CAPÍTULO 116: FIN DE SEMANA (Parte
2): ¡MENTIRA!
Las palabras de Leah fueron como un jarro de agua fría
en medio de un sueño placentero. Varias sonrisas se quedaron congeladas en los
rostros que me rodeaban, entre ellas la de papá. Le vi abrir la boca para decir
algo, pero Aaron se le adelantó:
-
Leah, discúlpate ahora mismo.
-
¿Por qué? ¿Por decir la verdad? – replicó ella.
-
Porque lo digo yo – gruñó Aaron, elevando la voz más de lo
necesario. – Y lo harás si sabes lo que te conviene.
Vaya. No estaba seguro de que el autoritarismo
recurrente mezclado con amenazas poco sutiles fuera la mejor estrategia con los
adolescentes del siglo XXI. En otra época, tal vez hubiera funcionado. Pero las
personas somos hijos de nuestro tiempo y, por lo general, respondemos según lo
que creemos que nos merecemos. Hubo un pasado, quizás no muy lejano, en el que
los padres no razonaban con los hijos, pero ya no era así, ni estaba bien visto
socialmente como antes, ni Leah parecía dispuesta a aceptarlo... Además, él ni
siquiera era su padre, sino su tío. Por lo que sabía de Aaron, esa era la forma
habitual de hablar con sus sobrinos y no le funcionaba demasiado bien.
Conseguir que alguien se calle porque le da miedo responderte no enseña nada.
No la había hecho reflexionar sobre su actitud, sino que simplemente la había
silenciado, intimidándola… Papá también recurría alguna vez a frases como
aquella, pero cuando él lo hacía no se sentía tan amenazador, quizá porque le
conocía o porque había una diferencia entre ponerse serio y agresivo.
-
Que me chupes el coño, eso es lo que me conviene.
“Glup. Vale, retiro lo de
antes. No parece precisamente amedrentada” pensé. ¿Tantas ganas tenía de morir?
Aaron era de mecha corta, pero ella tampoco lo ponía fácil.
-
¡Leah! – exclamó su madre.
Holly hizo ademan de levantarse, pero
tenía a uno de los bebés encima y no fue lo bastante rápida. Aaron se abalanzó
sobre su sobrina, y le golpeó en la cara con el revés de la mano. En su defensa
diré que no fue un golpe fuerte como para dejar marcas, pero algo dentro de mí
se revolvió ante la imagen.
“Con nosotros delante… qué
hará cuando no estemos… Papá jamás nos pega así… Es tan humillante… Con el
revés y no con la palma, con nudillos y todo… No se ha caído el suelo… Bueno,
es que solo faltaba… En parte se lo merecía… No, no se lo merecía… Se estaba
pasando… Ella no debió hablarle así, pero… “
Mi mente elaboró varios pensamientos
inconexos y contradictorios y mis puños se cerraron solos, pero fue Alejandro
el que agarró a Aaron del cuello de la camisa.
-
¿Qué te pasa, estúpido? ¿Cómo le vas a pegar así a una mujer?
-
No es una mujer, es una mocosa malcriada.
La mocosa malcriada en cuestión salió
corriendo, tocándose la mejilla y con lágrimas en la cara.
Papá separó a Alejandro rápidamente y
le alejó de Aaron.
-
Tranquilo. Tranquilo, Jandro.
-
¡Papá, pero tengo razón! – protestó mi hermano, y ya no
escuché nada más porque me concentré en Holly, que se estaba debatiendo entre
ir tras su hija o asesinar a su hermano.
-
Dime ahora que he exagerado – dijo Aaron. – Porque yo creo
más bien que me he quedado corto.
Holly abrió la boca y luego la cerró,
como si no supiera qué decir. Finalmente, se marchó por donde se había ido
Leah.
-
Y ya se jodió el cumpleaños – suspiró Blaine, dejándose caer,
derrotado, sobre una silla.
-
A ver, merecido se lo tenía – murmuró Michael. – No le ha
dado un puñetazo, Alejandro, le ha cruzado la cara.
-
No hagáis caso a lo que ha dicho, sois bienvenidos aquí –
declaró Aaron.
-
Dialogar un poco no te hubiera matado – replicó papá.
-
No me puede hablar así. No hay diálogo que valga.
-
Si no la hubieras amenazado… - dejó caer Sam. – Ya no tiene
la edad de Max, no la puedes obligar a disculparse.
-
Claro que puedo.
-
Para que sirva de algo, tiene que ser sincero – insistió Sam.
- Eso ha sido una demostración de poder y, con lo orgullosa que es, no había
forma de que se lo tomara bien. Si la hubieras enviado a su cuarto, mamá
hubiera ido después a hablar con ella. En privado, que es como se hacen estas
cosas.
Tantas conversaciones cruzadas me iban a dar dolor de
cabeza y quizá por primera vez en mi vida entendí cómo se sentía Dylan cuando
estaba rodeado de mucha gente. Me hubiera gustado que todo el mundo se callara,
aunque fuera por un segundo, pero en lugar de eso se escuchó un gimoteo. No sé
si por la tensión de la situación o porque su madre se había ido, dos de los
bebés empezaron a lloriquear. Papá relajó su expresión y su postura y se
concentró en ellos. Cogió a uno en brazos, Avery, creo, y Sam al otro, que
debía de ser Dante. El tercero estaba tranquilamente sentado en el suelo.
– Shhh.
Tranquilo, peque, ya viene tu mami. No llores, chiquitín. No pasa nada.
-
Ese tipo es un bruto – me dijo Alejandro. Asentí, de acuerdo
con él en ese punto, aunque todavía no había sacado conclusiones sobre lo que
acababa de pasar. Leah era… explosiva. – Y Michael le defiende, ¿te lo puedes
creer?
-
No sé qué pensar. Papá nos hubiera matado a cualquiera de los
dos si le hablamos así. Pero lo habría hecho de otra forma…
La indignación de Alejandro me pillaba un poco por
sorpresa. Me pregunté si no tendría que estar yo igual de furioso. Mi opinión
coincidía bastante con la de Sam, pero no sentía la misma rabia que Jandro, que
parecía tan irritado como si hubiera presenciado un acto de violencia machista.
El más protector con nuestras hermanas solía ser yo, pero en el fondo sabía que
ni Barie ni sobre todo Madie eran tan delicadas. Para mí el problema no era que
Leah fuera chica, sino que la acción en sí de golpear a una persona de esa
manera me parecía mal. Aaron frenaba todos los conflictos con la misma
contundencia, también lo había hecho con Sean en la piscina.
Holly regresó en ese momento y su expresión era una
mezcla de tristeza y enfado.
-
¿Es imposible pasar un día, un solo día, sin discutir? –
exclamó, exasperada.
-
No lo sé, pregúntaselo a tu hija – respondió Aaron.
-
Podrías haber dejado que yo lo manejara. Si ha reaccionado
así por los regalos es porque le pasa algo, y ahora ya no voy a poder hablar
con ella porque no quiere ver a nadie.
-
Si quieres puedo intentarlo yo – propuso papá. – Sé que no
estoy entre sus personas favoritas, pero me gustaría arreglar eso.
-
Gracias, amor, pero no sé si es buena idea – dijo Holly. -
Cuando está de este humor se cierra en banda. No va a querer escucharte.
-
A lo mejor tengo suerte.
-
Sí, mamá, déjale intentarlo – apoyó Blaine. – Seguro que él
la convence para que vuelva.
La fe que Blaine tenía en mi padre, y esa forma de
mirarle, como si fuera un superhéroe capaz de todo, me recordó a alguien y al
principio no supe a quién.
“Tal vez a Kurt. O a Zach”.
“Puede ser, pero Kurt y Zach lo
aprendieron de otra persona”.
“Ah, ¿sí? ¿De quién?”
“Pues de ti, estúpido. Blaine mira a
Aidan exactamente igual que tú”.
Me ruboricé al comprender que era cierto y me alegré
de que nadie más que yo pudiera tener acceso a mis pensamientos.
-
Está bien. Pero si te trata mal me lo dices… - suspiró Holly.
-
Bufff. Es Leah. Es evidente que va a tratarle mal – dijo
Sean. Su madre y varios de sus hermanos le fulminaron con la mirada. – Vale,
vale…
Papá le dio el bebé a Holly y se fue. El ambiente se
quedó raro. A todos se nos había cortado un poco el rollo.
-
No me mires así – le increpó Aaron a Sam. – ¿Qué querías que
hiciera?
-
Tenemos visitas – le recordó.
-
Que es probablemente el único motivo de que no haya ido tras
ella para enseñarle a no ser tan grosera.
-
Basta – cortó Holly. – Esto es un cumpleaños. Blaine, cariño,
¿por qué no vas a por la piñata?
-
¿¡Hay una piñata!? – exclamó Kurt, como si esa palabra mágica
le hubiera resonado por encima de todo lo demás.
-
¿Qué esh una “tiñata”? – preguntó Alice.
-
¡Es una bolsa con chuches y tiras y caen y las coges! –
explicó Kurt, agudizando la voz después de cada “y”, totalmente entusiasmado.
Los peques sin duda eran idóneos para recuperar el espíritu festivo.
-
¿No son los bebés algo pequeños para eso? – intervine,
tímidamente. – Se pueden hacer daño…
-
Había pensado separarlos por edades – explicó Holly.
Blaine regresó no con una, sino con tres piñatas y
varias cuerdas para colgarlas. Entre Sam, Michael y yo le ayudamos mientras los
enanos observaban con creciente excitación. Sonreí al ver que incluso Dylan
había dejado al erizo para curiosear a nuestro alrededor.
Finalmente, colgamos una muy bajita, apenas levantando
del suelo. Esa sería para los trillizos, Alice y West. Después habría otra para
Kurt, Hannah, Dylan, Max y Cole, y por último una más grande para Barie, Madie,
Scarlett, Jeremiah, Harry, Zach y Sean. Harry intentó aparentar indiferencia,
como si aquello le pareciera demasiado infantil, pero no me pasó desapercibido
el brillo de anticipación en sus ojos.
La piñata de los más peques tenía forma de estrella,
para deleite de Dante, que no paraba de gritar “estelita” mientras la señalaba.
La piñata de los otros peques tenía forma de nube y
costó un poco evitar que Hannah tirara anticipadamente de la cuerda.
La última tenía forma de sol y Blaine quería colgarla
muy alto para ponérselo difícil, pero Sam le recordó que tenían que ponerla de manera
que fuera accesible para Jeremiah.
Mientras las colocábamos, pude escuchar que Holly y
Aaron discutían algo apartados de los enanos, pero lo suficientemente cerca de
mí como para que pudiera entender lo que decían:
-
… así que vamos a pasar el resto de la tarde en paz – pidió
Holly.
-
No sé por qué te pones así. Esa niña tiene la boca demasiado
grande.
- Leah tiene la boca grande, pero tú,
Aaron, tienes la mano muy larga. Tú eras el que les cubría las travesuras,
¿recuerdas eso? Y abogabas por ellos.
-
Sí, y claramente fue un error, porque están fuera de control.
-
No estoy segura de quién está fuera de control aquí – replicó
ella. – No sé qué te ha dado la impresión de que malcrío a mis hijos, pero yo
tampoco les permito que hablen así. Simplemente, no dejo que el enfado se lleve
lo mejor de mí. Tú mejor que nadie sabes lo que se siente cuando te llevas con
más facilidad un golpe que un beso.
Eso último me sorprendió. ¿A qué se refería Holly?
-
Empiezo a cansarme de que me compares con nuestros padres.
-
Yo ya estoy cansada de que te comportes como ellos.
Aaron agarró a su hermana del brazo,
tan furioso que sentí que debía intervenir. Me acerqué y, cuando estuve a su
lado, me detuve, incómodo y sin saber qué hacer o decir. Por suerte mi sola
presencia había contribuido a calmar los ánimos. Aaron se apartó y juraría que
le vi respirar hondo.
-
Perdona, no debí decir eso – susurró Holly. – No es verdad.
Pero me da miedo que algún día lo sea.
Esas palabras afectaron a Aaron
visiblemente y a mí terminaron de confirmarme que no habían tenido la mejor de
las infancias.
-
Ted – me saludó Holly, mucho más alegre de pronto. – ¿Ya
habéis terminado? Para vosotros también hay una, pero está colgada en el
garaje. Tuve que ponerla ahí para que Blaine no la viera. Te lo digo de verdad,
es imposible darle una sorpresa a ese chico.
Sonreí, vergonzoso.
-
No hacía falta.
-
Claro que sí. Y no me salgas con que ya estás muy grande,
porque hasta le he hecho prometer a Sam que él también participaría.
-
Es cierto – corroboró Sam, detrás de mí. – Lo hago totalmente
coaccionado y sin ningún tipo de deseo por mi parte – añadió, con mucho
sarcasmo y una sonrisa.
-
Holly me hizo una piñata incluso cuando cumplí dieciocho – intervino
Aaron, haciendo un esfuerzo por animar su rostro sombrío. – Es una tradición
obligatoria en nuestra casa.
-
Da gracias a que te libras de esta – repuso ella, con mucha
dignidad. – Todavía puedo obligarte, que lo sepas.
Me entró un pequeño ataque de risa al
ver la expresión ultrajada de Aaron, pero eso no me distrajo de apreciar la
feliz coincidencia de que Holly también se empeñara, como papá, en llenar las
ocasiones especiales de tradiciones y juegos divertidos.
-
¡Mami! – exclamó West. - ¿Ya podemos?
-
Hay que esperar a que vengan Leah y Aidan, cariño.
-
¡Jooo!
-
Ya no van a tardar, enano golosito – le tranquilizó Holly, y
fue a hacerle cosquillas.
West salió corriendo entre risas y
pude ver desde la distancia la envidia en los ojos de Kurt. Holly se dio cuenta
también, así que le incluyó en el juego. Me derretí por dentro al escuchar reír
a mi hermanito, y después a Alice y a Hannah cuando se sumaron. Sam se unió
para igualar la persecución, atrapó a Alice y la elevó en el aire, fingiendo
que le mordía la tripa.
Blaine cogió la cámara de Sam y se puso a hacer fotos,
pero yo decidí que ese momento quería tenerlo en vídeo y lo grabé con el móvil.
-
Wow, un Iphone… Y de los caros. Mi hermana tenía razón, os
sobra la pasta – dijo Sean, al ver mi teléfono.
-
No, esto… esto fue un regalo…
-
Pues menudos amigos tienes, que pueden gastarse tanto.
-
No fue un amigo. Fue mi padre biológico – mascullé. Me
pregunté si ese regalo había tenido intenciones ocultas. Es decir, era probable
que fuera un “gesto de buena voluntad”, para demostrar que estaba dispuesto a
interesarse mínimamente por nosotros, pero a la luz de los últimos
acontecimientos tenía que plantearme si no era una forma de comprarme para que
más adelante estuviera dispuesto a donarle un órgano. Sacudí la cabeza para
sacarme esas ideas.
-
¿El borracho drogadicto putero? – preguntó.
-
Wow. Oye…
-
Si vas a decirme que no hable así, ahórratelo, que ya tengo
catorce años – bufó.
Iba a responder que “solo” tenía
catorce años, pero decidí omitirlo. En realidad, sí que tenía edad suficiente
como para saber qué significaban aquellos términos. Al fin y al cabo, tenía un
año menos que Alejandro, pero por alguna razón me parecía más pequeño e
inmaduro que mi hermano.
-
Borracho y putero sí es. Drogadicto no lo sé, aunque no me
extrañaría que haya probado algunas cosas – le aclaré. Si lo que buscaba era
olvidar lo que veía y hacía en su “trabajo” quizás había probado algo más
fuerte que el alcohol. - ¿Quién te contó eso?
-
Nadie, es solo cómo le llama mi tío cuando intenta entender
vuestra historia familiar y cree que no le oímos. Mi madre le contó que Aidan
es vuestro padre a todos los efectos, así que se refiere al otro como el
“borracho, putero y drogadicto”.
-
Puede que algunos de mis hermanos te lo roben – le dije. –
Pero nosotros le llamamos “Andrew”, aunque yo antes me refería a él como el
“Innombrable”. Y sí. Él me regaló el móvil.
Un llanto fuerte e infantil nos interrumpió. Kurt se
había caído y al parecer se había hecho daño en la rodilla. Michael y yo nos
acercamos a la vez y el enano se aferró a mí sin dejar de llorar.
-
BWAAAAAAAAA
-
Shhh, peque. ¿Te duele
mucho? Déjame ver.
Tenía una heridita no muy grande, pero le sangraba un
poco.
-
Ya está, enano, no es nada – le decía Michael, mientras le
acariciaba la cabeza.
-
¿Qué pasó, azucarito? – preguntó Holly.
Kurt se vio súbitamente abrumado con tanta atención y
dejó de llorar un segundo para extender sus manos hacia Holly. Sorprendió, dejé
que se colgara de su cuello y entonces él retomó el llanto, pero más
tranquilito, medio mimoso.
Holly empezó a hacerle masajitos en la espalda y se
sentó con él encima. Le dio besitos en la frente y le miró bien la herida. Miró
a Aaron sin decir nada y él se marchó, supongo que a buscar desinfectante y una
tirita. Con tanto niño, aquella era una situación a la que estaban acostumbrados,
igual que nosotros.
-
Shhh. Ya pasó, tesorito. Ya está, mi amor.
-
Snif.
Kurt se recostó sobre ella con su mejor cara de
pucherito, pero al mismo tiempo le escuché suspirar pacíficamente. Se sentía
cómodo y feliz entre los brazos de Holly. Si es que no estaba claro ya, en ese
momento se consolidó la idea de que Kurt ya había hecho una elección al
respecto del lugar que quería que Holly ocupara en su vida.
-
AIDAN’S POV -
Me recorrí la casa hasta llegar a las habitaciones. En
mi cabeza no dejaba de repetir la escena de Aaron abofeteando a Leah y cómo su
rostro se había ido congestionando contra su voluntad como respuesta al golpe.
Si era sincero conmigo mismo, no podía decir que la chiquilla no se lo hubiera
buscado, pero tampoco podía aprobar la reacción de Aaron. No me gustaban los
escarmientos públicos que agregaban una humillación innecesaria y no me
gustaban los golpes en la cara, porque los sentía menos como un castigo y más
como una agresión, que además podía llegar a ser peligrosa si uno no controlaba
la fuerza.
Llegué a un
cuarto que tenía la puerta cerrada y deduje que era el de Leah. En seguida me
llegó el sonido de unos sollozos desgarradores y noté algo indescriptible en el
pecho, como si algo me estuviera apretando el corazón. Tardé unos segundos en
atreverme a llamar a la puerta.
-
¡Te he dicho… snif... snif... que… snif… snif... te vayas…
snif!
Apenas podía hablar, ahogándose con las palabras.
“Madre mía, esta niña tiene que
calmarse o se va a poner enferma”.
-
No soy tu madre, Leah. Soy Aidan.
No me respondió, pero podía seguir oyendo sus
sollozos. Preocupado, giré el manillar y casi me sorprendí cuando se abrió la
puerta. Había esperado que estuviera bloqueada. Observé la habitación: era muy
pequeña y había dos camas, una de Scarlett, llena de peluches y de un pato
durmiendo que por un momento me hizo dudar si era un peluche más. En la otra
estaba Leah tumbada, con la cara escondida en la almohada y su cuerpo entero
temblando.
La habitación estaba muy poco decorada para pertenecer
a dos adolescentes. Ni un solo poster, ni nada.
-
Hola – saludé, aunque no tenía esperanzas de obtener
respuesta. Me acerqué a su cama lentamente. - Vamos, no llores así. Te va a
doler la cabeza y se te va a revolver el estómago.
Como única señal de que me había
oído, Leah sacó la almohada de debajo de su cabeza para ponerla encima, y
taparse. La sujeté con cuidado.
-
Shh, no. Tienes que respirar. Calma, Leah… Tranquila.
-
Ve… snif… snif… Vete… snif…
-
No puedo irme y dejarte así.
Coloqué una mano en su espalda y se
la acaricié en círculos. Vi que hacía esfuerzos por calmarse, quizá porque no
quería mostrarse así de vulnerable delante de mí. Su llanto no se detuvo del
todo, pero ya no respiraba tan angustiosamente. Rebusqué en mi bolsillo en
busca de un paquete de clínex y se lo ofrecí. Ella lo cogió sin mirarme, sin
levantarse y sin decir nada.
-
¿Estás bien? – susurré. Fue una pregunta estúpida y no me
extrañó que no la contestara. Tuvo que ladear la cara para sonarse y aproveché
para acariciar su mejilla. Ella se congeló ante el contacto, como si la
quemara. – Lo siento.
-
Snif… ¿Qué haces aquí?
-
Vine a ver cómo estabas. Y a hablar contigo.
-
Snif… No tenemos nada que hablar… snif
-
A mí me parece que sí. Pero después, cuando te sientas mejor
– le dije.
Probé mi suerte otra vez y le acaricié el pelo. No me
rechazó, por lo que continué con más seguridad. Lo tenía largo y rubio,
ligeramente despeinado en ese momento, así que se lo coloqué con los dedos.
Tuvo un efecto sedante sobre ella y su respiración se fue pausando cada vez
más.
-
¿Te envió mi madre? – me preguntó.
-
Me dejó venir.
-
Snif…
-
¿Por qué te molestó que les hiciera regalos a tus hermanos?
Es su cumpleaños, se supone que es lo que se hace en estos casos.
-
Te has gastado más de cien dólares en esos regalos. La ropa
solamente es un pastón.
No había sido barata, era la verdad. Habíamos comprado
tres conjuntos para cada bebé.
-
No importa cuánto haya costado. No lo hice para restregaros
nada, tal como sugeriste, sino para tener un detalle con los bebés – me
defendí.
-
“Un detalle” – replicó con sarcasmo. Suspiré.
-
Leah. No sé cuánto sabes de mí. Es verdad, ahora tengo
dinero, pero no siempre lo tuve, así que sé cómo se siente uno cuando tiene que
renunciar a cosas que todos los demás a tu alrededor dan por sentado. Sé que se
pasa mal y que a veces da rabia ver que otros están en una mejor situación. Yo
he tenido mucha suerte y ahora las cosas me van bien, y quiero aprovechar que
puedo para hacer buenos regalos a las personas que son importantes para mí. No
veo qué tiene eso de malo. Si lo piensas bien, ni siquiera fue tanto: somos
trece personas, ni siquiera trajimos un paquete por invitado. Mi hija Barie
quería comprar todavía más cosas, pero tampoco tuvimos tiempo de mirar más –
expliqué. – No creo que esa sea la raíz del problema aquí. Lo que en verdad te
enfada es que hayamos venido, ya que “no somos de la familia” – parafraseé.
Leah se puso de lado sobre la cama y
después se fue incorporando hasta quedar sentada, pero no dijo nada.
-
Últimamente estamos pasando mucho tiempo todos juntos -
proseguí. - Casi todos los fines de semana. Entiendo si eso resulta un poco…
agobiante. Tu madre se echa novio y de pronto tú te ves arrastrada a un montón
de lugares con un montón de gente. Nadie te pregunta, nadie te…
-
Mi madre sí nos preguntó – me interrumpió. – Casi todos quisieron
que nos juntemos de vez en cuando.
-
Casi todos, pero no tú – aventuré. – No te gusto demasiado,
¿eh?
-
No me trajo tu jueguito – me bufó.
-
¿Qué jueguito?
-
Blaine también dudó cuando te conocimos, pero se dejó engañar
enseguida. Les has embaucado a todos, a mi madre la primera – me acusó.
-
No he engañado a nadie, Leah. Yo a tu madre la quiero.
-
¡Mentira! – chilló, repentinamente furiosa de nuevo.
-
No es mentira, de verdad la quiero – aseguré.
-
¡MENTIRA, MENTIRA, MENTIRA! ¡El amor no existe! ¡Es solo una
fantasía, una idea tonta para películas y gente tan estúpida como para
creérselo! Las parejas se forman por los motivos más absurdos: conveniencia,
presión social, miedo a la soledad…. Pero el peor motivo de todos es el “amor”
– gruñó, deformando la palabra de la rabia con la que la dijo. - ¡No existe!
-
Sí que existe – respondí, impactado porque una persona tan
joven estuviera tan desilusionada con la vida. – Sí que existe, princesa.
-
¡NO SOY UNA PRINCESA! ¡Las princesas tampoco existen, ni los
príncipes! ¡Solo hay lobos con piel de cordero que roban el corazón y luego se
lo comen! ¿Quieres saber qué me pasa contigo? ¡Que no pienso dejar que ocurra
de nuevo! ¡No he conocido a un solo hombre que valga la pena y no pienso dejar
que otro más entre en mi vida!
Me quedé mudo ante la fiereza de sus palabras. Intuía
que no estaba hablando de un desengaño amoroso, sino de algo todavía más
profundo. Conmovido por el dolor que desprendía, la atraje hacia mí y la
abracé.
-
Yo no te voy a hacer daño – la prometí. – Nunca.
-
¡No te creo! - gritó,
y empezó a golpearme le pecho con los puños, para que la soltara, pero no lo
hice. - ¡No te creo, no te creo, no te creo!
Me golpeó varias veces más, hasta que al final se
rindió, y apoyó la cara en mi pecho mientras lloraba. La apreté fuerte, notando
por primera vez la fragilidad de quien exteriormente parecía una chica fuerte y
robusta.
-
Créetelo – susurré, y agaché la cabeza para besar tu frente.
– No voy a hacerte daño.
-
Todos lo hacen… snif… Todos empiezan siendo buenos, y
después… Mi padre primero, y mi tío detrás… snif…
-
Shhh. No llores, pequeña…
-
Mi padre jugaba conmigo a los médicos… snif… y me dejaba
examinar su garganta con una linterna… snif… y me subía a sus hombros… snif…
pero cambió y se transformó en un… en un bloque de hielo, un completo
gilipollas, cabronazo, hijo de mil putas, bastardo….
Leah soltó toda una retahíla con
todos los insultos que le vinieron a la memoria y yo dejé que se desahogara. En
otras circunstancias le habría dicho que no estaba bien hablar así, pero
entonces no me pareció adecuado. De alguna manera expulsar su rabia la hacía
sentir mejor.
-
No conocí a tu padre – respondí, cuando pareció quedarse sin
más ideas. – Solo sé lo que tu madre me contó y creo que fue una persona que se
perdió por el camino.
-
Pues Aaron le siguió…. Snif… ¡Él solía defendernos de mi
padre!
-
Tu tío ha… ha tenido una vida dura y complicada y se ha
llenado de muchas ideas equivocadas – murmuré, luchando por encontrar la forma
adecuada de expresarlo. No quería defenderles, quería insultarles a ambos,
aunque a Connor más, por haber lastimado a esa criaturita indefensa que
lloriqueaba sobre mi pecho. – Que algunas personas hayan olvidado lo que es no
quiere decir que no exista el amor. Claro que existe. Tu madre te quiere mucho.
Y no es verdad que ningún hombre valga la pena. ¿Qué me dices de Blaine?
-
Snif… Es mi hermano.
-
Es igual. Él, Sam, todos, te quieren mucho.
-
¡A Sam ni le menciones! – chilló con rencor. Jesús, sus
cambios de humor iban a matarme.
-
¿Por qué no? ¿Qué pasa con él?
-
¡Se fue! ¡Se marchó! ¡Nos dejó solos! ¿Quién le mandó venir
en primer lugar? Igual que a ti. ¿Para qué vienes si luego te vas a ir?
-
Yo no me voy a ir – susurré, antes de darme cuenta de lo que
estaba prometiendo. – Pase lo que pase, no me iré.
-
Claro que sí.
Supe que tenía que darle algo de seguridad a aquella
niña. Aunque fuera una locura. Tenía que demostrarle que podía confiar en las
personas, que podía confiar en los hombres.
-
Incluso si tu madre decide que no quiere verme nunca más, si
tú quieres, estaré ahí para ti – le dije, mirándola a los ojos. Me sondeó para
ver si estaba siendo sincero y sus labios se entreabrieron con sorpresa, porque
entendió que sí lo estaba siendo.
-
Eso dices ahora…
-
Y lo seguiré diciendo – le aseguré, pero era consciente de
que iba a llevar tiempo. No iba a reparar todas sus heridas con un par de
palabras bonitas. – Sam no se fue a ningún sitio. No deberías estar tan
enfadada con él. Se fue a la universidad, pero eso no quiere decir que te
abandone, solo tenía que estudiar. Y ha vuelto. Está viviendo con vosotros
ahora, porque sabe que necesitáis estar todos juntos.
-
¡No tendría que haberse ido nunca! – replicó. - ¡Si él
hubiera estado aquí las cosas no se habrían ido tan a la mierda!
Sujeté su barbilla suavemente.
-
Sam es una persona muy especial, pero es humano. Estoy seguro
de que os ayuda mucho a todos, pero no es su culpa si las cosas se tuercen y tampoco
puede solucionar cualquier problema. Me temo que lo que no existe es la magia,
aunque hay veces, como cuando conocí a tu madre y os conocí a vosotros, que
casi empiezo a dudar.
Esperé a que me contestara durante un rato, hasta que
al final entendí que no iba a hacerlo. Se había acomodado sin deshacer el
abrazo y me limité a sostenerla en silencio. Un sonido gutural rompió la
atmósfera de quietud y nos hizo reír.
-
¡Cuak! – graznó el pato repentinamente.
La risa de Leah me sorprendió por lo aguda que era. Se
estiró para sacar un pañuelo de los que le había dado y se sonó la nariz.
-
Tú calla, bicho, que no puedes estar sobre la cama y lo sabes
– le dijo al pato. – El morro que tiene Scarlett, que siempre se sale con la
suya en todo.
-
Me resulta difícil pensar en una forma de resistirse a sus
ojos y a su sonrisa adorable – respondí. – Os parecéis mucho… físicamente.
-
Qué va. Yo estoy gorda.
-
No estás gorda – rebatí. – Eres alta y grande, nada más.
-
“Grande” es un eufemismo para “gorda”.
-
No estás gorda – insistí. Al igual que Barie, Leah no se
percibía a sí misma con objetividad. No era flaca, ni menuda, pero tampoco
estaba gorda. No como para que temiera por su salud. Y era preciosa, pero no sé
si ella se daba cuenta de eso.
Leah no me discutió y se recogió el
pelo en un gesto nervioso, como si la conversación la incomodara. Estuvimos
allí sentados un rato más, pero casi pude sentir tangiblemente que ella se iba
cerrando poco a poco, volviendo a su concha, recogiendo el escudo que había dejado
caer tan solo por un instante.
-
No pienso volver al jardín – me advirtió.
-
¿No? ¿Te vas a quedar aquí sola toda la tarde?
-
Sí. Tranquila y sin que nadie me moleste. El plan perfecto.
-
¿Y dejarás que todos se diviertan sin ti?
-
¡Ya te he dicho que sí! – replicó. – Tampoco es como si me
fueran a echar de menos.
-
Mira quién resultó ser la mentirosa al final. Claro que te
van a echar de menos. No pueden seguir con la fiesta si faltas tú. Y tus
hermanitos se quedarán sin cumpleaños…
-
El chantaje conmigo no funciona.
-
Todos se quedaron muy preocupados por ti – la informé.
-
¡No quiero ver a Aaron!
-
Somos tantos que si no quieres no tienes que hablar con él
ahora mismo. Pero te diré algo: no soy precisamente fan de tu tío y sin embargo
sé que te quiere mucho. Tan solo hay que enseñarle a volver a demostrarlo.
-
¡Ya, claro! ¡Te diré cómo lo va a demostrar, me va a pegar
otra vez delante de todos!
-
No dejaré que lo haga – gruñí.
-
Seguro que hasta me está esperando con el cinturón en la
mano.
Abrí la boca, pero la cerré antes de
decir algo de lo que pudiera llegar a arrepentirme alguna vez.
“Como se quite el cinturón, se lo
traga” pensé.
-
No, qué va. Además, tendrías que haber visto cómo te defendió
Sam. Precisamente él, que según tú te abandonó. Como a Aaron se le ocurra
regañarte un poquito si quiera se le cae el pelo. Pero tú deberías pedirle
disculpas en algún momento por haberle hablado así.
-
¡Sí, hombre! ¡Y una mierda en vinagre!
-
En mayonesa si quieres, pero te tienes que disculpar –
repliqué, sin inmutarme por sus expresiones soeces. – Es lo correcto. Tu tío
fue brusco contigo, pero tenía razón en regañarte.
-
¡Grr! ¡Sabía que eras como él!
-
No es así. Él no hizo las cosas bien tampoco y me encantaría
decirte que se disculpará contigo, pero no sé si lo hará. Pero tú no puedes
hablarle de esa forma, y no solo porque sea mayor que tú, sino porque, hablando
así, ese amor que dices que no existe se va enfriando cada vez más.
-
KURT’S POV –
Holly olía a flores, parecido a
alguna de las colonias de Barie. Era suave y blandita y pensaba quedarme
sentado en sus piernas por siempre jamás. Aunque me moría de ganas de ver qué
había dentro de la piñata…
Aaron se acercó a mí con un bote de
Betadine y sin poderlo evitar apreté más fuerte a Holly. Él era un bruto y daba
miedo, no quería que fuera quien curase mi pupa. Sin embargo, Holly cogió el
bote y me dio un besito.
-
Voy a curarte la heridita, ¿vale, pollito?
-
Eno.
Holly echó Betadine sobre mi pupa y
me escoció mucho, pero enseguida sopló y el escozor y la pupa se hicieron más
pequeñitos.
-
Ya está, mi amor. Pero qué niño tan valiente.
Me dio muchos besos en la mejilla y
yo me reí porque me hizo cosquillas. Papá volvió justo en ese momento,
acompañado de Leah, que se había ido porque la habían regañado feo.
-
¡Papiii!
-
Hola, bebé. ¡Uy! ¿Qué pasó, campeón? ¿Te caíste?
-
Shí. Pero Holly ya me curó. Mira, papi, ¿has visto las
piñatas?
-
Qué chulas.
Papá me cogió en brazos y Holly se
acercó a Leah.
-
¿Todo bien? – la preguntó, pero fue papá quién respondió.
-
Sí. Con ganas de pasarlo bien, ¿a que sí?
-
¡Shiii! – respondí yo, ya que Leah no decía nada. Papá sonrió
y me dio un besito en la pupa. Ya no me dolía apenas.
-
No sé que le has dicho, pero parece que funcionó – susurró
Holly.
-
Solo la he dicho la verdad. Tienes una hija maravillosa,
todos tus hijos lo son.
-
Y los tuyos – sonrió ella.
Se quedaron mirándose por un buen
rato, como dos monigotes.
-
Papi, pero dale un beso – le dije.
En lugar de hacerme caso, me hizo
cosquillas.
-
Mocosito metiche.
-
¿Ya podemos, mami, ya podemos? – preguntó West.
-
Sí, cariño, ya podemos. A ver, primero vamos a abrir la
piñata de los peques. West, ven aquí mi vida. Ven, Alice, cariño. Coged cada
uno una cinta, ¿sí? Pero no tiréis todavía.
-
¿Les explicamos a los bebés cómo se hace? – me preguntó papá,
y yo asentí.
Miré a los trillizos. Me iba a tocar ser el hermano
mayor otra vez.
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N.A.: Sé que hay ganas de saber qué
metió Blaine en la mochila y de que sea por la noche. Ya en el siguiente
llegaremos ahí 😊
Ahhhh parte 3 ya ya yaaaa
ResponderBorrarMe dió pena el dolor que guarda Leah
ResponderBorrarPobre Leah la ha pasado mal.
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