A SU MANERA
N.A.: Este corto se ubica quince años
en el pasado, en la familia de Holly. Es un desarrollo de algo que mencioné por
encima en uno de los capítulos recientes de Once historias y un hermano.
Tengo en mente hacer varios cortos, e igual hubieran quedado mejor en una
maratón todos seguidos, pero primero quiero actualizar todo lo que tengo
pendiente, así que aquí va este pequeño adelanto…
Sé que hay gente a la que no le gusta
Holly, pero a mi me encanta escribir sobre ella xD
Feliz cumpleaños al blog :D
~*~
El despertador sonó a las seis de la mañana. Qué hora
tan cruel, especialmente para una madre de dos bebés mellizos muy inquietos que
se despertaban varias veces en una sola noche. Había dormido muy poco, pero
Aaron tenía que ir a clase, así que debía espabilarme para levantarle y
preparar el desayuno. Sonreí al pensar en que mi hermanito por fin empezaba a
llevar una vida normal. Sus pesadillas ya no eran tan fuertes y se había
adaptado muy bien a vivir con Connor y conmigo y al nuevo instituto. Estaba
totalmente entregado a su papel de tío-hermano mayor y cuando le veía jugando
con Blaine y Leah mi corazón se ensanchaba.
Mientras me convencía para abandonar la calidez de la cama,
me toqué la tripa intentando distinguir algún bultito que delatara mi embarazo,
pero apenas estaba aún por el segundo mes. Suspiré, sintiéndome en paz, porque
había logrado algo que creía imposible: había conseguido ser feliz, con mi
pequeña familia en crecimiento.
-
¿Vamos a fingir que hoy es fin de semana? – preguntó Connor,
a mi derecha, estirándose. – Me apunto.
Se incorporó y se inclinó sobre mí. Me dio un beso en
los labios y me sonrió.
-
Sería maravilloso, ¿verdad? Pero me temo que no podemos
hacerlo – suspiré.
-
¿Por qué no? – protestó. – Aaron no se opondrá a un día de
vacaciones gratuito. Incluso podríamos ponerle un nombre, como si fuera una
fiesta. El Día de la Cama.
Me reí.
-
¿No eres tú el que insiste siempre en que los niños necesitan
horarios? – repliqué.
Connor soltó un gruñido y apoyó una
mano sobre mi pierna. La fue subiendo poco a poco, hasta meterse por debajo de
mi camisón.
-
No es justo usar mis propios argumentos en mi contra,
señorita Pickman – me dijo, dándome otro beso. Yo prefería asearme y despejarme
un poco antes de empezar con esos juegos, pero Connor siempre amanecía muy…
entusiasmado. Era contagioso. Decidí seguirle la corriente un rato.
-
Señora, si mal no recuerdo – le corregí.
-
Es cierto – aceptó. Otro beso. Tiró juguetonamente del
elástico de mi ropa interior y ahí fue cuando le detuve.
-
Es importante que Aaron tenga una rutina estable, tú mismo lo
dijiste. Hace semanas que no “le duele la cabeza” para intentar que le dejemos
quedarse en casa. Yo creo que está contento en el instituto, ha hecho amigos, y
no quiero que demos pasos hacia atrás. Más adelante habrá tiempo de tomarse un
día libre solo porque sí, pero ahora podría confundirle e incluso enfadarle,
con todas las veces que nos pidió faltar y nos negamos…
Connor suspiró.
– Aguafiestas – murmuró, antes de
separarse y dejarse caer dramáticamente sobre el colchón como signo de derrota.
-
Además, me gustaría verte llamar a tu comandante para decirle
que hoy no irás al cuartel – le piqué. No había día en el que Connor no se
quejara del “perro amargado” que estaba a cargo de su unidad.
-
Te haría llamar a ti, por supuesto – me aclaró. – “Lo siento,
oficial, mi amorcito está enfermo y se tiene que quedar en casa para que le
haga sentir mejor” – dijo, agudizando mucho la voz.
-
Yo no hablo así – me indigné, ante su pobre intento de
imitarme, y le pegué con la almohada. Connor se rio y él no era mucho de
reírse, así que atesoré el momento.
Decidí levantarme antes de que me
lograra convencer.
-
Voy a ver a los bebés – anuncié.
-
Si te lo pidieran ellos sí que te quedarías en la cama – me reprochó.
-
Por supuesto – asentí, para chincharle. Me divertía cuando se
hacía el celoso. – Pero lo que ellos me
pedirán en cuanto me vean es que les saque de la cuna.
-
No, lo que te pedirán es que les des el pecho. ¿Cuánto vas a
seguir con eso? – protestó. Los mellizos tenían quince meses y a Connor no le
gustaba que los siguiera amamantando. No pensaba ceder en eso, sin embargo. Los
bebés ya comían otras cosas desde hacía casi un año, pero mi intención había
sido darles el pecho hasta los dos. Lamentablemente no iba a poder cumplir con
mis planes.
-
No mucho más – repliqué. – Tengo los pezones sensibles por el
embarazo. Además, el doctor dice que, a partir de ahora, en el segundo
trimestre, daré menos leche. Y después no podré continuar amamantando a los
mellizos y al pequeño Sean a la vez.
-
La pequeña Scarlett, querrás decir – corrigió mi marido. – Va
a ser una niña.
Rodé los ojos. Llevábamos semanas con
esa discusión, pero pronto saldríamos de dudas. En la próxima ecografía el
ginecólogo nos diría el sexo del bebé. Le di un beso rápido y me fui al cuarto
de al lado, donde dormían los mellizos.
Los bebés tenían los ojos cerrados y una expresión de
paz que automáticamente me sacó una sonrisa. Les contemplé durante un rato,
todavía maravillada de que esas dos criaturas maravillosas hubieran salido de mi
cuerpo.
A Leah se le había caído su chupete. Ya solo lo usaba
para dormir. Blaine en cambio lo pedía más veces. Mi único miedo eran sus
dientes, pero el pediatra me había dicho que el problema no era el chupete,
sino la forma de usarlo. No importaba que lo tuvieran para dormir y en algunos
momentos más, lo que tenía que evitar era que lo tuvieran siempre en la boca.
Ser madre era tan complicado. Todo el mundo tenía una
opinión respecto a todo y ya no sabía cuándo lo hacía bien y cuándo lo hacía
mal, así que me guiaba mayoritariamente por mi instinto.
Acaricié la mejilla de Blaine con cuidado para no
despertarle. No había necesidad de levantarles tan temprano a ellos dos. A
veces se despertaban a esa hora y a veces se quedaban en la cuna por una o dos
horas más. Me agaché para darle un beso a Leah y salí despacito y sin hacer
ruido.
Connor me esperaba en el pasillo.
-
¿Qué hace Aaron con la puerta cerrada? – me gruñó.
-
Pues, que yo sepa, para eso son las puertas – respondí,
ligeramente exasperada. Connor había querido instaurar la norma de que la
habitación de mi hermano siempre tenía que estar abierta, pero me negué, porque
sabía que necesitaba su intimidad. Además, Aaron era de los que disfrutaban de
breves momentos de soledad. Ya era todo un muchachito de trece años, a punto de
cumplir catorce, y era normal que quisiera un espacio propio. No había cerrojo
ni nada, por supuesto.
-
Dijimos que por la noche no – me recordó.
Eso era verdad. No me gustaba que cerrara la puerta
por la noche, por si le pasaba algo. Sabía que él ya no era un bebé, pero
quería poder oírle si me llamaba de madrugada, porque se encontrara mal… o
porque hubiera tenido una pesadilla.
-
Hablaré con él – accedí. Connor resopló.
-
Ese chico nos está probando. Lo sabes, ¿no?
Sí, sí lo sabía. Aaron llevaba un par de días
desobedeciendo pequeñas normas, cosas sin importancia, como andar descalzo,
dejar la ropa sucia en el suelo del baño en lugar de en el cesto, ponerse los
patines dentro de casa, no recoger su cuarto, etc. Empezaba a sentirse cómodo
en su nueva realidad y quería probar los límites de su original familia sin
padres. Yo tan solo le sacaba seis años y, aunque Connor le sacaba más, seguían
siendo pocos como para que nos viera como algo más que hermanos mayores.
-
Claro que nos prueba. Quiere saber a qué aferrarse –
respondí.
Consciente o inconscientemente, Aaron
necesitaba sentirse seguro. Necesitaba saber que no le íbamos a lastimar, aunque
no fuera perfecto.
También quería ver hasta dónde podía
salirse con la suya, sin duda.
Llamé a la puerta, pero no esperé a recibir respuesta.
Puse la mano sobre el manillar y lo giré.
Aaron estaba despierto y se estaba dando toda la prisa
posible por buscar el mando y apagar la televisión, pero ya era tarde porque lo
habíamos visto. No solo eso: su cama estaba llena de envoltorios de chucherías
y los mandos de la videoconsola estaban por el suelo. Tal parecía que mi
hermanito había tenido una noche de diversión infantil.
-
¿Qué significa esto? – preguntó Connor.
-
Esto… hola. Puedo explicarlo – se apresuró a decir.
Alcé una ceja y me mordí el labio para que no se me
escapara una sonrisa. Me moría por escuchar la explicación. ¿Los
extraterrestres vinieron y encendieron la tele? ¿Hubo un lapso espacio temporal
y en lugar de ocho horas pasaron ocho minutos desde que me arropaste por la
noche?
-
¿No has dormido? – exigió saber mi marido.
-
¡Sí, sí dormí! – mintió, pero una sola mirada de Connor bastó
para que hundiera los hombros. – Bueno… no.
-
¿Has estado toda la noche viendo la televisión y jugando
videojuegos? – la irritación de Connor aumentaba por momentos.
-
Tranquilo – susurré, acariciando su brazo.
-
¿Tranquilo? ¡Ha estado aquí haciendo lo que le ha dado la
gana en lugar de dormir! Así va a rendir mucho en clase.
Suspiré.
-
Aaron, recoge todo esto – le ordené.
-
Si, Holly – respondió y se apresuró en levantarse y tomar
puñados de envoltorios. Jesus, eso era demasiado azúcar. A saber todo lo que se
había comido.
Saqué a Connor de la habitación para
poder hablar a solas mientras mi hermano recogía.
-
No me puedo creer la caradura de ese niño – gruñó. - Sabía
que poner televisión en su cuarto no era buena idea.
-
Pero si fuiste tú el que lo sugirió.
-
¡Bueno, pues no fue buena idea! – barbotó. Sacudió la cabeza,
frustrado. – Lo que más me molesta es que lo ha hecho totalmente a propósito.
Ha esperado a que nos levantemos para demostrarnos que hace lo que se le place.
Podía haber trasnochado una o dos horas, esperando que no nos enteremos, eso lo
hacen todos los chicos de su edad. Pero se ha tirado toda la noche y ha
esperado a que le veamos. Es un desafío en toda regla.
-
Puede ser – coincidí. Mi hermano no era ningún tonto y podía
haber calculado la hora para saber cuándo nos íbamos a levantar. Tal vez se
había distraído o quizá Connor tuviera razón. En cualquier caso, Aaron no había
actuado bien y me tocaba pensar en lo que le iba a decir.
Escuchamos pasos vacilantes y Aaron
salió con los restos de su aventura nocturna.
-
Tenemos que hablar – le anuncié.
Mi hermano me miró con inseguridad al principio, pero
después su expresión se transformó en una de desafío.
-
No. No hice nada malo – afirmó, caminando hacia la cocina
para tirar la basura.
-
¿Cómo que no? Aaron, tienes una hora de dormir que te has
saltado totalmente. No estamos en fin de semana y ni siquiera en fin de semana
puedes estar toda la noche despierto con la televisión y comiendo chucherías –
le recordé.
-
¡Ya casi tengo catorce años, si no quiero dormir, no duermo!
– replicó.
Parpadeé, sorprendida. Aaron nunca
contestaba. De hecho, tenía una actitud sumisa que me complicaba mucho la tarea
de regañarle, y me hacía andar con mucho cuidado para no asustarle en ningún
momento. Mi hermanito había pasado por demasiadas cosas.
-
Mira, muchachito… - empezó Connor, dando un paso al frente.
Aaron automáticamente retrocedió y yo taladré a mi marido con la mirada. Connor
suspiró, y captó el mensaje. Destensó ligeramente su expresión y su mandíbula.
– No puedes hacer lo que te venga en gana. Por muy mayor que seas, sigues
teniendo obligaciones, y se resumen en ir a clases y hacer lo que te decimos.
-
Pues… ¡me da igual!
-
¿Cómo dices?
-
¡Que me da igual! ¡No le hago daño a nadie por divertirme un
poco!
-
Nadie te esta impidiendo que te diviertas – le dije. – Pero
hay momentos para todo.
-
¿Sí? ¡Pues este es el momento de que os vayáis a la porra, a
ver si os enteráis! ¡Idiotas! – nos gritó.
Todo quedó en silencio después de
eso. Aaron mantuvo su pose durante unos segundos más, pero después arrugó la
frente y los labios y se frotó el brazo.
-
¿Pero quién te crees que eres para hablarnos así? – le espetó
Connor.
-
Aaron, ve a tu cuarto – susurré, viendo que todos
necesitábamos calmarnos. – A tu cuarto – repetí, al ver que abría la boca para
responder.
Se marchó y me quedé a solas con
Connor, que parecía una olla a presión a punto de estallar.
-
Se la ha buscado, Holly. Ese niño se la ha buscado – me advirtió.
– No voy a permitir que nos insulte y nos falte al respeto de esa manera.
-
De tanto probar límites, los ha cruzado – reconocí.
-
Tenemos que castigarle. Le trajimos aquí para ser una
familia, para darle el amor que le faltó mientras crecía. Y parte de eso
consiste en darle normas y consecuencias, también. No ha tenido lo que se dice
mucha disciplina en su vida.
Estaba de acuerdo. Lo que mis padres
hacían no se parecía a educar en lo más mínimo, era un caos de brutalidad y
dolor del que nadie podría aprender nada. Suspiré. También estaba de acuerdo en
que Aaron necesitaba consecuencias, por más que me desagradara la idea.
-
Estará una semana sin televisión y le advertiremos de que si
esto sucede de nuevo se la sacaremos de la habitación y tendrá que usarla en la
sala – sugerí.
Me parecía un castigo apropiado a la
falta, pero Connor resopló.
-
Si se me ocurría hablarle así a mis padres recibía algo más
que un tirón de orejas, Holly. Aaron tiene que entender que no somos sus
hermanos guays. Estamos a cargo.
-
Ya lo sé – repliqué, sin entender su punto, pero la mención a
sus padres cobró sentido en mi mente instantes después, recordando cosas que me
había contado. – No voy a poner un solo dedo sobre mi hermano – declaré, con
firmeza.
-
No, tú no, sería demasiado raro. Le llevas poca edad, en
realidad. Además, no es tu papel. Pero a mí me ve más como una figura de
autoridad.
-
¿Qué quiere decir que no es mi papel? ¿¡Qué estás
proponiendo!? – rugí. Tenía que estar entendiendo mal.
-
Holly, sé razonable.
-
¿RAZONABLE? ¿RAZONABLE? ¡ESTÁS INSINUANDO QUE VAS A PEGAR A
MI HERMANO!
-
¡Olvida tu infancia por un segundo y escúchame! – me pidió.
-
¡NO PUEDO OLVIDARLA Y ÉL TAMPOCO! ¿¿CÓMO PUEDES SUGERIR ALGO
ASÍ? ¿QUIERES TERMINAR DE ROMPERLO, ES ESO? ¿QUIERES QUE TAMBIÉN TENGA MIEDO DE
TI? ¡Recién ahora empieza a actuar como un chico normal!
-
¡Por eso mismo! ¡Un chico normal que cuando se porta mal
recibe un castigo!
-
¡Pero no ESE castigo! – repliqué.
-
¡No voy a hacerle daño! ¿Sabes cuántas veces he estado del
otro lado? Conoces a mis padres. ¿Crees que son unos monstruos?
-
No, claro que no. Pero es distinto…
-
¿Por qué? – insistió. - ¿Acaso no queremos que crezca con
normalidad? Entonces hay que tratarle acorde a eso. Son solo unos azotes, no es
el fin del mundo.
-
¡HE DICHO QUE NO!
En ese momento Aaron asomó la cabeza,
nervioso seguramente porque nos había oído discutir.
-
Yo… lo siento mucho. – murmuró.
-
Vuelve a tu cuarto – le indicó Connor.
-
Lo siento, de verdad – lloriqueó y corrió hasta mí para
abrazarme. Le envolví y froté su espalda para que se calmara, sin dejar de
mirar a Connor con furia.
-
Shhh. Tranquilo, Aaron.
-
Snif… ¿Connor me quiere pegar?
Genial, lo había escuchado todo.
-
Nadie va a tocarte, peque – le aseguré.
-
Pero me porté mal.
Es que era adorable.
-
Ahá. Y por eso vas a estar una semana sin tele - informé.
-
Snif... os insulté.
-
Aaron, vuelve a tu cuarto. Tu hermana y yo tenemos que
terminar nuestra conversación – dijo Connor.
-
¡ESTA LLORANDO! ¿ES QUE NO LO VES O TE DA IGUAL? – chillé, muy
cabreada, y Aaron se encogió entre mis brazos. Me insulté mentalmente.
-
Está llorando porque no quiere un castigo, pero se lo merece.
-
Snif…
Aaron se pasó la manga del pijama por la cara, para
limpiarse las lágrimas.
-
Deja que él me castigue, Holly – murmuró, tan bajito que
quizá solo yo lo escuché.
-
Ni hablar.
-
¿Va a hacerme daño? – preguntó, con un ligero temblor en el
labio. Le volví a apretar contra mí.
-
No, claro que no. Connor te quiere mucho.
-
Como la abuelita a ti. Tú me constaste que alguna vez te
castigó así.
Suspiré. A veces me arrepentía de que
entre Aaron y yo no hubiese secretos y ese momento fue una de esas ocasiones.
Mi hermano sabía que mi nana me había pegado, con su mano una vez y con su
zapatilla otra, y le había dicho que no se sentía para nada como lo que hacían
nuestros padres.
-
Estarás una semana sin televisión – insistí, indicando que
era mi ultima palabra al respecto.
-
¡No, Holly! Connor tiene razón, yo quiero ser normal.
-
Ya eres normal, enano – le dije, con el corazón roto en mil
cachitos.
-
Estás haciendo tú más espectáculo que el niño – bufó Connor. –
Él si entiende que los actos tienen consecuencias.
-
No me hables en ese tono paternalista – le exigí, entre
dientes.
-
No os peleéis – gimoteó Aaron.
-
Shh. Nadie está peleando, peque. Solo es un… intercambio de
opiniones.
-
¿Y mi opinión? … snif… ¿Esa no cuenta? – me preguntó, pero no
me dejó contestar. – no debí hablaros así. Vosotros lo habéis hecho todo por mí.
Todo. Y me siento horrible. Y tú todavía… snif… quieres ser buena conmigo. Y
eso me hace sentir peor.
-
¿Peor?
-
Sí… snif… Porque no me lo merezco.
-
Claro que te lo mereces, Aaron – susurré, acariciándole el
pelo.
-
Deja que Connor me castigue – repitió.
-
Bueno, ya valió con la tontería. Ven aquí, Aaron – dijo mi
marido. Me sorprendió lo cerca que estuve de enseñarle los dientes, como una
loba protegiendo a sus crías.
Mi hermano hizo fuerza para separarse
de mí, pero me resistí.
-
Es demasiado mayor, de todas formas – le dije a Connor.
-
¿De verdad? ¿Acaso no viste venir a mi padre dispuesto a
sacudirme cuando se enteró de que planeábamos hacer una boda sin invitarles?
Estoy bastante seguro de que conocerte a ti fue lo único que le frenó de
atizarme ese día, y tenía veintiséis años. Mientras pueda hacer esto, no será
lo bastante mayor – declaró y agarró a Aaron del brazo, como para demostrar a
que se refería con “esto”.
-
Suéltale – le advertí. “O te arranco la mano” pensé para mí.
-
Le estás generando un estrés innecesario. Aaron, no nos
puedes insultar y no nos puedes desobedecer, ¿entendido?
-
Sí, señor…
Mis únicas opciones en ese momento se
reducían a plantear una resistencia física. ¿Podría mantener a Connor separado
de Aaron? ¿Tendría la fuerza suficiente?
¿De verdad tenía que proteger a mi
hermano de mi marido? Si le trataba como a un criminal, no habría vuelta atrás.
Sería el fin de todo. El fin de algo que recién estaba empezando…
“Pero es que no me escucha” pensé con frustración.
“Ni tú estás escuchando a Aaron.
Él está de parte de Connor” me contesté.
“No sabe lo que dice”.
-
Holly, espera en la cocina – me indicó Connor.
-
No vas a darme órdenes. No soy ninguna niña.
-
Sí, sí lo eres, cielo. Tienes solo diecinueve años y eres una
cría. Estás exagerando porque no piensas con claridad.
Acababa de anular cualquier atisbo de
autoridad que yo pudiera llegar a tener con mi hermano. ¿Quién coño se creía
para hablarme así?
… ¿Tenía razón?...
-
Espera en la cocina, vas a hacer esto más vergonzoso para él.
“Ni siquiera ha hablado de
cómo pretende a hacerlo. ¿Qué le va a decir? ¿Cómo le va a pegar? ¿Cuántos le
va a dar?”
Tuve mis respuestas cinco segundos
después:
No le iba a decir nada.
Le iba a pegar sobre el sillón, con
la mano.
Veinte palmadas sobre su ropa
interior.
Con un movimiento enérgico, Connor
logró separarme de Aaron. No tuve tiempo de reaccionar: Connor no me empujó
exactamente, pero sí me apartó, y el gesto me dejó en shock. Fue como un
símbolo de que, en último término, se iba a hacer lo que él dijera. ¿A mí? A mí
me borraba del mapa con la facilidad con la que sacudes una mota de polvo de un
abrigo.
Mientras yo tenía una revelación
sobre cuál era exactamente mi lugar en aquella relación, Connor no perdió el
tiempo e hizo que Aaron se inclinara sobre el sofá. Tiró de sus pantalones para
bajárselos un poco y entonces le dio una serie de palmadas rápidas e intensas.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
El sonido fue otro momento de shock.
Su mano impactando contra el cuerpecito de mi hermano provocaba un estruendo
atronador.
Aaron, por el contrario, permaneció
en completo silencio. Se agarraba al sofá y tenía los ojos cerrados. Había
soportado golpes mucho más dolorosos y había aprendido a hacerlo estoicamente.
Desde los diez años intentaba no llorar en presencia de mi padre, pero su
fachada duraba exactamente hasta que él abandonaba la habitación.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
¡Basta! ¡Connor, detente ahora mismo!
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
¡Basta!
Intenté sujetarle, pero me rechazó
con un solo brazo, como quien espanta a una mosca.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Fue muy rápido. Quizá no tardó ni
veinte segundos desde que empezó hasta que terminó. Connor se apartó de Aaron,
después de poner una mano sobre su espalda, como para indicar que había
terminado.
-
Haz caso y habla bien y no haremos esto más – le dijo y se
alejó de él.
Aaron no se movía. Ni siquiera trató
de subirse el pantalón, así que yo lo hice por él. ¿Qué estaría pasando por su
mente? ¿Se estaría acordando de nuestro padre?
“Supongamos por un segundo
que decides hacer esto. ¿No se supone que hablas con él primero y te aseguras
de que esté pensando en los motivos del castigo mientras lo haces?” me dije. Estaba segura de
que Aaron estaba pensando en cualquier cosa menos en la noche en vela.
“Estaría pensando en que terminase
rápido. Y en no hacer ruido. Y en no enfadarle más. Y en que, por favor, por
favor, no le hiciera daño” adiviné. Porque eso mismo era lo que había pasado por mi
cabeza cientos de veces. Y por la de mi hermano.
Dejé escapar un gruñido de rabia
mientras abrazaba a mi hermano, tarea difícil porque no me dejaba levantarle.
Connor se había ido.
-
Ya está, pequeño, ya está. Shhh. Estás bien, Aaron, estás
bien. Tranquilo.
Por fin, Aaron se levantó, se giró y
me rodeó con sus brazos, mientras empezaba a sollozar sobre mi camiseta.
“¡No puede irse así después
de castigarle! ¡Es Connor quien tendría que estar abrazándole!“ chilló la voz indignada de
mi cabeza.
-
Shhh. Ya, hermanito, ya.
-
Snif… Apenas me dolió – me confesó. Eso era lo único, lo
único que no le podía reprochar a Connor. No había sido excesivo. Ni había
usado toda su fuerza ni había sido un número desproporcionado. No había dañado
a mi hermano físicamente.
“No, pero le ha hecho
mierda”.
-
Lo sien… snif… lo siento mucho, Holly – gimoteó, restregando
la cara sobre mi ropa.
-
Lo sé, peque. Estás más que perdonado – le dije, porque sabía
que necesitaba oírlo, pero en esos momentos me importaba un pimiento la
televisión, las chucherías y la noche sin dormir. Aunque, pensándolo bien,
Aaron necesitaba descansar. Tenía que dormir algo.
Le guie hasta su cuarto casi sin que
se diera cuenta e hice que se tumbara sobre la cama. Me senté a su lado y le
hice caricias en la espalda.
-
Snif… me tengo que vestir… snif… Voy a llegar tarde.
-
No, enano. Hoy no vas a ir a clase.
Me di cuenta, con resentimiento, de
que ese era otro asunto en el que Connor se salía con la suya.
-
Snif… ¿No? – se extrañó Aaron.
-
No. Vas a dormir y vas a soñar cosas bonitas.
-
Eso lo dudo… snif…
-
¿Estuviste despierto toda la noche porque no querías tener
pesadillas? – le pregunté. Esa duda me estaba rondando, pero no se había
formulado del todo en mi cabeza hasta ese momento.
-
No… Quería pasarme el nivel del videojuego nuevo… Y luego
pusieron Dragon Ball y me quedé viéndolo.
Suspiré, con una pequeña dosis de
alivio.
-
¿Y las chuches de dónde salieron? – inquirí. Mi tono no era
el de un regaño.
No quería hablar de eso, quería
asegurarme de que estaba bien, pero cambiar de tema parecía estar ayudando a
calmarle.
-
Las compré en la tienda de la esquina.
-
Ah, mira tú. Tuviste que hacer rico al vendedor. Te va a
doler la tripa, enano. Hoy vas a comer ligerito, ¿bueno?
Aaron asintió y se acurrucó pegadito
a mí. Me quedé con él hasta que se durmió, e incluso un rato después, hasta que
escuché llorar a Blaine. No solo quería estar con mi hermano, sino que también
quería a toda costa esquivar a mi marido por el momento. Escuché la puerta
cuando se marchó a trabajar y, por primera vez en mi vida, sentí alegría ante
la perspectiva de pasar diez horas sin verle.
Omg áaron peque! Y pensar que luego será ultra estricto jaja....recuérdame cuantos años le lleva holly a Aarón?
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