CAPÍTULO
121: Fin de semana (parte 7): Indispuesto
Madie y yo escuchamos un grito de dolor y luego ruido
en el pasillo, de pasos y voces entremezcladas con un llanto.
-
¡Es Barie! – exclamó Madelaine y salió corriendo. A veces
parecía que estuvieran conectadas por algún hilo invisible y, cuando una sufría
por algo, la otra se veía atraída hacia ella para consolarla.
Seguí a mi hermana y me encontré a papá en la puerta
del baño intentando calmar a Bárbara mientras ella metía la mano debajo del
grifo.
-
Sé que te duele, mi vida. Ya va a pasar. Intenta mover los
dedos, cariño.
-
Snif… snif…
Zach se acercó rápidamente llevando una bolsa llena de
hielos.
-
Gracias, campeón. Toma, princesa. Ponte esto…
Noté un tironcito en mi pantalón.
-
Tete – me llamó Alice. - ¿La tita está bien?
-
Sí, bebé, solo tiene un poco de pupa, pero se pondrá bien –
respondí, acariciando su cabeza. En realidad, aún no sabía lo que había pasado,
así que no podía darle más información.
“No se habrá hecho daño
jugando en el jardín, ¿verdad? Se suponía que yo tenía que estar ahí cuidando
de ellos”
pensé, con culpabilidad.
-
¿Qué pasó? – preguntó Madie, haciéndose eco de lo que yo
también me preguntaba.
-
Me… snif… me… snif… me pillé los dedos… snif… con la puerta –
lloriqueó Barie.
-
Vamos a ir al hospital a que te hagan una radiografía – dijo
papá. – Me quedaré más tranquilo.
-
¿Puedo ir con vosotros? – pidió Madie.
Papá lo pensó durante unos segundos.
Si Mad fuera más pequeña, hubiera dicho que no, porque solo haría que el tiempo
en el hospital fuese más complicado. Y,
si fuera más mayor, tampoco hubiera querido que les acompañara, porque podía
necesitarla para que se quedara en casa cuidando a los enanos. Pero tenía la
edad perfecta para ser un apoyo en caso de que necesitara un par de manos extra.
-
Si vienes a lo mejor tienes que quedarte sola un ratito,
mientras la ve el médico, porque no creo que nos dejen pasar a los dos – le
avisó papá.
-
No me importa.
-
Está bien. Ted… Michael y tú os quedáis a cargo, ¿vale?
-
Sí, pa. Vete tranquilo.
-
Voy a despedirme de los peques. Madie, cariño, ayuda a tu
hermana a ponerse el abrigo.
-
Sí, papi.
Me acerqué a Barie para examinar su
mano. Se veía claramente en qué parte se había producido el aplastamiento,
porque tenía una pequeña herida y se empezaba a formar un morado. Era debajo de
la uña, como a mitad de los dedos, y los más perjudicados eran el índice y el
corazón. Tenía que doler horrores.
-
Pobrecita - suspiré, y le di un beso. Barie se aferró a mí
con su mano buena y me lloró sobre la camiseta. Ese llanto continuado me hacía
pensar que no se trataba solo de un golpe doloroso, sino que era probable que
tuviera alguna fractura.
Blaine se asomó desde el fondo del
pasillo con expresión curiosa y preocupada. Parecía un animalito desvalido,
observándolo todo con sus ojos de chocolate fundido, pero sin atreverse a
preguntar.
-
Mi hermana se hizo daño – le expliqué. – Ella y papá se van
al médico.
Se acercó a nosotros y estiró el
brazo con cautela hasta tocar la espalda de Barie, en un gesto cariñoso.
-
Snif… tienes que quedarte…. snif… hasta que vuelva… snif – le
advirtió Barbara.
Blaine sonrió ligeramente.
-
Vale. Mi madre me deja quedarme todo lo que tu padre quiera.
“Si es por eso, cuidado, que igual te
secuestramos”
pensé, al fijarme en la mirada cálida que le echó papá cuando subió las
escaleras, en compañía de Kurt y Hannah y del resto de mis hermanos, que
querían ver qué le había pasado a Bárbara.
Me pregunté si papá había hablado con Blaine de lo que
había pasado la noche anterior y algo me dijo que habían hecho algo más que
hablar. Tal vez Blaine ya supiera qué esperar exactamente cuando cumplía una de
las reglas de Aidan Whitemore. Sentí ganas de preguntarle si la prueba había
merecido la pena, pero aún no teníamos esa confianza.
-
AIDAN’S POV –
El grito de Barie cuando la puerta le aplastó los
dedos siguió taladrando mis oídos durante varios minutos. Mi princesa se
convirtió en una bolita de llanto y tuve claro lo que tenía que hacer. Había
aprendido mi lección con el hematoma de Ted: cuando mis hijos se dieran un golpe
que les hiciera llorar de algo más que de susto, no iba a dudar en llevarles al
hospital. Con los pequeños era más difícil, un raspón en la rodilla podía
desencadenar un mar de lágrimas en mis mellizos, pero Barie no sollozaba así
por cualquier cosa.
Mantuve la calma en todo momento, porque sabía que no
era una lesión grave, pero mi hija estaba sufriendo y quería hacer lo posible
por aliviar su dolor. Cogí un ibuprofeno infantil, preguntándome si esas
pastillas le harían ya algún efecto. Tal vez fuera necesario darle algo más
fuerte, pero no me atrevía sin consultar con el médico… Guardé la pastilla.
Quizá debería dejar que le administrasen los analgésicos en el hospital.
Me despedí de mis hijos y regresé a por Barie y Madie.
Blaine estaba con ellas y lamenté tener que dejarle solo. Había sido una mañana
intensa y moría de curiosidad por saber qué le había dicho a Holly.
Todos mis niños rodearon a su hermanita expresando sus
buenos deseos. Todos, menos Harry. Me debatí sobre si debía entrar a su cuarto
o no. Estaba enfadado con él, bastante enfadado, y no quería decir nada de lo
que pudiera arrepentirme, pero sentía que debía decirle algo. El tiempo
apremiaba, sin embargo, y cada minuto que pasaba era un minuto en el que Barie
no estaba atendida por un profesional.
-
Vamos, princesas – las insté. Me alegré de que Madie viniera
con nosotros. Ella solía tener más éxito que nadie a la hora de distraerla.
Fuimos al coche y sujeté la puerta
para que Barie se metiera. Besé su cabeza y abroché su cinturón y ella no puso
reparos ante esa pequeña infantilización. Después acaricié la mejilla de Madie
y la sonreí. Había sido duro con ella aquella mañana y necesitaba demostrarle
que todo estaba bien entre nosotros.
Me senté frente al volante y arranqué el coche. Barie
se había calmado un poco, pero seguía lloriqueando con la mano a la altura del
pecho, en una posición de autoprotección.
Las urgencias del hospital estaban bastante llenas
cuando llegamos. Nos mandaron a una salita de espera y, para mi asombro, varias
personas de las que aguardaban allí para ser atendidas me reconocieron.
-
¡Es Aidan, es Aidan Whitemore!
-
¿Quién?
-
¡El escritor!
- Hola – saludé, tímidamente, cuando ya se me hizo
demasiado descarado la forma en la que me miraban.
Me sonrieron, me saludaron, pero no se acercaron,
quizá porque vieron que estaba con mis hijas. Muerto de vergüenza, me di cuenta
de que una mujer incluso se había llevado mi último libro, Lágrimas de
invierno, para leer mientras esperaba.
-
Papi, eres famoso – me dijo Madie. – A partir de ahora tienes
que ponerte guapo cuando salgas a la calle, por si te piden una foto.
No quería ser famoso. No me gustaba que me
reconocieran. Pero se sentía genial saber que había muchas personas que leían
mis libros.
-
¿Insinúas que ahora no voy guapo? – me indigné, y piqué su
costado.
-
¡Aichs! Jiji. No, papi, si te viniste con el pijama.
Me puse blanco y reparé en que tenía
razón: con el follón de mañana que había tenido, no me había cambiado de ropa.
Por suerte, muchas noches dormía con camisetas y pantalones viejos y cómodos.
Me dije que cualquier persona que no me conociese no sabría que esa ropa hacía
las veces de pijama.
“No, pero pensarán que te has
vestido con donaciones de la Iglesia”.
Mi mente se remontó a una época en la
que efectivamente Ted y yo teníamos que llevar ropa donada. Si alguien me
hubiera dicho en ese momento que algún día podría mantener a doce hijos, me
habría reído en su cara. Y si me decían que mi cuenta del banco alcanzaría
cifras millonarias, habría llamado a un psiquiatra.
-
Yo me viene con el pijama también – me hizo notar Madie.
“¡Madre mía! Pero, ¿cómo
puedo ser tan despistado?”.
Sentí deseos de ponerme el abrigo que
me había quitado porque hacía calor, para taparme un poco aunque fuera, pero
Barie lo estaba usando de almohada para apoyar la cabeza.
-
Soy un desastre… - murmuré.
-
No, eres un papi preocupado – susurró Bárbara y se estiró
para darme un beso. Sonreí y la estreché con un brazo, atrayéndola hacia mi
costado.
-
¿Cómo estás, cariño? ¿Te duele un poquito menos?
Ella asintió y se restregó sobre mí,
mimosa.
-
No pasa nada, papá. Mucha gente viene en pijama a los
hospitales – dijo Madie. Estiré la mano para acariciarla también a ella. Eran
en situaciones como esa donde comprobaba que el interior de mis hijos era de
oro. Cuando una adolescente empeñada en maquillarse y en cumplir un estúpido
canon de belleza sale de casa sin arreglarse y sin vestirse para acompañar a su
hermana, sabes cuáles son las verdaderas prioridades en su vida. No se había
quejado, ni había pedido cambiarse antes de venir.
-
Me he dado cuenta solo porque me lo has dicho – confesé. Ella
no se había quitado el abrigo, así que no me había fijado en cómo iba vestida,
aunque mirando con más atención era evidente que esos pantalones eran los de dormir.
– Perdonad por salir tan a lo loco.
Besé la frente de Barie y tomé su
manita con cuidado. Sus dedos habían adquirido una tonalidad púrpura.
-
Pero qué bruto es Harry… - gruñí.
-
Fue sin querer, papá – replicó.
-
Iba a cerrarle la puerta a tu hermanita en las narices. Te pilló
la mano, pero podía haberle pillado a ella el pie. Esas no son formas de tratar
a la gente. Si no hubiera armado ese berrinche, esto no habría pasado –
declaré.
Barie iba a responder, pero en ese
momento la llamaron para que fuera a hacerse la radiografía. El doctor la vería
después. Me quedé con Madie, ya que a mí no me dejaban pasar a la sala de
rayos. Jugamos a “palabras encadenadas” mientras Barie volvía y la noté más
cariñosa de lo usual, y dejando caer con más frecuencia que nunca el apelativo
“papi” en lugar de “papá”.
-
Uy. Tendré que avisarle al doctor de que también tiene una
paciente con mimitis – repuse, cuando se recostó sobre mi hombro.
-
¿Y eso con qué se cura? – me siguió el juego.
-
Mmm. Con besitos o con inyecciones. ¿Qué prefieres?
-
Inyecciones – se burló, sacándome la lengua. Le di
pinchacitos por todo el cuerpo, haciendo que se revolviera como una lagartija.
- ¡Papá! ¡Que ya estoy grande! – protestó.
-
Pero si tú elegiste – me defendí. Se enfurruñó, avergonzada,
pero sin estar molesta de verdad. Cuando arrugaba los labios de esa manera se
veía realmente adorable. – Te quiero, ratona.
-
Y yo a ti, papi. Pero no soy ratona, soy princesa.
Sonreí.
-
Mi princesita de cabello de fuego – asentí, acariciando su
pelo.
-
Ya no es tan rojo – se quejó. - Se está volviendo castaño.
-
Del color que sea, es precioso. Como tú.
-
Barie lo tiene casi negro. Alice, Hannah, Scarlett, Leah y
Holly son rubias – reflexionó. La idea de tener algo que la diferenciaba
parecía gustarle. Intuí que había un asunto importante detrás de eso.
-
Sí, mi vida – respondí, intentando entender su línea de
pensamiento. ¿Por qué traía a Holly a la conversación?
-
Yo soy tu única princesita castaña – insistió. Sonreí, y
jugueteé con su larga melena.
-
Ahá. Así que tengo que cuidarte bien, eres un modelo limitado
– bromeé. – Todos mis hijos son únicos y los hijos de Holly son únicos también
– añadí después, más en serio.
-
¿Incluso las copias? – preguntó, parafraseando a Alice.
-
Incluso ellos. Sé que sois muchos, cariño, y eso da un
poquito de miedo. Pero tú siempre serás mi princesita, ¿mmm?
-
Ted dijo lo mismo.
-
Es que Ted es muy listo.
-
También dijo que deberías buscar otro apodo para Leah, que no
cree que le encaje mucho el de princesa.
-
¿Sabes por qué os llamo así? – le pregunté. Madie se encogió
de hombros, pero me miró con curiosidad. – No se me ocurrió a mí. Fue cosa de
Alejandro – expliqué. Ahora tenía toda su atención. – Cuando vino Barie, y
enseguida, poco después, llegaste tú, Ted y Jandro estaban en una edad en la
que os veían como los juguetes de la casa. A los gemelos ya los tenían muy
vistos, ya tenían un año, pero vosotras erais la “nueva atracción”. Jandro
llevaba muy poco viviendo con nosotros, en realidad. Apenas unos meses. Solo
puedo imaginar cómo le afectó la llegada de tantos hermanos repentinos. Rondaba
vuestras cunas todo el día, pero aún era muy pequeño para que le dejara
cogeros. Para mí fue una época muy estresante: Harry, Zach, Barie y tú tenéis
edades muy parecidas, así que tenía cuatro bebés y dos niños pequeños. A veces
sentía que no daba abasto. Alejandro aprovechó una distracción que tuve para
meterse en vuestro cuarto y os llenó de purpurina. Ni siquiera sé de dónde la
había sacado, se la habían dado en el colegio, creo. Cuando os encontré, sabía
que tenía que regañar a Jandro, pero en realidad tuve que luchar para contener
la risa, porque además vosotras estabais sonriendo. “¿Lo ves, papa? Les gusta”
me dijo Alejandro. Le pregunté por qué lo había hecho y me dijo que era la
ceremonia de coronación de princesas, y que vosotras habíais pasado la prueba
que demostraba que lo erais.
-
¿Qué prueba? – dijo Madie, sonriendo ante el relato de una
travesura de la que no recordaba haber formado parte.
-
No habíais notado los guisantes que había metido en vuestro
pañal. Al parecer, les habían leído en clase el cuento de “La princesa y el
guisante” y eso le dio la idea.
Madie soltó una risita.
-
Me costó muchísimo limpiaros, creo que estuvisteis brillando
por varios días. La purpurina es muy difícil de quitar, y los motes también.
Fuisteis “las princesas de Alejandro”, hasta que un día le vomitasteis encima y
consideró que os habíais convertido en trolls. Empezó a decir que los bebés
eran un rollo y que a ver si os dabais prisa en crecer. No sé por qué tuvisteis
que hacerle caso, habéis crecido demasiado rápido – protesté.
-
He decidido que ya no voy a crecer más por un tiempo – me
informó.
-
¿Significa eso que no habrá más peleas por el maquillaje? –
pregunté, esperanzado.
-
Sigue soñando.
Se alejó sabiamente para que no le
hiciera cosquillas. Barie regresó de la radiografía antes de que pudiera
enseñarle una lección a esa mocosa.
Ya no tuvimos que esperar mucho más para que nos
atendiera el médico. El diagnóstico fue claro: Barie tenía una pequeña fisura
en el dedo corazón e iban a entablillárselo para que no lo moviera por un par
de semanas. Como era diestra y se había lesionado en esa mano, nos insistieron
mucho en que no levantara nada de peso ni hiciera esfuerzos. Le recetaron
analgésicos y tuvimos que esperar a que le inmovilizaran el dedo, ya que no
iban a ponerle una escayola, sino un plástico especial y más cómodo que solo
abarcara el dedo lastimado.
Me fijé en su expresión preocupada.
-
¿Qué ocurre, princesa?
-
Me va a costar mucho escribir con esto – respondió. – Aunque
el lado positivo es que me libro de hacer gimnasia por un tiempo.
El doctor estiró los labios en una sonrisa al escuchar
eso y yo me relajé. Mi niña iba a estar bien.
-
MICHAEL’S POV –
Harry le había pillado los dedos a Bárbara. En otras
palabras, había puesto los clavos en el ataúd en el que ya estaba metido. Papá
se había ido con ella al hospital y el muy cobarde no había salido de su
cuarto. Quise subir a hablar con él, pero Ted no me dejó:
-
¿Qué le vas a decir?
-
Que es idiota.
-
No necesita escuchar eso ahora mismo - replicó. – Seguro que
está muy nervioso.
-
Y yo también, ¿no te fastidia? Papá sigue enfadado por lo de
anoche y encima ahora estará de peor humor.
-
Entonces, ten un poco de empatía e imagina cómo debe de
sentirse él.
Rodé los ojos, pero sabía que tenía
razón.
-
Y papá no está enfadado – me aclaró. – Es incapaz de estar
molesto tantas horas seguidas.
-
Pero me va a despellejar igual.
-
¿No decías que merecía la pena? ¿Que no era el fin del mundo
y todo eso?
-
Cállate – gruñí.
Le tiré uno de los cojines del sofá,
pero lo esquivó.
Ted se fue con Blaine al garaje, a enseñarle
su batería y, como no tenía nada mejor que hacer hasta que papá volviera, fui
con ellos y Zach me siguió. Resultó que Blaine sabía tocar a la perfección.
-
¿Dónde has aprendido? – preguntó Ted, fascinado.
-
Me enseñó Sam. Pero también toco el piano y la guitarra.
-
¿De verdad?
-
Casi todos mis hermanos tocan algún instrumento – nos
explicó. – Sam toca muchos y Scarlett… Scarlett canta como los ángeles.
Empezó a presumir de su hermana y le
dejamos, porque era evidente lo mucho que la quería. Si hacíamos caso a sus
palabras iba a ser la próxima Beyoncé cuanto menos, era increíble cuán
idealizada la tenía… Sin embargo, después nos enseñó un vídeo y tuve que
admitir que hasta se había quedado corto:
-
¿Esta es la misma niña tímida a la que casi hay que
arrancarle las palabras? – exclamó Ted. – Es… ¡es increíble! Canta muy bien.
Blaine sonrió, con orgullo.
Estuvimos en el garaje durante un
rato y los peques terminaron por venir también. Kurt se sentó encima de Blaine
para que le enseñara a golpear los tambores esos y me fijé en el brillo de
celos en los ojos de Ted.
-
¿Quisieras ser Kurt o Blaine? – me burlé. Eso me valió una
colleja. Ted se permitía ser un poco menos estirado con Alejandro y conmigo. –
No sé para qué pides que te regalen una batería si no la sabes tocar – le
chinché.
-
Para aprender.
-
¿Tocas algún instrumento? – le preguntó Blaine.
-
Sí, los cojones – respondí por él. Otra colleja.
-
Ted canta muy bien – intervino Zach.
-
Qué va, no digas tonterías – replicó, avergonzado.
Reparé en que apenas le había oído
cantar, tan solo tararear alguna vez. ¿Terminaría de conocerle algún día? De pronto,
yo sentí celos también. Celos de Zach y de todos los que habían formado parte
de aquella familia desde el principio. Incluso Alejandro, que había entrado con
tres años y había estado allí en todos los momentos importantes.
-
Es la verdad – insistió Zach.
Ted refunfuñó algo ininteligible y
después dijo que se iba a buscar a Harry. Una huida poco sutil para que dejaran
de avergonzarle. Regresó a los pocos minutos, sin embargo, visiblemente
alterado.
-
Harry no está – nos dijo.
-
¿Qué?
-
¿Qué quieres decir con que no está? – pregunté.
-
Que su presencia física no puede apreciarse en el plano
terrenal. ¿Qué rayos voy a decir? ¡Que no está!
-
¿Se ha ido? – insistí, todavía intentado asimilar que Harry
se las había apañado para emporar su situación cuando parecía imposible.
-
¡Tenemos que buscarle! – exclamó Zach.
-
Vale, mantengamos la calma. No puede estar muy lejos. Se
habrá escondido para librase de la bronca– razoné.
-
Pero eso no va a ayudarle - replicó Zach.
No, desde luego aquel no contaría como su movimiento
más inteligente.
-
Pacto de silencio, ¿está bien? – propuso Ted. - Si nadie dice
nada, papá no tiene por qué hacer preguntas y si no hace preguntas no hay por
qué mentirle. Tenemos que encontrarle antes de que vuelva y será como si no
hubiera pasado nada.
Accedí de inmediato y comprendí que
había sido demasiado duro con Ted en todo el asunto de la bebida. Había
ocasiones en las que tomaba el papel de hermano encubridor y cuando no lo hacía
era porque la situación no lo permitía.
-
Os ayudo – se ofreció Blaine.
Empezamos a repartirnos zonas donde buscar y a decidir
quién iba a quedarse en casa. El móvil de Ted sonó antes de que hubiéramos
llegado a un acuerdo.
-
Es papá – anunció.
-
Mierda.
-
Hola, pa. ¿Qué tal está Barie? – preguntó, con la voz
temblorosa.
“Disimula, Ted, disimula”.
-
Ah, genial. Sí, todo bien. Oh. No sé qué querría. A-ahora me
acercaré a ver. V-vale, pa, hasta ahora – le escuchamos decir y después colgó.
– Ya vienen a casa. Barie tiene una fisura en el dedo. El señor Morrinson ha
llamado a papá, pero tenía el móvil en silencio y no lo ha cogido.
-
¿El señor Morrinson? – repitió Blaine.
-
El vecino. Harry se lleva muy bien con él… - dijo Ted.
-
¿Crees que está ahí? – planteé.
-
Es una posibilidad. Voy a ir a ver. Rezad porque esté ahí,
porque no creo que papá tarde más de quince minutos.
-
HARRY’S POV –
¿Qué le había hecho yo al universo
para tener tan mala suerte? Está bien, enfadarme con papá cuando vino a
regañarme no fue la mejor de las estrategias, pero no pude evitarlo. Después
entró la enana y terminé de rematarlo. No tendría que haberla echado así, ella
no tenía la culpa de que estuviera nadando en barro…
Segundos antes de que se cerrara la
puerta supe lo que iba a pasar, pero era demasiado tarde para impedirlo.
Aplasté los dedos de Barie, que había metido la mano para evitar que atrapara
el pie de Alice. Mi hermana gritó y lloró como si le doliera mucho y
probablemente fuera porque en serio le dolía mucho.
Papá iba a matarme.
Al principio, sentí que el mundo se
me venía encima. Después, Zach me confirmó lo muerto que estaba y el mundo no
solo se puso encima, sino que me asfixió. Me eché sobre la cama y traté de
desaparecer, preguntándome en qué momento vendría papá a gritarme. Afiné al
oído para intentar enterarme de lo que ocurría y comprendí que se iba a llevar
a Barie al hospital.
“¿Al hospital? ¿Le he roto la
mano?”
¿Y si aquello no era una macrocagada
más? ¿Y si papá consideraba que había cruzado alguna especie de límite?
“¿Y si no me perdona? ¿Y si Barie
tampoco?”
Había sido un accidente… Un accidente porque estaba de
mal humor y no reaccioné como debía, pero yo no había querido romperle la mano…
Me quedé un rato autocompadeciéndome y después llegué
a la conclusión de que no quería estar allí cuando papá regresara. No quería
estar presente en mi muerte, funeral y entierro. Me levanté y abrí la puerta de
mi cuarto para ver si veía a alguno de mis hermanos. Escuchaba ruidos fuertes,
pero lejanos. ¿Ted estaba con su batería? Perfecto. Con sigilo, bajé las
escaleras y me escabullí hasta la puerta principal. La abrí y observé la calle.
Ni siquiera se habían dado cuenta de que me iba. Quizá no les importaba cuando
lo descubrieran. Quizá todos estaban enfadados conmigo.
El señor Morrinson estaba sentado en su porche y, al
verle, entendí que en realidad no quería estar solo. Me acerqué y el hombre me
saludó con amabilidad. Me ofreció un chocolate caliente y casi sin pretenderlo
empecé a contarle lo que había pasado. Me escuchó sin hacer reproches y me
aconsejó que volviera a casa, pero no me obligó a hacerlo. Al cabo del rato,
sin embargo, vino Ted y pareció aliviado de verme.
-
Buenas tardes, señor. He venido a por mi hermano. Vamos,
enano. Papá está a punto de llegar.
Se me formó un nudo en la garganta y negué con la
cabeza.
-
Harry…
-
Ve, chico. Tu padre se asustará si no estás en casa – dijo el
señor Morrinson.
Me mordí el labio y caminé hacia la salida. Sentía que
me faltaban las fuerzas, como si las piernas no pudieran sostenerme.
-
Barie está bien, solo tiene una fisura – me informó Ted. –
Zach me ha contado… Me dijo lo que pasó.
-
No fue aposta – me defendí.
-
Ya lo sé, enano. Y estoy seguro de que papá también lo sabe.
No estés tan asustado. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Lo pensé detenidamente, tratando de
imaginar todos los escenarios posibles.
-
Supongo que… nada que no haya pasado antes – admití.
Ted esbozó una media sonrisa y pasó
un brazo por encima de mis hombros.
-
Tú mantén a raya ese carácter que te gastas y todo irá bien,
¿bueno? - me aconsejó.
Asentí, y entramos en casa. Estaba
más tranquilo, pero mis piernas seguían endebles, como si el cuerpo me pesara
demasiado. Malditos nervios.
Me fui a mi cuarto y me dio la
sensación de que papá llegó demasiado pronto. Tragué saliva.
“No seas gallina” me dije y me forcé a
asomarme.
Llegué hasta las escaleras, pero no
me atreví a bajarlas. Escuché las voces de mis hermanos y a papá saludándoles.
Después oí un “Pa, Harry está muy nervioso. No le hagas esperar y no seas
malo, que fue sin querer”.
Ted estaba intercediendo por mí. Y yo
no había sido nada justo con él la noche anterior. Él solo había querido evitar
que hiciera una tontería.
Papá no tardó en subir. Se quedó en
la puerta de mi cuarto, mirándome sin decir nada, hasta que el silencio se me
hizo incómodo.
-
Estás en pijama – comenté, con asombro. Papá me dedicó una
sonrisa avergonzada. - ¿Barie está bien?
-
Sí. Se ha tomado una pastilla que debería ayudar con la
inflamación.
-
Papá, yo… Lo siento… No quería pillarla…
Suspiró ruidosamente y se acercó a mí. Abrió los
brazos ligeramente, en una invitación clara. La acepté y le di un abrazo.
-
Sé que no querías que esto pasara, pero por eso, entre otros
muchos motivos, no está bien cerrarle la puerta a la gente en las narices.
Fuiste grosero conmigo y con Alice y, de no haber sido por esa pequeña
pataleta, no le habrías pillado los dedos a tu hermana.
Me quedé callado, sin saber qué
responder ante tantas verdades. Papá agachó la cabeza y me besó en la frente. El
nudo en mi estómago se aflojó un poquito y mi agarre sobre él más firme.
-
Epa, qué abrazo tan fuerte – susurró.
-
¿Estoy en muchos líos? – pregunté, en el tono más inocente
que fui capaz de poner, sabiendo que papá no podía resistirse cuando le
hablábamos así.
-
En unos cuantos, campeón. Ya estabas en líos antes de ese
despliegue de malcriadez. Lo de Barie fue principalmente un accidente, sin
embargo, así que no seré duro contigo con eso. Mientras tenga que guardar
reposo, la ayudarás en sus tareas de casa, ese será tu castigo. Y le leerás un
cuento a Alice por las noches.
-
¿También tengo que ayudar a Barie en la ducha? – pregunté,
horrorizado.
Papá me dio un golpecito en el brazo.
-
Claro que no. Confío en que pueda apañárselas y sino la
ayudará Madie.
-
Bueno – acepté. – No es tan malo. Y lo de beber ya
prescribió, ¿verdad? Eso fue hace mucho ya.
-
Buen intento, campeón. Pero sobre eso aún tenemos una
conversación pendiente, y ya la hemos atrasado demasiado.
“La suerte llega hasta un límite,
supongo”
pensé, con resignación.
Papá me separó suavemente y me miró a los ojos.
-
Ya habíamos hablado sobre el alcohol, Harry. Y me habías
prometido que no ibas a beber hasta que fueras mayor.
-
Pero Michael dijo que podía – protesté, bajito.
-
¿Michael es tu padre ahora? Tú sabías que no podías, y que él
tampoco podía, dicho sea de paso.
-
Pero… - empecé. Me detuve cuando no se me ocurrió qué añadir.
-
Estabas advertido sobre esto, Harry. Hiciste algo que no
debías, así que ahora queda enfrentar las consecuencias, ¿mm?
Asentí, incapaz de sostener su
mirada.
-
No quiero alargarlo más. Sé que estás nervioso y ya esperaste
mucho – me dijo y se sentó sobre mi cama.
-
Puedo esperar un poquito más… - murmuré, aunque, en realidad,
una parte de mí quería acabar ya con aquello y quedar libre. Era parecido a
cuando me confesaba y recibía la absolución, solo que mejor, porque el cura me
despedía con un “Vete y no peques más” y papá solía hacerlo con un abrazo.
-
Eso no servirá de nada, cariño. Sácate el pantalón – me
pidió.
Respiré hondo y me desabroché el
botón de los vaqueros. Me quedaban algo grandes, así que se cayeron. Papá me
agarró del brazo y me tumbó sobre sus piernas. No fue un movimiento brusco,
pero yo sentí que el estómago se me subía a la garganta.
-
Tienes que intentar no enfadarte cuando te esté regañando. No
pretendo que te guste, pero las cosas irán mucho mejor si me escuchas, como
estás haciendo ahora, en lugar de pelear conmigo como esta mañana – susurró,
acariciando mi espalda.
-
Lo intentaré…
-
Ese es mi campeón.
Papá estiró la mano delante de mí,
consciente de que me había acostumbrado a agarrársela en esas situaciones. Eso
me indicó, como si no lo supiera ya, que aquello iba a ir para largo. Le di la
mano y cerré los ojos con fuerza, porque la habitación había empezado a dar
vueltas.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
“La próxima vez me subo con
los enanos a ver Frozen. Lo más que habría podido beber allí era un zumo”.
“Nadie te obligó” me recordé a mí mismo.
PLAS PLAS… Au…. PLAS PLAS PLAS … Mmm…
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Sentí un calambre en la tripa.
PLAS PLAS PLAS… Ai…. PLAS PLAS PLAS
PLAS… Papi, para, me encuentro mal… PLAS
Papá se detuvo al escucharme y yo no
perdí tiempo en levantarme y salir corriendo al baño.
-
¿Harry? – le oí preguntar. Sé que me siguió hasta el
servicio, pero apenas le presté atención. Llegué justo a tiempo para vomitar. –
Cariño…
Papá se colocó a mi lado y me
acarició la espalda. Esperé unos segundos a que se pasaran las náuseas y luego
me recosté contra él.
-
Bebé… Estás todo sudado – comentó, mientras me acariciaba la
cara. - ¿Comiste algo que te sentó mal?
-
No sé, solo tomé un chocolate de esos tan ricos que prepara
el ve… - me callé, pero ya era demasiado tarde. “Estúpido, estúpido.
Imbécil”.
-
¿Que prepara quién? ¿El vecino? – entendió papá. - ¿Por eso
me llamó antes?
Escondí la cara en su camiseta.
-
No te enfades…
-
No me enfado. ¿Fuiste a verle mientras no estaba? ¿Y tomaste
solo una taza? Eso no tiene por qué sentarte mal…
-
¿Será por el… alcohol? – titubeé.
-
No creo, te habrías encontrado mal por la noche o esta mañana
temprano. Pero no lo descarto… ¿Estás bien?
En vez de darle una respuesta verbal, me restregué
sobre su pecho, mimoso. Entonces sentí otra náusea y vomité otra vez.
Papá esperó dibujando circulitos en mi espalda hasta
que se cercioró de que se me había pasado el malestar.
-
Ven, acuéstate un rato – me dijo y me guio a su habitación.
Ted y Zach estaban allí, tirados sobre la cama de
papá.
-
A ver, un hueco al enfermito
– pidió, y tiró de su manta.
-
¿Enfermito? – preguntó Ted.
-
He vomitado – respondí, en un tono más lastimero de lo que
pretendía. ¿Por qué soné tan patético?
Me metí en la cama y papá me arropó.
-
¿Pasó algo interesante en mi ausencia, Ted? – inquirió papá,
mirándome de reojo.
-
N-no.
-
¿No? ¿Qué quería el señor Morrinson? – insistió.
Ted se puso rígido y no contestó.
-
Relájate, canijo. No estoy enfadado. Pero por mentirosillo te
quedas aquí cuidando del paciente, mientras yo voy a hablar con Zach.
Mi gemelo se tapó con la almohada,
como intentando desaparecer. Papá tiró de él para levantarle y Zach se dejó
hacer, resignado. Le mandé ánimos silenciosos y les observé marchar.
-
¿Estás malo de verdad o fue para librarte? – me preguntó Ted,
cuando estuvimos solos.
-
De verdad – protesté, sonando como Cole o incluso como Kurt.
-
Pobre renacuajo. Espera, que apago la luz. Intenta dormir,
enano.
-
AIDAN’S POV –
Cuando Harry se indispuso, por un
segundo pensé que era mi culpa. Pensé que se le había cortado la digestión, o
algo, de los nervios. Las náuseas me hicieron pensar que podía tratarse de otra
cosa, sin embargo. Quizá un simple malestar, o un virus. Con menor
probabilidad, estaba la opción del alcohol. Ninguno de ellos parecía tener
resaca.
Le llevé a mi cama, y pensé en algo
ligero que pudiera prepararle de comer, si le entraba hambre más adelante.
En mi cuarto había dos pequeños
intrusos. Zach me echó una mirada de cachorro abandonado y me dio la impresión
de que aquella larguísima mañana no iba a terminar nunca. Tenía que ir pensando
en hacer la comida, pero estaba dispuesto a acabar de una vez por todas los
asuntos pendientes. Solo quería dejar el tema del whisky atrás para poder
disfrutar del fin de semana.
Me fui con Zach a su habitación y me
senté sobre su colchón. Esperé un rato mientras él cambiaba el peso de un pie a
otro. No podía olvidar que él estaba en una situación parecida a la de Madie:
era su primera vez tonteando con la bebida y esperaba que fuera la última.
-
Está siendo un día muy largo, campeón, así que vamos a
hacerlo fácil. ¿Entiendes por qué estás en problemas?
Zach asintió, y estiró los brazos con timidez hasta
darme un abrazo. Le correspondí y le di un beso en la mejilla.
-
Tienes prohibido beber alcohol hasta los veintiuno. E incluso
entonces, no tendrás permiso para hacer tonterías, sino para beber con
responsabilidad. Tomar un whisky tan fuerte a escondidas no fue exactamente
responsable, ¿no?
-
Perdón, papá… Solo fue un sorbo.
-
Ni uno ni medio, Zachary.
-
Nunca más – me prometió.
-
Espero que lo digas en serio, porque no me gustaría tener que
repasar esta conversación. Luego me abrazas otra vez, enano. Ahora quítate el
pantalón.
Zach obedeció diligentemente.
Conocía a mi niño y sabía que solo
había bebido por “quedar bien ante el grupo”, pero eso no era una excusa válida
y tenía que ser justo con los demás. Bastante que, con él, al igual que con
Madie, no iba a ser tan duro como con los reincidentes.
Le ayudé a tumbarse sobre mis piernas
y le rodeé con un brazo, sintiéndole muy pequeño, por más que cada vez
estuviera más grande.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS… mmm... PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… ay… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS… papi… ya no voy
a beber nunca más… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS
PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS
Zach agarró su almohada. No sé si había
entendido que ya había terminado. Le acaricié la espalda.
-
Ya está, campeón. Ya pasó.
-
¡No, no pasó, eres malo! – me acusó, con infantilismo.
Hablaba medio en broma y medio en serio, así que primero sonreí y después le
besé en la frente.
-
No soy malo, es que mis bebés son traviesos.
-
Aquí no hay… snif… ningún bebé.
-
¿Cómo que no? Si yo estoy viendo uno – respondí, y le
acaricié el pelo. Le ayudé a levantarse y a colocarse la ropa. Nada más
abrocharse los pantalones, volvió a rodear mi cuello con sus brazos. – Bichito
pegajoso.
-
¿En qué quedamos, soy un bebé o un bichito?
-
Un bebé bichito – bromeé, y le hice cosquillas. – Pequeñito,
pequeñito así, que si no tengo cuidado le piso.
-
Pues si no tienes cuidado, te pico – me advirtió, e intentó
hacerme cosquillas él también, pero no lo consiguió.
Se rindió enseguida y se recostó sobre mi hombro,
dejando que mimara su espalda. Estuvimos así durante un rato, en calma y
quietud, hasta que algo rompió la paz.
-
¡Papáaaa! – gritó Dylan.
“¿Y ahora qué?” pensé, con un suspiro. Sin
embargo, cuando mis hijos me llamaban tan apremiantemente no había tiempo para
el cansancio, especialmente si el que lo hacía era Dylan, que solía evitar los
gritos. Salí al pasillo y busqué la fuente del problema, esperando que no
implicara nuevas visitas al hospital.
N.A.: Gracias por leer y por
tenerme paciencia. Trataré de actualizar las demás, aunque esta semana la tengo
completita completita.
Una tiene que agradecer que, pese a
la situación, tenga salud y trabajo. Pero a este paso el trabajo me va a quitar
la salud y, si no me cojo el virus, me consumo antes u.u
Hay qué pasa ahora... Dylan gritando???? Pobre Aydan no tiene respiro.
ResponderBorrarY Harry no puede salir tan fácil, espero que tenga realmente su castigo como merece. Y Michael y Alejandro.
Gracias por actualizar. Y por dedicarle un tiempo a tu familia. Los relatos son muy lindos. Y ya nos encariñamos con Holly y sus hijos.
Besos. Grace