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martes, 4 de agosto de 2020

CAPÍTULO 112: ¿De quién es?




CAPÍTULO 112: ¿De quién es?

Michael había castigado a los enanos por no querer hacer la tarea. A veces los peques se ponían un poco difíciles con eso, especialmente cuando unían fuerzas y se contagiaban unos a otros. Lo más extraño de la escena fue la cara de preocupación de Michael. No sé si papá se dio cuenta, pero mi hermano estaba muy nervioso. Quizá no estaba seguro de haber hecho lo correcto: al fin y al cabo, papá no le había dado permiso para castigarles. Pero tampoco se lo había prohibido expresamente, tan solo había vetado las palmadas. Aidan no parecía enfadado, sino sorprendido, aunque lo disimuló bastante bien para hablar con los peques.
Hannah y Alice, especialmente Hannah, armaron algo de berrinche, quizás porque su hermano ultrafavorito la había regañado. Papá lo cortó con sus peculiares y sutiles métodos y a pesar de que quise enfadarme con él por hacer llorar a Hannah, no pude, porque la enana se había pasado al hablarle así, con ese vocabulario que seguro nos había copiado a alguno de los mayores. Tampoco pude evitar que regañara a Alice, pero al menos Kurt se había salvado. Me iba a ir con el enano para ayudarle con sus deberes cuando vi que papá se quedaba congelado.
-         ¿Qué haces con esto? – le preguntó a Michael.
Me fijé entonces en lo que papá señalaba. Al principio no reconocí el pequeño sobre cuadrado, pero en seguida comprendí lo que era. Oh, mierda.
-         Puedo explicarlo – replicó mi hermano.

-         Eso espero.

-         Solo es un…

-         Sé perfectamente lo que es. Espera un segundo… Ted, ¿por qué no te llevas a los enanos arriba? – me pidió Aidan.

-         Tienen derecho a saber. No puedes tenerles en una burbuja – bufó Michael.

-         Son niños – gruñó papá.

-         ¿Y qué? – replicó mi hermano, desafiante.

“Así no vas bien” pensé, mientras le daba la mano a Alice. Hannah no quiso acercarse, demasiado interesada en la conversación. Observé cómo Aidan tenía un pulso de miradas con Michael hasta que se fijó en mí y decidió echarme un cable. Cogió a Hannah en brazos y vino conmigo al piso de arriba. Los peques podían subir solos, por supuesto, pero así nos asegurábamos de que lo hacían y no se quedaban escuchando y además me daba la impresión de que papá quería unos segundos para pensar en cómo manejar el asunto del preservativo.

Dejamos a los enanos en el cuarto de las niñas.

-         Papi, ¿qué tenía Michael? – preguntó Hannah.

-         Un caramelo de los que pican – respondió Kurt, muy seguro. – De esos que compró Zach una vez y papá no nos dejó tomar porque hacían llorar los ojos.

-         Eh… Sí, justo eso – dijo Aidan. Contuve una sonrisa ante la enorme inocencia de mi hermanito.

-         Oh.

Hannah pareció satisfecha con esa explicación y papá suspiró, aliviado.

-         Ahora vengo, peques, voy a hablar con vuestro hermano.

-         ¿Le vas a hacer pampam? – se interesó Hannah.

-         Eso no es asunto tuyo, princesita cotilla – respondió papá, dándole un toquecito mimoso en la nariz. Después depositó un beso sobre su frente. – Pórtate bien, ¿bueno?

-         Shi. Haré los deberes.

-         Esa es mi peque. La próxima vez hazle caso a Michael y a papá, ¿sí? Y nos ahorramos castigos feos.

Hannah le puso un puchero y papá no se resistió a dejar caer otro beso. Las probabilidades de que alguno de nosotros se convirtiera en drogodependiente eran bastante nulas, pero había algo a lo que ya éramos adictos: a sus mimos.

Aidan salió para volver con Michael y me pidió que me quedara con los enanos hasta que él regresara, pero yo le seguí:

-         Papá… - le llamé.

-         Dime.

-         ¿Estás enfadado?

-         No lo sé – admitió con un suspiro.

-         Mejor que lo use a que no, ¿no crees? – planteé y me lanzó una mirada que no supe interpretar.

-         No debió dejarlo a la vista de tus hermanos. Y me gustaría saber… Es decir, no sabía que hubiera ninguna chica. Aunque igual lo tiene de antes o por si acaso – pensó, en voz alta. Se estaba tomando aquello con mucha más filosofía de la que esperaba. Pero entonces resopló y sus intentos de estar tranquilo se fueron a pique. – No puedo creer lo ciego que estoy. Esto me pasa por idiota.

-         Bueno, no es para tanto… - musité.

-         ¿Qué no es para tanto? - bufó. Quise golpearme a mí mismo, sabía que esa frase es de las peores que le puedes decir a un padre alterado.

Apreté los labios. Michael se la había jugado el lunes por mí, por vengarme, por defenderme…
-         El… el condón es mío – murmuré. Me daba vergüenza decir la palabra en voz alta, ¿pero qué rayos pasaba conmigo? – Lo compré por si… por si se daba la ocasión con Agustina. Seguramente Michael lo encontró entre mis cosas.
Papá clavó sus ojos en mí con rostro inexpresivo y durante unos segundos angustiosos no dijo nada. La falta de respuesta me estaba matando. ¿Por qué no me gritaba? Esperaba una bronca, una charla, quizás una mirada de decepción, un tirón de orejas… algo.
-         Ted – habló por fin. - ¿Tienes deberes?
El cambio de tema me descolocó por completo.
-         Un… un par de ejercicios.

-         Pues hazlos. Y después vas a pasarte el resto de la tarde en tu cuarto, hasta la hora de la cena, y solo podrás salir para ir al baño. Me quedaré tu móvil y te lo devolveré después de cenar – declaró, muy despacio, como para asegurarse de que asimilaba cada palabra. -  Quiero que uses ese tiempo para pensar en por qué tienes la necesidad de mentirme para proteger a tu hermano. No sé si no confías en mí o si me crees capaz de hacerle daño.

Abrí y cerré la boca varias veces.

-         No, pa… Claro que confío en ti. En ti más que en nadie – le aseguré, con un nudo en el pecho.

-         Entonces, ¿por qué me mientes? Sé que no es tuyo – me regañó. Después le escuché suspirar. – Ya he sido injusto contigo en demasiadas ocasiones y es una de las sensaciones más horribles que he experimentado como padre. Sé que defender a tus hermanos va en tu ADN y sabes que me encanta, pero eso no significa que tengas que echarte sus culpas. Puedes intentar convencerme con tus discursos zalameros, tus ojitos de cachorro o con cualquiera de las técnicas que sueles usar, pero no mentirme, hijo. Regañándote a ti por algo que no has hecho no se consigue nada. El culpable no aprende de sus errores, tú pasas un mal rato y yo me siento un monstruo.

Agaché la cabeza. Sabía que tenía razón. Solo quería ayudar a Michael, pero no lo había pensado bien. Ya no tenía diez años para obedecer a esos impulsos de mentir para salvarme yo o salvar a alguien.

-         Para tu tranquilidad, en ningún momento he dicho que vaya a castigar a Michael – añadió, poniendo una mano en mi hombro.

-         Perdón, papá… Sí que confío en ti.

-         Me alegro, campeón. Pero lo que dije sigue en pie. Dame el móvil.

Metí la mano en mi bolsillo y saqué el teléfono. Papá lo cogió con cuidado y después me dio un abrazo corto.

-         Quita esa carita de tristeza. No estoy molesto contigo – me dijo.
Asentí, pero no estaba del todo seguro de que no lo estuviera. Creo que le había hecho daño y esa no había sido mi intención en lo más mínimo.
Papá les sugirió a Cole y a Alejandro que hicieran su tarea en el salón y supe que quería que estuviese solo en mi cuarto. Al menos no les contó que me había castigado. Se marchó con Michael y yo intenté concentrarme en los problemas de matemáticas, pero mi mente estaba en otro asunto. Primero pensé que papá era un exagerado. No era la primera vez que intentaba adjudicarme alguna metida de pata de mis hermanos.
“Precisamente por eso” me repliqué a mí mismo. “Además, ya le has oído: no quiere ser injusto contigo”.
Había una diferencia entre interceder por mis hermanos e intentar engañar a papá y yo la conocía perfectamente, así que dejé de buscar justificaciones.
Sabía que jamás nos lastimaría. No dudaba de él y no quería hacerle creer lo contrario. Tan solo buscaba evitarles una situación desagradable a mis hermanos, pero por eso precisamente era un castigo, porque no era agradable. Y no siempre iba a conseguir salvarles porque a veces se metían en líos demasiado grandes.
Había sido estúpido por pensar que Michael estaba en uno de esos líos aquella vez. Papá no era un tirano. En realidad, yo veía las cosas igual que él y nunca sentía que me hubiera impuesto nada. Siempre me había dicho que había cosas que él me podía prohibir, pero que, si yo quería hacerlas, las iba a hacer igual.
Recordé una pregunta que le hice a papá aquella vez que me dio “la charla” cuando tenía quince años.
-         Papá… ¿es pecado usar preservativo?

-         El preservativo es un trozo de plástico – me respondió. – De hecho, creo que más bien de látex. Al menos, muchos son de ese material. No creo que Dios tenga ningún problema con el látex. No está entre los Diez Mandamientos que yo me aprendí – continuó y le miré confundido, porque esa no era la respuesta que esperaba. Papá me sonrió y continuó con su explicación. – El problema no está en los preservativos, sino en el momento en el que se usan. Dime, Ted, ¿para qué se utilizan?

-         Para… para… no dejar a una chica embarazada… ni contagiarse de enfermedades – musité, muerto de vergüenza.

-         Eso es.

-         No contagiarse es bueno… - murmuré.

-         Por supuesto que es bueno – se rio papá. – Y también es bueno no tener hijos antes de estar preparado para darles un hogar lleno de amor.

-         Si Andrew pensase así ninguno de nosotros hubiera nacido. Y si tú pensases así no te habrías quedado con nosotros – repliqué, mirándome las manos.

Papá me acarició la nuca.

-         Yo no planeé ser padre, pero decidí serlo desde el momento en el que me enteré que existías. Aún no me llamaba así, solo era tu hermano, pero tú me concediste el honor de llamarme papá – expresó, con voz cargada de emoción. Me recosté contra él, mimoso y vergonzoso a partes iguales.

-         ¿Entonces es malo usar preservativo, o no? – insistí.

-         Ah, ahora has cambiado la pregunta. Primero me preguntaste si era pecado. Y, aunque el pecado no está en el objeto en sí mismo, sí, Ted, usar un condón es un pecado. ¿Sabes por qué?
Tenía una ligera idea, pero no sabía cómo formularla ni estaba del todo seguro, así que negué con la cabeza.
-         Pues es un pecado directo y otro indirecto. El directo es que frena la vida. Según el catecismo, el acto sexual tiene dos finalidades que van juntas y son indivisibles: la expresión del amor entre los miembros de un matrimonio y la concepción. Si utilizas un anticonceptivo, estás poniendo una barrera entre el sexo y su función principal. Y el indirecto, es porque se utiliza en relaciones extramatrimoniales. Y el sexo fuera del matrimonio es un pecado con nombre propio: adulterio, en caso de personas casadas que se acuestan con otras parejas, y fornicación, en el de las solteras.

-         ¿Y si dos personas casadas ya no quieren tener más hijos? – planteé.

-         Deberían abstenerse de practicar sexo. Pero como sé lo cortarollos que es esa respuesta, te diré que, para las parejas casadas, hay excepciones. Se puede prevenir la concepción de una nueva vida si traer esa nueva vida va a suponer una dificultad grave – me informó. - Cada uno interpreta eso como quiere. Dificultades graves son ciertas condiciones preexistentes en la madre, que la pondrían en peligro si se queda embarazada, por ejemplo. O una familia tan pobre que no puede alimentarse de por sí, como para pensar en añadir miembros. La verdad, no sé bastante teología como para decirte qué cosas encajarían como “dificultades graves” y cuáles no, pero el caso es que, en situaciones así, hay métodos naturales para evitar la concepción. Existen momentos del mes en los que la mujer no es fértil y cada día mejores métodos para detectarlos con exactitud.

-         Entonces… ¿ni siquiera un matrimonio puede usar un con… un preservativo?

-         No. Porque, aunque cada vez menos gente piensa así y todo en el mundo de hoy te dice lo contrario, el fin del sexo no es el placer, sino la procreación. Que sea placentero es un plus. Pero no es una necesidad vital, no es algo que “tengas que hacer” o sino te mueres. Hacerlo fuera del matrimonio o hacerlo poniendo un obstáculo que impida el embarazo, es pecado.

Asentí, feliz de que alguien por fin me hablara sin andarse por las ramas. Mi catequista daba vueltas y vueltas y nunca hablaba claro.

-         Pero me has hecho dos preguntas – continuó papá. – Primero me has preguntado si es pecado y luego si es malo. Y eso ya requiere mi opinión – le escuché con atención. Tal vez él no estaba de acuerdo con lo que me acababa de exponer. - Mi opinión es que no me gusta juzgar a la gente. No sé qué se siente al tener novia, quererla mucho y querer acostarse con ella. No sé qué tan malo sea querer solo eso, acostarse con ella, sin tener hijos. La verdad es que no suena como algo malo. Pero mi lado romántico no puede evitar pensar que, si dos personas se quieren de verdad, entonces tendrían que ser capaces de esperar un poco, hasta casarse. El matrimonio sería así una entrega plena, en cuerpo y alma. De todas formas, antes casarse era más sencillo. Ahora hay gente, parejas jóvenes, que tardan años en poder permitírselo – reflexionó, y después me contempló con una media sonrisa, casi como si se estuviera disculpando. - Ya tienes quince años, así que espero que no te explote la cabeza por la contradicción de que algo que es pecado, y de hecho pecado mortal, pueda no ser malo del todo ante los ojos de algunas personas. Para mí hay una diferencia entre la maldad y la inmoralidad, hijo. Hacer daño a alguien o destruir una vida es malo, genuinamente malo. Creerse más listo que Dios y burlar las leyes naturales, es inmoral y no está bien, pero si la intención no es lastimar a nadie estamos hablando de distintos grados de “maldad”. Prefiero mil veces que uses un condón a que le pidas a tu novia que aborte. A mí me encantaría que nunca te encontraras ante este dilema. Me encantaría que siguieras firmemente lo que te he contado hace unos segundos y solo tuvieras relaciones sexuales cuando quieras tener hijos con tu esposa. Sin embargo, no quiero que por ser un iluso a ti te falte información importante. Si te echas una novia y decides acostarte con ella, hay tres cosas que tienes que saber: la primera, que podrás contármelo con total libertad; la segunda que, aunque no apoyaré tu decisión, no te haré ninguna recriminación y la tercera que más te vale ponerte un condón, ¿entendido?

Volví a asentir, más enérgicamente aquella vez ante su expresión seria y escudriñadora.

-         No quiero que te lo tomes como que te estoy dando permiso. Nunca podría darte permiso para algo cuyas consecuencias no entiendo porque, de nuevo, no estudié teología. Pero ahora tienes toda la información que necesitas para tomar tu propia decisión y, aunque espero que sea la correcta, te he dicho también cómo protegerte, al menos físicamente, en el caso de que elijas ignorar mis recomendaciones – concluyó.

Sacudí aquellos recuerdos de mi memoria para regresar al presente. Aún no se había dado la ocasión en la que yo quisiera utilizar un preservativo y no creía que se diera en un futuro cercano, pero era un alivio saber que papá no se enfadaría de ser así. Sin embargo, me daba la sensación de que le decepcionaría y eso era todavía peor. Yo quería que estuviera orgulloso, más que eso: quería parecerme a él todo lo posible.

Pero Michael no. Michael era muy diferente y había llevado una vida muy distinta. Y papá le quería exactamente lo mismo que a mí a pesar de ello. No necesitaba ser perfecto para que Aidan me quisiera. No necesitaba ser su réplica ni estar de acuerdo en todo con él.

Esa idea latió en un rincón de mi cerebro durante mucho rato, como una revelación importante.

Poco después papá subió con una bandeja con la merienda. Había pensado que me dejaría sin merendar y mi estómago ya no lo estaba soportando. Sonreí al ver el vaso de leche con galletas.

-         ¡Genial, me muero de hambre!

-         Mmm. ¿Te alegras de ver a tu padre o a la comida? – preguntó.

-         A los dos, pero a las galletas un poquito más – le contesté.

-         Mocoso este. ¿A que me las llevo?

-         No serías tan cruel.

Aidan me dedicó una sonrisa y dejó la bandeja sobre mi mesa, para después hacerme un mimo en el pelo.

-         ¿Sigo teniendo hermano?  - me interesé, haciéndolo sonar como algo trivial.

-         Sano y salvo. No era suyo.

-         Ah, ¿no? ¿Y de quién era? – no pude evitar la pregunta, aunque sabía que me arriesgaba a que no me respondiera.

-         De Zach – aclaró. Abrí la boca, totalmente sorprendido. Eso sí que no me lo esperaba para nada.

-         Pero… pero… si es un crío.

-         Los detalles te los dará él, si quiere.

-         ¿Tú estás bien? – le dije. - ¿No te ha dado un infarto ni te has desmayado?

-         Muy gracioso, Ted – refunfuñó. – ¿Hiciste los deberes?

-         Parte… No terminé, porque estaba pensando – admití.

-         ¿En qué?

-         En lo que me dijiste… Sí que confío en ti, papá. Pero sentí que debía defender a Michael y que nada de lo que dijera podría servir esta vez. Creo que flipé un poco al ver el condón. No sabía cómo te lo ibas a tomar, pero tendría que haberlo sabido: siempre has sido razonable, incluso en estas cosas.

Aidan estiró los labios ligeramente y se sentó en la silla de mi derecha. Cogió una galleta, ya que había traído demasiadas para una sola persona y así entendí que había planeado una conversación conmigo. Sin embargo, durante un par de minutos no dijo nada y el silencio me estaba poniendo nervioso.

-         ¿Puedo hacerte una pregunta? – murmuré.

-         Las que quieras, ya lo sabes.

-         Es personal – le advertí.

Papá me miró con curiosidad y se apartó los rizos de la cara mientras asentía, indicando que seguía teniendo vía libre.

-         Ahora que tienes novia, ¿no habrá más de esos por casa? – le dije. Todos tenemos un pequeño puntito suicida. Que el mío estuviera escondido no quiere decir que no lo tuviera. Observé de reojo para ver si papá se molestaba mucho por lo que estaba implicando.

-         La pelota rebota y aterriza en tu campo. Ahora que tienes novia, ¿no habrá más de esos por casa? Digamos… ¿en tu habitación? – replicó papá.

Ah. Así que de eso quería hablar.

-         No, pa – me ruboricé.

Papá sujetó mi barbilla y me obligó a levantar la mirada.

-         No tienes que ocultármelo si es así. No pasa nada – me tranquilizó.

-         Pero es la verdad. Agus y yo ni siquiera hemos hablado de eso aún. Y yo no quiero.
Pensé que papá suspiraría de alivio, pero se limitó a asentir y sonreír.
-         ¿No es raro eso? – susurré, nervioso. - ¿No tendría que querer? Los chicos de mi clase piensan en eso constantemente. ¿Y si… y si algo funciona mal? A raíz del golpe, o desde antes…
La sonrisa de Aidan se hizo más grande.
-         Recuerdo a cierto chico de catorce años que se pasaba el día entero en el cuarto de baño. Creo que todo te funciona perfectamente, simplemente ya superaste esa fase en la que pensabas con el pene.  Me alegro mucho de que fuera antes de conocer a Agustina. Ahora piensas con esto – me dijo, y me tocó el pecho.
Me ardían tanto las mejillas que no me hubiera extrañado si la habitación hubiera aumentado un par de grados. Pero las palabras de papá me hicieron sentir mejor. No quería ser un bicho raro. No es que no hubiera tenido un par de momentos “incómodos”, sobre todo en clase de gimnasia. A Agus le gustaba jugar conmigo y poner poses… Pero no le había mentido a papá: nunca habíamos hablado de dar un paso más. Yo sabía que ella ya lo había hecho con Jack, pero creo que la experiencia no había sido muy buena.

-         AIDAN’S POV –
Que Ted pensara que su mentira podía colar era un signo de lo inocente que era mi niño en realidad. Estaba tan seguro de que el preservativo no era suyo como que de no era de Kurt. Pero el hecho de que intentara engañarme me molestó. Nunca más quería ser injusto con él, era un error que había cometido demasiadas veces en los últimos meses. Ya era bastante malo meter la pata, pero que encima él contribuyera al echarse las culpas de las travesuras de sus hermanos era algo que simplemente no podía pasar.
Además, con Michael solo quería hablar. Quería saber por qué lo tenía, y si es que había alguien en su vida. Para ser sinceros, lo que más me preocupaba era el hecho de que volviera a ser activo sexualmente después de… después de haberme contado que abusaron de él. No había vuelto a tener más flashbacks y parecía estar manejándolo bien, pero no sabía si estaba preparado para volver a exponerse de esa manera.
Por otro lado, me inquietaba también que estuviese con cualquier chica, con una a quien no conociera, un lío de una noche y…
“No. Es su vida” me frené.
“Y tú su padre” replicó una voz en mi cabeza.
Exacto, no su dueño”.
Respiré hondo y bajé para hablar con Michael, esperando que ya no estuviera a la defensiva, pero por lo visto fue demasiado esperar:
-         Tendrías que haber dejado que los enanos se quedaran – me soltó, nada más verme. – Es un condón, no una bomba atómica.

-         No te corresponde a ti decidir este tipo de cosas – respondí, dispuesto a permanecer calmado. – Considero que son pequeños para hablarles de eso.

-         ¿Ted también? ¿Por eso te lo llevaste? – me acusó.

-         Considero que esta es una conversación que es mejor que tengamos en privado, nada más.

-         Claro, no vaya a ser que alguien se entere de que follo y malinfluencie a tus hijos.

-         ¡Michael! No hables así y nadie dijo que seas una mala influencia – regañé.

-         Pero lo piensas, ¿verdad?

-         ¡Claro que no!  

Sentí que me observaba, para ver si estaba siendo sincero. Lo que sea que viera le aplacó un poco, porque se destensó ligeramente y bufó.

-         No hice nada malo.

-         Ni yo dije que lo hicieras. Aunque no deberías tener esas cosas al alcance de tus hermanos pequeños.

-         ¿Eso es lo que te molesta? ¿No que lo tenga? – tanteó.

-         Que lo tengas me da… curiosidad. Y me preocupa, no te voy a mentir. Pero no es algo por lo que pueda enfadarme.

-         El sexo no es preocupante.

-         No, generalmente no… - coincidí. Mi tono evidenció que había un “pero” y, sin embargo, no me dejó expresarlo.

-         ¡Agh! No me entiendes porque Holly no es atractiva, con perdón, y entonces no…

-         Basta – le interrumpí. - Holly es guapísima y si no lo fuera no pasaría nada. Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando.

-         Es evidente que no te interesa sexualmente, o quizás eres gay y no lo sabes, y por eso sigues con esas teorías de monje.

Sentí un ramalazo de furia, pero lo contuve. Quizá no logré apaciguar del todo mi mirada, porque Michael se puso rígido.

-         No puedes hablarme así – declaré. - Deja esa actitud de superado, porque no te sienta bien. Eres libre de hacer lo que quieras, pero yo también.

-         Seguro que Holly nunca te ha puesto cachondo.

Di un paso hacia él y automáticamente Michael retrocedió. Le agarré del brazo y le giré.

PLAS PLAS

-         ¡Au! – protestó.

-         Nunca sabes cuándo parar. Solo quiero tener una conversación civilizada.

Michael me miró con resentimiento y poco a poco su expresión se fue transformando hasta casi formar un puchero. Mis hijos mayores no superponían los labios como hacían a veces mis bebés, pero sí los arrugaban en una mueca involuntaria y muy tierna.


-         El condón no es mío – gimoteó, con un tono aniñado.

-         Ah, ¿no?

-         ¡No! Me has castigado por nada.

-         Te regañé por irrespetuoso, no por el preservativo. Si no es tuyo, ¿por qué lo tenías tú? – quise saber.

-         Se lo vi a Zach y a Harry e imaginé que no te gustaría que lo tuvieran. Son muy pequeños.

El corazón me dio un vuelco. ¿Zach? ¿Harry? Intenté sobreponerme.

-         Así que en el fondo sí que entiendes que quiera proteger a los enanos. La protesta de antes qué fue, ¿para pelearme?

Michael se encogió de hombros, pero supe que había dado en el clavo. Le gustaba sacarme de mis casillas y lo peor es que a veces lo conseguía.

-         ¿Vas a regañar a los gemelos? – me preguntó.

-         No, pero sí quiero hablar con ellos. Y contigo también.

-         ¡Pero si no es mío! – repitió.

-         Lo sé. Pero, ¿y si lo hubiera sido?

-         ¿Qué?

-         Michael… ¿crees que estás preparado para… tener relaciones? – planteé. Me hubiera gustado ser más delicado, pero con él funcionaba más el ser directo.

-         Llegas un par de años tarde.

-         No me refiero a eso. Las cosas que has pasado…

Michael se tensó y me dio la espalda. Suspiré. Me acerqué despacito y le lleve hasta el sofá para sentarnos juntos. Le apoyé contra mí.

-         En una ocasión, mi padre intentó regalarme una noche con una prostituta por mi cumpleaños – le conté. – No solo me asqueaba la idea, sino que sentí pánico cuando me tocó. Poco después, una compañera de trabajo y yo estábamos a punto de acostarnos y…

-         Espera, ¿qué? – me interrumpió, interesado por esa última declaración.

-         No siempre he sido un monje, como dirías tú. Me crié con Andrew: no tenía ningún tipo de educación afectivo-sexual. Esa chica se lanzó sobre mí y, aunque tenía mis dudas, la seguí el juego por un rato. Era guapa y me caía bien. Pero apenas puso sus manos en mi pecho, me paralicé.

-         ¿Por qué? – preguntó, en voz baja.

-         Porque me da miedo el contacto físico por parte de desconocidos. No tuve la mejor de las infancias. Y además hubo un… evento traumático, a los trece años. Mi abuelo me maltrató. Y desde entonces desarrollé algunos temores que con el tiempo he aprendido a mantener bajo control, pero nunca he podido superarlos.

-         A mí me tocaste casi desde el principio – me recordó.

-         Una señal de que estabas destinado a ser mi hijo – respondí. – Te cuento esto para que entiendas que algunas situaciones en nuestra vida nos dejan secuelas. No es nuestra culpa, no es algo que busquemos, pero ocurre.

-         Yo… tuve relaciones después de… después… - balbuceó.

Le apreté con un brazo y besé su cabeza.

-         Ya lo sé. Pero ahora lo estás procesando. Estás procesando lo que pasó y lo último que quiero es que sufras, campeón. Me gustaría que vieras a la psicóloga de Ted.

-         ¿Qué?

-         O a otra, si no quieres ver a la misma que a tu hermano. Te ayudará.

Silencio. Había esperado un estallido, aunque ya le había dejado caer en alguna ocasión que estaba buscando un psicólogo para todos nosotros.

-         Vale.

Sonreí y le separé un poquito para mirarle. Él también sonreía, tímidamente.

-         Oye, ¿y es guapa esa psicóloga? – bromeó.

-         Tiene como cuarenta años.

-         No soy selectivo.

Le empujé suavemente, jugando, y rodé los ojos.

-         Será mejor que vaya a hablar con los gemelos – anuncié.

-         Solo hablar, ¿eh? – me advirtió.


Definitivamente, al estudio de abogados “Teddy Nosito” le estaba saliendo competencia. 

Subí al cuarto de los gemelos llevando el dichoso preservativo conmigo. Toqué a la puerta antes de entrar.

-         Hola.

-         Hola, papá – saludó Zach. Parecía nervioso, lo que me indicó que algo había escuchado o quizás lo intuía.

-         ¿Qué tal van los deberes?

-         Bien. Papá, si terminamos pronto, ¿podemos ir a montar en bici Harry y yo? Hace mucho que no lo hacemos.

-         ¿Vosotros solos? – pregunté, indeciso.

-         Por aquí cerca.

-         Pero los coches…

-         Por aquí no hay apenas coches – apuntó Harry.

-         Bueno, después lo hablamos. Venía a preguntaros una cosa.

Los dos enmudecieron y se miraron.

-         ¿E…el qué? – dijo Zach, al final.

-         ¿De quién es esto? - inquirí, enseñándoles el sobrecito con el condón.

Se pusieron simultáneamente pálidos y tensos.

-         Chicos, no pasa nada. No estoy enfadado. Solo quiero saber por qué lo tenéis y de dónde lo sacasteis. Deduzco que sí sabéis lo que es.

-         Nos… nos lo dieron en clase – dijo Harry.

-         ¿Qué?

-         Bueno, no nos lo dieron exactamente. Lo cogí – confesó Zach.

Me senté en su cama y puse una mano en su pierna, animándole a continuar. Me miró con sus ojos claros llenos de inseguridad.

-         Vinieron a darnos una charla de educación sexual – me explicó.

-         Ya veo.

-         No lo robé, papá… La mujer que vino trajo muchos y nos enseñó a ponerlos sobre una cosa de plástico y cuando acabó varios chicos se quedaron con uno y me dijeron que lo cogiera y…

-         Y tú lo hiciste, por supuesto – suspiré, familiarizado con los adolescentes y la presión de grupo.

No me hacía mucha gracia que con trece años les enseñaran a ponerse un condón, la verdad, pero entendía que tal vez era necesario, ya que la edad media en la que los chicos tenían su primera vez cada día era más baja. Eran asuntos delicados, sin embargo, y quería hablar con mis hijos al respecto. Lo intenté, pero Zach y Harry solo me respondían con monosílabos. Al final, me rendí y suspiré.
-         ¿Qué os pasa? ¿Tanta vergüenza os da hablar conmigo de esto?

-         N-no. Pe- pero… ¿no me vas a regañar por cogerlo? – murmuró Zach, mirando sus zapatos.
Comprendí que mi hijo estaba preocupado de que le acusara de ladrón. Tenía que indagar un poco más en cómo se habían dado las cosas.
-         ¿La profesora os dijo explícitamente que no podíais llevároslo? – le dije, y le obligué a levantar la cabeza para ver sus ojos mientras me respondía.

-         N-no. Tenía una cesta con varios que usó para la explicación. Pero no dijo que pudiéramos cogerlo. Tendría que haber pedido permiso.
Zach se mordió el labio, llenito de culpabilidad. Me sentí muy orgulloso de mi niño, por su honestidad.
-         Si, canijo. Tendrías que haber pedido permiso – confirmé.

-         Me daba vergüenza… Seguro me iba a preguntar para qué lo quería.

-         ¿Y para qué lo querías? – repliqué.

-         ¡Para nada! Solo por tenerlo. Porque… porque todos…

-         Porque todos cogieron uno, ya entendí. Una especie de trofeo.

En realidad, conociendo el contexto, estaba bastante seguro de que le hubieran dado uno a cualquier chico que hubiera preguntado, tal vez con algunos consejos sobre no apresurarse y esperar a ser más mayores. Algunos chicos, queriendo evitarse aquel “sermón” habían optado por cogerlos directamente, y Zach les había imitado.

-         Como lo que tengo que decirte es muy importante y sé que no me vas a escuchar hasta que tratemos esto, te diré que coger algo sin permiso viene siendo lo mismo que robar, aunque lo que cojas valga poco dinero o sea muy pequeño – le regañé. – Harry, espera fuera un segundo, campeón.

-         No, papá, no fue nada y… y ya no lo vuelvo a hacer – protestó Zach.
Froté su espalda y miré a Harry, esperando a que me obedeciera.
-         Papi – suplicó Zach.

-         Levanta, cariño.

-         Noooo – gimoteó.

Le puse de pie sin mucho esfuerzo y le tumbé sobre mis piernas.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ay… PLAS PLAS

-         La próxima vez que cojas algo que no sea tuyo, te daré un castigo fuerte, ¿eh? – le avisé, y le incorporé, sentándole en mi regazo. – Yo he educado a un buen muchacho que sabe que las líneas difusas siguen siendo líneas. Robar es robar.

-         Snif… Perdón, papi – susurró, y escondió la cara en mi hombro. Le mimé el pelo.

-         Bueno, pero no llores. No he sido duro contigo, campeón. Pero quiero que entiendas que no tienes que hacer algo solo porque todos los demás lo hagan. Y ya no hablo de coger el condón, sino de usarlo.

-         Iuk, ¡no! No tengo ganas de meter mi… mi amiguito… en ningún coño asqueroso.

-         ¡ZACHARY!

PLAS

-         Aich. Pero si no dije nada malo.

-         No hace falta ser tan bruto.

Resoplé, secretamente aliviado porque no tuviera interés en eso todavía. Pero una repentina idea me puso alerta nuevamente.

-         ¿Y en otro sitio? – interrogué.

Zachary me miró confundido y yo no sabía cómo aclarar mi pregunta, pero al cabo de los segundos entendió él solo lo que quería decir.

-         ¡No! ¡Agh, papá, eso es todavía peor!

-         Bueno. Perdona.

-         Me gustan las chicas, ¿vale? Pero la profe nos dio muchos detalles y es todo un poquitín asqueroso. Salvo las tetas. Las tetas molan.

Rodé los ojos. Adolescentes.

Le pedí a Harry que volviera a entrar y aquella vez tuve algo más de éxito al intentar repasar con ellos lo que les habían contado en la charla. Me alegró ver que ninguno tenía más que una curiosidad lógica sobre el tema. Nada que me indicara que estuvieran pensando en poner en práctica la teoría. Harry tenía un enfoque más maduro. A Zach le entraban risitas tontas y hacía muchas bromas y tenía algunas preguntas descabelladas, que intenté responder lo mejor posible.

-         ¿Más dudas? ¿No? Vale, pues a terminar la tarea, mocositos.

-         ¿Y luego bici? – me preguntó Zach, poniéndome un puchero con todas las letras, como imitando a Kurt.

-         Si Alejandro va con vosotros.

-         ¿No vale Ted? – preguntó Harry, sabiendo que él no tendría problemas en acompañarles.

-         No, está ocupado hasta la hora de la cena.

-         ¿Y Michael?

-         Michael no sabe montar bien, tenemos que enseñarle.

-         Pfff. Vete buscando algo con lo que chantajear a Jandro – gruñó Harry.

-         Ya se nos ocurrirá.

-         No seáis así. Seguro que vuestro hermano no pondrá pegas – afirmé.

Fui a preparar la merienda y a subirle la suya a Ted. Me quedé un rato hablando con él, muerto de orgullo con ese muchacho, y después fui a buscar a Alejandro para ver si estaba libre y le conté lo que querían sus hermanos. Me dijo que muchos chicos de la edad de los gemelos iban solos en bici al colegio y que no pasaba nada.

-         Ya, pero ellos no tienen un padre sobreprotector, eso os ha tocado a vosotros. Me preocupa sobre todo que vayan por la carretera ellos solos. Sé que por aquí solo están los coches de los vecinos, pero solo falta que venga uno y justo haya un accidente.

Alejandro suspiró, como si fueran manías mías.

-         Acepto con una condición.

-         ¿Cuál?

-         Que llames a Dean – respondió.

Me pilló con la guardia totalmente bajada. Dean. Sabía que tenía que llamarle, pero no dejaba de postergarlo.

-         Lo haré, campeón…

-         No, no. Ahora. Y le dices que venga a conocernos a la vez que Sebastian – me exigió.

Le contemplé durante unos instantes.

-         Es muy importante para ti, ¿no? ¿Por qué?

-         No sé por qué. Igual ni nos caen bien. Pero son familia. A mí… a mí me gustaría que mi madre llamara un día, para ponerse en contacto conmigo.

Le abracé con un nudo en la garganta.

-         No me iría con ella – me aseguró. – Me abandonó. Pero sí querría saber qué es de su vida. Aunque el paso tendría que darlo ella.

-         Claro que sí, campeón – musité, sobrecogido. No sabía nada de la madre de Alejandro desde que le dejó conmigo. No tenía por dónde buscar. – Tal vez Andrew sepa cómo encontrarla… - pensé, en voz alta.

-         ¡No! Dije que tiene que ser ella. Hasta entonces está muerta para mí.

Auch. Qué duro. Pero sabía que los sentimientos de Jandro hacia su madre eran complicados, así que no dije nada al respecto. Me limité a acariciarle y a besar su frente.

-         Llamaré a Dean – acepté.

Metí la mano en el bolsillo para sacar el móvil. Mejor hacerlo antes de arrepentirme, porque si lo pensaba más, cambiaría de opinión. Busqué en la ficha que me pasó Andrew y marqué el número. Alejandro contuvo el aliento sin despegarse de mí, con el oído atento. Seguramente él también podría escuchar los pitidos mientras se intentaba establecer la llamada. Al quinto, descolgaron.

-          ¿Hola?

-         Hola, buenas tardes. ¿Dean? – pregunté, con voz temblorosa.

-         Sí. ¿Quién es?

-         Me llamo Aidan Whitemore y…

-         ¿Whitemore? – casi gruñó. – No quiero saber nada.

Sin darme tiempo a responder, colgó. Parpadeé, confundido. Alejandro me miró con el ceño fruncido.

-         ¿Le habías llamado antes? – me preguntó.

-         No.

-         ¿Y de qué te conoce?

-         Ni idea.

-         Pues no parece que te tenga mucho cariño.

No, desde luego. Más bien había sonado como si tuviera algún problema conmigo.






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