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domingo, 12 de julio de 2020

Capítulo 23: Las vacunas





Capítulo 23: Las vacunas

El resto de trámites fueron bastante aburridos y Koran se encargó de casi todo. Yo solo tenía que acompañarle y sentarme donde me decía. Dediqué gran parte del tiempo a observar mi antebrazo y a rozar con los dedos la pequeña protuberancia que delataba la presencia del chip. ¿Tendría un localizador o esas cosas solo sucedían en las películas?
-         ¿Te molesta? – me preguntó Koran, con preocupación, al ver que no paraba de tocarme el brazo. Negué con la cabeza y vi en sus ojos un brillo de comprensión. – Debe ser raro para ti, ¿no?

-         Un poco.

-         Lo estás haciendo muy bien – me felicitó. - Ya casi acabamos y nos vamos a comer.
Me sentí como un bebé al que elogian por haberse portado bien en una reunión. Me ruboricé y esperé pacientemente hasta que Koran dijo que habíamos terminado.
Nos dirigimos al comedor, pero cuando ya iba a entrar, él puso una mano en mi hombro como para retenerme.
-         Tienes que intentar tener más educación al comer, ¿vale? Sé que no lo haces aposta, entiendo que te has educado en otro planeta y sin necesidad de seguir los protocolos de la realeza. Pero te he estado observando estos días y hay un par de cosas que podríamos mejorar – me explicó, en un tono suave. No sé si no quería hacerme sentir mal o que estaba intentando ser menos tajante en su manera de hablarme. – Me gustaría que no apoyaras los codos sobre la mesa, que te sentaras con la espalda recta y que cortaras tu comida en trozos más pequeños.

-         Va-vale. Perdón.

-         No te disculpes. En los próximos días voy a darte muchas instrucciones como esta y Arkun también. Son cosas que un príncipe necesita saber, pero nadie espera que las conozcas ahora y nadie se enfadará contigo si se te olvidan – me aclaró. – Sé que puede ser frustrante que alguien te diga lo que tienes que hacer todo el rato, por eso quería avisarte.
Asentí y sonreí tímidamente. Entramos al comedor y me pregunté cómo lo hacía para calcular siempre que las mesas ya estuvieran llenas. ¿Era una cosa de la realeza, lo de llegar el último? ¿Se suponía que debía ser así?
Nos sentamos en nuestro lugar de siempre y los demás comensales me saludaron con la cabeza. Pensé que ya era hora de que les fuera conociendo, pues, con la excepción de Arkun, el maestro, apenas sabía nada sobre ellos.
Agarré a Koran del brazo para que se inclinara y poder hablarle al oído. Me dedicó una sonrisa y se acercó:
-         Así que… esta gente es lo más de lo más de esta nave, ¿no? ¿Y quiénes son? Esa mujer de ahí se llama Ona, ¿verdad? – pregunté, recordando algunas conversaciones que había ido captando.

-         Sí. Es la Capitán General de los soldados destinados en la nave – me informó. – Después está Arkun y los demás son representantes de algunas de las religiones que existen aquí. En otros comedores, presiden el Tribunal, otros maestros y mi… sobrino.

-         ¿Qué? ¿Tienes un sobrino? ¿Está aquí? ¿Qué edad tiene? Oye, ¿y tú crees en alguna religión?
Koran dejó escapar una pequeña carcajada.
-         ¿A qué quieres que conteste primero?

-         A lo del sobrino.

-         Claro que tengo un sobrino, tengo cuarenta hermanos, ¿recuerdas? De hecho, tengo tantos sobrinos que realmente paso apuros para recordar sus nombres. Garret es especial, sin embargo. Soy muy cercano con él, es hijo de mi primer hermano.
En ese mismo instante decidí que el tal Garret no me caía bien.
-         Tiene setecientos años y odia vivir en tierra, pero su familia empieza a ser demasiado grande como para estar cómodos en la nave. Ahora mismo está en el planeta, preparándolo todo para el nacimiento de su décimo tercer hijo. Tendremos que asistir a los festejos.
Solté un gruñido. Debería enterarme rápido de si existían los resfriados allí, para fingir que tenía uno y no asistir.
-         Respecto a la religión, no diría que soy ateo, pero tampoco especialmente practicante de ninguna. ¿Y tú?

-         Lo mismo.
Después del chasco del “queridísimo sobrino” decidí que era mejor no hacer más preguntas. Sabía que era poco razonable sentirme celoso, pero acababa de conocer a mi padre y no me apetecía enterarme de que había por ahí un imbécil que había tenido setecientos años para “ser muy cercano con él”.
Ese día comí un guiso de verduras que me recordaba vagamente al pisto de mi madre. No estaba malo, pero me empezaba a cansar de tanto vegetal.
-         La carne es necesaria para el ser humano, ¿sabes? Somos omnívoros – protesté.

-         Tomamos leche y huevos. Y muchas de nuestras plantas tienen hierro y cantidades de proteínas similares a las de la carne.

-         Grrr.

Koran me miró y sé que se estaba preguntando si lo que me tenía tan molesto era solamente el vegetarianismo impuesto.
-         Cuando las cosas se calmen un poco, haremos una visita a otro planeta, cerraré los ojos y dejaré que comas lo que quieras, ¿de acuerdo?
Asentí. Eso era un buen plan. No es como si hubiese otra solución. Si allí no cocinaban carne, no había de otra, como no me cazase un dinosaurio y me lo hiciese a la parrila. Me reí ante mi propia ocurrencia.
Cuando acabamos de comer, pensé que volveríamos a la habitación, pero Koran me dijo que teníamos cita con el médico para que me revisara.
-         Pero estoy sano, no necesito ninguna revisión.

-         Compláceme – me pidió. – Además… debes ponerte algunas vacunas. Hoy solo serán tres.

-         ¿¡Tres!? – palidecí. – Ni hablar. Ni loco. Ni muerto.

-         Rocco… - suspiró.

-         Que no.

-         El médico me aseguró que estas vacunas se pueden poner juntas.

-         ¿Pero tú cuándo has hecho todos estos planes a mis espaldas? – reclamé.

-         Mientras dormías. Y no es a tus espaldas, es que necesitaba pedirte cita.

-         Pues tendrías que haberme preguntado.
Koran se quedó en silencio por unos segundos.
-         Ser padre es nuevo para mí. En el futuro, consultaré contigo el mejor día y la mejor hora, pero lo que no está a discusión es el hecho en sí de vacunarte. Ya lo habíamos hablado, en Okran hay enfermedades que en tu mundo ni siquiera conocen.

-         Claro, traéis dinosaurios y eso es lo que pasa. Seguro que estáis llenos de virus prehistóricos.

-         ¿Por qué te enfurruñas? Solo son vacunas…

-         ¡Odio las agujas! – exclamé.

Me devolvió una mirada escéptica.

-         Pero si estás lleno de perforaciones…

-         ¡No es lo mismo! No es que me guste que me agujereen, pero puedo con eso igual que pude con el chip. Pero las vacunas meten líquido dentro de tu cuerpo… ¡y duele!

No me gustó lo infantil que soné y me gustó menos cuando le vi sonreír con indulgencia. Me rodeó con un brazo y besó mi cabeza.
-         Te lo estás imaginando peor de lo que es. Yo voy a estar contigo, pequeño.

Quise decirle que eso no me ayudaba en nada, pero por alguna razón me sentí inmediatamente mejor. Mi cuerpo se relajó ante esa promesa. Músculos traidores.
Fuimos a la zona médica y esta vez no hubo trato de favor que nos librara de esperar junto a un montón de gente que nos observaba. Era una sala grande, casi como la de Urgencias de uno de los hospitales de Madrid. Había muchas consultas, sin embargo, y llamaban bastante rápido. Nos hicieron pasar enseguida.
Me tocó una doctora joven que me pidió que me sentara en una camilla. Aunque los aparatos eran diferentes, no me extrañó el proceso de escuchar mi pecho y observar mi garganta y oídos. También me pesó y me midió y le informó a Koran de que estaba demasiado delgado. Sus ojos se entrecerraron como prometiéndome que me iba a hacer comer por un embudo si hacía falta.
Fue cuando la vi sacar la aguja que mis latidos comenzaron a acelerarse. A pesar de que la jeringuilla era más pequeña, las agujas son igual en todos los planetas, por lo visto: largas y afiladas.
-         Súbete la manga, por favor – me pidió.
Miré la jeringuilla. Miré a Koran. Miré la puerta. Y, como si me hubiera leído la mente, Koran me sujetó, para que no pudiera salir corriendo.
-         Shhh. Tranquilo – me abrazó y me subió la ropa para descubrir mi brazo, sin dejarme mirar a la doctora ni a su horrible instrumento de tortura. – Te diré lo que me decía mi padre en estos casos, ¿mm? Si te hace daño, mandaré que la ejecuten.
Abrí los ojos con espanto, sin saber si era una broma o si realmente tenía poder para hacerlo. Había hablado muy bajito y creo que la doctora no le escuchó, pero yo me avergoncé igual.
Sentí un pinchazo en el hombro izquierdo. No fue insoportable, pero tampoco agradable, así que me aferré a la camisa de Koran, estrujándola con fuerza entre mis dedos.
-         ¿Te dolió? – me preguntó, muy serio, casi amenazante. ¿De verdad sería capaz de hacerle algo a la doctora? Negué con la cabeza.
Otro pinchazo.
-         Ay – protesté, flojito.
Koran frotó mi espalda y me besó la frente.
-         Has sido muy valiente – me aseguró. – Solo falta uno.

-         No – me quejé.

-         Podemos dejarlo para otra ocasión – ofreció la doctora y yo asentí frenéticamente, pero, para mi horror, Koran dijo que no.

-         Quiero que tenga la vacuna del gerovirus lo antes posible. No sé si vamos a tener que bajar al planeta en los próximos días.


-         ¡No! – insistí.

-         Rocco…

-         ¡No! ¡No pienso bajar! Si quieres ver a Garret te vas tu solo y te metes tus vacunas por el culo.

Como aún me estaba rodeando con un brazo, pude notar cómo se tensaba. Oh, oh.


2 comentarios:

  1. No puedes dejarlo ahí grrrr.
    Muy lindo relato.
    Grace

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  2. Porfa!! Actualiza jajajaaj me gustan tus historias saludos

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