Daniel POV
Cuando llegué
con el pastor Enrique, él ya me estaba esperando en la puerta.
—Maneja tú—
me dijo subiéndose al asiento del copiloto, y yo asentí sin protestar. Él puso
la dirección en el navegador del celular, que marcaba 15 minutos hasta el
destino.
—Es una
familia de extranjeros, que hartos de la monotonía moderna, se volvieron
hippies, ecologistas y todo eso. Son canadienses pero llevan viviendo en México
varios meses.—me explicó el pastor en el camino —Han participado en rituales indígenas,
budistas e hinduístas, en búsqueda de paz mental y equilibrio espiritual, pero,
cómo puedes imaginar, no la han encontrado. En su incesante búsqueda, alguien
les habló de nosotros, y me escribieron diciendo que querían conocer nuestra
comunidad.
Cuando
llegamos, me dio curiosidad la arquitectura de la casa. Era pequeña, aunque con
todas las comodidades necesarias, pero lo que más llamaba la atención eran
todos los aditamentos ecológicos, desde las placas fotovoltaicas y el
calentador de agua solar, hasta el recolector de agua de lluvia en el techo.
Estos
definitivamente se habían tomado en serio lo del calentamiento global y todo
eso. Estacioné la camioneta al lado de un pequeño auto híbrido, que seguramente
gastaba menos de dos galones de combustible al año, y nos bajamos al calor que
despedía el pavimento.
—Bienvenidos—Nos
recibieron con mucha amabilidad. El clima era más agradable dentro de la
pequeña casa, los muros gruesos aislaban el calor, y un ventilador en el techo
circulaba el aire.
—Yo soy
Thomas; ellos, Jane, Hellen, Taylor. —dijo presentándonos a su rubia esposa y a
su hija e hijo, de unos 14 y 8 años respectivamente, aunque todos se veían más
chicos en esas ropas de manta decorada con brillantes bordados. Definitivamente
una escena extraña, aunque agradable.
Nos sentamos
en una mesa de madera ligera y clara, perfectamente pulida.
—¿Quieren? —nos
ofreció agua de guanábana, hablando con el clásico acento gringo, y nosotros
aceptamos. Estaba deliciosa.
—Nosotros
escuchar que ustedes ser muy felices, que ustedes importarles más el alma que
las cosas materiales y que ustedes tener mucho compañerismo. Nosotros querer conocerlos
y participar en sus rituales y experiencias. —Yo no sabía que me daba más risa,
si escuchar su pésimo español, o las mentiras que alguien le había contado
acerca de la iglesia de Los Elegidos. Tuve que hacer mi mayor esfuerzo para
controlarme, concentrándome en otra cosa: la casa estaba llena de budas y otras
deidades orientales, pero también había amuletos indígenas.
—Es correcto,
a nosotros nos importa más el alma que todo lo terrenal. En este mundo vemos
como todos viven vidas infelices, persiguiendo objetivos efímeros como dinero,
viajes, poder, etc. Y una vez que los alcanzan, se quedan más vacíos e
infelices que nunca. La gente se casa, para divorciarse a los dos meses, o
peor, ya ni siquiera se casan, y los hijos crecen sin padres y caen devorados
en las fauces de intereses políticos y económicos. La gente vive su vida
quejándose todo el tiempo, destruyendo no solo a otras personas, sino al
planeta entero, y sin disfrutar las bendiciones que el Cielo nos da cada día,
como el sol, el agua, el aire. —La familia lo escuchaba con atención,
especialmente los dos adultos absorbían embelesados las palabras del pastor
Enrique. Yo seguía sorprendiéndome de la capacidad que tenía el pastor para
adaptar su discurso a la audiencia y hacerles creer que compartían la misma
perspectiva, aunque, por ejemplo, nunca antes yo lo había escuchado preocupado
por el medio ambiente.
—Dios creo la
tierra de manera perfecta, como lo dice la Biblia, pero el hombre la destruyó,
primero con la maldición que vino al pecar y desobedecer las indicaciones
divinas, y después con sus acciones. A veces me pregunto, ¿Cuántos animales no
habrá asesinado Caín antes de haber matado a Abel? —continuó el pastor Enrique
—Nosotros estamos convencidos de que tenemos un llamado divino para mantenernos
puros, sin contaminarnos de este mundo de perdición, respetando la creación de
Dios, y, principalmente, al Creador.
La charla
duró unos minutos más. Afortunadamente los niños permanecieron con nosotros en
la mesa todo el tiempo, y yo me libré del dilema de tener que decidir entre
decirles la verdad y advertirles lo que se les venía encima si dejaban que sus
padres se acercaran a Los Elegidos, poniendo en riesgo mi plan de ayudar a
todos los demás niños que ya eran parte de la iglesia, o seguir el juego del
pastor de engañar a esta familia.
Finalmente,
el pastor se levantó, no sin antes insistir en que esperaba que asistieran el
siguiente domingo a la reunión general.
Nos
despedimos efusivamente de cada uno de los miembros de la familia, y cuando fue
mi turno de despedirme de Hellen, instintivamente le di un beso en la mejilla,
como acostumbraba hacerlo con mis amigas antes de haber entrado a esta secta.
Por un momento me dio miedo que el pastor se percatara, pues se suponía que
esto estaba prohibido por ser un acercamiento que podía tentarnos. Pero mi
susto se vio sobrepasado por otra sensación más agradable: su cabello desprendía
un aroma muy atractivo, aunque natural, seguramente generado por algún shampoo de
manzanilla y miel. Yo me separé rápidamente para no incomodar a Hellen, y
busqué con la mirada al pastor, pero afortunadamente seguía distraído en su
platica con el señor Thomas.
Cuando nos
subimos a la camioneta el pastor estaba sonriendo.
—Los
elegidos—Hizo una breve pausa, suspirando. —¿Tú qué opinas Daniel?
Yo me quedé
meditando unos instantes mi respuesta, pues realmente no había entendido a qué
se refería.
—¿Acerca de
qué? —pregunté, lo más respetuosamente posible.
—¿Sabes por
qué somos Los Elegidos?
—¿Por qué? —Yo
seguía sin saber qué responder, así que me concentré en marcar una direccional
y dar una curva, para no parecer irrespetuoso.
—Es cierto
que somos los elegidos para conservar el reino de los cielos en la tierra, pero
¿por qué tú, por qué yo, por qué cada uno de los que formamos parte de la
congregación? Porque cada miembro de la iglesia cumple un propósito en esta, y es
responsabilidad mía… nuestra —corrigió— como pastores, el encontrar y atraer a
la gente que pueda cumplir este propósito.
—Algunos,
como tú y como yo, cumplimos el propósito de liderar la congregación, de
guiarla por el duro camino hacia la perfección digna de nuestro llamado; otros
de sostenerla económicamente, —por lo menos no tuvo el descaro de decir que
para eso había manipulado a mis padres— y así cada quién cumple alguna razón
para la cual es elegido.
—Por
supuesto, como en toda sociedad, también necesitamos una base menos ambiciosa y
preparada. Yo puedo poner a tu padre a limpiar los pisos de la iglesia, y algún
día se lo pediré para que refuerce la humildad que debe tener todo cristiano,
pero no sería sensato pedírselo todo el tiempo, cuando hay otra gente que
podría hacerlo, y así tu padre puede usar ese tiempo para servir a la iglesia
en aquello que es más capaz.—Yo entendía las palabras del pastor desde una
perspectiva estratégica, pero cuando pensaba que se estaba refiriendo así a mi
familia y otras personas, como si fueran fichas en un tablero de un juego de
mesa, no soportaba escucharlo.
—¿Sabes,
Daniel? Yo casi nunca me equivoco, y en tu caso definitivamente no me
equivoqué. —Dijo sonriéndome —Cuando estaba esperando que llegaras por mí, hablé
con el hermano Armando, para preguntarle cómo había ido todo. Y me contó profundamente
agradecido el cómo disciplinaste a su hijo con un perfecto balance de justicia
y amor, y que le mostraste sus errores como padre, con claros ejemplos
bíblicos. ¿Realmente amas a esos niños, verdad?
—Cómo si
fueran mi propia familia. Me siento tan responsable al verlos tan indefensos—
iba a decirle que los veía tan indefensos ante sus anticuados métodos de
enseñanza y la manipulación que él ejercía sobre sus padres, pero me controlé —
ante los embates del diablo y de un mundo entero que está perdido en el pecado.
—Ojalá
pudiera yo tener todavía ese amor por mis ovejas— me dijo en un tono
nostálgico. —Ese gozo de ser pastor cuando inicias. “Qué hermosos son los pies
que traen nuevas de salvación”— mencionó un versículo— pero con el tiempo la
iglesia crece, y por más que quieras, no puedes darle todo el amor y atención a
todas tus ovejas, pues eres humano y no un dios. Y entonces te conviertes en
pastor de pastores, tienes que decidir en quién enfocar tu amor y atención, y
los preparas para que a su vez ellos amen a sus ovejas.—hizo una pausa
—Quiero que
sepas que estoy muy orgulloso de ti, Daniel. Te estás convirtiendo en una
columna indispensable de esta iglesia, y debes agradecer al cielo por esta
oportunidad.— Me asustaba el hecho de que, a pesar de estar consciente de la
manipulación, a veces me dejaba llevar por las palabras del pastor, pero luego
recordaba sus verdaderas intenciones y las consecuencias de su manipulación, y
me aferraba a estas ideas en mi mente como un escudo ante su verborrea. —Estos
días que vienen necesito que me ayudes a atraer a nuestra iglesia al señor
Thomas y su familia, pues estoy convencido de que su conversión será una gran
bendición para nuestra iglesia.
—Claro que
sí, Pastor, y muchas gracias por sus palabras, me animan mucho a esforzarme por
cumplir el propósito que me ha sido encargado. —dije tratando de ahogar mis
verdaderas emociones, y subí un poco la velocidad de la camioneta, deseando
alejarme de este hombre lo más pronto posible.
Unos días
después
Luis POV
Yo estaba caminando
de un lado a otro en el centro cultural comunitario donde Jonathan estaba
presentando su examen de matemáticas, esperando que terminara para poder irnos
a la playa.
Afortunadamente,
no habían pasado más de 30 minutos cuando salió, emocionado.
—No lo vas a
creer, Luis, ¡saqué 10!
—¡Felicidades!
—le dije dándole una palmada en la espalda, mientras nos reíamos cínicamente.
—Tenemos que celebrar.
—¿Cómo?—me
preguntó mientras abandonábamos el lugar bajo la sospechosa mirada del guardia
que cuidaba la entrada del centro comunitario.
—Tenemos que
comprar la tabla de surf.
—¿No piensas cambiar
de opinión, verdad?
—No, hasta
que tenga una buena tabla de surf, no voy a dejar de insistir.
—Bueno. Solo porque
tu me ayudaste a pasar el examen con eso de wolfram.
Caminamos a
la casa a cambiarnos y por el dinero. Yo había investigado en Internet y una
buena tabla de surf costaba alrededor de ocho mil pesos, y con el dinero que
habíamos ganado de nuestros paseos turísticos no nos alcanzaba, así que busqué el
dinero de mis ahorros que había sacado cuando todavía estábamos en la ciudad, y
hurgando entre las bolsas internas de una chamarra deportiva, en la que había
escondido el dinero, saqué suficiente para completar lo de la tabla de surf. En
ese momento la puerta del cuarto de Jonathan se abrió, y yo oculté como pude el
dinero que tenía en la mano. Era la mamá de Jonathan.
—¿Ya
regresaron?
—Si mamá, ¡saqué
10!—le dijo Jonathan a su madre, a quien se le iluminó el rostro y se apresuró
a darle un abrazo, radiando de orgullo.
—Qué gusto me
da. Tu padre se va a poner muy contento. —Y se dirigió a mi después —muchas
gracias hijo, por ayudarle.
Yo asentí con
una incómoda sonrisa, pues me sentía un poco culpable. Sus padres creían
genuinamente que Jonathan estaba mejorando en sus estudios, cuando realmente
estaba haciendo trampa.
Tomé mi traje
de baño y una playera de licra, y me dirigí a cambiarme al baño, pues aunque
delante de Jonathan no me hubiera importado, definitivamente no iba a
desvestirme enfrente de su madre. Cuando salí, Jonathan ya me estaba esperando
con el torso desnudo y su propio short de nadar.
Caminamos a
la tienda de tablas de surf, pues una de las pocas ventajas de vivir ahora en
esta localidad es que todo está muy cerca. Después de elegir una que el dueño
nos recomendó por ser buena para principiantes, pagué los ocho mil pesos que
costaba. Además, el dueño de la tienda nos dio un folleto de una escuela
juvenil de surf, con la buena noticia que por haber adquirido una tabla de surf
teníamos derecho a una primera clase gratis.
Cómo era
jueves y el folleto decía que los entrenamientos eran martes, jueves y sábado,
pusimos la dirección en el mapa del teléfono y caminamos los ocho minutos de
distancia, turnándonos la tabla de surf. Era sorprendente como Jonathan
aguantaba el sol, si yo con todo y mi licra tenía que ponerme blqoeuador solar,
aunque supongo que le ayudaba la piel morena.
Cuando
llegamos el corazón se me aceleró y noté como una sonrisa se dibujaba en mi
rostro. Un grupo de chicos y chicas de entre 12 y 15 años estaban haciendo calentando
y estirando en la playa, casi todos traían el clásico traje de surf de una sola
pieza aunque uno que otro estaba en traje de baño normal. La razón de mi
alegría era que identifiqué ese ambiente competitivo y al mismo tiempo cargado
de compañerismo y respeto que está presente en algunos deportes. Me hizo
recordar con nostalgia mis entrenamientos de tenis, mi entrenador, mis
compañeros. Yo amaba el deporte, nada en la vida me hacía más feliz que
enfrentarme con los mejores en los torneos de tenis, poner toda mi
concentración, toda mi fuerza y control en ese objetivo, la pequeño pequeña
pelota, y, por supuesto, en mi rival, para mandarle las jugadas más
inesperadas. Y al final, ganara o perdiera, darle la mano en mutuo aprecio por
nuestro esfuerzo.
En fin, ver a
esos chicos me hizo sentir una alegría que no había tenido desde que
emprendimos este forzoso viaje por causa de la nueva religión de mis padres. En
cuanto me vio con la tabla de surf sobre mi cabeza, el entrenador indicó a los
demás chicos el nuevo ejercicio y, en cuanto comenzaron a hacerlo, se giró,
caminando hacia mí.
—Reconozco
esa tabla de surf. —me dijo con tono amable.— ¿Es de Dream-board?
Yo asentí.
—Las mejores
tablas de surf del puerto. ¿Supongo que vienen por su primera clase gratis?— Yo
asentí de nuevo.
—Luis —dije
dejando la tabla en la arena, para estrecharle la mano.
—Mucho gusto.
Yo soy Roberto, entrenador del equipo. ¿Y tú? —preguntó dirigiéndose a
Jonathan.
En cuanto
había visto el equipo, unos minutos antes, y me había llenado de determinación
a formar parte de este, estuve pensando en cómo presentarme y que cover-story
usar para explicar el cómo había llegado aquí y que parentesco tenía con
Jonathan.
—Él es
Jonathan, un primo lejano. —Me apresuré a responder por mi amigo.
Jonathan me
lanzó una fugaz mirada de confusión, pero, cómo solía hacerlo, me siguió el
juego, y sin decir nada adicional, sonrió y estrechó la mano de Roberto.
—¿Viven aquí,
o están de visita? —nos preguntó algunas dudas razonables para ver que tanto
interés teníamos realmente de entrenar en su equipo.
—Yo soy de la
Ciudad de México, pero recientemente mi papá tuvo que mudarse para acá por su
trabajo, y estaremos varios meses. Y mi primo sí es de aquí.— Noté cómo se relajaba
sonriendo, y me di cuenta que había dicho lo que quería escuchar, pues
seguramente no quería perder el tiempo con unos turistas que no volverían nunca
más.
—¿Ya han
surfeado alguna vez? — continuó con algunas preguntas rutinarias. A lo que ambos
negamos con la cabeza.
—Bueno. Calienten
con los demás y cuando pasemos al surf como tal, Ricardo, el entrenador
auxiliar, les dará la primera lección de surf.
Nos
incorporamos rápidamente a la fila de chicos que estaban estirando los brazos.
No pude evitar notar a las tres niñas que estaban. Una me pareció especialmente
bonita, pero decidí concentrarme en el calentamiento, como siempre lo había
echo en mis entrenamientos de tenis en el club. A mi lado, Jonathan intentaba
imitar los ejercicios, haciendo movimientos chistosos que no se parecían en
nada a los ejercicios, Los otros chicos comenzaron a reírse, pero el entrenador
los calló de una vez con una llamada de atención, diciéndoles que todos
teníamos una primera vez, y amenazándolos que el que siguiera riendo tendría
que hacer 50 lagartijas.
Un par de
minutos después, los chicos tomaron sus tablas y se metieron al mar a esperar
las olas, mientras Roberto les gritaba instrucciones. Noté que en esta parte de
la costa las olas eran particularmente altas, dando un impulso considerable a los
surfistas.
El entrenador
auxiliar, después de asegurarse que supiéramos nadar, nos llevó a la
construcción que estaba a unos metros de la playa y nos asignó un locker para
que pudiéramos guardar nuestros celulares y demás pertenencias que no podían
mojarse. Después nos dirigimos de nuevo al mar, pero él se detuvo a unos metros
del agua y tomó nuestra tabla.
—Lo primero
es aprender a mantener el equilibrio, sin eso, es imposible surfear, y la parte
principal de mantener el equilibrio es la posición de tu cuerpo. Nos explicó,
parándose sobre la tabla agachado, con un pie detrás del otro y echando sus
brazos un poco hacia adelante.
—Esta es la
posición que deben tratar de mantener todo el tiempo, hasta que la dominen. —
Yo observaba con cuidado.
Después de
intentarlo varias veces en la arena, Ricardo decidió que estábamos listos para
intentarlo en el agua.
La primera
vez que me subí, me caí, a pesar de que Ricardo estaba sosteniendo la tabla y
que me agarré de él.
—No —me
dijo—no intentes balancear tu peso, mantén la posición que practicamos en la
arena, aunque sientas que te vas para atrás.
Lo intenté de
nuevo y logré mantener el equilibrio… por 10 segundos.
—Eso —me
animo —pero no dejes que te gane el instinto de agitar los brazos.
A la quinta
vez logré mantenerme medio minuto, y a la sexta vez, el soltó la tabla, y una
ola me empujó varios metros mientras yo mantenía la posición, sintiendo que
volaba, era una sensación fascinante. Finalmente me hundí, mucho antes que los
demás miembros del equipo, pero no me importaba, yo aún así celebré en cuánto
salí del agua. ¡Lo había logrado! Y me había encantado.
Ricardo me
ayudó a intentarlo unas tres veces más, de las cuales solo dos tuvieron éxito,
y solo una vez logré superar la distancia.
Después fue
el turno de Jonathan, pero el pobre no lograba mantener el equilibrio más de 5
segundos y siempre terminaba cayendo al mar. Así que Ricardo se dio por vencido
y dejó que Jonathan mejor se sentara en la tabla, y que las olas lo impulsarán
unos cuantos pasos, para después volcar la tabla y hundirlo en el agua. Yo veía
que aún así lo estaba disfrutando.
Mientras
esperaba a Jonathan y a Ricardo, Roberto se acercó.
—¿Te gusta el
deporte, verdad?
—Sí—asentí —¿por
qué?
—Te estuve
observando, tienes buena condición física, aprendes rápido, te esfuerzas, y tienes
control de tus movimientos. Para ser la primera vez que surfeas, lo hiciste muy
bien.
—Gracias. —Le
dije con una gran sonrisa. —La verdad es que sí me gusta el deporte. He sido
campeón de varios torneos regionales de tenis, y fui subcampeón nacional en
categoría dobles del torneo intercolegial.
—Felicidades.
La verdad es que no me sorprende, se nota tu disciplina física. Y dime. ¿Te
gustó la clase y el surf?
—Sí, me
encantó. —Le dije sinceramente.
—Qué bueno.
Entonces ¿te gustaría formar parte del equipo y entrenar con nosotros
regularmente?
Yo asentí
alegremente.
—Claro que
sí. Supongo que sólo tendré que convencer a mis padres. —dije como si fuera
solo un trámite, aunque en realidad sería un reto. —¿Cuánto cuestan los
entrenamientos?
—La cuota
mensual es de $3500, y además es recomendable que compres el uniforme, que
tiene un costo de $6000. También es indispensable que tengas tu propia tabla de
Surf, pero por lo que veo eso no será un problema.
Me entregó
unos documentos de inscripción y una carta de liberación de responsabilidad que
debían firmar mis padres.
Ricardo y
Jonathan salieron del agua y se acercaron.
—Creo que
prefiero tomar el sol, Luis. —Me dijo bromeando y entregándome la tabla de surf.
Todos nos
reímos y yo me despedí de los dos entrenadores estrechando su mano, antes de
tomar la tabla.
—Si quieren,
se pueden duchar en los vestidores— nos dijo Roberto — Y luego dirigiéndome una
mirada sincera—te espero el sábado para el entrenamiento Luis.
Nos dirigimos
a los lockers para recuperar nuestras pertenencias, pero antes de ello nos
dimos una ducha sobre el mismo traje de baño, pues no traíamos muda, aunque sea
para quitarnos un poco la arena.
—¿Si vas a
seguir con los entrenamientos, Luis? —me preguntó Jonathan con genuina curiosidad.
—Claro —le
dije —todavía no sé cómo le voy a hacer para convencer a mis papás, pero vas a
ver que el mismo sábado estaré aquí.
—Pues te
creo, siempre te sales con la tuya. —Me dijo estrellandome la tabla de surf
levemente en la espalda.
—Auch! que
esta sí es de madera y duele. —Le grité riéndome, pues sabía que estaba jugando
—Ahora te va a tocar cargarla todo el regreso.
—No es justo,
si tu fuiste el que la compró. —Se quejó, pero siguió cargándola.
—¿Y qué le
vamos a decir a los papás cuando vean la tabla de surf? No quiero que nos vayan
a pegar, porque, por si no lo recuerdas, nos amenazaron ya una vez que no
podíamos seguir haciendo lo de guías turísticos sin su permiso.
Yo me detuve
a pensar por un momento, ya que estábamos a pocas cuadras de la casa.
—Ya sé. —Exclamé
finalmente satisfecho con una idea. —Les vamos a decir que nos la encontramos
en el mar, en una parte que no había gente.
—¿No van a
pensar que nos la robamos?
—No, para
nada. Mi papá podrá pensar que soy capaz de mil cosas, pero de robar no, pues
realmente no lo haría nunca, ni tengo necesidad de hacerlo. —Dije convencido.
—Bueno. Pues
te voy a hacer caso.
El cielo
tenía ese característico color rojo del atardecer costero cuando llegamos a la
casa, y un interesante olor a ceviche salía de la cocina.
Cuando
entramos a la casa, nos sorprendió ver a todos sentados en la mesa del comedor.
—¿No hubo
reunión? —pregunté sorprendido y sosteniendo la tabla de surf en mis manos.
—El pastor
tuvo una emergencia y se canceló la reunión vespertina. —respondió mi padre.
—¿Y esa tabla
de surf? —preguntó con curiosidad mi madre.
—Nos la
encontramos flotando en el mar, en una playa abandonada. —dije rápidamente.
—¿Se la
robaron? —preguntó el papá de Jonathan levantándose molesto de la mesa.
—No, no!
—Exclamé. —No era de nadie, no estaba amarrada ni nada, estaba flotando en el
mar, y no había nadie alrededor. Seguramente a alguien se le perdió en el mar y
acabó ahí.
El papá de
Jonathan detuvo su avance, y nos miró dudando, pero después miró a mi padre.
—Le
preguntaré al pastor Enrique si se la pueden quedar. Ya que no había nadie
alrededor y realmente no fue un robo como tal. —Dijo mi padre, calmándolo.
Ellos
continuaron comiendo y como Jonathan y yo nos moríamos de hambre, nos apuramos
para darnos un baño. Afortunadamente ke gané la regadera, y me di un baño
rápido pero refrescante.
Cuando fui al
cuarto a cambiarme me llamó la atención ver mi chamarra deportiva colgada en el
closet, y supuse que se me había olvidado esconderla en la maleta cuando saqué
el dinero. Pero, al checar las bolsas internas, el dinero seguía ahí. Así que,
sin prestarle demasiada atención, guardé de nuevo la chamarra en la maleta, de
la cual todavía no había pasado toda la ropa al closet que ahora compartía con
Jonathan, y me dirigí con el estómago rugiendo de hambre a la mesa del pequeño
comedor. Jonathan se bañó aún más rápido y se sentó justo cuando su mamá nos
servía el ceviche y las tortillas, y Nohemí traía una jarra de limonada.
Mi papá y el
papá de Jonathan habían salido a caminar, pero no era extraño. Según el pastor
Enrique los elegidos debían apartar más o menos una hora al día para rezar, y,
en una casa tan chica, era más cómodo para nuestros padres salir a caminar a la
playa en esa hora de oración. Cuando terminamos de comer, mi madre y la hermana
Betty se retiraron a descansar, diciendo que nos nos durmieramos muy tarde. A
su vez, Nohemí nos rogó que jugaramos con ella scrabble, así que, a falta de
algo mejor que hacer, accedimos. Estábamos a media partida cuando los papás
entraron a la casa, e inmediatamente noté que algo no andaba bien. ¿Cómo iba a
estar bien? Mi papá traía dos varas en la mano. A veces solamente las traían
para reemplazar las secas, pero esta vez su mirada decía algo más. Sentí la adrenalina recorrer mi cuerpo
mientras el pánico invadía mi mente, y noté también como Jonathan y Nohemí se
tensaban y palidecían un poco.
—Luis, hijo.
No quiero mentiras. ¿Cómo conseguiste esa tabla de Surf?
Era la tabla
de Surf. Tenía poco tiempo para pensar, consideré mis opciones en una fracción
de segundo, pero no veía mejor camino que intentar sostener la mentira, con los
riesgos que implicaba, pues mi papá no sonaba extremadamente molesto y quizás
solo quería asegurarse.
—Ya te dije
Papá. La encontramos flotando en el mar en esa playa abandonada, a 3 minutos
del hotel Aqua. (Realmente había una playa abandonada ahí, por la que había
pasado varias veces con Jonathan).
Mi padre dudó
por un momento, y caminó hacia la cocina, tomando la vara seca de encima del
refrigerador, rompiendola y sustituyéndola por las dos frescas. Suspiré
aliviado, pero el padre de Jonathan seguía ahí, observándonos sin convencerse.
Se dirigió a su cuarto y salió con el temible cinturón de cocodrilo. Pude ver
el horror en la cara de Jonathan. Nohemí corrió al cuarto con su madre mientras
el papá de Jonathan se acercaba con él cinturón.
—Basta!
—gritó, haciéndonos sobresaltar a todos, incluyendo a mi padre. —No quiero que
me mientas!—le dijo a Jonathan, jalando su silla para atrás y soltándole un
fuerte cinturonazo en la pierna desnuda, que resonó por toda la casa. Jonathan
se dobló de dolor, abrazándose la pierna. Su padre, siendo un obrero, tenía
demasiada fuerza, y ese cinturón de piel de cocodrilo, con esas duras escamas,
era un arma mortal en sus manos.
Yo lo miré, y
nuestros ojos se cruzaron. Traté de darle fuerzas con mi mirada, no podía
quebrarse, no ahora. Tenía una expresión de dolor, y pareció por un momento
entenderme, pero cuando sus ojos se cruzaron con los profundos de su padre, y se
dirigieron hacia el cinturón, miré con horror como su fuerza de voluntad se
quebraba y se soltaba a llorar.
Su padre
había notado el cambio, y ahora estaba seguro de que su hijo le ocultaba algo.
Levantó de nuevo el cinturón y Jonathan trató de detenerlo, exclamando:
—¡No padre,
para, detente!, te diré la verdad, pero detente.
…
Continuará
me gusta mucho tú historia, actualiza pronto xfaaaaa!!!!!
ResponderBorrarMuchas gracias! Me da mucho gusto que te encante, y saber que todavía hay quien la lee aquí. Trataré de actualizar muy pronto
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