CAPÍTULO 112: ¿De quién es?
Michael había castigado a los enanos por no querer
hacer la tarea. A veces los peques se ponían un poco difíciles con eso,
especialmente cuando unían fuerzas y se contagiaban unos a otros. Lo más
extraño de la escena fue la cara de preocupación de Michael. No sé si papá se
dio cuenta, pero mi hermano estaba muy nervioso. Quizá no estaba seguro de
haber hecho lo correcto: al fin y al cabo, papá no le había dado permiso para
castigarles. Pero tampoco se lo había prohibido expresamente, tan solo había
vetado las palmadas. Aidan no parecía enfadado, sino sorprendido, aunque lo
disimuló bastante bien para hablar con los peques.
Hannah y Alice, especialmente Hannah, armaron algo de
berrinche, quizás porque su hermano ultrafavorito la había regañado. Papá lo
cortó con sus peculiares y sutiles métodos y a pesar de que quise enfadarme con
él por hacer llorar a Hannah, no pude, porque la enana se había pasado al
hablarle así, con ese vocabulario que seguro nos había copiado a alguno de los
mayores. Tampoco pude evitar que regañara a Alice, pero al menos Kurt se había
salvado. Me iba a ir con el enano para ayudarle con sus deberes cuando vi que
papá se quedaba congelado.
-
¿Qué haces con esto? – le preguntó a Michael.
Me fijé entonces en lo que papá señalaba. Al principio
no reconocí el pequeño sobre cuadrado, pero en seguida comprendí lo que era.
Oh, mierda.
-
Puedo explicarlo – replicó mi hermano.
-
Eso espero.
-
Solo es un…
-
Sé perfectamente lo que es. Espera un segundo… Ted, ¿por qué
no te llevas a los enanos arriba? – me pidió Aidan.
-
Tienen derecho a saber. No puedes tenerles en una burbuja –
bufó Michael.
-
Son niños – gruñó papá.
-
¿Y qué? – replicó mi hermano, desafiante.
“Así no vas bien” pensé, mientras le daba la
mano a Alice. Hannah no quiso acercarse, demasiado interesada en la
conversación. Observé cómo Aidan tenía un pulso de miradas con Michael hasta
que se fijó en mí y decidió echarme un cable. Cogió a Hannah en brazos y vino
conmigo al piso de arriba. Los peques podían subir solos, por supuesto, pero
así nos asegurábamos de que lo hacían y no se quedaban escuchando y además me
daba la impresión de que papá quería unos segundos para pensar en cómo manejar
el asunto del preservativo.
Dejamos a los enanos en el cuarto de
las niñas.
-
Papi, ¿qué tenía Michael? – preguntó Hannah.
-
Un caramelo de los que pican – respondió Kurt, muy seguro. –
De esos que compró Zach una vez y papá no nos dejó tomar porque hacían llorar
los ojos.
-
Eh… Sí, justo eso – dijo Aidan. Contuve una sonrisa ante la
enorme inocencia de mi hermanito.
-
Oh.
Hannah pareció satisfecha con esa
explicación y papá suspiró, aliviado.
-
Ahora vengo, peques, voy a hablar con vuestro hermano.
-
¿Le vas a hacer pampam? – se interesó Hannah.
-
Eso no es asunto tuyo, princesita cotilla – respondió papá, dándole
un toquecito mimoso en la nariz. Después depositó un beso sobre su frente. –
Pórtate bien, ¿bueno?
-
Shi. Haré los deberes.
-
Esa es mi peque. La próxima vez hazle caso a Michael y a papá,
¿sí? Y nos ahorramos castigos feos.
Hannah le puso un puchero y papá no
se resistió a dejar caer otro beso. Las probabilidades de que alguno de
nosotros se convirtiera en drogodependiente eran bastante nulas, pero había
algo a lo que ya éramos adictos: a sus mimos.
Aidan salió para volver con Michael y
me pidió que me quedara con los enanos hasta que él regresara, pero yo le
seguí:
-
Papá… - le llamé.
-
Dime.
-
¿Estás enfadado?
-
No lo sé – admitió con un suspiro.
-
Mejor que lo use a que no, ¿no crees? – planteé y me lanzó
una mirada que no supe interpretar.
-
No debió dejarlo a la vista de tus hermanos. Y me gustaría
saber… Es decir, no sabía que hubiera ninguna chica. Aunque igual lo tiene de
antes o por si acaso – pensó, en voz alta. Se estaba tomando aquello con mucha
más filosofía de la que esperaba. Pero entonces resopló y sus intentos de estar
tranquilo se fueron a pique. – No puedo creer lo ciego que estoy. Esto me pasa
por idiota.
-
Bueno, no es para tanto… - musité.
-
¿Qué no es para tanto? - bufó. Quise golpearme a mí mismo,
sabía que esa frase es de las peores que le puedes decir a un padre alterado.
Apreté los labios. Michael se la había jugado el lunes
por mí, por vengarme, por defenderme…
-
El… el condón es mío – murmuré. Me daba vergüenza decir la
palabra en voz alta, ¿pero qué rayos pasaba conmigo? – Lo compré por si… por si
se daba la ocasión con Agustina. Seguramente Michael lo encontró entre mis
cosas.
Papá clavó sus ojos en mí con rostro inexpresivo y
durante unos segundos angustiosos no dijo nada. La falta de respuesta me estaba
matando. ¿Por qué no me gritaba? Esperaba una bronca, una charla, quizás una
mirada de decepción, un tirón de orejas… algo.
-
Ted – habló por fin. - ¿Tienes deberes?
El cambio de tema me descolocó por
completo.
-
Un… un par de ejercicios.
-
Pues hazlos. Y después vas a pasarte el resto de la tarde en
tu cuarto, hasta la hora de la cena, y solo podrás salir para ir al baño. Me
quedaré tu móvil y te lo devolveré después de cenar – declaró, muy despacio,
como para asegurarse de que asimilaba cada palabra. - Quiero que uses ese tiempo para pensar en por
qué tienes la necesidad de mentirme para proteger a tu hermano. No sé si no
confías en mí o si me crees capaz de hacerle daño.
Abrí y cerré la boca varias veces.
-
No, pa… Claro que confío en ti. En ti más que en nadie – le
aseguré, con un nudo en el pecho.
-
Entonces, ¿por qué me mientes? Sé que no es tuyo – me regañó.
Después le escuché suspirar. – Ya he sido injusto contigo en demasiadas ocasiones
y es una de las sensaciones más horribles que he experimentado como padre. Sé
que defender a tus hermanos va en tu ADN y sabes que me encanta, pero eso no
significa que tengas que echarte sus culpas. Puedes intentar convencerme con
tus discursos zalameros, tus ojitos de cachorro o con cualquiera de las
técnicas que sueles usar, pero no mentirme, hijo. Regañándote a ti por algo que
no has hecho no se consigue nada. El culpable no aprende de sus errores, tú
pasas un mal rato y yo me siento un monstruo.
Agaché la cabeza. Sabía que tenía
razón. Solo quería ayudar a Michael, pero no lo había pensado bien. Ya no tenía
diez años para obedecer a esos impulsos de mentir para salvarme yo o salvar a
alguien.
-
Para tu tranquilidad, en ningún momento he dicho que vaya a
castigar a Michael – añadió, poniendo una mano en mi hombro.
-
Perdón, papá… Sí que confío en ti.
-
Me alegro, campeón. Pero lo que dije sigue en pie. Dame el
móvil.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué
el teléfono. Papá lo cogió con cuidado y después me dio un abrazo corto.
-
Quita esa carita de tristeza. No estoy molesto contigo – me
dijo.
Asentí, pero no estaba del todo seguro de que no lo
estuviera. Creo que le había hecho daño y esa no había sido mi intención en lo
más mínimo.
Papá les sugirió a Cole y a Alejandro que hicieran su
tarea en el salón y supe que quería que estuviese solo en mi cuarto. Al menos
no les contó que me había castigado. Se marchó con Michael y yo intenté
concentrarme en los problemas de matemáticas, pero mi mente estaba en otro
asunto. Primero pensé que papá era un exagerado. No era la primera vez que
intentaba adjudicarme alguna metida de pata de mis hermanos.
“Precisamente por eso” me repliqué a mí mismo. “Además,
ya le has oído: no quiere ser injusto contigo”.
Había una diferencia entre interceder por mis hermanos
e intentar engañar a papá y yo la conocía perfectamente, así que dejé de buscar
justificaciones.
Sabía que jamás nos lastimaría. No dudaba de él y no
quería hacerle creer lo contrario. Tan solo buscaba evitarles una situación
desagradable a mis hermanos, pero por eso precisamente era un castigo, porque
no era agradable. Y no siempre iba a conseguir salvarles porque a veces se
metían en líos demasiado grandes.
Había sido estúpido por pensar que Michael estaba en uno
de esos líos aquella vez. Papá no era un tirano. En realidad, yo veía las cosas
igual que él y nunca sentía que me hubiera impuesto nada. Siempre me había
dicho que había cosas que él me podía prohibir, pero que, si yo quería hacerlas,
las iba a hacer igual.
Recordé una pregunta que le hice a papá aquella vez
que me dio “la charla” cuando tenía quince años.
-
Papá… ¿es pecado usar preservativo?
-
El preservativo es un trozo de plástico – me respondió. – De
hecho, creo que más bien de látex. Al menos, muchos son de ese material. No
creo que Dios tenga ningún problema con el látex. No está entre los Diez
Mandamientos que yo me aprendí – continuó y le miré confundido, porque esa no
era la respuesta que esperaba. Papá me sonrió y continuó con su explicación. –
El problema no está en los preservativos, sino en el momento en el que se usan.
Dime, Ted, ¿para qué se utilizan?
-
Para… para… no dejar a una chica embarazada… ni contagiarse
de enfermedades – musité, muerto de vergüenza.
-
Eso es.
-
No contagiarse es bueno… - murmuré.
-
Por supuesto que es bueno – se rio papá. – Y también es bueno
no tener hijos antes de estar preparado para darles un hogar lleno de amor.
-
Si Andrew pensase así ninguno de nosotros hubiera nacido. Y
si tú pensases así no te habrías quedado con nosotros – repliqué, mirándome las
manos.
Papá me acarició la nuca.
-
Yo no planeé ser padre, pero decidí serlo desde el momento en
el que me enteré que existías. Aún no me llamaba así, solo era tu hermano, pero
tú me concediste el honor de llamarme papá – expresó, con voz cargada de
emoción. Me recosté contra él, mimoso y vergonzoso a partes iguales.
-
¿Entonces es malo usar preservativo, o no? – insistí.
-
Ah, ahora has cambiado la pregunta. Primero me preguntaste si
era pecado. Y, aunque el pecado no está en el objeto en sí mismo, sí, Ted, usar
un condón es un pecado. ¿Sabes por qué?
Tenía una ligera idea, pero no sabía
cómo formularla ni estaba del todo seguro, así que negué con la cabeza.
-
Pues es un pecado directo y otro indirecto. El directo es que
frena la vida. Según el catecismo, el acto sexual tiene dos finalidades que van
juntas y son indivisibles: la expresión del amor entre los miembros de un
matrimonio y la concepción. Si utilizas un anticonceptivo, estás poniendo una
barrera entre el sexo y su función principal. Y el indirecto, es porque se
utiliza en relaciones extramatrimoniales. Y el sexo fuera del matrimonio es un
pecado con nombre propio: adulterio, en caso de personas casadas que se
acuestan con otras parejas, y fornicación, en el de las solteras.
-
¿Y si dos personas casadas ya no quieren tener más hijos? –
planteé.
-
Deberían abstenerse de practicar sexo. Pero como sé lo
cortarollos que es esa respuesta, te diré que, para las parejas casadas, hay
excepciones. Se puede prevenir la concepción de una nueva vida si traer esa
nueva vida va a suponer una dificultad grave – me informó. - Cada uno
interpreta eso como quiere. Dificultades graves son ciertas condiciones preexistentes
en la madre, que la pondrían en peligro si se queda embarazada, por ejemplo. O
una familia tan pobre que no puede alimentarse de por sí, como para pensar en
añadir miembros. La verdad, no sé bastante teología como para decirte qué cosas
encajarían como “dificultades graves” y cuáles no, pero el caso es que, en
situaciones así, hay métodos naturales para evitar la concepción. Existen momentos
del mes en los que la mujer no es fértil y cada día mejores métodos para
detectarlos con exactitud.
-
Entonces… ¿ni siquiera un matrimonio puede usar un con… un
preservativo?
-
No. Porque, aunque cada vez menos gente piensa así y todo en
el mundo de hoy te dice lo contrario, el fin del sexo no es el placer, sino la
procreación. Que sea placentero es un plus. Pero no es una necesidad vital, no
es algo que “tengas que hacer” o sino te mueres. Hacerlo fuera del matrimonio o
hacerlo poniendo un obstáculo que impida el embarazo, es pecado.
Asentí, feliz de que alguien
por fin me hablara sin andarse por las ramas. Mi catequista daba vueltas y
vueltas y nunca hablaba claro.
-
Pero me has hecho dos preguntas – continuó papá. – Primero me
has preguntado si es pecado y luego si es malo. Y eso ya requiere mi opinión –
le escuché con atención. Tal vez él no estaba de acuerdo con lo que me acababa
de exponer. - Mi opinión es que no me gusta juzgar a la gente. No sé qué se
siente al tener novia, quererla mucho y querer acostarse con ella. No sé qué
tan malo sea querer solo eso, acostarse con ella, sin tener hijos. La verdad es
que no suena como algo malo. Pero mi lado romántico no puede evitar pensar que,
si dos personas se quieren de verdad, entonces tendrían que ser capaces de
esperar un poco, hasta casarse. El matrimonio sería así una entrega plena, en
cuerpo y alma. De todas formas, antes casarse era más sencillo. Ahora hay
gente, parejas jóvenes, que tardan años en poder permitírselo – reflexionó, y
después me contempló con una media sonrisa, casi como si se estuviera
disculpando. - Ya tienes quince años, así que espero que no te explote la
cabeza por la contradicción de que algo que es pecado, y de hecho pecado
mortal, pueda no ser malo del todo ante los ojos de algunas personas. Para mí
hay una diferencia entre la maldad y la inmoralidad, hijo. Hacer daño a alguien
o destruir una vida es malo, genuinamente malo. Creerse más listo que Dios y
burlar las leyes naturales, es inmoral y no está bien, pero si la intención no
es lastimar a nadie estamos hablando de distintos grados de “maldad”. Prefiero
mil veces que uses un condón a que le pidas a tu novia que aborte. A mí me
encantaría que nunca te encontraras ante este dilema. Me encantaría que
siguieras firmemente lo que te he contado hace unos segundos y solo tuvieras
relaciones sexuales cuando quieras tener hijos con tu esposa. Sin embargo, no
quiero que por ser un iluso a ti te falte información importante. Si te echas
una novia y decides acostarte con ella, hay tres cosas que tienes que saber: la
primera, que podrás contármelo con total libertad; la segunda que, aunque no apoyaré
tu decisión, no te haré ninguna recriminación y la tercera que más te vale
ponerte un condón, ¿entendido?
Volví a asentir, más enérgicamente aquella vez ante su
expresión seria y escudriñadora.
-
No quiero que te lo tomes como que te estoy dando permiso.
Nunca podría darte permiso para algo cuyas consecuencias no entiendo porque, de
nuevo, no estudié teología. Pero ahora tienes toda la información que necesitas
para tomar tu propia decisión y, aunque espero que sea la correcta, te he dicho
también cómo protegerte, al menos físicamente, en el caso de que elijas ignorar
mis recomendaciones – concluyó.
Sacudí aquellos recuerdos de mi
memoria para regresar al presente. Aún no se había dado la ocasión en la que yo
quisiera utilizar un preservativo y no creía que se diera en un futuro cercano,
pero era un alivio saber que papá no se enfadaría de ser así. Sin embargo, me
daba la sensación de que le decepcionaría y eso era todavía peor. Yo quería que
estuviera orgulloso, más que eso: quería parecerme a él todo lo posible.
Pero Michael no. Michael era muy
diferente y había llevado una vida muy distinta. Y papá le quería exactamente
lo mismo que a mí a pesar de ello. No necesitaba ser perfecto para que Aidan me
quisiera. No necesitaba ser su réplica ni estar de acuerdo en todo con él.
Esa idea latió en un rincón de mi
cerebro durante mucho rato, como una revelación importante.
Poco después papá subió con una
bandeja con la merienda. Había pensado que me dejaría sin merendar y mi
estómago ya no lo estaba soportando. Sonreí al ver el vaso de leche con
galletas.
-
¡Genial, me muero de hambre!
-
Mmm. ¿Te alegras de ver a tu padre o a la comida? – preguntó.
-
A los dos, pero a las galletas un poquito más – le contesté.
-
Mocoso este. ¿A que me las llevo?
-
No serías tan cruel.
Aidan me dedicó una sonrisa y dejó la
bandeja sobre mi mesa, para después hacerme un mimo en el pelo.
-
¿Sigo teniendo hermano?
- me interesé, haciéndolo sonar como algo trivial.
-
Sano y salvo. No era suyo.
-
Ah, ¿no? ¿Y de quién era? – no pude evitar la pregunta,
aunque sabía que me arriesgaba a que no me respondiera.
-
De Zach – aclaró. Abrí la boca, totalmente sorprendido. Eso
sí que no me lo esperaba para nada.
-
Pero… pero… si es un crío.
-
Los detalles te los dará él, si quiere.
-
¿Tú estás bien? – le dije. - ¿No te ha dado un infarto ni te
has desmayado?
-
Muy gracioso, Ted – refunfuñó. – ¿Hiciste los deberes?
-
Parte… No terminé, porque estaba pensando – admití.
-
¿En qué?
-
En lo que me dijiste… Sí que confío en ti, papá. Pero sentí
que debía defender a Michael y que nada de lo que dijera podría servir esta
vez. Creo que flipé un poco al ver el condón. No sabía cómo te lo ibas a tomar,
pero tendría que haberlo sabido: siempre has sido razonable, incluso en estas
cosas.
Aidan estiró los labios ligeramente y se sentó en la silla de
mi derecha. Cogió una galleta, ya que había traído demasiadas para una sola
persona y así entendí que había planeado una conversación conmigo. Sin embargo,
durante un par de minutos no dijo nada y el silencio me estaba poniendo
nervioso.
-
¿Puedo hacerte una pregunta? – murmuré.
-
Las que quieras, ya lo sabes.
-
Es personal – le advertí.
Papá me miró con curiosidad y se apartó los rizos de la cara
mientras asentía, indicando que seguía teniendo vía libre.
-
Ahora que tienes novia, ¿no habrá más de esos por casa? – le
dije. Todos tenemos un pequeño puntito suicida. Que el mío estuviera escondido
no quiere decir que no lo tuviera. Observé de reojo para ver si papá se
molestaba mucho por lo que estaba implicando.
-
La pelota rebota y aterriza en tu campo. Ahora que tú
tienes novia, ¿no habrá más de esos por casa? Digamos… ¿en tu habitación? –
replicó papá.
Ah. Así que de eso quería hablar.
-
No, pa – me ruboricé.
Papá sujetó mi barbilla y me obligó a levantar la mirada.
-
No tienes que ocultármelo si es así. No pasa nada – me
tranquilizó.
-
Pero es la verdad. Agus y yo ni siquiera hemos hablado de eso
aún. Y yo no quiero.
Pensé
que papá suspiraría de alivio, pero se limitó a asentir y sonreír.
-
¿No es raro eso? – susurré, nervioso. - ¿No tendría que
querer? Los chicos de mi clase piensan en eso constantemente. ¿Y si… y si algo
funciona mal? A raíz del golpe, o desde antes…
La
sonrisa de Aidan se hizo más grande.
-
Recuerdo a cierto chico de catorce años que se pasaba el día
entero en el cuarto de baño. Creo que todo te funciona perfectamente,
simplemente ya superaste esa fase en la que pensabas con el pene. Me alegro mucho de que fuera antes de conocer
a Agustina. Ahora piensas con esto – me dijo, y me tocó el pecho.
Me
ardían tanto las mejillas que no me hubiera extrañado si la habitación hubiera
aumentado un par de grados. Pero las palabras de papá me hicieron sentir mejor.
No quería ser un bicho raro. No es que no hubiera tenido un par de momentos
“incómodos”, sobre todo en clase de gimnasia. A Agus le gustaba jugar conmigo y
poner poses… Pero no le había mentido a papá: nunca habíamos hablado de dar un
paso más. Yo sabía que ella ya lo había hecho con Jack, pero creo que la
experiencia no había sido muy buena.
-
AIDAN’S POV –
Que Ted pensara que su mentira podía colar era un
signo de lo inocente que era mi niño en realidad. Estaba tan seguro de que el
preservativo no era suyo como que de no era de Kurt. Pero el hecho de que
intentara engañarme me molestó. Nunca más quería ser injusto con él, era un
error que había cometido demasiadas veces en los últimos meses. Ya era bastante
malo meter la pata, pero que encima él contribuyera al echarse las culpas de
las travesuras de sus hermanos era algo que simplemente no podía pasar.
Además, con Michael solo quería hablar. Quería saber
por qué lo tenía, y si es que había alguien en su vida. Para ser sinceros, lo
que más me preocupaba era el hecho de que volviera a ser activo sexualmente
después de… después de haberme contado que abusaron de él. No había vuelto a
tener más flashbacks y parecía estar manejándolo bien, pero no sabía si estaba
preparado para volver a exponerse de esa manera.
Por
otro lado, me inquietaba también que estuviese con cualquier chica, con una a
quien no conociera, un lío de una noche y…
“No.
Es su vida” me frené.
“Y
tú su padre”
replicó una voz en mi cabeza.
“Exacto,
no su dueño”.
Respiré
hondo y bajé para hablar con Michael, esperando que ya no estuviera a la
defensiva, pero por lo visto fue demasiado esperar:
-
Tendrías que haber dejado que los enanos se quedaran – me
soltó, nada más verme. – Es un condón, no una bomba atómica.
-
No te corresponde a ti decidir este tipo de cosas – respondí,
dispuesto a permanecer calmado. – Considero que son pequeños para hablarles de
eso.
-
¿Ted también? ¿Por eso te lo llevaste? – me acusó.
-
Considero que esta es una conversación que es mejor que
tengamos en privado, nada más.
-
Claro, no vaya a ser que alguien se entere de que follo y malinfluencie
a tus hijos.
-
¡Michael! No hables así y nadie dijo que seas una mala
influencia – regañé.
-
Pero lo piensas, ¿verdad?
-
¡Claro que no!
Sentí que me observaba, para ver si
estaba siendo sincero. Lo que sea que viera le aplacó un poco, porque se
destensó ligeramente y bufó.
-
No hice nada malo.
-
Ni yo dije que lo hicieras. Aunque no deberías tener esas
cosas al alcance de tus hermanos pequeños.
-
¿Eso es lo que te molesta? ¿No que lo tenga? – tanteó.
-
Que lo tengas me da… curiosidad. Y me preocupa, no te voy a
mentir. Pero no es algo por lo que pueda enfadarme.
-
El sexo no es preocupante.
-
No, generalmente no… - coincidí. Mi tono evidenció que había
un “pero” y, sin embargo, no me dejó expresarlo.
-
¡Agh! No me entiendes porque Holly no es atractiva, con
perdón, y entonces no…
-
Basta – le interrumpí. - Holly es guapísima y si no lo fuera
no pasaría nada. Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando.
-
Es evidente que no te interesa sexualmente, o quizás eres gay
y no lo sabes, y por eso sigues con esas teorías de monje.
Sentí un ramalazo de furia, pero lo
contuve. Quizá no logré apaciguar del todo mi mirada, porque Michael se puso
rígido.
-
No puedes hablarme así – declaré. - Deja esa actitud de
superado, porque no te sienta bien. Eres libre de hacer lo que quieras, pero yo
también.
-
Seguro que Holly nunca te ha puesto cachondo.
Di un paso hacia él y automáticamente
Michael retrocedió. Le agarré del brazo y le giré.
PLAS PLAS
-
¡Au! – protestó.
-
Nunca sabes cuándo parar. Solo quiero tener una conversación
civilizada.
Michael me miró con resentimiento y
poco a poco su expresión se fue transformando hasta casi formar un puchero. Mis
hijos mayores no superponían los labios como hacían a veces mis bebés, pero sí
los arrugaban en una mueca involuntaria y muy tierna.
-
El condón no es mío – gimoteó, con un tono aniñado.
-
Ah, ¿no?
-
¡No! Me has castigado por nada.
-
Te regañé por irrespetuoso, no por el preservativo. Si no es
tuyo, ¿por qué lo tenías tú? – quise saber.
-
Se lo vi a Zach y a Harry e imaginé que no te gustaría que lo
tuvieran. Son muy pequeños.
El corazón me dio un vuelco. ¿Zach?
¿Harry? Intenté sobreponerme.
-
Así que en el fondo sí que entiendes que quiera proteger a
los enanos. La protesta de antes qué fue, ¿para pelearme?
Michael se encogió de hombros, pero
supe que había dado en el clavo. Le gustaba sacarme de mis casillas y lo peor
es que a veces lo conseguía.
-
¿Vas a regañar a los gemelos? – me preguntó.
-
No, pero sí quiero hablar con ellos. Y contigo también.
-
¡Pero si no es mío! – repitió.
-
Lo sé. Pero, ¿y si lo hubiera sido?
-
¿Qué?
-
Michael… ¿crees que estás preparado para… tener relaciones? –
planteé. Me hubiera gustado ser más delicado, pero con él funcionaba más el ser
directo.
-
Llegas un par de años tarde.
-
No me refiero a eso. Las cosas que has pasado…
Michael se tensó y me dio la espalda.
Suspiré. Me acerqué despacito y le lleve hasta el sofá para sentarnos juntos.
Le apoyé contra mí.
-
En una ocasión, mi padre intentó regalarme una noche con una
prostituta por mi cumpleaños – le conté. – No solo me asqueaba la idea, sino
que sentí pánico cuando me tocó. Poco después, una compañera de trabajo y yo
estábamos a punto de acostarnos y…
-
Espera, ¿qué? – me interrumpió, interesado por esa última
declaración.
-
No siempre he sido un monje, como dirías tú. Me crié con
Andrew: no tenía ningún tipo de educación afectivo-sexual. Esa chica se lanzó
sobre mí y, aunque tenía mis dudas, la seguí el juego por un rato. Era guapa y
me caía bien. Pero apenas puso sus manos en mi pecho, me paralicé.
-
¿Por qué? – preguntó, en voz baja.
-
Porque me da miedo el contacto físico por parte de
desconocidos. No tuve la mejor de las infancias. Y además hubo un… evento
traumático, a los trece años. Mi abuelo me maltrató. Y desde entonces
desarrollé algunos temores que con el tiempo he aprendido a mantener bajo
control, pero nunca he podido superarlos.
-
A mí me tocaste casi desde el principio – me recordó.
-
Una señal de que estabas destinado a ser mi hijo – respondí.
– Te cuento esto para que entiendas que algunas situaciones en nuestra vida nos
dejan secuelas. No es nuestra culpa, no es algo que busquemos, pero ocurre.
-
Yo… tuve relaciones después de… después… - balbuceó.
Le apreté con un brazo y besé su
cabeza.
-
Ya lo sé. Pero ahora lo estás procesando. Estás procesando lo
que pasó y lo último que quiero es que sufras, campeón. Me gustaría que vieras
a la psicóloga de Ted.
-
¿Qué?
-
O a otra, si no quieres ver a la misma que a tu hermano. Te
ayudará.
Silencio. Había esperado un
estallido, aunque ya le había dejado caer en alguna ocasión que estaba buscando
un psicólogo para todos nosotros.
-
Vale.
Sonreí y le separé un poquito para
mirarle. Él también sonreía, tímidamente.
-
Oye, ¿y es guapa esa psicóloga? – bromeó.
-
Tiene como cuarenta años.
-
No soy selectivo.
Le empujé suavemente, jugando, y rodé
los ojos.
-
Será mejor que vaya a hablar con los gemelos – anuncié.
-
Solo hablar, ¿eh? – me advirtió.
Definitivamente, al estudio de abogados
“Teddy Nosito” le estaba saliendo competencia.
Subí al cuarto de los gemelos
llevando el dichoso preservativo conmigo. Toqué a la puerta antes de entrar.
-
Hola.
-
Hola, papá – saludó Zach. Parecía nervioso, lo que me indicó
que algo había escuchado o quizás lo intuía.
-
¿Qué tal van los deberes?
-
Bien. Papá, si terminamos pronto, ¿podemos ir a montar en
bici Harry y yo? Hace mucho que no lo hacemos.
-
¿Vosotros solos? – pregunté, indeciso.
-
Por aquí cerca.
-
Pero los coches…
-
Por aquí no hay apenas coches – apuntó Harry.
-
Bueno, después lo hablamos. Venía a preguntaros una cosa.
Los dos enmudecieron y se miraron.
-
¿E…el qué? – dijo Zach, al final.
-
¿De quién es esto? - inquirí, enseñándoles el sobrecito con
el condón.
Se pusieron simultáneamente pálidos y
tensos.
-
Chicos, no pasa nada. No estoy enfadado. Solo quiero saber
por qué lo tenéis y de dónde lo sacasteis. Deduzco que sí sabéis lo que es.
-
Nos… nos lo dieron en clase – dijo Harry.
-
¿Qué?
-
Bueno, no nos lo dieron exactamente. Lo cogí – confesó Zach.
Me senté en su cama y puse una mano
en su pierna, animándole a continuar. Me miró con sus ojos claros llenos de
inseguridad.
-
Vinieron a darnos una charla de educación sexual – me
explicó.
-
Ya veo.
-
No lo robé, papá… La mujer que vino trajo muchos y nos enseñó
a ponerlos sobre una cosa de plástico y cuando acabó varios chicos se quedaron
con uno y me dijeron que lo cogiera y…
-
Y tú lo hiciste, por supuesto – suspiré, familiarizado con
los adolescentes y la presión de grupo.
No me hacía mucha gracia que con trece años les
enseñaran a ponerse un condón, la verdad, pero entendía que tal vez era
necesario, ya que la edad media en la que los chicos tenían su primera vez cada
día era más baja. Eran asuntos delicados, sin embargo, y quería hablar con mis
hijos al respecto. Lo intenté, pero Zach y Harry solo me respondían con
monosílabos. Al final, me rendí y suspiré.
-
¿Qué os pasa? ¿Tanta vergüenza os da hablar conmigo de esto?
-
N-no. Pe- pero… ¿no me vas a regañar por cogerlo? – murmuró
Zach, mirando sus zapatos.
Comprendí que mi hijo estaba preocupado de que le
acusara de ladrón. Tenía que indagar un poco más en cómo se habían dado las
cosas.
-
¿La profesora os dijo explícitamente que no podíais
llevároslo? – le dije, y le obligué a levantar la cabeza para ver sus ojos
mientras me respondía.
-
N-no. Tenía una cesta con varios que usó para la explicación.
Pero no dijo que pudiéramos cogerlo. Tendría que haber pedido permiso.
Zach
se mordió el labio, llenito de culpabilidad. Me sentí muy orgulloso de mi niño,
por su honestidad.
-
Si, canijo. Tendrías que haber pedido permiso – confirmé.
-
Me daba vergüenza… Seguro me iba a preguntar para qué lo
quería.
-
¿Y para qué lo querías? – repliqué.
-
¡Para nada! Solo por tenerlo. Porque… porque todos…
-
Porque todos cogieron uno, ya entendí. Una especie de trofeo.
En realidad, conociendo el contexto, estaba bastante seguro
de que le hubieran dado uno a cualquier chico que hubiera preguntado, tal vez
con algunos consejos sobre no apresurarse y esperar a ser más mayores. Algunos
chicos, queriendo evitarse aquel “sermón” habían optado por cogerlos
directamente, y Zach les había imitado.
-
Como lo que tengo que decirte es muy importante y sé que no
me vas a escuchar hasta que tratemos esto, te diré que coger algo sin permiso
viene siendo lo mismo que robar, aunque lo que cojas valga poco dinero o sea
muy pequeño – le regañé. – Harry, espera fuera un segundo, campeón.
-
No, papá, no fue nada y… y ya no lo vuelvo a hacer – protestó
Zach.
Froté
su espalda y miré a Harry, esperando a que me obedeciera.
-
Papi – suplicó Zach.
-
Levanta, cariño.
-
Noooo – gimoteó.
Le puse de pie sin mucho esfuerzo y le tumbé sobre mis
piernas.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ay… PLAS PLAS
-
La próxima vez que cojas algo que no sea tuyo, te daré un
castigo fuerte, ¿eh? – le avisé, y le incorporé, sentándole en mi regazo. – Yo
he educado a un buen muchacho que sabe que las líneas difusas siguen siendo
líneas. Robar es robar.
-
Snif… Perdón, papi – susurró, y escondió la cara en mi
hombro. Le mimé el pelo.
-
Bueno, pero no llores. No he sido duro contigo, campeón. Pero
quiero que entiendas que no tienes que hacer algo solo porque todos los demás
lo hagan. Y ya no hablo de coger el condón, sino de usarlo.
-
Iuk, ¡no! No tengo ganas de meter mi… mi amiguito… en ningún
coño asqueroso.
-
¡ZACHARY!
PLAS
-
Aich. Pero si no dije nada malo.
-
No hace falta ser tan bruto.
Resoplé, secretamente aliviado porque
no tuviera interés en eso todavía. Pero una repentina idea me puso alerta
nuevamente.
-
¿Y en otro sitio? – interrogué.
Zachary me miró confundido y yo no
sabía cómo aclarar mi pregunta, pero al cabo de los segundos entendió él solo
lo que quería decir.
-
¡No! ¡Agh, papá, eso es todavía peor!
-
Bueno. Perdona.
-
Me gustan las chicas, ¿vale? Pero la profe nos dio muchos
detalles y es todo un poquitín asqueroso. Salvo las tetas. Las tetas molan.
Rodé los ojos. Adolescentes.
Le pedí a Harry que volviera a entrar
y aquella vez tuve algo más de éxito al intentar repasar con ellos lo que les
habían contado en la charla. Me alegró ver que ninguno tenía más que una
curiosidad lógica sobre el tema. Nada que me indicara que estuvieran pensando
en poner en práctica la teoría. Harry tenía un enfoque más maduro. A Zach le
entraban risitas tontas y hacía muchas bromas y tenía algunas preguntas
descabelladas, que intenté responder lo mejor posible.
-
¿Más dudas? ¿No? Vale, pues a terminar la tarea, mocositos.
-
¿Y luego bici? – me preguntó Zach, poniéndome un puchero con
todas las letras, como imitando a Kurt.
-
Si Alejandro va con vosotros.
-
¿No vale Ted? – preguntó Harry, sabiendo que él no tendría
problemas en acompañarles.
-
No, está ocupado hasta la hora de la cena.
-
¿Y Michael?
-
Michael no sabe montar bien, tenemos que enseñarle.
-
Pfff. Vete buscando algo con lo que chantajear a Jandro – gruñó
Harry.
-
Ya se nos ocurrirá.
-
No seáis así. Seguro que vuestro hermano no pondrá pegas –
afirmé.
Fui a preparar la merienda y a
subirle la suya a Ted. Me quedé un rato hablando con él, muerto de orgullo con
ese muchacho, y después fui a buscar a Alejandro para ver si estaba libre y le
conté lo que querían sus hermanos. Me dijo que muchos chicos de la edad de los
gemelos iban solos en bici al colegio y que no pasaba nada.
-
Ya, pero ellos no tienen un padre sobreprotector, eso os ha
tocado a vosotros. Me preocupa sobre todo que vayan por la carretera ellos
solos. Sé que por aquí solo están los coches de los vecinos, pero solo falta
que venga uno y justo haya un accidente.
Alejandro suspiró, como si fueran
manías mías.
-
Acepto con una condición.
-
¿Cuál?
-
Que llames a Dean – respondió.
Me pilló con la guardia totalmente
bajada. Dean. Sabía que tenía que llamarle, pero no dejaba de postergarlo.
-
Lo haré, campeón…
-
No, no. Ahora. Y le dices que venga a conocernos a la vez que
Sebastian – me exigió.
Le contemplé durante unos instantes.
-
Es muy importante para ti, ¿no? ¿Por qué?
-
No sé por qué. Igual ni nos caen bien. Pero son familia. A
mí… a mí me gustaría que mi madre llamara un día, para ponerse en contacto
conmigo.
Le abracé con un nudo en la garganta.
-
No me iría con ella – me aseguró. – Me abandonó. Pero sí
querría saber qué es de su vida. Aunque el paso tendría que darlo ella.
-
Claro que sí, campeón – musité, sobrecogido. No sabía nada de
la madre de Alejandro desde que le dejó conmigo. No tenía por dónde buscar. –
Tal vez Andrew sepa cómo encontrarla… - pensé, en voz alta.
-
¡No! Dije que tiene que ser ella. Hasta entonces está muerta
para mí.
Auch. Qué duro. Pero sabía que los
sentimientos de Jandro hacia su madre eran complicados, así que no dije nada al
respecto. Me limité a acariciarle y a besar su frente.
-
Llamaré a Dean – acepté.
Metí la mano en el bolsillo para
sacar el móvil. Mejor hacerlo antes de arrepentirme, porque si lo pensaba más,
cambiaría de opinión. Busqué en la ficha que me pasó Andrew y marqué el número.
Alejandro contuvo el aliento sin despegarse de mí, con el oído atento.
Seguramente él también podría escuchar los pitidos mientras se intentaba
establecer la llamada. Al quinto, descolgaron.
-
¿Hola?
-
Hola, buenas tardes. ¿Dean? – pregunté, con voz temblorosa.
-
Sí. ¿Quién es?
-
Me llamo Aidan Whitemore y…
-
¿Whitemore? – casi gruñó. – No quiero saber nada.
Sin darme tiempo a responder, colgó.
Parpadeé, confundido. Alejandro me miró con el ceño fruncido.
-
¿Le habías llamado antes? – me preguntó.
-
No.
-
¿Y de qué te conoce?
-
Ni idea.
-
Pues no parece que te tenga mucho cariño.
No, desde luego. Más bien había
sonado como si tuviera algún problema conmigo.
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