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jueves, 20 de agosto de 2020

CAPÍTULO 115: FIN DE SEMANA (Parte 1): CUMPLEAÑOS

CAPÍTULO 115: FIN DE SEMANA (Parte 1): CUMPLEAÑOS
Aparqué detrás del coche de papá, frente a la casa de Holly. Finalmente habíamos conseguido llegar a tiempo. De hecho, nos sobraban un par de minutos. Quería tomarme unos segundos para respirar hondo antes de salir, pero Kurt se desabrochó de su sillita y abrió la puerta como si con cada segundo perdido muriera un gatito. Apenas fui capaz de alcanzarle y agarrarle de la cintura antes de que se alejara. Le hablé al oído todo lo serio que pude.
-         Nunca te bajes así, sin mirar y sin esperarme. ¿Y si hubiera venido un coche? Has salido por el lado de la carretera – le regañé.
Kurt me miró con ojos brillantes y temblorosos, sin rastro del entusiasmo que le había embargado hacía unos momentos.
-         Hablo en serio, Kurt. Eso no lo puedes hacer nunca, por más ganas que tengas de llegar a un lugar, ¿entendido? Si te pasa algo me muero, hermanito.

-         Perdón, Tete.
Me convencí de que había quedado claro, y me relajé. Le apreté contra mí y fingí que le daba un mordisco en el hombro.
-         Venga, bicho. Ayúdame con los regalos.
Papá y Michael llevaban las empanadas, Barie una bolsa con parte de los regalos y Kurt y yo el resto. Era una forma de mantener ocupado y cerquita al enano.
-         ¿Todo bien? – me preguntó papá.
Asentí, nervioso y sin ganas de entrar en detalles. No sabía si había llegado a ver la imprudencia del peque, pero la idea era pasar una tarde de celebración, y no quería empezarla con un hermanito triste y lloroso.
Pocas cosas se escapaban a la atención de papá, sin embargo. Se agachó hasta hincar una rodilla en el suelo y ponerse a la altura de Kurt.
-         No se sale del coche sin mirar, campeón – le dijo, y le besó la frente. – Yo sé que fue sin querer, pero hay que tener cuidado, ¿vale?

-         Sí, papi. Tendré cuidado.
Como siguiera siendo tan mono, me lo iba a comer de verdad, sin fingimientos. Sé que papá estaba pensando lo mismo, porque sonrió y le acarició la cabeza antes de levantarse y recoger la bolsa con las empanadas.
-         Tienes mucha suerte, enano – le hizo notar Alejandro. - Papá se ha vuelto más blando que una galleta en remojo. Debe de ser todo esto del amor, que le tiene idiotizado.
Papá le dio una colleja y yo decidí adelantarme y llamar al timbre antes de que alguien más quisiera poner a prueba la “blandura” de papá.
Holly abrió la puerta enseguida y empezó un saludo, pero un manchón rojo escapó de entre sus piernas y comenzó a saltar delante de mí.
-         ¡Pipí! – gritó uno de los trillizos. Cuando llevaba un rato con ellos sabía distinguirlos, pero así de golpe no supe cuál de los tres era.

-         Ehm… ¿tienes ganas de hacer pipí? – pregunté.

-         ¡Ño! ¡Pipí baño!

-         ¿Has hecho pipí en el baño, como los nenes mayores? – comprendió papá. - ¡Hala! ¡Qué bien!

Me dio la bolsa con las empanadas y se agachó para coger al bebé en brazos. El niño parecía contento por las felicitaciones y muy orgulloso de su pequeña proeza.

-         Me ha dicho un pajarito que hoy alguien cumple dos añitos.

-         ¡Yo! – exclamó el bebé, acompañándolo de una risita. Estaba muy inquieto y sobreexcitado.

-         Feliz cumpleaños, Avery – sonrió papá, y le dio un beso. Me sorprendió que pudiera diferenciarlos tan bien.

“Instinto de padre” me dije.

-         Felish cuñaños :3 – respondió el bebé, como si también fuera el cumpleaños de papá.

-         Se dice gracias, tesoro – intervino Holly, sin aguantarse la risa.

-         Ashas, tesoro :3

En es punto, nos reímos todos.

-         Pasad. Gracias por venir – dijo Holly. – Perdonad por ese recibimiento tan… entusiasta.

Avery se acomodó en los brazos de papá y balanceó los pies mientras canturreaba “pipí, pipí, pipí”.

-         Es la cosita más adorable del mundo – exclamó Barie, haciéndose eco de lo que estábamos pensando todos.

Papá le levantó por encima de su cabeza y tuve un flashback de las miles de veces que le había visto hacer eso con mis hermanos.

-         ¿Y los otros cumpleañeros? ¿Dónde están? – preguntó, mientras el mocosito se revolvía en carcajadas.

-         En el jardín, con los demás. Avery y yo justo volvíamos del baño.

-         ¡Baño! Pipi :3


-         Si, cariño, ya todos saben – sonrió Holly, entre divertida y avergonzada.


-         BLAINE’S POV –
“Cuarenta y cinco bolitas, cuarenta y seis bolitas…”
-         ¡No entiendo por qué no podían esperar, nada más! – la melodiosa voz de mi tío se alzó por encima de cualquier otro sonido de la casa.
“Cuarenta y seis… no, cuarenta y siete…”
-         ¡Y encima le has pedido a Sam que hoy no vaya al conservatorio!
“Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve…”
-         Mira, Aaron, me estás poniendo la cabeza como un globo. Son mis hijos, y si quiero sacarles una hora antes por el cumpleaños de sus hermanos, puedo hacerlo – replicó mamá. - Esta familia ya ha pasado por demasiado y si hay algo que les haga un poco de ilusión lo pienso explotar al máximo.
Las clases en nuestro colegio terminaban muy tarde y le habíamos suplicado a mamá que nos dejara salir antes. Queríamos preparar una celebración en condiciones, porque además aquel podía ser el primer cumpleaños que los bebés recordaran, aunque fuera fugazmente. Por lo menos, queríamos que resultara mejor que su última fiesta, que apenas pudo llamarse tal. Hubo tarta, pero eso fue todo. Papá había muerto, habían embargado nuestra casa porque tenía deudas de las que mamá no sabía nada y acabábamos de mudarnos con el tío. Él odiaba vivir allí, por los recuerdos que le traía, y nosotros añorábamos nuestro antiguo hogar, en especial las habitaciones espaciosas donde no tenías que saltar por encima de alguien para llegar a tu cama. La casa de Aarón era una vivienda unifamiliar apropiada para un matrimonio con dos o tres hijos, pero se quedaba pequeña para trece personas.
Había una sola cosa en el mundo capaz de unir a todos mis hermanos: los trillizos. El instinto de protegerles y hacerles felices era lo único que podía hacer que dejásemos de pelear. Leah lo expresó muy bien en una ocasión: “a ver si es posible que tres de diez no salgan jodidos”. Yo hubiera dicho “tres de once”, pero ella dejaba a Sam al margen siempre que podía.
El caso es que estábamos comprometidos con la organización de la fiesta perfecta.
-         Nadie está diciendo que les quites la ilusión, solo que les enseñes que primero van las obligaciones – replicó Aaron.

-         Ninguna obligación es más importante que su familia. ¿Quieres calmarte? Ellos querían ayudar, querían organizar la fiesta y me ha parecido un detalle precioso. En el colegio no han puesto pegas, ni siquiera me han preguntado cuál era ese “asunto familiar”. ¡Rayos, podía haberles sacado todo el día de haber querido, como hacen muchos, que adelantan un fin de semana para irse de viaje! Ahora, cierra el pico y cuelga esa guirnalda.

Mamá, el tío Aaron y Sean estaban con la decoración; Leah estaba vigilando a los bebés, y Sam y yo hacíamos bolitas de patata, jamón y queso en la cocina. 

Bolas de patata con jamón y queso

-         Cincuenta – me dijo Sam, atrayendo mi atención. - ¿Hacemos más o crees que así vale?
Observé todo lo que mamá había preparado: croquetas, sándwiches, salchichas, patatas y, por supuesto, la tarta. Además, creía que Aidan también iba a traer algo.
-         Me gustaría hacer más, pero no sé dónde vamos a colocarlo.

-         Sacaremos la mesa del comedor al jardín, no te preocupes por eso. Pero sí tienes que estar atento a que no haya ratones que se las coman antes de tiempo – me recomendó Sam. Le miré, confundido, y me fijé en su sonrisa. Entonces escuché una risita y atisbé el pelo de Scarlett, que se escondía detrás de la puerta.

-         Oh. Ya veo. Sal de ahí, renacuaja. Nadie va a tocar la comida hasta que llegue Aidan, ¿estamos? Ni siquiera tú, tus ojitos no van a convencerme esta vez.
Scarlett salió de su escondite y me miró con el puchero perfecto. Maldita mocosa adorable.
-         No, Scay. Tienes que esperar hasta que estemos todos.

-         Pero falta mucho – protestó.

-         Acabamos de comer – declaré, sin dejarme conmover.
Era raro que Scarlett tuviera hambre, sin embargo. Las comidas siempre eran una pelea con ella, así que intercambié una mirada con Sam, que parecía tan extrañado y contento como yo.
-         Eres malo – me acusó, y se pegó a la cintura de Sam con un abrazo desamparado, como pidiéndole que la defendiera y me dijera él también lo malo que era.

-         Mmm. Si quieres una bolita vas a tener que trabajar para ganártela. Lávate las manos y ayúdame – le instruyó Sam. El rostro de Scarlett se iluminó y asintió frenéticamente.

Entre los tres hicimos unas cuántas más, las pusimos a freír y después cogimos una cada uno. Scarlett sonreía plenamente, como si fuera un manjar de dioses. A veces era catártico estar a su alrededor. Era inocencia pura. Pero protegerla de la maldad del mundo se volvía un trabajo de veinticuatro horas. Sean ya no podía contar con cuánta gente se había peleado porque no se habían portado bien con ella.

Llevamos las cosas al jardín porque era la única zona espaciosa de la casa, aunque tampoco era muy grande, especialmente si iba a tener que albergar a veintitrés personas.

Cuando terminamos de colocar todo y ya no quedó nada que hacer, empezaron a comerme vivo los nervios. Fui a mi cuarto a repasar mi mochila por décima vez. Había metido un pijama, ropa interior, un cepillo de dientes, un peine, mi cargador del móvil y un cómic. Todo lo que creía necesitar para dormir en casa de Aidan. Excepto por una pequeña cosa, pero aún no había terminado de decidirme al respecto. Era demasiado arriesgado, incluso para alguien como yo, cuyo instinto de autopreservación estaba estropeado, según decía todo el mundo.

Finalmente, acallé las pocas voces de sensatez que pudiera haber en mi cabeza y caminé con sigilo hasta el mueble que Aaron mantenía cerrado. La verdad, si vas a guardar algo con llave, deberías preocuparte de esconder mejor la llave. Aaron la tenía en el primer cajón de su cuarto y no me costó nada cogerla, aprovechando que todos estaban ultimando detalles. Abrí el mueble y cogí el último objeto de mi equipaje de una noche. Después lo dejé todo cerrado, la mochila en mi cuarto y la llave en su sitio para ir con los demás.

Los enanos, West incluido, se habían dormido una siesta, así que mamá fue a despertarlos y Sam se colgó la cámara al cuello para empezar con las fotos. Era una cámara semiprofesional, que se había comprado hacía un par de años. Captó a la perfección la cara de inmensa sorpresa de los bebés al ver la casa llena de globos y la sonrisa de Tyler antes de ponerse a perseguir uno. Sus manitas torpes no lograban atraparlo, porque sin darse cuenta la corriente de aire que provocaba al correr alejaba el globo de su lado.

Mamá se llevó a Avery al baño y en ese momento llamaron al timbre. La garganta se me hizo un nudo y no reaccioné hasta que escuché un “click” y vi el flash de la cámara de Sam. Me había hecho una foto a traición.

-         Respira, Blaine – se rio. – No es la primera vez que le ves.

“No, pero me voy a dormir a su casa”.

-         Cállate.

-         Es el novio de mamá, no el tuyo – me recordó Sean.

-         Chúpame el pie – repliqué.

Sean iba a responderme algo ingenioso, pero en ese momento Michael entró al jardín, llevando a Hannah de la mano. La niña contribuía a que él me diera un poco menos de miedo, tenía una expresión más relajada de la habitual. Los demás les seguían de cerca. Kurt sonreía y al mismo tiempo nos miraba a todos con timidez. Zach fue a saludar a Jeremiah, y Ted, más educado, empezó a saludarnos a todos. Leah le quitó la cara para que no le diera un beso y yo le di un pisotón para que dejara de hacer el idiota. Era la fiesta de los enanos, habíamos quedado en que todo tenía que salir bien.
Hubo varias conversaciones simultáneas a mi alrededor.
-         Feliz cumpleaños, peques – exclamó Barie (ya me había dado cuenta de que todos la llamaban así). Tyler sonrió y Dante fue a esconderse detrás de Sam.

Bárbara no desistió y se agachó a su lado.

-         ¿Cuántos cumples, Dante? – le preguntó Sam, para animarle a hablar con ella. Mi hermanito levantó dos dedos. No podría culpar a la niña si decidía comérselo, era realmente mono.

-         Coged un vaso – sugirió Aaron. - ¿Qué os apetece beber?

Sam y él se dedicaron a servir bebidas, pero yo apenas presté atención, porque Aidan todavía no había aparecido. Entré a casa y entonces le vi en el salón, agachado junto a Dylan.

- No te preocupes, campeón. Entramos cuando estés listo, ¿sí? – le decía.
El niño asintió y miró en mi dirección con inseguridad, como si le asustara salir al jardín. Había tenido ocasión de presenciar en el acuario una de sus crisis y me entristecía pensar que estar en mi casa pudiera provocarle otra. Me acerqué a ellos lentamente.
-         Hola, Dylan. ¿No quieres ir al jardín? – pregunté. Me miró fijamente sin decir nada. Estaba acostumbrado a que Scarlett hiciera eso, así que le hablé de la misma manera que a mi hermanita. – Hay patatas.

-         No t-tengo ha-hambre. Me q-quiero q-quedar aquí.

-         Mmm. Pero aquí no hay nadie.

-         Por eso.
Vaya. Sí que se parecía a Scay. Entonces tal vez…
-         ¿Has visto un erizo alguna vez? – pregunté.
Capté un brillo de curiosidad en sus ojos.
-         No.

-         ¿Quieres verlo?
Tardó unos segundos en responder.
-         S-sí.

-         Se llama Púas, y es el erizo de mi hermana. Pero Púas también quiere ir a la fiesta, así que si quieres conocerle vas a tener que salir.
Dylan hinchó los mofletes de una forma muy graciosa, como West cuando jugábamos al escondite y decía que Max hacía trampas.
-         ¿Qué dices, Dylan? – me apoyó Aidan. - ¿Me ayudas a llevar estas bolsas afuera y así vamos a conocer a Púas?
El niño guardó silencio por casi un minuto, pero Aidan no dio signos de impacientarse así que yo también aguardé, imaginando que eso debía de ser habitual cuando mantenías una conversación con Dylan. Al final, aunque no muy seguro, asintió.

-         AIDAN’S POV –
El pequeño Avery parecía cómodo entre mis brazos. Apoyó la cabeza entre mi hombro y mi cuello y su piel se sentía tibia y suave.
-         Vamos a tener un problema – le dije a Holly.

-         ¿Cuál? – preguntó, desorientada.

-         Pues que no me pienso separar de él.
Holly sonrió amorosamente.
-         No te separes – respondió.
Sin embargo, le bebé tenía otros planes y estiró los brazos hacia su madre. Suspiré, con pesar exagerado y se lo devolví.
-         Solo te lo estoy prestando. Ahora es mío – declaré.
Ella soltó una risita ligera que le restó varios años de vida.
-         Vamos, pasad. Estáis en vuestra casa – señaló Holly, apuntando a una puerta que, según deduje, debía de dar al jardín.
Michael y Hannah fueron los primeros en aventurarse, porque a la hora de la verdad a Kurt y a Barie les dio algo de vergüenza. Pero poco a poco, todos fueron yendo hacia allá, excepto Dylan. Él se puso a mi lado y tiró de mi chaqueta. Emitió un claro sonido de protesta.
-         ¿Qué pasa, cariño? – preguntó Holly. Dylan se puso detrás de mí, utilizándome de escudo.

-         No conoce el lugar – expliqué. – Y no está preparado para ir con los demás todavía.

-         Oh, vaya.

-         No te preocupes, enseguida vamos.
Sonreí para que Holly viera que todo estaba bien y me quedé intentando tranquilizar a Dylan. Era normal que mi peque tuviera algunos reparos, estábamos en territorio desconocido y además se escuchaban muchas voces. Los conocía a todos, pero no dejaba de ser abrumador para él.
Blaine se acercó y me echó una mano y su estrategia resultó efectiva. Dylan accedió a pasar al jardín, aunque no se separó de mí por un buen rato. Nos quitamos los abrigos y los dejamos amontonados en una silla.
-         ¿Qué vas a tomar? – le preguntó Aaron a Dylan, mientras le tendía un vaso de plástico. Mi enano miró el vaso sin hacer ninguna intención de cogerlo, pero Aaron no se inmutó. – Tenemos Fanta de naranja, de limón, Coca-cola y Aquarius. Y agua, claro.
Dylan siguió sin responderle.
-         ¿Le pongo Coca-cola? – me preguntó a mí.

-         Sí, por favor. Sin cafeína.

Le llenó el vaso y se lo volvió a ofrecer, pero Dylan no lo tomó. Miraba el recipiente como si fuera la primera vez que veía uno. Aaron observó el vaso con atención.

-         ¿Qué tiene? – se interesó.

-         C-coca-cola, la a-acabas de echar – respondió Dylan, tan literal como siempre. - ¿T-tienes problemas de m-memoria?

Por lo menos había roto su silencio, aunque hubiera preferido que se hubiera ahorrado la última pregunta. Las personas que no conocían mucho a Dylan tendían a pensar enseguida que era descortés. Era muy directo y se tomaba todo al pie de la letra. Pero yo sabía que no pretendía hacerse el gracioso ni burlarse de nadie.

-         No, lamentablemente no. Tengo una memoria perfecta – replicó Aaron. El tono impersonal de su voz me dio escalofríos, pero la sensación duró solo un segundo. - ¿Por qué no quieres cogerlo, entonces? ¿No te gusta?

-         Son todos iguales – dijo Dylan, como si eso lo explicara todo.

-         Le preocupa que luego no sepa cuál es el suyo – aclaré, algo avergonzado por aquella manía. Por regla general, aunque la posibilidad de confundir vasos sea muy real, la gente no se ponía tan demandante con ese tema.

Aaron estaba en todo su derecho de extrañarse y de responder que eran los únicos que tenían, pero en lugar de eso tomó un rotulador de su bolsillo, con el que presumiblemente habían hecho algunas de las pancartas decorativas, y escribió el nombre de mi hijo.

-         Esa es una buena observación. Ten, así nadie podrá confundirse.

Dylan aceptó el vaso por fin, satisfecho.

- Gracias.

-         No hay de qué.

Vale, Aaron había ganado un minipunto, pero solo un minipunto, por ser amable con mi enano.

Blaine reapareció en ese momento, llevando algo en las manos.

-         Mira, Dylan. Este es Púas.

Una bolita de ojos vivaces y expresión curiosa nos miró desde el huequito acogedor que formaban las palmas de Blaine. Movía la nariz de forma graciosa, olisqueando el ambiente.  Debía admitir que era absolutamente adorable. 


Dylan fijó la mirada en el animalito, sin apenas parpadear, casi sin atreverse a respirar.
-         ¿Quieres cogerlo? – preguntó Blaine, pero Dylan negó con la cabeza. - ¿Y tú? – me ofreció a mí.

-         Esto… vale.

Depositó al erizo suavemente sobre mis manos. Era una textura extraña al tacto, pero no tuve mucho tiempo para disfrutar de ella porque el bichejo no se quedó quieto como cuando Blaine le sostenía, sino que se paseó por mis manos y tuve que moverme con rapidez para que no se cayera.

-         ¡Le estás asustando! – me acusó una voz chillona. Me costó darme cuenta de que se trataba de Scarlett, ya que la niña rara vez me hablaba y mucho menos gritaba.

Se acercó rápidamente y cogió al erizo con ademan protector.

-         No pasa nada, Púas – le dijo, mientras le acariciaba.

-         Pe-perdona – murmuré. 

-         Tienes unas manotas muy grandes – me regañó. – Y hueles raro para él.

-         No quería asustarle – la aseguré.

-         Ya sé. Pero si se asusta te morderá. Y si te muerde habrá que echarte Betadine. Y el Betadine escuece mucho.

Aquella era, quizá, la conversación más larga que había tenido con esa niña.

-         Gracias por salvarme del Betadine – respondí, conteniendo una sonrisa.

-         De nada. Le puedes coger si quieres – añadió después, pero creo que le costó un poco. – Con cuidado. No le gustan los movimientos bruscos.

Blaine nos observaba con gran interés, creo que él también estaba asombrado de lo mucho que su hermana estaba hablando conmigo. ¿Quizá empezaba a tenerme confianza? Al fin y al cabo, en el acuario había llegado a sentirse muy cómoda.

Como sabía que el mejor camino para llegar hasta ella eran los animales, estiré los dedos despacito hacia el erizo. El animalito me olisqueó la mano y después Scay dejó que se subiera a ella.

-         Hola, cosita – le dije. – No tengas miedo, no te haré nada.

Varios de mis hijos se habían acercado para ver qué hacía y Alice, Hannah y Kurt me observaban embobados.

-         ¿Es un ratoncito? – preguntó Hannah.

-         No, cariño. Es un erizo.

-         Mira, Scay. Púas tiene admiradores – le dijo Blaine. - ¿Por qué no les cuentas cosas sobre los erizos?

-         Mmm. Cuentales tú – susurró, y se refugió detrás de su hermano.

Dylan tiró de mi manga para que le prestara atención.

-         ¿Pincha? – me preguntó.

-         No, peque.
Me tendió las manos como para que se lo diera y me preocupó que le pudiera morder. No es que pareciera un bicho peligroso, pero quería ahorrarle cualquier dolor a mi niño. Miré a Blaine con inseguridad, pero él estaba ocupado intentando retener a Scarlett, que quería alejarse de allí, pues no le gustaba ser el centro de las miradas.
Finalmente, con mucho cuidado, le entregué el erizo, que sorprendentemente se quedó muy tranquilo hecho una bolita. Dylan le hizo un par de caricias y después se fue a sentar a una silla con él encima. Scarlett orbitó a su alrededor, como si fuera incapaz de alejarse mucho de su mascota. En cuanto se convenció de que estaba en buenas manos, se relajó y se sentó en el suelo cerca de Dy. Blaine, por su parte, se ocupó de que mis peques no agobiaran al animal. Les distrajo fácilmente y les prometió que después podrían acariciarlo.
Feliz de que Dylan hubiera encontrado algo de su agrado en aquella fiesta, fui a saludar a los trillizos que me faltaban. Por supuesto, estaban con Barie.
-         Feliz cumpleaños – les dije.

-         Tyler así :3 – me respondió uno de los bebés, levantando tres deditos.

-         No, mi vida. Así – le dije, bajándole uno. – Dos añitos. ¿Y cuántos tiene Dante?

-         Dosh :3

-         Eso es, bebote – sonreí, y le hice una caricia.

-         Papi… ¿los regalos? – me dijo Barie. – ¿Se los damos ya?

-         No veo por qué no.

Fui a buscar las bolsas que habíamos traído. Las empanadas ya estaban en la mesa y el resto de las bolsas se habían quedado junto a los abrigos. Para mi sorpresa, estaban vacías. Extrañado, busqué alrededor y vi que los paquetes, aún envueltos, estaban en la basura.

-         ¿Qué ocurre? – me preguntó Holly.

-         Los regalos de los bebés – expliqué, señalando dónde estaban. -  No te preocupes, ahora los saco…

-         ¿Pero quién los puso ahí? – se sorprendió y después soltó un suspiro, como si hubiera caído en quién era el culpable. – West, ven para acá.

El aludido hizo exactamente lo contrario, y trató de meterse debajo de la mesa de la comida. Sam fue más rápido y le sacó de ahí.

-         ¿Qué hiciste ahora, mocosito? – le preguntó, cariñosamente.
Holly se acercó y le cogió en brazos.
-         West. ¿Has tirado tú los regalos? - le interrogó.
El niño arrugó la cara, enfurruñado.
-         ¡No había ninguno para mí! – protestó.

-         Peque, porque es el cumpleaños de tus hermanitos… - empezó Holly.

-         Eso no lo sabes – intervine yo. – Resulta que yo había traído una bolsa de chuches para celebrar este día tan bonito, pero ahora me la voy a tener que comer yo solo.
West abrió mucho los labios.
-         ¿Tú solito?

-         Claro… Los niños que tiran los juguetes de los demás no sé yo si se merecen chuches.

El pequeño puso un puchero.

-         Lo siento – lloriqueó.

-         Cariño, cuando los demás reciben un regalo, tenemos que alegrarnos por ellos – le explicó Holly. – Cuando quieres a alguien, te alegras de que le pasen cosas buenas. En tu cumpleaños, te harán muchos muchos regalos a ti.

-         Snif… Pero es que todo es para los bebéeees – se quejó.
Pobrecito, el síndrome del hermano desplazado y por triplicado.
-         Todo no, peque. Esta fiesta no es solo de ellos, es también tuya. Es de todos, para que lo pasemos bien – le dije. - ¿O es que acaso alguien te dijo que no podías coger sándwiches, o patatas?

-         Snif. Ño…

-         Pues entonces, pollito – me apoyó Holly, y le dio un beso en la mejilla. El niño se lo devolvió tiernamente.

-         Snif… ¿me das chuches? – me preguntó.

-         Mmm. Si me das un beso a mí también.

West parecía confundido por la petición y buscó una confirmación en su madre.

-         Anda, tesoro – le animó.

Le vi dudar tanto, que pensé que le estaba forzando a hacer algo que no quería. Ya iba a decirle que no hacía falta, cuando el pequeño estiró los brazos hacia mí. Sintiendo algo cálido a la altura de mi pecho, le agarré y dejé que se aferrara bien con manos y piernas. Después, noté sus labios en mi mejilla.

-         Ah, con este beso tan grande sí voy a querer compartir mis chuches – le dije y, sin soltarle, caminé hasta mi abrigo y rebusqué en el bolsillo hasta sacar un paquete de caramelos.

-         ¡Bieeeen!

Holly recogió los regalos antes de que pudiera hacerlo yo. Por suerte, la basura aún estaba vacía, así que los paquetes no se habían ensuciado.

-         No hacía falta que trajerais nada… - me dijo, pero no la dejé continuar.

-         Bobadas. Barie me hubiera asesinado, pero además yo también quería traerles algo.

Holly sonrió y reunió a los niños. Se sentó con los bebés para ayudarles a romper los envoltorios.

-         ¡Osito! – exclamó Avery.


Les habíamos comprado un oso de peluche para cada uno, idea de Barie. 


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-         ¿Qué se dice, peques? – preguntó Aaron.

-         Ashas :3 – dijo Avery.

Sin duda, era el más despierto de los tres. Dante había optado por abrazar su peluche como si quisiera comprobar cómo de blandito era. Vi a Sam lanzar un par de fotos.

-         Hay más – dijo Barie y les tendió el siguiente paquete.

Holly lo abrió y yo le expliqué lo que era:

-         Es una alfombra musical.


-         ¡Mira, Tyler! ¡Para hacer música como tus hermanos! 
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El bebé aplaudió y agarró la caja intentando abrirla. Holly le ayudó a sacar el juguete y los tres niños se pusieron a probarlo de inmediato.

-         Muchísimas gracias – dijo Holly. – Van a estar todo el día con esto.

-         Entonces no sé si vas a querer dar las gracias o maldecirnos – repliqué, con una sonrisa. – Queda uno más.

-         Ese último es para ti – susurró Ted.

-         ¿Para mí? – se extrañó Holly, mientras lo abría.

-         Para ti y para ellos – matizó él.

-         Es ropa – aclaré. – Sé que crecen rapidísimo y que de un día para otro ya no les vale nada y uno no sabe cómo vestirlos.
Holly sonrió y desenvolvió los conjuntos con mucho cuidado, casi con ceremonia.
-         Venga, ¿alguna forma más de restregarnos que tienen pasta? – se escuchó resoplar a Leah.

-         ¡Hija!  - regañó Holly.

-         Mamá, aclárame algo. El domingo vienen algunos de los niños de la guardería de los trillis, ¿verdad?

-         Ehm… sí…

-         Hoy era una fiesta familiar. Entonces, ¿por qué rayos les has invitado a ellos? – inquirió, solo que no estaba mirando a su madre. Me miraba directamente a mí, para dejar bien claro que no éramos bienvenidos.


N.A.: Siento que este capítulo sea tan corto, estoy teniendo unos días algo complicados.
Aprovecho para disculparme también por tardar con mis otras historias. No he abandonado ninguna, si alguna vez eso pasa, que no creo, lo avisaré.

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