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domingo, 30 de agosto de 2020

CAPÍTULO 116: FIN DE SEMANA (Parte 2): ¡MENTIRA!




CAPÍTULO 116: FIN DE SEMANA (Parte 2): ¡MENTIRA!

Las palabras de Leah fueron como un jarro de agua fría en medio de un sueño placentero. Varias sonrisas se quedaron congeladas en los rostros que me rodeaban, entre ellas la de papá. Le vi abrir la boca para decir algo, pero Aaron se le adelantó:
-         Leah, discúlpate ahora mismo.

-         ¿Por qué? ¿Por decir la verdad? – replicó ella.

-         Porque lo digo yo – gruñó Aaron, elevando la voz más de lo necesario. – Y lo harás si sabes lo que te conviene.
Vaya. No estaba seguro de que el autoritarismo recurrente mezclado con amenazas poco sutiles fuera la mejor estrategia con los adolescentes del siglo XXI. En otra época, tal vez hubiera funcionado. Pero las personas somos hijos de nuestro tiempo y, por lo general, respondemos según lo que creemos que nos merecemos. Hubo un pasado, quizás no muy lejano, en el que los padres no razonaban con los hijos, pero ya no era así, ni estaba bien visto socialmente como antes, ni Leah parecía dispuesta a aceptarlo... Además, él ni siquiera era su padre, sino su tío. Por lo que sabía de Aaron, esa era la forma habitual de hablar con sus sobrinos y no le funcionaba demasiado bien. Conseguir que alguien se calle porque le da miedo responderte no enseña nada. No la había hecho reflexionar sobre su actitud, sino que simplemente la había silenciado, intimidándola… Papá también recurría alguna vez a frases como aquella, pero cuando él lo hacía no se sentía tan amenazador, quizá porque le conocía o porque había una diferencia entre ponerse serio y agresivo.
-         Que me chupes el coño, eso es lo que me conviene.
“Glup. Vale, retiro lo de antes. No parece precisamente amedrentada” pensé. ¿Tantas ganas tenía de morir? Aaron era de mecha corta, pero ella tampoco lo ponía fácil.
-         ¡Leah! – exclamó su madre.
Holly hizo ademan de levantarse, pero tenía a uno de los bebés encima y no fue lo bastante rápida. Aaron se abalanzó sobre su sobrina, y le golpeó en la cara con el revés de la mano. En su defensa diré que no fue un golpe fuerte como para dejar marcas, pero algo dentro de mí se revolvió ante la imagen.
“Con nosotros delante… qué hará cuando no estemos… Papá jamás nos pega así… Es tan humillante… Con el revés y no con la palma, con nudillos y todo… No se ha caído el suelo… Bueno, es que solo faltaba… En parte se lo merecía… No, no se lo merecía… Se estaba pasando… Ella no debió hablarle así, pero… “
Mi mente elaboró varios pensamientos inconexos y contradictorios y mis puños se cerraron solos, pero fue Alejandro el que agarró a Aaron del cuello de la camisa.
-         ¿Qué te pasa, estúpido? ¿Cómo le vas a pegar así a una mujer?

-         No es una mujer, es una mocosa malcriada.
La mocosa malcriada en cuestión salió corriendo, tocándose la mejilla y con lágrimas en la cara.
Papá separó a Alejandro rápidamente y le alejó de Aaron.
-         Tranquilo. Tranquilo, Jandro.

-         ¡Papá, pero tengo razón! – protestó mi hermano, y ya no escuché nada más porque me concentré en Holly, que se estaba debatiendo entre ir tras su hija o asesinar a su hermano.

-         Dime ahora que he exagerado – dijo Aaron. – Porque yo creo más bien que me he quedado corto.
Holly abrió la boca y luego la cerró, como si no supiera qué decir. Finalmente, se marchó por donde se había ido Leah.
-         Y ya se jodió el cumpleaños – suspiró Blaine, dejándose caer, derrotado, sobre una silla.

-         A ver, merecido se lo tenía – murmuró Michael. – No le ha dado un puñetazo, Alejandro, le ha cruzado la cara.

-         No hagáis caso a lo que ha dicho, sois bienvenidos aquí – declaró Aaron.

-         Dialogar un poco no te hubiera matado – replicó papá.

-         No me puede hablar así. No hay diálogo que valga.

-         Si no la hubieras amenazado… - dejó caer Sam. – Ya no tiene la edad de Max, no la puedes obligar a disculparse.

-         Claro que puedo.

-         Para que sirva de algo, tiene que ser sincero – insistió Sam. - Eso ha sido una demostración de poder y, con lo orgullosa que es, no había forma de que se lo tomara bien. Si la hubieras enviado a su cuarto, mamá hubiera ido después a hablar con ella. En privado, que es como se hacen estas cosas.
Tantas conversaciones cruzadas me iban a dar dolor de cabeza y quizá por primera vez en mi vida entendí cómo se sentía Dylan cuando estaba rodeado de mucha gente. Me hubiera gustado que todo el mundo se callara, aunque fuera por un segundo, pero en lugar de eso se escuchó un gimoteo. No sé si por la tensión de la situación o porque su madre se había ido, dos de los bebés empezaron a lloriquear. Papá relajó su expresión y su postura y se concentró en ellos. Cogió a uno en brazos, Avery, creo, y Sam al otro, que debía de ser Dante. El tercero estaba tranquilamente sentado en el suelo.
 – Shhh. Tranquilo, peque, ya viene tu mami. No llores, chiquitín. No pasa nada.
-         Ese tipo es un bruto – me dijo Alejandro. Asentí, de acuerdo con él en ese punto, aunque todavía no había sacado conclusiones sobre lo que acababa de pasar. Leah era… explosiva. – Y Michael le defiende, ¿te lo puedes creer?

-         No sé qué pensar. Papá nos hubiera matado a cualquiera de los dos si le hablamos así. Pero lo habría hecho de otra forma…

La indignación de Alejandro me pillaba un poco por sorpresa. Me pregunté si no tendría que estar yo igual de furioso. Mi opinión coincidía bastante con la de Sam, pero no sentía la misma rabia que Jandro, que parecía tan irritado como si hubiera presenciado un acto de violencia machista. El más protector con nuestras hermanas solía ser yo, pero en el fondo sabía que ni Barie ni sobre todo Madie eran tan delicadas. Para mí el problema no era que Leah fuera chica, sino que la acción en sí de golpear a una persona de esa manera me parecía mal. Aaron frenaba todos los conflictos con la misma contundencia, también lo había hecho con Sean en la piscina.  
Holly regresó en ese momento y su expresión era una mezcla de tristeza y enfado.
-         ¿Es imposible pasar un día, un solo día, sin discutir? – exclamó, exasperada.

-         No lo sé, pregúntaselo a tu hija – respondió Aaron.

-         Podrías haber dejado que yo lo manejara. Si ha reaccionado así por los regalos es porque le pasa algo, y ahora ya no voy a poder hablar con ella porque no quiere ver a nadie.

-         Si quieres puedo intentarlo yo – propuso papá. – Sé que no estoy entre sus personas favoritas, pero me gustaría arreglar eso.

-         Gracias, amor, pero no sé si es buena idea – dijo Holly. - Cuando está de este humor se cierra en banda. No va a querer escucharte.

-         A lo mejor tengo suerte.

-         Sí, mamá, déjale intentarlo – apoyó Blaine. – Seguro que él la convence para que vuelva.
La fe que Blaine tenía en mi padre, y esa forma de mirarle, como si fuera un superhéroe capaz de todo, me recordó a alguien y al principio no supe a quién.
“Tal vez a Kurt. O a Zach”.
“Puede ser, pero Kurt y Zach lo aprendieron de otra persona”.
“Ah, ¿sí? ¿De quién?”
“Pues de ti, estúpido. Blaine mira a Aidan exactamente igual que tú”.
Me ruboricé al comprender que era cierto y me alegré de que nadie más que yo pudiera tener acceso a mis pensamientos.
-         Está bien. Pero si te trata mal me lo dices… - suspiró Holly.

-         Bufff. Es Leah. Es evidente que va a tratarle mal – dijo Sean. Su madre y varios de sus hermanos le fulminaron con la mirada. – Vale, vale…
Papá le dio el bebé a Holly y se fue. El ambiente se quedó raro. A todos se nos había cortado un poco el rollo.
-         No me mires así – le increpó Aaron a Sam. – ¿Qué querías que hiciera?

-         Tenemos visitas – le recordó.

-         Que es probablemente el único motivo de que no haya ido tras ella para enseñarle a no ser tan grosera.

-         Basta – cortó Holly. – Esto es un cumpleaños. Blaine, cariño, ¿por qué no vas a por la piñata?

-         ¿¡Hay una piñata!? – exclamó Kurt, como si esa palabra mágica le hubiera resonado por encima de todo lo demás.

-         ¿Qué esh una “tiñata”? – preguntó Alice.

-         ¡Es una bolsa con chuches y tiras y caen y las coges! – explicó Kurt, agudizando la voz después de cada “y”, totalmente entusiasmado. Los peques sin duda eran idóneos para recuperar el espíritu festivo.

-         ¿No son los bebés algo pequeños para eso? – intervine, tímidamente. – Se pueden hacer daño…

-         Había pensado separarlos por edades – explicó Holly.
Blaine regresó no con una, sino con tres piñatas y varias cuerdas para colgarlas. Entre Sam, Michael y yo le ayudamos mientras los enanos observaban con creciente excitación. Sonreí al ver que incluso Dylan había dejado al erizo para curiosear a nuestro alrededor.
Finalmente, colgamos una muy bajita, apenas levantando del suelo. Esa sería para los trillizos, Alice y West. Después habría otra para Kurt, Hannah, Dylan, Max y Cole, y por último una más grande para Barie, Madie, Scarlett, Jeremiah, Harry, Zach y Sean. Harry intentó aparentar indiferencia, como si aquello le pareciera demasiado infantil, pero no me pasó desapercibido el brillo de anticipación en sus ojos.
La piñata de los más peques tenía forma de estrella, para deleite de Dante, que no paraba de gritar “estelita” mientras la señalaba.


La piñata de los otros peques tenía forma de nube y costó un poco evitar que Hannah tirara anticipadamente de la cuerda.


La última tenía forma de sol y Blaine quería colgarla muy alto para ponérselo difícil, pero Sam le recordó que tenían que ponerla de manera que fuera accesible para Jeremiah.

Mientras las colocábamos, pude escuchar que Holly y Aaron discutían algo apartados de los enanos, pero lo suficientemente cerca de mí como para que pudiera entender lo que decían:
-         … así que vamos a pasar el resto de la tarde en paz – pidió Holly.

-         No sé por qué te pones así. Esa niña tiene la boca demasiado grande.

- Leah tiene la boca grande, pero tú, Aaron, tienes la mano muy larga. Tú eras el que les cubría las travesuras, ¿recuerdas eso? Y abogabas por ellos.

-         Sí, y claramente fue un error, porque están fuera de control.

-         No estoy segura de quién está fuera de control aquí – replicó ella. – No sé qué te ha dado la impresión de que malcrío a mis hijos, pero yo tampoco les permito que hablen así. Simplemente, no dejo que el enfado se lleve lo mejor de mí. Tú mejor que nadie sabes lo que se siente cuando te llevas con más facilidad un golpe que un beso.
Eso último me sorprendió. ¿A qué se refería Holly?
-         Empiezo a cansarme de que me compares con nuestros padres.

-         Yo ya estoy cansada de que te comportes como ellos.

Aaron agarró a su hermana del brazo, tan furioso que sentí que debía intervenir. Me acerqué y, cuando estuve a su lado, me detuve, incómodo y sin saber qué hacer o decir. Por suerte mi sola presencia había contribuido a calmar los ánimos. Aaron se apartó y juraría que le vi respirar hondo.

-         Perdona, no debí decir eso – susurró Holly. – No es verdad. Pero me da miedo que algún día lo sea.

Esas palabras afectaron a Aaron visiblemente y a mí terminaron de confirmarme que no habían tenido la mejor de las infancias.

-         Ted – me saludó Holly, mucho más alegre de pronto. – ¿Ya habéis terminado? Para vosotros también hay una, pero está colgada en el garaje. Tuve que ponerla ahí para que Blaine no la viera. Te lo digo de verdad, es imposible darle una sorpresa a ese chico.

Sonreí, vergonzoso.

-         No hacía falta.

-         Claro que sí. Y no me salgas con que ya estás muy grande, porque hasta le he hecho prometer a Sam que él también participaría.

-         Es cierto – corroboró Sam, detrás de mí. – Lo hago totalmente coaccionado y sin ningún tipo de deseo por mi parte – añadió, con mucho sarcasmo y una sonrisa.

-         Holly me hizo una piñata incluso cuando cumplí dieciocho – intervino Aaron, haciendo un esfuerzo por animar su rostro sombrío. – Es una tradición obligatoria en nuestra casa.

-         Da gracias a que te libras de esta – repuso ella, con mucha dignidad. – Todavía puedo obligarte, que lo sepas.

Me entró un pequeño ataque de risa al ver la expresión ultrajada de Aaron, pero eso no me distrajo de apreciar la feliz coincidencia de que Holly también se empeñara, como papá, en llenar las ocasiones especiales de tradiciones y juegos divertidos.

-         ¡Mami! – exclamó West. - ¿Ya podemos?

-         Hay que esperar a que vengan Leah y Aidan, cariño.

-         ¡Jooo!

-         Ya no van a tardar, enano golosito – le tranquilizó Holly, y fue a hacerle cosquillas.
West salió corriendo entre risas y pude ver desde la distancia la envidia en los ojos de Kurt. Holly se dio cuenta también, así que le incluyó en el juego. Me derretí por dentro al escuchar reír a mi hermanito, y después a Alice y a Hannah cuando se sumaron. Sam se unió para igualar la persecución, atrapó a Alice y la elevó en el aire, fingiendo que le mordía la tripa.
Blaine cogió la cámara de Sam y se puso a hacer fotos, pero yo decidí que ese momento quería tenerlo en vídeo y lo grabé con el móvil.
-         Wow, un Iphone… Y de los caros. Mi hermana tenía razón, os sobra la pasta – dijo Sean, al ver mi teléfono.

-         No, esto… esto fue un regalo…

-         Pues menudos amigos tienes, que pueden gastarse tanto.

-         No fue un amigo. Fue mi padre biológico – mascullé. Me pregunté si ese regalo había tenido intenciones ocultas. Es decir, era probable que fuera un “gesto de buena voluntad”, para demostrar que estaba dispuesto a interesarse mínimamente por nosotros, pero a la luz de los últimos acontecimientos tenía que plantearme si no era una forma de comprarme para que más adelante estuviera dispuesto a donarle un órgano. Sacudí la cabeza para sacarme esas ideas.

-         ¿El borracho drogadicto putero? – preguntó.

-         Wow. Oye…

-         Si vas a decirme que no hable así, ahórratelo, que ya tengo catorce años – bufó.

Iba a responder que “solo” tenía catorce años, pero decidí omitirlo. En realidad, sí que tenía edad suficiente como para saber qué significaban aquellos términos. Al fin y al cabo, tenía un año menos que Alejandro, pero por alguna razón me parecía más pequeño e inmaduro que mi hermano.

-         Borracho y putero sí es. Drogadicto no lo sé, aunque no me extrañaría que haya probado algunas cosas – le aclaré. Si lo que buscaba era olvidar lo que veía y hacía en su “trabajo” quizás había probado algo más fuerte que el alcohol. - ¿Quién te contó eso?

-         Nadie, es solo cómo le llama mi tío cuando intenta entender vuestra historia familiar y cree que no le oímos. Mi madre le contó que Aidan es vuestro padre a todos los efectos, así que se refiere al otro como el “borracho, putero y drogadicto”.

-         Puede que algunos de mis hermanos te lo roben – le dije. – Pero nosotros le llamamos “Andrew”, aunque yo antes me refería a él como el “Innombrable”. Y sí. Él me regaló el móvil.
Un llanto fuerte e infantil nos interrumpió. Kurt se había caído y al parecer se había hecho daño en la rodilla. Michael y yo nos acercamos a la vez y el enano se aferró a mí sin dejar de llorar.
-         BWAAAAAAAAA

-          Shhh, peque. ¿Te duele mucho? Déjame ver.
Tenía una heridita no muy grande, pero le sangraba un poco.
-         Ya está, enano, no es nada – le decía Michael, mientras le acariciaba la cabeza.

-         ¿Qué pasó, azucarito? – preguntó Holly.
Kurt se vio súbitamente abrumado con tanta atención y dejó de llorar un segundo para extender sus manos hacia Holly. Sorprendió, dejé que se colgara de su cuello y entonces él retomó el llanto, pero más tranquilito, medio mimoso.
Holly empezó a hacerle masajitos en la espalda y se sentó con él encima. Le dio besitos en la frente y le miró bien la herida. Miró a Aaron sin decir nada y él se marchó, supongo que a buscar desinfectante y una tirita. Con tanto niño, aquella era una situación a la que estaban acostumbrados, igual que nosotros.
-         Shhh. Ya pasó, tesorito. Ya está, mi amor.

-         Snif.
Kurt se recostó sobre ella con su mejor cara de pucherito, pero al mismo tiempo le escuché suspirar pacíficamente. Se sentía cómodo y feliz entre los brazos de Holly. Si es que no estaba claro ya, en ese momento se consolidó la idea de que Kurt ya había hecho una elección al respecto del lugar que quería que Holly ocupara en su vida.

-         AIDAN’S POV -
Me recorrí la casa hasta llegar a las habitaciones. En mi cabeza no dejaba de repetir la escena de Aaron abofeteando a Leah y cómo su rostro se había ido congestionando contra su voluntad como respuesta al golpe. Si era sincero conmigo mismo, no podía decir que la chiquilla no se lo hubiera buscado, pero tampoco podía aprobar la reacción de Aaron. No me gustaban los escarmientos públicos que agregaban una humillación innecesaria y no me gustaban los golpes en la cara, porque los sentía menos como un castigo y más como una agresión, que además podía llegar a ser peligrosa si uno no controlaba la fuerza.
 Llegué a un cuarto que tenía la puerta cerrada y deduje que era el de Leah. En seguida me llegó el sonido de unos sollozos desgarradores y noté algo indescriptible en el pecho, como si algo me estuviera apretando el corazón. Tardé unos segundos en atreverme a llamar a la puerta.
-         ¡Te he dicho… snif... snif... que… snif… snif... te vayas… snif!
Apenas podía hablar, ahogándose con las palabras.
“Madre mía, esta niña tiene que calmarse o se va a poner enferma”.
-         No soy tu madre, Leah. Soy Aidan.
No me respondió, pero podía seguir oyendo sus sollozos. Preocupado, giré el manillar y casi me sorprendí cuando se abrió la puerta. Había esperado que estuviera bloqueada. Observé la habitación: era muy pequeña y había dos camas, una de Scarlett, llena de peluches y de un pato durmiendo que por un momento me hizo dudar si era un peluche más. En la otra estaba Leah tumbada, con la cara escondida en la almohada y su cuerpo entero temblando.
La habitación estaba muy poco decorada para pertenecer a dos adolescentes. Ni un solo poster, ni nada.
-         Hola – saludé, aunque no tenía esperanzas de obtener respuesta. Me acerqué a su cama lentamente. - Vamos, no llores así. Te va a doler la cabeza y se te va a revolver el estómago.
Como única señal de que me había oído, Leah sacó la almohada de debajo de su cabeza para ponerla encima, y taparse. La sujeté con cuidado.
-         Shh, no. Tienes que respirar. Calma, Leah… Tranquila.

-         Ve… snif… snif… Vete… snif…

-         No puedo irme y dejarte así.

Coloqué una mano en su espalda y se la acaricié en círculos. Vi que hacía esfuerzos por calmarse, quizá porque no quería mostrarse así de vulnerable delante de mí. Su llanto no se detuvo del todo, pero ya no respiraba tan angustiosamente. Rebusqué en mi bolsillo en busca de un paquete de clínex y se lo ofrecí. Ella lo cogió sin mirarme, sin levantarse y sin decir nada.

-         ¿Estás bien? – susurré. Fue una pregunta estúpida y no me extrañó que no la contestara. Tuvo que ladear la cara para sonarse y aproveché para acariciar su mejilla. Ella se congeló ante el contacto, como si la quemara. – Lo siento.

-         Snif… ¿Qué haces aquí?

-         Vine a ver cómo estabas. Y a hablar contigo.

-         Snif… No tenemos nada que hablar… snif

-         A mí me parece que sí. Pero después, cuando te sientas mejor – le dije.
Probé mi suerte otra vez y le acaricié el pelo. No me rechazó, por lo que continué con más seguridad. Lo tenía largo y rubio, ligeramente despeinado en ese momento, así que se lo coloqué con los dedos. Tuvo un efecto sedante sobre ella y su respiración se fue pausando cada vez más.
-         ¿Te envió mi madre? – me preguntó.

-         Me dejó venir.

-         Snif…

-         ¿Por qué te molestó que les hiciera regalos a tus hermanos? Es su cumpleaños, se supone que es lo que se hace en estos casos.

-         Te has gastado más de cien dólares en esos regalos. La ropa solamente es un pastón.
No había sido barata, era la verdad. Habíamos comprado tres conjuntos para cada bebé.
-         No importa cuánto haya costado. No lo hice para restregaros nada, tal como sugeriste, sino para tener un detalle con los bebés – me defendí.

-         “Un detalle” – replicó con sarcasmo. Suspiré.

-         Leah. No sé cuánto sabes de mí. Es verdad, ahora tengo dinero, pero no siempre lo tuve, así que sé cómo se siente uno cuando tiene que renunciar a cosas que todos los demás a tu alrededor dan por sentado. Sé que se pasa mal y que a veces da rabia ver que otros están en una mejor situación. Yo he tenido mucha suerte y ahora las cosas me van bien, y quiero aprovechar que puedo para hacer buenos regalos a las personas que son importantes para mí. No veo qué tiene eso de malo. Si lo piensas bien, ni siquiera fue tanto: somos trece personas, ni siquiera trajimos un paquete por invitado. Mi hija Barie quería comprar todavía más cosas, pero tampoco tuvimos tiempo de mirar más – expliqué. – No creo que esa sea la raíz del problema aquí. Lo que en verdad te enfada es que hayamos venido, ya que “no somos de la familia” – parafraseé.

Leah se puso de lado sobre la cama y después se fue incorporando hasta quedar sentada, pero no dijo nada.

-         Últimamente estamos pasando mucho tiempo todos juntos - proseguí. - Casi todos los fines de semana. Entiendo si eso resulta un poco… agobiante. Tu madre se echa novio y de pronto tú te ves arrastrada a un montón de lugares con un montón de gente. Nadie te pregunta, nadie te…

-         Mi madre sí nos preguntó – me interrumpió. – Casi todos quisieron que nos juntemos de vez en cuando.

-         Casi todos, pero no tú – aventuré. – No te gusto demasiado, ¿eh?

-         No me trajo tu jueguito – me bufó.

-         ¿Qué jueguito?

-         Blaine también dudó cuando te conocimos, pero se dejó engañar enseguida. Les has embaucado a todos, a mi madre la primera – me acusó.

-         No he engañado a nadie, Leah. Yo a tu madre la quiero.

-         ¡Mentira! – chilló, repentinamente furiosa de nuevo.

-         No es mentira, de verdad la quiero – aseguré.

-         ¡MENTIRA, MENTIRA, MENTIRA! ¡El amor no existe! ¡Es solo una fantasía, una idea tonta para películas y gente tan estúpida como para creérselo! Las parejas se forman por los motivos más absurdos: conveniencia, presión social, miedo a la soledad…. Pero el peor motivo de todos es el “amor” – gruñó, deformando la palabra de la rabia con la que la dijo. - ¡No existe!

-         Sí que existe – respondí, impactado porque una persona tan joven estuviera tan desilusionada con la vida. – Sí que existe, princesa.

-         ¡NO SOY UNA PRINCESA! ¡Las princesas tampoco existen, ni los príncipes! ¡Solo hay lobos con piel de cordero que roban el corazón y luego se lo comen! ¿Quieres saber qué me pasa contigo? ¡Que no pienso dejar que ocurra de nuevo! ¡No he conocido a un solo hombre que valga la pena y no pienso dejar que otro más entre en mi vida!
Me quedé mudo ante la fiereza de sus palabras. Intuía que no estaba hablando de un desengaño amoroso, sino de algo todavía más profundo. Conmovido por el dolor que desprendía, la atraje hacia mí y la abracé.
-         Yo no te voy a hacer daño – la prometí. – Nunca.

-         ¡No te creo!  - gritó, y empezó a golpearme le pecho con los puños, para que la soltara, pero no lo hice. - ¡No te creo, no te creo, no te creo!
Me golpeó varias veces más, hasta que al final se rindió, y apoyó la cara en mi pecho mientras lloraba. La apreté fuerte, notando por primera vez la fragilidad de quien exteriormente parecía una chica fuerte y robusta.
-         Créetelo – susurré, y agaché la cabeza para besar tu frente. – No voy a hacerte daño.

-         Todos lo hacen… snif… Todos empiezan siendo buenos, y después… Mi padre primero, y mi tío detrás… snif…

-         Shhh. No llores, pequeña…

-         Mi padre jugaba conmigo a los médicos… snif… y me dejaba examinar su garganta con una linterna… snif… y me subía a sus hombros… snif… pero cambió y se transformó en un… en un bloque de hielo, un completo gilipollas, cabronazo, hijo de mil putas, bastardo….

Leah soltó toda una retahíla con todos los insultos que le vinieron a la memoria y yo dejé que se desahogara. En otras circunstancias le habría dicho que no estaba bien hablar así, pero entonces no me pareció adecuado. De alguna manera expulsar su rabia la hacía sentir mejor.

-         No conocí a tu padre – respondí, cuando pareció quedarse sin más ideas. – Solo sé lo que tu madre me contó y creo que fue una persona que se perdió por el camino.

-         Pues Aaron le siguió…. Snif… ¡Él solía defendernos de mi padre!

-         Tu tío ha… ha tenido una vida dura y complicada y se ha llenado de muchas ideas equivocadas – murmuré, luchando por encontrar la forma adecuada de expresarlo. No quería defenderles, quería insultarles a ambos, aunque a Connor más, por haber lastimado a esa criaturita indefensa que lloriqueaba sobre mi pecho. – Que algunas personas hayan olvidado lo que es no quiere decir que no exista el amor. Claro que existe. Tu madre te quiere mucho. Y no es verdad que ningún hombre valga la pena. ¿Qué me dices de Blaine?

-         Snif… Es mi hermano.

-         Es igual. Él, Sam, todos, te quieren mucho.

-         ¡A Sam ni le menciones! – chilló con rencor. Jesús, sus cambios de humor iban a matarme.

-         ¿Por qué no? ¿Qué pasa con él?

-         ¡Se fue! ¡Se marchó! ¡Nos dejó solos! ¿Quién le mandó venir en primer lugar? Igual que a ti. ¿Para qué vienes si luego te vas a ir?

-         Yo no me voy a ir – susurré, antes de darme cuenta de lo que estaba prometiendo. – Pase lo que pase, no me iré.

-         Claro que sí.
Supe que tenía que darle algo de seguridad a aquella niña. Aunque fuera una locura. Tenía que demostrarle que podía confiar en las personas, que podía confiar en los hombres.
-         Incluso si tu madre decide que no quiere verme nunca más, si tú quieres, estaré ahí para ti – le dije, mirándola a los ojos. Me sondeó para ver si estaba siendo sincero y sus labios se entreabrieron con sorpresa, porque entendió que sí lo estaba siendo.

-         Eso dices ahora…

-         Y lo seguiré diciendo – le aseguré, pero era consciente de que iba a llevar tiempo. No iba a reparar todas sus heridas con un par de palabras bonitas. – Sam no se fue a ningún sitio. No deberías estar tan enfadada con él. Se fue a la universidad, pero eso no quiere decir que te abandone, solo tenía que estudiar. Y ha vuelto. Está viviendo con vosotros ahora, porque sabe que necesitáis estar todos juntos.

-         ¡No tendría que haberse ido nunca! – replicó. - ¡Si él hubiera estado aquí las cosas no se habrían ido tan a la mierda!
Sujeté su barbilla suavemente.
-         Sam es una persona muy especial, pero es humano. Estoy seguro de que os ayuda mucho a todos, pero no es su culpa si las cosas se tuercen y tampoco puede solucionar cualquier problema. Me temo que lo que no existe es la magia, aunque hay veces, como cuando conocí a tu madre y os conocí a vosotros, que casi empiezo a dudar.
Esperé a que me contestara durante un rato, hasta que al final entendí que no iba a hacerlo. Se había acomodado sin deshacer el abrazo y me limité a sostenerla en silencio. Un sonido gutural rompió la atmósfera de quietud y nos hizo reír.
-         ¡Cuak! – graznó el pato repentinamente.
La risa de Leah me sorprendió por lo aguda que era. Se estiró para sacar un pañuelo de los que le había dado y se sonó la nariz.
-         Tú calla, bicho, que no puedes estar sobre la cama y lo sabes – le dijo al pato. – El morro que tiene Scarlett, que siempre se sale con la suya en todo.

-         Me resulta difícil pensar en una forma de resistirse a sus ojos y a su sonrisa adorable – respondí. – Os parecéis mucho… físicamente.

-         Qué va. Yo estoy gorda.

-         No estás gorda – rebatí. – Eres alta y grande, nada más.

-         “Grande” es un eufemismo para “gorda”.

-         No estás gorda – insistí. Al igual que Barie, Leah no se percibía a sí misma con objetividad. No era flaca, ni menuda, pero tampoco estaba gorda. No como para que temiera por su salud. Y era preciosa, pero no sé si ella se daba cuenta de eso.

Leah no me discutió y se recogió el pelo en un gesto nervioso, como si la conversación la incomodara. Estuvimos allí sentados un rato más, pero casi pude sentir tangiblemente que ella se iba cerrando poco a poco, volviendo a su concha, recogiendo el escudo que había dejado caer tan solo por un instante.

-         No pienso volver al jardín – me advirtió.

-         ¿No? ¿Te vas a quedar aquí sola toda la tarde?

-         Sí. Tranquila y sin que nadie me moleste. El plan perfecto.

-         ¿Y dejarás que todos se diviertan sin ti?

-         ¡Ya te he dicho que sí! – replicó. – Tampoco es como si me fueran a echar de menos.

-         Mira quién resultó ser la mentirosa al final. Claro que te van a echar de menos. No pueden seguir con la fiesta si faltas tú. Y tus hermanitos se quedarán sin cumpleaños…

-         El chantaje conmigo no funciona.

-         Todos se quedaron muy preocupados por ti – la informé.

-         ¡No quiero ver a Aaron!

-         Somos tantos que si no quieres no tienes que hablar con él ahora mismo. Pero te diré algo: no soy precisamente fan de tu tío y sin embargo sé que te quiere mucho. Tan solo hay que enseñarle a volver a demostrarlo.

-         ¡Ya, claro! ¡Te diré cómo lo va a demostrar, me va a pegar otra vez delante de todos!

-         No dejaré que lo haga – gruñí.

-         Seguro que hasta me está esperando con el cinturón en la mano.

Abrí la boca, pero la cerré antes de decir algo de lo que pudiera llegar a arrepentirme alguna vez.
“Como se quite el cinturón, se lo traga” pensé.
-         No, qué va. Además, tendrías que haber visto cómo te defendió Sam. Precisamente él, que según tú te abandonó. Como a Aaron se le ocurra regañarte un poquito si quiera se le cae el pelo. Pero tú deberías pedirle disculpas en algún momento por haberle hablado así.

-         ¡Sí, hombre! ¡Y una mierda en vinagre!

-         En mayonesa si quieres, pero te tienes que disculpar – repliqué, sin inmutarme por sus expresiones soeces. – Es lo correcto. Tu tío fue brusco contigo, pero tenía razón en regañarte.

-         ¡Grr! ¡Sabía que eras como él!

-         No es así. Él no hizo las cosas bien tampoco y me encantaría decirte que se disculpará contigo, pero no sé si lo hará. Pero tú no puedes hablarle de esa forma, y no solo porque sea mayor que tú, sino porque, hablando así, ese amor que dices que no existe se va enfriando cada vez más.

-         KURT’S POV –

Holly olía a flores, parecido a alguna de las colonias de Barie. Era suave y blandita y pensaba quedarme sentado en sus piernas por siempre jamás. Aunque me moría de ganas de ver qué había dentro de la piñata…

Aaron se acercó a mí con un bote de Betadine y sin poderlo evitar apreté más fuerte a Holly. Él era un bruto y daba miedo, no quería que fuera quien curase mi pupa. Sin embargo, Holly cogió el bote y me dio un besito.

-         Voy a curarte la heridita, ¿vale, pollito?

-         Eno.

Holly echó Betadine sobre mi pupa y me escoció mucho, pero enseguida sopló y el escozor y la pupa se hicieron más pequeñitos.

-         Ya está, mi amor. Pero qué niño tan valiente.

Me dio muchos besos en la mejilla y yo me reí porque me hizo cosquillas. Papá volvió justo en ese momento, acompañado de Leah, que se había ido porque la habían regañado feo.

-         ¡Papiii!

-         Hola, bebé. ¡Uy! ¿Qué pasó, campeón? ¿Te caíste?

-         Shí. Pero Holly ya me curó. Mira, papi, ¿has visto las piñatas?

-         Qué chulas.

Papá me cogió en brazos y Holly se acercó a Leah.

-         ¿Todo bien? – la preguntó, pero fue papá quién respondió.

-         Sí. Con ganas de pasarlo bien, ¿a que sí?

-         ¡Shiii! – respondí yo, ya que Leah no decía nada. Papá sonrió y me dio un besito en la pupa. Ya no me dolía apenas.

-         No sé que le has dicho, pero parece que funcionó – susurró Holly.

-         Solo la he dicho la verdad. Tienes una hija maravillosa, todos tus hijos lo son.

-         Y los tuyos – sonrió ella.

Se quedaron mirándose por un buen rato, como dos monigotes.

-         Papi, pero dale un beso – le dije.
En lugar de hacerme caso, me hizo cosquillas.
-         Mocosito metiche.

-         ¿Ya podemos, mami, ya podemos? – preguntó West.

-         Sí, cariño, ya podemos. A ver, primero vamos a abrir la piñata de los peques. West, ven aquí mi vida. Ven, Alice, cariño. Coged cada uno una cinta, ¿sí? Pero no tiréis todavía.

-         ¿Les explicamos a los bebés cómo se hace? – me preguntó papá, y yo asentí.

Miré a los trillizos. Me iba a tocar ser el hermano mayor otra vez.



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N.A.: Sé que hay ganas de saber qué metió Blaine en la mochila y de que sea por la noche. Ya en el siguiente llegaremos ahí 😊

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