CAPÍTULO 120: Fin de semana (6): Quedan cuatro o no
Madie tenía la puerta de su cuarto cerrada. No la oía
llorar y eso era bueno. Sabía que papá no la dejaría sola mientras estuviese
deshecha en llanto, pero también sabía que a veces Madie se hacía la fuerte
para desahogarse cuando no hubiera testigos.
Llamé tímidamente y escuché un débil “pasa”. Madie se
sorprendió al verme entrar. Quizá esperaba a Barie o a papá.
-
Hola, Mad – saludé, mientras inspeccionaba la situación.
Seguía en pijama y su ropa estaba en el suelo, como si
la hubiese tirado en un acto de furia. Me miró con una expresión tan parecida a
un puchero que se activaron varios flashbacks en mi memoria, de una
Madie más chiquitita que me buscaba para que la defendiera de Zach, de Harry,
de Alejandro o de los tres al mismo tiempo. O cuando se le rompió su muñeca
favorita. O aquella vez que me reclamó lloriqueando porque mi clase había ido a
una excursión y había vuelto tarde y no había estado en casa para jugar con
ella tal y como le había prometido.
-
Ay, enana – suspiré y me senté a su lado. Automáticamente se
acurrucó para apoyarse en mí y tuve que contener una sonrisa ante un gesto tan
tierno. - ¿Estás bien?
Asintió, sin separarse. Intenté buscar las palabras
adecuadas para aquel momento, pero ella se me adelantó.
-
Ted… ¿papá es malo?
Me llamó la atención lo infantil que sonó y también me
extrañó la pregunta. Entendía que pudiera estar enfadada si papá la había
regañado, pero aquello había sonado completamente en serio, como si en verdad
estuviera poniendo en duda que tuviéramos el mejor padre del mundo. Sabía que
necesitaba que la apoyara, así que medité sobre su cuestionamiento y escogí mi
respuesta con cuidado.
-
Mmm. Supongo que para algunas personas sí, incluso le
llamarían monstruo por su… esto... peculiar forma de castigarnos. Mucha gente
está en contra y en varios países es ilegal. ¿Lo dices por eso? – indagué.
Madie se encogió de hombros y se acurrucó todavía más, para esconder la cara en
mi brazo. – Pensarían que es un bruto o que es demasiado duro con nosotros. Yo lo
he pensado alguna vez – le confesé. Madie se sorprendió ante esa declaración
inesperada y me miró con interés. – Bueno, cualquier persona que regañe a Kurt
y Hannah es demasiado dura con ellos, ¿no crees? Los peques son a prueba de
enfados, si son todo corazón y travesuras. No me gusta cuando les regaña, ni a
Alice tampoco. Y… a veces me parece que es muy duro con Alejandro y no sé si con
Zach y Harry.
-
Entonces, ¿es malo? – insistió, de pronto más preocupada,
como si hubiera esperado un montón de argumentos en defensa de papá por mi
parte.
-
Pues eso depende de a quien le preguntes, ya te lo he dicho –
repliqué y Madie puso un mohín, insatisfecha por esa respuesta. Aquella mañana
aparentaba un par de años menos de los que tenía.
-
¿Pero qué piensas tú? – me exigió, exasperada.
-
Ya lo sabes, Mad. Para mí papá es… es perfecto.
-
¡Pero acabas de decir que a veces te parece demasiado duro!
-
Porque odio ver llorar a los enanos. Y es verdad que con
Jandro y los gemelos pierde la paciencia más rápido en algunas ocasiones, pero
ellos saben buscarle las cosquillas. Papá es duro cuando tiene que serlo, pero
es más frecuente que sea blando. Tienes que reconocer que no hay una sola
semana en la que alguno de nosotros no la arme. Y aún así, nunca nos ha hecho
daño y sé que jamás lo haría – manifesté, mirándola a los ojos, para ver si iba
a discutirme aquella afirmación. No pude interpretar su expresión, así que
continué. - Escucha, a mí me ha castigado fuerte alguna vez, cuando me he visto
envuelto en alguna situación peligrosa, porque si hay algo que papá no
soportaría es que nos pase nada malo. Y no fue agradable, claro, esa es la
idea, pero ni siquiera lo contaría entre mis diez experiencias más dolorosas. Nunca
utiliza toda su fuerza cuando nos castiga. El año pasado le acompañé al
gimnasio un par de veces y le vi levantar pesas de ciento cincuenta kilos. Si
quisiera hacernos daño, nos lo haría. Pero ese no es nunca su objetivo en
ninguno de los sentidos posibles. No importa cómo de grande sean los líos en
los que nos metamos, que siempre nos perdona y nos consuela. Incluso cuando
está muy enfadado se asegura de ser cariñoso después, y a veces antes y durante
un castigo. ¿O acaso no fue así contigo?
Madie se ruborizó y no me dio una
respuesta verbal, pero movió la cabeza en lo que podría considerarse como un
ligero asentimiento.
-
Papá te quiere mucho – proseguí, centrando mi discurso en
ella. – Sé que en alguna parte dentro de ti sabes que por eso mismo te ha regañado.
Porque puedes hacerlo mejor de lo que lo hiciste ayer. Porque el alcohol es
malo para ti, a tu edad. No tengas prisa por crecer, Mad. Hacer bailes
provocativos o beber whisky con doce años no te vuelve más mayor y te aleja de
quien eres.
-
¿Y si así es como quiero ser? – rebatió.
-
Papá te seguirá queriendo, porque en eso consiste la familia.
Te quieren hagas lo que hagas. No son como los amigos, que pueden ir y venir
cuando cambia algún aspecto de nuestra forma de ser o nuestros gustos. La
familia te quiere seas como seas, precisamente por el hecho de ser familia –
reflexioné. Necesitaba aplicarme el cuento e interiorizar que no tenía que ser
perfecto para Aidan, porque un hijo es perfecto para su padre desde el momento
en el que nace. - Así que puedes emborracharte o grabarte desnuda, que eso no
cambiará. Pero creo que ese tipo de decisiones te meterían en muchos problemas.
Tal vez pienses que papá es malo por castigarte, pero si tú sabes que algo te
meterá en líos y aun así lo haces, no es justo que luego le culpes a él. Con
papá es bastante fácil saber qué cosas te cuestan un castigo, no es como si
pusiera normas arbitrarias.
Madie no dijo nada y quise pensar que
era una forma silenciosa de darme la razón. Pasé los dedos por su melena
alborotada, peinándola suavemente. Sabía que le gustaba. Agaché la cabeza y le
di un beso. ¿Sería tan amoroso con ella si nos lleváramos menos años? Nunca hacía
eso con Jandro, pero él era un chico. No estaba seguro de por qué aquello
importaba, pero importaba. Nuestras muestras de cariño se basaban más en golpes
amistosos que en besos y abrazos. Sin embargo, Zach también era un chico y mi
relación con él era distinta, quizá porque el enano recibía de buen grado mis mimos.
Si me paraba a pensarlo, con cada uno de mis hermanos tenía unas costumbres
diferentes. Con los menores de trece, por lo general, era bastante protector.
Pero porque les había visto crecer. Les había dado la mano para bajar las
escaleras. Les había atado los cordones. Les había enseñado a comerse las Oreos
separando las galletas y chupando la crema.
-
Te conozco, bicho, y debajo de toda esa fachada de chica dura
siempre te ha gustado ser la princesa de papá – susurré. – Crecer no significa
hacer todo lo que nos han prohibido las personas que nos quieren. Espero que lo
entiendas ahora, porque, malo o bueno, papá no dejará que hagas tonterías.
-
No creo que sea malo – me respondió, por fin. – Pero no
quiero verle así de enfadado nunca más.
Me limité a abrazarla y a continuar
acariciando su pelo. Papá podía estar mucho más enfadado de lo que había
estado, solo que ella no solía ser la causante.
-
¿Te gritó mucho? – pregunté, después de un rato. Madie negó
con la cabeza. - ¿Te dejó hablar y defenderte? – proseguí, y aquella vez
asintió. - Entonces, ¿por qué dices que estaba taaaan enfadado?
-
Porque yo me sentí muy mal. ¡Y le llamé “papi” y no se
ablandó! – puchereó.
Dejé escapar una risita.
-
Vaya. Y el “papi” nunca falla, ¿no?
-
Nunca – me aseguró. Estaba bromeando, pero también había un
deje de escepticismo en su voz, como si una fórmula mágica hubiera dejado de
funcionar de un día para otro. Ah, así que ahí estaba la raíz del problema. –
Tengo varias teorías al respecto y ninguna es bonita – me confió.
-
¿Sí? ¿Qué teorías?
-
Bueno, la primera que ya no tengo seis años como Hannah y no
le parezco tan mona – respondió, mordiéndose el labio. ¿No que quería ser
mayor? Tuve que morderme el labio yo también para no sonreír, no fuera a pensar
que me reía de ella. – La segunda que… mmm… ahora tiene a Holly. Y a Scarlett.
Y… a Leah.
-
Momento, momento. ¿Cómo va esto? ¿Piensas que sois
intercambiables? ¿Cómo si fuerais princesas de juguete, desechables en cuanto
sale una nueva al mercado? – repliqué, escogiendo mis palabras para plantearlo
de la manera más absurda posible y que así se diera cuenta de lo estúpido que
sonaba. – Vamos por orden, Mad. Respecto a la primera teoría, tú siempre serás
adorable, y más para papá, da igual los años que tengas. Ayer mismo me arropó
con un hechizo de pegamento para que no me levantara de la cama, con eso te lo
digo todo. Y, sobre lo de Holly… no tienes que competir con ella, enana. No
existe la competencia. El lugar que ella y tú ocupáis en la vida de papá es
diferente.
-
Pero Scarlett y Leah…
-
Scarlett y Leah, ¿qué? ¿Son chicas también? O sea, que te da
igual que venga todo un ejército de chicos, algunos por triplicado, lo que no
quieres es más compañía femenina, ¿no? Princesita mimada – la chinché, y le
apreté el costado. – Seguiríais estando en minoría, que lo sepas. Así que no
dejaréis de ser los ojitos derechos de papá, lo que permíteme decirte que no es
justo para nosotros – fingí que me indignaba. Ella sonrió, con picardía y me
sujetó la mano para que no pudiera hacerle más cosquillas. – Ya en serio,
Madie. Eso no tiene ninguna importancia. Así vengan dos, cinco o quince
“princesas” más, nadie va a cambiar la relación que tienes con papá. Además, me
gustaría ver la reacción de Leah si papá le llama “princesa”. No descarto que
le meta un puñetazo.
En ese punto, Madie soltó una
carcajada. Ella también debía tener la sensación de que Leah no apreciaría
aquel apodo.
-
¿Hay más teorías? ¿Algún conjuro que salió mal, quizá, y por
eso el “papi” no funciona?
Todo rastro de humor desapareció de
su rostro y de sus ojos.
-
Papá ya se ha cansado de mí – susurró.
Auch.
-
Eso no pasará nunca, microbio - prometí. - Estás viéndolo
desde el ángulo equivocado. Papá te quiere lo mismo que antes y se derrite
contigo en el mismo grado de siempre. Lo que ocurre es que esta vez hiciste
algo peor que discutir con Zach o soltar un taco. Esa es la parte fea de
hacerse mayor: peores metidas de pata, peores consecuencias. Pero, ¿te cuento
un secreto? Llamarle “papi” siempre te funcionará. Papá está hecho de azúcar:
lo sabe él, lo sabemos nosotros y él sabe que lo sabemos.
Madie sonrió un poquito y se escurrió
hasta quedar tumbada, apoyando la cabeza en mis piernas. Por lo visto, me había
confundido con una cama.
-
Entonces no quiero hacerme mayor todavía. Hasta que encuentre
algo más efectivo que “papi” – decidió.
-
Buena suerte con eso – me reí. – También podrías probar a
hacerle caso y no meterte en líos.
-
¿A ti cómo te fue con ese plan? – se burló.
Aproveché su posición indefensa para
hacerle cosquillas.
-
¿Cómo dices? Bastante bien, tigrecito sin garras.
-
Ahá. Pues te has llevado más broncas que yo – me recordó.
-
Porque te saco cinco años. Ya verás como te pones al día.
Me sacó la lengua y yo solo pude ver al mismo bebé que llegó
a mi mundo para ponerlo todo patas arriba. La renacuaja que escondía mis
juguetes y se comía todas mis chuches. Una ladronzuela experta, porque mi
corazón había sido lo primero que se había robado.
-
AIDAN’s POV –
“También te quiero a ti”. Esas habían sido las palabras
de Blaine y mi alma se iluminó al escucharlo.
Permanecimos abrazados durante un
buen rato. Me dediqué a frotar su espalda hasta que normalizó su respiración,
pero cometí el error de darle un beso en la frente y eso hizo que empezara a
llorar de nuevo. Al parecer, esa clase de gestos tenían en él el efecto
contrario al buscado.
-
Shhhh. Tranquilo, campeón. Calma, calma. No pasa nada –
susurré.
Blaine se aferró a mí con más fuerza,
agarrando mi camiseta entre sus puños.
-
Ya pasó, pequeño. Te vas a poner malo si sigues llorando así.
¿Te traigo un vaso de agua?
Mis costillas crujieron ante la
fuerza con la que sus brazos me retuvieron. Indirecta pillada: no tenía permiso
para ir a ningún lado.
-
Shh. Bueno, bueno. Estoy aquí. Siempre voy a estar aquí.
Eso pareció calmarle un poco.
Comprendiendo que necesitaba desahogarse, me limité a contenerle físicamente,
mientras repasaba los últimos minutos una y otra vez en mi cabeza. Aún no me
podía creer que hubiera sido capaz de castigarle. A ratos me parecía imposible,
como si hubiese ocurrido en una película, pero el chico lloroso que se apoyaba
en mi pecho y un ligero calor residual en mi mano eran prueba suficiente de que
había sucedido de verdad.
La paciencia dio sus frutos y Blaine
se fue serenando. Se pasó la manga por la cara para secársela y yo me
contorsioné para sacar un pañuelo y ofrecérselo.
-
Pegas más fuerte que mamá – me acusó, con voz infantil y sin
un ápice de vergüenza.
-
¿Te duele mucho? – me preocupé.
Negó con la cabeza.
-
Abrazas tan suavemente como ella – continuó, ahora sí algo
abochornado. Sonreí y le apreté cariñosamente. – Iba en serio lo que te dije –
murmuró. – Te… te quiero.
-
Y yo a ti, Blaine – respondí, emocionado. – Te quiero mucho.
Aunque no me dejó verle la cara, pude asegurar que
estaba sonriendo.
-
¿Fue cómo imaginabas? – le pregunté.
-
No… Hubo más besos y abrazos y menos cinturones – respondió
con voz ligera, en apariencia nada incómodo por la naturaleza de aquella
conversación.
-
Siempre será así – declaré, intensamente.
-
Fue mejor de lo que nunca había soñado – admitió, en un
susurro.
-
Con qué cosas más raras sueñas – le chinché, contagiado por
su espíritu sincero y confiado.
“Si te doy un beso, ¿romperás
a llorar de nuevo?” me planteé y decidí arriesgarme. Le separé un poquito y besé su cabeza.
Blaine se ruborizó furiosamente, su tez pálida se encendió como una brasa en la
hoguera.
-
Mejor de lo que había soñado – repitió, con un suspiro, en un
volumen tan bajo que creo que no fue su intención que yo lo escuchara.
-
Eres una persona muy especial, Blaine. Una chispita de
alegría y de luz, con un corazón inmenso y tierno.
-
Y… y tú eres… mmm… tú eres todo lo que yo necesito.
“Basta, me voy a romper” pensé, enternecido y honrado
porque se sintiera así.
-
¿No estás enfadado porque le pegara a Ted? – musitó, con una
mirada culpable y también -si es que había aprendido a leerle correctamente-,
preocupada. Tal vez creyese que no había terminado de regañarle.
-
¿Le pediste perdón? – indagué y él asintió. - ¿Él te pidió
perdón? Me contó lo que te dijo.
-
Él se disculpó primero – me informó.
-
Entonces, por esta vez, asunto zanjado. Pero las peleas me
gustan tan poco como el alcohol… Especialmente los golpes en la cara, seguro
que entiendes por qué.
Blaine asintió, todavía con aquella
mirada intranquila.
-
Todo está bien, campeón. No estoy enfadado. ¿Y tú? ¿Estás
molesto conmigo porque te regañé?
Su expresión fue de total confusión,
como si esas palabras en ese orden concreto no tuvieran ningún sentido.
-
Aún no sé si fue un regaño o una declaración de afecto –
respondió.
-
Las dos cosas, canijo. Siempre las dos cosas.
-
Canijo… campeón… ¿Así les dices a tus hijos? – me preguntó.
Asentí. - ¿Y soldadito?
-
No, esa es nueva – admití. Blaine sonrió. Aquello le hacía
sentir importante. - Creo que deberías llamar a tu madre – le sugerí. – Seguramente
esté muy preocupada.
-
Mmm. Si no la llamo, ¿te meterás en problemas? – cuestionó,
en apariencia tentado por la idea de que su madre me degollara.
-
No en tantos como tú, mocoso – repliqué.
Las
cosas con él habían avanzado a pasos agigantados. Le observé mientras se reía y
buscaba su teléfono para marcar a Holly. Llegué a la conclusión de que su
difunto padre no se merecía un hijo como él. Blaine era un tesoro que él no
había sabido apreciar.
-
Hola – saludó, hablando por el móvil. – Bien. He llegado a la
conclusión de que el whisky no me gusta – bromeó, para romper el hielo. Le
acaricié el brazo y decidí retirarme, dándole intimidad para hablar con su
madre.
Blaine parecía mucho más relajado e incluso feliz
ahora que todo había pasado. Lamentablemente, a mí me quedaban todavía varias
conversaciones difíciles por delante. Consciente de lo mucho que odiaban
esperar en una situación como esa, no perdí el tiempo y me detuve delante de la
primera celda.
Me
asaltó un pensamiento lúgubre.
“Van
dos y quedan cuatro”.
-
ZACH’S POV –
“Papá no te odia. Papá no te
odia. Papá no te odia. Ayer te dijo que te quería” me repetía, mientras la magdalena
que había tomado en el desayuno nadaba por mi estómago como si fuera una
lavadora.
Harry me hacía el vacío,
tumbado sobre su cama y mirando al techo como si yo no existiera. Lo prefería,
estaba demasiado nervioso. Papá estaba tardando mucho, lo cual quería decir que
no iba a empezar por nosotros. Como hubiera empezado por Michael y quisiera ir
de mayor a menor, no iba a aguantar de una pieza.
De pronto, alguien llamó a
nuestra puerta. Papá entró antes de que mi cerebro recordara cómo responder. En
seguida captó los diferentes estados de ánimo en el ambiente. Estiró un brazo
hacia mí, para que me acercara a él, mientras contemplaba a Harry con el ceño
ligeramente fruncido. Mi hermano no había reaccionado, ni siquiera le había
mirado cuando entró.
Papá me rodeó con un brazo y
yo suspiré.
-
¿Habéis tenido un tiempo para pensar en lo que pasó ayer? –
nos preguntó. Yo asentí y Harry le siguió ignorando.
-
Yo solo tomé un sorbito, papá – murmuré. – Para ver a qué
sabía.
-
¿Y te gustó?
-
No.
-
Mejor – respondió papá. Después respiró hondo. – No podías
tomar ni siquiera un sorbito, Zachary. Sabes que no tienes edad para beber
alcohol. Y esa botella tenía mucho. Demasiado.
-
Perdón, papi. Ya no lo vuelvo a hacer, te lo prometo.
Sus brazos me apretaron con más fuerza.
-
Pienso asegurarme de eso, Zach. Pero estás perdonado. Venid,
sentaros aquí. Vamos a hablar un momento. Ven, Harry – le indicó a mi hermano,
señalándole un hueco en mi cama para que se sentara. – Harry – insistió, cuando
mi gemelo no hizo ni el amago de moverse. Al verse ignorado nuevamente, papá
abandonó por un segundo la expresión dulce y serena con la que había entrado. –
Te estoy hablando.
-
No quiero hablar contigo.
Hay ocasiones en las que pienso que Harry y yo seremos el
dolor de muelas de algún enfermero en una residencia de ancianos y ocasiones en
las que estoy seguro de que no, porque mi hermano no vivirá tanto.
-
Ya me imagino que no quieres, pero yo sí – replicó papá. –
Ven aquí.
-
Puedo escuchar desde aquí.
-
Siéntate ahí, Harry, no te lo repito más.
Se levantó de malas maneras y se dejó caer en mi colchón
bruscamente.
-
¿Va a durar mucho la charla? – gruñó.
Papá
dio una respiración profunda, como para reunir paciencia, y afortunadamente una
vocecita aguda le llamó antes de que pudiéramos ver si sus intentos de no
asesinar a Harry daban fruto.
-
¡Papi, papi! – se
escuchó gritar a Alice.
Papá abrió la puerta y se asomó.
-
Estoy aquí, pitufita. ¿Qué pasa?
-
¡Alice! – Barie venía detrás de ella, sin aliento de
perseguirla por toda la casa. Debía de haber subido corriendo las escaleras. –
Lo siento, se escapó antes de que pudiera impedírselo.
-
No te preocupes, cariño. ¿Qué ocurre, bebé?
Alice traía en las manos uno de sus unicornios y lo levantó
para que papá lo viera, pero entonces se fijó en nosotros y perdió todo el
interés en el juguete.
-
¿Harry y Zach tan en líos? – preguntó. Era bastante lista, la
canija esa. - ¡No les “degañes”, papi!
“Ah, enana adorable. A ver si le convences” pensé, esperanzado.
-
Eso no es asunto tuyo, princesita – respondió papá.
Alice
se acercó a mí y escaló para subirse a mi cama, que era muy alta para ella.
-
Mi “cocornio” quiere que vengas a jugar con nosotros – le
informó. – Y quiere que Zach y Harry vengan también.
Papá
sonrió y la cogió en brazos.
-
Tal vez en un rato, cariño.
-
Pero…
-
QUE TE VAYAS, ALICE, ¿ES QUE NO ENTIENDES? – gritó Harry.
Barie se sobresaltó y yo también me encogí un poco,
sorprendido. Los ojos de Alice se aguaron a cámara lenta, mientras los de papá
se entrecerraban.
-
¡No me “guites”! – protestó la enana, con un puchero.
-
¡Pues no seas tan pesada!
-
Snif… bájame, papi – le pidió. Papá, no sin ciertas
reticencias, la dejó en el suelo. Mi hermanita se encaró a Harry, con los
brazos en jarra sobre sus costados, en una postura tan enfadada como cómica. -
¡Si eres malo conmigo papá te hará pampam!
Harry la fulminó con la mirada y la empujó hacia la puerta.
Estaba tan furioso que iba a cerrársela en las narices, pero Alice aún tenía su
piececito metido en la habitación.
-
¡Cuidado! – gritó Barie, y puso la mano. La puerta se cerró,
pero encontró un tope en sus dedos, los cuales aplastó sin miramientos. - ¡Ay!
-
¡Barie!
Papá voló hasta ella, justo cuando mi hermana empezaba a
llorar con fuerza, llevándose la mano al pecho con evidente dolor.
-
¡BWAAAAAAAA!
-
Déjame ver, cariño – pidió papá.
-
¡Me duele, papi!
-
Vamos al baño, vamos a meter estos deditos en agua fría.
Zach, ve a por hielo, campeón – me pidió, mientras él iba con Barie al cuarto
de baño. Mi hermana lloraba sin descanso y supe, por la experiencia de un amigo
el año pasado, que era probable que tuviera algún dedo roto.
-
Estás muerto – le susurré a Harry, antes de ir a hacer lo que
papá me había pedido. – Coge una pala y empieza a cavar, porque esta vez sí
papá te mata.
Pensándolo con perspectiva, no era lo mejor que podía decirle
en aquellas circunstancias. No era como si mi hermano fuera tan idiota de no
darse cuenta de lo mucho que se la había cargado.
N.A.: Gracias por vuestra paciencia. Es más corto de lo que
me gustaría, pero qué se le va a hacer. Quería publicar hoy sí o sí.
Intentaré sacar huequitos durante la semana para actualizar
las demás historias.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrar���������������� bwaaa...ese harry pobreee !
ResponderBorrarEsto se pone más bueno me encanta tu familia gracias por sacar el tiempo de actualizar
ResponderBorrarExcelente!!!
ResponderBorrarsiguen faltando cuatro!!!
Continúa pronto...está bueniiisssima
Amoooo
ResponderBorrarParafraseandote, "qué se le va a hacer" Hay que seguir esperando. Me alegra que al menos hayas escrito un poquito. Igual se agradece porque vivimos tiempos acelerados. Me encanta cómo escribes y esta familia. Besos
ResponderBorrarGrace