Páginas Amigas

jueves, 30 de julio de 2020

A SU MANERA



A SU MANERA

N.A.: Este corto se ubica quince años en el pasado, en la familia de Holly. Es un desarrollo de algo que mencioné por encima en uno de los capítulos recientes de Once historias y un hermano. Tengo en mente hacer varios cortos, e igual hubieran quedado mejor en una maratón todos seguidos, pero primero quiero actualizar todo lo que tengo pendiente, así que aquí va este pequeño adelanto…
Sé que hay gente a la que no le gusta Holly, pero a mi me encanta escribir sobre ella xD
Feliz cumpleaños al blog :D
~*~
El despertador sonó a las seis de la mañana. Qué hora tan cruel, especialmente para una madre de dos bebés mellizos muy inquietos que se despertaban varias veces en una sola noche. Había dormido muy poco, pero Aaron tenía que ir a clase, así que debía espabilarme para levantarle y preparar el desayuno. Sonreí al pensar en que mi hermanito por fin empezaba a llevar una vida normal. Sus pesadillas ya no eran tan fuertes y se había adaptado muy bien a vivir con Connor y conmigo y al nuevo instituto. Estaba totalmente entregado a su papel de tío-hermano mayor y cuando le veía jugando con Blaine y Leah mi corazón se ensanchaba.
Mientras me convencía para abandonar la calidez de la cama, me toqué la tripa intentando distinguir algún bultito que delatara mi embarazo, pero apenas estaba aún por el segundo mes. Suspiré, sintiéndome en paz, porque había logrado algo que creía imposible: había conseguido ser feliz, con mi pequeña familia en crecimiento.
-         ¿Vamos a fingir que hoy es fin de semana? – preguntó Connor, a mi derecha, estirándose. – Me apunto.
Se incorporó y se inclinó sobre mí. Me dio un beso en los labios y me sonrió.
-         Sería maravilloso, ¿verdad? Pero me temo que no podemos hacerlo – suspiré.

-         ¿Por qué no? – protestó. – Aaron no se opondrá a un día de vacaciones gratuito. Incluso podríamos ponerle un nombre, como si fuera una fiesta. El Día de la Cama.
Me reí.
-         ¿No eres tú el que insiste siempre en que los niños necesitan horarios? – repliqué.

Connor soltó un gruñido y apoyó una mano sobre mi pierna. La fue subiendo poco a poco, hasta meterse por debajo de mi camisón.

-         No es justo usar mis propios argumentos en mi contra, señorita Pickman – me dijo, dándome otro beso. Yo prefería asearme y despejarme un poco antes de empezar con esos juegos, pero Connor siempre amanecía muy… entusiasmado. Era contagioso. Decidí seguirle la corriente un rato.

-         Señora, si mal no recuerdo – le corregí.

-         Es cierto – aceptó. Otro beso. Tiró juguetonamente del elástico de mi ropa interior y ahí fue cuando le detuve.

-         Es importante que Aaron tenga una rutina estable, tú mismo lo dijiste. Hace semanas que no “le duele la cabeza” para intentar que le dejemos quedarse en casa. Yo creo que está contento en el instituto, ha hecho amigos, y no quiero que demos pasos hacia atrás. Más adelante habrá tiempo de tomarse un día libre solo porque sí, pero ahora podría confundirle e incluso enfadarle, con todas las veces que nos pidió faltar y nos negamos…

Connor suspiró.

– Aguafiestas – murmuró, antes de separarse y dejarse caer dramáticamente sobre el colchón como signo de derrota.

-         Además, me gustaría verte llamar a tu comandante para decirle que hoy no irás al cuartel – le piqué. No había día en el que Connor no se quejara del “perro amargado” que estaba a cargo de su unidad.

-         Te haría llamar a ti, por supuesto – me aclaró. – “Lo siento, oficial, mi amorcito está enfermo y se tiene que quedar en casa para que le haga sentir mejor” – dijo, agudizando mucho la voz.

-         Yo no hablo así – me indigné, ante su pobre intento de imitarme, y le pegué con la almohada. Connor se rio y él no era mucho de reírse, así que atesoré el momento.

Decidí levantarme antes de que me lograra convencer.

-         Voy a ver a los bebés – anuncié.

-         Si te lo pidieran ellos sí que te quedarías en la cama – me reprochó.

-         Por supuesto – asentí, para chincharle. Me divertía cuando se hacía el celoso.  – Pero lo que ellos me pedirán en cuanto me vean es que les saque de la cuna.

-         No, lo que te pedirán es que les des el pecho. ¿Cuánto vas a seguir con eso? – protestó. Los mellizos tenían quince meses y a Connor no le gustaba que los siguiera amamantando. No pensaba ceder en eso, sin embargo. Los bebés ya comían otras cosas desde hacía casi un año, pero mi intención había sido darles el pecho hasta los dos. Lamentablemente no iba a poder cumplir con mis planes.

-         No mucho más – repliqué. – Tengo los pezones sensibles por el embarazo. Además, el doctor dice que, a partir de ahora, en el segundo trimestre, daré menos leche. Y después no podré continuar amamantando a los mellizos y al pequeño Sean a la vez.

-         La pequeña Scarlett, querrás decir – corrigió mi marido. – Va a ser una niña.

Rodé los ojos. Llevábamos semanas con esa discusión, pero pronto saldríamos de dudas. En la próxima ecografía el ginecólogo nos diría el sexo del bebé. Le di un beso rápido y me fui al cuarto de al lado, donde dormían los mellizos.
Los bebés tenían los ojos cerrados y una expresión de paz que automáticamente me sacó una sonrisa. Les contemplé durante un rato, todavía maravillada de que esas dos criaturas maravillosas hubieran salido de mi cuerpo.

A Leah se le había caído su chupete. Ya solo lo usaba para dormir. Blaine en cambio lo pedía más veces. Mi único miedo eran sus dientes, pero el pediatra me había dicho que el problema no era el chupete, sino la forma de usarlo. No importaba que lo tuvieran para dormir y en algunos momentos más, lo que tenía que evitar era que lo tuvieran siempre en la boca.
Ser madre era tan complicado. Todo el mundo tenía una opinión respecto a todo y ya no sabía cuándo lo hacía bien y cuándo lo hacía mal, así que me guiaba mayoritariamente por mi instinto.
Acaricié la mejilla de Blaine con cuidado para no despertarle. No había necesidad de levantarles tan temprano a ellos dos. A veces se despertaban a esa hora y a veces se quedaban en la cuna por una o dos horas más. Me agaché para darle un beso a Leah y salí despacito y sin hacer ruido.
Connor me esperaba en el pasillo.
-         ¿Qué hace Aaron con la puerta cerrada? – me gruñó.

-         Pues, que yo sepa, para eso son las puertas – respondí, ligeramente exasperada. Connor había querido instaurar la norma de que la habitación de mi hermano siempre tenía que estar abierta, pero me negué, porque sabía que necesitaba su intimidad. Además, Aaron era de los que disfrutaban de breves momentos de soledad. Ya era todo un muchachito de trece años, a punto de cumplir catorce, y era normal que quisiera un espacio propio. No había cerrojo ni nada, por supuesto.

-         Dijimos que por la noche no – me recordó.

Eso era verdad. No me gustaba que cerrara la puerta por la noche, por si le pasaba algo. Sabía que él ya no era un bebé, pero quería poder oírle si me llamaba de madrugada, porque se encontrara mal… o porque hubiera tenido una pesadilla.
-         Hablaré con él – accedí. Connor resopló.

-         Ese chico nos está probando. Lo sabes, ¿no?

Sí, sí lo sabía. Aaron llevaba un par de días desobedeciendo pequeñas normas, cosas sin importancia, como andar descalzo, dejar la ropa sucia en el suelo del baño en lugar de en el cesto, ponerse los patines dentro de casa, no recoger su cuarto, etc. Empezaba a sentirse cómodo en su nueva realidad y quería probar los límites de su original familia sin padres. Yo tan solo le sacaba seis años y, aunque Connor le sacaba más, seguían siendo pocos como para que nos viera como algo más que hermanos mayores.
-         Claro que nos prueba. Quiere saber a qué aferrarse – respondí.
Consciente o inconscientemente, Aaron necesitaba sentirse seguro. Necesitaba saber que no le íbamos a lastimar, aunque no fuera perfecto.
También quería ver hasta dónde podía salirse con la suya, sin duda.
Llamé a la puerta, pero no esperé a recibir respuesta. Puse la mano sobre el manillar y lo giré.
Aaron estaba despierto y se estaba dando toda la prisa posible por buscar el mando y apagar la televisión, pero ya era tarde porque lo habíamos visto. No solo eso: su cama estaba llena de envoltorios de chucherías y los mandos de la videoconsola estaban por el suelo. Tal parecía que mi hermanito había tenido una noche de diversión infantil.
-         ¿Qué significa esto? – preguntó Connor.

-         Esto… hola. Puedo explicarlo – se apresuró a decir.
Alcé una ceja y me mordí el labio para que no se me escapara una sonrisa. Me moría por escuchar la explicación. ¿Los extraterrestres vinieron y encendieron la tele? ¿Hubo un lapso espacio temporal y en lugar de ocho horas pasaron ocho minutos desde que me arropaste por la noche?
-         ¿No has dormido? – exigió saber mi marido.

-         ¡Sí, sí dormí! – mintió, pero una sola mirada de Connor bastó para que hundiera los hombros. – Bueno… no.

-         ¿Has estado toda la noche viendo la televisión y jugando videojuegos? – la irritación de Connor aumentaba por momentos.

-         Tranquilo – susurré, acariciando su brazo.

-         ¿Tranquilo? ¡Ha estado aquí haciendo lo que le ha dado la gana en lugar de dormir! Así va a rendir mucho en clase.

Suspiré.

-         Aaron, recoge todo esto – le ordené.

-         Si, Holly – respondió y se apresuró en levantarse y tomar puñados de envoltorios. Jesus, eso era demasiado azúcar. A saber todo lo que se había comido.

Saqué a Connor de la habitación para poder hablar a solas mientras mi hermano recogía.

-         No me puedo creer la caradura de ese niño – gruñó. - Sabía que poner televisión en su cuarto no era buena idea.

-         Pero si fuiste tú el que lo sugirió.

-         ¡Bueno, pues no fue buena idea! – barbotó. Sacudió la cabeza, frustrado. – Lo que más me molesta es que lo ha hecho totalmente a propósito. Ha esperado a que nos levantemos para demostrarnos que hace lo que se le place. Podía haber trasnochado una o dos horas, esperando que no nos enteremos, eso lo hacen todos los chicos de su edad. Pero se ha tirado toda la noche y ha esperado a que le veamos. Es un desafío en toda regla.

-         Puede ser – coincidí. Mi hermano no era ningún tonto y podía haber calculado la hora para saber cuándo nos íbamos a levantar. Tal vez se había distraído o quizá Connor tuviera razón. En cualquier caso, Aaron no había actuado bien y me tocaba pensar en lo que le iba a decir.

Escuchamos pasos vacilantes y Aaron salió con los restos de su aventura nocturna.

-         Tenemos que hablar – le anuncié.

Mi hermano me miró con inseguridad al principio, pero después su expresión se transformó en una de desafío.
-         No. No hice nada malo – afirmó, caminando hacia la cocina para tirar la basura.

-         ¿Cómo que no? Aaron, tienes una hora de dormir que te has saltado totalmente. No estamos en fin de semana y ni siquiera en fin de semana puedes estar toda la noche despierto con la televisión y comiendo chucherías – le recordé.

-         ¡Ya casi tengo catorce años, si no quiero dormir, no duermo! – replicó.

Parpadeé, sorprendida. Aaron nunca contestaba. De hecho, tenía una actitud sumisa que me complicaba mucho la tarea de regañarle, y me hacía andar con mucho cuidado para no asustarle en ningún momento. Mi hermanito había pasado por demasiadas cosas.

-         Mira, muchachito… - empezó Connor, dando un paso al frente. Aaron automáticamente retrocedió y yo taladré a mi marido con la mirada. Connor suspiró, y captó el mensaje. Destensó ligeramente su expresión y su mandíbula. – No puedes hacer lo que te venga en gana. Por muy mayor que seas, sigues teniendo obligaciones, y se resumen en ir a clases y hacer lo que te decimos.

-         Pues… ¡me da igual!

-         ¿Cómo dices?

-         ¡Que me da igual! ¡No le hago daño a nadie por divertirme un poco!

-         Nadie te esta impidiendo que te diviertas – le dije. – Pero hay momentos para todo.

-         ¿Sí? ¡Pues este es el momento de que os vayáis a la porra, a ver si os enteráis! ¡Idiotas! – nos gritó.

Todo quedó en silencio después de eso. Aaron mantuvo su pose durante unos segundos más, pero después arrugó la frente y los labios y se frotó el brazo.

-         ¿Pero quién te crees que eres para hablarnos así? – le espetó Connor.

-         Aaron, ve a tu cuarto – susurré, viendo que todos necesitábamos calmarnos. – A tu cuarto – repetí, al ver que abría la boca para responder.

Se marchó y me quedé a solas con Connor, que parecía una olla a presión a punto de estallar.

-         Se la ha buscado, Holly. Ese niño se la ha buscado – me advirtió. – No voy a permitir que nos insulte y nos falte al respeto de esa manera.

-         De tanto probar límites, los ha cruzado – reconocí.

-         Tenemos que castigarle. Le trajimos aquí para ser una familia, para darle el amor que le faltó mientras crecía. Y parte de eso consiste en darle normas y consecuencias, también. No ha tenido lo que se dice mucha disciplina en su vida.

Estaba de acuerdo. Lo que mis padres hacían no se parecía a educar en lo más mínimo, era un caos de brutalidad y dolor del que nadie podría aprender nada. Suspiré. También estaba de acuerdo en que Aaron necesitaba consecuencias, por más que me desagradara la idea.

-         Estará una semana sin televisión y le advertiremos de que si esto sucede de nuevo se la sacaremos de la habitación y tendrá que usarla en la sala – sugerí.
Me parecía un castigo apropiado a la falta, pero Connor resopló.
-         Si se me ocurría hablarle así a mis padres recibía algo más que un tirón de orejas, Holly. Aaron tiene que entender que no somos sus hermanos guays. Estamos a cargo.

-         Ya lo sé – repliqué, sin entender su punto, pero la mención a sus padres cobró sentido en mi mente instantes después, recordando cosas que me había contado. – No voy a poner un solo dedo sobre mi hermano – declaré, con firmeza.

-         No, tú no, sería demasiado raro. Le llevas poca edad, en realidad. Además, no es tu papel. Pero a mí me ve más como una figura de autoridad.

-         ¿Qué quiere decir que no es mi papel? ¿¡Qué estás proponiendo!? – rugí. Tenía que estar entendiendo mal.

-         Holly, sé razonable.

-         ¿RAZONABLE? ¿RAZONABLE? ¡ESTÁS INSINUANDO QUE VAS A PEGAR A MI HERMANO!

-         ¡Olvida tu infancia por un segundo y escúchame! – me pidió.

-         ¡NO PUEDO OLVIDARLA Y ÉL TAMPOCO! ¿¿CÓMO PUEDES SUGERIR ALGO ASÍ? ¿QUIERES TERMINAR DE ROMPERLO, ES ESO? ¿QUIERES QUE TAMBIÉN TENGA MIEDO DE TI? ¡Recién ahora empieza a actuar como un chico normal!

-         ¡Por eso mismo! ¡Un chico normal que cuando se porta mal recibe un castigo!

-         ¡Pero no ESE castigo! – repliqué.

-         ¡No voy a hacerle daño! ¿Sabes cuántas veces he estado del otro lado? Conoces a mis padres. ¿Crees que son unos monstruos?

-         No, claro que no. Pero es distinto…

-         ¿Por qué? – insistió. - ¿Acaso no queremos que crezca con normalidad? Entonces hay que tratarle acorde a eso. Son solo unos azotes, no es el fin del mundo.

-         ¡HE DICHO QUE NO!

En ese momento Aaron asomó la cabeza, nervioso seguramente porque nos había oído discutir.

-         Yo… lo siento mucho. – murmuró.

-         Vuelve a tu cuarto – le indicó Connor.

-         Lo siento, de verdad – lloriqueó y corrió hasta mí para abrazarme. Le envolví y froté su espalda para que se calmara, sin dejar de mirar a Connor con furia.

-         Shhh. Tranquilo, Aaron.

-         Snif… ¿Connor me quiere pegar?

Genial, lo había escuchado todo.

-         Nadie va a tocarte, peque – le aseguré.

-         Pero me porté mal.

Es que era adorable.

-         Ahá. Y por eso vas a estar una semana sin tele - informé.

-         Snif... os insulté.

-         Aaron, vuelve a tu cuarto. Tu hermana y yo tenemos que terminar nuestra conversación – dijo Connor.

-         ¡ESTA LLORANDO! ¿ES QUE NO LO VES O TE DA IGUAL? – chillé, muy cabreada, y Aaron se encogió entre mis brazos. Me insulté mentalmente.

-         Está llorando porque no quiere un castigo, pero se lo merece.

-         Snif…


Aaron se pasó la manga del pijama por la cara, para limpiarse las lágrimas.
-         Deja que él me castigue, Holly – murmuró, tan bajito que quizá solo yo lo escuché.

-         Ni hablar.

-         ¿Va a hacerme daño? – preguntó, con un ligero temblor en el labio. Le volví a apretar contra mí.

-         No, claro que no. Connor te quiere mucho.

-         Como la abuelita a ti. Tú me constaste que alguna vez te castigó así.

Suspiré. A veces me arrepentía de que entre Aaron y yo no hubiese secretos y ese momento fue una de esas ocasiones. Mi hermano sabía que mi nana me había pegado, con su mano una vez y con su zapatilla otra, y le había dicho que no se sentía para nada como lo que hacían nuestros padres.

-         Estarás una semana sin televisión – insistí, indicando que era mi ultima palabra al respecto.

-         ¡No, Holly! Connor tiene razón, yo quiero ser normal.

-         Ya eres normal, enano – le dije, con el corazón roto en mil cachitos.

-         Estás haciendo tú más espectáculo que el niño – bufó Connor. – Él si entiende que los actos tienen consecuencias.

-         No me hables en ese tono paternalista – le exigí, entre dientes.

-         No os peleéis – gimoteó Aaron.

-         Shh. Nadie está peleando, peque. Solo es un… intercambio de opiniones.

-         ¿Y mi opinión? … snif… ¿Esa no cuenta? – me preguntó, pero no me dejó contestar. – no debí hablaros así. Vosotros lo habéis hecho todo por mí. Todo. Y me siento horrible. Y tú todavía… snif… quieres ser buena conmigo. Y eso me hace sentir peor.

-         ¿Peor?

-         Sí… snif… Porque no me lo merezco.

-         Claro que te lo mereces, Aaron – susurré, acariciándole el pelo.

-         Deja que Connor me castigue – repitió.


-         Bueno, ya valió con la tontería. Ven aquí, Aaron – dijo mi marido. Me sorprendió lo cerca que estuve de enseñarle los dientes, como una loba protegiendo a sus crías.

Mi hermano hizo fuerza para separarse de mí, pero me resistí.

-         Es demasiado mayor, de todas formas – le dije a Connor.

-         ¿De verdad? ¿Acaso no viste venir a mi padre dispuesto a sacudirme cuando se enteró de que planeábamos hacer una boda sin invitarles? Estoy bastante seguro de que conocerte a ti fue lo único que le frenó de atizarme ese día, y tenía veintiséis años. Mientras pueda hacer esto, no será lo bastante mayor – declaró y agarró a Aaron del brazo, como para demostrar a que se refería con “esto”.

-         Suéltale – le advertí. “O te arranco la mano” pensé para mí.

-         Le estás generando un estrés innecesario. Aaron, no nos puedes insultar y no nos puedes desobedecer, ¿entendido?

-         Sí, señor…

Mis únicas opciones en ese momento se reducían a plantear una resistencia física. ¿Podría mantener a Connor separado de Aaron? ¿Tendría la fuerza suficiente?

¿De verdad tenía que proteger a mi hermano de mi marido? Si le trataba como a un criminal, no habría vuelta atrás. Sería el fin de todo. El fin de algo que recién estaba empezando…

“Pero es que no me escucha” pensé con frustración.

Ni tú estás escuchando a Aaron. Él está de parte de Connor” me contesté.

“No sabe lo que dice”.

-         Holly, espera en la cocina – me indicó Connor.

-         No vas a darme órdenes. No soy ninguna niña.

-         Sí, sí lo eres, cielo. Tienes solo diecinueve años y eres una cría. Estás exagerando porque no piensas con claridad.

Acababa de anular cualquier atisbo de autoridad que yo pudiera llegar a tener con mi hermano. ¿Quién coño se creía para hablarme así?

… ¿Tenía razón?...

-         Espera en la cocina, vas a hacer esto más vergonzoso para él.

“Ni siquiera ha hablado de cómo pretende a hacerlo. ¿Qué le va a decir? ¿Cómo le va a pegar? ¿Cuántos le va a dar?”

Tuve mis respuestas cinco segundos después:

No le iba a decir nada.

Le iba a pegar sobre el sillón, con la mano.

Veinte palmadas sobre su ropa interior.

Con un movimiento enérgico, Connor logró separarme de Aaron. No tuve tiempo de reaccionar: Connor no me empujó exactamente, pero sí me apartó, y el gesto me dejó en shock. Fue como un símbolo de que, en último término, se iba a hacer lo que él dijera. ¿A mí? A mí me borraba del mapa con la facilidad con la que sacudes una mota de polvo de un abrigo.

Mientras yo tenía una revelación sobre cuál era exactamente mi lugar en aquella relación, Connor no perdió el tiempo e hizo que Aaron se inclinara sobre el sofá. Tiró de sus pantalones para bajárselos un poco y entonces le dio una serie de palmadas rápidas e intensas.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

El sonido fue otro momento de shock. Su mano impactando contra el cuerpecito de mi hermano provocaba un estruendo atronador.

Aaron, por el contrario, permaneció en completo silencio. Se agarraba al sofá y tenía los ojos cerrados. Había soportado golpes mucho más dolorosos y había aprendido a hacerlo estoicamente. Desde los diez años intentaba no llorar en presencia de mi padre, pero su fachada duraba exactamente hasta que él abandonaba la habitación.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Basta! ¡Connor, detente ahora mismo!

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Basta!

Intenté sujetarle, pero me rechazó con un solo brazo, como quien espanta a una mosca.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Fue muy rápido. Quizá no tardó ni veinte segundos desde que empezó hasta que terminó. Connor se apartó de Aaron, después de poner una mano sobre su espalda, como para indicar que había terminado.
-         Haz caso y habla bien y no haremos esto más – le dijo y se alejó de él.

Aaron no se movía. Ni siquiera trató de subirse el pantalón, así que yo lo hice por él. ¿Qué estaría pasando por su mente? ¿Se estaría acordando de nuestro padre?

“Supongamos por un segundo que decides hacer esto. ¿No se supone que hablas con él primero y te aseguras de que esté pensando en los motivos del castigo mientras lo haces?” me dije. Estaba segura de que Aaron estaba pensando en cualquier cosa menos en la noche en vela.

“Estaría pensando en que terminase rápido. Y en no hacer ruido. Y en no enfadarle más. Y en que, por favor, por favor, no le hiciera daño” adiviné. Porque eso mismo era lo que había pasado por mi cabeza cientos de veces. Y por la de mi hermano.

Dejé escapar un gruñido de rabia mientras abrazaba a mi hermano, tarea difícil porque no me dejaba levantarle. Connor se había ido.

-         Ya está, pequeño, ya está. Shhh. Estás bien, Aaron, estás bien. Tranquilo.

Por fin, Aaron se levantó, se giró y me rodeó con sus brazos, mientras empezaba a sollozar sobre mi camiseta.

“¡No puede irse así después de castigarle! ¡Es Connor quien tendría que estar abrazándole!“ chilló la voz indignada de mi cabeza.

-         Shhh. Ya, hermanito, ya.

-         Snif… Apenas me dolió – me confesó. Eso era lo único, lo único que no le podía reprochar a Connor. No había sido excesivo. Ni había usado toda su fuerza ni había sido un número desproporcionado. No había dañado a mi hermano físicamente.

“No, pero le ha hecho mierda”.

-         Lo sien… snif… lo siento mucho, Holly – gimoteó, restregando la cara sobre mi ropa.

-         Lo sé, peque. Estás más que perdonado – le dije, porque sabía que necesitaba oírlo, pero en esos momentos me importaba un pimiento la televisión, las chucherías y la noche sin dormir. Aunque, pensándolo bien, Aaron necesitaba descansar. Tenía que dormir algo.

Le guie hasta su cuarto casi sin que se diera cuenta e hice que se tumbara sobre la cama. Me senté a su lado y le hice caricias en la espalda.

-         Snif… me tengo que vestir… snif… Voy a llegar tarde.

-         No, enano. Hoy no vas a ir a clase.

Me di cuenta, con resentimiento, de que ese era otro asunto en el que Connor se salía con la suya.

-         Snif… ¿No? – se extrañó Aaron.

-         No. Vas a dormir y vas a soñar cosas bonitas.

-         Eso lo dudo… snif…

-         ¿Estuviste despierto toda la noche porque no querías tener pesadillas? – le pregunté. Esa duda me estaba rondando, pero no se había formulado del todo en mi cabeza hasta ese momento.

-         No… Quería pasarme el nivel del videojuego nuevo… Y luego pusieron Dragon Ball y me quedé viéndolo.

Suspiré, con una pequeña dosis de alivio.

-         ¿Y las chuches de dónde salieron? – inquirí. Mi tono no era el de un regaño.

No quería hablar de eso, quería asegurarme de que estaba bien, pero cambiar de tema parecía estar ayudando a calmarle.

-         Las compré en la tienda de la esquina.

-         Ah, mira tú. Tuviste que hacer rico al vendedor. Te va a doler la tripa, enano. Hoy vas a comer ligerito, ¿bueno?

Aaron asintió y se acurrucó pegadito a mí. Me quedé con él hasta que se durmió, e incluso un rato después, hasta que escuché llorar a Blaine. No solo quería estar con mi hermano, sino que también quería a toda costa esquivar a mi marido por el momento. Escuché la puerta cuando se marchó a trabajar y, por primera vez en mi vida, sentí alegría ante la perspectiva de pasar diez horas sin verle.

2 comentarios:

  1. Omg áaron peque! Y pensar que luego será ultra estricto jaja....recuérdame cuantos años le lleva holly a Aarón?

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