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domingo, 4 de octubre de 2020

CAPÍTULO 120: Fin de semana (6): Quedan cuatro o no

 

CAPÍTULO 120: Fin de semana (6): Quedan cuatro o no

Madie tenía la puerta de su cuarto cerrada. No la oía llorar y eso era bueno. Sabía que papá no la dejaría sola mientras estuviese deshecha en llanto, pero también sabía que a veces Madie se hacía la fuerte para desahogarse cuando no hubiera testigos.

Llamé tímidamente y escuché un débil “pasa”. Madie se sorprendió al verme entrar. Quizá esperaba a Barie o a papá.

-         Hola, Mad – saludé, mientras inspeccionaba la situación.

Seguía en pijama y su ropa estaba en el suelo, como si la hubiese tirado en un acto de furia. Me miró con una expresión tan parecida a un puchero que se activaron varios flashbacks en mi memoria, de una Madie más chiquitita que me buscaba para que la defendiera de Zach, de Harry, de Alejandro o de los tres al mismo tiempo. O cuando se le rompió su muñeca favorita. O aquella vez que me reclamó lloriqueando porque mi clase había ido a una excursión y había vuelto tarde y no había estado en casa para jugar con ella tal y como le había prometido.

-         Ay, enana – suspiré y me senté a su lado. Automáticamente se acurrucó para apoyarse en mí y tuve que contener una sonrisa ante un gesto tan tierno. - ¿Estás bien?

Asintió, sin separarse. Intenté buscar las palabras adecuadas para aquel momento, pero ella se me adelantó.

-         Ted… ¿papá es malo?

Me llamó la atención lo infantil que sonó y también me extrañó la pregunta. Entendía que pudiera estar enfadada si papá la había regañado, pero aquello había sonado completamente en serio, como si en verdad estuviera poniendo en duda que tuviéramos el mejor padre del mundo. Sabía que necesitaba que la apoyara, así que medité sobre su cuestionamiento y escogí mi respuesta con cuidado.

-         Mmm. Supongo que para algunas personas sí, incluso le llamarían monstruo por su… esto... peculiar forma de castigarnos. Mucha gente está en contra y en varios países es ilegal. ¿Lo dices por eso? – indagué. Madie se encogió de hombros y se acurrucó todavía más, para esconder la cara en mi brazo. – Pensarían que es un bruto o que es demasiado duro con nosotros. Yo lo he pensado alguna vez – le confesé. Madie se sorprendió ante esa declaración inesperada y me miró con interés. – Bueno, cualquier persona que regañe a Kurt y Hannah es demasiado dura con ellos, ¿no crees? Los peques son a prueba de enfados, si son todo corazón y travesuras. No me gusta cuando les regaña, ni a Alice tampoco. Y… a veces me parece que es muy duro con Alejandro y no sé si con Zach y Harry.

 

-         Entonces, ¿es malo? – insistió, de pronto más preocupada, como si hubiera esperado un montón de argumentos en defensa de papá por mi parte.

 

-         Pues eso depende de a quien le preguntes, ya te lo he dicho – repliqué y Madie puso un mohín, insatisfecha por esa respuesta. Aquella mañana aparentaba un par de años menos de los que tenía.

 

-         ¿Pero qué piensas tú? – me exigió, exasperada.

 

-         Ya lo sabes, Mad. Para mí papá es… es perfecto.

 

-         ¡Pero acabas de decir que a veces te parece demasiado duro!

 

-         Porque odio ver llorar a los enanos. Y es verdad que con Jandro y los gemelos pierde la paciencia más rápido en algunas ocasiones, pero ellos saben buscarle las cosquillas. Papá es duro cuando tiene que serlo, pero es más frecuente que sea blando. Tienes que reconocer que no hay una sola semana en la que alguno de nosotros no la arme. Y aún así, nunca nos ha hecho daño y sé que jamás lo haría – manifesté, mirándola a los ojos, para ver si iba a discutirme aquella afirmación. No pude interpretar su expresión, así que continué. - Escucha, a mí me ha castigado fuerte alguna vez, cuando me he visto envuelto en alguna situación peligrosa, porque si hay algo que papá no soportaría es que nos pase nada malo. Y no fue agradable, claro, esa es la idea, pero ni siquiera lo contaría entre mis diez experiencias más dolorosas. Nunca utiliza toda su fuerza cuando nos castiga. El año pasado le acompañé al gimnasio un par de veces y le vi levantar pesas de ciento cincuenta kilos. Si quisiera hacernos daño, nos lo haría. Pero ese no es nunca su objetivo en ninguno de los sentidos posibles. No importa cómo de grande sean los líos en los que nos metamos, que siempre nos perdona y nos consuela. Incluso cuando está muy enfadado se asegura de ser cariñoso después, y a veces antes y durante un castigo. ¿O acaso no fue así contigo?

 

Madie se ruborizó y no me dio una respuesta verbal, pero movió la cabeza en lo que podría considerarse como un ligero asentimiento.

 

-         Papá te quiere mucho – proseguí, centrando mi discurso en ella. – Sé que en alguna parte dentro de ti sabes que por eso mismo te ha regañado. Porque puedes hacerlo mejor de lo que lo hiciste ayer. Porque el alcohol es malo para ti, a tu edad. No tengas prisa por crecer, Mad. Hacer bailes provocativos o beber whisky con doce años no te vuelve más mayor y te aleja de quien eres.

 

-         ¿Y si así es como quiero ser? – rebatió.

 

-         Papá te seguirá queriendo, porque en eso consiste la familia. Te quieren hagas lo que hagas. No son como los amigos, que pueden ir y venir cuando cambia algún aspecto de nuestra forma de ser o nuestros gustos. La familia te quiere seas como seas, precisamente por el hecho de ser familia – reflexioné. Necesitaba aplicarme el cuento e interiorizar que no tenía que ser perfecto para Aidan, porque un hijo es perfecto para su padre desde el momento en el que nace. - Así que puedes emborracharte o grabarte desnuda, que eso no cambiará. Pero creo que ese tipo de decisiones te meterían en muchos problemas. Tal vez pienses que papá es malo por castigarte, pero si tú sabes que algo te meterá en líos y aun así lo haces, no es justo que luego le culpes a él. Con papá es bastante fácil saber qué cosas te cuestan un castigo, no es como si pusiera normas arbitrarias.

 

Madie no dijo nada y quise pensar que era una forma silenciosa de darme la razón. Pasé los dedos por su melena alborotada, peinándola suavemente. Sabía que le gustaba. Agaché la cabeza y le di un beso. ¿Sería tan amoroso con ella si nos lleváramos menos años? Nunca hacía eso con Jandro, pero él era un chico. No estaba seguro de por qué aquello importaba, pero importaba. Nuestras muestras de cariño se basaban más en golpes amistosos que en besos y abrazos. Sin embargo, Zach también era un chico y mi relación con él era distinta, quizá porque el enano recibía de buen grado mis mimos. Si me paraba a pensarlo, con cada uno de mis hermanos tenía unas costumbres diferentes. Con los menores de trece, por lo general, era bastante protector. Pero porque les había visto crecer. Les había dado la mano para bajar las escaleras. Les había atado los cordones. Les había enseñado a comerse las Oreos separando las galletas y chupando la crema.

 

-         Te conozco, bicho, y debajo de toda esa fachada de chica dura siempre te ha gustado ser la princesa de papá – susurré. – Crecer no significa hacer todo lo que nos han prohibido las personas que nos quieren. Espero que lo entiendas ahora, porque, malo o bueno, papá no dejará que hagas tonterías.

 

-         No creo que sea malo – me respondió, por fin. – Pero no quiero verle así de enfadado nunca más.

 

Me limité a abrazarla y a continuar acariciando su pelo. Papá podía estar mucho más enfadado de lo que había estado, solo que ella no solía ser la causante.

 

-         ¿Te gritó mucho? – pregunté, después de un rato. Madie negó con la cabeza. - ¿Te dejó hablar y defenderte? – proseguí, y aquella vez asintió. - Entonces, ¿por qué dices que estaba taaaan enfadado?

 

-         Porque yo me sentí muy mal. ¡Y le llamé “papi” y no se ablandó! – puchereó.

 

Dejé escapar una risita.

 

-         Vaya. Y el “papi” nunca falla, ¿no?

 

-         Nunca – me aseguró. Estaba bromeando, pero también había un deje de escepticismo en su voz, como si una fórmula mágica hubiera dejado de funcionar de un día para otro. Ah, así que ahí estaba la raíz del problema. – Tengo varias teorías al respecto y ninguna es bonita – me confió.

 

-         ¿Sí? ¿Qué teorías?

 

-         Bueno, la primera que ya no tengo seis años como Hannah y no le parezco tan mona – respondió, mordiéndose el labio. ¿No que quería ser mayor? Tuve que morderme el labio yo también para no sonreír, no fuera a pensar que me reía de ella. – La segunda que… mmm… ahora tiene a Holly. Y a Scarlett. Y… a Leah.

 

-         Momento, momento. ¿Cómo va esto? ¿Piensas que sois intercambiables? ¿Cómo si fuerais princesas de juguete, desechables en cuanto sale una nueva al mercado? – repliqué, escogiendo mis palabras para plantearlo de la manera más absurda posible y que así se diera cuenta de lo estúpido que sonaba. – Vamos por orden, Mad. Respecto a la primera teoría, tú siempre serás adorable, y más para papá, da igual los años que tengas. Ayer mismo me arropó con un hechizo de pegamento para que no me levantara de la cama, con eso te lo digo todo. Y, sobre lo de Holly… no tienes que competir con ella, enana. No existe la competencia. El lugar que ella y tú ocupáis en la vida de papá es diferente.

 

-         Pero Scarlett y Leah…

 

-         Scarlett y Leah, ¿qué? ¿Son chicas también? O sea, que te da igual que venga todo un ejército de chicos, algunos por triplicado, lo que no quieres es más compañía femenina, ¿no? Princesita mimada – la chinché, y le apreté el costado. – Seguiríais estando en minoría, que lo sepas. Así que no dejaréis de ser los ojitos derechos de papá, lo que permíteme decirte que no es justo para nosotros – fingí que me indignaba. Ella sonrió, con picardía y me sujetó la mano para que no pudiera hacerle más cosquillas. – Ya en serio, Madie. Eso no tiene ninguna importancia. Así vengan dos, cinco o quince “princesas” más, nadie va a cambiar la relación que tienes con papá. Además, me gustaría ver la reacción de Leah si papá le llama “princesa”. No descarto que le meta un puñetazo.

 

En ese punto, Madie soltó una carcajada. Ella también debía tener la sensación de que Leah no apreciaría aquel apodo.

 

-         ¿Hay más teorías? ¿Algún conjuro que salió mal, quizá, y por eso el “papi” no funciona?

 

Todo rastro de humor desapareció de su rostro y de sus ojos.

 

-         Papá ya se ha cansado de mí – susurró.

 

Auch.

 

-         Eso no pasará nunca, microbio - prometí. - Estás viéndolo desde el ángulo equivocado. Papá te quiere lo mismo que antes y se derrite contigo en el mismo grado de siempre. Lo que ocurre es que esta vez hiciste algo peor que discutir con Zach o soltar un taco. Esa es la parte fea de hacerse mayor: peores metidas de pata, peores consecuencias. Pero, ¿te cuento un secreto? Llamarle “papi” siempre te funcionará. Papá está hecho de azúcar: lo sabe él, lo sabemos nosotros y él sabe que lo sabemos.

 

Madie sonrió un poquito y se escurrió hasta quedar tumbada, apoyando la cabeza en mis piernas. Por lo visto, me había confundido con una cama.

 

-         Entonces no quiero hacerme mayor todavía. Hasta que encuentre algo más efectivo que “papi” – decidió.

 

-         Buena suerte con eso – me reí. – También podrías probar a hacerle caso y no meterte en líos.

 

-         ¿A ti cómo te fue con ese plan? – se burló.

 

Aproveché su posición indefensa para hacerle cosquillas.

 

-         ¿Cómo dices? Bastante bien, tigrecito sin garras.

 

-         Ahá. Pues te has llevado más broncas que yo – me recordó.

 

-         Porque te saco cinco años. Ya verás como te pones al día.

 

Me sacó la lengua y yo solo pude ver al mismo bebé que llegó a mi mundo para ponerlo todo patas arriba. La renacuaja que escondía mis juguetes y se comía todas mis chuches. Una ladronzuela experta, porque mi corazón había sido lo primero que se había robado.

 

-         AIDAN’s POV –

 

“También te quiero a ti”. Esas habían sido las palabras de Blaine y mi alma se iluminó al escucharlo.

 

Permanecimos abrazados durante un buen rato. Me dediqué a frotar su espalda hasta que normalizó su respiración, pero cometí el error de darle un beso en la frente y eso hizo que empezara a llorar de nuevo. Al parecer, esa clase de gestos tenían en él el efecto contrario al buscado.

 

-         Shhhh. Tranquilo, campeón. Calma, calma. No pasa nada – susurré.

Blaine se aferró a mí con más fuerza, agarrando mi camiseta entre sus puños.

-         Ya pasó, pequeño. Te vas a poner malo si sigues llorando así. ¿Te traigo un vaso de agua?

Mis costillas crujieron ante la fuerza con la que sus brazos me retuvieron. Indirecta pillada: no tenía permiso para ir a ningún lado.

-         Shh. Bueno, bueno. Estoy aquí. Siempre voy a estar aquí.

 

Eso pareció calmarle un poco. Comprendiendo que necesitaba desahogarse, me limité a contenerle físicamente, mientras repasaba los últimos minutos una y otra vez en mi cabeza. Aún no me podía creer que hubiera sido capaz de castigarle. A ratos me parecía imposible, como si hubiese ocurrido en una película, pero el chico lloroso que se apoyaba en mi pecho y un ligero calor residual en mi mano eran prueba suficiente de que había sucedido de verdad.

 

La paciencia dio sus frutos y Blaine se fue serenando. Se pasó la manga por la cara para secársela y yo me contorsioné para sacar un pañuelo y ofrecérselo.

 

-         Pegas más fuerte que mamá – me acusó, con voz infantil y sin un ápice de vergüenza.

 

-         ¿Te duele mucho? – me preocupé.

Negó con la cabeza.

-         Abrazas tan suavemente como ella – continuó, ahora sí algo abochornado. Sonreí y le apreté cariñosamente. – Iba en serio lo que te dije – murmuró. – Te… te quiero.

 

-         Y yo a ti, Blaine – respondí, emocionado. – Te quiero mucho.

 

Aunque no me dejó verle la cara, pude asegurar que estaba sonriendo.

-         ¿Fue cómo imaginabas? – le pregunté.

 

-         No… Hubo más besos y abrazos y menos cinturones – respondió con voz ligera, en apariencia nada incómodo por la naturaleza de aquella conversación.

 

-         Siempre será así – declaré, intensamente.

 

-         Fue mejor de lo que nunca había soñado – admitió, en un susurro.

 

-         Con qué cosas más raras sueñas – le chinché, contagiado por su espíritu sincero y confiado.

 

“Si te doy un beso, ¿romperás a llorar de nuevo?” me planteé y decidí arriesgarme. Le separé un poquito y besé su cabeza. Blaine se ruborizó furiosamente, su tez pálida se encendió como una brasa en la hoguera.

 

-         Mejor de lo que había soñado – repitió, con un suspiro, en un volumen tan bajo que creo que no fue su intención que yo lo escuchara.

 

-         Eres una persona muy especial, Blaine. Una chispita de alegría y de luz, con un corazón inmenso y tierno.

 

-         Y… y tú eres… mmm… tú eres todo lo que yo necesito.

 

“Basta, me voy a romper” pensé, enternecido y honrado porque se sintiera así.

 

-         ¿No estás enfadado porque le pegara a Ted? – musitó, con una mirada culpable y también -si es que había aprendido a leerle correctamente-, preocupada. Tal vez creyese que no había terminado de regañarle.

 

-         ¿Le pediste perdón? – indagué y él asintió. - ¿Él te pidió perdón? Me contó lo que te dijo.

 

-         Él se disculpó primero – me informó.

 

-         Entonces, por esta vez, asunto zanjado. Pero las peleas me gustan tan poco como el alcohol… Especialmente los golpes en la cara, seguro que entiendes por qué.

 

Blaine asintió, todavía con aquella mirada intranquila.

 

-         Todo está bien, campeón. No estoy enfadado. ¿Y tú? ¿Estás molesto conmigo porque te regañé?

 

Su expresión fue de total confusión, como si esas palabras en ese orden concreto no tuvieran ningún sentido.

 

-         Aún no sé si fue un regaño o una declaración de afecto – respondió.

 

-         Las dos cosas, canijo. Siempre las dos cosas.

 

-         Canijo… campeón… ¿Así les dices a tus hijos? – me preguntó. Asentí. - ¿Y soldadito?

 

-         No, esa es nueva – admití. Blaine sonrió. Aquello le hacía sentir importante. - Creo que deberías llamar a tu madre – le sugerí. – Seguramente esté muy preocupada.

 

-         Mmm. Si no la llamo, ¿te meterás en problemas? – cuestionó, en apariencia tentado por la idea de que su madre me degollara.

 

-         No en tantos como tú, mocoso – repliqué.

Las cosas con él habían avanzado a pasos agigantados. Le observé mientras se reía y buscaba su teléfono para marcar a Holly. Llegué a la conclusión de que su difunto padre no se merecía un hijo como él. Blaine era un tesoro que él no había sabido apreciar.

-         Hola – saludó, hablando por el móvil. – Bien. He llegado a la conclusión de que el whisky no me gusta – bromeó, para romper el hielo. Le acaricié el brazo y decidí retirarme, dándole intimidad para hablar con su madre.

Blaine parecía mucho más relajado e incluso feliz ahora que todo había pasado. Lamentablemente, a mí me quedaban todavía varias conversaciones difíciles por delante. Consciente de lo mucho que odiaban esperar en una situación como esa, no perdí el tiempo y me detuve delante de la primera celda.

Me asaltó un pensamiento lúgubre.

“Van dos y quedan cuatro”.

-         ZACH’S POV –

 

“Papá no te odia. Papá no te odia. Papá no te odia. Ayer te dijo que te quería” me repetía, mientras la magdalena que había tomado en el desayuno nadaba por mi estómago como si fuera una lavadora.

 

Harry me hacía el vacío, tumbado sobre su cama y mirando al techo como si yo no existiera. Lo prefería, estaba demasiado nervioso. Papá estaba tardando mucho, lo cual quería decir que no iba a empezar por nosotros. Como hubiera empezado por Michael y quisiera ir de mayor a menor, no iba a aguantar de una pieza.

 

De pronto, alguien llamó a nuestra puerta. Papá entró antes de que mi cerebro recordara cómo responder. En seguida captó los diferentes estados de ánimo en el ambiente. Estiró un brazo hacia mí, para que me acercara a él, mientras contemplaba a Harry con el ceño ligeramente fruncido. Mi hermano no había reaccionado, ni siquiera le había mirado cuando entró.

 

Papá me rodeó con un brazo y yo suspiré.

 

-         ¿Habéis tenido un tiempo para pensar en lo que pasó ayer? – nos preguntó. Yo asentí y Harry le siguió ignorando.

 

-         Yo solo tomé un sorbito, papá – murmuré. – Para ver a qué sabía.

 

-         ¿Y te gustó?

 

-         No.

 

-         Mejor – respondió papá. Después respiró hondo. – No podías tomar ni siquiera un sorbito, Zachary. Sabes que no tienes edad para beber alcohol. Y esa botella tenía mucho. Demasiado.

 

-         Perdón, papi. Ya no lo vuelvo a hacer, te lo prometo.

 

Sus brazos me apretaron con más fuerza.

 

-         Pienso asegurarme de eso, Zach. Pero estás perdonado. Venid, sentaros aquí. Vamos a hablar un momento. Ven, Harry – le indicó a mi hermano, señalándole un hueco en mi cama para que se sentara. – Harry – insistió, cuando mi gemelo no hizo ni el amago de moverse. Al verse ignorado nuevamente, papá abandonó por un segundo la expresión dulce y serena con la que había entrado. – Te estoy hablando.

 

-         No quiero hablar contigo.

 

Hay ocasiones en las que pienso que Harry y yo seremos el dolor de muelas de algún enfermero en una residencia de ancianos y ocasiones en las que estoy seguro de que no, porque mi hermano no vivirá tanto.

 

-         Ya me imagino que no quieres, pero yo sí – replicó papá. – Ven aquí.

 

-         Puedo escuchar desde aquí.

 

-         Siéntate ahí, Harry, no te lo repito más.

 

Se levantó de malas maneras y se dejó caer en mi colchón bruscamente.

 

-         ¿Va a durar mucho la charla? – gruñó.

Papá dio una respiración profunda, como para reunir paciencia, y afortunadamente una vocecita aguda le llamó antes de que pudiéramos ver si sus intentos de no asesinar a Harry daban fruto.

-          ¡Papi, papi! – se escuchó gritar a Alice.

 

Papá abrió la puerta y se asomó.

 

-         Estoy aquí, pitufita. ¿Qué pasa?

 

-         ¡Alice! – Barie venía detrás de ella, sin aliento de perseguirla por toda la casa. Debía de haber subido corriendo las escaleras. – Lo siento, se escapó antes de que pudiera impedírselo.

 

-         No te preocupes, cariño. ¿Qué ocurre, bebé?

 

Alice traía en las manos uno de sus unicornios y lo levantó para que papá lo viera, pero entonces se fijó en nosotros y perdió todo el interés en el juguete.

 

-         ¿Harry y Zach tan en líos? – preguntó. Era bastante lista, la canija esa. - ¡No les “degañes”, papi!

 

“Ah, enana adorable. A ver si le convences” pensé, esperanzado.

 

-         Eso no es asunto tuyo, princesita – respondió papá.

Alice se acercó a mí y escaló para subirse a mi cama, que era muy alta para ella.

-         Mi “cocornio” quiere que vengas a jugar con nosotros – le informó. – Y quiere que Zach y Harry vengan también.

Papá sonrió y la cogió en brazos.

-         Tal vez en un rato, cariño.

 

-         Pero…

 

-         QUE TE VAYAS, ALICE, ¿ES QUE NO ENTIENDES? – gritó Harry.

 

Barie se sobresaltó y yo también me encogí un poco, sorprendido. Los ojos de Alice se aguaron a cámara lenta, mientras los de papá se entrecerraban.

 

-         ¡No me “guites”! – protestó la enana, con un puchero.

 

-         ¡Pues no seas tan pesada!

 

-         Snif… bájame, papi – le pidió. Papá, no sin ciertas reticencias, la dejó en el suelo. Mi hermanita se encaró a Harry, con los brazos en jarra sobre sus costados, en una postura tan enfadada como cómica. - ¡Si eres malo conmigo papá te hará pampam!

 

Harry la fulminó con la mirada y la empujó hacia la puerta. Estaba tan furioso que iba a cerrársela en las narices, pero Alice aún tenía su piececito metido en la habitación.

 

-         ¡Cuidado! – gritó Barie, y puso la mano. La puerta se cerró, pero encontró un tope en sus dedos, los cuales aplastó sin miramientos. - ¡Ay!

 

-         ¡Barie!

 

Papá voló hasta ella, justo cuando mi hermana empezaba a llorar con fuerza, llevándose la mano al pecho con evidente dolor.

 

-         ¡BWAAAAAAAA!

 

-         Déjame ver, cariño – pidió papá.

 

-         ¡Me duele, papi!

 

-         Vamos al baño, vamos a meter estos deditos en agua fría. Zach, ve a por hielo, campeón – me pidió, mientras él iba con Barie al cuarto de baño. Mi hermana lloraba sin descanso y supe, por la experiencia de un amigo el año pasado, que era probable que tuviera algún dedo roto.

 

-         Estás muerto – le susurré a Harry, antes de ir a hacer lo que papá me había pedido. – Coge una pala y empieza a cavar, porque esta vez sí papá te mata.

 

Pensándolo con perspectiva, no era lo mejor que podía decirle en aquellas circunstancias. No era como si mi hermano fuera tan idiota de no darse cuenta de lo mucho que se la había cargado.

 

 

 

N.A.: Gracias por vuestra paciencia. Es más corto de lo que me gustaría, pero qué se le va a hacer. Quería publicar hoy sí o sí.

Intentaré sacar huequitos durante la semana para actualizar las demás historias.

 

 

 


6 comentarios:

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  2. ���������������� bwaaa...ese harry pobreee !

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  3. Esto se pone más bueno me encanta tu familia gracias por sacar el tiempo de actualizar

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  4. Excelente!!!
    siguen faltando cuatro!!!
    Continúa pronto...está bueniiisssima

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  5. Parafraseandote, "qué se le va a hacer" Hay que seguir esperando. Me alegra que al menos hayas escrito un poquito. Igual se agradece porque vivimos tiempos acelerados. Me encanta cómo escribes y esta familia. Besos
    Grace

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