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sábado, 5 de septiembre de 2020

CAPÍTULO 117: Fin de semana (Parte 3): Un caos perfecto



CAPÍTULO 117: Fin de semana (Parte 3): Un caos perfecto

Cuando papá regresó con Leah, fue imposible contener por más tiempo a los enanos, que estaban deseando descubrir qué había dentro de las piñatas. Holly lo había calculado todo bastante bien: las piñatas eran de las que se abrían con cintas, y no de las que se rompían al golpearlas, lo cual lo hacía mucho más seguro.
Ver a los más pequeños tirando de las cintas fue uno de los espectáculos más tiernos a los que uno podría asistir. Los trillizos las agarraron con precaución, sin entender bien para qué eran, y, tras examinarla, Dante se metió el extremo de la suya en la boca.
-         No, eso no se come – le dijo Kurt, sacándosela. – Agárrala así. Muy bien.
El bebé observó a mi hermanito con los ojos muy abiertos y hubiera sido difícil decir quién de los dos era más adorable. Kurt se había tomado muy en serio la petición de papá de “explicarles a los peques cómo se hacía”.
Aaron puso una mano sobre la cabeza de Kurt y le sonrió.
- ¡Anda! ¡Pero si sonríe y todo! Había llegado a pensar que era biológicamente incapaz – murmuró Zach, pero no tan bajo como para que no le oyéramos. Estoy seguro de que Aaron le escuchó también, pero decidió ignorarlo.
-         A la de tres hay que tirar fuerte fuerte, ¿vale? Una, dos y…
Aaron contó hasta tres, pero la piñata no se rompió. Alice nos miraba alternativamente a mí y a papá, no sé si porque no sabía muy bien qué esperar o para asegurarse de que no nos perdíamos detalle. Tanto ella como West dejaron que los trillizos lo intentaran durante unos segundos, pero cuando se hizo evidente que no tenían la fuerza suficiente como para romperla, West dio un jalón enérgico y el plástico se rasgó, provocando que cayera una cascada de caramelos y confeti.
No solo había caramelos, sino también máscaras de cartón, y silbatos de plástico, pero no de los pequeños que se pudieran tragar por accidente, sino unos grandes y redondos, tipo armónica. Avery cogió un silbato, Tyler un caramelo y Dante una máscara y los tres fueron con su madre al mismo tiempo para que se los abriera, ya que cada objeto tenía su funda individual.
-         West, gracias por dejar que los peques escojan primero – le dijo Sam, agachándose junto a su hermano y rodeándole con un brazo.

-         ¿Ya puedo? 

-         Claro que sí, enano. Coge lo que quieras.
En ese momento me di cuenta de que, en realidad, pese a toda la agresividad que demostraban, los hijos de Holly estaban muy bien educados. Una avalancha de caramelos acababa de caer delante de ellos y nadie se había lanzado a recogerlos. Todos sabían que tendrían su turno y, aunque alguno estaba visiblemente impaciente, supieron contenerse. No debería de haberme sorprendido, teniendo en cuenta que iban a un colegio militar y su tío parecía muy estricto. Le bastaba una mirada para que Sean se estuviera quieto y no vaciara el aire de un globo en la cara de Scarlett, por ejemplo. Y, sin embargo, tanta rectitud no conseguía evitar estallidos como los de Leah.
Alice se agachó con timidez y se aprovisionó de unos cuantos caramelos. Me los vino a traer a mí para que se los guardara.
-         Ya está, chiquitín – decía Holly, agachada junto a Avery. – Mira, sopla por aquí.

-         ¿Qué tienes ahí? – le preguntaba papá a Dante.
Había varias microconversaciones a mi alrededor y no podía enterarme de todas, pero de pronto se había creado una atmósfera feliz y relajada. Barie y Zach reían abiertamente ante los infructuosos intentos de Avery para hacer sonar el juguete y aplaudieron con entusiasmo cuando consiguió que emitiera un pequeño silbido. Leah le colocaba a West una máscara con la forma de un gato. Todavía tenía los ojos algo rojos, debía de haber llorado mucho. Me pregunté qué le habría dicho papá para hacerle sentir mejor. Al menos, las piñatas servían de distracción para que la gente se olvidara de lo que había pasado.
-         Así es la vida de las familias grandes, un sube y baja de emociones, ¿no? – me dijo Holly, sorprendiéndome porque se había acercado con mucho sigilo. – Un poco de drama, risas, momentos tiernos…
Me asombró la sintonía entre sus palabras y mis pensamientos.
-         Sí. Es un caos, pero es un caos perfecto – susurré.
Noté un estremecimiento cuando Holly me acarició el brazo. Fue una sensación eléctrica y agradable.
-         Está siendo una fiesta increíble – la felicité, muerto de vergüenza.

-         Gracias. He tenido muchos ayudantes – me confesó, con un guiño. – Me alegro mucho de que estéis aquí.
Mi vergüenza aumentó y noté que me ardían las mejillas.
-         Barie nos hubiera asesinado si osamos decir que no – respondí y, como eso sonó a que solo mi hermana tenía interés, decidí añadir algo más. – Yo también me alegro de haber venido. Los trillizos son adorables. Pero tienen que dar mucho trabajo. Cuando Hannah y Kurt eran más pequeños, eran agotadores. Bueno y ahora también – me reí.

-         Pero si son un amor – les defendió. – Soy muy buenos niños.

-         Sí que lo son – admití. – Y te adoran. Sobre todo, Kurt. Hannah también, pero… - me callé. Estuve a punto de decir “Kurt siempre ha querido una madre” - …el peque te ha cogido mucho cariño.

Holly esbozó una gran sonrisa, mientras miraba a mi hermano con lo que parecía adoración infinita.

-         Será mejor que abramos las demás piñatas – me sugirió, después de un rato. Asentí y nos pusimos manos a la obra.  

Llegamos en buen momento, porque a Hannah iba a darle algo de la impaciencia. Había visto lo que había recogido Alice y quería que llegara ya su turno.
-         Ya vamos, corazón – dijo Holly, pasando los dedos por el característico cabello rubio de mi hermana. – ¿Estáis preparados?

-         ¡Sííííí!

Los enanos abrieron las otras dos piñatas, primero una y después otra. La idea de hacerlo de forma escalonada era buena, porque así se evitaba el descontrol, pero aún así hubo un par de conflictos. Como el que se produjo cuando Kurt y Max discutieron sobre a quién le correspondía el último caramelo:

-         ¡Tú cogiste más! – protestó mi hermanito.

-         ¡Ese no es mi problema, yo fui más rápido! – replicó Max.

-         ¡No es cierto, lo que pasa es que te dimos ventaja porque tienes piernas de mentira! – intervino Hannah, apoyando a su mellizo.

-         ¡Hannah! – le regañó papá. Mi hermanita le miró, confundida, y papá se agachó a su lado. – Eso no se dice.

-         Pero es la verdad, papi.

Aidan suspiró y supe que estaba eligiendo las palabras adecuadas. Los niños a veces tienen muy poco tacto y no siempre lo hacen con maldad. Cuesta un poco explicarles en qué momentos es mejor guardarse los pensamientos para uno mismo.

-         Princesa, ¿por qué le dijiste eso? ¿No te das cuenta de que le hace daño?

-         Cállate, no hace falta que me defiendas – gruñó Max, con los puños apretados.

-         No tiene piernas de mentira – continuó papá, ignorando la interrupción. – Se llaman prótesis.

-         ¡No necesito que nadie me deje ganar! – exclamó Max. A pesar de su expresión de enfado, era muy fácil percibir la tristeza que había debajo.

-         No, claro que no – respondió papá, mirándole con simpatía. – Pero eso lo hicieron con buena intención. Lo que está mal es que después os metáis con él – añadió, volviendo a concentrarse en Hannah.

-         No me metí con él – dijo mi hermanita, agarrándose la camiseta en un gesto inseguro y culpable.

-         Cierra los ojos, mírate en el corazón, y dime si no dijiste eso para ganar la pelea – le pidió papá. - Estabas enfadada y no pensaste en cómo se iba a sentir Max.

Hannah arrugó un poquito el labio. Yo tenía un vago recuerdo de cuando era pequeño y papá intentaba hacerme reflexionar. No me gustaba porque me agarraba las manos y me miraba fijo, justo como estaba haciendo con Hannah, y de alguna manera sentía que podía ver dentro de mí.

-         Lo siento – murmuró la enana, al cabo de unos segundos. Papá le dio un beso en la frente.

-         No es conmigo con quien te tienes que disculpar, cariño.

El puchero de Hannah se acrecentó y se giró hacia Max con nerviosismo.

-         Lo siento – repitió.

Max bufó como toda respuesta, y Holly le apretó los hombros cariñosamente. Eso pareció relajarle y su pose se derritió un poquito.

-         Puede quedarse el estúpido caramelo – masculló.

-         No, el caramelo es para Dylan, que se portó bien y no se peleó – dictaminó Holly. Dy no había querido tirar de la cinta ni coger los premios de la piñata, porque era una situación agobiante para él. Con eso se acabó la discusión.

-         A mí me gustan tus piernas – murmuró Kurt. – Eres mitad Iron Man.

La comparación debió satisfacer a Max, porque sonrió ligeramente.

-         En realidad, no son de hierro, sino de titanio.

-         Bueno, y el traje de Iron Man es de muchas “alelaciones”.

-         Aleaciones – corregí yo, orgulloso de mi hermanito por usar sus conocimientos de superhéroes para animar a Max. - ¿Y tú qué cogiste, Cole? – le pregunté, porque estaba muy callado. Se había mantenido al margen del conflicto, pero eso no me extrañaba, Cole rara vez se metía en esa clase de líos. O en líos de ningún tipo, para ser exactos.

Me enseñó un puñado de caramelos y unas gafas de sol de plástico, más bien de juguete. Se las probó, pero no le cabían porque eran demasiado pequeñas, así que se las dio a Hannah y ella se las dio a Max como ofrenda de paz.

-         A mí tampoco me valen. Pero gracias – respondió, ya sin rastros de estar molesto.

-         ¿Vamos a por la última? – propuso Blaine. Intercambié una mirada con Holly, guardándole el secreto de que había todavía otra piñata más, para nosotros.

Todos desde Barie hasta Sean se colocaron alrededor de la piñata con forma de sol y cogieron una cinta. Tiraron a la vez a la señal de Holly y se lanzaron agresivamente a por las recompensas. Scarlett en cambio tomó la mano de Jeremiah y le guio para que recogiera su botín.
Estaban siendo algo más brutos que los enanos y Sean, sin darse cuenta, embistió a Jeremiah con demasiada fuerza, tirándole al suelo.

-         ¡Au!

-         ¡Pero imbécil, ten más cuidado! – le increpó Zach.

-         ¿A quién llamas imbécil? – ladró Sean.

-         Pues a ti, ¿no lo ves?

-         Suficiente – cortó papá. – Sin insultar. Fue un accidente. Id con más cuidado, anda. Nadie os los va a quitar.
Me di cuenta de que en algún momento habíamos pasado de pelear por “defender el territorio” a tener discusiones más propias de hermanos. Observé el cuadro general, a Alice persiguiendo a West en una especie de pilla pilla, a Blaine sirviéndole un refresco a Kurt, a Dante tomando posesión de los brazos de papá. Me gustaba la mezcla.
“No me importaría si fuera permanente” pensé. Siendo sinceros, al principio solo quería una madre para los enanos, pero más hermanos no tenía por qué ser algo malo.
-         Blaaaaaine. ¿Tarta? – pidió West, acercándose a la mesa.

-         Aún es pronto, microbio. Además, queda un montón de comida. ¿Quieres más patatas?

-         En realidad, todavía falta una piñata – dijo Holly.

-         ¿Cómo?

-         Está en el garaje – explicó Sam, con una sonrisa.

Blaine parpadeó, sorprendido.

-         ¿Para quién?

-         Pues para nosotros, por supuesto. Alejandro, Leah, Ted, Michael, tú y yo – le aclaró Sam.

La curiosidad de Michael era casi palpable, a pesar de que no dijo nada. Me pregunté si alguna vez había participado en alguna piñata y de inmediato supe que no.

Fuimos hacia el garaje y los peques se quedaron fuera, para poder mirar, pero a una distancia de seguridad, porque aquella piñata no se abría con cintas, sino con un palo. Tenía forma de colmena de abejas y me dio la impresión de que era de construcción casera. Por la sonrisa de orgullo de Aaron al escuchar el silbido de apreciación de Blaine, intuí que la había hecho él.





La piñata colgaba del marco superior de la puerta del garaje y era enorme.
-         ¡Genial! – exclamó Blaine. - ¿Quién la abre?

-         Hacemos una fila por orden de edad y lo intentamos todos hasta que se rompa – sugirió Sam.

Blaine estuvo de acuerdo y Holly procedió a vendarnos los ojos mientras Aidan y Aaron se quedaban con los enanos, aunque mi padre sacó el móvil para llenar la memoria de fotos, seguramente. Mientras le ponía la venda a Michael, yo me escaqueé para decirles algo al oído a Jandro, Leah, Blaine y Sam. La misma pregunta a los cuatro:

-         ¿Puedes dejar que sea Michael quien la rompa? Nunca ha hecho esto antes.

Todos dijeron que sí y con eso cualquier reparo que pudiera sentir todavía hacia la actitud arisca de Leah se diluyó.

Nos pusimos en fila tal y como había dicho Sam. Yo levanté mi venda un poquito para ver a Jandro fallar el golpe intencionadamente. Le pasó el palo a Leah y Blaine y ellos también fallaron. Me lo dieron a mí e hice lo mismo y finalmente se lo entregué a Michael, que rozó la piñata, pero no la rompió. Se lo dio a Sam y después empezamos una segunda ronda. Aquella vez Michael acertó de pleno y todos escuchamos el chasquido de la piñata al rasgarse. Nos quitamos las vendas y recogimos lo que había en su interior. No había tantos caramelos como microjuguetes y cosas graciosas. El relleno de cada piñata había ido acorde con la edad de los participantes.

Michael sonreía plenamente. Él y Alejandro cogieron dos minipistolas de agua y fueron corriendo a llenarlas. Yo me agencié un monopatín de dedos y cogí una bolsita de polvos pica-pica. Me acerqué tímidamente a Aaron.

-         ¿La hiciste tú?

No sé si se sorprendió de que le hablara o por la pregunta, pero sus ojos se hicieron más grandes por un segundo.

-         Sí…

-         Te quedó muy chula. Gracias.

-         No hay de qué.

Igual no era tan mal tipo. Solo un poco huraño.

Blaine también había cogido un monopatín y me desafió a una partida, pero no debí haber aceptado, porque se hizo evidente que él era un experto.



-         Tú ya sabías usarlo – me quejé.

-         Estos en miniatura no – me prometió. – Tengo un monopatín de los de verdad, pero no es lo mismo.

Blaine se dejó llevar por el juego e incluso empezó a narrarlo como si fuera una competición de verdad. Describió a la perfección como iba a hacer un “salto mortal” y los supuestos aplausos del público. Me sacó una sonrisa.

-         Cinco añitos tienen – le dijo Holly a papá y para mi desgracia lo escuché. Me ardieron las mejillas en cuanto entendí que se estaba refiriendo a nosotros.
Seguimos jugando un rato más, hasta que me cansé de perder y me acerqué a la mesa de la comida. Michael me salpicó con la pistola de agua, pero era tan pequeña que apenas me cayeron algunas gotas. Papá terminó por decirles a él y a Jandro que las guardaran, porque hacía algo de frío para mojarse.
-         Gané yo – declaró Michael, enterrando el hacha o, mejor dicho, la pistola de guerra.

-         El concurso de peor puntería, desde luego – replicó Alejandro.

-         Il cincirsi di piir pintiria disdi ligi – se burló Michael.
Ja. Hablando de personas con cinco años.

-         Aidan’s POV  -
Experimenté un momento de pura y genuina alegría al ver a todos mis hijos felices al mismo tiempo. Pero no era solo eso… No, también me alegraba de ver sonreír a los hijos de Holly. De ver a Sean disfrutando del momento, a Blaine entusiasmado como un niño…
Hablando de niños entusiasmados, Michael acababa de completar otro hito en su lista de cosas pendientes. Me había dado cuenta de que Ted y los demás le habían cedido el privilegio de romper la piñata y encima lo habían hecho sin que él se percatara, por lo que le había sabido a victoria real.
Me gustaba cuando mis hijos mayores se dejaban llevar por su lado infantil, en el buen sentido de la palabra. Era bonito que no perdieran ese espíritu. Michael y Alejandro comenzaron una guerra de agua y Ted y Blaine un juego con unos monopatines enanos que se manejaban con los dedos. Jamás hubiera pensado que los más mayores pudieran disfrutar tanto con los premios de una piñata. Holly había organizado un gran cumpleaños no solo para los bebés, sino para todos los invitados.
Dejé que se divirtieran por un rato y después frené la batalla de agua por miedo a que se resfriaran. Alejandro se fue entonces a la mesa de la comida. De hecho, poco a poco todos se fueron reuniendo allí, como si les hubiera entrado hambre al mismo tiempo. Mis hijos eran claramente los que más engullían.
-         Te prometo que les doy de comer – bromeé con Holly. Ella me regaló una risa cantarina y de haber estado solos no sé lo que le habría hecho a esa mujer en aquel momento. Me sentí eufórico, completo y con ganas de explotar sin saber exactamente de qué forma. Me conformé con besarla en los labios, pero fue un beso corto, porque nuestros hijos estaban delante.
Poco después Holly fue a traer el pastel de cumpleaños. Era de chocolate, por ser el sabor más popular entre los niños y lo había hecho ella misma. Mis peques miraron la tarta como si acabaran de enamorarse de ella y lo cierto es que a mí también me pareció una obra de arte.



Cantamos a coro el “Cumpleaños feliz” y Holly puso una vela con el número dos encima del pastel. Colocó a los bebés alrededor para que soplaran. Le ayudé a repartir la tarta y enseguida tuvimos un montón de niños con media cara llena de chocolate. Sam no perdió ocasión para fotografiar el desastre y Aaron trajo toallitas húmedas como las que yo solía usar para rebuscar entre los restos del pastel y descubrir si bajo toda esa suciedad seguían teniendo bocas.
Para cuando acabé mi trozo de tarta, los trillizos se habían recostado cada uno en una silla, abrazando sus peluches.
-         A estos bebés les ha picado el bichito del sueño – susurré y, como no había mantas por ahí, les tapé con mi abrigo, que era lo suficientemente grande como para abarcarles a los tres.

-         Ño sueño – protestó Avery.


-         No, claro que no – sonreí. - ¿Lo habéis pasado bien?

Asintieron y Dante estiró sus bracitos hacia mí.

-         ¿Qué quieres, campeón? – pregunté, pero mi cuerpo ya había respondido solo y le había cogido en brazos. Me senté en una silla más ancha con él encima y, al parecer, eso era lo que el bebé quería, porque se apoyó en mí y cerró los ojos. No se durmió, pero se quedó muy relajado y me dio miedo hacer cualquier movimiento que pudiera molestarle. Cosita tierna e indefensa. Dante era el más tímido de los tres, así que tenerle así de cerca era un lujo y quise valorarlo como tal.
Avery al ver que su hermano se marchaba de su lado, se giró para mirarnos con sus grandes ojos azules.

Fue casi como si tuviera miedo de que me fuera. Me dije que estaba buscando a su hermano, pero una parte de mi cerebro -o quizá, de mi corazón- creía que a quien quería ubicar era a mí. Le sonreí y me devolvió la sonrisa.
-         Te aclaro que no son parte del menú – me informó Sam. – Lo digo porque se ve que te los quieres comer.

-         Culpable – admití.
Pasé los siguientes minutos hablando con Sam y muriendo de ternura con los ruiditos que hacía Dante.
Había sido una gran tarde, la mejor tarde, pero sabía que estaba llegando el momento de despedirnos. Observé el panorama general. Mis hijos y los de Holly ya no parecían unos extraños conociéndose, sino que jugaban con confianza. Harry, Zach y Jeremiah estaban sentados hablando tranquilamente. Barie, Madie y Scarlett también, aunque Scay parecía más interesada en acariciar al erizo en su regazo que en la conversación. Leah y Alejandro miraban algo en un móvil y se reían acompasadamente. Y, sorprendentemente, Sean entretenía a Dylan con lo que parecía un cómic, uno de esos libros de manga japonés.
Aunque eran sin dudas buenas noticias, esa reciente camaradería complicó un poco el asunto de separarnos. No faltaron las protestas y los “cinco minutos más”. En realidad, les había avisado con antelación, porque primero quería ayudar a recoger a Holly, aunque apenas me dejó llevar un plato a la cocina.
El único que tenía ganas de irse era Blaine. Fue a por su mochila con la misma excitación con la que uno prepararía el equipaje para la mejor noche de su vida. Holly aprovechó ara comentarme un par de cosas:
-         Gracias por invitarle, lleva toda la semana hablando de esto.

-         Yo encantado – le aseguré.

-         Espero que no te de ningún problema.

-         ¿Qué problema me va a dar? No van a dormir apenas, pero eso ya lo asumo. Me haré el tonto hasta eso de las dos o así. Le traeré mañana por la tarde. ¿Sobre qué hora?

-         Cuando quieras. Gracias, de verdad. Y gracias también por los regalos.

-         Gracias a ti por este día maravilloso – respondí, y me agaché para darle un beso. Michael fingió una tos y una arcada, pero Blaine, que volvía en ese momento con su mochila, nos sonrió.

Finalmente, empezó una rueda de abrazos y de “nos vemos pronto”. Leah se mostró tensa y tirante, pero no arisca y eso lo consideré un progreso. Avery empezó a llorar no sé muy bien por qué y agarró a Blaine para que no se fuera.

-         Blaine vuelve mañana, cariño. Se va a dormir con Aidan.

-         Aidan – lloriqueó. Escuchar mi nombre en su vocecita triste era más de lo que podía soportar. Le besé el moflete y le acaricié el pelo. – Snif…

-         No llores, bebé.

-         Veremos a Aidan otro día, Avy – le dijo Sam.

-         ¡Ño!

-         Sí, enano, pero ahora se tiene que ir…

-         ¡ÑO, ÑO, ÑO! – chilló, y acabó la última palabra en un gritito agudo y en un llanto que se fue convirtiendo en un berrinche, con pataleos y todo, de forma que Holly, que le tenía en brazos, lo estaba pasando mal para sostenerle. Por puro instinto, al verlos a ambos sufriendo, cogí a Avery y le apreté contra mí, en un abrazo fuerte.

-         Shhh. Shhh. Calma, campeón.

-         Snif.

-         ¿No quieres que me vaya? – pregunté y él negó fervientemente con la cabeza.

“Ya está, eso es todo, derretido por completo. Dadme un colchón, me quedo en el jardín” pensé.

-         Pero voy a volver. Te lo prometo – le dije. – Y cuando venga me enseñas las canciones que te aprendiste con el juego nuevo, ¿vale?
Avery me puso un pucherito, pero ya se había calmado su llanto. Le di un beso y cerré los ojos, disfrutando de su suavidad y de su olor a bebé.
-         Feliz cumpleaños, bebé. No estés triste. A ver, ¿un besito?
Se estiró para alcanzar mi mejilla y yo sonreí. Le apreté por última vez y se lo devolví a su madre. Me alejé rápido para que no le diera por llorar otra vez.
-         Adiós – nos dijo Holly. - Adiós, cariño, pórtate bien.
Blaine rodó los ojos ante la petición y se despidió con la mano. Nos metimos en los coches y nos fuimos a casa.
-         ¿Qué llevas aquí, plomo? – preguntó Alejandro, moviendo la mochila de Blaine. – Tendrías que haberla dejado en el maletero.

-         Mi pijama y un par de cosas más – respondió, nervioso.
Intenté ponerme en su lugar. Tenía que ser muy raro para él quedarse a dormir en mi casa. Por lo visto le apetecía mucho, pero seguro que se sentía incómodo también. Me propuse darle conversación en lo que durara el trayecto.
-         Tenemos que hablar de dónde quieres dormir – le dije. – Hay muchas opciones.

-         ¿Uh?

-         La única habitación con camas libres es la de los peques, pero ya lo hemos hablado con cole y no le importaría dormir ahí por una noche para que estés con Ted, Michael y Jandro – le expliqué. Cole no había puesto problema, sabía que era solo por un día. – Pero yo creo que, si vais a ver Star Wars y la cosa se alarga, podemos bajar algunos colchones al salón.

-         ¡Sííí! – apoyó Barie. - ¡Fiesta de pijamas!

-         ¿Y quién te dice que tú estarás invitada? – replicó Alejandro.

-         Todos lo mayores de diez están invitados – zanjé, antes de que se pusieran a discutir. – Pero los menores de quince solo podrán ver una peli, que sino se hace muy tarde para dormir.

-         ¡Jo, papá, pero eso no es justo! – protestó Barie.

-         ¡Es fin de semana! – añadió Madie.

Con eso yo solito me gané todo un viaje de quejas y reclamos. A veces parecía nuevo.

Cuando por fin llegamos a casa, la cabeza me iba a estallar. Aparqué el coche en frente de casa y Ted el suyo detrás de mí. Saqué a Alice de su sillita y cerré con el mando a distancia.

En la esquina, un policía bebía un café apoyado en su coche. Nos saludó amigablemente y yo le devolví el gesto. Me iba a acercar a preguntar si le había pasado algo al señor Morrinson, pero entonces un borrón rubio pasó corriendo a mi lado y, antes de que me pudiera dar cuenta, Kurt estaba dándole una patada al agente en toda la espinilla. Tardé un par de segundos en reaccionar, sin comprender nada.

-         ¡KURT! – grité, todavía más sorprendido que enfadado. Me acerqué rápidamente y le vi golpear al oficial con sus puñitos. - ¡Kurt, para ahora mismo!

-         ¡Niño! ¡Tranquilo!

El policía trató de sujetarle como pudo, pero Kurt siguió dándole patadas.

-         ¡KURT, PARA!

-         ¿Quieres que te lleve a la comisaría conmigo, con los niños que se portan mal? – preguntó el policía torpemente. No sé si fue o no la mejor línea de diálogo, tan solo era un intento de que mi hijo se calmara y la verdad es que bastante paciencia estaba demostrando aquel hombre. No era de los de meter miedo en mis pequeños para que se portaran bien, amenazándoles con cosas como aquellas, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas y aquel policía estaba desesperado por ese repentino e injustificado ataque.

En cualquier caso, Kurt no reaccionó bien a la advertencia y se alejó corriendo.

-         ¡Kurt, la carretera! – le advertí, pero no me hizo caso y siguió corriendo. Por suerte, Blaine y Michael fueron tras él y le sujetaron. Le metieron dentro de casa, sin que dejara de llorar, patalear y revolverse, como si de pronto él también fuera un niño de dos años como Avery. Tenía que acabar de una vez por todas con las pataletas de Kurt… Pero primero, debía disculparme con el oficial. – No sabe cuánto lo siento, no sé qué ha pasado… Normalmente es un niño muy tierno.

El policía soltó un gruñido mientras se frotaba la espinilla. Su café se había caído y derramado por el suelo.

-         ¿Son todos sus hijos? – inquirió.

-         Sí…

-         Pues le deseo suerte – me espetó, airado, e hizo ademan de meterse en su coche.

-         Espere, deje que le pague el café por lo menos…

-         Olvídelo. Si el mocoso fuera un poco más mayor, le pondría unas esposas para darle un susto. ¡No puede ir por la vida pegándole patadas a la gente!

-         No, ya sé que no. Le garantizo que no volverá a pasar – murmuré, rabioso y asustado de pronto. No me había gustado nada la insinuación de las esposas y no quería hacer algo que le llevara a cumplirlo. Con su edad, a Kurt no le podían detener, pero se veían casos en la tele donde hacían el paripé con algún crío para “enderezarle” (y de paso, traumatizarle de por vida, diría yo). Incluso había habido ejemplos de arrestos verdaderos, pero en otros estados con una legislación del menor diferente.
El policía se marchó, furioso, y yo entré a casa con el resto de mis hijos. Michael y Blaine trataban de que Kurt les contara qué había pasado, pero no estaban teniendo mucho éxito.
-         Kurt, a tu habitación – le ordené.

-         ¡Quiero que ese hombre se vaya! – gritó.

-         Ya se ha ido. Ahora, obedece – exigí, intentando mantener a raya mi enfado.

“Es tu bebé” me repetía. Pero mi bebé se había metido en un lío de los gordos. No era estúpido, sin embargo, y sabía que tenía que indagar sobre los motivos que había tras aquella violenta reacción.

Kurt corrió escaleras arriba y yo suspiré, mientras me quitaba el abrigo.

-         Aidan… - susurró Blaine. Me fijé en él y vi que estaba pálido. – Él solo… él… es un niño…

-         Ya lo sé. Pero no puedo permitir que se comporte así. Gracias por ir tras él. Chicos, servidle algo de beber a Blaine, ¿vale? Ahora vengo.

-         Pá – me llamó Ted, preocupado. – Estás demasiado cabreado…

Me analicé. Estaba enfadado, era cierto, pero no me notaba fuera de control. En realidad, aún estaba más en shock que otra cosa, incapaz de asimilar y de darle sentido a lo que había visto.

-         Tu hermanito está en serios problemas. Se me ocurren pocas cosas que puedas decir para defenderle.

-         ¿Que le quieres mucho y no soportas ser duro con él?

-         Le quiero mucho y no me gusta ser duro con él, pero a veces tengo que serlo – repliqué y, armándome de valor y tratando de endurecerme, fui a buscar a mi enano.

Mientras subía los escalones, pensé en lo poco usual que era que Kurt se pusiera violento. Alguna vez, en pleno berrinche, me había dado manotazos o lanzado cosas, pero eso era poco frecuente y además no era lo mismo que darle de patadas a un completo desconocido. Eso solo lo había hecho una vez, con el tipo que había intentado secuestrar a Hannah. Pero ese policía no había hecho nada, tan solo nos había saludado…

Entre a la habitación de mi hijo y le encontré lloriqueando, ansioso, sentado sobre su cama. Sabía que iba a regañarle y quizá eso explicara su mirada asustada, pero no me gustó ver esa expresión en sus ojos.

-         ¿Me puedes explicar qué fue eso? – pregunté, cruzándome de brazos. Todo mi cuerpo me pedía que le abrazara, pero, si había una ocasión para ser firme, era esa.

-         Snif... ¡No se van a llevar a mis hermanos! Snif… No le voy a dejar… snif…. Bwaaaa…. no le dejes, papiiii.
Cedí a mis impulsos y dejé de resistir mis ganas de abrazarle. Le senté en mis piernas y traté de consolarle mientras analizaba sus palabras. ¿Llevarse a sus hermanos? Claro: como los policías que habían entrado a llevarse a Michael.
-         Ay, corazón…
¿Y qué rayos debía decirle? No le había regañado cuando defendió a Hannah con todas sus fuerzas, porque la había protegido de un hombre que quería hacerle daño. Desde su pequeña mente infantil, aquella era la misma situación, él solo estaba defendiendo a Michael. Pero no podía dejar que fuera por ahí golpeando a los policías, entre otras muchas cosas por que se podía meter en grandes líos con la ley.
-         Kurt, ese policía no iba a llevarse a Michael. Solo nos saludó, campeón – empecé. Lo primero era borrar algunos miedos de la cabecita de mi bebé. – Nadie va a llevarse a tus hermanos. Greyson es un hombre malo que utilizó a los policías para hacer daño a Mike, pero ya no nos va a molestar más.

-         ¿Seguro?

-         Seguro, mi vida. Y no debes tener miedo de la policía, cariño. Recuerda que ellos persiguen a los malos, y son las personas que pueden ayudarte si te pierdes – continué.

Me quedé callado por unos segundos, pensando. Cuando Ted cumplió diez años, una madre del colegio me dijo si no iba a hablarle del racismo y de la brutalidad policial. Era afroamericana y señaló que yo, como blanco que era, no podía entenderlo, pero que, si alguna vez mi hijo se topaba con un policía, su vida podía correr peligro. Me hizo saber que no estaba de acuerdo con las adopciones interraciales y recuerdo que aquello me indignó mucho, tanto que casi no presté atención a la primera parte de su mensaje. Pero, en una conversación en la que le recordé a Ted algunas normas de seguridad, como qué hacer si se le acercaba algún extraño, me las apañé para meter que, si alguna vez le paraba un policía, tenía que ser respetuoso y hacer todo lo que el oficial le pidiera.

No quería creer que pudiera tener algún problema por su color de piel, pero no podía tapar el sol con un dedo. El mundo era como era y, por suerte, Ted no había experimentado muchas situaciones de discriminación, pero lo cierto es que aquel compañero suyo que le agredió había escogido “negro de mierda” de entre todos los insultos. No estaba de acuerdo con aquella mujer sobre que un hombre blanco no pudiera ser padre de un niño negro, pero sí era cierto que mi hijo iba a pasar por situaciones que yo desconocía.

El caso era que Kurt era blanco. Pero yo no estaba tan seguro de que eso le hiciera estar a salvo. Confiaba en la policía, pero no dejaban de ser hombres y los hombres son capaces de atrocidades. La brutalidad policial en ocasiones obedece a razones racistas, pero no siempre. A veces es fruto de un entrenamiento incorrecto, de una mala evaluación psicológica, o de una reacción exagerada a un gesto malentendido. En un país donde las armas son legales, meter la mano en el bolsillo puede significar que vas a sacar tu cartera o una pistola. Un policía asustado no era otra cosa que un hombre asustado con un arma. Y eso era peligroso.

-         Los policías son como superhéroes, Kurt – le expliqué, decidido a usar conceptos que mi pequeño pudiera entender. – Están para protegernos y por eso hay que hacerles caso, ¿entiendes? Pero tú sabes que a veces los superhéroes pueden cometer errores. Y hoy pensaste que ese policía iba a cometer uno, ¿verdad?

-         Sí…

-         Pues, en esos casos, cuando creas que un policía o cualquier otra persona es mala o va a hacer algo malo, me lo tienes que decir a mí. Nunca, nunca, puedes salir corriendo a golpearles. Eso es muy peligroso.

-         Bueno.

-         Hablo en serio, Kurt. No puedes hacerlo – insistí, mirándole a los ojos.

-         Sí, papi.

-         Eso es. Ahora escúchame… Papá no te va a castigar por haber pegado al policía, porque sé que estabas confundido y pensabas que iba a hacernos daño – declaré. Había llegado a la conclusión de que era injusto regañarle por eso, pues su intención había sido buena, como aquella vez con Hannah, y además no estaba advertido sobre situaciones semejantes. - Si vuelve a pasar algo así, tienes que hablar conmigo y no dar patadas o entonces sí te castigaré – le avisé. – Las cosas no se resuelven a golpes, y lo sabes. Defenderse está bien, pero ese hombre ni siquiera se nos había acercado.

-         Lo siento, papi… Me asusté.


Le estreché entre mis brazos y le di un beso.

-         Lo sé, cariño. No voy a regañarte por querer proteger a tus hermanos. Está en nuestra naturaleza enseñar las uñas cuando creemos que van a lastimarnos. Pero sigues estando en líos por otra cosa, y quiero que me digas por qué. 

Kurt levantó la cara para mirarme y se mordió el labio.

-         Salí corriendo a la carretera.

De alguna manera, me alivió que se hubiera dado cuenta, aunque también me frustró que aún así lo hubiera hecho.

-         Eso es. Y justo antes de ir a casa de Holly te hablé sobre eso, ¿verdad? Sobre no salir corriendo. En la carretera, nos pueden atropellar – le recordé.

-         Pensé que me iba a llevar con él… snif…

-         Yo jamás lo permitiría – declaré, con fiereza. - Entiendo que te asustaras, hubiera entendido que te alejaras, pero te llamé y no me hiciste caso.

-         Snif…

-         Te quiero mucho y no quiero que te pase nada malo, Kurt – le dije.

Mi niño enredó los brazos alrededor de mi cuello.

-         Yo también te quiero, papi.

Sonreí ligeramente y luego le separé con cuidado. Hice mi mayor esfuerzo por ponerme serio y, en realidad, no me costó tanto, al imaginar que un coche podía haberle embestido.

-         No se corre en la calle, no se cruza la carretera y si papá te llama tienes que venir – enumeré.

Le cambié de posición y le tumbé sobre mis piernas. Tiré de su pantalón para bajárselo y Kurt empezó a llorar. Mi determinación flaqueó.

“Ya has sido suave con él al perdonarle ese arrebato, por más justificado que estuviera. Estamos hablando de su vida aquí, se puso en peligro” me dije.

-         Snif… Perdón, papá – lloriqueó.

Le acaricié la espalda.

-         Ya no estoy enfadado contigo, Kurt. Pero si te portas mal, tienes un castigo y cruzar solito y sin mirar es portarse mal.

Tras esas palabras, levanté la mano y la dejé caer sobre su calzoncillo, haciendo que mi bebé diera un respingo.

PLAS

-         ¡Ay! Bwaaaaa

PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS  ¡Bwaaaa!

Le coloqué la ropa y aún no había acabado de hacerlo cuando se levantó para abrazarme.

-         Snif… no voy a correr nunca, nunca más, papi.

Cosita.

-         El problema no es que corras, Kurt, sino dónde y cuándo. Hoy jugaste mucho en casa de Holly, ¿mm? Y no te regañé, al contrario, me puse muy contento de verte feliz. Pero en la calle, y más cerca de la carretera, no se corre.
Mi niño asintió y restregó las mejillas en mi camiseta.
-         Nadie nos va a separar, Kurt. Te lo prometo. Nadie va a entrar en casa y Michael se va a quedar con nosotros – le aseguré, dispuesto a repetirlo cuantas veces fuera necesario para que no tuviera ese miedo, totalmente comprensible después de que aquellos brutos entraran armados y gritando en mi hogar.

-         ¿Y Blaine? – me preguntó.

-         Blaine se va a quedar hoy a dormir y cuando quiera.

-         Yo quiero que se quede siempre – me confesó. – Con Holly. Curó mi pupa.

-         Sí, campeón, ya lo vi. Déjame ver esa pupa. ¿Te duele?

Kurt negó con la cabeza y yo le di un besito en la rodilla, donde tenía una pequeña costra.

Parecía que mis hijos habían aceptado a la familia de Holly. ¿Cuál era el próximo paso, entonces?


-         BLAINE’S POV –

“Madre mía, madre mía, madre mía. Se va a cargar al enano. Que yo venía a una fiesta y se va a convertir en un funeral”.

Apenas pude creer lo que vieron mis ojos cuando Kurt se lio a patadas con aquel policía. Le atrapé cuando salió corriendo y lo metí en la casa cuando Michael abrió la puerta. Tenía que pensar rápido. Tenía que buscar algún lugar donde esconderle. En la nevera, tal vez. Nadie miraba nunca en la nevera.

-         Pero ¿qué has hecho, enano? – pregunté, pero en realidad no esperaba que me respondiera, no en el estado en el que estaba, llorando como un histérico.
“Sí, tú llora, porque no creo que se venga nada bonito”.
No se me ocurría nada. No había nada que pudiera salvarle.
“Vale, a ver, tiene seis años. Es adorable. Seguro que si alguien puede ablandar a Aidan es él, ¿no? ¿¡No!?”
“Tú sigue soñando, que sabes muy bien lo que le va a pasar”.
Pero lo cierto era que no, que no lo sabía. No estaba seguro. Sean me había confirmado mis sospechas sobre que Aidan le daba palmadas a sus hijos, pero él tenía la teoría, o más bien la certeza, de que no utilizaba un cinturón.
Mi padre tampoco lo usaba a los seis años. Conmigo. La primera vez que lo usó, yo tenía ocho y, aunque entonces no lo sabía, mamá no había estado de acuerdo. Ni siquiera había estado informada. Tardó mucho en volver a utilizarlo, hasta que tuve once, pero digamos que ya no paró. Mis hermanos no tuvieron tanta suerte. Habían conocido una versión más dura de mi padre. West tenía cuatro años la primera vez que quiso castigarle así. Yo le llamé hijo de puta. No me senté cómodamente en cuatro días. Mamá le llamó cosas peores. Papá le pegó una torta. Murió dos semanas después. No lloré en su funeral.
Nunca más volví a defender a ninguno de mis hermanos. Entonces, ¿por qué estaba dispuesto a hacerlo con Kurt? ¿Por qué estaba buscando maneras de distraer a Aidan o de impedirle que se acercara al microbio?
No tuve tiempo de elaborar ningún plan, sin embargo. Aidan entró enseguida y mandó a Kurt a su cuarto. Yo intenté decir algo, pero no me salían las palabras. ¿Por qué estaban todos tan tranquilos? ¿Es que no entendían que le iba a matar? Ted intercedió, por lo menos. Pero se rindió enseguida. Aidan se marchó a por el enano y los demás se fueron a la cocina a sacar refrescos tal como él había sugerido. En ese momento tomé una decisión.
-         Voy al baño – susurré.

-         Claro. Tienes uno aquí abajo y dos arriba – me indicó Ted, pero apenas le escuché. Subí las escaleras y seguí a Aidan con el mayor sigilo que pude. Había aprendido a ser invisible cuando mi padre estaba cerca.

Pegué la oreja a la puerta del cuarto del enano y así pue escuchar que Aidan hablaba con él. Perdía algunas palabras, pero capté las partes esenciales de la conversación. Vale, estaba muy calmado. Estaba siendo… amable. Entonces, mencionó que le iba a castigar, y me tensé.

Seis palmadas.

“Razonable. Lo siento, enano, pero te merecías más”.

Me alejé de la puerta, preocupado porque me descubrieran ya que debían de estar a punto de salir. Sin embargo, tardaron un buen rato. Me metí en uno de los baños, con la puerta abierta. Desde allí podía observar la entrada al cuarto de Kurt. Aidan salió… ¿¡con él en brazos!? El niño ya no lloraba y se enroscaba en el cuello de su padre. Le estaba contando algo que hizo sonreír a Aidan y que le valió un beso en la mejilla. Un beso…

Me escondí para que no me vieran y apoyé la espalda contra la pared de aquel cuarto de baño. Era hora de poner a prueba la teoría de Ted. El día de mi competición, me había dicho que una de las cosas que más molestaban a Aidan era el alcohol. ¿Cómo reaccionaría si veía el contenido de mi mochila? ¿Y si me pillaba bebiéndolo?

Esa era una de aquellas situaciones en las que Sam diría que mi sentido común había sido suplantado por unos claros impulsos suicidas, pero de verdad necesitaba saber si Aidan era especial. Todos mis instintos me decían que sí, pero necesitaba comprobarlo. Si sabes cuánto duele la picadura de una avispa, ya no le tienes tanto miedo, o al menos sabes qué esperar.










5 comentarios:

  1. Wooooow....como va a terminar eso??? Aunque ted es mega chivato jajjaja

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  2. Este chico Blaine se lo está buscando... Ya quiero ver qué hace y cómo reacciona Aidan

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  3. Me encanta ya deseo leer el desenlace......
    Por cierto ya no me aparece esta historia en la página de Dream ya la estaba leyendo de nuevo ahí ya la quitaste de ese sitio?

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  4. Actualiza pronto, está muy buena... Hay Blane, va a poner a prueba a Aydan

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