿¡Qué!?
Estaba seguro de haber escuchado mal.
-
Eres el novio de mamá, ¿no? – preguntó, como si la relación
entre una cosa y otra fuera evidente.
“Pero este niño…”
“¿Lo dice en serio?”
“Pues eso parece”
-
No puedo hacer eso, Sean – declaré, firmemente.
-
¿Por qué no? Te doy permiso. Y eso que el tío siempre dice
que no lo necesita.
Estuve a punto de soltar una risita nerviosa.
-
No puedo – insistí.
Sean frunció el ceño.
-
¿Por qué? – exigió saber, todo rastro de sonrisa borrado de
su rostro. Sonaba… ¿ofendido?
-
Porque, aunque es verdad que necesitaría de tu… confianza…
para hacerlo, y me sorprende y agrada tenerla, no es lo único que necesito.
Tendría que hablarlo primero con tu madre. Además – añadí, viendo que ya iba a
llevarme la contraria con alguna clase de contrargumento – no quiero empañar un
día tan especial: has reconocido que te caigo bien. No quiero darte una excusa
para retirarlo. Mira que si me echaste leche hirviendo por entrar en tu casa no
quiero saber lo que me harías si te regaño.
Mi tono era claramente humorístico y
sus labios se estiraron imperceptiblemente, pero luego suspiró.
-
Siento eso.
-
Ya está olvidado – le aseguré.
-
Si te consuela, mi tío me dio treinta y cinco cintazos esa
vez.
Se me cortó la respiración.
-
¿Treinta y cinco? – bramé. - ¿¡Es en serio!? ¿Qué clase de
salvaje haría algo así? ¿Le pasa algo en la cabeza? ¿Tiene serrín en el
cerebro? ¿De verdad te dio tantos?
Le abracé posesivamente, como si con
eso pudiera borrar lo que pasó. No quería ni imaginármelo, pero en realidad
podía imaginármelo muy bien. Tenía aproximadamente su edad cuando mi abuelo
hizo que le tuviera miedo al sonido de una hebilla para siempre.
-
No ha sido mi peor castigo – susurró, asombrado de mi
reacción.
-
Eso no es un castigo – repliqué. – Eso es… es… No va a volver
a hacerte eso de nuevo, ¿me oyes?
-
Mamá le destriparía.
-
Pues yo me pondría a la cola – gruñí.
Sean me rodeó con más fuerza, agradecido por esas
palabras.
-
¿Ves? Si dices eso es que lo que tu harías no sería tan malo
– afirmó. – Pero no quiero que mamá te destripe a ti también…
- Ni yo, si puedo evitarlo.
- Pero si me castiga mamá me quitará un punto –
protestó. Su tono quejoso le hizo sonar como Kurt.
- Ah, ¿así que por eso quieres que sea yo?
Sonrió con algo de picardía y entonces me recordó a
Zach. Estaba viendo a mis hijos reflejados en aquel muchacho. La intensidad de
lo que sentía hacia él me abrumó.
-
Lo siento, mocoso, pero te toca enfrentar a tu madre.
Aunque Sean refunfuñó un poco pro el camino, volvimos
a las gradas con los demás. La competición parecía a punto de empezar.
Holly acarició a su hijo y a mí me dedicó una mirada
preocupada.
-
¿Qué pasó?
-
Tenemos que hablar de tu hermano – susurré, intentando que
nadie más nos oyera. Soné demasiado áspero y ella asintió, acentuando su ceño
de preocupación. – Sean me ha pedido que le castigue – añadí, de forma más
alegre, intentando aligerar la tensión. – Le he dicho que no – me apresuré a
aclarar, cuando sus ojos comenzaron a abrirse exageradamente.
-
¿Ha hecho eso? – murmuró. Miró al asuelo, azorada.
-
Sí, así me he sentido yo también.
-
Me ha costado muchísimo dejar que fueras tú quien le acompañara
– me confesó. – Pero pensé que era un paso que teníais que dar. Por lo visto,
no me equivocaba, aunque no creí que fuera a pedirte algo así. Gracias por
decir que no.
-
Por supuesto.
-
No es que no confíe en ti – barbotó, nerviosa. – Y… y… si se diera
la circunstancia, con los peques… o algún otro… sé que serías justo y que no
les harías daño. Pero Sean… Sean es impredecible. Y aunque pareciera tranquilo
y dispuesto, podría coger y golpearse la cabeza contra el espejo. Lo ha hecho
antes. O pegarte a ti… o…
-
Hey. Tranquila, Holls. Lo entiendo. No tienes que darme
explicaciones. Ya que estamos hablando de esto, te digo lo mismo. Si se diera
la circunstancia… Pero a Dylan nunca le castigo. ¿Ves? Te entiendo. Tú conoces
a tus hijos y sabes lo que es mejor para ellos.
Los ojos claros de Holly se
encontraron con los míos y me sonrió con ellos tanto como con la boca. Aaron
regresó en ese momento y, aunque se colocó lejos de nosotros, ya no dijimos
nada más, como si esa hubiera sido nuestra señal para dejar el tema. Además, la
carrera comenzó poco después.
La competición se tuvo que suspender
por un problema con la piscina. Blaine se había tirado para rescatar a una
chica y pude notar el nerviosismo de Holly a pesar de que su hijo emergió
ileso. Ese muchachito era definitivamente un imprudente.
Algo pasó en los vestuarios justo
antes de que nos reuniéramos. Ted y Michael habían entrado sin que me diera
cuenta, pero tocaba felicitar a Blaine y lo dejé pasar. Después fuimos al baño
e intenté preguntarle a Ted, pero volví a distraerme.
Los hijos de Holly nos iban a enseñar
su colegio, si es que no nos echaban antes para cerrarlo. Sin embargo, antes de
empezar la visita, Blaine se dio cuenta de que le faltaba su móvil. Se fue a
buscarlo y por fin me enteré de lo que había ocurrido en los vestuarios: le
habían gastado una broma pesada. ¿Qué narices pasaba con los adolescentes y su
necesidad de humillar a otros?
Holly se indignó cuando escuchó de
los labios de Michael que le habían quitado la ropa a su niño. No quise estar
en el lugar de culpable, porque parecía dispuesta a cortar cabezas. Fuimos
todos detrás de él y de Ted y por eso no llegamos a tiempo de evitar la
catástrofe.
La chica rubia a la que Blaine había rescatado antes
tenía el móvil en la mano y lo sostenía en alto junto a la piscina, sobre la
que habían puesto una lona, seguramente hasta que la repararan. Blaine le
estaba exigiendo que se lo diera, pero ella le toreaba divertida, aconsejándole
que buscara un patrón de desbloqueo más complicado, porque había descifrado el
suyo en un segundo.
-
¿Quién es Scarlett? – se burló. - ¿Tu novia?
-
¡Es mi hermana, imbécil! ¡Devuélveme el móvil!
-
Oye… Danielle, ¿verdad? – preguntó Ted. – Tienes que dárselo…
-
¡Oh, ya veo! ¡ÉL es tu novio! – replicó la chica, señalando a
mi hijo.
Blaine bufó y estiró el brazo en un
movimiento rápido, para intentar recuperar el teléfono.
-
¡Blaine! – le llamó Holly.
Él se giró para mirar a su madre,
avergonzado porque todos estuviéramos presenciando aquello. La chica también
reparó en nosotros y se puso nerviosa.
Blaine empezó a caminar hacia
nosotros, pero un borrón pálido pasó corriendo a su lado, en la dirección
opuesta.
-
¡DEVUÉLVELE EL MÓVIL A MI HERMANO, HIJA DE PUTA! – gritó
Sean.
La embistió con fuerza y los dos
perdieron el equilibrio, cayendo sobre la lona de plástico que tapaba la
piscina.
NA.:
Espero que se haya entendido bien el capítulo, ya que muchos sucesos están
narrados varias veces desde varios puntos de vista.
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