Páginas Amigas

domingo, 12 de julio de 2020

CAPÍTULO 109: Pecado de pensamiento




CAPÍTULO 109: Pecado de pensamiento

Todos en el colegio se habían enterado del chisme: habían expulsado a George, a Jason, a Eric y a Ben por irrumpir y robar en el despacho del entrenador y por haberme golpeado. Les habían visto salir del instituto a primera hora de la mañana, acompañados de sus padres. El cotilleo, sin embargo, no se terminaba ahí: al parecer, alguien había rayado el coche de la madre de George, escribiendo “abusón” sobre el capó. Algunos chicos de mi curso estaban convencidos de que yo había tenido algo que ver y me felicitaban por haberme vengado.
-         ¿Has sido tú? – me preguntó Fred, en un cambio de clase.

-         ¡No, claro que no!

-         Sería comprensible – me aseguró.

-         ¿Por qué rayos no nos dijiste nada? – me increpó Mike. – Les habría dado de su propia medicina.

-         Precisamente por eso – repliqué. – No necesito que nadie se meta en líos por mí. No habrás sido tú el de los rayajos, ¿no?

-         Yo se lo habría hecho al coche de George. Su madre ya tiene bastante con tener que aguantar a semejante imbécil.

-         Seguramente quien lo hizo se pensó que era su coche y no el de la familia – dijo Fred. Asentí, porque sonaba lógico.
De pronto, unas manos suaves me taparon los ojos, mientras un cuerpecito pequeño se subía a mi espalda.
-         ¡Ted! – saludó Agustina.
“Que no me diga `chocolatito’ delante de Mike y Fred” pensé, con espanto. Agus había escogido ese mote cariñoso para mí, pero me daba vergüenza que lo usara en público.
-         Hola – sonreí, agarrando sus manos tanto para liberarme como para capturarla a ella.

-         Recibí el ingreso de tu padre por las clases. Fue más de lo que acordamos – protestó.

-         Tendrás que reclamarle a él – me reí. Agus todavía era muy tímida con papá, sabía que apenas conseguiría decirle “gracias”.

-         Hiciste trampa – insistió. – Pero ya me ocupé de eso. Como me pagasteis de más, te he comprado algo – me informó, y entonces me enseñó un colgante con forma de tableta de chocolate. – Los hace mi prima. Yo tengo uno igual, pero en blanco. ¡Mira!



-         Oh, colgantes a juego – se burló Mike.

-         Cállate, aguafiestas. ¿Te gusta, chocolatito?

Mike y Fred estallaron en carcajadas y mis mejillas echaron a arder.
-         ¿Chocolatito? ¡Jajajajaja! – exclamó Mike.
Le di un pisotón con toda la fuerza de la que fui capaz.
-         Yo… esto… Muchas gracias, es muy bonito – respondí, para no herir los sentimientos de mi novia. Además, el colgante no estaba mal, aunque en ese momento quisiera esconderlo en el fondo de algún pozo.

-         Ya lo pillo, él el chocolate negro y tú el blanco. ¡Jajajaja! 

Al parecer, mi pisotón no había sido muy efectivo. Intenté darle una colleja, pero Mike me esquivó.

-         Tendrías que haber comprado un chocolate negro y otro con leche, entonces. Tú no eres tan paliducha. ¿O es que querías hacerme un regalo a mí también? – continuó burlándose.

-         A veces olvido que los hombres sois gilipollas – refunfuñó Agus.

-         No todos – me quejé, bajito.

-         Sí, tú también, por no haberme contado lo que te hizo George – me respondió.

-         Pero te conté la salida con la familia de Holly – alegué, en mi defensa.

-         Hum.
Me puse el colgante y eso pareció aplacarla. Mis amigos siguieron tomándome el pelo por un rato, en la puerta de nuestra siguiente clase, hasta que un avisó por megafonía solicitaba que fuera al despacho del director.
-         Ugh, Ted. Has estado allí más veces en este año que en toda tu vida en el colegio – dijo Mike. – Cualquiera diría que el director tiene fijación por ti. Espero que no le hayas seducido como a Agustina.

-         Calla, loco. Seguramente querrá hablar conmigo de lo del viernes. Solo habló con mi padre.
Les pedí que me guardaran un sitio y me dirigí al despacho del director. Me hicieron pasar enseguida.
-         Buenos días, Theodore.

-         Buenos días – contesté.

Me indicó que me sentara con un gesto y le noté extremadamente serio.

-         Con respecto a lo que sucedió el otro día en el entrenamiento, quiero que sepas que lo condeno totalmente y ya se ha castigado a los responsables.

-         Sí, he oído que les han expulsado – dije, sin poder evitar cierto alivio. No es que me alegrara que echaran a nadie a esas alturas del curso y en el último año, pero iba a estar mucho más tranquilo sin tener que cruzármeles por el pasillo.

-         Así es. El vandalismo y las agresiones son cosas que no toleramos en este colegio – me aseguró. Después le vi dudar un segundo. – Por eso te he llamado, en realidad. Ted… - empezó, y suspiró, repentinamente cansado. – Entiendo que necesitaras vengarte. Lo que esos chicos te hicieron fue horrible. Pero, rayar un coche…

-         ¿Qué? Yo no he sido. He oído rumores, pero no tengo nada que ver.

-         Eres el que más motivos tendría para hacerlo. Y un niño de primaria afirmó que vio merodeando alrededor del coche a un chico negro…

-         Oh, claro, y resulta que soy el único negro de Oakland, ¿verdad? - dije, sarcásticamente, porque en realidad, según las últimas estadísticas, éramos mayoría en aquella ciudad.

-         En este barrio y en este colegio no es tan habitual – replicó el director, con sequedad.

Siguió diciendo algo más, pero apenas le escuché, porque tuve una especie de flashback. No era la primera vez que me acusaban de algo que había hecho “un negro”, y en aquella ocasión el responsable había sido Michael. ¿Podría…? Es decir, ¿tendría mi hermano algo que ver en todo esto? Me había estado preguntando por los chicos que se metían conmigo, pero nada fuera de lo común. En seguida me sentí culpable por pensar mal de él. Aunque no era pensar mal si lo había hecho para defenderme… No, las posibilidades eran remotas. Como le había dicho al director, había muchos negros en Oakland.

“Pero no tantos con ganas de llamarle ‘abusón’ a George” me recordó una voz en mi cerebro.

Rayos, todo indicaba que había sido yo, ¿verdad? Y si yo no había sido, había alguien muy cercano a mí que hubiera podido sentir deseos de venganza y que además era menos… remilgado… para aquellas cosas.

Michael, ¿qué has hecho?”
Me quedé en blanco, sin saber qué decir. Incluso aunque estuviera seguro de que había sido Michael, no podía delatarle. No solo por lealtad fraterna, aunque también, sino porque la situación de mi hermano era demasiado delicada como para que le pusieran una denuncia por vandalismo.
Quería sugerirle al director que mirase a ver si las cámaras del aparcamiento habían captado algo, pero tenía miedo de descubrir quién había sido.
-         La verdad, Theodore, tu familia me está dando un año muy movidito – concluyó el director.
Eso me enfadó un poco, porque la mitad de las cosas que habían ocurrido no eran culpa nuestra. Ni mi operación, ni lo que había pasado con Jack, ni lo del chico que se metía con Cole, ni el hombre que se había intentado llevar a Hannah….
No sé qué espíritu me poseyó -el de Alejandro- para darle la respuesta que le di:
-         ¿Sí? Pues no parece que eso le importe cuando llega final de mes y recibe diez cuotas, ¿no?

-         ¿Qué estás insinuando? Si crees que porque tu padre se deja mucho dinero voy a pasar por alto lo que has hecho…
El director no pudo continuar. Se había puesto tan rojo que no descarté que la vena del cuello se le hubiese hinchado tanto que no le dejara respirar.
-         Yo no he hecho nada.

-         Hay una forma muy sencilla de descubrirlo. Traeremos al chico que te vio para que diga si fuiste tú – me advirtió, visiblemente furioso.

-         Cuando quiera – gruñí.

“Pista, Ted: cabrear al hombre que te puede expulsar no parece una buena idea”.
Respiré hondo mientras el director salía un momento para pedir que avisaran al supuesto testigo. Aproveché para sacar el teléfono y escribirle un mensaje a Michael.
TED: Dime por favor que no has rayado un coche en la puerta del colegio…
Me respondió con un emoji con cremallera en la boca, como indicando que no soltaría prenda. Aquello fue prácticamente una confirmación. Ay, madre.
El director regresó y enseguida vino un niño de la edad de Cole o como mucho un año mayor.
-         ¿Es este el chico que viste, Rob? 
El niño, bastante incómodo, negó con la cabeza. En pocos segundos las facciones del director mostraron sorpresa, vergüenza y frustración.
-         ¿Seguro?

-         Sí, señor, él es Ted, el capitán del equipo de natación de los mayores. Él no ha sido – repuso el niño.
Le sonreí, agradecido, y suspiré. ¿Existiría alguna grabación que delatara a Michael o podíamos darnos por salvados?

-         MICHAEL’S POV –
El fin de semana había pasado y había llegado el momento de que Alejandro y yo llevásemos a cabo un asuntillo pendiente: darle una lección a los imbéciles que se habían metido con nuestro hermano. El domingo por la noche, habíamos discutido posibles cursos de acción, pero él me hizo ver que no íbamos a tener muchas opciones, puesto que era probable que, si les expulsaban, se marchasen pronto del colegio. Teníamos que actuar rápido.
Así pues, el lunes por la mañana Alejandro cogió uno de los botes de Cola-cao de la cocina. Yo había insistido en que era mejor utilizar mierda de perro o, en su defecto, la de la cajita de arena de Leo, pero él decía que eso era demasiado asqueroso. Metió el bote en la mochila y nos marchamos con los demás. Era una suerte que papá hubiese comprado tres botes pequeños en lugar de uno grande, como solía, porque ese no hubiera cabido en la mochila.
Hay muchas ocasiones en la vida para las cuales tener once hermanos resulta muy útil. Una de ellas es cuando quieres que tu padre no se fije demasiado en ti. Mientras Aidan despedía a los enanos con un beso y un abrazo, Alejandro sacó de su mochila el bote de Cola-cao, junto con una botella de agua y una cuchara. Lo dejó todo detrás de un árbol, para que yo pudiera cogerlo luego, y me señaló a dos de los imbéciles que se habían metido con Ted. A los otros dos no pudimos verlos llegar.
-         Ese es George – me informó. – Está entrando con su madre, debe de haberla citado el director.

-         ¿Ese es su coche? – pregunté.

-         Debe serlo – se encogió de hombros. – Y ese es Eric. Él ha venido en bici, mira.

Asentí, tomando nota de los dos chicos y, sobre todo, de sus vehículos.
Papá hizo que mis hermanos entraran a clases y se preparó para llevar a Dylan a su colegio. Yo le pedí si me podía volver andando y él se extrañó, pero no puso objeciones.

-         Creo que te hago pasar demasiado tiempo en casa sentado con los libros – se reprochó. - ¿Te gustaría apuntarte al gimnasio? Antes yo iba por las mañanas. Lo dejé por falta de tiempo, pero tal vez pueda sacar un rato y vamos juntos, ¿qué dices?
Me sorprendí ante el ofrecimiento.
-         ¿Tantas ganas tienes de que te deje en ridículo o es que quieres ponerte más fuerte para tu novia? – le chinché.

-         Pero mira el mocoso qué creído se lo tiene. Veremos a ver quién deja en ridículo a quién – resopló. – Entonces, ¿te apetecería?

-         Sí, suena bien – le sonreí y me devolvió una sonrisa enorme, que le iluminó el rostro. Después, se marchó con Dylan, pidiéndome que no tardara demasiado.
Esperé a que el mogollón de estudiantes se metiera dentro del edificio. Después, cogí el bote de Cola-Cao y lo mezclé con agua hasta que quedó una masa pastosa y marrón. Alejandro tenía razón: transmitiría el mismo mensaje que cualquier posible excremento, pero ahorrándome los malos olores. Fui hacia la bici del tal Eric y embadurné el sillín con la mezcla. Después me acerqué al coche de George y manché con ella los retrovisores. Asegurándome de que nadie miraba, y de que no había cámaras apuntando en esa dirección, saqué mis llaves para el toque final: escribí “abusón” sobre el capó, poniendo sobre cada una de las letras toda la rabia que sentía por lo que le habían hecho pasar a Ted. Suerte tenían de que les fueran a expulsar o sino en vez de con el coche la habría tomado con su estúpida cara de matón.  A ver qué tal le sentaba un ojo morado al cobarde que había atado a mi hermano para poder golpearle.
Me alejé un poco, pero no me fui del todo: quería ver la cara de aquellos imbéciles cuando se encontraran con mis regalitos. El primero en salir fue Eric, y la plasta de Cola-cao aún estaba fresca, así que se pensó que era otra cosa y puso una mueca, soltó un taco, y pateó la bicicleta. Sonreí. Su padre no estaba demasiado lejos y le ayudó a limpiarla, aunque la tensión entre ambos era evidente. Me pregunté cómo reaccionaría Aidan si expulsaban a alguno de sus hijos, pero en realidad no necesitaba preguntármelo porque ya lo sabía.
George salió poco después y su madre se fijó enseguida en la palabra que había rayado sobre su coche. Empezó a increpar a su hijo y se metieron en el vehículo todavía discutiendo, solo para descubrir que los espejos estaban sucios. La madre salió furiosa del coche, sacó un pañuelo y le ordenó a George que los limpiara. Me hubiera gustado estar más cerca para entender bien lo que decían, pero no me quería arriesgar.
George y su madre se quedaron allí discutiendo por un rato y luego les vi volver a entrar al colegio.  Finalmente, decidí volver a casa, sintiendo que había entregado un poco de justicia divina.
Papá ya estaba allí cuando llegué.
-         Has tardado mucho, campeón. Estaba a punto de llamarte al móvil.

-         Pe-perdón. Me entretuve por el camino.

-         Está bien, no te preocupes. ¿Pasaste frío?

Negué con la cabeza, conmovido como siempre que se preocupaba por mí. Me sentí culpable por mentirle, pero había sido por una buena causa.
Papá me dejó sentarme un rato a ver la tele, pero a la media hora vino cargado con los libros y la apagó con el mando. Suspiré.
-         Estuve hablando con Holly y creo que he estado enfocando mal esto. Ella enseñó a sus hijos en casa por mucho tiempo, ¿sabes? Y me he dado cuenta de que tenerte horas estudiando por tu cuenta no sirve de mucho. No es cuestión de que me preguntes cuando tengas dudas: creo que debería planificar una serie de explicaciones y actividades.
Le miré con horror. ¿Pero la otra para qué tenía que darle ideas? Papá captó mi expresión porque me sonrió comprensivamente.
-         No es tan malo como suena. De hecho… Pensé esto anoche – me dijo y para mi sorpresa sacó un pequeño maletín de entre el montón de libros. – Es el kit de ciencia de Dylan. En biología te quedaste por los órganos y sistemas del cuerpo humano, ¿verdad?

Asentí. El último día había estado empollándome el sistema circulatorio.

-         ¿Te gustaría ver un trozo de piel al microscopio? – me preguntó.
Parpadeé. Eso no sonaba tan mal. De hecho, me daba mucha curiosidad. De niño, nunca había podido tener esa clase de juguetes y creo que Aidan lo sabía. Aidan era consciente de todas las cosas que no había podido hacer de más pequeño, de todas las cosas “normales” que desconocía y que me avergonzaban, como cuando no sabía qué era un león marino. Estaba bastante avanzado en literatura porque había leído bibliotecas enteras, pero en otras materias, como en ciencias, desconocía los aspectos más básicos. Leyendo se aprende mucho y además sí había estado escolarizado bastantes años, así que tampoco era un ignorante. Pero precisamente sobre el cuerpo humano tenía muchas dudas sin resolver.
Me noté de un humor repentinamente sensible, al ver aquello como una muestra más de lo mucho que mi vida había cambiado, gracias a Aidan. Se esforzaba tanto por hacerme feliz…
“Sí, y tú a cambio le das problemas todo el día y le mientes” me reprochó mi cerebro. Lo silencié mientras sacaba el microscopio de maletín que había traído papá.
Me sonrió, al ver que aprobaba su idea. Sacó varios objetos, y me pidió que le diera la mano. Raspó el dorso con una pequeña cuchilla de metal, sin cortarme, sino tan solo retirando la piel muerta.
-          ¿Tu piel se verá igual que la mía? – pregunté, reparando en el contraste entre los colores de nuestras dos manos.

-         No lo sé. Vamos a comprobarlo, ¿no? – me dijo, aunque creo que sí lo sabía, pero no quería arruinarme la sorpresa. Se raspó a sí mismo y colocó lo fragmentos entre dos placas de cristal que después puso bajo el microscopio.
Acerqué el ojo a la mira y papá lo graduó por mí.
-         Vamos a ir aumentando poco a poco – me sugirió. – Es una lente bastante buena, Dylan quería un microscopio “de verdad”.
En los primeros aumentos, mi muestra si se diferenciaba con la de papá. Pero cuando fuimos acercándolo más y más, nuestras células se me hicieron idénticas. Por alguna razón aquello me gustó mucho, como si fuera un símbolo de que nos parecíamos por dentro, aunque por fuera fuéramos distintos.
Estuve un buen rato observando y después papá empezó a hacer comentarios y a señalarme cosas que venían en el libro de texto. Me explicó que la piel era un órgano y cuáles eran sus partes. Tratamos de ver algunas de ellas bajo el microscopio. Después puso un dedo bajo la lente para que observara un trozo de tejido “vivo”. Me contó las funciones de la piel y que pertenecía al sistema tegumentario.
Observamos también un pelo e incluso se pinchó con una aguja para que pudiera mirar una gota de sangre. Me dio grima, pero me aseguró que no le importaba, y que se había pinchado muchas veces al coser. Quise pincharme yo también para mirar nuestra sangre. Era exactamente igual. Con máquinas profesionales, supongo que se podría analizar nuestro ADN y no coincidiría, pero a nivel biológico era lo mismo. Éramos lo mismo.
Antes de que me diera cuenta, había pasado una hora y media. Fue entonces cuando me llegó un mensaje de Ted preguntándome por el rayajo del coche. Me preocupé un poco, pero en su colegio no tenían forma de saber que había sido yo. Las cámaras no me habían enfocado, me había asegurado de eso. Greyson me había entrenado para tomar esa clase de precauciones.
-         Tengo que ir a sacar los platos del lavavajillas. Seguiremos otro día, ¿vale? – me dijo Aidan. – Ahora repásate estas páginas del libro.
Asentí, con poco entusiasmo, y él me acarició la nuca.
-         Pondremos una cebolla en remojo. En unos días, podremos usarla para ver las fases de la mitosis – añadió, como para prometerme que volveríamos a usar el microscopio.
Volví a asentir, pero suspiré. Ahí estaba de nuevo, esa punzada de culpa. Aidan era muy bueno conmigo.
Intenté concentrarme en el libro, pero no podía.
“Pero, ¿por qué me siento tan mal? Si no hice nada tan horrible. Rayé un coche, ya ves tú. Ese cabrón se lo merecía” pensé.
Sí, pero Aidan te dijo específicamente que no te metieras. Además, creo que él tendrá una opinión diferente acerca de si fue o no tan horrible…”

-         AIDAN’S POV –
A Michael le encantó la actividad con el microscopio y me apunté mentalmente darle las gracias a Holly por la sugerencia de participar más activamente en el repaso de mi hijo. Me dijo que, aunque no a todo el mundo le gusta estudiar, a todo el mundo le gusta aprender. Solo hay que buscar la manera de hacerlo interesante para cada persona.
Sentí tener que cortarlo, pero necesitaba ocuparme de las tareas domésticas y debía aprovechar mientras mis peques estaban en el cole para avanzar algo con la nueva historia, o los de la editorial me iban a crujir.
“Qué raro. Creí que había comprado más Colca-cao” pensé, cuando vi uno de los armaritos de la cocina.
Guardé los platos, puse una lavadora e iba a irme al ordenador cuando me fijé en que Michael estaba teniendo problemas para concentrarse. Miraba al infinito en lugar de al libro con expresión de estar a años luz de allí. Pobre. Para él no era fácil volver a estudiar. Estaba el asunto, además, de que no sabíamos en qué curso le iban a poner. No podía estudiar con menores de dieciséis años, según la ley, así que sus opciones eran entrar en el curso de Alejandro el año siguiente o ir a una escuela para adultos si le ponían en un grado inferior. Me parecía mejor que estudiara con su hermano, aunque tuviera compañeros más pequeños que él, y creo que Michael pensaba igual. Pero para eso tenía que pasar un examen que demostrara que tenía el nivel necesario.
Iba a acercarme a darle ánimos cuando sonó el teléfono de casa.
-         ¿Dígame? – pregunté al descolgar.

-         Buenos días. ¿Es usted el señor Whitemore? Soy la madre de George Evans.

-         Sí, soy yo – respondí, antes de caer en la cuenta de quien era “George”. Contuve un gruñido al entender que era uno de los chicos que habían agredido a Ted. No sé cómo esa mujer había conseguido mi número, pero le iba a decir unas cuantas cosas…

-         Llamaba para disculparme por el comportamiento de mi hijo. He estado en el colegio y he visto las imágenes… Fue difícil de ver para mí, no imagino para usted.
No respondí. No sabía qué decir.
-         Además, sé que Ted fue operado recientemente y yo… Si le hubiera pasado algo…

-         Ted está bien – dije al final, porque la voz de aquella mujer sonó de veras afectada y me di cuenta de que no podía culparla (al menos, no totalmente) por las acciones de su hijo.

-         Menos mal. A George le han expulsado, pero si usted lo permite haré que vaya a su casa para disculparse con Ted.

-         No creo que sea lo mejor – respondí. Sabía que Ted no quería volver a verle. Había estado bastante intranquilo el domingo, por la posibilidad de que no les expulsaran y tener que enfrentarles de nuevo.

-         Lo entiendo… También entiendo que el chico quisiera venganza y, aunque inicialmente me disgusté, voy a llamar al colegio para que lo dejen estar y por supuesto no voy a poner ninguna denuncia. Un coche rayado y sucio es un mal menor al lado de lo que Ted ha tenido que soportar…

-         ¿Cómo dice? – me extrañé.


-         Le vuelvo a pedir disculpas y, por si sirve de algo, George también lo lamenta. Es consciente de lo mucho que ha cruzado la línea. Siempre ha tenido cierta rivalidad con Ted, por la natación, pero esto…

Ah, por eso tenía mi número, claro. Los campeonatos.

-         Disculpas aceptadas, señora Evans. No voy a decir que son cosas de chicos, porque mi hijo lo ha pasado bastante mal, pero sí entiendo que a veces se cometen errores y solo queda aprender de ellos. Espero que George recapacite después de esto.

Nos despedimos y colgué el teléfono, bastante extrañado por la llamada en sí y por algunas de las cosas que había dicho.

-         ¿Quién era? – preguntó Michael.

-         La madre de uno de los chicos que se metieron con Ted – le dije y me senté en el sofá, mientras pensaba. – Quería disculparse.

-         Humpf.

-         Parecía convencida de que tu hermano había rayado su coche – continué. Al ver cómo su expresión se convertía en una de horror, añadí:  – No te preocupes, sé que él no lo hizo. No solo porque le vi entrar en clase, sino porque nunca más voy a cometer el error de sospechar de Ted cuando mi instinto me dice que él no haría algo así.
Sacudí la cabeza y cogí el libro de Biología para ver si Michael había avanzado.
-         Papá… - susurró, lastimeramente.

-         Lo sé, cariño. Sé que te cuesta estudiar todos los días y quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti por lo bien que lo estás haciendo.

Michael se mordió el labio.
-         Papá… - repitió, más angustiado aquella vez.
Le observé con preocupación.
-         ¿Qué ocurre, campeón?

-         Mmm.

-         ¿Michael? – pregunté. Parecía tener alguna clase de conflicto interno.

-         Agh, no me puedo creer que Kurt sea más valiente que yo.

-         ¿Mas valiente que tú? No te sigo, hijo.

Respiró hondo y juntó ambas manos en su regazo.
-         Es posible, quizás, en cierta medida que… Es decir, yo…
Reconocí algunas señales en su lenguaje corporal y en el brillo de sus ojos. Me quedó claro que se sentía culpable por algo. Esperé, pero pasaron los segundos y no dijo nada más.
-          ¿Estás en líos? – le ayudé, como si fuera uno de los pequeños, y es que en verdad se veía muy vulnerable en ese momento.
Michael dudó unos segundos y luego asintió.
-         ¿Por qué?
Silencio.
-         ¿Te ha comido la lengua Leo? – planteé, conteniendo una sonrisa por lo adorable que se veía con esa carita de cachorro regañado.

Me divertí unos momentos más con su expresión atormentada, y luego me puse serio, intentando averiguar qué podía haber hecho.
-         ¿Pasó algo en tu paseo cuando volviste del colegio? – interrogué. – Campeón, sea lo que sea, puedes decírmelo. Aunque te regañe, siempre te voy a perdonar. Además, tendré en cuenta que estás siendo honesto conmigo.
Michael desvió la mirada y no me respondió. Quizá era el momento de pasar a métodos más agresivos.
-         Michael Donahow Whitemore, si has hecho algo que no deberías será mejor que confieses en este instante.
Abrió la boca, sorprendido.
-         No me puedes regañar si no sabes lo que hice – objetó.
A duras penas aguanté una sonrisa. ¿Era consciente de que sonaba como alguien mucho menor?
-         Siempre puedo asumir, lo cual puede acabar siendo peor para ti – le informé.
Me miró fijamente y se encogió.
-         ¿No me lo dices? Está bien, entonces pensaré lo peor.

-         ¿Qué es lo peor que podría hacer? – preguntó, con curiosidad.
Lo medité por encima, no buscaba darle una respuesta sincera, sino una exagerada que le hiciera ver que lo que sea que hubiese hecho no podía ser tan malo. La primera frase que me salía era “robar un banco”, pero dada su historia eso podía abrir viejas heridas. Recé porque no se tratara de nada relacionado con eso. El no saber me estaba empezando a inquietar.
-         Conducir borracho y sin carnet, saltar un edificio de quince metros sin arneses ni redes de protección… - enumeré, gruñendo ligeramente al recordar la brillante idea de Blaine.

-         No es nada de eso – me aseguró. - ¿Qué es lo siguiente peor?

-         Michael, me puedo tirar aquí toda la mañana diciéndote cosas que no has hecho, pero todo sería mucho más rápido si me dijeras de una vez lo que sí hiciste – declaré, en tono firme, cansado de alagar aquello de forma innecesaria.

-         Yo… Alejandro y yo planeamos… Pero yo fui el que… Yo rayé el coche de ese chico, y lo llené de Cola-cao, y la bici del otro tipo también.

-         ¿Rayaste el coche de la madre de George? – inquirí, entendiendo por fin.

-         Solo un poco…

-         ¿¡Solo un poco!? – exclamé, indignado ante una excusa tan pobre.

-         ¡Teníamos que hacerle pagar por lo que le hizo a Ted! – protestó.

-         ¿Teníamos? – recordé lo que había dicho antes. - ¿Alejandro te ayudó?

-         Él diseñó conmigo el plan, pero yo fui quien lo hice todo así que no le vayas a regañar – me advirtió. Alcé una ceja ante su tono mandatorio.

-         ¿Qué os dije, Michael? ¿No os dije que lo dejarais estar? ¡Ya les han expulsado!

-         Eso no es suficiente – se quejó. - ¡Y no fue para tanto! ¡Solo escribí “abusón” con las llaves! Para que todo el mundo sepa lo que es. Debería haberle atado, así sabría lo que se siente…

Mi incipiente enfado se congeló por unos instantes.

-         ¿A ti te lo han hecho alguna vez? – pregunté, suavemente.

-         En un reformatorio, mis compañeros de celda – musitó. – Golpearon a Ted, papá. Eran cuatro contra uno y abusaron de él.
Suspiré.
-         Lo sé, campeón. Entiendo tu rabia. Pero con la venganza no se consigue nada. Ya hablamos sobre eso una vez – le regañé, acordándome de cuando él y Ted se escaparon a los barrios bajos. – Las cosas no se resuelven así, hijo. Viviríamos en una jungla salvaje, si no, ojo por ojo y diente por diente.
Michael bufó y decidí ser más contundente.
-         Rayar un coche no es ninguna tontería. Es un delito.

-         Oh, vamos, papá…

-         Un delito menor, pero aún así un delito – insistí. – Aquí estamos luchando por demostrar tu inocencia en todo lo que Greyson te obligó a hacer y tú te metes en más problemas con la justicia.

-         ¡No me metí en ningún problema, nadie se enteró! ¡No tengo la culpa de cómo tu padre me jodiera la vida!
Me paralicé. ¿Me estaba echando en casa que Greyson era mi… mi padre? ¿Tal vez me guardaba algún tipo de rencor por ello?
Michael abrió mucho los ojos, como dándose cuenta de lo que acababa de decir.
-         Papá… no quise… Tú no tienes la culpa de nada.
Suspiré y me pincé el puente de la nariz con dos dedos.
-         Michael… Sé que una parte de ti cree que hizo una buena acción, pero otra no debe estar tan segura o no te habrías sentido culpable. Me gustaría poder hacerte entender que no puedes destrozar la propiedad ajena solo porque una persona haga algo que te moleste, por grave que sea ese algo.

-         Era mejor que liarse a golpes… - se defendió.

-         Eso también está descartado. ¿Por qué no me lo cuentas todo desde el principio?

Así, Michael me relató que Alejandro y él habían buscado diversas formas de atacar a esos chicos, pero no lo tenían fácil porque solo estaban seguros de que iban a estar a primera hora en el colegio. Por eso, finalmente se habían decantado con tomarla con sus coches, pero Michael solo había tenido acceso al de George – en realidad, de su madre – y a la bici de otro chico. No me pude creer el nivel de infantilismo cuando me dijo que untó Cola-cao como si fuera… mierda.
Cuando acabó, suspiré, y me froté la frente. Me enfurecía que pusiera en peligro su libertad de esa manera. ¿Y si le hubieran visto y le hubieran detenido? ¿Y si el juez que estaba estudiando sus viejas causas decidiera que ese nuevo delito era una señal de que Michael sí era un delincuente?

La parte de mí que estaba furiosa por lo que le habían hecho a Ted quería justificarle. Pero otra parte -la que también quería proteger a Michael de todo mal- sabía que tenía que enseñarle que NINGÚN delito merece la pena.
Lo que más rabia me daba es que Michael parecía sentir el haber actuado a mis espaldas, cuando le había dicho que no fuera tras ellos, pero no lamentaba en absoluto haber vandalizado ese coche.
-         Sube a mi habitación – le ordené al final.

-         ¿Qué? Pero… Aidan… ¿no puedes castigarme sin ordenador o algo así? – protestó.

-         Es papá para ti – le recordé. – No puedes cambiar la forma de llamarme para intentar convencerme de algo. Además, no va a funcionar. Sube.

Michael gruñó y golpeó el sofá, pero me hizo caso. Fui a cocina a beber un de agua antes de subir con él, para darle a él tiempo de calmarse y a mí tiempo para pensar.
Estaba sentado sobre mi cama con los brazos cruzados, aparentando unos ocho años menos de los que tenía. Era muy cómico ver a alguien con cuerpo de adulto enfurruñándose como un niño, pero sabía que no sería bien recibido si lo decía en voz alta.
-         Para que conste, agradezco que tengas instintos protectores con tu hermano y también estoy orgulloso de ti por habérmelo confesado. No habría tenido forma de saberlo si no – empecé. Eso le hizo revolverse en su asiento y descruzar un poco los brazos.

-         Prácticamente me tuviste que tirar de la lengua.

-         Confesar nunca es fácil – le sonreí. – Especialmente cuando sabes que te puede meter en un problema con tu padre. Estabas avisado sobre no ir a por esos chicos.

-         No podías esperar que te hiciéramos caso… Eres muy ingenuo si creíste que lo íbamos a dejar estar – afirmó.

-         Siempre esperaré lo mejor de mis hijos, porque sé de todo lo bueno de lo que son capaces – le respondí.
Michael abrió la boca y luego la cerró. Alentado por ese pequeño triunfo, proseguí:
-         Hijo… Sé que has vivido demasiado tiempo bajo la ley del más fuerte. La ley de “el que la hace la paga”, en el sentido más cruel de la expresión. Que has aprendido que, si te dan un puñetazo, debes devolver otro más fuerte. Pero en todo este tiempo conmigo, ¿no has visto que hay más opciones? Claro que esos chicos merecían un castigo, y yo también creo que con solo la expulsión no es suficiente, pero eso ya depende de sus padres. Ni tú ni yo somos imparciales en esto, porque estamos indignados por lo que le hicieron a Ted, pero por eso mismo no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano. Hay una forma correcta de hacer las cosas, Michael, y a veces es mucho, mucho más complicada que la forma en la que queremos hacerlas. A veces tenemos que tragarnos el enfado y la rabia, y aceptar que con dolor no se combate el dolor.
Michael hundió los hombros y asintió casi imperceptiblemente. Le sonreí, feliz porque comprendiera, pero después me puse serio de nuevo.
-         Siempre habrá consecuencias cuando agredas a otra persona, hijo, pero no es lo mismo hacerlo en defensa propia que por venganza. El sábado fui muy, muy suave con Madie por su pelea con Sean por ese mismo motivo, porque tuve en cuenta quién dio el primer golpe.

-         Y porque es tu princesa – se burló.

Se me escapó una media sonrisa y no pude contenerla.

-         Y porque es mi princesa – accedí. – Sin embargo, tú eres mi cachorrito. Y nada me gustaría más que dejarlo pasar, o ser suave contigo también, pero lo que hiciste fue un delito, Michael. Y necesito que te grabes esa palabra a fuego. Nadie mejor que tú entiende las consecuencias de romper la ley, y quiero evitarte esas consecuencias para siempre – declaré. – Más que eso, quiero evitar que te conviertas en la clase de persona para la que el fin justifica los medios. Hoy rayas un coche porque alguien se metió con tu hermano; mañana lo abollas con un bate de beisbol porque aparcaron en tu plaza. Quiero que te entre en la cabeza, y, si es posible en el corazón, que de la furia no nace nada bueno. Nunca. No eres un matón de barrio para ir destrozando propiedades ajenas como lección o como aviso.

Le dejé tiempo para que absorbiera mis palabras. Noté cómo le escocían, cómo quería rechazarlas, pero también vi cómo, finalmente, las aceptaba, con un suspiro. Me senté a su lado y le rodeé con un brazo.

-         ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que, aunque al hacerlo una parte de ti se sintiera bien, estuvo mal?

Michael asintió de nuevo y me miró como el reo que está esperando a que su verdugo descargue el hacha.

-         Te dije que si eras honesto conmigo lo tendría en cuenta, así que podrás conservar los pantalones.

-         Demos gracias a su Misericordiosa Majestad… - replicó, con ironía.

-         Si te vas a poner irrespetuoso entonces se van abajo – le advertí.

-         ¡No!

-         Pues compórtate – le recomendé. – Levántate.

Michael se puso de pie con un resoplido y después dejó que le tumbara sobre mis piernas.

-         ¿Qué tienes aquí? – le pregunté, tocando el bolsillo trasero de su pantalón.

-         Nada – barbotó y metió la mano para sacar una cucharilla. Miré el objeto con confusión, hasta que lo entendí.

-         Excrementos falsos, hijo. Que no tienes ocho años…

-         ¿Hubieras preferido mierda de verdad?

-         Hubiera preferido que actuaras como el hombrecito maduro que se supone que eres.

-         Si soy un hombrecito maduro, no entiendo que hago aquí tumbado – expuso.

-         Ni yo tampoco, campeón, pero parece que todavía es necesario – le dije, y froté su espalda, porque le notaba tenso. - ¿Preparado?
Soltó un gruñido que interpreté como una respuesta afirmativa y le di la primera palmada. Él agarró mi almohada y la puso debajo de su cara, como para ahogar cualquier sonido. Suspiré.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Mmm… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… Ai… PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS PLAS
-         Te advertí que no les hicieras nada. Aunque algo te parezca buena idea, si te digo que no, tengo mis motivos, y si no los entiendes, me lo preguntas. La venganza nunca es una opción y menos aún la venganza que implica hacer algo ilegal. Quiero que empieces a pensar en las consecuencias antes de actuar. No estoy preparado ni lo estaré nunca para que vuelvan a separarte de mí y te lleven a una celda.
Pude sentir que empezaba a llorar tras escuchar aquellas palabras. Normalmente no les regañaba más durante el castigo, pero creo que era algo que necesitaba escuchar. Michael no podría soportar que volvieran a llevarle lejos de mí, ni yo tampoco, así que, aunque solo fuera por eso, esperé que me escuchara.
PLAS PLAS… Au… snif… PLAS PLAS PLAS… Lo siento… snif… PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS
PLAS PLAS… Perdón, papá…. Snif… PLAS PLAS … Ya entendí, no más delitos… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Me detuve y dejé la mano quieta sobre su espalda, para empezar a hacerle caricias enseguida.
-         Ya está, campeón. Shh, ya pasó.

-         Lo siento… snif…

-         Todo perdonado, cariño. Ven aquí – le pedí, y le levanté para envolverle en un abrazo.
Escondió la cara sobre mi cuello hasta que se calmó, lo cual, para mi alivio, no le llevó mucho. Odiaba verle llorar, y odiaba ser el causante de sus lágrimas.
-         ¿Mejor? – le pregunté, y él asintió y se separó un poquito, pero no le dejé irse muy lejos. – Te quiero mucho, bicho.
Michael esbozó una sonrisa avergonzada.
-         Y yo a ti.
Le apreté más fuerte y me dediqué a hacerle mimos por un rato.
El resto de la mañana fue tranquila. Terminé todo lo que tenía pendiente y luego fuimos a buscar a los demás al colegio.
-         Papá… de verdad que Jandro no hizo nada – intercedió Michael.

-         Lo planeó todo contigo, ¿no?

-         Pero yo lo ejecuté… Además, mis ideas eran mucho más drásticas, aunque no lo creas, él puso la cordura en todo esto.

-         No sabes lo mucho que amo que os defendáis así. Pero tengo que ser justo. Y eso implica darle el mismo castigo.

-         Papi… porfa…

-         ¿Papi? – repetí. - ¿Es eso un intento de manipulación?

-         No si funciona.

Me concentré en aparcar el coche para así no tener que mirarle, porque lo cierto es que me conocía y me derretía más rápido que la mantequilla al sol y no podía dejar que eso pasara. El “papi” era jugar sucio.

Esperamos a que poco a poco todos fueran saliendo. Ted estaba nervioso y yo no entendía por qué, hasta que vi que su mirada iba de Michael hacia mí.

-         Papá ya lo sabe y ya me ha asesinado, así que puedes dejar de fingir tan bien – bufó Michael.

Ted respiró con alivio. Levanté una ceja. ¿Había planeado encubrir a su hermano? Me contó su charla con el director y de verdad que ese hombre cada vez me caía peor.

-         No le dije que fuiste tú – añadió.

-         La madre de George no va a presionar en el asunto – les informé. – Así que no creo que debamos preocuparnos…

Alejandro salió el último y Michael le puso al día antes de que yo pudiera decirle nada. Vi cómo Jandro se llevaba la mano a la cabeza y me miraba para tantear mi nivel de enfado. Le hice una señal de que se acercara y él accedió.

-         Hola, papá. Qué bien te ha quedado el pelo hoy…

Sonreí ante semejante descaro.

-         Hablaremos en casa, cariño. Ahora cuéntame qué tal estuvo tu día.

-         Bien hasta este momento…

-         Vaya, soy un antídoto contra el buen humor, ¿no?

-         Del todo – me aseguró.

Rodé los ojos, pero no pudimos hablar mucho más porque él quiso irse en el coche de Ted, para esquivarme, seguramente. Fuimos a por Dylan y después regresamos a casa. Cuando traspasé la puerta, Jandro empezó a construir su caso.

-         Técnicamente yo no hice nada, papá. Planear no es algo por lo que me puedas castigar, solo era una fantasía…

-         Una fantasía que tenías toda la intención de convertir en realidad.

Alejandro suspiró.

-         Papi, porfa…

Otro con el papi. ¿Es que no sabían que uno era de goma?

-         ¿Quieres que hablemos antes o después de comer? – le pregunté.

-         Antes – se resignó.

Asentí y le pedí que me esperara en mi habitación. Ayudé a los enanos a quitarse la mochila y les envié a lavarse las manos. Les pedí a los demás que fueran poniendo la mesa y después subí a mi cuarto.

-         ¿Entiendes por qué estamos aquí? – le pregunté.

-         Sí, porque tengo peor suerte que el que ganó la lotería y perdió el boleto.

-         Rayar un coche, Alejandro….

-         Michael llegó a considerar romper los cristales. Creo que esa opción fue mejor…

-         Ni esa, ni ninguna – repliqué. - ¿Desde cuándo la venganza es una opción?

-         Desde que se metieron con mi hermano.

¿Cómo podía alguien morir de orgullo y mirar con enfado al mismo tiempo? No sé cómo, yo lo conseguí.

-         Te digo lo mismo que a Michael. Te advertí que no les hicieras nada.

-         ¡No podía dejar que se fueran de rositas! – se justificó.

-         No se fueron de rositas. Les expulsaron. Que es lo mismo que podrían haberte hecho a ti, por algo así. ¡Rayar un coche, Alejandro! Es un delito. ¿Lo sabías?

Alejandro apretó los labios.

-         No… estaba seguro. Pero lo suponía.

-         ¿Y te dio igual? – le increpé.

-         Papá, responda lo que responda a eso estoy frito – me dijo. – No, no me dio igual. Pero sentía que esos tipos se merecían algo. Escribir lo que habían hecho para que todo el mundo lo viera parecía apropiado.

-         ¿Por qué? ¿Qué ganas con eso? ¿Hacerles sentir mal, tal vez? ¿Eso va a borrar lo que le hicieron a Ted?

-         No…

-         Todo el mundo va a pensar que fue él, y ni siquiera puedo pedirle que cuente la verdad demasiado alto, por miedo a que Michael tenga problemas con su expediente. ¿Pensaste en eso? ¿En las consecuencias reales que tiene saltarse la ley?

Alejandro me miró con los ojos muy abiertos.

-         Lo siento…

Respiré hondo.

-         Perdonado, campeón. Pero sabes que aún así habrá un castigo.

Casi le escuché gimotear. Me senté en la cama y le indiqué que se acercara. Lo hizo, arrastrando los pies, como si llevara cadenas en ellos. Tiré un poquito de él, hasta tumbarle, y le ayudé a colocarse.

-         Me enorgullece que des la cara por tu hermano, campeón, pero hay formas y formas – le dije, y con eso decidí comenzar.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ouch… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS … Arggg… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… Ai… PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… Ya, papá… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Snif…. Ya… PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS … Lo he pillado, lo he pillado, nada de rallar coches…  PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS PLAS PLAS
Dejé la mano sobre su espalda y le acaricié por encima de la camiseta.
-         Snif… fueron muchos, papá – me acusó.

-         Los mismos que a tu hermano.

-         Snif…

-         Ya está, mi vida. Ven…

Alejandro se levantó, pero no aceptó el hueco de entre mis brazos y se limitó a mirarme con el ceño fruncido. Pensé que ya habíamos dejado atrás esas reacciones… Últimamente buscaba mi consuelo después de un castigo.

-         Campeón…

-         Snif. ¡Yo no hice nada y aún así me pegaste! ¡Y no estamos en la iglesia para que haya pecado de pensamiento!
Salió a zancadas de la habitación y le dejé irse sabiendo que en ese momento me rechazaría. Dudé durante un buen rato. ¿Tenía razón? ¿Había sido injusto con él?


N.A.: ¡Muchas gracias por todas vuestras palabras de apoyo! :)



No hay comentarios.:

Publicar un comentario