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viernes, 3 de julio de 2020

CAPÍTULO 107: La competición (parte 5): El elefante en el armario



CAPÍTULO 107: La competición (parte 5): El elefante en el armario
Cuando la gente tiene el estómago lleno, se siente de mejor humor. Con las funciones biológicas satisfechas, el cuerpo se relaja, sabiéndose a salvo, y la mente se deja llevar por una ligera modorra, que a veces termina convirtiéndose en una siesta. En ese estado se encontraban mis hermanos más pequeños y West. Los trillizos directamente estaban echando cabezadas en las altas sillas de bebé que el restaurante nos había proporcionado.
- Upa, Tete - me pidió Alice, con carita de sueño.
Pasé sus brazos alrededor de mi cuello y la senté sobre mis piernas. Ella apoyó su barbilla en mi hombro y no me hubiera extrañado que empezara a chuparse el dedo. Tal vez, de haber estado solos lo habría hecho. Cosita.
- Te quieren mucho, ¿no? - me preguntó Blaine. - Tus hermanos.
- Y yo a ellos - respondí, con una sonrisa. Acaricié la espalda de la pitufa. - A esta princesa es imposible no quererla.
- Ahuuum. Tete, comí mucho :3
- Yo también, enana, yo también. Pero Blaine no - dije, acusatoriamente, porque me había fijado y él solo se había servido un plato de ensalada de algas que no había llegado a terminar.
Alice se retorció para mirarle.
- Tienes que comer, nene - le regañó. Contuve una risita por lo adorable que sonó.
- Pero he comido - protestó.
- Alice no tiene ni la mitad de tu tamaño y ha comido el doble que tú - repliqué.
- ¿Desde cuándo eres mi padre? - se quejó, pero no sonó realmente molesto.
- Ted no es un papá, es un tito - le explicó Alice, como si Blaine estuviera realmente confundido.
- Se refiere a que soy su hermano - le aclaré. - Y desde este momento me declaro unilateralmente tu amigo, y como amigo te digo que te estás perdiendo un montón de cosas ricas. Tienes que probar al menos los tallarines.
- Si nuestros padres se casan, serás más que eso - musitó.
Me quedé en shock por unos segundos, pero después sonreí.
- Uy, pues entonces prepárate. Alejandro dice que soy un coña... Perdona, Alice - me interrumpí y le tapé los oídos - ...un coñazo, como hermano mayor.
Blaine me devolvió una sonrisa radiante y me recordó muchísimo a Barie, por las tremendas ganas que parecía tener de que nuestras familias se unieran.
Alice me envolvió las muñecas con sus manitas y tiró de mis brazos para destapar sus orejas.
- Has dicho un taco, ¿a que sí? - me acusó.
- Uno pequeñito. No le vayas a decir a papá, ¿eh, bicho? - respondí, y le hice cosquillas.
- ¿A Aidan no le gustan las palabrotas? - preguntó Blaine, con interés.
- No mucho, aunque tampoco es inflexible. Realmente, hay pocas cosas que le enfaden en serio.
- ¿Cómo cuáles? - siguió preguntando, lleno de curiosidad.
- Pues... ahora solo se me ocurre que bebamos alcohol. Y que nos pongamos en peligro, claro. Tampoco le gusta que nos peleemos, sobre todo si alguien sale herido - enumeré. - Eso no quiere decir que no haya más cosas que nos metan en problemas, pero esas tres son las que más le sacan de sus casillas...
- ¿Y cómo es con las notas?
Una parte de mí quería decirle que por qué quería saberlo, pero en realidad tenía la sospecha, casi la certeza, de que lo hacía con vistas al futuro. Blaine se estaba planteando cómo sería vivir con Aidan.
- Mmm. Siempre dice eso de que lo que valora es el esfuerzo y, por mi experiencia, es verdad. Pero no le gustan los suspensos... Creo que se está suavizando un poco con ese tema. Y prefiere saber lo que hay antes del boletín. Encontrarse con la sorpresa el día de las notas no le gusta nada... Si le dices que todo va bien y de pronto te quedan cinco pues...
Blaine asintió y se quedó en silencio por un rato.
- A papi no le gusta que nos alejemos cuando salimos fuera de casa - apuntó Alice, como si hubiese captado perfectamente el sentido de nuestra conversación y quisiera aportar algo.
- Eso es, pitufa. En la calle siempre de la manita de papá o de los titos o donde te podamos ver.
- ¿Y tu mamá? - interrogó Alice. - ¿Te pone en la esquina? ¿Te hace pampam?
Sentí una repentina urgencia por beber agua y vacié mi vaso de un solo sorbo. ¿¡Por qué los peques tenían la lengua tan suelta!? Observé a Blaine de reojo para ver si estaba tan avergonzado como yo. Como era muy pálido, pude apreciar con toda claridad cómo se iba poniendo más y más rojo.
- Eso no se pregunta, princesa - opté por echarle un cable.
- ¡Pero él preguntó!
Bueno, sí, pero no de la misma manera. Sin embargo, me iba a ser difícil explicarle eso a mi hermanita.
- Mi madre no se enfada casi nunca, pero yo soy experto en apretar los botones adecuados. Aún así, cualquier enfado le dura dos segundos. Scarlett dice, y cito textualmente, que es una "bolita de algodón".
Me reí e inconscientemente miré hacia la aludida. Ella y papá estaban hablando en un rincón, sin dejar de observar la mesa, pero disfrutando, al fin, de algo de intimidad.
- AIDAN'S POV -
Tantos hijos me habían hecho experto en estudiar mi entorno con mil ojos, por eso me di cuenta de que Holly y Aaron tuvieron una pequeña discusión. Él se levantó de la mesa y, aunque regresó poco después, se sentó lo más alejado posible de su hermana. Holly quedó muy abatida y me moría de ganas de saber qué había pasado, pero enseguida tuvo que ocuparse de los bebés, así que esperé una mejor ocasión.
La ocasión llegó cuando los bebés acabaron de comer, aparentemente satisfechos y somnolientos. Holly sacó tres chupetes y le dio uno a cada trillizo. Se durmieron en cuestión de minutos. Aunque estaban muy tiernos, me preocupé, porque eso quería decir que no tardarían en marcharse a casa, para que pudieran descansar cómodamente y porque, en realidad, no habíamos hablado de extender la salida más allá de la comida. Me acerqué a ella, sabiendo que mi tiempo se acababa.
- ¿Has podido comer algo? - pregunté y ella asintió, con una media sonrisa.
- No tenía mucha hambre. Lo que ocurrió en la piscina me dejó... pensando.
- ¿En qué?
Holly me miró durante un rato, como si estuviese decidiendo si debía responderme o no. Finalmente, se estiró hasta tocar el brazo de Sam.
- Sammy, cariño, ¿vigilas a los bebés un momento?
- Claro.
- No creo que se despierten... - murmuró Holly.
Sam posó los ojos en mí, solo unos segundos, tal vez evaluando la situación. Debió de gustarle lo que encontró, porque me sonrió.
- Ve tranquila, mamá.
- Gracias, tesoro.
Holly se levantó y me hizo señas para que la acompañara. Lo hice, mientras pensaba en lo natural que se sentía escucharle utilizar fórmulas como "cariño" o "tesoro" hacia un chico de veintiún años y más de metro noventa de estatura. Holly era tan sobreprotectora con sus hijos como yo, y me daba la sensación de que entendíamos la paternidad de forma parecida.
Se detuvo cuando llegamos a una esquina que nos permitía seguir viendo a los niños, pero conversar en privado.
- Antes me dijiste que teníamos que hablar de mi hermano - anunció, sin rodeos. - Así que... hablemos.
Me fijé, por primera vez en el día, en sus ojeras. ¿Habían estado ahí por la mañana o habían ido saliendo a lo largo de las horas, como evidencia física de su angustia?
- Lamento si lo hice sonar... - batallé para encontrar una palabra que se ajustara a lo que quería transmitir - ... impositivo. No tenemos que hablar de nada que tú no quieras.
- Será mejor quitárnoslo de encima. Es el gran elefante en el armario, ¿no? Siempre soy muy críptica cuando te hablo de él.
- Pues... un poco. Pero tienes derecho a serlo. Tú escoges lo que quieres compartir conmigo, amor - musité, alzando una mano tímidamente para acariciarle la mejilla. Ella sonrió, no sé si por el gesto o por el apelativo que utilicé.
- Quiero compartirlo todo - me aseguró, con intensidad, y después suspiró. - Eso incluye también lo malo.
Holly ladeó la cabeza, como para disfrutar más del roce de mi mano contra su mejilla, y luego se separó ligeramente para entrelazar sus dedos entre los míos.
- Te he insinuado alguna vez que mi infancia no fue idílica y sé que habrás sacado tus propias conclusiones, pero nunca me has presionado y te lo agradezco. Verás... mi madre se casó con mi padre a pesar de todas las recomendaciones en contra. Se juntaba con malas compañías y armaba escándalos en el barrio como un quinceañero rebelde a pesar de que ya estaba en sus treinta. Le habían echado de varios trabajos porque era incapaz de seguir un horario, dormía hasta las tantas y se acostaba de madrugada. Todo eso podría haber tenido solución, pero es que no se querían. Se casaron solamente porque tenían edad para casarse, ¿me explico? Porque los dos tenían miedo de acabar solos. Por ese mismo motivo me tuvieron a mí, pero no creo que ninguno de los dos se sintiera llamado a tener hijos. No me parece excusa para lo malos padres que resultaron ser, pero al menos puedo entender cómo empezó todo... - murmuró Holly, hablando más para sí misma que para mí. - Ser madre es lo único que siempre he querido, así que no puedo imaginarme cómo es tener hijos sin desearlos. Imagino que se hace más difícil. Pero tú tampoco planificaste la familia que tienes ahora y has sabido estar a la altura - me sonrió, y yo me avergoncé, por aquel halago inesperado. - No tengo recuerdos de cuando era un bebé. Cuando empecé a ir al colegio, sin embargo, me di cuenta de cómo hablaban de mí los otros niños. Mi ropa a veces estaba sucia, mi pelo desordenado, mis uñas largas.
Parpadeé. Me sentía tan identificado con esas palabras, pues a mí me había pasado exactamente lo mismo. Cuando todas las niñeras de hartaron de Andrew, y solo él fue el encargado de mi higiene personal, esta pasó a ser casi inexistente. Al crecer, yo también, como Holly, había intentado buscar una explicación en el hecho de que no todo el mundo quiere o sabe ser padre. No obstante, al igual que ella, sabía que eso no era excusa. Una vez tienes un hijo, ya sea a conciencia o por accidente, solo te queda aprender para poder darle lo que necesita a ese pequeño pedacito de cielo a tu cargo. Con Ted había cometido cientos de errores de principiante, y había tenido un miedo terrible de hacerle daño al cepillar sus dientes o al cortarle sus uñitas. Me llevó semanas dominar el arte de cambiar un pañal y creo que me leí cada manual existente en la biblioteca pública acerca de cómo cuidar de un bebé. Estoy seguro de que podría haberlo hecho mejor y había momentos en los que no me creía capaz, pero no me rendí, porque sabía que aquello era la única cosa en la que no podía fallar.
Me imaginé a una pequeña Holly preguntándose lo mismo que yo: ¿por qué los otros niños parecen más felices?
Pero ella continuó con su relato y allí se acabaron las semejanzas. Me habló de una frustración creciente en su casa, de una atmósfera oscura que estalló la primera vez que la golpearon. Compartió algunos recuerdos conmigo, escenas sueltas del abuso al que la habían sometido, a ella y a Aaron. Casi se me había olvidado que era de él de quien quería hablarme. Insistió en que él lo tuvo peor, pues prácticamente desde su nacimiento fue objeto del desprecio de sus dos progenitores, mientras que ella había llegado a conocer una versión más amable de ellos, y además su padre prefería ignorar que ella existía en lugar de lastimarla.
Intenté mantenerme sereno mientras Holly se desahogaba, pero tensé los músculos con tanta fuerza que no me habría extrañado convertirme en roca. ¿Qué clase de monstruo golpea a sus hijos, a sus bebés, con un cable? ¡Aaron tenía dos años la primera vez que descargaron ese horrible objeto sobre su cuerpecito! ¡Esa era la edad de los trillizos! Miré hacia los bebés pensando en qué podría estar mal dentro de la cabeza de alguien para tratarles así. Después miré a Alice, a West, a Hannah, a Kurt, a Dylan. Pasé la vista por cada uno de los chicos y me detuve en Aaron, el Aaron del presente, buscando en él los rasgos de aquel niño maltratado que Holly me describía.
Necesité de todo mi autocontrol para no interrumpirla y empezar a despotricar contra sus padres, aunque ni siquiera merecían tal nombre. Sin embargo, sabía que no había terminado, así que me limité a apretar su mano en lo que esperaba que fuera un gesto reconfortante.
Me quedaban muchas cosas terribles por escuchar, y por fin pude entender algunos comentarios que había hecho en el pasado y también de dónde sacaba la fuerza para soportar todas las adversidades que la habían sobrevenido en su vida adulta: se había entrenado para ello desde pequeña.
Sentí un ligero alivio en medio de la desesperación que me estaba embargando cuando mencionó a sus abuelos. Hablaba de ellos con mucho cariño, pero incluso eso se truncó, pues no pudo disfrutar demasiado tiempo de sus cuidados.
Holly apenas supo lo que era el amor, el verdadero amor, cuando era niña. Ni yo tampoco, realmente, pero nunca tuve miedo de mi padre. No fue hasta que conocí a mi abuelo cuando experimenté el daño físico además del emocional. Ella había crecido con ambos y su único puntito de luz había sido su hermanito, con quien había ejercido más bien de madre.
La escuché suspirar y le di un beso en la frente, como hacía a veces con mis hijos, pero de alguna manera esto se sintió menos paternal. Era una forma de mostrarle mi apoyo.
- No tienes que añadir nada más, si no quieres - susurré, pero ella negó con la cabeza.
- Solo estoy buscando las palabras para hablarte de Dante.
- ¿Dante? - miré de nuevo hacia sus bebés, confundido.
- Mi otro hermano.
Se me desencajo la mandíbula, pero hice lo posible por mantener la boca cerrada mientras ella me hablaba de su hermano más pequeño, ese del que yo no había sabido nada hasta la fecha. El pequeño Dante sufría una rara enfermedad autoinmune, que lo dejaba prácticamente indefenso ante las infecciones. Los médicos le dieron muy mal pronóstico y, a pesar de que todo en su habitación estaba esterilizado, el niño cogió varios catarros en sus dos años y medio de vida. Holly siempre se preguntaba cuál iba a ser el último.
- Su mejor opción era un trasplante de médula. Los donantes más compatibles suelen ser los hermanos, pero ni Aaron ni yo lo éramos. Recuerdo la forma en la que mi madre me miró cuando se lo dijeron. Su resentimiento era evidente, como si estuviera negándole a propósito las posibilidades de salvar a su hijo - me confesó. - Dante siempre fue su debilidad. Quizá se había propuesto ser mejor madre para él de lo que había sido para Aaron y para mí, o quizá la salud tan delicada de mi hermanito despertó un instinto dormido en ella, la necesidad de proteger a su descendencia. Tal vez, si Dante hubiera nacido sano, le habría tratado como a nosotros. Nunca lo sabré.
Hablar de la muerte de su hermano le ensombreció los ojos, pero me aseguró que lo había superado hacía mucho tiempo. Aaron, no tanto. Él era muy pequeño todavía cuando sucedió y no asimiló bien la ausencia del pequeño.
- En una ocasión, cuando Aaron tenía ocho años y cometió el error de preguntar por él, mi madre le culpó directamente. "Tú habrías podido salvarle si sirvieras para algo". No la había creído capaz de tanta crueldad. Nos pegaba demasiado fuerte y a veces sin motivo, pero sé que de una manera enrevesada ella pensaba que nos estaba educando, como si fuéramos animales que solo aprendíamos a golpes. Los insultos, sin embargo... Eso no puedo entenderlo. Me hacían pensar... me hacen pensar.... que ella nos odiaba.
Sin poder resistirlo más, la abracé. Pensé que Holly iba a romper a llorar, pero solo cerró los ojos e inspiró hondo, como si quisiera acompasar su respiración a la mía.
- Mi padre no era tan propenso a las agresiones verbales. Pero pegaba más fuerte - susurró, contra mi pecho. - Destrozó la autoestima de Aaron por completo. Él intentaba ser perfecto, jamás decía una palabra más alta que otra y aún así a mi padre le encantaba decir que "el chico no le respetaba". Creo que el problema era que en el fondo sabía que no se merecía aquel respeto.
Acaricié su pelo, deseando poder borrar los fantasmas de su pasado. Quise repetirle una vez más que no tenía que continuar si le resultaba demasiado difícil, pero me di cuenta de que era yo el que no estaba seguro de poder seguir soportándolo. Lo único que me impedía buscar a sus padres para matarlos con mis propias manos era el hecho de que, según me había dicho alguna vez, ya estaban muertos.
Holly me explicó entonces cómo conoció a Connor y, aunque no era un tema que me gustara demasiado, por lo menos supuso un descanso entre tanta tristeza, o al menos eso creí.
- Tras probar sin éxito muchos trabajos, mi padre terminó encontrando su sitio en un rancho, en una zona rural al sur de California. Lo compró muy barato en una oportunidad que supo aprovechar e instaló un restaurante en el piso de abajo. El lugar tenía su encanto y los clientes venían solos, pero era necesario mantener el ambiente antiguo que atraía a los turistas. Había un par de caballos para que los clientes pudieran dar un paseo por los alrededores, previo pago, por supuesto. Mi madre se encargaba de la parte de la comida, así que mi padre decidió explorar esa otra área, la de los caballos. Para eso, contrató a Connor, cuya familia se dedicaba a criarlos. Yo tenía catorce años, y él veintidós.
Holly se quedó callada así que busqué algo que decir.
- Mi abuelo se dedicaba a eso también - comenté. Me miró con asombro. No eran muchas las situaciones en las que podía sorprenderla con datos sobre mi vida porque ella se sabía todo lo que hubiera salido en cualquier entrevista, así que aproveché el momento. Le había contado mi historia familiar, y cómo todo lo que creía cierto había resultado ser mentira, pero no le había dado detalles innecesarios sobre personas que me habían hecho más mal que bien. Me había parecido más interesante el extraño y peligroso trabajo de Andrew que el de mi abuelo. - Tenía una finca en Ohio. Hasta donde sé, aún la tiene - pensé, en voz alta. Las últimas noticias que me habían llegado al respecto a través de Andrew eran que mi abuela estaba muy enferma. Me sentí culpable por no haberle dedicado muchos pensamientos a aquello, pero habían pasado demasiadas cosas. Además, había hecho un gran esfuerzo por enterrar en el rincón más íntimo de mi memoria todo lo relativo a mis abuelos. De pronto entendí por qué le estaba contando eso: los animales no eran el único punto en común de la historia. Pensé que podía devolverle un poco de la honestidad y confianza que me estaba demostrando. - Trataba mejor a los caballos de lo que jamás trató a mi padre... o a mí.
Holly me dedicó un asentimiento, como si entendiera perfectamente lo que quería decir.
- Connor también era así, en parte - me confesó. - Quiero decir que siempre se ha sentido más cómodo en un establo que en una habitación llena de personas. Al principio, era muy borde conmigo. Yo solo era una cría, la hija de su jefe, que le molestaba constantemente mientras trabajaba. Admito que me sentía atraída hacia él. Era un chico mayor y guapo - me explicó, ruborizándose. Amaba cuando sus mejillas se sonrojaban, me provocaba instintos protectores y otra clase de instintos a los que no estaba tan acostumbrado. - Pero poco a poco me fui ganando su confianza. Descubrí que prefería trabajar en silencio, así que me sentaba a observarle y me fijaba en la forma tan dulce en la que le hablaba a los caballos. Con el paso del tiempo, me habló a mí también y nos fuimos haciendo amigos. Cuando cumplí dieciséis empezó a verme de otra manera. Le angustiaba la diferencia de edad, y en su defensa diré que no hizo nada inapropiado. No me besó hasta que cumplí diecisiete y porque básicamente le obligué a hacerlo - me confió. No disfrutaba al escuchar cómo se enamoró de otro hombre, pero al mismo tiempo quería saberlo. - Últimamente me cuesta pensar en las cosas buenas que hizo, pero, si lo pienso con la cabeza fría, debo reconocer que fue un buen novio, y al principio un buen marido. Si pude salir de mi casa, fue gracias a él.
Me contó que en algún punto Connor descubrió lo abusivos que eran los padres de Holly y juntos planearon cómo ponerle fin a aquella situación. Connor había ahorrado mucho durante sus años de trabajo y se había propuesto alistarse en el ejército, además de meterse en algún negocio con sus hermanos. Estaba seguro de poder cuidar de Holly y de Aaron. Les llevaría a vivir a su casa, primero a ella, y después harían los trámites legales para poder hacerse cargo de Aaron, que por entonces tenía doce años. Se casarían y vivirían felices.
- Éramos niños - se sonrió, pero fue una sonrisa triste. - Yo más que él. Realmente creía que podría salir de casa y que todo saldría bien.
Narró cómo sus padres la descubrieron, su violenta reacción, y cómo Aaron se había interpuesto para que no la golpearan.
- No sé cómo un padre puede liarse a puñetazos con su propio hijo - gruñí, entre dientes.
- Tuvo que estar pegándole durante varios minutos, también con el cinturón, porque cuando le vi en el hospital tenía franjas en las piernas. Si Connor no hubiera intervenido... No quiero pensarlo.
Pobre chico. Me iba a resultar muy difícil seguir detestando a Aaron después de eso.
El relato de Holly se volvió menos detallista en los minutos siguientes, mientras me hablaba de sus primeros años de matrimonio. No tuvieron una gran boda, prácticamente sin invitados y sin muchas ganas de celebrar porque Aaron, aunque se iba recuperando de sus heridas físicas, no estaba bien anímicamente.
Ella quedó embarazada muy pronto y a Aaron le hizo ilusión la idea de ser tío, aunque también le trajo recuerdos tristes, sobre otro bebé que había sido muy importante para él.
- Connor y yo éramos felices. Los dos decidimos que intentaríamos tener una familia numerosa. Blaine y Leah eran los ojitos derecho e izquierdo de su padre. Pero entonces descubrí un lado que no conocía de mi marido: el estricto. Aaron pasó por una pequeña fase rebelde a los trece. Quizá había pensado que, al vivir con nosotros, sería todo el rato como una fiesta: diversión con sus "hermanos" mayores. Pero lo cierto es que era como nuestro hijo. Especialmente Connor le trataba así, pues le sacaba más años. No recuerdo que tontería hizo Aaron, no fue nada serio, algo así como quedarse toda la noche despierto viendo la tele en un día de colegio. Pero, cuando le descubrimos, se puso un poco desafiante. Y Connor insistió en que tenía que haber una consecuencia para su comportamiento - me explicó, y no pude evitar acordarme de Ted, que a esa misma edad había insistido en que la hora de dormir era una tontería. Por lo que Holly me había dicho, Aaron había sido un niño obediente, igual que mi Teddy, así que esos pequeños caprichos de niño grande eran su idea de "meterse en problemas". Visto con perspectiva, era bastante tierno, en realidad. - Hasta el momento, nos habíamos limitado a regañarle en alguna ocasión - continuó Holly. - Bastante pocas, la verdad, y eran más consejos y recomendaciones que auténticos regaños. Llamarle la atención solía bastar, pero Connor consideró que su desobediencia y sobre todo el lenguaje que había empleado con nosotros ameritaban algo más serio aquella vez. Aunque no me gustaba la idea, tuve que admitir que Aaron necesitaba normas y consecuencias, que su educación ya había sido bastante caótica, y que regañarle era una parte más de darle una estructura a su vida. Pensaba que iba a castigarle sin televisión, eso me parecía apropiado dado el motivo inicial del conflicto, pero Connor tenía algo más en mente. Quería darle unos azotes.
No hizo falta que Holly me explicara dónde estaba el problema. Entendía cuánto debió desagradarle la sugerencia de aplicar un castigo físico en un niño maltratado.
- Connor tuvo muy buenos padres. De hecho, les tengo mucho cariño, aunque nos vemos menos de lo que me gustaría. Y, sus métodos educativos... digamos que se parecen a los tuyos - se burló ella, con un asomo de sonrisa. - Te he contado alguna vez que Connor tenía cinco hermanos. Él era el único que había nacido de un embarazo normal: los otros habían sido mellizos y trillizos respectivamente. Ahora ya sabes de dónde me vienen los embarazos múltiples - me guiñó un ojo y luego se puso seria otra vez. - Todos eran varones. Seis chicos fuertes, de edades muy parecidas y mucho carácter. No tuvo que ser fácil lidiar con ellos, especialmente en su adolescencia. Por lo que Connor me contaba, se pasaba el día en el despacho del director, y sus padres encontraron una manera muy efectiva de mantenerlo a raya. Y Connor realmente creía en esos métodos... Yo no sabía qué pensar. Mi propia abuela lo hacía también. Diablos, en esa época, casi todo el mundo se había llevado alguna vez una torta o una palmada. Pero no me creía capaz de hacerlo con mis hijos, y mucho menos con mi hermano, después de todo lo que el pobre había pasado.
Asentí, entendiéndola perfectamente. Holly se mordió el labio antes de continuar.
- Hasta aquí, todo lo que te he contado no es solo sobre Aaron, sino también sobre mí. No sé si él querría que te cuente lo demás, pero creo que necesitas saberlo. No quiero que dos personas que tienen dos pedazos diferentes de mi alma se odien entre sí.
- No le odio - musité, conmovido por esa declaración sobre lo que sentía hacia mí. - Solo... me cuesta comprenderle.
- Por eso... creo que necesitas saberlo - repitió. - Yo me opuse a la idea de Connor, prohibiéndole que le pusiera una mano encima. Pero Aaron nos escuchó discutir. Te podrás imaginar que la autoestima de mi hermano no era la mejor. No lo es ahora, pues mucho menos cuando tenía trece años y todo era tan... reciente. Quiero dejar constancia de que no estaba loco y sé que esto va a sonar raro, pero Aaron se puso del lado de Connor.
- ¿Aaron quería que le pegara? - pregunté. Holly se mordió más el labio ante mi tono escéptico.
- No es eso... O sí... Es solo que se sentía tan culpable... Es difícil de explicar, pero mi hermano sentía que debía "pagar" por sus malas acciones, y que, si no lo hacía, nunca podría perdonarse. 
Fruncí el ceño ante un pensamiento que no me parecía del todo lógico, pero, ¿era tan distinto al de Ted? ¿Acaso mi pequeño no tenía problemas manejando su culpabilidad también? Pues con más razón Aaron, que cargaba erróneamente con la culpa de no haber salvado a su hermanito y quién sabe de cuántas cosas más. Que pocas veces habría experimentado el sentimiento de pedir y recibir perdón.
Encontrar tantas similitudes entre Ted y Aaron no me estaba gustando.
- Aaron había empezado a ver a Connor como una figura paterna y para él era natural y justo que él le castigara. Me seguí negando, le dije que su castigo era estar una semana sin televisión y que eso sería todo, pero creo que ya has podido observar lo cabezota que puede llegar a ser mi hermano y ya lo era entonces. Sé que tendría que haberme impuesto más, pero realmente no sabía cómo. Yo era muy joven, Aidan, y el bienestar psicológico de Aaron me preocupaba más que cualquier otra cosa. Me dolía tanto ver lo mucho que se odiaba... Si Connor podía ayudar a que se odiara un poquito menos...
Acaricié su brazo. Era una situación en la que yo nunca me había visto, puesto que había criado a mis hijos solo. Nunca había tenido que discutir una decisión con mi pareja, mientras que Connor y Holly estaban cuidando juntos de Aaron. Me pregunté si eso nos pasaría a nosotros, si Holly y yo discutiríamos alguna vez por tener opiniones diferentes sobre cómo proceder con nuestros hijos. Y supe que sí, que era lo más seguro. Y que ceder en algo me iba a resultar muy difícil, porque no estaba acostumbrado a tener una compañera de vida...
- Aaron tiene a Connor en lo más alto del pedestal más largo que jamás haya existido y no le guarda rencor por nada, pero sigo pensando que no debió castigarle ese día. No le hizo daño... Connor era estricto, pero sus sanciones no se volvieron excesivas hasta varios años después. Sé que no le hizo daño, pero también sé que no lo hizo bien. No le proporcionó la seguridad que mi hermano necesitaba. No le consoló después... Te he visto con Kurt, Aidan. Te vi mimarle cuando le reprendiste delante de mí. Eso es todo lo que yo habría querido para mis hijos: un padre amoroso que les hiciera sentir queridos. Aaron necesitaba muy poquito para conformarse, cualquier mejoría con respecto a sus vivencias con mis padres era buena, pero en ese momento pensé que merecía algo más. Sin embargo, aún estaba enamorada de Connor y estaba embarazada de Sean. Y Aaron le adoraba y, aunque era frío, no era malo, ni cruel. Tal vez todos los hombres eran así. Tal vez yo tenía que ser suave y blanda, porque era la madre, y él más estricto y frío, porque era el padre. ¿Qué podía saber yo de cómo deben o suelen ser los padres?
Puse la mano en su mejilla, porque se estaba alterando. Holly se estaba defendiendo de acusaciones que nadie le había hecho.
- Pensaste que tu marido no supo corregir a tu hermano correctamente y, por lo que me cuentas, tenías razón. Se lo hiciste ver y no te hizo caso. Quien debería sentirse culpable aquí es él, no tú - le dije.
- Pero quienes sufrieron las consecuencias fueron mis hijos - susurró.
Me contó por encima que Connor se fue volviendo más duro e inflexible con el paso del tiempo y que el cambio fue realmente tangible después de que volviera de una misión con el ejército. Debía de haber sido especialmente dura y seguramente su marido se habría visto obligado a presenciar o a hacer algo terrible, porque nunca volvió a ser él mismo. Holly también se sentía culpable por no haber sabido ayudarle y supe que Aaron no era el único con problemas de autoestima y culpa.
- Estoy seguro de que hiciste cuanto pudiste - susurré.
- Pues yo no estoy tan segura. Le había perdonado una infidelidad, por los niños, pero nuestro matrimonio quedó bastante tocado. Y después, llegó Sam, su hijo, al que había abandonado... - enfatizó. Esa parte ya la conocía y era lo que me había hecho despreciar a Connor la primera vez que Holly me habló de él. - Una parte de mí... Una parte de mí quería que sufriera.
- Un sentimiento comprensible. Él te hizo daño - repliqué.
- Pero si le hubiera apoyado más, tal vez... Tal vez él no habría endurecido su corazón hasta el punto de lastimar a mis hijos.
Sujeté su barbilla suavemente.
- Él les lastimó, no tú. Lo que sea que le estuviera pasando no es excusa, así como nada excusa lo que tus padres te hicieron a ti.
No me sorprendí cuando una lágrima resbaló por su mejilla. Me había contado fragmentos muy dolorosos de su vida. Se la limpié con cuidado, pero eso provocó que salieran más. De pronto, me abrazó con fuerza, llorando ya sin control.
- Yo tenía que protegerles. Tenía que protegerles y no pude cuidarles ni de su propio padre - gimoteó.
Impactado, la envolví y acaricié su pelo.
- No se supone que debas cuidarles de su propio padre. No es algo natural y no sabías cómo hacerlo... - intenté consolarla.
Me recordé pensando en alguna ocasión que Holly no debía permitir que los demás la dijeran cómo educar a sus hijos. Pero, ¿cómo iba a poder, si toda su vida había vivido al amparo de hombres autoritarios? ¿Si su personalidad se había desarrollado en base a los conceptos de "maltrato" y de "salvación"? Aaron no era el único que había idealizado a Connor. Estaba seguro de que a Holly le había llevado mucho tiempo apartarse de la luz cegadora del hombre que la había rescatado, para empezar a ver sus sombras.
- ¡Eh, tú! ¿Estás haciendo llorar a mi mamá? - me acusó una vocecita infantil. West tiró de mi camisa, mirándome con todo el enfado que sus cinco añitos le permitían.
HOLLY'S POV -
Aidan no lo entendía. Es decir, era increíblemente comprensivo, y cariñoso, y todo lo que yo necesitaba en ese momento, pero no comprendía hasta qué punto yo era un fraude como madre. Lo sencillo que le había resultado a Connor silenciarme. Anularme. Había sido sutil, progresivo.
No te darán la custodia.
Tú no les sabes cuidar, eres demasiado débil.
Yo sé cómo debo tratarles, solo les estás envenenando en mi contra.
¿Sabes? Empiezo a ver por qué tu madre no te soportaba.
...
West interrumpió mi línea de pensamiento al salir en mi defensa. Mi bebé se pensaba que era Aidan el culpable de mis lágrimas. Me pasé la mano por los ojos y me agaché junto a mi pequeño antes de que sacara las uñas, como el cachorrito de león que era.
- No, mi vida. Aidan solo me estaba haciendo sentir mejor.
- ¿Estás malita, mami? - se preocupó.
- No, West. Estoy bien, tesoro. Solo estamos teniendo conversaciones de grandes.
West me miró inseguro y yo le sonreí para que viera que no pasaba nada.
- Eno. ¿Puedo coger otro helado? - me preguntó al final.
- Mmm. Bueno, cariño. Anda, ve, golosito.
Mi peque sonrió y fue a por otro postre. No comíamos en un buffet todos los días, así que no pasaba nada por dejarle disfrutar.
La interrupción de mi hijo sirvió para aligerar un poco la atmósfera que se había formado alrededor de Aidan y de mí.
- ¿Estás bien? - quiso cerciorarse.
Asentí e inspiré hondo.
- Connor me golpeó, más de una vez - solté, deseando quitarme esa espina cuando antes. Era algo que él tenía que saber, yo quería que lo supiera, e ir directa al grano me pareció la mejor manera. - El hombre con el que me casé jamás lo habría hecho. Pero en los últimos años, era otra persona. Y esa persona me dominó por completo, me hizo sentir indefensa... otra vez.
Aidan me volvió a abrazar, horrorizado.
- Aaron no lo sabe - continué, disfrutando del contacto, de su olor. - Sabe que discutíamos mucho, y que yo no estaba de acuerdo en cómo trataba a los chicos. Él tampoco estaba de acuerdo, se ponía de mi lado para defenderles, pero argumentaba que Connor estaba bajo mucho estrés... Quería justificarle con tantas fuerzas, necesitaba tanto que siguiera siendo su héroe, que no me atreví a decirle la verdad.
Dejé que sus manos me consolaran durante un rato, y me pregunté por qué no decía nada. Finalmente reuní valor para separarme un poco y mirarle. Sus ojos tenían un brillo indescriptible. Había esperado de todo: furia, compasión, sorpresa. Pero todo lo que encontré fue un profundo amor. Supe reconocerlo porque lo veía a veces, en los rostros de Aaron o de algunos de mis hijos.
- Si no estuviera muerto, le mataría - susurró, entre dientes. Tal vez la furia también estaba ahí. Sí, ahora que lo sabía era evidente: su mandíbula estaba tensa y sus dientes apretados, como Blaine cuando hacía su mayor esfuerzo por contener una palabrota.
Acaricié su cuello como torpe agradecimiento.
- Te he contado esto para que entiendas que Aaron ha vivido rodeado de violencia toda su vida - le dije.
- Tú también - replicó y sonó como si quisiera añadir un "y no has terminado siendo como él".
Negué con la cabeza, necesitaba que me escuchara.
- La persona a la que más admiraba, su modelo a seguir, era un hombre frío y estricto. Así que Aaron se convirtió en eso mismo. Le imitaba en todo, pero supo mantener un lado de "tío divertido". Era consentidor y bastante alegre... Pensé que por fin iba a tener la vida feliz que se merecía - me perdí en mis recuerdos por un rato. La sonrisa de Aaron de hacía tres años estaba muy fresca en mi memoria. - Ensayó conmigo mil veces la forma en la que le pediría matrimonio a su novia. Estaba hecho un manojo de nervios, el pobre. Le aseguré que todo iba a salir bien, yo sabía que se querían mucho. Pero no tuvo ocasión de hacerle la gran pregunta en la cena que había planeado, porque ella le soltó una bomba: estaba embarazada. Tenías que haberle visto, estaba radiante, casi como si las hormonas del embarazo le estuvieran haciendo efecto a él en vez de a ella. Me restregó la primera ecografía por la cara, me obligó a poner una copia en mi casa, mientras que él se dedicó a decorar la suya, recién comprada. Se empeñó en montar la cuna por sí mismo, y al final tuvo que ir Sam a su rescate porque está claro que los arquitectos saben diseñar, pero no construir - sonreí, recordando aquellos días. Incluso Connor pareció un poquito menos amargado, orgulloso tío-abuelo de su primer nieto-sobrino. La sonrisa no me duró demasiado, así como tampoco la felicidad de Aaron lo había hecho.
- ¿Qué pasó? - preguntó Aidan, al ver que no continuaba.
- Jane, su prometida, tuvo un accidente de coche. Ella y el niño que llevaba en su vientre murieron en el acto.
Escuché cómo Aidan contenía el aliento.
- Aaron quedó devastado. No iba en el coche con ellos - expliqué, simplemente, pero "devastado" ni siquiera se acercaba. Mi hermano se murió aquel día y conmigo se quedó su fantasma. Se cerró en banda después de aquello, endureció su carácter y se negaba a hablar de lo sucedido, a pesar de que yo sabía que necesitaba hacerlo desesperadamente.
- Dios... - exclamó Aidan, incapaz de decir nada más.
- Un año después de aquello, mientras él iba conduciendo, ocurrió el accidente que se llevó las piernas de Max. Aaron venía de camino a casa. Se había llevado a los niños al parque porque decía que yo necesitaba dormir desesperadamente y era verdad. Los trillizos tenían apenas dos meses y era una locura. Se fue con todos los pequeños, los bebés incluidos. Me lo ha contado tantas veces, que casi siento como si yo hubiera estado allí con ellos, pero de haber sido así mi corazón se habría detenido ese día. Los niños estaban revueltos aquella tarde, él estaba teniendo problemas para que le hicieran caso. Max se quitó el cinturón y Aaron le estaba convenciendo para que se lo pusiera de nuevo cuando un camión les chocó. Max y Dante salieron despedidos hacia la carretera. West tuvo una pequeña contractura en el cuello. Los demás, milagrosamente, salieron ilesos. Mi hermano revivió dos pesadillas juntas: Dante era tan pequeño que temió por su vida. Pero, como si su tío le estuviera protegiendo desde el cielo, tan solo se hizo unas pequeñas rozaduras. Su sillita le hizo de escudo e impidió que se chocara directamente contra el asfalto. Rodó varios metros y se hizo heridas, pero Aaron le escuchó llorar y supo que estaba vivo. Max, en cambio, no emitía ningún sonido. Para cuando Aaron logró salir del coche, completamente aturdido, ya había sucedido: un coche que no frenó a tiempo atropelló a Max. Su carita estaba llena de cristales. Su cuerpecito, inerte...
Escuché un gemido. Aidan desvió la mirada hacia la mesa y supe que estaba observando a mi hijo. Me sorprendió ver lágrimas en sus ojos. Debía abreviar la historia, saltarme detalles dolorosos innecesarios.
- Max sobrevivió, pero el accidente tuvo tres consecuencias fatales. La más evidente, que mi bebé perdió las piernas. La segunda, que Aaron cogió pánico a conducir. Si ya tenía respeto a los coches tras lo que le pasó a Jane, este segundo accidente terminó de rematarlo. Y la tercera... mi hermano se echó la culpa de lo que pasó. Aún hoy no soporta mirar las prótesis de Max durante demasiado tiempo. Cayó en una depresión profunda. Aún no se había recuperado de la pérdida de su prometida y aquel segundo accidente fue demasiado. No salía de su casa, de su cuarto. No se levantaba de la cama. No comía. Debería... Debería haberle traído a la fuerza a vivir con nosotros. Debería haber estado más pendiente de él - confesé, de nuevo abrumada por la culpa. - Pero tenía que ocuparme de Max... de los bebés... de Scarlett. Había recuperado a mi niña y ni siquiera pude disfrutar bien de ello, porque había tanto dolor a mi alrededor... Fue Blaine el primero en entrar en su casa. Fue quien corrió a la habitación de su tío, para verle en el suelo. Se había tragado un frasco entero de somníferos. Dejó una nota. Decía que no quería seguir viviendo y no se merecía seguir haciéndolo. La culpa le estaba matando, así que decidió echarle una mano y hacerlo más rápido.
La nota decía mucho más. Mi hermano se despidió de mí con palabras llenas de afecto, que se clavaron como agujas en mi pecho en las eternas horas que pasé sin saber si viviría o moriría.
- Nunca más volveré a juzgarle - susurró Aidan, tan bajo que no supe si quería que le oyera. - Y pensar que todo esto ocurrió tan solo dos años atrás...
- La vida se puede ir a la mierda en solo un segundo - repliqué, ácidamente. - Hubo una cuarta consecuencia, en realidad, pero tardé en verla venir. Aaron vino a vivir con nosotros, porque ni soportaba estar en la casa que iba a compartir con su familia ni yo estaba dispuesta a dejar que se alejara de mí. Entonces, cuando Connor se ausentaba por su trabajo y... después de que muriera... Aaron empezó a adoptar un rol protector con mis hijos. En realidad, siempre tuvo ese papel e incluso alguna vez les había castigado, pero esto era diferente - suspiré. - Aaron llegó a aceptar que no había tenido forma de evitar el accidente, el camión invadió su carril, pero hay algo por lo que se sigue culpando y se culpará toda la vida: no consiguió que Max se volviera a poner el cinturón. No consiguió que le hiciera caso. Eso es lo único que puede controlar. Que mis hijos le obedezcan. Desde entonces, se ha convertido en la persona más autoritaria, en el guardián más severo que uno pudiera esperar. Piensa que siendo duro con los chicos conseguirá que en una situación semejante le hagan caso. En definitiva, se ha convencido de que Connor tenía razón en su rudeza. La muerte de mi marido tampoco ayudó, por supuesto. En solo tres años Aaron perdió a su futura mujer, a su futuro hijo y al hombre al que consideraba su padre. No queda nada de la alegría que le caracterizaba. Mi hermano era un payaso, Aidan. Él... era como un maxi Blaine. Sé que él le echa de menos.
Aidan no dijo nada durante un buen rato. Me apretó la mano, besó mi frente y dejó allí los labios mientras asimilaba la sobredosis de información que le había proporcionado.
- Gracias por... gracias por contarme todo esto. Gracias por abrirme una puerta a tu pasado y al de tu hermano. Siento una inmensa compasión y un deseo de poder borrar aunque solo sea un poco de todo lo que ha sufrido - me aseguró, y pude ver en sus ojos que decía la verdad. - Pero se equivoca. Ser el hombre de hierro no evitará que los niños sufran accidentes. Por desgracia, hay cosas que escapan a nuestro control.
Asentí. Estaba de acuerdo con él, pero no sabía cómo hacer que Aaron lo entendiera. Lo había intentado todo. Mi familia ya había sufrido demasiado y mis hijos necesitaban de nuevo a su tío, no a un pobre reflejo del que por desgracia fuera su padre.
- Así que, tienes doce hijos - comentó, en un tono mucho menos solemne, casi casual, enfatizando el número. Abrí los ojos y volví a asentir. Solo le sacaba seis años a Aaron, pero éramos mucho más que hermanos.
Aidan se agachó un poco y leí sus intenciones antes de que lo hiciera: juntó sus labios con los míos y me besó. Mis labios se convirtieron en fuentes transmisoras de un montón de sensaciones. Pude sentir un amor intenso, aunque tal vez no salía de él, sino de mí. En ese momento, comprobé lo que ya sabía: estaba total y perdidamente enamorada.
Dos horas después -
Despedirme de Aidan y de su familia había sido más duro de lo que pensaba. Cada vez que nos decíamos adiós resultaba más doloroso. Como una adicta, estaba generando dependencia. Y lo que es peor: mis hijos también lo estaban haciendo.
Cuando nos subimos al coche, Sean se bajó de él bruscamente. Apenas estaba arrancando, pero me asustó igual. Echó a correr hacia Aidan, que iba a marcharse también, y le dijo que podía casarse conmigo si quería. Aquello me llenó de ternura, de alegría, de vergüenza, y también de irritación, porque ¡no podía bajarse de un coche en marcha! ¡No podía hacer lo primero que se le pasara por la cabeza!
Suspiré. Eran muchas las cosas que tenía que hablar con mi pequeño, y en eso estaba. Me había detenido frente a la puerta de mi cuarto, a donde le había pedido que fuera en cuanto noté que estaba calmado y que era poco probable que empezara a romper cosas. Llamé antes de entrar, pero no esperé a escuchar su respuesta.
Mi hijo estaba sentado en mi cama. Había estado leyendo un libro, pero lo dejó al verme entrar. Parecía tranquilo. Aliviada, caminé hacia él y vi cómo recogía sus piernas, para abrazárselas. Sean sabía que su lista era larga. Había pegado a Madelaine, había empujado a esa chica a la piscina... Y había insultado a Ted y le había dado un codazo, aunque según él mismo eso último había sido sin querer.
Me senté a su lado y enseguida se reclinó sobre mi hombro. Sonreí un poquito, aprovechando que en esa postura no podía verme.
- Así que, me puedo casar con Aidan, ¿no? - pregunté, para empezar la conversación con algo agradable.
- Fue bueno conmigo cuando tú no mirabas - respondió, como si eso lo explicara todo.
- Aidan es un buen hombre - le aseguré.
- No es malo - aceptó, matizando. Tal vez creyese que era demasiado pronto para hacer declaraciones tan positivas. Mi tortuguita de caparazón fracturado...
- Me alegra que le hicieras saber cómo te sentías, pero no era necesario salir del coche de esa manera. Me tendrías que haber dicho que parara.
- Perdón - respondió, contrariado. Creo que no se esperaba que empezara con los regaños tan pronto.
- Está bien, cariño.
- Es que de pronto quise decírselo, pero ya nos íbamos, y no me fijé en que ya habías arrancado...
- Pues hay que fijarse en esas cosas, pollito - susurré, y le acaricié, notando que empezaba a tensarse. - Así que Aidan no es malo. ¿Y sus hijos? ¿Ellos te caen bien o mal? - planteé, y Sean se envaró.
- Dije que él podía casarse contigo, no dije nada de sus hijos.
Omití aclararle que eran un núcleo indivisible.
- ¿Por qué te peleaste con Madie? - interrogué. Se envaró más y se separó ligeramente de mí.
- Porque es idiota.
- ¿Le das un puñetazo a todos los idiotas con los que te encuentras? - cuestioné. Él se quedó callado. - Me gustaría saber qué hizo para que lo tengas tan claro.
- Me llamó duende deformado - gruñó. - Y yo solo le estaba diciendo que se bajara de la nube en la que vive.
- ¿Y en qué nube vive? - planteé con paciencia. A veces, hablar con Sean se parecía mucho a hablar con West.
- En la de que todos juntos podemos ser una familia feliz.
- ¿Y no acabas de subirte tú a esa nube también?
Sean me taladró con la mirada, disconforme con que le dejara sin argumentos.
- No estuvo bien que te llamara eso, pero estoy bastante segura de que tú le dijiste algo primero.
- ¿¡Y eso cómo lo sabes!? - protestó. - ¡Soy tu hijo, defiéndeme a mí!
- Te defenderé siempre, pollito. Pero precisamente porque eres mi hijo, te conozco.
Soltó un bufidito.
- Le llamé princesa de papá y al parecer eso le molestó. ¡Pero ella me dijo gilipollas primero!
Observé su expresión. Estaba diciendo la verdad.
- ¿Y qué tienes que hacer si alguien te insulta? ¿Entrar a la pelea y pasar a las manos?
- No...
- ¿Qué tienes que hacer? - insistí.
- Respirar hondo y alejarme.
- Exacto.
Sean se mordió el labio. Me miró, expectante, con sus ojos vidriosos e irresistibles.
- Te quitaré un punto por haberle dado un puñetazo, Sean - le anuncié. Estaba preparada para su berrinche, así que ni siquiera parpadeé cuando pisoteó el suelo, se sacó un zapato y lo envió bien lejos de una patada. Me limité a esperar, hasta que finalmente se tumbó en mi cama y escondió la cara en mi almohada.
- ¡Eres mala!
Acaricié su espalda y suspiré. Aún nos quedaban dos puntos por tratar.
- ¿Qué pasó con Danielle?
- ¡Estaba molestando a Blaine! - se quejó.
- ¿Y esa es razón para llamarla hija de puta y tirarla a la piscina?
- ¡No la quería tirar! ¡Y menos caerme con ella!
- Fue muy peligroso, Sean - le dije, sacándole la almohada para que me mirara. Aquello era importante. - Cuando actuamos sin pensar, ocurren cosas que no esperamos. Te caíste a la piscina porque te lanzaste a por ella como un basilisco.
- ¡Pues ojalá fuera un basilisco, porque esos tienen veneno y así la habría mordido! - gruñó, lleno de rabia.
- Tienes derecho a estar enfadado con ella. Trató muy mal a tu hermano. Pero, de nuevo, no puedes insultar ni pegar a nadie.
- No me quites otro punto - lloriqueó.
- No. Pero estás castigado sin videojuegos por dos semanas.
Sean abrió y cerró la boca varias veces. Después agarró mi almohada y la tiró al suelo.
- Recógela - le pedí.
- Recógela tú.
- Si la recojo yo, te daré una palmada - le advertí.
Sean me sostuvo la mirada durante tres segundos y al final se incorporó para coger la almohada. Era bueno saber que mi niño aún no era capaz de ver cuándo iba de farol.
- Nos queda una cosa más por hablar. No tienes ninguna excusa para lo que pasó con Ted. Él no estaba pelando contigo. De hecho, te estaba tratando de animar y te acababa de salvar la vida.
Se enfurruñó, se cruzó de brazos y luego los descruzó, pero no me dio ninguna respuesta.
- Le llamaste algo muy feo, Sean. Eres un chico listo, sabes lo que hay detrás de esa palabra - insistí.
Se mordió el labio.
- Te disculpaste con él, y solo por eso no te quitaré otro punto. Pero quiero que vengas aquí, tesoro. Fueron muchas las cosas que hiciste hoy.
Sean entendió lo que implicaban mis palabras y retrocedió hasta el otro extremo de la cama.
- ¡No!
- Sí, cariño. Pudiste hacer y hacerte mucho daño.
No intenté discutir más con él, sabía que no lograría convencerle, así que tiré de su brazo aprovechando que pesaba realmente poco. Le coloqué sobre mis piernas, aunque no dejó de patalear en todo el rato.
- ¡NO!
Trató de taparse, pero sujeté sus manos.
PLAS PLAS PLAS PLAS
- ¡AY!
Del uno al diez, aquello tenía que haberle dolido menos uno, pero Sean empezó a llorar como si hubiera sido insoportable. Le levanté y al segundo siguiente se colgó de mi cuello.
- Eres mala y te odio - gimoteó.
- Sí, ya lo veo - respondí, sarcásticamente, aludiendo al abrazo que me estaba dando. Aún así, me dolió escucharle decir aquello y me pregunté si era verdad. Con Sean, era difícil saberlo.
Le di un beso. Se restregó sobre mi ropa, como para limpiárselo, así que le di otro. Ese se lo dejó. Poco a poco, se soltó del abrazo para volver a tumbarse y tomó mi mano para que le mimara el pelo.
Sean siempre había sido especial, con un carácter muy sensible. Cuando se llevaron a Scarlett, estuvo un mes entero llorando antes de dormir. Cuando Max perdió las piernas, le descubría a veces mirándose las suyas, como preguntándose por qué él las tenía y su hermanito no.
Desde muy niño había demostrado algunos trastornos obsesivo-compulsivos. Tenía ciertas manías, como ordenarlo todo por colores, y si le forzabas a dejar de hacerlo, se ponía ansioso. Contaba sus cromos cinco veces al día y, como faltara uno, removía la casa entera para encontrarlo. Los eventos traumáticos de su infancia sirvieron solo para acentuar estas obsesiones. Después de lo de Max, empezó a tener tantas manías, que eran imposibles de cumplir. Tenía que llevar siempre en el bolsillo un bolígrafo azul y uno rojo, pero con las tapas intercambiadas. La raya del pelo hacia la derecha, nunca hacia la izquierda. Jamás vestirse de rojo. Un zapato con velcro y otro con cordones. Tocar tres veces el marco de una puerta antes de traspasarlo. Lavarse las manos con jabón diez veces al día. No nueve, ni once, sino diez. Doblar la servilleta cuatro veces, no sentarse nunca a la izquierda de nadie menor que él, no beber agua sacada directamente del grifo. La lista de manías aumentaba y aumentaba, y las consecuencias de no cumplirlas se volvían más fuertes, hasta el punto de darle verdaderos ataques de pánico, como si el mundo se fuera acabar si se olvidaba de doblar su servilleta.
Y entonces, un día, bajó sin peinarse, sin bolígrafos en los bolsillos, sin lavarse las manos. Y cambió los rituales por otra cosa. Fue sutil, al principio. Se volvió más palabrotero y lo achaqué a la edad. Provocaba enfrentamientos con sus hermanos, y asumí que estaba entrando en la adolescencia. Hasta que le pillé mordiéndose el brazo compulsivamente. Fue como ver a un perro royendo un hueso con voracidad. La imagen de Sean gruñendo y clavándose los dientes no se me iría nunca del cerebro. Tampoco la misma imagen, pero mordiendo la pierna de Blaine, solo porque este le había quitado su sitio en el sofá.
Empecé a llevarle a terapia. Desde entonces, Sean había reducido bastante las autolesiones, pero había aumentado la violencia y los ataques a otras personas, hasta el punto de que me preocupé cuando decidí matricularles en un colegio, porque no sabía si él podría convivir con sus compañeros. Había tenido dos llamadas del director, pero me había imaginado algo mucho peor.
Lo que me preocupaba a veces no era que sucumbiera a sus impulsos, sino los impulsos que tenía. ¿Por qué sentía el impulso de atacarme? ¿De insultarme, golpearme, hacerme daño? ¿Por qué me odiaba?
¿Por qué llamaba a Ted "negro de mierda"? Tenía una ligera idea de dónde podría estar el origen de esto último. Me asaltó un recuerdo de cuando tenía nueve años.
Sean había salido de la clase de karate con un golpe muy feo a la altura del pómulo. Al principio, pensé que se trataba de un accidente, un error durante el entrenamiento, y traté de convencerme de que no debía alejarles de toda arte marcial que quisieran practicar, puesto que los accidentes también podían ocurrir en el fútbol o en cualquier otro deporte. Sin embargo, en cuanto analicé su expresión -de completa mortificación-, empecé a intuir que había pasado algo más. Miré a Blaine, que iba a karate con él, y vi que estaba furioso, así que mi segunda teoría fue que se habían peleado.
Las peleas habían aumentado de frecuencia en casa y yo lo achacaba al errático estado en el que Connor había vuelto de su última misión. Mi marido les gritaba mucho desde hacía un par de meses, y lo peor era que ni siquiera me escuchaba cuando intentaba hacerle ver que estaba pagando alguna frustración escondida con los niños. Le notaba cambiado, hasta el punto de que a veces se me ponían los pelos de punta en su presencia. Connor siempre había sido estricto, demasiado estricto para mi gusto, pero innegablemente justo -a veces fríamente justo, como si más que un padre fuera un funcionario encargado de repartir justicia-. Cuando les castigaba era porque los chicos realmente merecían un castigo y, aunque a veces me parecía que era muy duro con ellos, solo me oponía firmemente cuando pretendía utilizar el cinturón. Blaine tenía once años y Sean nueve, no iba a utilizar esa cosa en MIS bebés. Habíamos tenido una discusión grandísima el pasado verano, cuando prácticamente tuve que arrancarle el cinto de la mano, pero finalmente me escuchó y aceptó que tal vez hubiera sido excesivo. Me prometió tener más paciencia y en ese momento le creí. Sus ojos habían sido sinceros. Estaba dispuesto a dejar al soldado en la puerta de casa, y a ser solamente un padre cuando estuviera con nosotros. Incluso -y eso fue un gran paso para él- reconoció que los tiempos habían cambiado, y que quizá él debía cambiar con ellos. Recuerdo que me preguntó si era un buen padre y que yo me las apañé para esquivar la pregunta, porque no estaba segura. Me hubiera gustado que fuera más amoroso con ellos, especialmente desde lo que pasó con Scarlett. La ausencia de mi angelito había afectado duramente a todos mis hijos, y habían sentido la necesidad de acercarse más a nosotros. Sean y Jeremiah empezaron a dormir en mi cama, pero Connor, cuando estaba en casa, no se lo permitía. Eran esa clase de gestos los que me hacían preguntarme si era un buen padre, pero nunca les había maltratado. No les daba todo el cariño que mis pequeños necesitaban y yo me esforzaba por suplir esa carencia, pero algunas personas no llevan dentro el ser afectuosos. Eso no les hace necesariamente malos, sino tan solo... poco convenientes. Poco convenientes para criar a un niño. No es que yo tuviera los mejores referentes en cuestiones de paternidad, y quizá quería compensar por exceso la ausencia de afecto que mi hermano y yo habíamos padecido. Quizá tenía una visión del mundo demasiado sesgada, quizá era poco firme, con la ilusa idea de que todo lo que un niño necesita son suficientes besos y abrazos. Tal vez, de alguna manera, Connor y yo nos complementábamos y, aunque no éramos la mezcla ideal, mi buenismo podía llegar a ser casi tan perjudicial como su firmeza.
Pero algo había cambiado tras la última misión. De sus buenas intenciones sobre tener más paciencia quedaba bastante poco. De hecho, nunca había tenido tan poca paciencia. Nunca había gritado a los niños, al menos no por tonterías. Y, al mismo tiempo, nunca había sido tan descuidado con su educación. Si hay algo que caracterizaba a Connor Pickman, era la constancia. Las normas no cambiaban aleatoriamente según su estado de ánimo. Si algo estaba mal, estaba mal, y si estaba bien, estaba bien. Como digo, era justo, casi como si rigiera la casa mediante un Código Penal inamovible. Incluso tenía fijado qué castigo correspondía a cada falta, lo cual puede parecer positivo, pero cuando tratas con personas en crecimiento hay muchos factores a tener en cuenta. Resultaba muy frío para los chicos que no importara lo arrepentidos que estuvieran, ni lo que pudieran alegar, ni las circunstancias que envolvieran el acto en sí: una palabrota eran cinco palmadas, diez para los mayores. El número aumentaba si en lugar de una mera malsonancia era un insulto. Prohibidas las faltas de respeto, esa era una norma esencial, y se la aplicaba a sí mismo también: Connor era un auténtico malhablado, se contagiaba del lenguaje de sus compañeros militares, pero se obligaba a hablar bien delante de los niños. Sin embargo, desde que había vuelto, decía gran cantidad de tacos, y por supuesto los niños le imitaban. La primera vez que Max dijo, con su vocecita infantil "cállate, gilipollas", pensé que mi bebé se iba a llevar la primera zurra de manos de su padre, pero Connor se había limitado a soltar una carcajada. Si se tratase de que se había vuelto más blando, no hubiera sido un problema, pero no era eso. Se había vuelto impredecible. Parecía que no importaba lo que hiciesen los chicos, siempre que a él le dejaran tranquilo. ¿Se enfrentaban a puñetazo limpio en el jardín? Ninguna reacción. ¿Corrían a buscarle para jugar al baloncesto? Se llevaban un grito, si es que no algo más.
Así que, a raíz de ese cambo, mis niños, acostumbrados a una estabilidad extrema, estaban algo perdidos. Cuando Connor no estaba en casa, me miraban a mí para saber lo que tenían que hacer. Pero cuando volvía de una de sus misiones, orbitaban a su alrededor como un planeta que ha pasado demasiado tiempo sin su luna y, aunque no siempre recibían el cariño que anhelaban, sí podían contar con su padre para llevarles a alguna excursión divertida y para que aplicara las mismas normas de siempre. El mal genio de Connor les volvía irritables y había muchos conflictos. Yo estaba desbordada. West tenía solo tres meses, Sam no estaba del todo integrado en casa y mi marido no estaba siendo de ninguna ayuda, sino más bien lo contrario.
- Si os habéis vuelto a pelear... - empecé, mirando a Sean y a Blaine a través del retrovisor del coche, centrándome en el momento, en el cardenal incipiente en la mejilla de mi hijo.
- No es eso - me aclaró Blaine. - Ha sido el idio... el desgraciado de Jacob Bans. Se mete con Sean.
- ¿Qué?
- Me llama gnomo, elfo y duende... snif... porque tengo las orejas separadas.
Me sentí horrible por haber pensado mal de mis bebés, aunque solo fuera por un momento. Como aún no había arrancado el coche, me salí y me volví a subir, sentándome junto a Sean, para darle un abrazo.
- Mi vida...
- Jacob tiene mi edad, mamá - siguió Blaine, visiblemente indignado. - Es mayor que Sean y aún así le pegó. Es una rata cobarde y le voy a romper todos los dientes.
- ¡Blaine! No vuelvas a decir algo así. Nadie va a romperle los dientes a nadie. Pero voy a hablar con el profesor, cariño. Ese chico no tiene derecho a tratarte así. Eres precioso, pollito. No dejes que nadie te haga pensar lo contrario - le aseguré, llenándole de besos, especialmente en el pómulo.
Traté de animarle con esas y otras palabras y creo que le hice sentir un poquito mejor, pero aún se le veía triste. Pensé que esa era la clase de cosas en la que su padre podía ayudarle mejor que yo. Sin embargo, me equivoqué mucho.
Cuando llegamos a casa, Connor se estaba cambiando. Llevaba dos días sin darse una ducha, así que lo agradecí. La relajación en sus hábitos de higiene eran otra de las novedades que había notado en mi marido. Con Sean abrazado a mi cintura, le conté que había un chico en karate que se metía con él y que le había dado un puñetazo. Connor escuchó con calma y, cuando se agachó, pensé que solo estaba recogiendo el cinturón para terminar de vestirse. Pero de pronto tiró de Sean para separarle de mí y le arreó un golpe con lo que solo puedo describir como mala leche. Mi hijo se quedó tan impactado como yo, y luego se frotó y empezó a llorar, herido de dos maneras diferentes, porque no se esperaba semejante traición por parte de su padre.
- ¿PERO QUÉ MIERDA ACABAS DE HACER? ¿POR QUÉ COÑO LE HAS PEGADO? - le grité a Connor. Con eso, Sean dejó de llorar, y me miró con asombro. Tal vez era la primera palabrota que me escuchaba. - ¡TE ESTOY DICIENDO QUE UN CHICO ABUSA DE ÉL Y TÚ VAS Y LE GOLPEAS Y ENCIMA CON EL CINTURÓN! ¿HAS PERDIDO LA CABEZA?
- Cálmate, no ha sido fuerte. Sean, ya tienes nueve años. Mamá y papá no van a solucionar todos tus problemas por ti. Si alguien se mete contigo, tienes que plantarle cara, ¿entendido?
- Snif... snif... Sí - gimoteó mi niño, frotándose los ojos. Después, salió corriendo para encerrarse en su cuarto. Iba a ir tras él, pero antes había un par de cosas que quería decirle a Aaron.
- Le vuelves a tratar así, le vuelves a pegar con esa cosa, y me divorcio. Te separaré de ellos y no les verás nunca más.
La ira que vi en sus ojos me asustó por un segundo, pero después transformó su gesto en una mueca socarrona.
- ¿Sí? ¿Y con quién crees que dejarán a Sam, si no lleva tu sangre? - replicó. - Es más, ¿por qué deberían darte la custodia de ninguno, si no tienes ni un céntimo? Esos articulitos que haces como pasatiempo apenas te dan un puñado de dólares al mes, y te pagan más de lo que valen.
Me congelé. Apenas presté atención a su insulto sobre mi trabajo, sino que me centré en analizar su amenaza. ¿No me darían la custodia? Connor vio la duda en mi rostro y lo aprovechó.
- No digas tonterías, ¿quieres? Le he dado un empujón para que reaccione, para que crezca y actúe como el hombrecito que es. Si no se planta frente a los matones se le comerán vivo.
- ¡ERES SU PADRE! ¡ES TU TRABAJO CONSOLARLE, PROTEGERLE Y HACERLE SENTIR SEGURO! ¡SI LE PEGAS POR ALGO ASÍ, JAMÁS CONFIARÁ EN TI! - le chillé.
- ¿Y yo? ¿Yo cómo puedo confiar en ti, si sacas la carta del divorcio por una discusión absurda?
- Absurda lo será para ti - le espeté. - Mis hijos no van a pasar por lo mismo por lo que pasé yo.
- ¿Qué? Esto es el colmo - bufó y salió del cuarto a toda prisa. Le seguí, desorientada, con el corazón en la boca y la vista nublada. Me asusté cuando le vi aporrear la puerta de la habitación de Sean. Le sujeté del brazo, pero Connor no intentó abrirla. - ¡Sean! ¿Alguna vez te he pegado con un cable?
- Snif... No - respondió su vocecita. Mi marido me miró como si aquello demostrase su punto. - Mami, veeeen - me llamó Sean.
- Ya voy, tesoro.
Aparté a Connor de un empujón y me dediqué a consolar a mi niño, todavía sin poderme creer lo que había pasado.
Esa noche la pasé despierta en el cuarto del bebé, dándole vueltas a la cabeza. Intentaba recordar la época en la que conocí a Connor. Lo feliz que me hizo, lo rápido que mis problemas parecían solucionarse cuando él estaba cerca. ¿Dónde estaba aquel hombre? Se lo había quedado el ejército. Alguna misión en el fin del mundo se había llevado a mi marido.
Comprendí que tiempo atrás, antes de Sam, habría luchado por él. Habría luchado por recuperar a la persona que fue una vez. Pero ya no estaba segura de que esa persona existiera.
Sin embargo, mi deber de esposa consistía en no abandonarle cuando era evidente que no estaba pasando por un buen momento. Había escuchado hablar del estrés post traumático que sufrían algunos soldados...
Le debía mi vida y la de Aaron. Le debía mi felicidad, mi salud mental y física, la existencia de mis hijos. Nuestro matrimonio estaba lleno de agujeros, de cosas propias y ajenas que lo habían desestabilizado: Sam, Scarlett, mis rencores, mis traumas, su frialdad, sus ausencias, su infidelidad... Pero éramos algo más que marido y mujer, esposo y esposa. Éramos Holly y Connor, los héroes que habían escapado de mis padres, los creadores de una familia maravillosamente numerosa.
Connor no me había abandonado aún cuando alejarse de mí hubiera sido lo mejor para él. Siguió trabajando para mi padre en contra de toda lógica, decidido a esperar al momento adecuado para rescatarme. Ahora yo tenía que rescatarle a él, aunque fuera de sí mismo.
No obstante, eso sería cuando se me pasase el enfado. No le dirigí la palabra durante los días siguientes.
Sean tuvo kárate de nuevo y yo hablé con su profesor para informarle de lo que estaba pasando. Me prometió que estaría atento para evitar que se repitiera.
Una semana después, le pedí a Aaron que fuera a recoger a los chicos de sus extraescolares, porque West tenía un pequeño resfriado y no me quería separar de él. Connor había salido a tomar algo con unos compañeros de su unidad. Tal vez pudiera desahogarse con ellos. Tal vez pudiera compartir aquello que no era capaz de hablar conmigo, lo que sea que le atormentaba y le había cambiado el carácter. Regresó a casa minutos antes de que Aaron trajera a los niños, y vi en la cara de mi hermano que había pasado algo. Nos reunió a Connor y a mí para contárnoslo.
Por lo visto, Sean había seguido el consejo de su padre y se había defendido del abusón. Le había dado una patada en la entrepierna, pero esa no había sido su única venganza. Resultó que Jacob Bans, el chico que se metía con él, era negro. Así que le llamó "negro de mierda" delante de toda su clase. El profesor le había pedido a Aaron que hablásemos con él sobre el racismo.
Temí la reacción de Connor. Sabía que normalmente le castigaría por algo así, pero lo que había pasado era tan culpa suya como de Sean. Sin embargo, una vez más, mi marido me sorprendió.
- Bien hecho, chaval - le felicitó.
- ¿No está mal que le llamara negro? - preguntó, dudoso. Seguramente Aaron ya le había explicado que no podía decir eso.
- Bueno, lo es, ¿no? Mira, hijo, los negros en este país hace mucho que tienen los mismos derechos, pero les gusta ir de víctimas. A ellos les encanta hablar del "privilegio blanco" y meterse con "las cosas de blancos", son los primeros que quieren ensanchar una brecha inexistente, así que no veo por qué no vas a poder llamar "negro de mierda" a alguien que te moleste. Es negro porque es negro, y es una mierda porque la gente como él, que se dedica a meterse con los demás, son basura. Y a ver si te crees que te llamó duende solo por tus orejas. Lo hizo porque yo soy irlandés. Al menos no le llamaste esclavo.
- ¡Connor! - me indigné. - No le escuches, Sean. No puedes insultar a nadie con su color de piel, ¿vale, cariño? No está bien.
Sean asintió, pero Connor siempre había tenido más influencia que yo sobre él. Me dio la razón, pero las palabras de su padre calaron dentro de él.
La idea de atacar cuando te hacen daño. Si la terapeuta tenía razón, la conducta de Sean obedecía a un mecanismo de defensa para evitar ser lastimado. Destruir antes de ser destruido. Pero, ¿qué daño le había hecho Ted? ¿O era el que temía que pudiera hacerle? De la misma manera que le había lanzado leche hirviendo a Aidan solo por el hecho de existir y de poner en peligro su relación conmigo. Tendría que hacerle ver que nadie podía poner eso en riesgo. Era mi hijo y siempre lo sería.
SAMUEL'S POV -
Entré al cuarto de Sean y los chicos una media hora después de que Holly terminara de hablar con él. Estaba solo en la habitación, lo cual era genial para mis propósitos.
- Hey - le saludé.
- Piérdete.
Vaya. El enano estaba de mal humor.
- Sí, ahora buscaré un laberinto en el que perderme. Pero antes quiero que leas esto... Mamá no quería que te lo enseñara, pero yo insistí en que ya no eres un crío - le dije, sabiendo que era la mejor forma de captar su interés.
No era una mentira, Holly había tenido sus reparos, porque quería proteger a sus hijos de la crueldad del mundo, de la cual ya habían experimentado bastante. Normalmente yo estaba de acuerdo con ella, odiaba a esos padres que querían "endurecer" a sus hijos para prepararlos ante la vida. Si la gente dedicara menos esfuerzo a eso y más a amar y a demostrarlo, educarían buenas personas que acabarían con la crueldad en lugar de alimentarla. Pero Sean necesitaba leer aquello.
Había conseguido despertar su curiosidad, así que cogió el papel que le tendí.
- Léelo en voz alta - le pedí.
Era lo mejor para conocer bien las emociones de Sean, sus verdaderas emociones, que escondía bajo sus ramalazos de ira.
- "La deshumanización de los esclavos africanos" - recitó y luego bufó. - Sam.
- ¿Qué? - respondí, con el tono más inocente que supe poner.
- ¿Esto es por lo que le dije a Ted? Yo no pienso que sea un esclavo.
- Ya sé que no. Anda, lee.
Me lanzó una mirada beligerante y pensé que me iba a mandar a la mierda, pero al final volvió a fijar los ojos en el papel:
- "Los esclavos africanos padecían diversos maltratos a lo largo de su vida. Para empezar, se veían despojados de su nombre y recibían marcas en sus cuerpos, símbolo que los identificaba como propiedad de algún amo. La marca se hacía por medio de un corte en el brazo al que se le añadía un tinte de manera que la cicatriz se convertía en un tatuaje. Además, existían otras formas de marcar, siendo una de las más populares la quemadura con hierro caliente, de modo semejante al usado para marcar el ganado. De esa manera, el esclavo perdía su identidad y pasaba a ser una posesión" - leyó Sean. - Ya sé todo esto...
- Sigue un poco más - insistí. Pensé en hacer algún comentario acerca de lo condenadamente bien que leía, pero sabía que había más posibilidades de que se lo tomara como una ofensa que como un halago, así que me callé. Entonaba muy bien para alguien de su edad, sin embargo.
- "Los esclavos recibían poco alimento para que los gastos de su mantenimiento fueran mínimos y para que no tuvieran fuerza para rebelarse. Aun así, esto no los eximía de realizar duros trabajos de campo. Otros esclavos tenían un uso doméstico y sus tareas quizá resultaran menos pesadas, pero todos sufrían terribles castigos cuando no satisfacían a sus amos. Los métodos disciplinarios de los amos eran variados. Estos eran los más frecuentes: 1) La máscara: Se utilizaba a menudo para castigar a los esclavos que robaban caña o melaza para alimentarse. Era un artefacto de hierro unido a la cabeza y el cuello del castigado, y solo podría retirarlo el capataz o el dueño de la dotación. 2) El tronco: era uno de los más crueles castigos contra esclavos rebeldes y consistía en atar con grilletes y cadenas al esclavo a un tronco recto de poco más de dos metros de altura y propinarle latigazos. La tortura era un espectáculo público y el látigo rajaba la piel de la espalda y las piernas del castigado. 3) El mundo gira: en este caso se utilizaba un instrumento de hierro que tenía agujeros para los pies y las manos pegados a la inversa, es decir, la mano derecha con el pie izquierdo y la mano izquierda para el pie derecho; así el esclavo quedaba en una posición dolorosa durante días, y eso podía acompañarlo la flagelación. 4) El gargalheira: fue ampliamente utilizado en la época de la esclavitud, era una especie de collar de hierro y servía más como una advertencia de castigo y humillación, pues se ponía en la cabeza y el cuello del individuo, e indicaba que había cometido un acto de rebeldía o delito contra su amo" - enumeró Sean. Le tembló la voz en un par de puntos, pero no dejó de leer. - "Como se puede observar, no todos los castigos causaban un daño físico en el esclavo, sino que algunos de ellos estaban destinados a la humillación, con la intención de señalar la inferioridad con respecto al amo. También se producían mutilaciones, pero esto podía hacer peligrar la posterior utilidad del esclavo. A veces se amputaba el dedo gordo del pie de un africano que hubiese intentado escapar en repetidas ocasiones. Eso le desequilibraba al caminar e impedía que pudiera alejarse de la propiedad si pretendía abandonarla."
Sean se detuvo y apartó el papel. No me dijo nada ni hizo más que mirar al infinito. Esperé un rato, pero no hubo más reacciones.
- ¿Por qué has parado? Ya casi acabas - le animé.
- ¿Qué es esto? - me gruñó. - ¿Por qué tengo que leerlo?
Algo en su expresión me indicó que ya lo sabía. Sean era muy inteligente, aunque también muy cabezota.
- Termina y te lo diré.
Resopló y tiró el papel al suelo. Era su forma de indicarme que no iba a hacerlo. Lo recogí y lo leí yo:
- "Conocemos casos, sin embargo, de mutilaciones que ni siquiera se pueden incluir como un medio de castigo. Se conserva el diario de un terrateniente que explica cómo le cortó las orejas a su esclava Fanny, niñera de su hija de tres años, solo porque esta se lo pidió en medio de un berrinche. Era muy común que los padres regalasen esclavos a sus hijos y que estos aprendieran desde muy temprana edad que los negros eran seres inferiores" - concluí.
Al segundo siguiente, Sean había saltado sobre mí, arrebatándome el papel y rompiéndolo en pedazos.
- ¡YO NO CREO QUE ÉL SEA INFERIOR! ¡JAMÁS LE HARÍA NADA DE ESO A NADIE! ¡NO SOY UN MONSTRUO! - chilló.
"Gracias, Aaron" pensé con sarcasmo. Nunca tendría que haberle llamado "monstruo".
- ¡Ya sé que no! ¡Sé que no, Sean, pero cada vez que le insultas por su color de piel le estás diciendo que consideras que vale menos que tú por eso! Es como si le pusieras un collar de hierro en el cuello, una señal de que es un negro, para que no se le olvide, ni a él ni a nadie. Lo haces sonar como si fuera un insulto, algo de lo que tuviera que avergonzarse.
Se quedó callado por unos instantes.
- Bueno, ¿¡y cómo le insulto si no!? - me gritó.
Estuve a punto de decir "Hombre, lo ideal sería si no le insultaras", pero se me ocurrió una respuesta mejor, una que sí iba a escuchar:
- Tendrás que averiguarlo con el tiempo. Para mí tienes unos cuantos bastante originales.
- Tú eres mi hermano - replicó. Sonreí, y luego alcé una ceja, como si mi punto fuera evidente. Sean entendió. - ¡Él ni lo es ni lo será!
- ¿Cómo estás tan seguro? Yo tampoco era tu hermano hace seis años, y mira - le hice notar.
Sean frunció el ceño, como siempre que le llevabas la contraria, y al final decidió cambiar de tema. Aplacada su ira, me puso un puchero.
- Mamá me pegó - acusó con voz lastimera.
¿Pero cómo podía ser tan manipulador? Mocoso victimista.
- ¿Y te duele?
- ¡Mucho!
- ¿Seguro? - pregunté, teniendo claro que mentía. Él asintió.
Si me hubiera visto en el espejo, seguro que acababa de poner una expresión maliciosa. Flexioné las piernas y me tiré sobre él, haciendo que cayera con un golpe seco sobre su cama.
- ¿Qué haces? - protestó, más sorprendido que otra cosa.
- Comprobar si te duele. Ya veo que no - me burlé.
Sean me dio un manotazo y me atrapó con sus piernas. Jugué un rato con él a la lucha libre, teniendo cuidado porque lo sentía muy pequeño a mi lado.



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